Sabiduría Hiperbórea | Quinta Domínica | Volver al principio |
²
LIBRO TERCERO
Puede
el lector dar rienda suelta a la imaginación. Nunca logrará representarse las
emociones y el estado de total perturbación en que me sumió la lectura de la carta
de Belicena Villca. Fue algo muy extraño para mí; a medida que leía fui
experimentando una pluralidad de estados de ánimo. Así pasé del escepticismo
inicial a la sorpresa, de ésta al estupor, de allí salté a la curiosidad, y
sucesivamente a mil sensaciones más. Finalmente, un entusiasmo primitivo e
insensato se apoderó de mí y, en vez de rechazar la carta como una impostura,
actitud lógica y perfectamente justificada, hice todo lo contrario, sellando
así mi suerte: ¡decidí emprender la aventura!
Recién terminaba de leer la carta y, casi
sin reflexionar, había tomado una decisión, ¿por qué? Trataré de explicarlo.
Hasta el momento de leer la carta de Belicena Villca mi vida estaba vacía de
ideales. Tenía un brillante futuro profesional y cuanto necesitaba para mi
confort; era afortunado con las mujeres y aunque ninguna lograba ganar mi
corazón, eso tarde o temprano ocurriría. Todo hacía preveer que mi vida se
desenvolvería por los carriles que conducen al éxito mundano. Y sin embargo
algo fallaba en este esquema porque no era feliz. Poseía paz y tranquilidad
material pero muchas veces la tristeza me agobiaba; presentía que a mi Espíritu
le faltaba un horizonte hacia el cual mirar, un ideal, una meta quizás, digna
del mayor sacrificio.
Por eso a veces contemplaba con envidia
la Historia Universal, los períodos heroicos en los que me hubiese gustado
vivir: elegir tal o cual bando, seguir a éste o aquel re-formador, cometer esa
herejía liberadora o hundirme ardientemente en aquel dogma tiránico. ¡Vivir, luchar,
morir, ser hombre! Pero ser hombre no es solamente pensar; es “sentir” el
Espíritu. Y el Espíritu se “siente” cuando la vida se orienta en la búsqueda de
un ideal; porque los ideales no están en este mundo, son de otro orden, lo
mismo que el Espíritu y afines a él.
No es fácil. Ser idealista requiere mucho
valor ya que la realidad, engañosa y cruel, guarda una trampa para el idealista
ingenuo y un sepulcro para el idealista comprometido. He visto cómo el elemento
idealista de mi generación, fue sistemáticamente aniquilado y sus ideales
calificados de “nihilistas”. Un Almirante argentino que pasa por persona
culta, Massera, dijo en un discurso: “Estamos combatiendo contra nihilistas,
contra delirantes de la destrucción, cuyo objetivo es la destrucción en sí,
aunque se enmascaren de redentores sociales”. Muchos de los muertos y
desaparecidos, no eran tal cosa, sino idealistas que creyeron en el mito
infantil de la “revolución social” como medio válido para instalar un orden más
justo en el mundo. Precisamente por creer (ser idealista), no vieron la
diabólica trama de intereses en que estaban insertos; precisamente por creer
fueron algunos adoctrinados, armados y lanzados imbécilmente a la aventura, por
el mismo Sistema sinárquico que después los reprimió. Y no pienso solamente en
los que empuñaron las armas, que tal vez merecían morir por apátridas, sino en
tantos otros que cayeron sin conocer el olor a la pólvora; por cometer el
“delito” de amar ideales que afectan algún interés o privilegio.
Eso no es nihilismo; nihilista es la
represión desbocada, la censura asfixiante, la mediocridad instituida, la
corrupción oficializada, el lavado de cerebros digitado, en fin, la tiranía
implacable, embozada obscenamente en un lenguaje “democrático” o “liberal”.
El triunfo del Sistema es la estabilidad
de un orden de cosas corrupto, de una sociedad edificada sobre la usura y el
materialismo, de un país dibujado a plumín, para que se inserte en una
geopolítica foránea, planeada al detalle por la Sinarquía Internacional de los
Grandes Imperialismos.
¿Qué nos ofrece este mundo contemporáneo
de dólares y acero que valga nuestro sacrificio? Acá una cultura decadente y
cipaya; allí un terrorismo sin grandeza; allá un Poder represor y asesino;
acullá una Iglesia cobarde y mentirosa; ¿Para qué seguir si todo hiede?
Este era mi estado de ánimo cuando leí la
carta de Belicena Villca y por eso mi reacción fue instantánea: Yo, el
insignificante Dr. Siegnagel, poco más que el número de una ficha o carnet, alguien
perdido en la mediocridad cotidiana de la remota Salta: ¡de pronto soy llamado
para una misión riesgosa, soy convocado por el Destino!
La sangre me hervía en las venas y algo
así como una reminiscencia de pasadas batallas, se apoderó de mí. Belicena se
preguntaba en su carta si podría ser un Kshatriya:
–¡Pues ya lo era!
Aparte de este irresponsable entusiasmo,
en el fondo experimentaba una gran estupefacción a poco que intentaba razonar
sobre el contenido de la carta. No podía negar que de toda ella se desprendía
una tremenda fuerza primordial, un halo de antiguas verdades olvidadas, como si
Belicena Villca no perteneciese a esta Epoca o, mejor dicho, como si fuera
independiente del tiempo.
El lenguaje era pagano y vital;
“fantástico” sería el término justo, sino fuese que el asesinato de Belicena
convertía a este mensaje premonitorio en algo macabramente real.
Dos preguntas bullían en mi cabeza
saltando el pensamiento de una a la otra sin solución de continuidad ¿Dónde
estaba ese “Signo del Origen”, del cual
soy portador, claramente visible para Belicena Villca y aparentemente
representativo de una cierta condición espiritual? Recordaba perfectamente lo
que Belicena había escrito el Segundo Día: “en verdad, lo que existe como
herencia divina de los Dioses es un Símbolo del Origen en la Sangre Pura: el
Signo del Origen, observado en la Piedra de Venus, era sólo el reflejo del
Símbolo del Origen presente en la Sangre Pura de los Reyes Guerreros, de los
Hijos de los Dioses, de los Hombres Semidivinos que, junto a un cuerpo animal y
a un Alma Material, poseían un Espíritu Eterno”. Si era cierto que Yo
poseía el Símbolo del Origen en mi Sangre Pura, si Yo era un hombre espiritual,
entonces tendría la posibilidad de obtener la Más Alta Sabiduría de los
Atlantes Blancos ¿O había interpretado mal las palabras de Belicena? Porque en
ese Día Segundo ella escribió: “la Sabiduría consiste en comprender a la
Serpiente con el Signo del Origen”. Según Belicena, los Dioses
afirmaban al hombre: “has perdido el Origen y eres prisionero de
la Serpiente: ¡con el Signo del Origen, comprende a la Serpiente y serás
nuevamente libre en el Origen!” A la luz de estos conceptos, mi
razonamiento era el siguiente: si el Signo del Origen, “mi propio signo del
Origen”, se hallaba manifestado y plasmado en alguna parte de mi cuerpo, de tal
suerte que fue rápidamente distinguido por Belicena Villca, ¡ése era el sitio
que Yo debía descubrir y proyectar en el Mundo, sobre la Serpiente, como antaño
hicieran los Iniciados Hiperbóreos! Y sentía así como una urgencia
interior por localizar ese Signo y cumplir con el mandato de los Dioses.
Pero entendía, también, que carecía de
muchos elementos esotéricos de la Sabiduría Hiperbórea. Mas, si habría que
dejar pendiente esta primer pregunta, la segunda “que bullía en mi cabeza”,
sobre la “prueba de familia”, no tardaría en investigarla. Belicena Villca, en
efecto, había asegurado, en el Cuarto Día, que mi familia “fue destinada para
producir una miel arquetípica, el zumo exquisito de lo dulce”. Aquella era
la primer noticia que tenía sobre el asunto y trataría, por lo menos, de
comprobarla con mis familiares cercanos.
Capítulo II
Desde
que mamá me entregó el portafolios con la carta de Belicena Villca, hasta el
momento en que tomé la decisión de cumplir con su pedido póstumo, habían
transcurrido cuatro días. Ciertamente, leí la carta en tiempo récord, dada su
extensión y profundidad, permaneciendo encerrado en mi cuarto y haciéndome
subir, de tanto en tanto, algún alimento. Al fin, una tarde, descendí
calladamente, con el misterioso portafolios en la mano, y tomé asiento entre
los míos, que se encontraban como era la costumbre a esa hora desplegados en el
patio posterior. Reclinada la cabeza, la mirada perdida en la lejanía de los
cerros, estuve en silencio un largo rato. Durante ese lapso nadie me
interrumpió, acostumbrados por años a verme estudiar bajo la sombra del
gigantesco roble. Sólo el murmullo del viento entre las hojas, el trino de las
aves, y el ras, ras, de Canuto al rascarse cada tanto, acompañaban mi
meditación.
Me paré bruscamente, haciendo a un lado
el sillón de hormigón del juego de jardín. Junto a los lapachos cercanos a la
casa, estaban mis padres: Mamá zurciendo medias de mis sobrinos y Papá leyendo
un semanario europeo que llega quince días atrasado; mientras, la casette de
Angelito Vargas, rebobinada por enésima vez, nos envolvía a todos con “Tres
esquinas”.
–Papá, Mamá –dije enfáticamente– ¿en
vuestras familias habéis tenido antepasados o parientes que siguiesen un oficio
o artesanía por tradición?
–Eso era una costumbre muy común en
Europa –respondió Papá pensativo– hoy lamentablemente olvidada. En mi familia
hubo muchos médicos como tú, Arturo, y hasta boticarios como mi padre, pero sin
que esto fuese una ley, pues tuvimos también buenos agricultores como Yo: jof,
jof, jof, –reía mi padre celebrando su ocurrencia.
En cambio la familia de tu madre,
–prosiguió más calmo– sí que tiene una tradición en el cultivo y la producción del
azúcar. Tú sabes que a ella la conocí en Egipto cuando mi padre, allá por el
35, decidió abrir nuevos mercados al comercio del tanino, en vista de que
la industria textil de Europa y América funcionaba sujeta a rígidos monopolios.
Mi padre pensaba vender tanino a las florecientes industrias textiles árabes y
turcas, por lo que inició un viaje por Medio Oriente cuya etapa final era
Egipto. Yo tenía 18 años en esa época y, contrariando los deseos de mi padre
que prefería verme convertido en Ingeniero, mi aspiración más grande era ser
agricultor. Confiando que el largo viaje acabaría por disipar lo que mi padre
tomaba como un capricho, fue que accedió a llevarme con-sigo.
Al llegar a Egipto fuimos recibidos por
un tío abuelo, Hans Siegnagel, miembro de una rama de la familia que habita,
aún hoy, cerca de El Cairo. Los Siegnagel de Egipto viven allí, al parecer,
desde la invasión de Napoleón, junto a cientos de familias de origen germano,
las que conforman una fuerte colectividad.
Bien; durante los días que pasamos en El
Cairo, mi interés estaba centrado en observar los grandes Ingenios Azucareros
que se extienden a lo largo del Nilo y las interminables extensiones sembradas
con caña de azúcar.
Papá, al ver que mi inclinación por la
Agricultura en vez de disminuir se hacía más intensa, comprendió que ésa era mi
verdadera vocación y decidió aceptar la amable invitación del Barón Reinaldo
Von Sübermann, dueño de un poderoso Ingenio con plantaciones propias, para que
permaneciera en su hacienda estudiando las técnicas de cultivo.
Estuve allí desde el año 35 hasta el 38,
en que las perspectivas de una paz mundial duradera se diluían rápidamente,
debiendo ceder a los insistentes llamados de mi padre para que regresara a la
Argentina.
Emprendí el viaje de regreso en junio del
38, pero no lo hice solo; conmigo venía la hija del Barón Von Sübermann, una
bella Walquiria que por la gracia de Wothan, puedes contemplar aquí presente.
Reímos todos, especialmente mi madre que
había permanecido con los ojos en blanco, mientras Papá recordaba su fascinante
vida.
–¿Qué ocurrió desde entonces? –pregunté,
sabiendo que le haría bien a mi viejo padre completar la historia.
–La guerra abrió brechas dolorosas y
forzó separaciones definitivas. Muertos tus abuelos (mi padre y el Barón) ya no
volvimos a conectarnos con los parientes de Egipto. Muchas veces lo he sentido
por tu madre –la voz se le aflojó– que es alemana-egipcia y ha debido sufrir
mucho por la separación.
En cambio –continuó ya más compuesto– mis
sentimientos patrióticos sólo son para este país y en ningún otro lugar estaría
mejor que aquí. Fíjate que tu Bisabuelo, el primer Siegnagel que vino a
América, lo hizo en 1860 a pedido del Gobierno para trabajar en la fabricación
de explosivos, ya que él estaba reputado como Químico de prestigio. ¡En más de
un siglo, mi buen Arturo, los Siegnagel se han hecho más argentinos que el
mate!
Cuando papá hizo referencia al
sufrimiento que había experimentado por permanecer lejos de su familia y del
solar natal, mi madre se acercó y comenzó a mecerle tiernamente los cabellos
mientras vertía amorosos reproches.
En tanto que los viejos se hacían
arrumacos, Yo sentía arder las mejillas; estaba como alelado, viendo a la
imaginación desbocada ya, trazar las más audaces hipótesis. La afirmación que
hacía Belicena Villca en su carta sobre la misión familiar de “trabajar
alquimísticamente el azúcar”, se veía confirmada en principio por el relato de
mi padre. Era una indudable realidad, el que los Von Sübermann fueron
productores de azúcar desde tiempos inmemoriales, pero ¿cómo lo había sabido
ella?
Pobre de mí; ni soñaba que esta
confirmación del acierto de Belicena era sólo la primera de las muchas
situaciones que, en el futuro, me demostrarían hasta qué punto lo absurdo y lo
real estaban compenetrados en torno a ella. Ting, Ting, el sonido del
triángulo, que tocaba la criada india llamando a cenar, me sacó de tan grises
pensamientos.
Esa noche fui sorprendido gratamente por
una parva de humitas deliciosas; ese plato constituye, desde mi niñez, el más
preciado manjar; así que gratificado emotiva y gastronómicamente por mi
familia, pronto me tranquilicé y hasta logré olvidar, por momentos, el
obsesionante asunto de Belicena Villca.
Capítulo III
Consideraba
seriamente las advertencias de Belicena, sobre los peligros involucrados en la
búsqueda de su hijo. A la luz de su destrucción psíquica y posterior asesinato,
estas advertencias adquirían una poderosa elocuencia que no estaba dispuesto a
despreciar. Por lo tanto decidí actuar resuelta pero cautamente.
Ya había conseguido toda la información
policial posible sobre el caso y casi no albergaba dudas de que los misteriosos
asesinos de Belicena fueron los Inmortales Bera y Birsa: la totalidad de las
evidencias del crimen así lo indicaban. Sólo seres como Ellos podrían haber
ingresado en esa celda herméticamente cerrada y ejecutarla ritualmente. Y la
más llamativa de esas pruebas la constituía la cuerda enjoyada: era evidente
que el “oro de España”, de las medallas, procedía de Tharsis, de las antiguas
minas de Tartessos; y que el cabello “teñido con lechada de cal”, de la cuerda,
pertenecía a las infortunadas Vrayas tartesias, aquellas que fueron asesinadas
por Bera y Birsa cuando salvaron la Espada Sabia y con cuya sangre los
Inmortales habían escrito la sentencia: “el castigo para los que ofendan a Yah
provendrá del Jabalí”. Indudablemente Ellos consideraban cerrado un
ciclo, cumplida una venganza milenaria, tal vez creyesen una vez más
exterminada a la Casa de Tharsis, para haber empleado esa significativa forma
de ejecución: asesinar a la última Vraya con el cabello que Ellos quitaron a
una de las primeras Vrayas, macabro trofeo que ahora devolvían con diabólica
lógica. ¡Y qué Misterio se ocultaba en los poderes de Bera y Birsa, en su
increíble dominio del Tiempo! Porque del informe policial se desprendía
claramente que aquel cabello no había sufrido el paso del tiempo: el
cabello de la cuerda, en efecto, aún estaba vivo, como recién cortado de una
cabeza humana, de una cabeza de Raza Blanca, cuando se lo trenzó para matar; y
de ningún modo revelaba los dos mil dos-cientos años transcurridos desde
entonces. ¿Dónde, Oh si el sólo pensar esta pregunta me llenaba de
inquietud, dónde lo habían guardado hasta ahora sin que envejeciese? ¿Tal vez
en el mismo Infierno donde Ellos habitaban, y que Belicena Villca denominaba
Chang Shambalá? Sí. Con toda probabilidad ésa era la respuesta correcta: el
cabello procedía de sus Moradas Malditas, donde el Tiempo no transcurría y
Ellos tampoco envejecían.
Ya había decidido enfrentar el peligro y
debía ponerme en marcha cuanto antes. Pero primero quería aclarar
definitivamente la cuestión de las leyendas de las joyas de oro. Y para eso nadie
podía serme de mayor utilidad que el Profesor Ramirez. Me dirigiría, pues, a su
presencia.
Detuve el automóvil en la playa de la
Ciudad Universitaria y me llegué hasta la Facultad de Antropología en busca del
Profesor Ramirez. Se encontraba muy ocupado, efectuando una traducción; pero me
atendió con cortesía.
–¿Qué le trae nuevamente a verme, Dr.
Siegnagel; otro delirio quechua de sus pacientes? –se burló.
–No Profesor, esta vez se trata de
lenguas no americanas. Hallé dentro de un viejo libro, un papel con este dibujo
–mentí fríamente– y quise consultarle sobre sus inscripciones. –Le alargué el
dibujo que hiciera sobre la siniestra Joya de oro.
Relampaguearon los pequeños ojos grises,
y por un instante pareció que iba real-mente a interesarse; pero enseguida
volvió a adoptar el aire lacónico que lo caracterizaba. Nada podía afectar al
viejo Erudito, admirado por las Universidades de medio mundo.
–Es la más grotesca combinación
lingüística que he visto. ¿Se trata de una broma, Siegnagel? –preguntó con
desconfianza.
–No sé. Así, tal cual lo encontré, se lo
traje –dije sin exagerar demasiado.
–¡Pues si no lo es, lo parece! ¡Hebreo y
Celta! vamos Arturo; o es una broma o se trata de algo muy pero muy serio. Por
lo pronto la palabra hvhi es el famoso
tetragrammaton, nombre de Dios de cuatro letras, de nefasto poder según los
Cabalistas y que se lee más o menos “YHVH”, siendo las “H”
letras que pueden adoptar el sonido de la “ETA” griega, es decir, semejante a
la “E”
castellana. En cuanto a hgiv, su traducción es “Binah” y significa
“Inteligencia”; pero no cualquier inteligencia sino la “Inteligencia Suprema”,
la Inteligencia de Dios, justamente la Inteligencia de YHVH Elohim : para la Cábala hebrea, Binah
es uno de los diez Sephiroth o Aspectos del Dios Uno.
Cuán familiares y llenas de sentido me
resultaron entonces aquellas explicaciones del Profesor, al situarlas
inevitablemente en el marco de la carta de Belicena Villca y su terrible
muerte. Pero el Profesor continuaba:
–La frase “ada aes sidhe draoi mac hwch”
es, sin dudas, celta antiguo o algunos de sus múltiples dialectos. La lengua
celta evoluciona, a partir del árbol indoeuropeo, en dos ramas; una,
continental, dio el Galo; la otra, insular, se dividiría a su vez en dos subramas:
1ro. el goidélico o irlandés antiguo, madre del irlandés
y del gaélico escocés; y 2do. el britónico, que dio el bretón,
el galés
y el córnico.
Le diría que estas palabras pertenecen al irlandés antiguo, tal como aparece en
las sagas “El canto de Marzin” o en los poemas del Bardo Taliesin, escritos en
el siglo V.
Es curioso, Marzin (en galés “Myrddin”, y
deformado en lenguas germánicas “Merlín”) era Druida, al igual que
Taliesin, y justamente en la frase que Ud. me ha traído se alude a los Druidas:
“Draoi” quiere decir Druida en celta. La frase completa
sería “Victoria al Divino Druida, Hijo del Jabalí”, según el
siguiente vocabulario:
ada = Victoria
aes sidhe = Divino
Draoi = Druida
mac = Hijo
hwch = Jabalí
–Mi querido Dr. Arturo Siegnagel –el
Profesor me miraba fijamente– ¿qué sabe Ud. sobre los Druidas?
La pregunta no me tomó de sorpresa, pues
Yo mismo estaba pensando a gran velocidad en ello, desde el mismo momento que
el Profesor completó su traducción.
–Sé muy poco –dije–. Que formaban una
especie de Casta Sacerdotal entre los antiguos celtas. Que practicaban la magia
y la adivinación... Creo que estaban reputados como Sabios y que a pesar de su
origen pagano, poseían una moral nada desdeñable –todo cuanto sabía sobre los
Druidas, o Golen, procedía de la carta de Belicena Villca, y mi opinión sobre
Ellos, como es natural, no podía ser peor. Sin embargo ignoraba el concepto que
le merecían al Profesor Ramirez y trataba de no comprometerme condenándolos
categóricamente–. Pienso que desaparecieron con la conversión de los celtas al
cristianismo –concluí inocentemente.
El Profesor sonreía burlón:
–Siéntese Siegnagel que vamos a charlar
–se levantó y, luego de cerrar con llave la oficina, hurgó durante unos minutos
en la nutrida biblioteca privada. Escogía libros aquí y allá, resoplando de
satisfacción cuando encontraba alguno que se había resistido más de 30
segundos. Al fin, tomando una carpeta colgante de un archivo, se acomodó en su
sillón.
–Vea Dr. –comenzó el Profesor con tono
grave– le seré franco: si hubiese sido otro el que me traía ese dibujo, sin
dudas lo habría echado a patadas. Pero conociéndolo a Ud., que es una persona
seria, le confiaré mi pensamiento, pues algo me dice que atrás de este ingenuo
dibujo hay otra cosa.
Sonreí ante la certera intuición del
Profesor.
–Para comenzar recordemos que la mejor
etimología parece ser Druvid, palabra que se descompone en
Dru
= “cosa en sí” o “tal cosa” y vid = “conocer”, lo que vendría a
dar “conocer las cosas en sí”. El Druida sería entonces “el que conoce las
cosas profundamente”; pero una acepción más antigua los llama “El que conoce la
verdad”. No debe sorprenderse, Arturo, de saber poco de ellos, pues a pesar que
el Druidismo era una institución entre los celtas antiguos y muchos escritores
clásicos los mencionaron, su origen y Doctrina permanecen en el más oscuro
misterio. Algunos de estos escritores que vienen a mi memoria, son, para su
ejemplo, Julio César, Posidonio, Cicerón, Diodoro Sículo, Estrabón, Plinio,
Tácito, Luciano, Suetonio, Diógenes Laercio, Orígenes, etc.
Ninguno arroja demasiada luz sobre ellos
y eso a mi juicio por tres razones: 1ro. porque su enseñanza era oral, 2do.
porque su enseñanza era iniciática, 3ro., y principal, porque los más
interesados en ocultar todo cuanto concierne al “Druida”, fueron los
mismos Druidas.
Con respecto a su apreciación de que constituían
una especie de “Casta Sacerdotal”, le diré que aparentaban no ser ni lo uno ni
lo otro. No formaban una casta sino una Orden; y no serían “Sacerdotes” puesto
que no oficiaban públicamente los rituales de un Culto, como correspondería
para merecer ese calificativo. Sin embargo, el hecho de que no oficiaran un
Culto en público no significa que no lo poseyeran y practicaran secreta-mente,
en la espesura de los bosques, cerca de las construcciones megalíticas
milenarias que Ellos adaptaban para tal fin. Sí, Dr. Siegnagel. Acierta Ud. en
este punto: los Druidas eran Sacerdotes; y de la peor especie que se haya
registrado en la Historia de la Humanidad.
También cree Ud. que eran “Sabios y
tendrían una moral nada desdeñable”. Pues, sobre su “Sabiduría” hay pocas dudas
ya que detentaron todos los aspectos del saber celta. En cambio las opiniones
son encontradas, cuando se refieren a la moral del Druida, un General pederasta
como Julio César (100-44 A.J.C.) los halló agradables e incluso envió al Druida
Viviciano a Roma como Embajador. Pero en el aspecto moral, el futuro cónsul
dejaba mucho que desear; en cambio Estrabón (60 A.J.C.), célebre geógrafo griego, con-temporáneo del
anterior, menciona actos de tremenda crueldad “que se oponen a nuestras costumbres”
y relata cómo los Druidas realizaban augurios “leyendo” los profundos dolores
de una víctima apuñalada por la espalda. También eran afectos a los sacrificios
humanos, los que consumaban introduciendo a las víctimas en una enorme máscara
de mimbre a la que luego prendían fuego.
Los Druidas “consideraban un deber cubrir sus
altares con la sangre de sus prisioneros y consultar a las Deidades en las
entrañas humanas” escribió Tácito.
Continuó un buen rato, el Profesor,
leyéndome citas de diversos autores griegos y latinos, unos enalteciendo tal o
cual virtud, otros condenando de plano la maldad druídica. No se me escapaba
que quienes “condenaban” a los Druidas eran también paganos, por lo que grandes
debían ser las aberraciones de éstos, capaces de impresionar a hombres
familiarizados con todas las barbaries de sus respectivas Epocas. La
explicación lingüística que había ido a buscar de la erudición del Profesor ya
estaba satisfecha. Empero, aquel hombre se empeñaba en instruirme sobre los
Druidas, revelándome cuanto él sabía de los mismos, y Yo no podría ser tan
descortés como para negarme a escucharlo. Aunque su charla repitiese temas ya
sobradamente expuestos en la carta de Belicena Villca. Después de todo, el
comprobar que otros conocían parte de aquellas verdades, sólo podría infundirme
seguridad; y tranquilizarme sobre la salud mental de la difunta Iniciada.
–Como ya le dije –prosiguió el Profesor–
no existen documentos de fuente celta que puedan consultarse, a no ser las
sagas recopiladas por D'Arbois de Juvainville en el siglo XIX, muy ricas en
elementos tradicionales de los celtas de “Iwerzón” o Irlanda. En ellas
comprobamos el gran poder de los Druidas al favorecer las sucesivas invasiones
celtas (Fir Bolg o celtas de
Bélgica; Fir Donan y Fir Galois, o galos, Escoceses y
galeses) a Irlanda, habitada hasta ese entonces por los Fomore, seres gigantes y
los Tuatha
de Danan, Divinos Hiperbóreos. En más de una ocasión los celtas
derrotan a los Gigantes Fomore a quienes exterminan y también acaban por
expulsar a los Tuatha de Danan a pesar de los poderes mágicos de estos. Es que
los Druidas dominaban las fuerzas de la naturaleza, como si tuviesen la ayuda
del mismo Satanás. Producían lluvias, tormentas eléctricas y nieblas;
embravecían los mares o los aquietaban; hacían “aparecer” bellas mujeres o
monstruos espantosos por materialización; etc.
En tiempos de la invasión de los Galeses,
su jefe, el Druida Amergin, realiza el siguiente ritual: poniendo el pie
derecho en la tierra a conquistar recita:
Yo soy el Viento que sopla sobre
las aguas del Mar.
Yo soy la Ola que
rompe contra la Roca.
Yo soy el Trueno del
Mar.
Yo soy el Ciervo y
el Toro de los Siete Cuernos.
Yo soy el Buitre en
la Barranca.
Yo soy la Lágrima
del Sol.
Yo soy la Más Bella
de las Flores.
Yo soy el Jabalí
Salvaje e Intrépido.
Yo soy el Salmón
en el Lago.
Yo soy el Lago en la
Llanura.
Yo soy la Voz de la
Sabiduría.
Yo soy la Lanza que
se empuña en la Batalla.
Yo soy el Dios que
exhala Fuego en la Cabeza.
Y
el Druida Amergin, pronuncia luego las siguientes siete preguntas:
¿Quién ilumina la Asamblea en la
montaña?
¿Quién denuncia los
Días de la Luna?
¿Quién señala el
lugar donde se hundirá el Sol?
¿Quién trae el Toro de
la Casa de Tethra, el Dios del Mar,
y lo aísla?
¿A quién sonríe el
Toro de Tethra?
¿Quién destruye las
Armas de Piedra de colina en colina?
¿Quién hace todos
estos prodigios sino el Fili?
Invoca, Pueblo
del Mar, invoca al Druida,
para que pueda
conjurar el hechizo para Ti.
Pues Yo, el Druida,
que ordené las
letras
del Alfabeto Sagrado
Ogham,
Yo que doy la Paz a
los combatientes,
me aproximaré a la
Fuente de los Duendes,
en busca del hombre
dócil,
para que juntos
podamos realizar
los hechizos más
terribles.
Yo soy un Viento del
Mar.
He aquí, Arturo, el poder del Verbo
Mágico de estos Druidas Fili (Fili = Bardo): las fuerzas
desatadas con el poema panteístico precedente, permiten ganar una posterior
batalla contra los Divinos Tuatha de Danan, quienes poseían carros voladores y
rayos de la muerte pero eran completamente impotentes frente a la magia negra
de los Druidas.
El Profesor explicaba vivamente
entusiasmado, pero Yo me había quedado pensando en el octavo verso de Amergin
donde dice:
“Yo soy el Jabalí Salvaje e Intrépido”.
No podía dejar de relacionarlo con la leyenda de la joya nefasta, “Victoria
al Divino Druida Hijo del Jabalí”.
Se lo hice notar al Profesor.
–A eso iba, Arturo. Los principales símbolos
del Druida eran dos: el jabalí y el trébol de cuatro hojas que usaban bordado
en su túnica blanca. Entre los celtas el jabalí y la osa simbolizaban
respectivamente, el poder del Druida y el del guerrero. Algunos eruditos, como
René Guenón, pretendieron equiparar estos dos símbolos de Poder con las castas
de los Brahmanes y de los Kshatriyas de la India, es decir, de los Sacerdotes y
guerreros, considerando el profundo significado que el jabalí y la osa tienen
en la tradición indoaria. Pero esto es un error, pues los Druidas jamás
formaron una casta (ni hubo castas entre los celtas) y porque el sentido dado
al jabalí (símbolo hiperbóreo antiquísimo) por ellos, estaba teñido con un
materialismo que no posee ni remotamente en el Rig Veda, donde figura como la
tercera de las diez manifestaciones de Vishnú en el actual ciclo de vida o
Manvantara. Es como si los Druidas hubieran “invertido” el sentido del símbolo
dando al jabalí, expresión del Poder Espiritual Primordial propio
de la Función Regia, una representación del Poder Temporal Actualizado
que es característico de la Función Sacerdotal. Sobre el antiguo y, hasta hoy,
secreto Misterio del jabalí y la osa hay mucho para hablar, pero nos
apartaríamos de nuestro tema; volvamos mejor a las sagas recopiladas por
Juvainville.
Como es sabido, los Druidas impusieron a
los celtas el alfabeto Ogham de veinte signos, quince consonantes y cinco
vocales, llamado Beth-Luis-Nion, por sus
tres primeras letras B-L-N.
Pues bien, Dr. Siegnagel: el eminente mitólogo Robert Graves sostiene que el
“poema” del Druida Amergin ha sido deformado en las sucesivas transcripciones
profanas con el fin de ocultar su sentido esotérico, pero que el mismo se
hallaba original-mente relacionado no sólo con el alfabeto sagrado Beth Luis
Nion, sino con el Calendario de Arboles que empleaban también los Druidas.
Naturalmente, para que la Canción de Amergin “coincida” con el alfabeto sagrado
es necesario trasponer sus versos de esta forma:
Dice el Druida, la Voz de
Dios: Letras del Ogham y Arboles del mes:
Yo soy el Ciervo y el Toro de
Siete Cuernos. .................................................................... (B) Beth/Abedul (24-XII 20-I)
Yo soy el Lago en la Llanura ........................... (L) Luis/Fresno silvestre (21-I 17-II)
Yo soy el Viento en el Mar. ................................ (N) Nion/Fresno (18-II 17-III)
Yo soy la Lágrima del Sol. .................................. (F)
Fearn/Aliso (18-III 14-IV)
Yo soy el Buitre sobre el Abismo. ............... (S) Saille/Sauce (15-IV 12-V)
Yo soy la más Bella de las Flores. ............. (H)
Uath/Espino (13-V 9-VI)
Yo soy el Dios que exhala Fuego
en la Cabeza.......................................................................... (D) Duir/Roble (10-VI 7-VII)
Yo soy la Lanza que se empuña
en el Combate. ................................................................... (T)
Tinne/Acebo (8-VII 4-VIII)
Yo soy el Salmón en el Lago. ........................... (C) Coll/Avellano (5-VIII 1-IX)
Yo soy la Voz de la Sabiduría. ....................... (M) Muin/Vid (2-IX 29-IX)
Yo soy el Jabalí más Cruel. ................................ (G)
Gort/Hiedra (30-IX 27-X)
Yo soy el Trueno del Mar. ................................... (NG) Ngetal/Caña (28-X 24-XI)
Yo soy la Ola del Mar. ............................................. (R) Ruis/Sauco (25-XI
22-XII)
¿Quién sino Yo conoce los Secretos
del Dolmen de Piedra no labrada? ............ 23 de Diciembre
En su libro “La Diosa Blanca”, Robert
Graves expone una síntesis sobre el significado de cada mes del Calendario
Druida de Arboles. Sobre el mes de la Hiedra, que corresponde a la letra (G)
Gort, dice lo siguiente: “G, el mes de la Hiedra, es también el mes del jabalí.
Set, el Dios solar egipcio, disfrazado de jabalí, mata al Osiris de la Hiedra,
amante de Isis. Apolo, el Dios Sol griego, disfrazado de jabalí, mata a Adonis,
o a Tammuz, el sirio, el amante de la Diosa Afrodita. Finn Mac Cool, disfrazado
de jabalí, mata a Diarmuid, el amante de la Diosa irlandesa Grainne (Greine).
Un Dios desconocido, disfrazado de jabalí mata a Ameo, Rey de Arcadia y devoto
de Artemisa, en su viñedo de Tegea y, según el Gannat Busamé (“Jardín de
las Delicias”) nestoriano, el Zeus cretense fue muerto del mismo modo. Octubre
era la estación de la caza del jabalí, y también la estación de las orgías de
las basárides o bacantes enguirnaldadas con Hiedra. El jabalí es el animal de
la muerte y la “caída” del año comienza en el mes del jabalí”.
La función del Druida queda bien resumida
en el poema “Los despojos del abismo” donde Taliesin dice “Soy Bardo, Soy Guía, soy Juez”.
Bardo era el Druida dedicado al arte y la música; Guía era el Ovate, Druida
dedicado a la ciencia; Juez era el Druida-dheacht (es decir Druida-hechicero,
mago) habilitado por su poder para influir sobre los Reyes Celtas e imponer su
ley. Fíjese, Arturo, qué extraño y contradictorio suena que el legislador de un
pueblo no sea miembro racial de ese pueblo y sin embargo sea aceptado
“voluntariamente”(?) por ellos. Porque los Druidas no eran celtas a pesar de
todos los intentos por falsificar la Historia que se han hecho en este sentido.
Quizás un poco de luz sobre esto, se obtenga considerando el descubrimiento del
manuscrito Frisón “Oera Linda”. En este documento, escrito en runas, se cuenta la
antigua historia del Pueblo Frisón, que al parecer es un remanente de la
“Atlandia”, una colonia atlante situada en el norte de Europa, frente a Gran
Bretaña hace unos 5.000 años. No se trata de la Atlántida legendaria,
mencionada por Platón, la cual habría existido 12.000 años atrás; pero como
ésta, Atlandia también sucumbió a un cataclismo. –El Profesor abrió la carpeta
colgante y luego de hojear cientos de fotocopias, entre las que reconocí “Los
manuscritos del Mar Muerto, facsímil editado por la UNESCO”, extrajo un folio
escrito en lengua rúnica, que era la copia del Oera Linda. Junto, había una
traducción al inglés hecha y comentada por Robert Scrupton en 1977, titulada
“The Other Atlantis”. De este último texto leyó, ante mi curiosidad, lo
siguiente: “Las implicaciones del Oera Linda son que algunos refugiados de la
hundida Atlandia, alcanzaron el área general de los Países Bajos y Dinamarca,
poblados ya por colonos atlandeses por lo menos desde el año 4.000 A.J.C. Se
establecieron allí y contactaron con sus parientes, quienes, como piratas,
marinos y mercaderes, habían mantenido comunicación con la madre patria y con
los diversos lugares del mundo colonizados por atlandeses”.
“Al cabo de un tiempo, los descendientes
frisones, escribieron relatos de la madre patria, sus gentes, su historia, su
religión y su ley. Conforme una gene-ración sucedía a otra, se perdieron
algunos de los más antiguos escritos, mientras que otros se resumían y se
añadieron nuevos capítulos a la historia de aquel pueblo. Se convirtieron así
en el diario de un pueblo renovado y modernizado, en una verdad sagrada para la
familia que la poseía”.
“Estos resúmenes y adiciones, continuaron
siendo realizados por los descendientes de la Atlandia hasta el año 1256 de
nuestra Era, dando de este modo, siempre que se acepte la autenticidad de los
manuscritos, el testamento de la historia de un pueblo durante 3.000 ó 5.000
años: un
documento sin paralelo en la Historia humana”.
“Nada se añadió después de 1256, fecha en
que Hiddo Over de Linda de Frisia, recopiló todo el material existente en un
nuevo papel hecho a base de algodón, que los árabes habían traído a España y
que se estaba empezando a utilizar en toda Europa”.
“La copia final pasó de una generación a
otra de la familia, hasta el año 1848, fecha en que una mujer, Aafjie Meylhof
(nacida Over de Linden), se la dio a su sobrino Cornelius Over de Linden. Este
último, que era maestro de navíos en los Astilleros Neerlandeses de Helder,
decidió finalmente que el doctor Eelco Verwiss, bibliotecario de la Biblioteca
Provincial de Leewarden, de Frisia, copiara el documento”.
“El escrito –con todas sus implicaciones–
pasó a dominio público”.
Siguió leyendo el Profesor los
comentarios de Robert Scrupton, reseñando las pericias sufridas por el Oera
Linda hasta nuestros días. Pues, aunque no existen casi dudas sobre su
autenticidad –por lo menos hasta el año 1256–, muchos se resisten a aceptarlo
como documento histórico ya que el milenario libro, al echar luz sobre
episodios mitológicos de la Historia, se hace de enconados enemigos.
Yo escuchaba fascinado mientras el
Profesor continuaba implacable:
–Bien, vamos a lo nuestro. En uno de los
manuscritos frisones, donde se cuenta la lucha que sostuvieron los hombres de
Frisia (blancos) con los invasores Magiares (amarillos) 2.000 años A.J.C. está
la historia de Neef Teunis, un marino frisón que, saliendo de Dinamarca, navega
hasta el Mediterráneo con la idea de entrar al servicio de los Reyes de Egipto.
“En
la parte más al norte del Mediterráneo –dice el Oera Linda– hay
una isla cercana a la costa. Llegaron allí y pidieron comprarla, sobre lo que
se celebró un consejo general”.
“Se pidió el consejo de la Madre, y ella
deseaba verlos distantes, por lo que no vio daño en ello; pero cuando después
vimos el error que habíamos cometido, llamamos Messellía (Marsella) a la isla.
Enseguida se verá la razón que tuvimos”.
“Los Golen, nombre que recibían los
Sacerdotes misioneros de Sidón, habían observado que la tierra estaba
escasamente poblada, y alejada de la Madre”. –Le aclaro, Arturo, que
tanto en el Oera Linda, así como en numerosas sagas tradicionales nórdicas, se
utiliza el término “Madre” para denominar, genéricamente, a las Sacerdotisas
del Culto del Fuego–. “Con el fin de causar una impresión
favorable, los Golen se llamaban a sí mismos en nuestra lengua “Seguidores de
la Verdad”, pero mejor se hubieran llamado “Quienes no tienen la Verdad” o,
más breve-mente, Triuweden, como después los llamó nuestro pueblo marinero.
Cuando estuvieron bien establecidos, sus mercaderes cambiaron sus bellas armas
de cobre y todo tipo de joyas, por nuestras armas de hierro y cueros de bestias
salvajes, que eran abundantes en nuestros países nórdicos; pero los Golen
celebraron todo tipo de fiestas viles y monstruosas, que los habitantes de la
costa promovían con sus lascivas mujeres y su dulce vino envenenado. Si alguno
de nuestro pueblo se conducía de forma que su vida estaba en peligro, los Golen
le proporcionaban refugio y lo enviaban a Phonisia, es decir, Palmland
(Fenicia). Cuando se había establecido allí, le hacían escribir a su familia,
amigos y conocidos diciendo que el país era tan bueno y la gente tan feliz que
nadie podía formarse una idea de él. En Gran Bretaña –colonia penal
atlandesa– había muchos hombres pero pocas mujeres. Cuando los Golen supieron
esto, llevaron muchachas de todas partes y se las dieron a los británicos por nada.
Pero todas esas mujeres servían sus propósitos de robar niños a Wr-Alda para
dárselos a los falsos dioses”.
En el Oera Linda se denomina Wr-Alda a
Dios. Pero este Dios Frisón es alternativa-mente, en los antiguos relatos, ora el
Demiurgo Jehová Satanás, ora el Incognoscible Dios Hiperbóreo. La confusión
surge, presumiblemente, a causa de la caída en el exoterismo que padecen los
Frisones, así como otros pueblos sobrevivientes de la catástrofe atlante, con
el correr de los siglos.
Sobre esta parte del Oera Linda, comenta
Robert Scrupton: “Triuwiden, o Druviden, puede considerarse el
origen del nombre ‘Druidas’, mientras que ‘Golen’ es otra forma de ‘galli’,
vale decir, los ‘gauls de Fenicia’ ”. Como ve, amigo Arturo, este increíble
documento hace retroceder en muchos siglos las noticias sobre los Druidas –que
ahora serían “los que no tienen la Verdad”– haciéndolos provenir de Medio
Oriente, lo que confirma la presunción que siempre existió sobre su origen no
celta.
Faltaría saber ahora... –¿Me está
escuchando Arturo?
Había quedado paralizado minutos atrás,
precisamente cuando el Profesor leía el Oera Linda y pronunció la palabra
“Golen”. Los encarnizados perseguidores de la Casa de Tharsis, a quienes
Belicena Villca denominaba “los Golen”, eran definitivamente “Druidas”. Eso Yo
ya lo sabía porque estaba implícito en la carta; pero allí el Profesor me
demostraba que ello no constituía ningún secreto, que existían documentos e
información suficiente sobre aquellos malditos Sacerdotes. Sólo mi ignorancia
de la Historia, y de los personajes más oscuros de la Historia, había causado
la sensación de extrañeza que experimenté cuando leí la carta y conocí las
intrigas y los planes de los Golen. A punto estuve más de una vez, y ahora me
arrepentía de ello, de dudar de la cordura de Belicena, de negar la fantástica
realidad de los Golen.
–Sí Profesor, le escucho –respondí
temeroso de ofenderlo.
–Faltaría ahora –repitió pacientemente–
saber si realmente se trataba de Fenicios, pues en esa Epoca Sidón era una
ciudad portuaria, tremendamente cosmopolita.
Comprendía el interrogante que planteaba
el Profesor pero no me interesaba por el momento profundizar en esa dirección,
habida cuenta de todos los detalles aportados por Belicena sobre el origen
hebreo de los Golen. En cambio una pregunta diferente pugnaba por salir de mi
garganta: debía conocer qué sabía el Profesor sobre la actualidad de los Golen.
–Profesor Ramirez, disculpe si lo
interrumpo, pero ¿hay Druidas en esta Epoca? –pregunté con vehemencia.
Suspiró resignado el viejo profesor.
–Ud. me hace una pregunta muy concreta y
trataré de responder en idéntica forma; pero entienda que no es fácil y deberé
ponerlo sobre otros antecedentes para que pueda juzgar, por sí mismo, la
validez de mi respuesta: porque si bien hay sociedades celtistas y autores
dedicados al estudio del druidismo, sólo se trata de historiadores o diletantes
y no de verdaderos Fili. La verdad habrá que buscarla, entonces, en otra parte.
Durante varios siglos el druidismo
pareció eclipsado, específicamente (como bien dijera Ud. al comienzo de nuestra
charla) desde la conversión de los pueblos celtas al cristianismo. Esta
conversión es bien temprana, pues San Patricio convierte a Irlanda al
catolicismo entre los años 432 y 463. Los pueblos celtas de las Galias estaban
en esa Epoca bajo el dominio de dinastías germanas, las que abrazaban en todos
los casos el cristianismo arriano, doctrina elaborada por el obispo libio Arrio
en 318 y condenada por herética en el Concilio de Nicea de 325. El padre
Llorca, en su monumental Manual de Historia Eclesiástica, dice que, según
Arrio: “no hay más que un solo Dios, eterno e incomunicable. El verbo, Cristo,
no es eterno, sino creado de la nada (ex ouk untwn) . Por tanto verdadera
creatura, mucho más excelente que las demás; pero no consubstancial con el
Padre (poihma tou Patroz) . Por consiguiente no es Dios”.
Esta doctrina atentaba contra el
“Misterio” católico de la Trinidad por lo que fue ferozmente combatida por los
Romanos Papas.
Sea como fuere, lo cierto es que en la
conversión de la nobleza arriana al catolicismo, sucumbió el pueblo celta que
debió aceptar el nuevo dogma, como anteriormente había aceptado el arrianismo,
es decir, por imposición.
El reino Visigótico de España, se vuelve
Católico de la noche a la mañana en el Concilio III de Toledo de 589, con la
conversión del Rey Recaredo por parte de San Leandro. Pero el paso definitivo
para la catolización de la galia céltica, ya lo había dado el ignoto Rey Franco
Clodoveo, quien al convertirse en el año 496, se transforma en un instrumento
de la Iglesia para la conquista misionera.
Podría pensarse que los Druidas –de tan
ruda oposición a los Dioses Hiperbóreos Tuatha de Danan en Irlanda– habrían de
organizar la defensa contra la nueva fe (lunar) que desplazaba el antiguo culto
(solar) celtíbero del Dios Beleno (adorado en Grecia también como Apolo) y a la
Diosa Madre Belisana. Pues nada de eso aconteció, ya que los Druidas
aconsejaron al pueblo la conveniencia de abrazar el cristianismo y ellos mismos
se hicieron cristianos. ¿Druidas cristianos? Sabios en las leyes ocultas de la
naturaleza material; poseedores de una Ciencia secreta demoníaca; ¿cree Ud. que
se habrían convertido al cristianismo subyugados por esta religión?
El Profesor me miraba intensamente.
–Tal como Ud. plantea las cosas
–respondí– estas conversiones me recuerdan a las de los marranos, o sea esos
judíos, que forzados a elegir entre hacerse católicos o morir aceptaron lo
primero, simulando practicar la nueva fe durante años (o siglos si consideramos
que hay familias marranas que aún hoy, viven una doble vida), pero conservando
el rito y las costumbres judías en secreto.
–¡Bien Dr. Siegnagel! –bramó el Profesor–
justamente a eso me refería; a una con-versión fingida como la de los judíos
marranos. Si Ud. considera la pregunta que le hacía antes, al leerle el texto
del Oera Linda que sitúa a los Druidas como oriundos de Sidón, en Fenicia,
comprenderá que hay otras similitudes sospechosas.
El Profesor no dejaba de sorprenderme con
su agudeza, planteando las cosas de tal modo que, como en los diálogos de los
Sofistas griegos, las respuestas brotaban espontáneamente en el interlocutor
del Filósofo.
–Sí,
–afirmé, fingiendo sorpresa por las consecuencias que adivinaba–. La relación
resulta innegable, Profesor: ¡Judíos y Druidas provenían de Medio Oriente!
Acompañé el comentario asintiendo
elocuentemente con la cabeza. Este gesto estimuló al Profesor a continuar y,
mientras agitaba briosamente en una mano el libro “El Misterio de los
Templarios”, decía en tono convincente:
–El gran celtista Louis Charpentier,
autor de este libro y defensor a ultranza de los Golen y los Templarios, lo
confirma con investigaciones fundamentadas: los Druidas se refugian en la
Iglesia Católica. La oportunidad la brinda San Benito, personaje de gran
sabiduría y santidad que al fundar la Orden Benedictina con una regla, (Ora et
Lavora) que enaltece el trabajo y la oración, impulsa a la misma al salvataje
de la Cultura griega y romana, amenazada de muerte por la decadencia del
Imperio Romano, la barbarie, y la ignorancia increíble de los Papas.
El punto de contacto se produce con San
Columbano, un Fili de Irlanda dedicado enteramente a convertir los pueblos celtas
a la religión católica. Louis Charpentier no puede ocultar su admiración por la
infiltración druídica, cuando dice: “...San Benito había muerto en el 547, siete
años después del nacimiento de San Columbano. Benito había conservado el tesoro
clásico para la cristiandad; a esta misma cristiandad, San Columbano le iba a
hacer entrega del tesoro celta”.
“San Columbano era un cristiano de
Irlanda, país que había abrazado muy pronto el cristianismo, sin las
imposiciones más o menos brutales de los Emperadores romanos, ni las de los
bárbaros que se decían romanos, como había sucedido en todos los países celtas
de pasado druídico. Puede decirse, sin incurrir en error, que los cristianos de
Roma y los de Clodoveo, hicieron desagradable el cristianismo en las Galias”.
“Irlanda no conoció a Roma ni a los
bárbaros, y eso explica esa aceptación del cristianismo sin brusquedades”.
“Tampoco se conocen muchas cosas sobre
los Druidas; pero su facilidad para aceptar una cierta forma de cristianismo,
parece situarles espiritualmente muy cerca de aquél. Nada de la nueva
revelación les ha extrañado: ni la unidad Divina, ni un Dios no Creado que
engloba el Universo en todas sus formas, ni la Divinidad en Tres Personas, ni
un Dios nacido de una Virgen, ni el Dios encarnado, ni el Hombre Divino
crucificado, ni la resurrección, ni la inmortalidad del Alma que ellos ya
predicaban...”
“San Benito, en sus últimas horas,
gritaba: “Veo a la Trinidad y a Pedro y a Pablo y a Druidas y a Santos...”
“Todo el pueblo celta, tras los Druidas,
se precipitó hacia el cristianismo”. “Irlanda, que había escapado a la
conquista romana y luego a las conquistas árabes, permaneció cristiana, pero si
puede decirse así, “druídicamente”.
Indudablemente el Profesor Ramirez sabía
apoyar sus argumentos con los textos más adecuados, pensé con admiración.
–Alrededor de esos sucesos –proseguía el
Profesor– se sitúa (siglo VII) la “desaparición” de los Druidas en su aspecto
tradicional, pero se producen esporádicas rea-pariciones a través de la
Historia, especialmente durante las Cruzadas (siglos XI a XII), en los procesos
a los Templarios (siglo XIV), en el Renacimiento (siglos XV y XVI), en la
afirmación de las corrientes llamadas de la Ilustración, Librepensamiento, Enciclopedismo
y Masonería, (siglos XVII y XVIII).
Como ve, siempre aparecen vinculados a la
crisis o a la revolución, pero ojo Arturo, solamente en relación a la Raza
celta. Parece que la presencia del Druida tiene un solo objeto: ser
guía de los celtas, como cantaba Taliesin. Hoy celta significa poco,
pero recuerde que gran parte de Francia e Italia, Portugal, Bélgica, Suiza,
Irlanda, Escocia, parte de España y el 50% de la América Blanca, son celtas.
A esta altura de la conversación (o
monólogo debería decir, ya que el Profesor con su precisión no daba lugar a
interrupciones) Yo estaba profundamente impresionado. El Profesor Ramirez sabía
sobre el asunto mucho más de lo que me había imaginado al comienzo de la
conversación. Decidí continuar con el juego y simular mayor asombro. Para
actuar con convicción trataría de llevar el diálogo a un terreno concreto.
–La Gran Conspiración Judía Mundial puedo
comprenderla perfectamente, Profesor, dado que el objetivo declarado por
Rabinos o simples hebreos de todos los tiempos, es el Dominio del Mundo y el
sometimiento de la Humanidad al Pueblo Elegido por Jehová. “La Israel celeste –dice
el Talmud– tiene como destino de gloria reinar sobre los pueblos gentiles”.
Pero ¿qué objetivo persiguen los Druidas
perpetuándose a través de los siglos para dirigir secretamente a los celtas,
mediante su Ciencia maldita? No un objetivo imperialista, pues los celtas jamás
tuvieron Imperio, sino que establecían confederaciones de tribus o pueblos cuya
decadencia comenzó con la “Campaña de las Galias” realizada por Julio César.
Tampoco un objetivo que implicara algún tipo de beneficio espiritual para los
celtas, pues, ya no lo dudo, los Fili están impulsados por algún fin perverso.
¿Por qué lo hacen, Dios mío, por qué?
Traté de plantear el interrogante lo
mejor que pude al Profesor Ramirez. Se quedó pensativo un largo minuto y luego,
con gesto de desaliento, respondió:
–No lo sé Dr. Siegnagel –me llamaba
alternativamente Arturo o Dr. Siegnagel–. Sólo puedo conjeturar algo. Pero
tenga presente esto ¡es sólo una conjetura! De ninguna manera podría probarlo.
Le diré lo que pienso, pero jamás lo repetiría fuera de esta oficina y de este
momento.
Contuve la respiración por temor a que el
Profesor callara.
–Sabido es que el poder financiero judío
comienza a desarrollarse a fines de la Edad Media, cuando los orfebres en
metales preciosos (casi siempre judíos), vistos en la obligación de construir
cámaras de seguridad para guardar el oro y la plata de los Señores feudales y
Nobles, comienzan a efectuar préstamos a interés, utilizando como garantía
estos depósitos ajenos. El primer paso fue emitir un documento, reconocido por
todos, como “elemento de pago”, verdadero papel moneda que permitía comerciar
sin necesidad de efectuar pagos en metálico. Desde luego que este
“descubrimiento” fue rápida-mente adoptado y utilizado a discreción por grandes
comerciantes y prestamistas, al estilo del “Mercader de Venecia” que tan
brillantemente retratara Shakespeare. Pero, el secreto del enriquecimiento,
estaba sin duda en la usura, verdadero origen de la
“Banca”.
En el siglo XVII ya hay suficientes
bancos judíos en el mundo como para asegurar a éstos una buena porción del
Poder; el siglo XVIII, por poner un ejemplo, ve la ascensión de la “Casa Rothschild”,
familia judía dueña de la Banca del mismo nombre, de nefasta actuación hasta el
siglo XX.
Todo esto es historia conocida, pero lo
que quiero significar es que, obtener el control de los medios financieros,
lleva inevitablemente a una lucha por el control del Estado. Y al fin de la
Edad Media, cuando comienza esta historia, el Estado es la Iglesia Católica,
razón por la que, entre los siglos XV y XX, la lucha por el Poder iba a
enfrentar en muchas ocasiones a la Iglesia Católica y al Gran Kahal Judío.
Estos enfrentamientos, a veces feroces,
deberían haber acabado con uno de los bandos, si en el curso de los siglos algo
así como una mano invisible no hubiera intervenido siempre para conciliar a
ambos oponentes. Estudie, Arturo, la Historia y verá con claridad lo que le
digo; cuando surge el conflicto por un lado, sea que lo inicie la Iglesia o los
Reyes Católicos o la Inquisición, etc., contra el Poder Judío, o por otro lado,
sea que la Conspiración Hebrea lanza “la Revolución”, “la Masonería”, “el
Marxismo”, etc., contra el Poder Cristiano, allí aparece un elemento moderador,
suavizador del conflicto; evitando la lucha inminente; diluyendo las tensiones.
Este elemento, brazo ejecutor inconsciente, es el celta. ¡Pero atrás del celta
está el verdadero instigador: el Golen, el Fili, el Druida, con su poder
increíble!
¡Sé que pensará que no estoy en mis
cabales, Arturo; y no puedo probar esta conjetura fantástica que apenas me
atreví a formular!
El Profesor me miraba turbado. Era
evidente que temía haberse excedido y por eso sus ojos trataban de taladrar mi
cerebro. Y sin embargo, a pesar de sus prevenciones, sus hipótesis se quedaban
cortas frente a la magnitud de los planes Golen que denunciara Belicena Villca
en su carta: era cierto, tal como lo comprendiera el Profesor, que los Golen
“mediaban” entre la Iglesia y la Sinagoga; pero no era menos cierto que Ellos
perseguían un objetivo más ambicioso: la Sinarquía Universal y el Gobierno Mundial
del Pueblo Elegido. No pude menos que sonreír al contemplar el rostro
preocupado del Erudito. Eso lo tranquilizó.
–A través de un profundo análisis
histórico, –continuó sin dejar de observarme– muchos han supuesto que un
secreto enlace vincula los distintos Vértices de Poder del Mundo y se ha
afirmado la existencia de una secta supersecreta que podría ser la Masonería,
la B'nai Brith (Masonería judía), la Comisión Trilateral, etc., o cualquier
otra organización de ese tipo, a la cual pertenecerían todos los hombres que
detentan el Poder. Esta hipótesis es demasiado gigante para mí; en cambio lo
que puedo asegurar, basándome en muchos años de investigación histórica, es que
entre dos grandes Colosos, la Iglesia Católica y la Sinagoga, existe una impía
vinculación oculta para llevar a cabo el fin inconfesable del Poder Mundial. ¡Y
esa impía vinculación se da a través de los Druidas! ¡Aquí está parte de la
verdad! –casi gritó el Profesor, señalando el dibujo de la joya–. Pero ¿qué es
este papel? nada, ninguna prueba, sólo un dibujo sin sentido hallado por un alumno,
pero que encierra el secreto de algunas fuerzas que mueven el Mundo.
–Creo advertir, a partir de sus
argumentos tan significativos, que ha respondido Ud. afirmativamente a mi
pregunta –dije cambiando de conversación y dispuesto a no revelar nada sobre el
crimen de Belicena Villca–. ¿Debo, pues, inferir que existirían hoy día los
Druidas?
–Mi apreciado Dr. Siegnagel, esa pregunta
tal vez esté destinada a ser respondida por Ud. mismo. Yo le he dado suficiente
información y sólo me resta asegurarle que la investigación histórica, a menos
que aparezca otro Oera Linda o se abra la Biblioteca Privada del Vaticano, no
arrojará nada nuevo sobre los Druidas –afirmó categóricamente.
–¿Por qué? –pregunté, esta vez con
verdadera sorpresa.
–Por una razón muy sencilla, pero
inexplicable, Dr. Sieg-na-gel –dijo el Profesor con sorna, casi deletreando
mi apellido alemán–. Porque entre 1939 y 1945 batallones especialistas de las
Waffen SS, cuerpo de élite alemán,
vaciaron Europa de los pocos documentos que había sobre los Druidas.
–¿Para qué podrían querer los SS esa
información? –pregunté con desconfianza, pues no me gustaba el rumbo que tomaba
la conversación.
–Eso no se supo nunca con seguridad. Durante
esos años se creía que la documentación era llevada al más importante centro de
entrenamiento de las SS, el Castillo de
Werwelsburg, en Westfalia, donde había una Biblioteca especializada en Religión
y Ocultismo de más de 50.000 volúmenes. Pero al finalizar la guerra, parte de
este valioso material y el “Círculo Restringido” de las SS (unos 250 hombres superentrenados y supersecretos) se evaporó como por
encanto.
Ud. Sabe –me decía el Profesor con mirada
cómplice– todas esas historias sobre refugios ocultos, el grupo Odessa,... bah,
patrañas.
–Sí –asentí con un gesto y miré el reloj.
Eran las 20 hs. 30 minutos. Calculé que llevábamos cinco horas reunidos y sentí
vergüenza de abusar de ese modo del precioso tiempo del Profesor.
–No hay por qué disculparse, Arturo,
–decía el Profesor ante mis excusas– ha sido una charla de mi agrado, en la
cual he recordado con Ud. algo de lo que, en otros tiempos, hubo también de
preocuparme a mí.
En ese día de Verano sólo quedaban, en la
Facultad, el Sereno y el personal de limpieza. Salí en compañía del Profesor
Ramirez y le acompañé hasta una de las Casas Docentes que habita, dentro mismo
de la Ciudad Universitaria. Y nunca más volví a verlo... ¡Que el Incognocible
guíe su Espíritu hacia el Origen, o que Wothan lo conduzca al Valhala, o que
Frya le muestre la Verdad Desnuda de Sí Mismo, que su corazón se enfríe para
siempre, que conquiste el Vril y posea la Sabiduría que tanto buscó durante su
vida! Y, por sobre todo: que consiga huir de la venganza de Bera y Birsa...
Capítulo IV
El
regreso a mi departamento lo hice sumido en sombrías cavilaciones, luchando por
evitar que el desaliento me ganara. Pasado el entusiasmo inicial, el peso de la
realidad se apoyaba duramente en mi Espíritu y me planteaba un interrogante
insoslayable: ¿cómo podría Yo, valiéndome sólo de mis propias fuerzas, cumplir
con la solicitud de Belicena Villca? Es cierto que me sentía dueño de una
voluntad inquebrantable, que no cedería así porque sí en mi determinación de
llegar hasta el final, que todas mis fuerzas, sin reservas, las
pondría a disposición de la Causa de la Casa de Tharsis; pero era cierto,
también, lo reconocía humildemente, que Yo no estaba dotado con las virtudes de
Ulises. No; definitivamente Yo no era el Héroe Perseo que según Belicena
descendiera hasta el mismo Infierno para conquistar la Sabiduría: pero no sólo
a aquellos Héroes mitológicos Yo no me parecía; no me aproximaba ni remotamente
a alguno de los Señores de Tharsis. Ellos sí que sabían cómo resolver toda clase
de situaciones. Se habían enfrentado durante milenios a una infernal
conspiración, inconcebible para una mente humana corriente, soportaron varios
intentos de exterminio, y salieron airosos de todas las pruebas, sortearon
todos los peligros, triunfaron de todos los enemigos. Y lo consiguieron porque,
al decir de Belicena, sus corazones eran más duros que la Piedra diamante y
poseían la certeza del Espíritu Eterno; y porque experimentaban una hostilidad
esencial hacia las “Potencias de la Materia”, que les permitía exhibir
una fortaleza indescriptible frente a cualquier enemigo. Ellos se habían
mantenido “al margen de la Historia”, tratando de preservar la herencia de la
Sabiduría Hiperbórea de los Atlantes blancos. Eran Iniciados que actuaban
conscientes de su responsabilidad espiritual. Cumplían con la “Estrategia” de
sus Dioses y los Dioses se dirigían a Ellos y los guiaban.
Yo, en cambio, era incomparablemente más
débil. No distinguía tan claramente como ellos entre el Alma y el Espíritu,
aunque la lectura de la carta me produjo como una revelación del “Yo
espiritual”, como la intuición innegable de la verdad del Espíritu encadenado
en la materia; pero por ahora era sólo una intuición espiritual. Tampoco recibí
una tradición esotérica, una sabiduría heredada, y mucho menos tuve la
posibilidad de ser Iniciado en el verdadero Misterio del Espíritu: busqué, eso
sí, la verdad por muchos años, como narraré luego, y hasta llegué a descubrir
por mí mismo la realidad de la Sinarquía Universal, pero jamás se me ocurrió
luchar contra tales fuerzas satánicas, ni nunca imaginé que fuese necesario
hacerlo, imprescindible, inevitable, una cuestión de Honor. Por el
contrario, como expresa el conocido tango, “Yo me entregué sin luchar”: dejé
que el sentimentalismo me ablandara el corazón, que me impregnaran las
costumbres decadentes del siglo, toleré y conviví con las más abominables
realidades, las mismas en que se hunde lentamente la Cultura occidental, sin
reaccionar. Y no reaccioné nunca porque carecía de reflejos morales, estaba
como dormido, quizás porque en el fondo, como ahora, tenía miedo de luchar y
reaccionar, de enfrentar a fuerzas demasiado poderosas. ¡Oh, Dios! ¡Me habían
convertido en un idiota útil, en un estúpido pacifista!
Pero ahora las cosas cambiarían: si había
que destruir ¡destruiría!; si había que matar ¡mataría!; cualquier cosa haría
antes de transar con el Enemigo del Espíritu, descripto por Belicena Villca.
Sólo necesitaba ayuda, algún tipo de ayuda espiritual. En resumen, Yo estaba
decidido a llegar hasta el final, a jugar, como dije, todas mis fuerzas por la
Causa de la Casa de Tharsis, pero era también realista, consciente de mis
limitaciones, y sabía que sin ayuda no podría llegar a ninguna parte. Mas ¿a
quién podría recurrir por tal auxilio? Eso no lo podía decidir por el momento,
pero es sobre lo que me ocuparía de pensar en las siguientes horas.
Guardé el automóvil en la cochera de la
Torre en que vivía desde unos años atrás y subí por una detestable escalera
caracol de hormigón armado hasta el palier de los ascensores. Unos minutos
después, me encontraba cómodamente embutido en mi pijama, dispuesto a meditar
sobre aquello que me preocupaba.
“Tres ambientes es demasiado grande para un
hombre solo” me repitieron hasta el cansancio mis padres cuando lo
adquirí, pero ahora el Departamento no lo parecía, debido a la acumulación
desordenada de objetos arqueológicos, publicaciones varias y libros. En
realidad para los libros destiné un pequeño cuarto al que doté de estanterías
en las cuatro paredes; pero pronto la capacidad de esta biblioteca se vio
colmada y los nuevos libros fueron ganando los demás ambientes como huéspedes
indeseables.
El único lugar más o menos arreglado con
cierto orden, era el amplio hall que con-taba con un juego de sillones, mesa
ratona y lámpara de leer. Junto a mi sillón predilecto, la ventana dejaba ver
la ladera de un pequeño morro a cuyo pie, imponente y majestuosa, se yergue la
estatua ecuestre del General Martín Miguel de Güemes. Allí me senté, presa de
un sentimiento muy especial, como se verá con el correr del relato, y permanecí
varias horas; hasta que se produjeron los fenómenos.
Pero no nos adelantemos; eran las 12 de
la noche y Yo, retomando el hilo de los pensamientos anteriores, me preguntaba
obsesivamente: debo solicitar ayuda, pero ¿a quién?
Como siempre ocurre cuando el hombre se
enfrenta a situaciones que le sobre-pasan y clama por ayuda exterior, queda
indefectiblemente planteado un problema moral; es la antiquísima confrontación
entre el bien y el mal. En estos casos el principio fundamental que debe primar
en el juicio sobre la “amistad” o la “enemistad” de las Potencias a las cuales
nos dirigimos, es el discernimiento. Cuando la “ley” es
precisa, en sucesos que deben encararse jurídicamente por ejemplo, el
discernimiento es automático, racional diríamos. En la compleja trama
legislativa, miles de leyes entrelazadas cualitativa y jerárquicamente regulan
la conducta del hombre en la sociedad civilizada. Existen “figuras” jurídicas typo
que permiten orientar el juicio y determinar con precisión si lo que hace un
hombre es bueno o es malo: es bueno si no produce contradicciones jurídicamente
demostrables, es malo si falta a la ley.
Esto en cuanto a la conducta del hombre
colectivamente ajustada a la “ley”. En la esfera individual el sujeto,
generalmente ignorante de la gran variedad de leyes que reglamentan el Derecho,
se conduce de acuerdo a su “conciencia moral”. Este concepto alude a que el
hecho de ser miembro de una sociedad humana, tanto por la transferencia
cultural de generaciones de antepasados como por la educación o simplemente la
imitación del prójimo, capacita al hombre en el ejercicio de una especie de
reflejo condicionado moral que actúa, al fin, como una intuición (conciencia
moral o “voz de la conciencia”). Pero no se trataría de una verdadera
intuición, sino de la apariencia de ésta y lo que sucedería sería que un
estrato de experiencias morales, asimiladas por los medios mencionados o por
cualquier otro y reducidas a nivel inconsciente, actuarían automática-mente
guiando a la razón en el discernimiento de las oposiciones establecidas y
determinando la lógica del juicio.
Se comprende que cuanto más
“automáticamente” se desencadena este mecanismo psicológico, tanto más
debilitada está la voluntad de discernir. El gusto o la comodidad por habitar
en medios poblados o ciudades, habla sobre el predominio de estos procesos
inconscientes y explica el miedo pánico a enfrentarse con situaciones o
circunstancias originales donde pueda fallar el discernimiento. De allí la
falacia de creer que el “habitat” ciudadano, ámbito cultural por excelencia,
hace al hombre más “equilibrado”, cuando la verdad es que el individuo de los
medios rurales suele poseer un discernimiento moral más certero, no racional
sino emanado de las profundidades del Espíritu.
El sereno juicio de hombres a los que
solemos tomar por ignorantes, podría llegar a sorprendernos. Sin la costra de
infinitas costumbres decadentes cristalizadas en todos los sitios de la mente,
estas gentes sencillas experimentan también estados de conciencia trascendente,
sin hacer demasiada bulla y, lo que es bueno, sin efectuar “clasificaciones
parapsicológicas”.
A los efectos de comparar ambas
conductas, supongamos que han sido puestos (el ciudadano y el hombre rural) a
elegir entre Dios y el Demonio, siendo el segundo la imitación del primero. Con
toda probabilidad, la inclinación racionalista del ciudadano, lo incapacitaría
para discernir entre esencia y apariencia Divina. Tal vez esta distinción
tampoco la pueda realizar la simple mente del campesino; pero, por esta misma
simpleza o pureza, él podrá “presentir” la presencia de Dios, tener la
“certeza” de distinguir entre la verdad y la mentira.
Podrá parecer muy difícil que a alguien
se le plantee una disyuntiva semejante, pero para mí ésa era la cuestión al
considerar la necesidad de recibir “ayuda exterior”. Porque esta ayuda sería,
por sobre todas las cosas, “ayuda espiritual”, y ese auxilio sólo podría
provenir del “más allá”, de un Mundo trascendente a la materia y al hombre.
Y aquí es donde Yo me había detenido perplejo en el pasado: ese “otro Mundo” ¿qué
Dios lo rige? ¿cuál es la verdadera Religión del Espíritu? ¿quiénes
son sus re-presentantes en la Tierra? ¿dónde está la Puerta
hacia Dios, hacia el Mundo de Dios, hacia la Patria del Espíritu?
Durante muchos años busqué la verdad de
estas preguntas, pero jamás como ahora estuve ante una situación límite en que
la necesidad de discernir se hacía incompatible con la vida corriente. Pues,
estaba seguro, ya no podría avanzar más en mi vida sin encontrar una respuesta;
tenía 36 años, pero hacía por lo menos 15 que “buscaba” res-puestas. En esa
búsqueda había transitado un camino sinuoso que no desdeñó las cumbres
intelectuales de la Filosofía y la Ciencia, ni los abismos irracionales de
Religiones y Sectas.
Recordaba que al principio había estado
orgulloso de tener una formación “occidental”. Preparado en un ambiente de crudo
cientificismo racionalista, hubo tiempos en que llegué a confiar ciegamente que
las metodologías de la investigación empírica eran el único camino para obtener
un conocimiento cierto del Universo. Pero pasaron los años, aparecieron
angustias que no podían reducirse por ninguna “metodología” y entonces
consideré la posibilidad de explorar otras vías de conocimiento.
Recorrí en esa búsqueda mil tendencias
filosóficas y religiosas; leí cientos de libros y practiqué muchos ritos de
Cultos distintos. Pero siempre ocurría lo mismo; mientras las teorías y dogmas,
expresados de todas las formas imaginables, eran cuando menos dignas de
respeto, no podía decirse lo mismo de las organizaciones que sustentaban tales
ideas. A menos que uno estuviese cegado por una fe fanática, acababa por
descubrir “atrás” de las Ordenes o Sectas –o simplemente de los “Líderes”–, el
fin subalterno e inconfesable; la ligazón inadmisible e intolerable.
Estos fines ocultos, fui descubriendo con
indignación, obedecían a tres modos de operar de las fuerzas sinárquicas: un
modo “militar”, un modo “político”, y un modo “religioso”, sin que esta
clasificación implique orden de importancia o aparición. Las “Sociedades
Secretas sinárquicas”, usaré este nombre genérico, podían comportarse de acuerdo
a uno, dos, o a los tres modos mencionados, y tender firmemente al cumplimiento
de sus fines secretos. En última instancia, comencé a sospechar, todas se unían
en un objetivo común: obtener el dominio del Planeta, favorecer la toma del
Poder mundial por parte de un grupo jerárquico de hombres. Naturalmente, que
entonces Yo ignoraba, hasta la lectura de la carta de Belicena Villca, que los
destinatarios del esfuerzo universal de la Sinarquía eran los miembros del
Pueblo Elegido. Pero, he aquí lo que Yo comprobaba: los Servicios de
Inteligencia de cualquier especie y país, modo “militar” de las Sociedades
Secretas sinárquicas, se ocupan de infiltrar todas las organizaciones posibles,
incluídas las sectas o Iglesias religiosas, cuando no las controlan directamente,
como por ejemplo ocurre con la Iglesia de los Santos de los Ultimos Días (Mormones)
que está hábilmente manejada por la C.I.A. El marxismo internacional, el
trotskismo, el sionismo, etc., modos “políticos” de las Sociedades
Secretas, están atrás de cientos de inocentes organizaciones que les sirven de
fachada. Y dentro de los modos “religiosos” se cuentan miles
de grupos o grupúsculos controlados por la Sinagoga, las Iglesias Protestantes,
el Islam, el Budismo, y hasta la Iglesia Católica. Y siempre el fin último es
el formar un espectro lo más amplio posible para abarcar todas las variantes ideológicas y captar a
todos los disidentes de las Grandes Líneas Internacionales. “Nadie
debe quedar fuera del control de la Sinarquía” parece ser la consigna
que los guía.
El descubrimiento de esta negra realidad,
subyacente bajo falsas promesas de elevación y progreso espiritual, me llevó a
ese estado de “ausencia de ideal” que definí en otra parte del relato. A partir
de allí continué viviendo más o menos normalmente y hasta me interesé por la
Antropología, pero la reacción a las engañosas experiencias pasadas me indujo a
desconfiar sistemáticamente de la “buena fe” de las instituciones social-mente organizadas. Llegué a
sentir espontánea repugnancia al tomar contacto, por primera vez, con alguna asociación
cuyo fin declarado –Yo lo adivinaba inmediata-mente– era veladamente
traicionado en favor de sus internacionales tendencias
ocultas.
Definitivamente Yo no confiaba en ninguna
organización terrenal como intermediaria entre un Orden Espiritual Superior y
el Mundo Material.
Considerando lo dicho, se entenderá mejor
el dilema
que se me planteaba en ese momento: para cumplir el pedido de Belicena Villca,
debería enfrentarme a una Sociedad Secreta de Druidas, hombres que poseían
poderes terribles según se desprendía de la carta y de las declaraciones del
Profesor Ramirez, y hasta correría el riesgo de llamar la atención de los
Inmortales Bera y Birsa, quienes me liquidarían en un abrir y cerrar de ojos. ¡Aquello
no era juego! Yo debía, a la sazón, buscar ayuda contra Ellos; y ese socorro
sólo podía ser espiritual, suministrado por seres que compartiesen el objetivo
de la misión vale decir, por partidarios de la Sabiduría Hiperbórea. Mas,
¿adónde estaban tales seres?
En verdad, Yo creía seriamente que para
emprender la misión con posibilidades de éxito hacía falta algo concreto, que
no era cuestión de sentarse a orar o desgastarse en especulaciones metafísicas.
Mas, me repetía, ¿a qué organizaciones podía recurrir en busca de ayuda? La
Masonería, la Teosofía, la Antroposofía, el Martinismo, los Rosacruces, los
Gnósticos, y otras Sociedades Secretas más ocultas aún, pero de la misma calaña
sinárquica, están en oposición esencial con la Sabiduría Hiperbórea, ahora lo
veía bien claro. Y así, por más que pensaba y repasaba la lista de todas las
organizaciones conocidas, siempre concluía que eran cuando menos sospechosas de
pertenecer a la Fraternidad Blanca, la superorganización oculta enemiga de la
Casa de Tharsis. ¡Oh dilema! Existía una Sociedad Secreta de Iniciados
Hiperbóreos en la Argentina, una Orden de Constructores Sabios, según revelara
Belicena en su carta, pero nadie sabía dónde se hallaban ni cómo llegar hasta
Ellos; Yo trataría de encontrarlos, pero era plenamente consciente que cientos,
tal vez miles, de agentes de la Sinarquía estarían aguardando que alguien se
aproximase para ejecutarlos sin piedad. Dudaba si podría emprender solo esta
búsqueda y por eso examiné la posibilidad de recurrir a alguna organización
“amiga” de la Sabiduría Hiperbórea para solicitar ayuda. Empero, lo repito, por
más que pensaba no daba con la solución: ¿es que la Sabiduría Hiperbórea no contaba
con partidarios en este Mundo? La respuesta parecía ser “no”; por lo
menos no contaba con seguidores socialmente organizados; o Yo desconocía la
existencia de alguna organización semejante.
Capítulo V
Mi único aliado –pensaba al comienzo de la reflexión–
es el discernimiento. El me indicará adónde dirigirme, en quién confiar. Si es
que hay alguna línea filosófica o religiosa afín, él me permitirá descubrirla;
él me dirá si es “bueno o malo” y cómo recurrir a ella.
Pero el análisis efectuado al cabo de
profunda meditación, arrojaba una conclusión escalofriante: a medida que eliminaba
posibilidades, todas las organizaciones quedaban en un bando (enemigo) y en el
otro nadie.
Por más que intentaba polarizar
maniqueamente la miríada de Religiones, Sectas, Asociaciones, Sociedades
Secretas, Organizaciones, Grupos, Ordenes, Ligas, Hermandades y Fraternidades,
no lograba discernir sobre una siquiera que ostentase un rayo de Luz Increada,
un destello de la Verdad Primordial del Espíritu. Sin embargo, si todo cuanto
afirmaba Belicena Villca sobre el Origen del Espíritu Increado era cierto, si
el Espíritu sólo podía experimentar hostilidad hacia este Mundo, hacia la
Cultura judaica que hoy predomina en este Mundo, no sería extraño el resultado
de mis reflexiones. Por el contrario, sería más bien lógico que estando la
Fraternidad Blanca a punto de realizar la Sinarquía Universal, como en el siglo
XIII, no existiese sino una organización de Iniciados en la
Sabiduría Hiperbórea. Sí: del mismo modo que en el siglo XIII el Circulus
Domini Canis se opuso a los planes de la Fraternidad Blanca, quizás
ahora existiese únicamente la Orden de Constructores Sabios del Señor de
la Orientación Absoluta.
–Entonces, –me decía desolado, sintiendo
que una angustia, muy parecida al terror, ascendía desde el estómago hasta la
garganta– entonces no debo esperar ninguna ayuda concreta para cumplir mi
misión. ¡Estoy librado a mis propias fuerzas! –Me costaba aceptar esto.
La misión propuesta por Belicena era
claramente una tarea que requería el desempeño de un hombre superior, de
alguien dotado con mucho más de lo que Yo contaba en ese momento. Si de algo
estaba seguro empero era de que la ayuda espiritual sería imprescindible para
cumplir la misión. Pero la ayuda, según mis recientes conclusiones no debía
esperarla de las organizaciones humanas: no podía haber intermediarios entre lo
espiritual y Yo. Era evidente pues, que la ayuda espiritual tendría que
manifestarse directamente en mi interior; que Dios, o los “Dioses Liberadores”,
o mi propio Espíritu, Eterno, Increado, Infinito, si respondían a la solicitud
de auxilio, tendrían que hacerlo en lo más profundo de mi intimidad psíquica.
Desde hacía rato sentía una especie de
ahogo, una opresión en el pecho a la que no daba mucha importancia, pues la
atribuía al tórrido Febrero. Esta presunción pronto se desvaneció, pues las
noches de Salta suelen ser bastantes frescas, aún en verano, y ésa no era la
excepción. Lo noté de inmediato cuando abrí la ventana: vi el parque tenuemente
iluminado por el crepúsculo de las 4 horas, al tiempo que una brisa fría me obligó
a cerrar el postigo. Parado junto a la ventana, extrañamente sofocado por una
angustia desconocida, pensé torpemente que en unos minutos más amanecería.
Una sensación de soledad cósmica me había
embargado poco a poco, sin notarlo, y al fin logró calar hasta el fondo de mi
Alma. Por un instante pensé que el análisis anterior me había aislado
solipsisticamente del Mundo; o, en otras palabras, que la polarización maniquea
a que sometí las organizaciones humanas, había continuado inconscientemente saltando de categorías hasta un
enfrentamiento: Yo y el Mundo. Esto podría darse por mi instintivo rechazo de
lo material. Pero no era así pues al pensar en mis amigos, mi familia, los
seres que admiro, intuí enseguida la potencia espiritual en ellos. Y la conocida
sensación de alegría que me inspira lo espiritual, hizo vibrar mi cuerpo. Sí;
era capaz de intuir el Espíritu en algunos seres y por lo tanto no estaba
realmente solo. La desgarradora soledad que sentía ahora –pensé velozmente– no
era producto de una desviación patológica como la que suelen padecer en sus
melancolías los solipsistas egoístas. Esta era una sensación totalmente
distinta. Lacerante y dolorosamente aguda podía traducirse en una palabra: abandono.
Me sentía solo y cósmicamente abandonado,
pero en esa sensación de abandono, compenetrada, había una segunda sensación,
más sutil pero menos dolorosa: era como un reproche mudo que vibraba en el
fondo de mi Alma, pero a una profundidad inimaginable. Era el reproche de un
Dios que se transmitía a través de un espacio sin dimensiones y que parecía
llorar por una pérdida; una amputación metafísica de Su Substancia que era
sufrida como sólo El es capaz de sufrir.
Y esa pérdida que reprochaba el Dios, era
Yo mismo...
Yo que lo traicionaba, que cometía una
herejía condenada y abominable.
Me sentía solo y cósmicamente abandonado,
repito, pero en un grado tan intenso que por un instante creí morir.
Debe comprenderse que todo esto ocurrió
muy rápido, quizás en unos minutos o segundos. Y lo más probable es que hubiese
realmente muerto –esto lo comprendí mucho después– de haberme dejado ganar
totalmente por ese extraño estado anímico.
Si no ocurrió así fue porque remotamente,
en las fronteras ya de la conciencia que me abandonaba rápidamente, tuve una certera
intuición: ¡esa emoción que me estaba matando era externa a mi propio ser!
No era Yo quien se lamentaba y gemía
emotivamente con una fuerza tal que lo llenaba todo; que atravesaba mis
múltiples esferas de percepción y se difundía por la realidad circundante; que
disolvía mi conciencia al perder la diferenciación entre sujeto y objeto.
Lo curioso fue que al hacer consciente
esta intuición, todo se cortó de golpe, en un estallido silencioso y brillante
en el que creí distinguir fugazmente un círculo blanco que me rodeaba.
Es decir, no todo se cortó, porque ahora
la sensación se había trasladado total-mente fuera mío, al Mundo
concreto.
Yo me sentí de pronto lúcido y alerta,
mientras a mi alrededor, los muebles, el piso, las paredes del Departamento,
todo parecía irradiar una maldad espantosa y amenazadora. Era algo tenebroso
que se inducía epidérmicamente, que se percibía con todo el cuerpo, con cada
órgano, con cada átomo. El mismo estado anterior, pero invertido y
exacerbado: la soledad cósmica profunda era ahora, pura Presencia; el
abandono: un llamado mudo, pero de una violencia irresistible; el reproche del
Dios, que parecía tan Divino al brotar de las honduras del Alma, se había
convertido en un rugido bestial, obsceno y agraviante.
No es posible expresar con palabras lo
que viví entonces; sólo puedo dar una pálida idea si digo que esa Fuerza
Primordial era vagamente semejante al aliento de una bestia enorme y maligna.
Un aliento fétido y ofensivo que brotaba
de todas las cosas, que eran a su vez las vísceras, los órganos, de ese Dragón
erizado y peligroso. Un aliento que imponía su Presencia llena de Vida; pero
esta Vida era al Espíritu, lo que el ruido es a la música: vil imitación y
miserable copia. Un aliento voluptuoso que halaba y exhalaba en una cadencia
grosera y animal.
En el silencio y la calma de la noche,
esta Presencia se realzaba viciando el aire de amenaza; como si, invisible y
poderoso, un Enemigo mortal me acechara presto a arrojarse sobre mí; para
cobrar mi vida y más que mi vida...
Tenía la impresión de haber caído a un
brumoso precipicio del que fui rescatado antes de llegar al fondo. Estaba ahora
parado al borde del Abismo, milagrosamente a salvo, pero víctima de esa
aprensión que sólo experimenta el que sobrevive al desastre. Por eso permanecí
inmóvil y no huí de aquel ambiente cargado de una maldad indescriptible, que
parecía dirigirse agresivamente hacia mí.
Y esa inmovilidad, serena y reflexiva,
parecía excitar más la tensión dramática, elevándola a niveles insoportables.
Comprendí en ese momento que “lo que
irradiaba la Materia” –como quiera que esto se llame– estaba perdiendo su
capacidad de actuar sobre mí, pues, en medio de la insoportable tensión, se
adivinaba como una impotencia para consumar la agresión. Al llegar a este
punto, parecía que todo iba a estallar, a volar en pedazos por el aire...
Y estalló.
Capítulo VI
Mentiría
si dijera que Yo no aguardaba algo paranormal.
Mis ojos estaban fijos en los objetos de la
habitación, esperando verlos saltar en cualquier momento sobre mí.
Lo esperaba y en verdad esperaba que
ocurriera cualquier cosa anormal, menos lo que realmente pasó: todo comenzó a
moverse y a cambiar de posición; a caer y a saltar sobre el piso.
Estanterías y muebles, todo caía y
saltaba sin cesar, mientras Yo absorto, creí vivir una pesadilla.
Tardé unos segundos –preciosos– en
comprender que asistía a un movimiento sísmico y cuando, al fin, me decidí
emprender la fuga, el temblor ya casi finalizaba.
¿Casualidad? ¿Sincronía? Piense el lector
lo que quiera, pero no podrá evitar considerar el hecho de que el temblor del
21 de Enero de 1980 al único edificio que dañó en forma irreversible fue el que
Yo habitaba y que tuvo que ser evacuado como pude comprobar leyendo los
periódicos de esos días.
No hubo víctimas, pero el edificio
resultó inexplicablemente dañado en su estructura, por lo que las autoridades
municipales emprendieron, sin resultados, una investigación a la firma de
arquitectos que lo construyó. Al no existir seguros, las pérdidas fueron
totales para los propietarios del Consorcio, entre los que me contaba.
De mis pertenencias poco es lo que pude
salvar pues, lo que fue suficientemente fuerte para sobrevivir el sismo,
sucumbió a la caída de los cielorrasos. Entre ello mi coche, que si bien podría
repararse de las múltiples abolladuras, no saldría de la cochera en varios días
por estar obstruída la rampa de entrada.
Había quedado arruinado de la noche a la
mañana como Job. Pero sin su
famosa paciencia.
No voy a negar que en un primer momento
me ganó la desesperación; cualquiera lo encontrará comprensible situándose en
mi lugar. Luego de la siniestra experiencia narrada, con el peso de una larga
noche sin dormir y la carga del día anterior en que visité al Profesor Ramirez,
había que ser más que fuerte para no ceder y desmoronarse. Pero conforme
pasaron unos días, mi Espíritu fue recobrando su temple habitual, y las cosas
comenzaron a resolverse. Alquilé un Departamento en un barrio cercano y lo
amueblé con la ayuda de mi hermana y algunos amigos. Las cosas que se
rompieron, y era imprescindible reponer, las adquirí echando mano de mis
escasos ahorros.
Todos estos arreglos los hacía impulsado
por mis seres queridos, quienes en su solidaridad se preocupaban de mi estado
de ánimo abstraído e indiferente. Pensaban –por desconocer las extrañas
circunstancias en que ocurrió el sismo– que el desastre me había sumido en un
shock volitivo.
El razonamiento no era desacertado pues,
si bien nunca fui demasiado apegado a los bienes materiales, la pérdida de
cuatro años de trabajo y sacrificios resultaba una prueba demasiado dolorosa,
que en otra ocasión me habría afectado bastante. En ese momento, la verdad era
otra: mi mente, desde el instante que recobré la serenidad, no cesaba de
analizar los momentos vividos. Estando absorbido por el recuerdo de esa noche
infernal, se entiende que apareciese a la vista de los demás como ausente y
abatido.
Lejos de estarlo, iba creciendo en mi
interior una rabia sorda, un furor ciego que, sin obnubilarme, parecía más bien
que me nutría de fuerza vital y valor. ¡No me echaría atrás! ¡Ahora menos que
nunca!
Una semana después de ocurrido el
temblor, me hallaba preparado y listo para salir de viaje. El retraso no
afectaba substancialmente mis planes anteriores y por ello, con una saludable
impaciencia juvenil, deseaba largarme cuanto antes.
Era nuevamente lunes; preveía pasar por
Cerrillos para despedirme de mis padres y, si me apuraba a salir, llegaría a tiempo
para desayunar con ellos.
Cargué un bolso y un maletín en el
maltrecho Ford, finalmente rescatado de entre los escombros, y partí hacia la
aventura.
Capítulo VII
Decir
que no era el mismo hombre de siete días atrás sería incorrecto pues, esencialmente,
nada había cambiado en mi interior. Sin embargo Yo no me sentía igual y sabía que jamás volvería a ser el de
antes. –Como Dante, bajé al Infierno y volví –pensaba–. Vivir a partir de ahora
con el recuerdo del Abismo, lógicamente, tiene que ser distinto.
Pero no se trataba sólo de un recuerdo
siniestro. Yo buscaba ayuda espiritual y la había recibido. Cierto que el
auxilio llegó en coincidencia con el ataque de las Potencias de la Materia,
simultáneamente con el sismo. Mas eso no le quitaba mérito al hecho sino que lo
dotaba de un particular significado, de un sentido que por el momento no
comprendía pero que luego, durante el viaje a Santa María, absorbería
toda mi atención. ¿Qué ocurrió, en realidad? Pues que Yo había tenido una Visión: la más
maravillosa Visión de mi existencia, que era, a la vez, la ayuda buscada.
Lo sintetizaré cronológicamente. Al
parecer, el proceso comenzó realmente cuando tuve esa intuición de no ser Yo
quien sufría y agonizaba, quien padecía el dolor
de la extinción de la vida. Entonces, dije, “todo se trasladó afuera”.
En verdad, en ese instante fue patente para mí que el dolor y el sufrimiento,
la agonía
de la vida y la misma vida, eran cosas ajenas, de naturaleza no
espiritual. Vale decir, que en ese instante, había distinguido claramente
entre el Espíritu y el Alma, entre mi Yo espiritual y mi naturaleza animal.
Había comprendido que el Espíritu no conoce el dolor ni el miedo, sino que es
pura Alegría y Valor, puro Honor resuelto, pura Fuerza volitiva. Y
entonces “vivir” o “morir” no significa-ron nada para mí porque ya me
encontraba más allá de la vida y de la muerte, tal vez más allá, también, del
bien y del mal. Fue allí cuando el Alma, y el Dios del Alma, perdieron la
capacidad de actuar sobre mi Yo y se disolvió una como Ilusión Antigua, se
cortó uno como Encantamiento Primordial: de pronto todo lo anímico y vital, que
era asimismo todo lo maligno, se trasladaron “fuera” de mi Yo, a mi cuerpo
animal y al Mundo donde habita el cuerpo animal. Por primera vez me sentí Yo, solo Yo; Yo, rodeado por las
Potencias de la Materia; Yo, sitiado por el Dios Creador del Universo.
Y entonces, indudable-mente como consecuencia de haber sostenido una batalla
contra el Alma, y haber resultado vencedor, se produjo la Visión y recibí la
ayuda buscada. Y sucedieron los fenómenos telúricos.
No entraré en detalles, que poco
contribuirían a la comprensión de mi experiencia mística, y sólo conseguirían
degradarla. En resumen: la visión correspondía a una Diosa.
La Aparición acaeció durante un instante infinitesimal, no sabría decir si
dentro o fuera de mi estructura psíquica, pero lo efectivo fue que Ella arrobó
mi Espíritu. Sí; para comunicar lo acontecido no puedo hacer otra cosa que
conjugar las palabras arrobar y extasiar como verbos y
afirmar que Ella arrobó mi Espíritu, extasió mi Yo y lo sacó fuera
del Alma y del Mundo. Ella me raptó por un segundo del cuerpo, y
de la Tierra, y se mostró ante mi Yo espiritual en toda la magnificencia de su
Belleza Increada. Porque aquel rapto espiritual me revelaba a quien tantas
veces mencionara Belicena Villca en su carta, a la Virgen de Agartha, a la
Abogada Carismática del Espíritu encade-nado. Y entonces comprendí, en medio
del arrebato místico, que la Raptora del Espíritu prisionero en la Materia era
la Gracia, necesaria, después de que el Yo del hombre
dormido ha luchado contra el Alma y ha vencido: sólo por su intervención, por la
acción de Su Gracia, el hombre dormido conseguirá mantener esa Victoria contra
las Potencias de la Materia; sólo Ella auxiliará al Yo, carismáticamente, con
el aporte de una fuerza volitiva extra que le permitirá sostenerse
independizado del Alma Creada.
Fue un instante sin principio ni fin,
porque siempre estará presente en la intimidad de mi Espíritu, un momento
absoluto en el que, sin dudas, me asomé a la Eternidad. Ella me secuestró y me
retuvo ese instante en la Esfera Increada de Su Propia Existencia, y me
infundió la fuerza volitiva extra que el Espíritu necesitaba para emprender la
misión de Belicena Villca. ¡Qué fuerte e invencible me sentí Yo entonces! Y,
por sobre todas las cosas, comprendí ¡qué libre, absolutamente libre, era en su
esencia el Espíritu Increado, sin límites Creados para su Existencia
Eterna, vale decir, Infinito! Me sentí Yo, Increado, Eterno,
Infinito, Libre, pletórico de Sabiduría; me sentí Yo, y advertí que fuera
de mí habían quedado lo psiquico y lo anímico, la conciencia de la vida cálida,
y el con-tenido de la vida cálida, la Ilusión externa e interna que causaban el
sopor espiritual; supe de pronto, experimenté su descubrimiento evidente, lo
que era el “Gran Engaño”, sobre cuyo peligroso poder de encantamiento me
previniera Belicena Villca.
Me sentí Yo, y supe del no
ser Yo del Alma, en el rapto de inspiración espiritual que la impresión
de la Virgen de Agartha me causaba. Me impresionó el Espíritu, y la huella
aún subsiste, Su Radiante Belleza Increada, la majestuosidad de Su Poder, Su
espléndida Gracia. Vi en Ella a una Diosa, pero allí en el ámbito del rapto, Yo
también era un Dios. Por eso presentí en Ella a una Gottkamerad, a una
Camarada, a una Hermana, a una Compañera de la Raza del Espíritu; solo que Yo
había sido arrebatado momentáneamente de la prisión en que me encontraba y en
cambio Ella era un Espíritu Hiperbóreo absolutamente libre. Ella se aproximaba
a mí, para brindarme el socorro de Su Gracia, motivada por el Honor, que es la
esencia del Espíritu Increado. Eso también resultaba evidente para mí, en ese
instante infinito, y así mi propio Espíritu, movido por su Honor esencial,
pugnaba por dar gracias a la Diosa de algún modo, por expresar que Su
Auxilio no sería en vano, por asegurar que mi decisión sería inquebrantable.
Pero nada llegué a hacer en tal sentido pues la Diosa sonrió maravillosamente,
dándome a entender que comprendía todos mis pensamientos.
La Virgen de Agartha tenía un ramo de
espigas de trigo en Su Mano Izquierda y un grano del mismo cereal tomado entre
los dedos índice y pulgar de la Mano Derecha. Al tiempo de Sonreír, hizo un
gesto con esta mano, que en principio no interpreté, y la dirigió hacia mí,
hacia uno como Ojo de Fuego que Yo poseía en determinada parte del Espíritu: entonces
abrió los Divinos Dedos y soltó allí la mágica semilla. Y ese acto puso
término a la Visión, bruscamente. Sentí como si un Rayo Helado, entrando por
mi cabeza hubiese hecho impacto en el corazón ; inmediatamente la
sensación gélida comenzó a extenderse por el cuerpo y una parálisis creciente
se apoderó de mí. Y me encontré, aún parado en la habitación, observando estúpidamente
cómo todas las cosas comenzaban a saltar de sus posiciones y el edificio
amenazaba derrumbarse. El éxtasis sólo había durado un instante infinitesimal,
según dije, pero después transcurrieron preciosos segundos hasta que comprendí
lo que ocurría en el Mundo, coincidentemente, simultáneamente,
y reaccioné. Entonces, concluyó el sismo, y noté que también había desaparecido
la maldad opresiva que un momento antes brotaba de la Materia. Por el
contrario, la Materia aparentaba hallarse subordinada a mí. Había una idea que flotaba en el
ambiente, fluyendo igualmente de todas las cosas, que Yo captaba perfectamente
y que podría traducir más o menos así: –Ahora
eres un Dios y nada ni nadie podrá resistirse a Tu Voluntad. ¡Lo ocurrido aquí
es una muestra de Tu terrible Poder!– Este concepto define el “nuevo
sentido” que, tal como mencioné al comienzo, parecía adquirir ahora la
Materia por efecto de la Visión: existía, pues, la intención manifiesta de
conectar causalmente al sismo con mi reciente rapto espiritual . Mas Yo no me dejaba
engañar. Intuía en esa idea una trampa de las Potencias de la Materia, una
tentación, que por el momento no era clara pero en la cual, más adelante, me
detendría a reflexionar con profundidad.
Esencialmente, luego, nada había
cambiado en mi interior, pero ya nunca volvería a ser el mismo: sólo la
relación de fuerzas que mantenían el Espíritu y el Alma se trastocaron
por efecto de la fuerza volitiva extra aportada por la Virgen de Agartha. Al
recobrar la conciencia sobre la realidad del Mundo, luego de ver la Divina
Imagen, mi Yo era capaz de dominar con singular potencia a la naturaleza
anímica, de una manera como jamás consiguiera antes, luego de años de prácticas
yoguísticas de concentración y control mental; y no estaba dispuesto a perder
tal poder, a que se invirtiesen los papeles y el Yo quedase nuevamente sometido
a los deseos del Alma. Pero eso no sucedería, podía asegurarlo, pues
era evidente que no sólo el Yo salió fortalecido del rapto espiritual sino que
el Alma se debilitaba permanentemente en lo que constituía su propia esencia:
los sentimientos y emociones, el amor a la vida y a las cosas de la vida, el
buen corazón que siempre había manifestado y que impidió más de una vez
que emplease la violencia para solucionar los problemas que obstaculizaban mi
camino, todas estas cálidas pasiones y muchas más, se enfriaban rápidamente,
parpadeaban y se extinguían como la llama de la vela que ha consumido su cebo.
Ciertamente, si me viese obligado a sintetizar el nuevo estado de mi ser, diría
que era algo muy semejante al renacimiento : sí; no temo afirmarlo, a
pesar de ser Médico Psiquiatra y, además, hombre culto. Aunque ello sea
inaceptable para la ortodoxia oficial, no podría negar lo que ciertamente
experimentaba, y que ya había producido una transformación apreciable en mi
conducta: fue notable para casi todos los que me conocían, y es por eso que
suponían un shock post-sísmico; que Yo “sufría” una especie de regresión
psicológica. De pronto me había vuelto “como niño”: “reía por cualquier motivo”
y parecía que “ya nada me importaba”, tal los reproches de los amigos y
parientes, que revelaban el particular cambio regresivo de mi carácter. Pero
también me estaba tornando cruel y despiadado, esto lo sabía Yo mismo mas no me
lo reprochaba, pues, como nunca, despreciaba mi vida y la vida en general.
Quiero aclarar que “como nunca” significa “como nunca de adulto” ya que, y esto
lo conocía profesionalmente, los niños, al igual que Yo renacido, eran
capaces de matar sin prejuicios ni remordimientos.
Quizás, durante aquel rapto espiritual,
en ese instante infinito, muriese realmente y resucitase a su término, lo que
implica una paradoja pues no puede terminar lo que no tiene fin, un instante
que estaría eternamente presente en mi Espíritu. Siendo así, el cambio infantil
del carácter, la fuerza volitiva reforzada, los sentimientos que morían, los
deseos que se apagaban, el corazón que se enfriaba sin remedio, la sensación de
renacimiento, la seguridad espiritual de sentirse salvado, próximo a la
liberación definitiva de los lazos materiales, todo se explicaría suponiendo
que la verdadera vida espiritual continuaba en el ámbito del rapto, del que
jamás salí ni saldría, es decir, en el Infinito, y que esta aparente vida,
vivida al “término” de lo que no puede terminar, era en efecto una forma de
muerte, una ilusión espiritual inexistente pero inevitable. Quizás, en efecto,
estaba realmente muerto y por tal condición no temía ya a nada vivo; y mucho
menos a la Muerte. Quizás todo fuese producto de aquella misteriosa semilla que
la Virgen de Agartha soltase en el Ojo de Fuego del Espíritu. Yo, aún, no podía
saberlo. Pero lo cierto, lo concreto, era que había recibido la ayuda
espiritual solicitada, que, muerto o renacido, me sentía alegre y valeroso, que
no temía a la Muerte ni temía matar, y que sentía que, ex-trañamente, mi Yo participaba
del Infinito actual : sí, inequívocamente, me sentía indeterminado por
el lado del Yo; todo cuanto contenía el Universo, incluida mi propia vida biológica,
y el Universo mismo, eran limitados y perecederos: éste era el lado finito de
mi ser, la Ilusión; mas ahora sabía con certeza que, en el Yo, se abría un
abismo interminable: éste era el lado Infinito de mi ser, la Verdad.
Tal vez se comprenda en parte lo que
entonces experimentaba recurriendo a una metáfora.
Imagínese a una persona acostumbrada
a vivir en un bello bosque solitario. Los días transcurren allí suavemente, sin
demasiadas sorpresas, y, si bien la lucha por la vida impone un permanente
alerta, esta misma persistencia hace que la atención se mantenga dentro de
niveles constantes y, al fin, rutinarios.
Se diría que este hombre “domina la
situación” de su vida cotidiana. Cerca de allí, sereno y manso, el lago ofrece
el placer esporádico de un baño refrescante y reparador. Pero el lago no es un
lugar seguro en el cual se pueda permanecer por mucho tiempo, como el bosque.
El agua no tiene la firmeza de la tierra
y para sustentarse en ella es necesario disponer de un cierto control, de una
cierta atención extra, exigencia que al final termina por cansar al hombre. Por
eso las visitas al lago se regulan por la necesidad de pescar o el placer del
baño. Un día este hombre, por error o audacia, genera una circunstancia que
escapa a su control: el fuego, que le había ayudado a vivir hasta entonces,
escapa al bosque, furioso y destructor. El hombre se queda estático o lucha por
sofocarlo o blasfema desesperado; cualquier actitud da lo mismo; nada puede
evitar la catástrofe pues el fuego ha superado su control, le ha sobrepasado.
Las llamas se propagan por doquier con-sumiéndolo todo y se hace imprescindible
buscar la salvación; pero ¿a dónde ir? ¿Dónde está la seguridad? De pronto,
como un rayo, surge la luz: el lago.
Una ironía; el sitio donde nunca se le
hubiera ocurrido buscar refugio, es ahora el único que ofrece posibilidad de
sobrevivir al cambio brutal del mundo cotidiano, que se desvanece consumido por
la hoguera voraz y asesina.
Corre; corre el hombre desesperado hacia el
lago salvador. Atrás de él, un monstruo ardiente e implacable parece
perseguirlo de cerca, crujiendo los dientes, rugiendo y arrojando bocanadas
sofocantes.
Pero no es posible volverse a mirar, no
habría otra oportunidad. Sólo queda ganar el lago, que nunca pareció quedar tan
lejos como ahora. Finalmente, visión paradisíaca, gozo indescriptible,
aparición mística, el lago emerge en su horizonte.
Fantásticamente calmo, es, para el que
huye por milímetros a la muerte, un oasis de paz. Se arroja el hombre a las
aguas protectoras y nada muchas brazadas, intuitivamente hacia el centro. Recién
puede darse vuelta, momentáneamente, cuando está seguro entre las frescas
aguas, y puede así mirar hacia su, hasta poco tiempo atrás, también seguro
Mundo.
Considerando las analogías que ofrece
esta metáfora con los sucesos que he narrado anteriormente, podrá comprenderse
cual era mi estado espiritual. Como el hombre del ejemplo, al ver el bosque
arder y transformarse desapareciendo por momentos entre el humo, lo que
constituía su Mundo y su seguridad, así Yo también vi disolverse la realidad
confiable y cotidiana en un fuego de maldad inconfundible.
Como el hombre de la metáfora que se
sentía extrañamente seguro en las aguas del lago, hasta ayer volubles e
ignotas, también Yo estaba ahora seguro y firme en las hasta ayer desconocidas
aguas del Espíritu.
El hombre del bosque, mientras flotaba a
salvo, miraba el mundo consumirse y pensaba: –he nacido de nuevo.
También Yo me sentía renacido en el confín del Alma y sólo por este sentimiento
inexpresable podría decirse que Yo era otro hombre, aunque esencialmente siguiera
siendo el mismo.
Capítulo VIII
Me
dirijía, pues, a la casa de mis padres, imbuido de ese optimismo místico que
sólo experimentan los que se saben renacidos. Tomada la decisión de partir,
sólo pensaba en los fenómenos de la fatídica noche del 21 de Enero, tratando de
interpretar su sentido trascendente. En pocos minutos llegaría a Cerrillos,
pero luego, estos pensamientos me acompañarían por muchas horas del viaje que
emprendería.
Treinta minutos después, conducía el
coche por los doscientos metros del camino de entrada en compañía del fiel
perro Canuto.
Mis padres, que promediaban el desayuno,
se sentían felices de verme y lo expresaban entre saludos y risas.
Trataban de borrar, con su afecto, el
recuerdo del desastre vivido. Yo agradecía interiormente estos halagos, pues
necesitaba adquirir reservas de paz y tranquilidad, en previsión de futuros
infortunios. Sabía que una hora más tarde, al partir, mi mente se concentraría
en analizar todos los pormenores del complicado embrollo en que me hallaba
comprometido.
–Dispones de un hermoso día para viajar
–decía Papá mientras atacaba una sal-chicha asada de apetitoso aspecto–.
Conduce con cuidado, hijo, recuerda que por la mañana los camioneros vienen
medio dormidos.
–Descuida Papá; iré despacio y en tres
horas estaré en Tucumán –afirmé sin mucha convicción.
Katalina, mi hermana, me alcanzó la
salchicha con huevos, los panecillos humeantes y el café. Comprobé asombrado
que se me hacía agua la boca de hambre, y caí en la cuenta de que venía
alimentándome mal desde varios días antes. Sentir hambre es, si hay con qué
saciarlo, siempre una señal de buena salud. No pensé más y me entregué, decididamente,
a consumir el desayuno.
La Finca posee un amplio comedor con un
ventanal orientado al Este, de frente al camino de entrada; pero por las
mañanas el desayuno lo tomábamos en la cocina. Esta se encuentra detrás del
comedor, ocupando la pared Sur que tiene una gran ventana fija de cuatro metros
de largo con una mesa de madera rústica a la par. Toda la pared Oeste de la
cocina, la ocupa el fogón y el hogar contiguo.
Sentado frente a la ventana con vista a los
viñedos, tomaba el desayuno en compañía de los míos y revivía la nostalgia de
muchos amaneceres semejantes. Pero una nube negra turbaba mi Espíritu; una,
como secreta voz, me advertía que quizá éste fuese el último desayuno consumido
de esa agradable manera. Y entonces Yo luchaba por ahuyentar tan lúgubres
presagios masticando con fiereza la salchicha asada...
–Hasta pronto Arturo –se despidió mi
padre– voy a recorrer los canales de riego.
–Chau Papá –lo acompañé hasta la puerta
trasera y me quedé mirándolo mientras se alejaba hacia la caballeriza en busca
de su viejo zaino. Minutos después lo veía alejarse al trote por el camino que
corre de Este a Oeste, paralelo a la acequia principal. Ya debía haber partido
pero me retrasaba adrede pues deseaba hablar a solas con Mamá.
Aún estaba en la cocina y bastó una seña
para que solícitamente viniera junto a mí. Esta actitud no le habría llamado
normalmente la atención, pero cuando pasé una mano por su hombro y comencé a
hablar, un gesto de sorpresa se pintó en su rostro.
–Mamacita querida –le dije zalamero–
deberías perdonarme si lo que voy a pedirte te causa algún dolor...
–Sabes hijo que lo que tengo es tuyo...
–cayó en la cuenta que no le solicitaba nada material y su rostro se mostraba
ahora francamente alarmado– ¿qué puedo hacer por ti Arturo?
–Tranquilízate Mamá, sabes que no te
causaría ninguna preocupación si no lo creyese absolutamente necesario.
–Déjate de rodear y dime qué diablos
quieres –dijo mi madre, que estaba comenzando a perder la calma.
–¿En qué año nací Mamá? –pregunté, yendo
al grano.
–Tú lo sabes bien; en el 44. El 30 de
Enero de 1944. Tienes ahora 36 años.
–Bien Mamá; escucha atentamente. Nunca
hablamos de ello pero quiero decirte que recuerdo una noche, más de treinta años
atrás; Yo tendría tres o cuatro años y algo, un ruido, no se qué, me despertó.
Era tarde, Katalina dormía en la cama contigua y por la ventana se veía la luna
cayendo del Oeste. Creo que sentí voces pues me levanté sin vestirme y bajé la
escalera del hall, debatiéndome entre el sueño que me cerraba los ojos y la
curiosidad que me los abría.
Estaban Papá, tú y alguien a quien nunca
había visto antes; un hombre alto, de mirada aguda. Todavía hoy recuerdo su
mirada penetrante y su altura mayor que la de Papá, que mide 1,80 mts. Fue él
quien me descubrió en la escalera y lanzó aquella carcajada estruendosa, ante
la mirada angustiosa de ustedes. En fin, no es mucho más lo que retengo en la
memoria. Me parece estar en sus brazos y creo recordar que me daba algo
brillante que atrajo completamente mi atención. Luego tú me acostaste
nuevamente y al día siguiente el desconocido ya no estaba allí, ni tampoco
volví a ver su obsequio.
Mamá había palidecido. Nos detuvimos
junto al juego de jardín y le hice una muda indicación de que nos sentáramos
bajo el roble.
–Al pasar los años –continué– solía
recordar aquella noche pero sin darle mayor importancia. Sólo una vez, tendría
unos nueve o diez años, me atreví a preguntarle a Papá y su reacción fue muy
extraña: sufrió una gran ofuscación y me prohibió volver a hablar de ello, pero
unos minutos después cambió y trató de convencerme que Yo recordaba un sueño,
un mal sueño, que había tenido de niño.
Por lo tanto jamás volví a mencionar el
asunto. Hasta hoy. –Mamá suspiró y sacudió la cabeza como si despertara de una
pesadilla.
–¿Por qué Arturo, por qué treinta y dos
años después, todavía te acuerdas de esa noche? –preguntaba más para sí misma
que a mí– ¿por qué te empeñas en revivir un fugaz recuerdo que no significa nada
para ti?
–Madre, te repito que no deseo causarte
dolor; aguarda que aún no te he dicho lo que deseo saber –dije con voz
tranquilizadora–. Dime dos cosas solamente: si ese hombre era de nuestra
familia y si tenía que ver con la guerra.
Aquí usé un tono firme que convenció a
Mamá de lo inútil de negarse a responder.
–Mira Arturo, tú eres ya un hombre hecho
y no ignoras lo atroz que ha sido la guerra. En los años siguientes a 1945, los
ánimos estaban caldeados y mucha gente tuvo que vivir huyendo. Pero ahora es
diferente; mucho tiempo ha pasado... ¡no conviene a nadie escarbar aquello...!
–había una súplica en la voz de Mamá.
–Mamá, no respondes a mis preguntas y eso
está mal ¿es que no confías en mí?
–. . . . . –Sólo una mirada muda por respuesta.
–Debes decirme lo que sabes pues es muy
importante para mí, para mi futuro, ¿entiendes? –aseguré con firmeza.
Era evidente que no entendía y decidí ser
más convincente.
–Estoy atravesando una terrible crisis
espiritual, Mamá. El Destino me ha puesto frente a una diabólica encrucijada de
caminos, en donde un error de elección, significa extraviarse por el camino
equivocado, lleno de obstáculos y peligros reales. Tus respuestas me ayudarían
a no fallar; créeme Mamá. –Tomé sus manos con las mías en un desesperado
esfuerzo por infundirle confianza.
–No entiendo nada de lo que dices, pero
presiento que estás realmente preocupado, hijo. Te diré lo que deseas saber, y
Dios me perdone si me equivoco al hacerlo, –respiró profundamente y continuó:
–Kurt; él era quien vino esa noche de 1947. Mi hermano Kurt, que fue dado por
muerto o desaparecido en Berlín en 1945, estaba en realidad cumpliendo una
misión en Italia cuando terminó la guerra. Permaneció dos años oculto en un
Monasterio franciscano del Sur de Italia, hasta que en 1947 pudo venirse a la
Argentina, merced a una red de ayuda para fugitivos de guerra que funcionaba
apoyada por el gobierno del Presidente Perón.
–Pero, Mamá –interrumpí– ¿por qué no
volvió a Egipto, a la hacienda familiar? El gobierno egipcio fue muy protector
de los alemanes, especialmente después de la fun-dación del Estado de Israel en
1948.
–Es un misterio. Jamás quiso decirlo, ni
el motivo de la persecución, ya que sólo contaba con 30 años –razonaba Mamá ingenuamente–
y casi siempre tuvo destinos diplomáticos.
–Pero ¿qué era él durante la guerra?
–pregunté intrigado– ¿civil o militar?
–Militar; Oficial de las Waffen- SS. Mayor o algo así. Debes
tener presente que en 1938 Yo me casé con tu padre y vine a la Argentina
perdiendo contacto con él por muchos años.
Kurt ya por el 32 era Jefe de Escuadra,
es decir, Faehnleinsführer, de la Juventud Hitleriana o Hitlerjugend,
en la colectividad germana de Egipto. Gracias a una gestión de Papá, que por su
título nobiliario gozaba de cierta influencia en Alemania, en 1938 partió para
estudiar a una de las escuelas Napola, Nationalpolitischen
Erziehugsanstalten, de Berlín. Después sólo le vi en tres ocasiones, la
última antes de partir hacia la Argentina, en las Navidades de 1937; luego
pasarían 10 años hasta que en 1947 apareció por aquí. Durante ese tiempo no
supe mucho de él, pues recibía cartas a razón de una por año y nunca
directamente, ya que Kurt escribía a Egipto y de allí Papá las enviaba aquí.
De modo que no sé casi nada sobre su
carrera; sólo lo poco que me pudo contar en la correspondencia de sus años de
estudiante y menos durante la guerra, en que se mostraba parco por demás. Sé
que en la escuela Napola sobresalió por su conocimiento de las lenguas de Medio
Oriente y esto le valió para realizar varios cursos especiales, pero no conozco
específicamente en qué consistían.
Recuerdo que en sus primeros años estaba
feliz, porque se le había permitido ingresar a una división de la escuela
Napola llamada, si no me equivoco Fliejer H-J, donde se impartía
entrenamiento aéreo; pero te repito poco es lo que supe de él luego de su
graduación en 1937. Ingresó a alguna división especial de las SS, mas, por lo que estoy enterada, jamás combatió. Su
función era algo vinculada al Servicio Exterior pues casi toda la guerra la
pasó en el Asia. Y eso es todo. En 1945 fue dado oficialmente por muerto pues
su destino, se dijo, era Berlín en el mes de Abril, cuando esta ciudad cayó en
manos de los Rusos. Su cadáver fue “hallado” en un avión carbonizado que no
pudo despegar por recibir un disparo ruso de artillería.
Se nos notificó –prosiguió Mamá– de su
muerte y mucho lo lloramos hasta que en 1947, sorpresivamente, se hizo presente
aquí. El resto ya te lo he dicho; fue ayudado por los Kameraden y con una nueva
identidad se aprestaba a comenzar “otra vida” en la Argentina. Según dijo en
esa ocasión, era preferible desaparecer para siempre, ya que si los aliados
sospechaban de su existencia no tardarían en buscarle. Creo que es una
de-cisión que debemos respetar ¿no te parece? –me miraba esperanzada en que mi
“curiosidad” estuviera satisfecha. Decidí continuar interrogando antes que
reaccionara.
–Sí Mamá, lo comprendo y te agradezco
cuanto me has dicho, pero falta lo principal. ¿Adónde está ahora tío Kurt? –le
disparé a boca de jarro y pareció que la pregunta provocaría su desmayo.
–Arturo, hijo mío, eres adulto e
inteligente ¿por qué preguntas lo que la prudencia aconseja no saber? El está
bien; nadie le ha molestado en todos estos años y sería de desear que nadie lo
haga antes de su cercana muerte. –Algo pasó por su mente y se quedó mirándome
boquiabierta–. ¿No estarás pensando ir tú a verlo? ¡Oh no!
Debes sacarte esa idea de la cabeza. El
ha vivido 35 años en un mismo sitio y todos le conocen en su nueva
personalidad. Sería una torpeza poner en peligro tal cobertura por un capricho.
Había adivinado mi intención y respondido
en consecuencia; comprendí que sería difícil sonsacarle la dirección de mi
resucitado tío Kurt.
–No
comprendes Mamá; no se trata de un capricho; es importante que hable con él
para obtener una información que es posible él posea y que para mí es tan vital
como el aire que respiro. Por la seguridad no debes preocuparte, ¿en qué puede
afectarle la visita de un desconocido una sola vez en la vida? Hay mil
justificativos para recibir a un visitante que luego no volverá nunca más.
Porque eso es lo que haré, Mamá, ¡lo juro! Una vez que le haya preguntado lo
que deseo saber me iré y no volveré jamás –trataba de convencerla con cualquier
argumento y ella, dudando, miraba hacia las viñas como bus-cando la protección
de mi padre. –Vamos Mamacita,
dime dónde está. Tengo derecho a ver una vez en la vida a tío Kurt.
Al fin se decidió aunque demostrando gran
contrariedad, y mientras ella hablaba, lejos de alegrarme por mi persuación,
maldecía por dentro el dolor que le había causado y la angustia que sin duda le
produciría esta confidencia; por lo menos hasta la vuelta de mi viaje.
–El está cerca de aquí, en la Provincia
de Catamarca. Nunca he ido a visitarlo pues me lo prohibió expresamente aunque
me dio la dirección para un caso de emergencia.
Le di una tarjeta y la estilográfica,
comprobando que mi madre había memorizado los datos.
–¿En estos 35 años no lo has vuelto a ver
ni le has escrito? –pregunté incrédulo.
Sonrió mientras me devolvía la tarjeta y
la estilográfica.
–Sí tontuelo. Le hemos visto con tu padre
unas pocas veces, en Salta y una vez en Buenos Aires, para unas vacaciones.
Pero nosotros no le escribimos nunca. El nos escribe un par de veces por año, a
una casilla de Correo que tu padre tiene en Cerrillos y nos avisa cuando irá a
Salta, ocasión que aprovechamos para reunirnos unas pocas horas. No llegan a
veinte las veces que lo he visto en estos años.
Me costaba creer que dos hermanos
separados por sólo 350 km. no pudiesen visitarse a causa de hechos que nadie
recuerda, ocurridos cuarenta años atrás y a miles de millas de distancia. No
obstante justificaba los temores de mi madre y comprendía el esfuerzo que debió
hacer para ceder a mi solicitud y confiarme su secreto.
Súbitamente recordé a Papá y temblé por
anticipado, calculando la ira que le acometería al conocer mi impertinencia.
Mamá no le ocultaría mis reclamos desconsiderados y él montaría en cólera. La
vergüenza me cubriría y tal vez tendría que prometer no ir a Catamarca. Decidí evitar
cualquier discusión y partir inmediatamente.
Besé a Mamá en la frente y me dirigí al
automóvil. Ella no debió notar mi prisa pues antes que alcanzara a poner el
motor en marcha me gritó:
–Aguarda, Arturo; espera unos minutos que
te daré algo.
Entró en la casa y a pesar de mi
impaciencia, hube de esperar diez largos minutos. Al fin volvió con un sobre en
la mano.
–Escribí unas líneas para Kurt. Eres tan
apresurado que no piensas que él no te conoce. Te vio cinco minutos cuando eras
un chiquillo ¿cómo crees que te recordará?
Me entregó el sobre que recibí agradecido
pues, admitía, me sería de gran ayuda para identificarme.
–Abre tu mano derecha y pon la palma
hacia arriba –dijo Mamá con aire entre misterioso y cómplice.
Hice lo que me pedía y abrió su puño
izquierdo, que había tenido todo el tiempo cerrado. Cayó algo en mi mano que en
un primer momento no pude distinguir. Era un objeto brillante y mientras lo
examinaba escuchaba asombrado:
–Esto es lo que te dio Kurt la noche de
1947. Lo tomé mientras dormías por temor a que lo perdieras jugando y lo
conservé en mi joyero. Con el paso de los años se hizo complicado entregártelo,
porque habrías exigido explicaciones que no podríamos haberte dado. El quiso en
ese momento hacerte un obsequio, pero nada había traído pues ignoraba que
tuviese un sobrino. Permanecía soltero y cuando te vio, se conmovió y dijo que,
al no tener hijos, serías tú, su único sobrino, quien debía conservarla.
Yo miraba atónito la Cruz de Hierro con
Esvástica y Hojas de Roble que tenía en mis manos y me preguntaba cómo un
Oficial que jamás combatió pudo obtener la más alta condecoración que daba Alemania
para premiar actos de heroísmo y valor.
–Hasta pronto madre –saludé por la
ventanilla del coche–. No te preocupes, que seré prudente. Saluda nuevamente a
Papá y a Katalina. Chau. Chau.
Arranqué y unos minutos después estaba en
la ruta.
Capítulo IX
Me
detuve en la Estación de Servicio de Cerrillos a cargar combustible y aproveché
para mirar nuevamente la tarjeta con la dirección de tío Kurt. Era in-creíble
que estuviese tan cerca y en buenas condiciones un familiar a quien tenía por
fallecido 35 años atrás. Leí nuevamente:
Sr.
Cerino Sanguedolce
Calle Fray Mamerto Esquiú 95
Santa María - Provincia de
Catamarca
–¿Sr.? –me interrumpió el despachante.
–Llene el tanque con nafta especial, por
favor; ¡Ah! revísele el aceite... –dije.
Mi brusca partida no permitió que Mamá
diera suficiente información sobre tío Kurt. Ahora empezaban a surgir los
interrogantes pues no sabía si se había casado, si tenía hijos y nietos, a qué
se dedicaba...
–Bah –pensé– debo concentrarme en el
viaje y tener fe. Todo lo sabré en unas pocas horas.
–Treinta litros de nafta y dos de aceite
señor.
–Tome, cóbrese –le alargué un billete–
¿tiene un mapa de Rutas de la Provincia de Catamarca?
–Sí señor.
Fue a la cabina y retornó rápidamente
trayendo un plano desplegable, en colores, con profusa información turística.
–Son mil más.
Le pagué y arranqué el motor para quitar
el coche del surtidor, pero estacioné veinte metros más adelante y me puse a
examinar el mapa.
Ir a Santa María desde Salta, no reviste
ningún problema sino que, por el contrario, tiene la ventaja de incluir uno de
los circuitos turísticos más bonitos del Noroeste Argentino. Es el trayecto
desde Salta hasta Cafayate “la hermosa”, como denominan popular-mente a esta
ciudad famosa en todo el mundo por sus exquisitos vinos, situada en el corazón
de los valles calchaquíes.
Con un camino recientemente asfaltado, la
Ruta provincial Nº 68, que facilita el viaje y permite gozar de unos paisajes
únicos por sus cerros multicolores, estos doscientos kilómetros se recorren
rápidamente. Los inconvenientes recién aparecen al salir de Cafayate, al cruzar
el arroyo “de las Conchas” y abandonar la Provincia de Salta. Se penetra
entonces en la Provincia de Tucumán, pero sólo por unos 40 km. ya que ésta
presenta allí una pequeña cuña, que se incrusta en la Provincia de Catamarca.
Luego de recorrido este corto trayecto, se accede a Catamarca en un punto que
dista 80 km. de Santa María.
Al atravesar el mencionado arroyo,
vadeándolo pues no hay puente, tiene el viajero la impresión de haber entrado
en otro Mundo.
Fuera de la artificial fisonomía de
rasgos civilizados que presenta el valle en Salta, aquí se está en un ámbito
realmente autóctono. Los caminos son de tierra, descuidados a medida que se
avanza hacia el Sur, y menudean los pueblos con casas de adobe habitadas por
criollos mestizos, más cerca del indio que del blanco.
La pobreza se hace patente al entrar a
Catamarca, una provincia injustamente olvidada por el resto del país y
abandonada por sus propios hijos que, año tras año, emprenden el éxodo
inevitable del que busca superar la miseria y progresar material-mente.
La belleza del paisaje no mengua en
Catamarca, por el contrario, se hace agreste y primitiva, dotando de excelentes
atractivos visuales al sinuoso camino, que avanza bordeando a las Sierras de
Quilmes. Este nombre viene de los indios Quilmes, una de las tribus de la Feroz
Raza Diaguita, los que al fin de las Guerras Calchaquíes, que duraron 35 años
en el siglo XVII, fueron llevados en número de 300 familias al destierro de
Buenos Aires y dieron lugar a la población del mismo nombre.
Entre las Sierras Quilmes y del Cajón al
Oeste y las Cumbres Calchaquíes y Nevados del Aconquija por el Este, se abre el
fértil valle Yocavil, regado longitudinalmente por el Río Santa María, asiento
de la ciudad de Santa María de la Candelaria.
Yo conocía Santa María por haber ido en
viaje de estudios a varios yacimientos arqueológicos de los valles Yocavil y
Calchaquí para investigar la Cultura Diaguita y, repetir el viaje, no me
desagradaba. Naturalmente, el internarme en la región de Valles y Quebradas, me
hacía dificultoso cruzar a Tafí del Valle, en Tucumán, plena región de los
Bosques Occidentales y separada de Catamarca por las inhóspitas Cumbres
Calchaquíes y Nevados del Aconquija. Pero, afortunadamente, desde Santa María
existe un camino que sube hacia el Norte, hasta Amaichá del Valle: desde allí
se podría tomar la Ruta 307, que cruza las Cumbres Calchaquíes por el Paso del
Infiernillo y lleva directamente a Tafí del Valle. En total, desde Santa María
hasta Tafí del Valle, sólo tendría que recorrer 80 km. pero que serían
agotadores por el estado de las Rutas y las sinuosas alturas a que arribaban.
Corría a más de 100 km. por hora
aprovechando el buen camino hasta Cafayate para ganar tiempo, pues luego la
marcha sería lenta, a no más de 40 km/h.
Tenía unas horas para pensar y decidí
aprovecharlas de inmediato.
El paisaje, el viento fresco, el silencio
del Valle, todo contribuía para que me sintiera laxo y tranquilo, predispuesto
a meditar. Pero esta actitud era un tanto anormal si se tiene en cuenta la
cantidad de cosas que me habían sucedido últimamente. La falta de preocupación
evidenciaba un cambio muy grande en mi interior, que se manifestaba también en
una sensación de desapego por las cosas del Mundo. Me sentía en paz porque no
necesitaba nada. Estaba arruinado materialmente, quizás en peligro de muerte, y
esta revelación sólo me arrancaba una sonrisa insensata.
Sí, había cambiado mucho. Y todo ese
cambio se produjo entre el 7 de Enero, fecha en que experimenté el rapto
espiritual y creí morir, y sincronísticamente se produjo el sismo que terminó
con mis bienes.
¡Cuántas cosas me habían sucedido! y
parecía que esto no acabaría más pues seguían sucediéndome cosas insólitas.
Como el asunto de tío Kurt.
Fue sin duda una intuición. Cuando
finalizaba la reunión con el Profesor Ramirez y el sabio mencionó que casi
todos los documentos sobre los Druidas habían sido saqueados en Europa por las SS, pensé para mis adentros –¿A quién preguntarle
sobre la Orden Negra y su interés sobre los Druidas?– en ese momento me vino a
la mente el recuerdo de aquella noche en mi niñez. Ninguna relación lógica que
permita asociar ambas cosas. Nada racional. Si lo hubiese pensado un minuto
seguramente habría rechazado esta suposición por absurda. Pero los recientes
sucesos me hacían desconfiar de la “razón” y he aquí que, cediendo a una
corazonada, le pregunté a mi madre lo que había ocurrido esa noche 33 años
atrás. ¡Y allí estaba la clave! Inexplicablemente, irracionalmente, había una
relación; porque Yo quería saber sobre las SS y mi tío, de quien no
conocía su existencia, había sido militar alemán. ¡Y de las SS!
Renuncié a buscarle una explicación y me
concentré en la noche del 21 de Enero, cuando ocurrieron los fenómenos
narrados. A partir de entonces, como ya dije, me sentía renacido, y si pensaba
en ello era sólo con el fin de analizar la forma en que dos aconteceres de
distinto orden, uno mi experiencia mística, otro el movimiento telúrico, se
ligaban. Porque para mí no cabían dudas que una relación no causal,
sincronística, existía entre ambos fenómenos. Que estaba en un caso similar al
del asesinato de Belicena, cuando el asesino, en un acto de demencial orgullo,
deja pruebas irrefutables de un Poder terrible.
El 21 de Enero, la Materia, exaltada
hacia mí, estalla en un sismo de singular violencia sincrónicamente con una
experiencia mística en que ambos aconteceres se confunden alucinantemente,
dando la sensación de estar vinculados causalmente. Si yo así lo creyera, me
sentiría tentado a pensar que mi propia psiquis desató los “fenómenos sísmicos”
y esa sería la derrota moral de mi Espíritu.
Esto es justamente lo que Alguien, el
Autor del sismo, deseaba que yo creyera para, de esa suerte, perderme. Y esta
celada colosal, es otra demostración de infernal orgullo y arrogancia.
La tentación de “dominar los fenómenos”
es uno de los errores primarios en que caen los que buscan abrirse paso en el
sendero del Espíritu. Los únicos fenómenos que realmente importan para una
elevación espiritual son los que ocurren personal y cualitativamente, no
transferibles ni comunicables. Los fenómenos concretos, de percepción colectiva,
llevan el sello de lo cuantitativo y material; es dudoso, por otra parte, que
puedan producirse por un acto de voluntad.
Sobre esto, la gente no especializada es
víctima de una información intencional-mente confusa. Pero Yo, en mi calidad de
Médico Psiquiatra, estaba familiarizado con toda clase de actos fenoménicos
derivados de patologías psicológicas o de crisis histéricas. En los Hospitales
Neuropsiquiátricos es común, pero obviamente poco publicitada, la manifestación
de fenómenos de este tipo. Pueden observarse, en ciertos casos, fenómenos
parapsicológicos acaecidos en relación con uno o varios enfermos. Estos
fenómenos, muy atractivos para el profano, no cuentan con una adecuada
fundamentación científica y ese hecho es la principal razón de su ocultamiento.
Suelen ser de muy distinta tipología: elevación de un objeto en el espacio sin
una fuerza evidente que lo sustente (levitación), desplazamiento de
objetos (telekinesis), aumento del brillo de los objetos en la celda
del enfermo o viraje en el tono de los colores (cromación), aparición de objetos desconocidos o
desaparición de otros (aporte de materia), etc.
Demás está decir que todos estos
fenómenos son suceptibles de verificación colectiva cuando se presentan, pero
completamente irreproducibles en condiciones de estudio o laboratorio. Esto se
debe principalmente a que los “responsables” de semejantes fenómenos están
locos de remate y generalmente son inconscientes de las alteraciones que
producen.
Lo que torna incomprensibles a tales
fenómenos, es su aparente contradicción a las leyes naturales, pero suele
admitirse en medios académicos y científicos que una mejor “comprensión de la
naturaleza” (esto es: un mayor progreso de la Ciencia) traerá, justa-mente, la
solución a estos interrogantes. Se confía entonces en que “la Ciencia” dará las
soluciones a las contradicciones de “la Ciencia”, proposición que es
lógicamente inconsistente y suena cuando menos ridícula.
El meollo está en que fenómenos tales
como la mencionada telekinesis, presentan fallas a la ley de causalidad. Esta
ley dice que “a todo efecto (fenómeno) le corresponde una causa que lo
origina”. En la telekinesis por ejemplo el objeto se mueve como si actuara una
“fuerza de acción a distancia” (del tipo de la gravedad o el magnetismo) sin
que, hasta hoy, se haya comprobado la acción de alguna fuerza. Es decir, “se
mueve como si actuara” una fuerza, pero no actúa ninguna fuerza. Se dice
entonces que “falla la ley de causalidad” porque el efecto no tiene causa que
lo origine y, consecuentemente, se niega la existencia del efecto (fenómeno)
para “salvar” la ley de causalidad.
Lo más acertado sería aceptar que se
desconoce el vínculo (la ley) que une causa (el enfermo) y efecto (el objeto
desplazado).
En la Psicología Analítica, desarrollada
por C. G. Jung, se ha ensayado una teoría muy atractiva para salvar estas
dificultades y las que surgen del caso común de los hombres que, estando
separados cultural, geográfica, y temporalmente, sin ningún vínculo comprobable
entre ellos, tienen ideas idénticas o análogas. Actuaría aquí un “Principio de
Sincronía” desconocido por la Ciencia, debido a su incorrecta comprensión del
Tiempo.
Conviene recordar, a este respecto, lo
que dice C. G. Jung en “El Secreto de la Flor de Oro”: “Hace algunos años me preguntó el
entonces presidente de la British Anthropological Society cómo podía Yo
explicar que un pueblo espiritual-mente tan elevado como el chino no hubiese materializado
ninguna Ciencia. Le repliqué que eso debía muy bien ser una ilusión óptica,
pues los chinos poseían una “Ciencia” cuyo Standard Work era precisamente el I-Ching
pero que el principio de esta Ciencia, como tantas otras cosas en la China, es
por completo diferente de nuestro principio científico. La ciencia del I-Ching, en efecto, no reposa sobre el
principio de causalidad, sino sobre uno, hasta ahora no denominado –porque no
ha surgido entre nosotros– que a título de ensayo he designado como Principio
de Sincronicidad . Mis exploraciones de los procesos inconscientes, me habían ya
obligado, desde hacía muchos años, a mirar en torno mío en busca de otro
principio explicativo, porque el de causalidad me parecía in-suficiente, para
explicar ciertos fenómenos notables de la psicología de lo inconsciente. Hallé
en efecto que hay fenómenos psicológicos paralelos que no se dejan en absoluto
relacionar causalmente entre sí, sino que deben hallarse en otra relación del
acontecer. Esta correlación me pareció esencialmente dada por el hecho de la
simultaneidad relativa, de ahí la expresión sincronicidad . Parece, en realidad como
si el tiempo fuera, no algo menos abstracto, sino más bien un continuum
concreto, que contiene cualidades o condiciones fundamentales que se pueden
manifestar, con simultaneidad relativa, en diferentes lugares, con un
paralelismo causalmente inexplicable como, por ejemplo, en casos de la
manifestación simultánea de idénticos pensamientos, símbolos o estados
psíquicos. Otro ejemplo sería la simultaneidad destacada por R. Wilhelm de los
períodos estilísticos chinos y europeos, que no pueden ser causalmente
relacionados entre sí”.
Este era el pensamiento del prestigioso
Psiquiatra C. G. Jung sobre el tema que me ocupaba. Con sus conceptos, la aparición
de dos fenómenos idénticos (idea común a dos personas), separadas por el
espacio, dependerá de un Arquetipo colectivo (causa) y la simultaneidad (sincronía)
de los aconteceres fenoménicos.
Para interpretar el principio de
sincronía, es preciso tener presente un concepto clave de la Psicología
Analítica: el de “Inconsciente colectivo”. Este concepto permite manejar de
manera más real a los Arquetipos, que no son ya seres estáticos como las Ideas
de Platón sino entes dinámicos de poderosa fuerza anímica, soporte y
sustentación de los Mitos que influyen inconscientemente en la conducta del
hombre.
El concepto de Inconsciente colectivo ha
sido resumido por Jung en la misma obra citada: “...así como el cuerpo humano muestra
una anatomía general por encima y más allá de todas las diferencias raciales,
también la psique posee un sustrato general que trasciende todas las
diferencias de Cultura y Conciencia, al que he designado como lo Inconsciente
Colectivo . Esta psique inconsciente, común a toda la
Humanidad, no consiste meramente en contenidos capaces de llegar a la
Conciencia, sino en disposiciones latentes hacia ciertas reacciones idénticas.
El hecho de lo Inconsciente colectivo es sencillamente la expresión psíquica de
la identidad, que trasciende todas las diferencias raciales, de la estructura
del cerebro. Sobre tal base se explica la analogía, y hasta la identidad, de
los temas míticos y de los símbolos, y la posibilidad de la comprensión humana
en general”.
Conviene ahora, a la luz de lo expuesto,
extraer una importante conclusión: si bien la Psicología Analítica permite
interpretar los fenómenos sincronísticos, nadie ha afirmado seriamente jamás
que fuese
posible ejercer alguna forma de control sobre ellos. Esta clase de
fenómenos, muy vistosos o atractivos para el profano, corresponden a lo más
bajo en una escala de valoración de la experiencia trascendente. Como que se
presentan siempre en relación a personas altamente perturbadas, estén o no en
el manicomio.
En general la gente suele creer que la
disciplinación de funciones orgánicas o psíquicas otorga cierto tipo de Poder
sobre los mencionados fenómenos. Esta creencia abreva su sed en dos fuentes: la
ignorancia (ingenua) y la desinformación (producto de la Estrategia
Sinárquica). Hay ignorancia en la creencia popular de que los “milagros” que
suelen acompañar las actividades de Santos y Grandes Místicos son realizados
merced a un “Poder” que éstos tendrían o que les habría sido otorgado por una
Deidad. En verdad los “Santos” jamás han dicho tal cosa, manifestando en cambio
que los milagros son “hechos por Dios” o admitiendo, como máxima concesión, el
haber sido vehículos de una “Gracia” o de una “Fuerza” superior que los
trascendía.
Naturalmente, existen miembros de la
Sinarquía, considerados también “Santos”, “Místicos”, “Gurúes”, “Maestros”,
etc., que han afirmado la búsqueda del Poder como fin de la
práctica de ciertas disciplinas, tales como la “meditación trascendental”,
“yogas”, “oraciones o mantrams”, etc. Pero es posible sospechar de
inmediato sobre los verdaderos fines ocultos que persiguen dichos agentes
satánicos. Por el contrario, los Iniciados Hiperbóreos, quienes son
realmente “Santos” –ahora podía distinguirlos bien, luego de leer la
carta de Belicena Villca– siempre han orientado a sus discípulos para que
se liberen de los lazos que su Espíritu Increado mantiene con la Materia
Creada.
La desinformación obedece a un fin
sinárquico y, quienes son víctimas de ella, creen ciegamente que existen “Escuelas
Esotéricas” donde se imparte una enseñanza “secreta” que acaba por transformar
al neófito –al cabo de unas cuantas lecciones en fascículos– en un
Krishnamurti versión occidental. Pero, lo que la desinformación presenta como
Escuelas Esotéricas, son en realidad “Escuelas Exotéricas”, cuyo fin
inconfesado es la captación de adeptos.
Todas estas Escuelas Exotéricas pretenden
poseer el secreto de los Grandes Misterios de la Antigüedad que ofrecen
“revelar” a los incautos, si estos se ajustan a una regla interna que
invariablemente exige como primera prueba la “obediencia ciega”
y la “fe” en los Maestros Desconocidos de la escuela. La enseñanza que van
presentando al candidato a Gurú, no puede ser más misteriosa ya que su base es
el plagio de distintas Tradiciones Antiguas ensambladas eclécticamente en una
supuesta “Doctrina Oculta” (que sólo lo es, por la imposibilidad de
“desocultar” alguna Verdad en ella). Los Grandes Misterios de la Antigüedad
(Persia, India, Grecia, etc.) han dejado un sedimento de Mitos y Símbolos
Sagrados –con más frecuencia opuestos que coincidentes– a los que sólo un Alma
mediocre y malintencionada (un Pícaro, ¡vamos!) intentaría unir en un
sincretismo moderno.
Se advertirá que, durante aquel viaje a
Santa María, un sentimiento de feroz crítica cultural se había instalado en mi
corazón y amenazaba con fraccionar y amputar definitivamente los últimos restos
de racionalismo que aún poseía. Me sentía vacío por dentro, pero me hallaba
pronto para aceptar una Verdad que sustituyera toda la “inútil información”
enciclopédica que había asimilado en tantos años de estudio. ¿Qué valor tenía
aquel pomposo saber académico si no me servía para afrontar y resolver las
situaciones misteriosas que he narrado, situaciones que me involucraban
metafísicamente? Ninguno. Me hallaba, pues, pronto a desembarazarme de aquel
lastre para recibir la ansiada Verdad. Una Verdad que consistía, y jamás había
estado tan seguro antes de la realidad de una cosa como de este enunciado, en la
Sabiduria Hiperbórea. En efecto: para mí, ahora, la Verdad era la Sabiduría
Hiperbórea, cuyos alcances apenas vislumbraba en la carta de Belicena
Villca.
Por momentos me invadía una rabia sorda,
que era a su vez un reproche personal, una especie de reclamo que mi Yo actual,
extrañamente trasmutado, realizaba implacablemente al Dr. Arturo Siegnagel de
los años de búsqueda, a mi Yo pasado, que tan ingenuamente había creído que el progreso
era una consecuencia lógica de la educación. En una época
había aceptado, casi sin pensar, que una ley de evolución permitía al
Alma expandirse a partir de ciertas pautas de vida. Creía que “seguir
determinadas reglas de rectitud moral” y afrontar la vida con un criterio
positivo redundaría inevitablemente en un bien interior. –Sí. Esa era la clave
del progreso. Viviría de acuerdo a una “filosofía trascendente”, adoptaría un
“modo de vida” religioso, a la manera de los orientales, y, en el devenir de la
búsqueda, de la instrucción, de la ascesis, el progreso,
inevitablemente, sobrevendría por “evolución”–. Esa había sido mi
elección y ahora, al comprender que todo el razonamiento estaba errado, que
nada había ganado tras tantos años de disciplinación y sacrificios inútiles,
sentía cómo la rabia me invadía y cómo, también, un reproche impotente me
arrancaba gemidos desolados.
Y que todo el razonamiento estaba errado
se desprendía claramente de la carta de Belicena Villca. La ley de evolución
existía y regía, y facilitaba, el progreso del Alma creada, y de todo
ente creado, de acuerdo al Plan del Dios Creador. Pero nada tenía que ver tal
ley, y ningún “progreso” se obtendría por su intervención, con el Espíritu
Increado. Recordaba con horror las palabras del Inmortal Birsa: “el
Alma del hombre de barro, creada luego del Principio, comenzó
a evolucionar hacia la Perfección Final”. Al
parecer, aquella evolución “era muy lenta” y los Dioses Traidores, para
acelerarla, realizaron la prodigiosa e infernal “hazaña” de encadenar el
Espíritu Increado al animal hombre u “hombre de barro”: toda la Raza Hiperbórea,
que era Increada, que procedía de “fuera del Universo creado”, del mismo Mundo
de donde viniera el Creador, quedó entonces ligada a la evolución del animal
hombre y a la evolución en general, al progreso en el Tiempo inmanente del Mundo.
Según la Sabiduría Hiperbórea, el Espíritu debía liberarse del encadenamiento a
la materia evolutiva, aislarse de la ley de evolución, y emprender el Regreso
al Origen. Allí estaba la Verdad buscada. De cierto que mi Espíritu se
agitaba por efecto de una intuición certera: esa Verdad, capaz de brillar para
el Espíritu con una Luz Increada e inextinguible, debería ser conquistada en
una lucha de dimensiones sobrehumanas, durante la que sería necesario exhibir
una determinación inclaudicable.
Que existía un Enemigo, contra el que
había que librar semejante lucha, un Enemigo que “cortaba el camino hacia el
Origen”, eso lo sabía con certeza desde la noche del 21 de Enero. Pero las
reflexiones precedentes, y la intuición que he mencionado, me permitían
comprender ahora que los errores pasados provenían de mi debilidad estratégica, de
haber cedido ingenuamente ante la Estrategia enemiga. Y esta Estrategia, que
sin dudas afecta a todos los planos de la actividad humana, y aún las más
desconocidas esferas psíquicas, es aplicada en el campo de la Cultura por
intermedio de un Sistema de Control de características colosales. Al decir de
Belicena Villca: “la Cultura es un arma estratégica de la Sinarquía”. Dicho
Sistema de Control es el encargado de fomentar la confusión y el engaño, y era,
por lo tanto, el responsable de la celada en la cual Yo había caído. Porque si
Yo fui engañado, si Yo participé de la Estrategia enemiga, ello ocurrió por
ignorancia o “debilidad estratégica”, por desconocer la naturaleza, y aún la
existencia misma, del Enemigo: jamás podría haber colaborado conscientemente
con los planes sinárquicos, jamás podría haber sido comprado por la Fraternidad
Blanca, tal como se tentó la integridad espiritual del heroico Nimrod. En
síntesis, si Yo hube cedido, en tiempos pasados, frente a la presión engañosa
de la Estrategia enemiga, ello se debía a que entonces me encontraba dormido,
espiritualmente dormido. Pero ahora había despertado, merced a la carta de
Belicena Villca y al rapto espiritual del 21 de Enero, y la prueba estaba,
justamente, en la determinación inclaudicable de luchar hasta el fin, contra
todos y contra todo, para regresar al Origen y liberar mi Espíritu Eterno de su
prisión material. Sí; Yo había despertado gracias a Belicena Villca, pero ahora
era capaz de formular mis propias conclusiones sobre el modo de actuar del
Enemigo, quien tenía en el fondo los alcances de un Demiurgo. La Sinarquía,
expresión de Su Poder entre los hombres, conformaba un formidable abanico de
organizaciones y Sociedades Secretas imposibles de detectar completamente; y en
medio de este despliegue ofensivo me encontraba Yo, hasta ayer nomás ignorante
de esas realidades; víctima fácil para la Estrategia enemiga. Porque, aunque se
me escapaba, como es natural, la totalidad del Plan Demoníaco, veía con
bastante claridad las tácticas aplicadas al campo de la Cultura. Los
“sincretismos modernos” que mencionaba anteriormente, obedecen a esa voluntad
de engaño que demuestra la Sinarquía en todas sus Sociedades Secretas. Y la
idea de progreso evolutivo del Alma, por el “Karma”, la “vida recta”, o
cualquier vía semejante de expiación, es presentada desde la base
de las doctrinas Secretas Esotéricas, o los meros Sincretismos religiosos, como
una verdad tan evidente que sólo un necio se atrevería a dudar de ella. Fuera
de la religión, la misma idea ha invadido la mayoría de las disciplinas
“científicas” o “humanísticas”. Es instructivo, por ejemplo, comprobar con qué
habilidad los agentes sinarcas han impuesto conceptos geométricos para inducir
interpretaciones teleológicas de la Historia: con un rigor racionalista
admirable, definen arbitrariamente una trayectoria geométrica para el progreso
de la Humanidad y luego proyectan esta figura sobre la
Historia, estableciendo asociaciones, analogías, y coincidencias, la más de las
veces tendenciosas e intencionadas. El progreso puede seguir así una
trayectoria circular (r2=x2+y2), parabólica (y=x2), en espiral (r=aq), en ciclos (y=sen x), uniforme
(y=x), exponencial (y=ex), etc., procurando forzar a la Historia para que se
ajuste y corresponda a la forma de tales funciones, “confirmando” de ese modo
la teoría o dogma oficial de la secta sinárquica.
La utilización de la Geometría Analítica
en la interpretación religiosa de la Historia no debe sorprender: “Dios
geometriza” afirman algunos notorios sinarcas; “Dios es el Gran Arquitecto del
Universo” sostienen otros; pero, en general, todos sostienen que la
intención del Dios Uno es que el hombre, y la Materia, el Mundo, Todo, evolucione.
Esta es una de las claves del racionalismo subyacente en las mentadas
“Doctrinas Ocultas”. Porque evolucionar significa devenir en la
Historia de acuerdo a una cierta ley. “Es la ley de evolución la que
imprime al progreso humano una trayectoria geométrica” postula la
Sinarquía. Pero, siendo así, ¿cuál es el beneficio esotérico que obtiene la
Sinarquía al imponer culturalmente el evolucionismo,
inclusive esotérico, en cual-quiera de sus variantes geométricas? Muy sencillo:
si todo el mundo cree que el hombre evoluciona, que la Sociedad evoluciona, que
el Universo evoluciona, que el progreso responde a una ley, aceptará sin
chistar que el futuro está determinado por
la ley de evolución . Esto implica que, en bien de un futuro
mejor, se pueden ejercer ciertos controles en el presente. Es decir: “dejemos
que quienes conocen la ley, controlen hoy la Sociedad, para tener mañana un
futuro mejor”. Vana utopía;
¿quién conoce la ley sino los Maestros de Sabiduría de la Fraternidad Blanca,
además de los Sabios de Sión?
Ahora se hace todo claro; el fin de la
Sinarquía es el Control del Mundo y, natural-mente, prepara sus cuadros
dirigentes con una infraestructura de adoctrinamiento bien montada, mientras la
humanidad, convenientemente desinformada, espera los “Hombres del Destino” que
controlen los resortes del poder y “planifiquen” para el futuro. Esta es la
realidad que palpita atrás de una Escuela Exotérica y que los incautos,
fanatizados y deslumbrados por el sincretismo tan vistoso como hueco y racionalista,
no pueden advertir.
Por otra parte, cabe advertir que los
sincretismos se concretan cuando los hombres han perdido la capacidad de
percibir el Mito en toda su pureza simbólica. Esta pérdida es una grave lesión
en la capacidad del pensar metafísico y de la percepción metafísica, análogo,
si se quiere, a una pérdida de la visión o ceguera. Por analogía se habla de
Edad Oscura o Era de Tinieblas: perder la visión, no ver, es lo mismo que “ver”
todo negro.
Existen textos sobre Doctrina ocultista
que parecen poseer buena fundamentación filosófica y científica: pero también
existen falsificaciones de los cuadros de Leonardo Da Vinci, tan perfectas que
resisten el examen de prestigiosos peritos. Y es lógico, tanto en uno como en
otro caso, la calidad del fraude depende de la habilidad del falsificador. En
el caso esotérico, por desgracia, los falsificadores han alcanzado un alto
grado de destreza: los hay muy bien “preparados” para su misión, dueños de una
gran “Cultura general”. Tomemos, por ejemplo, escritos “esotéricos” de autores
“sabios” y “eruditos” tales como H. P. Blavatski, Rudolph Steiner, René Guenon,
Max Heindel, etc., y comparemos el fárrago de teosofismo que sustenta
cualquiera de ellos con la elemental sencillez de los símbolos metafísicos de
la Sabiduría Antigua; ¿qué surge en esta comparación? Que no podemos leer un
símbolo (ver su verdad) y sí podemos leer un libro sobre el símbolo, que no nos
revelará el sentido del mismo, pero nos entretendrá con descripciones y
asociaciones múltiples, susceptibles de interpretación racional, que nos
crearán la ilusión de una comprensión y un progreso, tal como conviene a la
Sinarquía.
“Existe un daltonismo sensorial y un
daltonismo gnoseológico”, escribió alguna vez el gran epistemólogo
Luciano Allende Lezama. Se puede agregar que “existe también un daltonismo
semiótico”: es el que padecen quienes no pueden ver la verdad de un símbolo y
que debe ser sanado previamente a la búsqueda de un “Conocimiento Oculto”. Para
no ser engañado. Para no ser usado por la Sinarquía.
Sin una clara visión de lo simbólico y un
adecuado discernimiento moral, es imposible acceder al conocimiento de la
Sabiduría Hiperbórea, la que, por otra parte, no está en las Escuelas
Exotéricas. La falta de estas virtudes, o, el desprecio por las mismas, lleva
al adepto-daltónico a la búsqueda de los “fenómenos” y del Poder, a seguir
disciplinas “orientales” sin comprenderlas o a ceder a la fascinación de
“investigaciones cientificistas” en parapsicología (Kámara Kirlian, psicobioenergética,
y otras patrañas).
El peligro está en que dichas Escuelas
“Ocultas” (con Personería Jurídica, Razón Social y teléfono) no vacilan en
prometer, a gentes de dudosa capacidad espiritual, pero útiles a sus planes,
todo tipo de Poderes y “experiencias liberadoras”. Por supuesto: el progreso
vendrá “luego”, después de unas cuantas “Iniciaciones”, “progresando” en los
“grados internos”.
“No se ayuda a un pobre –dice C. G.
Jung– con que le pongamos en la mano una limosna más o menos grande, a pesar
de que así lo desee. Se lo ayuda mucho más, cuando le señalamos el camino para
que, mediante el trabajo, pueda librarse duramente de su necesidad. Los
mendigos espirituales de nuestros días están, por desgracia, en exceso
inclinados a aceptar en especie la limosna de Oriente, es decir a apropiarse
sin reflexionar de las posesiones espirituales de Oriente e imitar ciegamente
su manera y modo”.
Todos estos razonamientos me llevaban a
una conclusión: En quien busca Poder fenoménico parapsicológico –taumaturgia–
hay siempre un ignorante o un desinformado. En quien promete otorgarlo, sólo
puede haber una voluntad perversa. De aquí que hubiese decidido considerar
“coincidencia sincronística” a cualquier posible relación entre el rapto
espiritual del dia 21 de Enero y el sismo simultáneo. ¡Podían estar tranquilos
en el Valhala Belicena Villca y todos sus antepasados de la Casa de Tharsis, y
los Dioses Liberadores, y todo aquel Ser espiritual que observase mi conducta!:
para mí, el término de la visión mística señalaba el fin de la experiencia
trascendente: ni Yo disponía de un Poder que operase sobre la Materia, ni deseaba
tenerlo. Las Potencias de la Materia no habian conseguido engañarme esta vez y,
posiblemente, nunca volverían a lograrlo.
Estas reflexiones las hacía mientras
pasaban los kilómetros velozmente y Salta se abría generosamente en sus valles
y quebradas. “Entre zonas de coloridos y enhiestos picos, se suceden las cuestas con
exuberante vegetación y enmarcadas por rocas de agreste apariencia, algunas
famosas como la del Obispo, un faldeo verdadera-mente llamativo por su
desarrollo y variedad de motivos” leí en el mapa que había adquirido en
Cerrillos. Ya me encontraba próximamente a Cafayate, donde planeaba almorzar y
adquirir algunos regalos, especialmente el exquisito vino de la zona. Cuando se
realizan viajes improvisados, como el que Yo emprendía, por Provincias o
regiones de extrema pobreza, conviene llevar siempre regalos comestibles. Un
litro de buen Torrontés o unos alfajores pueden abrir puertas imposibles,
controles fronterizos y salvar toda clase de dificultades.
Entré a Cafayate y luego de realizar
algunas compras en una casa de artículos regionales, estacioné frente a la
Plaza Libertad para almorzar en un restaurante que prometía desde una pizarra
“Menú del día: Empanadas y Picante de Pollo”.
Capítulo X
A
las 14,30 hs. me hallaba nuevamente en camino, rodeando el arroyo De las
Conchas y dispuesto a emprender la segunda parte del viaje a Santa María.
La tierra estaba suelta pues al parecer
hacía tiempo que no llovía y el viento era lo suficientemente fuerte como para
que este trayecto fuera por demás lento.
Dos horas después sólo había recorrido 70
Km. y me aprestaba a cruzar por el medio el pueblo Colalao del Valle pues el
camino se continuaba por la calle principal. Este pueblo se encuentra en la
Provincia de Tucumán, a mitad del camino que atraviesa la cuña geográfica que
un mal trazado de límites legó al mapa actual. Tiene unas veinte cuadras de largo
por cuatro o cinco de ancho. Mientras lo atravesaba observaba el mismo síndrome
que se manifiesta en mil pueblos y caseríos del Norte Argentino: la decadencia.
La pobreza es un mal endémico en estas,
paradójicamente, ricas Provincias, olvidadas por el centralismo burocrático de
la Megápolis Buenos Aires y por la desidia o impotencia de los gobernantes
locales que suelen tener las manos atadas por un federalismo inexistente más
allá de los discursos oficiales.
La pobreza es un mal que duele. Pero más
castiga ver la decadencia; esto es: con-templar lo que ayer fue espléndido
ejemplo transformado hoy en censurable visión.
Mientras rodaba el automóvil la calle de
tierra, miraba las casas de estilo colonial español, que hoy son sombras de lo
que fueron en pasados días de esplendor. Caricaturas crueles de la esperanza y
la fe de sus constructores.
–Quienes edificaron estas casas –pensaba
compungido– creyeron en la Argentina, tuvieron fe en América.
El derrumbe inexorable de ellas es la
contundente respuesta a esas ilusiones.
Se veía que ese pueblo, como tantos
otros, evolucionó hasta un apogeo que deberá situarse en 50 o más años atrás, y
luego sobrevino un período de decadencia durante el cual no se levantó una
pared, ni siquiera se pegó un ladrillo. Ventanas clausuradas años ha, al
podrirse los marcos de madera; paredes desconchadas y leprosas; frentes roídos
por mil inclemencias del tiempo y del Alma.
La decadencia de una comunidad urbana, de
su arquitectura, es un retroceso que indefectiblemente se implanta en el Alma
de los pobladores. Y allí estaban ellos, mirándome pasar con ese aire ausente,
con esa contemplativa indiferencia tan característica de la América Indígena.
Porque en ellos se veía descarnadamente
la decadencia; en esos niños en pata que me espiaban detrás de una esquina; en
esos ojillos oscuros y achinados que me miraban candorosos al ofrecerme la
venta de una tortilla de maíz pero que se tornaban desconfiados a la menor
pregunta. ¿Qué diferencia presenta este poblado, estas casas, estos pobladores,
estos niños, con sus equivalentes de otras partes de América; de Bolivia, del
Perú, del Ecuador o Colombia? Ninguna.
En esa respuesta radicaba también la
decadencia; en que, pagando el alto precio de aislarnos de Latinoamérica, cien
años de “Cultura Europea” no han dejado ni un rastro en estos criollos
olvidados por todos. No les hemos dado nada distinto a lo que han recibido en
los países mencionados. No son ni más ni menos civilizados que ellos a pesar de
la creencia en contrario que sustenta la Oligarquía Europeizante que dirige
este país desde hace cien años.
Por eso una explicación para la
decadencia general que asola a los poblados de sangre americana, puede ser
ésta: en quinientos años la Cultura europea no prendió en el Alma del americano
porque, ni los que la implantaron a sangre y fuego, ni los que la enseñaron
beatíficamente, creían realmente en ella. Se les reemplazó a las Razas
americanas su milenaria Cultura, dinamizada por la acción de Grandes Mitos, por
la Cultura materialista europea, carente de espiritualidad y trascendencia. Y
la religión de América, que conservaba el recuerdo de los Dioses Blancos, fue
prohibida en favor de la Doctrina racionalista del catolicismo: en
adelante los nativos tendrían que glorificar la historia bíblica del Pueblo
Elegido, adorar a un Dios-hebreo-crucificado del que jamás habían oído hablar,
y quedarían fuera de la discusión teológica porque la nueva religión ya llegaba
terminada, acabada en su fundamentación filosófica. Si allá, en la ignota
Nicea, un Concilio había decidido que Dios era triple ¿qué podrían decir aquí
los recientemente paganos sometidos? Y los que estaban aquí ¿acaso sabían qué
significaba el Dogma católico? No; éstos mataban y saqueaban en
nombre del Dogma católico que nadie comprendía ni nadie se preocuparía
en explicar. Pero la riqueza se acabaría. Finalmente llegaría el tiempo de
crear nueva riqueza, de hacer producir objetos culturales a aquellos imperios
evangelizados. Y entonces, en ese mismo momento, comenzaría la decadencia. La
Iglesia medraría con la conquista de América destruyendo sistemáticamente todo
vestigio del origen atlante de las grandes civilizaciones, toda prueba sobre la
naturaleza extraterrestre del Espíritu del hombre. Y el español, enloquecido tal
como lo profetizara la Gran Madre Binah a Quiblón, derramaría de manera pareja
la sangre y el semen sobre los pueblos nativos. De ese Holocausto de Agua
saldrían “los Hijos del Horror”, la población mestiza de América, hombres como
los que ahora veía al pasar por sus poblados decadentes. Hombres culturalmente
indiferentes; que se muestran decididos a no hacer nada. Si no viene un gringo
con fe en algo, y vuelve a levantar casas y poblados, ellos no lo harán. Y todo
caerá, al suelo, a pedazos, –venganza pueril, pero efectiva– como cayeron sus
Culturas ayer y como caerá mañana el Alma de Occidente si se empeña en
continuar divorciada de la sangre de América.
Al pasar por Fuerte Quemado, no pude
menos que recordar que en aquel sitio acampara Diego de Rojas cuatro siglos
antes, cuando marchaba en persecución de Lito de Tharsis. El no había podido
localizar el Pucará de Tharsy, a pesar de internarse en Tafí del Valle durante
meses. Empero, ¿Yo lo lograría? Creía que sí; que las indicaciones de Belicena
Villca eran muy precisas y conseguiría llegar hasta la Chacra; y que
entrevistaría al indio Segundo, el insólito descendiente del Pueblo de la Luna.
Y el optimismo no me había abandonado al llegar a Santa María.
Al cruzar el puente sobre el Río Santa María,
miré el reloj: las siete y media de la tarde. Había tardado cinco horas desde
Cafayate y ya estaba anocheciendo. A pesar de mi impaciencia por llegar cuanto
antes a la casa de tío Kurt, había decidido esperar la noche para cumplir con
las promesas a Mamá en cuanto a prudencia y seguridad.
Detuve el coche frente a otra casa de
artículos regionales para adquirir los famosos productos de la zona: el
pimentón, el arrope, las uvas pasas y el vino. Luego que hube pagado la compra
me entretuve indagando al vendedor sobre la calle Fray Mamerto Esquiú. Así supe
que iba de Este a Oeste, yendo a morir en el Río Santa María, que es uno de los
límites periféricos de la ciudad y corre de Norte a Sur.
–El número 95 –pensaba– debe estar cerca
del río, quizás en la última cuadra.
–¿Busca a alguien en la calle Esquiú?
A lo mejor puedo ayudarle –me sorprendió
con su pregunta el vendedor. ¡Ah la curiosidad pueblerina! Pero no me dejé
impresionar.
–Sí, busco a una vendedora de ponchos
–mentí–. En Salta me dieron la dirección aproximada pues no la recordaban con
exactitud.
–¿Una vendedora de ponchos en la calle
Esquiú? Uhm... No, lamentablemente no conozco a ninguna vendedora de ponchos
que viva en la calle Esquiú... Pero, dígame ¿Qué clase de ponchos busca? Porque
Yo tengo un buen surtido. Y a buen precio...
Un rato después salía con mi compra
original más un poncho catamarqueño blanco con guarda incaica.
Elegí para cenar un fondín de segunda
pero que, según el vendedor de productos regionales, preparaba el mejor guiso
de conejo del valle Yocavil. No bien me ubiqué en una mesa apartada, comprobé
lo acertado de la elección, pues éste era un lugar frecuentado por vendedores y
viajantes de comercio en el que a nadie sorprendía la presencia de un
forastero.
Me hallaba saboreando el postre, dulce de
cayote con nueces, cuando un niño en harapos se ofreció a lustrar mis botas.
Hay una edad –pensé con desaliento– la
infancia, que todos los animales de la naturaleza emplean para jugar y retozar,
protegidos por sus padres y demás miembros adultos de la población. El ser
humano en cambio no puede garantizar a sus niños el goce de vivir la más bella
edad como debe ser vivida: disfrutando de la fantasía.
Por principio, detesto que los niños
trabajen con fines de lucro y mi primer impulso fue alejar a aquel lustrín;
pero una idea se me ocurrió en ese instante y extendí el pie derecho en muda
aceptación. Era un changuito de unos siete años e indudable ascendencia india.
Comenzó lavando y cubriendo de pomada las botas, para luego, por medio de
vigorosos masajes con una banda de lienzo, tratar de obtener el ansiado brillo.
–¿Cómo te llamás? –pregunté, buscando
ganar su confianza.
–Antonio Huanca, Señor –respondió de
prisa.
–Decime Antonio ¿Vivís lejos de aquí?
Levantó la cabecita crinuda y me miró con
un gesto de interrogación en los ojos. Al fin se encogió de hombros y señalando
un lugar indefinido dijo:
–Uuuf, muy lejos Señor, por allá, al otro
lado del río.
Decidí que mi pregunta había sido
desafortunada. Debía probar de nuevo, pero esta vez sería más directo:
–¿Conocés la calle Esquiú?
Se quedó pensativo un momento, pero
enseguida se le iluminó la carita:
– Sí, Señor; es la que está al final de
la ciudad. Si va por ésta derecho –señalaba la calle del fondín– la va a
encontrar cuando se termina el pavimento. Justo donde termina el pavimento está
la calle Esquiú, sí Señor.
Hablaba sin dejar de lustrar y a ese paso
pronto terminaría. Me agaché un poco a fin de hablar sin levantar la voz y le
dije:
–Voy a verlo a Cerino Sanguedolce, ¿lo
conocés?
Se largó a reír mientras se relamía.
–¿Al dulcero? ¿Quién no lo conoce a Don
Cerino, Señor?
Estiró la cabecita y me dijo en tono de
confidencia:
–No le diga nada Usted, pero mis hermanitos
y yo, siempre tratamos de robarle frascos de dulce; –se le caían las babas al
chango– no hay quien los haga más ricos en Santa María. Ji. ji, ji.
Reía como un gorrión y era, festejando su
travesura, finalmente un niño.
Tío Kurt es “dulcero” –pensé maravillado.
Se me antojó en ese momento que sería un tonto por no haberlo previsto pero esa
idea no tenía sentido y la deseché.
El chango había terminado su labor y Yo
disponía de la información suficiente para ubicar a tío Kurt. Le pagué generosamente
y se alejó hacia otras mesas a ofrecer sus servicios.
Un reloj de pared, colgado bajo un
cuadrito con una colección de puntas de flechas, marcaba las 21 hs. Aboné el
gasto de la cena y salí.
La noche era fresca pero el cielo estaba
cubierto de nubes y no corría ni un soplo de viento. Retiré el coche y partí
siguiendo las instrucciones del lustrín.
A medida que me acercaba a la calle
Esquiú, las casas se iban esparciendo y disminuían en calidad, hasta que al fin
me encontré en un arrabal de miserable aspecto, adonde no sólo el pavimento
terminaba sino que también las luces de las calles eran casi inexistentes.
Doblé por la calle Esquiú hacia donde el
instinto me indicaba que debía estar el río y busqué en vano una señal, un
punto de referencia que me permitiera calcular la numeración.
Maldiciendo por dentro la idea de visitar
de noche a tío Kurt, comprendí rápida-mente que circulaba por un barrio formado
por pequeñas fincas de cuatro o cinco hectáreas cada una.
En el Noroeste Argentino las fincas
obedecen todas a un mismo patrón de construcción: un rectángulo de tierra
correctamente alambrado y una Sala (casa del dueño o cuidador) edificada a una
corta distancia de la tranquera de entrada. Pueden existir variaciones o
agregados, pero éste es el “tipo” general, que Yo conocía bien pues nuestra
propia finca en Cerrillos se adaptaba al mismo esquema. Sabía entonces de la
inutilidad de llamar desde la entrada, dado que la casa suele estar alejada de
ella y acepté in-conscientemente el hecho de que iba a tener que internarme en
una de las finquitas para dar aviso de mi llegada.
El automóvil llevaba corriendo unos cinco
minutos por la sombría calle Esquiú que ahora daba la inequívoca sensación de
una pendiente pronunciada. El río debía estar cerca pero aunque la poderosa luz
alta de cuatro cuarzos perforaba las tinieblas, no lo-graba distinguir nada más
allá de veinte metros. Detuve el coche y le puse el freno de mano; sería mejor
realizar una exploración a pie.
Tomé de la guantera una linterna tipo
lapicera, cuya exigua luz suele ser útil a veces, y descendí tomando la
precaución de cerrar el auto para el caso que me alejara del lugar. Un momento
después comprobaba lo oportuno de la decisión de detener el coche pues,
cincuenta metros más adelante, la calle se estrechaba abruptamente y caía en un
barranco pronunciado sobre el Río Santa María que corría abajo, a una distancia
de cien o ciento cincuenta metros. De haber seguido avanzando con el coche, me
habría visto en dificultades para girar y retroceder.
Estaba, por fin, en el origen de la calle
Esquiú, no muy lejos de la vivienda de tío Kurt.
Esta presunción me dio nuevos ánimos para
tratar de orientarme; algo que, estaba viendo, era bastante difícil.
La calle Esquiú había perdido sus veredas
varias cuadras atrás y, donde me encontraba ahora, era sólo un callejón de
grueso ripio que se extendía desde uno hasta otro alambrado, sendos límites de
desconocidas propiedades. Hacia el Este estaba el río por lo que, si ésta era
la última cuadra, presunta morada de tío Kurt, la dirección buscada debía estar
en uno de ambos lados de la calle, a pocos pasos de allí.
Exploré la mano del Norte que se componía
de una fila de tres hilos de alambre, hasta una altura de un metro cincuenta,
pero flanqueados en toda su extensión por arbustos de ligustro muy tupidos y
perfectamente podados en forma de pilar. Recorrí unos ciento cincuenta metros
sin hallar ninguna puerta o tranquera por lo que deduje que estaba a los fondos
de una finca.
Tratando de calmar la contrariedad que
sentía por tan insólita situación, crucé a la mano Sur y reemprendí la
búsqueda. Esta finca estaba mejor limitada pues pronto descubrí una gruesa
malla de alambres a rombos, que dejaban entrever la maraña del consabido
ligustro.
La noche se tornaba impenetrable,
reduciendo la ayuda de la pequeña linterna, y por eso mi paso era torpe y
vacilante, mientras revisaba palmo a palmo ese tenebroso tramo de la calle
Esquiú. Cuando ya desesperaba de encontrar una entrada en esa pared, se produjo
el milagro: un enorme portón de caño y malla de alambre emergió de las
tinieblas casi al fin de la calle, a unos diez metros del barranco. Orienté el
haz de la linterna hacia adentro pero, tal como lo suponía, no vi ninguna
construcción sino un camino, formado por dos huellas paralelas, que se perdía
en la oscuridad. A la izquierda se apreciaba una cuidada plantación de vides,
pequeñas y cargadas de racimos; a la derecha infinidad de almácigos de una
surtida huerta.
Volví a revisar la puerta, pero no hallé
timbre ni llamador alguno; en cambio des-cubrí dos anillas de acero, una en la
puerta y otra en el marco de hormigón, ensartadas por un pesado candado de
hierro.
Desalentado me recosté contra el portón,
tratando de tomar una determinación. Lo más razonable sería irme y volver de
día, pero me frenaba la suposición de que hubiera peones o acaso familiares de
tío Kurt, a quienes le resultaría muy extraña mi presencia. Quedaba la
posibilidad de persistir en la búsqueda nocturna, entrando en la finca a pesar
del candado; siempre que aquella fuese realmente la vivienda de mi tío...
Permanecía indeciso, abrazado a la malla
del portón, aguzando la vista en dirección al camino de entrada, cuando me
pareció ver fugazmente el brillo de una luz. Fue sólo un segundo, pero
suficiente para que renaciera la esperanza de obtener algún resultado esa
noche.
Imaginé que la Sala debía quedar bastante
lejos, razón por la cual no llegaba luz hasta el portón, interceptada, quizás,
por árboles u otros obstáculos. No lo pensé más y trepé por la malla contigua
al portón. Salvo el contratiempo de que una porción de mi saco “Safari” quedó
en los alambres de púas, que coronaban el bastidor de malla, pude ingresar sin
problemas. Unos segundos después, me desplazaba tranquilamente por el camino
interior, siguiendo con la linterna las marcadas huellas de vehículo que
ostentaba el mismo. Llevaba caminados unos cien metros, cuando la senda dobló
bruscamente a la derecha y se internó
entre un grupo de frondosos árboles. No bien tomé esta curva, avisté a unos
treinta o cuarenta metros una casa de tipo alpino, de dos plantas, con techo de
tejas media caña cuyo color contrastaba con el blanco de las paredes y las
negras rejas de ventanas y balcones. Contra la oscuridad de la noche se recostaba
fantasmalmente sin que, al parecer, hubiera luces encendidas.
Esta visión y el silencio sólo roto por
el zumbido de los coyuyos, contribuyeron a desmoralizarme. Me detuve un instante
y contemplé la inmensa mole de la casa, apantallada por las ramas de unos
sauces gigantes que se hamacaban al compás de una suave brisa. Tuve
inexplicables deseos de echar a correr y abandonar ese escenario irreal, pero
me repuse enseguida y avancé a grandes pasos con la intención de llamar a la
puerta para requerir la presencia de tío Kurt o Cerino Sanguedolce.
Fue entonces que lo escuché.
Estaba a pocos metros de la casa cuando
sentí venir de mis espaldas, hacia la derecha, un sonido conocido... Era un
quejido agudo. Un lamento muy especial que sólo pueden reconocer de inmediato
quienes hayan tenido experiencia en la cría de perros. Pues ese quejido es la
expresión del deseo de atacar que manifiesta el perro, cuando el amo le impide
hacerlo.
Yo recordaba que Mamá había traído un
pequeño gato a la finca y, para evitar que Canuto lo atacara, decidió hacérselo
oler mientras lo retaba con fuertes voces y le prohibía tocarlo. Entonces
Canuto temblaba, debatiéndose entre el instinto de matar y la obediencia que
debía a sus amos, y lanzaba unos quejidos engañosos que no expresaban dolor
sino el deseo contenido de atacar.
Este tipo de quejido era el que había
sonado a mis espaldas.
¿Perros! –pensé alarmado– ¿cómo no noté
la falta de perros? Dios, ¡qué imbécil! Todas las fincas tienen perros. Pero...
¿por qué no ladraban? ¿por qué no habían ladrado?
Me di vuelta lentamente. Lo que vi me
indujo un súbito terror, paralizándome en el sitio en que estaba. Dos pares de
ojos verdes relampagueaban en la penumbra a pocos pasos de mí. Eran ojos de
animal, de perros quizás; pero creo que el pánico me lo produjo el tomar
conciencia de dos cosas; una, el tamaño anormal de esas bestias, y otra, su
también anormal cautela. Porque resultaba inconcebible que hubiera podido
transitar tanto por la finca sin que los animales emitieran ni un ladrido y que
en cambio me siguieran silenciosamente, casi arrastrándose, hasta situarse tan
cerca de mí que podía tocarlos con la punta del pie.
Volvió a quejarse una de las bestias con
el evidente deseo de saltar sobre mí. En el momento en que me asaltaba la
certeza de que su amo no debía estar lejos, sonó un silbido modulado de
indudable origen humano. No alcancé a volverme esta vez pues las bestias, al
oír el silbido, actuaron como movidas por un resorte y de un gran salto se arrojaron
sobre su presa.
A pesar de estar casi paralizado de
espanto, el instinto de conservación y varios años de Karate, me hicieron poner
en guardia. Pero sólo para comprobar que aquellas fieras gozaban de un
particular adiestramiento pues, en lugar de dar dentelladas y buscar el cuello
como hacen los perros de combate, estos parecían saber exactamente qué hacer:
cada uno se dirigió a un brazo y clavó en él sus dientes. Sentí la carne
lacerada y vi que las fieras cerraban las mandíbulas sin intenciones de soltar.
El impacto del ataque me hizo trastabillar pues ambos perros parecían pesar más
que mis 90 kg.; un segundo después caía hacia atrás mientras sentía crujir el
hueso de mi brazo izquierdo en la boca del gigantesco can. Pensé, mientras
caía, en varias tácticas para zafarme de los perros: me revolcaría, patearía
sus testículos, mordería,....
–Crack– sonó el golpe en mi cráneo y
todo se oscureció.