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“La Historia de Kurt Von Subermann”
Capítulo I
Corrían, corrían turbulentas las aguas y me
arrastraban sin que pudiera evitarlo. Cerca, envuelta en un estruendo de ruido y
espuma, la cascada absorbía torrentes de agua como una titánica garganta
sedienta. Me acercaba al abismo rugiente, veía el borde, trataba de nadar
inútilmente pero el agua me arrastraba. Al final caía de cabeza en el torrente.
Era el fin. Me estrellaría en el fondo, contra afiladas rocas. Debía abrir los
ojos. Debía abrir los ojos...
Haciendo un esfuerzo supremo abrí los ojos, que fueron
instantáneamente heridos por un resplandor terrible. Parpadeaba tratando de
acostumbrar la vista al Sol, en tanto comprendía que me encontraba acostado en
una habitación desconocida. Miraba como hipnotizado la ventana, ornada de
blancos cortinados, mientras poco a poco se disipaban las brumas en que estaba
envuelta mi conciencia.
Lo primero que asumí fue el intenso dolor en la cabeza, más una
especie de presión sobre el cuero cabelludo y la frente. Intenté llevar las
manos a la cabeza y un nuevo dolor me punzó el sistema nervioso. Casi no podía
mover los brazos, que estaban, ambos, vendados hasta el codo. El izquierdo era
el más afectado y sensible, pues un pequeño movimiento parecía un suplicio; el
derecho, igualmente dolorido, aparentaba estar en mejores condiciones. Con este
último comprobé que un vendaje me cubría todo el cráneo hasta la frente. El
movimiento fue muy penoso, realizado por reflejo al recobrar el conocimiento.
No obstante su fugacidad, resultó suficiente para alertar a la persona que se
hallaba sentada hacia la derecha de la cama, en un ángulo tal que me impidió
percibir su presencia desde un primer momento. Era un hombre enorme, de mirada
aguda y voz estruendosa, el que se acercaba hacia mí con gesto preocupado y...
vociferando. Más viejo que como lo recordaba desde aquella noche en mi niñez,
no había cambiado mucho sin embargo: ¡era sin dudas tío Kurt!
Su semblante se mostraba abatido y su voz penosa, diciendo
incoherencias:
–Eres
mi único sobrino y casi te he matado. ¡He derramado mi propia sangre! Una
maldición ha caído sobre mí. Oh Dios, mi fin está cercano ¿por qué añades esta desgracia
a mis sufrimientos?...
Te pondrás bien Arturo, hijo mío, –continuaba tío Kurt con voz
dolorida– te repondrás. El Ampej Palacios te ha revisado y
asegura que pronto mejorarás ¿cómo podrás perdonarme, criatura?...
Seguía tío Kurt farfullando sin parar sus quejas y disculpas
mientras mantenía clavada en mí esa potente mirada azul.
Envuelto en un sopor creciente, haciendo esfuerzos por
coordinar las ideas, re-conocí en el rostro crispado de mi interlocutor las
facciones conocidas de mi madre.
Como atontado lo miraba fijamente buscando algo para decir,
cuando claramente escuché el canino sonido de un gruñido. Llegó a mis oídos
procedentes de afuera de la casa y tuvo la virtud de lograr que los recuerdos
se agolparan en la mente. Lo último que vi y sentí cuando exploraba la finca de
tío Kurt se hizo presente como una avalancha arrolladora.
–¿Q... ué, qué eran? –balbuceé, tratando de contener el temblor
que me sacudía todo el cuerpo. En el rostro de tío Kurt se pintó un
interrogante.
–¿Cómo? –preguntó desconcertado.
–La... las fieras –dije haciendo un esfuerzo pues sentía la
lengua hinchada y dormida.
–Ah, los dogos, –cayó en la cuenta tío Kurt–. Son perros;
perros del Tíbet. Animales muy particulares, auténticos perros. Quizás la única
especie que merezca ese nombre. Son animales extraordinarios, capaces de
recibir un adiestramiento semihumano. –Involuntariamente abrí los ojos
horrorizado y tío Kurt al notarlo se disculpó afligido:
–Lo que ha ocurrido contigo es un accidente. Un incomprensible
accidente del cual sólo Yo soy culpable. Los dogos te atacaron porque Yo lo
ordené. ¡Oh Dios, sólo Yo soy responsable del más grande crimen! ¡He derramado
mi propia sangre!...
Comenzó tío Kurt a repetir las incoherencias anteriores
mientras Yo iba cayendo suavemente en la inconsciencia. Los ojos se me cerraban
escuchando a quien había venido a visitar con tanta ilusión, transformado en
personaje de una tragedia griega, ¡por mi imprudencia e imprevisión!
De pronto Yo también me sentí culpable; el corazón se me
estrujó; intenté decir alguna disculpa pero una salvadora penumbra eclipsó mi
conciencia, sumiéndome en un sueño profundo.
Trataré de abreviar los detalles de mi infortunada intromisión
en la vida de tío Kurt. Será una concesión en favor de otros datos que deseo
poner a disposición del lector, para la mejor interpretación de esta extraña
historia. Pues si a alguien se le ocurrió pensar que todo cuanto me había
pasado hasta allí era más que suficiente para cubrir una cuota de hechos misteriosos,
le diré que está equivocado por mucho. A esta aventura le faltaban partes
importantes, diría que recién comenzaba, y si las “casualidades” notables me
habían perseguido hasta entonces, lo que vendría después no le estaba a la
zaga. Porque tío Kurt tenía una historia para contar. Una historia tan extraña
e insólita que considerada en sí misma resultaba increíble; pero que Yo debía
tomar con bastante respeto, ya que “esa” historia era parte de “mi” propia
historia.
Pero no nos adelantemos. El día que abrí los ojos, y vi por
segunda vez en mi vida a tío Kurt, era el siguiente a la noche de mi
desafortunada incursión por la finca. Hacía unas quince horas que permanecía
inconsciente ante la desesperación de tío Kurt, que temía haberme producido una
lesión cerebral grave.
El golpe, asestado con la culata de una pistola Luger,
había sido contundente y, según tío Kurt, debía agradecer la salvación a la
anormal dureza del cráneo o a un milagro.
¿Por qué esta seguridad? porque él había golpeado con mucha fuerza;
según sus palabras; la suficiente como para matar al intruso. Esta violencia se
debía a que tío Kurt esperaba un atentado, un ataque de un momento a otro.
Tenía motivos para creer en ello, como se verá, y la mala
fortuna –u otra causa– quiso que Yo tuviese la malograda idea de efectuar la
sospechosa visita nocturna.
En un primer momento, luego de cerciorarse que no había más
intrusos, tío Kurt me arrastró hasta la casa y se entregó a la tarea de revisar
los bolsillos en busca de armas y elementos de identificación. Con la sorpresa
que es de suponer, halló la Cruz de Hierro –su condecoración–, la carta de Mamá
y los documentos y carnets que probaban debida-mente mi identidad.
Según tío Kurt, se hubiera suicidado allí mismo si no fuera que
inexplicablemente Yo aún respiraba. Su primer reacción fue buscar ayuda, pero,
consciente de lo irregular de la situación, decidió ser sumamente cauto a fin
de evitar la intervención policial. Por este mismo motivo, resultaría
inconveniente recurrir a un médico desconocido que podría ponerlo en aprietos.
Debo aclarar que tío Kurt no se había casado, por lo que vivía
solo en la Sala, asistido por un matrimonio de viejos y fieles indios, los que
habitaban una pequeña casa contigua. Aparte de los nombrados nunca moraban allí
menos de diez peones –para atender las vides y la pequeña fábrica de dulces y
arrope– pero éstos ocupaban una barraca alejada treinta metros de la Sala y no
eran dignos de confianza.
Al viejo mayordomo, de nombre José Tolaba, llamó tío
Kurt desesperado golpeando la ventana de su pieza.
–Pepe, Pepe.
–Sí Don Cerino –contestó el viejo con presteza.
–Ven pronto Pepe. Ha ocurrido una desgracia –gritó Kurt.
Aunque solamente nombró al viejo, cinco minutos después aparecían
Pepe y su mujer pues por el tono del llamado, supusieron que algo grave pasaba.
La vieja Juana se santiguaba constantemente mientras tío Kurt y
Pepe, trasladaban mi cuerpo exánime hasta un sofá del livingroom ya que los
dormitorios se encontraban en el piso superior, escalera mediante.
Perdí un poco de sangre por un profundo tajo a la altura del
occipucio, pero lo más impresionante era sin duda, la forma en que los perros
me destrozaron los antebrazos. Tío Kurt dejó a los viejos para que lavaran las
heridas y me cuidaran y partió en busca del Ampej Palacios.
Sacó del garaje un flamante jeep Toyota –adquirido en
tiempos de la “plata dulce”– y partió velozmente, notando al salir la presencia
del Ford a pocos metros del portón.
La hora era intempestiva para buscar a cualquier médico, pero
no para el Ampej Palacios.
Este personaje que no es de ficción pero merecería serlo, es un
médico indio mundialmente famoso por su dominio de la kinesioterapia. Ya viejo
en estos años, aún atiende su humilde consultorio sin ser molestado por nadie,
pues su prestigio es tan grande como la fortuna que amasó gracias a las dádivas
que generosos como acaudalados pacientes fueron depositando en sus manos. El
Ampej Palacios, ha hecho caminar a hombres y mujeres paralizados por años, ha
hecho mover cuellos tan tiesos como un obelisco y ha enderezado tantas columnas
vertebrales desahuciadas por traumatólogos de todo el mundo, que resultaría
difícil de creer si no existieran para probarlo los libros de firmas.
Estos libros son una segunda fuente turística para Santa María,
pues allí hay firmas y notas de gente, de todo el mundo, que llegó hasta el
Ampej Palacios a buscar una esperanza. Ricos y pobres, curas y médicos, nobles
y plebeyos, todos han firmado sus libros para testimoniar la sabiduría del
Ampej. Aquí no hay magia ni hechicería sino pura y simplemente Sabiduría
Antigua que dinastías de Ampej diaguitas han conservado y transmitido de padres
a hijos. Hoy los hijos de Ampej Palacios son Médicos graduados en la Universidad
de Salta y especializados en: ¡Traumatología! Siguen así la tradición familiar
y practican con éxito un conocimiento miles de años más antiguo que la Ciencia
materia-lista de Occidente.
Acompañado por el Ampej Palacios, volvió tío Kurt media hora
más tarde. Este, que es un viejo corpulento de gruesos mostachos blancos y
manos tan grandes como una alpargata Nº12, se entregó a revisar mi cabeza y
brazos.
–La cabeza no está rota –afirmó el Ampej diez minutos después–
pero habrá que esperar unas horas para saber si no hay lesión en el cerebro. El
brazo izquierdo está roto, hay que ponerle escayola; el derecho tiene el hueso
sano pero la carne está muy lastimada.
–Mirá Cerino –continuó el Ampej– no creo que esté grave pero
hay que coserle la cabeza y el brazo, y darle desinflamatorios y antibióticos.
Demasiado para mí que sólo arreglo huesos; te mandaré al chango menor que
justo está de visita. El es Doctor y lo atenderá mejor.
Una hora después llegaba el Dr. Palacios rezongando, pues debía
viajar a Salta a las 5 hs. y lo habían despertado a la 1.
Se entregó de lleno a su tarea administrando varias
inyecciones, cosiendo las heridas del brazo derecho y enyesando el izquierdo.
El tajo del cuero cabelludo lo cerró, previo afeite de la zona
lastimada, con unos ganchitos de plástico inerte.
–¿Seguro que los perros no están rabiosos? –preguntó con
desconfianza el hijo del Ampej.
–Puedo asegurarlo, –afirmó tío Kurt horrorizado–. Mordieron
porque Yo lo ordené; son animales muy domesticados y me obedecen ciegamente.
Jamás atacarían a nadie por sí mismos.
Movía la cabeza el Doctor mientras murmuraba algo sobre las
dudas que albergaba en cuanto a la mansedumbre de los dogos del Tíbet.
Tres horas después se iba el Dr. Palacios y tío Kurt, luego de
tomar las llaves que tenía en el saco Safari, entró el automóvil a la finca y
lo estacionó adentro de su garaje.
El segundo día intenté levantarme pues volví en mí en un
momento en que no había nadie en el cuarto. Sentí, entonces, una terrible
debilidad y un mareo tal que casi caigo al suelo. Quedé sentado en el borde de
la cama contemplando, no sin cierta curiosidad, el lugar en que me hallaba.
Era un cuarto sobriamente amueblado, con juego de dormitorio de
nogal tallado y cama con mosquitero de encaje. Que estaba en un primer piso, lo
deduje por el techo en pendiente y las gruesas vigas de quebracho que lo
soportaban. En ese momento entró la vieja Juana y se espantó de verme sentado.
–Ay Señorcito –dijo la vieja– ¿Cómo hace Usted estas cosas?
Tiene que hacer re-poso, así lo ordenó el Doctor.
Me empujaba firmemente por los hombros para forzarme a tomar la
horizontalidad mientras Yo la dejaba hacer, asombrado por la actitud de la
desconocida.
Enseguida estuve acostado y tapado nuevamente en tanto la vieja
no cesaba de pro-testar:
–Señorcito, ha movido el brazo enyesado; eso no está bien; él
se va a enojar...
–Y. . . el Señor –pregunté tímidamente.
–¿Don Cerino? Enseguida vendrá; –respondió la vieja– en cuanto le
avise que Ud. ya se ha recobrado.
Se acercó a la puerta de mi derecha –la otra daba a un baño
según supe después– pero antes de salir se volvió y dijo:
–Estése quieto Señorcito que pronto le traeré un caldo y una
horchata de nueces –sonrió– verá como pronto recupera sus fuerzas.
Conforme pasaron los días me fui reponiendo y quince días
después ya bajaba al comedor y daba paseos por el parque contiguo a la casa.
Otros quince días más tarde me quitaron el yeso y, recién a los
treinta y cinco días de haber llegado a Santa María, pude partir para Tafí del
Valle en asombrosas circunstancias que luego narraré.
Al comienzo escribí varias veces a mis padres, mintiendo una
supuesta investigación arqueológica en el Pucará de Loma Rica para
tranquilizarlos por mi prolongada ausencia. También hablé por teléfono con el
Dr. Cortez con el fin de solicitarle una extensión de quince días a mis
vacaciones que expiraban en esos días, pero sólo accedió a ello cuando le
informé que había sufrido un accidente.
Las cosas se ponían difíciles pues aún no había comenzado a
averiguar el paradero del hijo de Belicena Villca y ya se acababan mis
vacaciones. Sin embargo al partir de Santa María, la moral era alta y tenía más
fe que nunca. A ello habían contribuido las prolongadas conferencias que
sostuve con mi extraordinario familiar. Pero regresemos a aquellos días de
convalescencia, cuando tío Kurt inició el relato de su fantástica vida.
Capítulo II
Como soy médico, ya en los primeros días de la
convalescencia, comprendí que ésta sería larga, por lo que, disponiendo del
tiempo suficiente, no veía ninguna razón para no contarle mi aventura a tío
Kurt. Nunca experimenté el deseo de compartir mis asuntos con nadie ni he
tenido confidentes. Pero ahora era distinto. Desde el día del sismo, venía
lamentando no conocer a nadie en quien confiar; alguien lo suficientemente
“espiritual” como para no burlarse de los hechos ocurridos al-rededor de la
muerte de Belicena Villca. Pero también que dispusiese de la libertad necesaria
para poder asumir un conocimiento que entrañaba tan graves peligros.
En un momento dado pensé acudir al Profesor Ramirez, pero luego
me avergoncé de esta idea egoísta que podía poner en peligro la vida y la mente
de este hombre ejemplar entregado a sus cátedras y a su familia.
Estaba contrariado desde entonces pues sentía que empezaba a
manejar ideas demasiado “grandes”, demasiado inhumanas, que podrían perturbarme
si no las compartía. Y he aquí que de pronto resucita del pasado un hombre de mi
sangre a quien nunca soñé conocer. Un hombre solitario como Yo; de
acción. Un hombre jugado y de una edad en que no se
teme por la vida pues la muerte comienza a perfilarse como una realidad.
Sí –pensaba decidido– confiaría todo a tío Kurt.
Al principio charlamos de nimiedades pues ambos evitábamos
contar nuestros secretos; Yo no revelaba el motivo de mi visita y él callaba
sobre el brutal ataque de los dogos y su cachiporrazo. Le hablé sobre mis
estudios y también de mis padres; él me explicó las técnicas para obtener un
buen arrope
de tuna.
Así estuvimos ganándonos la confianza, hasta que un día, de los
últimos que guardé cama, le dije:
–Tío Kurt, desearía que me alcances el maletín que traje
conmigo. Quedó en el coche la noche que llegué.
Para
mi sorpresa tío Kurt abrió una de la puertas del ropero y extrajo de un
compartimiento el maletín que, por lo visto, había estado todo el tiempo allí.
Lo abrí y extraje la carta de Belicena Villca y algunas notas que había tomado
cuando dialogué con el Profesor Ramírez.
–Voy a explicarte el motivo de mi visita, –dije tratando de
transmitir la importancia que me merecía el asunto–. Es una historia fantástica
e increíble y pienso seriamente que sólo a ti me atrevo a contarla sin reservas
ni temor.
Tío Kurt arqueó las cejas, vivamente interesado en algo que, al
menos para mí, parecía de extrema gravedad. Mis palabras y tono que usé,
crearon el clima apropiado para ello.
Eran las tres de la tarde de un día cualquiera, ambos habíamos
almorzado y la serena tranquilidad que reinaba en esa perdida finca invitaba al
diálogo y la confidencia. Teníamos todo el tiempo del mundo a nuestra
disposición para aprovecharlo como nos viniera en gana.
Comencé a narrar los sucesos conocidos y, si alguna duda
albergaba sobre la credibilidad que tío Kurt daría a ello, ésta pronto se
disipó. Visiblemente alterado por algunos pasajes y ganado por la impaciencia
en otros, me interrumpía constantemente para pedir detalles y, luego que
obtenía lo que deseaba, me alentaba a continuar en un tono autoritario que le
desconocía.
El caso de Belicena Villca había capturado completamente su
interés pero, al enterarse de la existencia de la carta, pareció enloquecer. La
extraje en ese momento del maletín y tuve que hacer un esfuerzo para evitar que
me la arrebatara de las manos: era mi intención permitir que la leyera, mas no
en ese momento sino luego, cuando Yo hubiera terminado de relatar lo
acontecido. Se la mostré, pues, y continué con la narración sin perturbarme por
la ansiedad de mi tío, a quien le costaba un gran esfuerzo, evidente-mente,
aguardar para leerla. Expliqué, en líneas generales, el objetivo de aquella
póstuma misiva, sin entrar en detalles sobre la increíble historia de la Casa
de Tharsis, mencionando sólo la persecución milenaria que habia sufrido por
parte de los Golen-Druidas: hablé de Bera y Birsa y de mi convicción de que
Ellos eran los verdaderos asesinos de Belicena Villca. En ese punto parecía que
los ojos de tío Kurt iban a salirse de las órbitas; empero, sus labios
permanecían sellados por la sorpresa. Finalmente, le referí la traducción que
el Profesor Ramirez hiciera sobre la leyenda “ada aes sidhe draoi mac hwch”
y sus posteriores alusiones a los Golen-Druidas, lo que confirmaba a mi
criterio la veracidad, sino de todo, de gran parte del contenido de la carta.
Aquí se cortó el encanto y tío Kurt, parándose de un salto,
gritó:
–¡Sí Arturo! ¡Los Druidas! ¡A Ellos esperaba la noche que tú
llegaste! Luego de 35 años percibí la inequívoca señal de su presencia y sabía
que en cualquier momento sería atacado, aunque ignoraba por qué habían
aguardado tanto, por qué reaparecían ahora. Y ahora lo sé:
¡porque tú venías hacia mí, portador del Más Grande Secreto!
Era un rugido el que salió de su garganta al pronunciar estas
frases en alemán, siendo inmediatamente contestado por dos prolongados aullidos
de los mastines un piso más abajo y fuera de la casa. No pude menos que
asombrarme pues tío Kurt había hablado siempre en castellano ya que mi dominio
del idioma alemán es malo como con-secuencia de la decisión de mis padres de
formarme “cabalmente argentino” al punto que ni entre ellos usaban esta lengua.
Tampoco se me escapaba que, por más fuerte que hubiera gritado,
no podrían haberlo escuchado los perros. ¿Cómo entonces, le habían contestado?
Miraba ahora con “otros ojos” a tío Kurt a quien hasta el
momento tenía por una persona, como tantas otras, torturada por el recuerdo de
los días de la guerra, pero, por lo demás, completamente normal.
Estaba entendiendo, lentamente, que había algo más: tío Kurt
tenía un secreto cono-cimiento que pesaba enormemente en su conciencia, avivado
ahora por mi relato.
Tío Kurt debía tener unos sesenta y dos años, pero impresionaba
por aparentar diez menos. Alto hasta la exageración –Yo le calculaba un metro
noventa– era fornido, de complexión atlética y se veía que se mantenía en
forma. El pelo, que debió ser negro, estaba gris, cortado muy corto; los ojos
azul claro, las cejas pobladas, la boca de labios finos con grueso bigote y
mentón firme, completaban su descripción. Un detalle quizás lo constituía la
cicatriz que surcaba su mejilla izquierda, realzada por el rojo ruboroso de sus
cachetes, signo de salud para su edad.
Gustaba vestir sencilla pero deportivamente y siempre lo veía
calzando botas de grueso gamuzón.
En síntesis, era un hombre impresionante; más aún en ese
momento en que parecía echar chispas por los ojos. Estuvo unos minutos
caminando en círculos por toda la habitación, con las manos atrás, en las que
tenía la carta de Belicena Villca que acababa de entregarle.
Yo guardaba respetuoso
silencio aunque intrigado por esta reacción. Habíamos pasado varias horas hablando
mientras afuera oscureció rápidamente. La habitación estaba sumida en penumbras
cuando entró la vieja Juana y prendió la luz.
–Jesús, Don Cerino ¿cómo es que están al oscuro? Ya está la
cena. Enseguida le subiré al Sr. Arturo lo suyo –la vieja sonrió como de
costumbre antes de salir.
Esta intromisión calmó a tío Kurt que todavía giraba pensativo.
Se detuvo a los pies de mi cama con las manos apoyadas en el espaldar y, en
correcto castellano dijo:
–Neffe[1],
creo que me has traído una respuesta que esperé por décadas. Si es así, podré
morir en paz cuando todo termine –dijo misteriosamente– pero, dime ¿qué te
trajo exactamente hasta mí? ¿cómo se te ocurrió venir a verme?
–Deseaba averiguar el motivo que tuvieron la SS. para
acopiar toda la documentación sobre los Druidas, –respondí–. Cuando pensé en
ello, vino a mi memoria el recuerdo de aquella noche treinta y cinco años atrás
cuando me regalaste la Cruz de Hierro. Fue una intuición, pues inmediatamente,
sin motivo aparente me asaltó la seguridad de que tú sabrías responder a esos
interrogantes. Luego supe por Mamá que habías sido oficial de las SS. ... Y aquí me tienes.
–Ja,
ja, ja –rió admirado, con aquella carcajada estruendosa que lanzara al
descubrirme en la escalera de Cerrillos, de niño, y que tan bien recordaba.
–Has supuesto bien neffe; –continuó tío Kurt– Yo puedo contarte
algunas cosas que te resultarían útiles para la solución de tus problemas.
Cosas referentes a la Doctrina esotérica de la Orden Negra
SS. Sin embargo, por un inevitable y significativo designio de los
Dioses, te sorprenderá comprobar hasta qué extremo estaban en mis manos las
respuestas que buscabas. Pero antes de hablar de ello cenaremos.
Se fue, dejándome consumido por nuevos interrogantes. De su
exclamación anterior se desprendía claramente otro misterio: ¿cómo había
trabado contacto tío Kurt con los Druidas, quienes, al parecer, lo perseguían a
muerte desde hacía años?
Capítulo III
A las 21,30 hs. tío Kurt se instaló en un cómodo
sillón hamaca, junto a mi cama, y luego de permanecer pensativo unos minutos
comenzó a hablar. Se veía que había estado reflexionando sobre todo lo ocurrido
y tomado una decisión.
–Mira Arturo; –dijo con tono solemne, tratando de ser convincente–
comprendo que estarás impaciente por obtener las respuestas que te han traído
hasta aquí, pero debes darme tiempo para leer la carta de Belicena Villca. Es
un manuscrito extenso y me llevará varios días asimilarlo, mas es necesario que
lo haga antes de responder a tus preguntas; de ese modo tendré el antecedente
de lo que tú conoces, apreciaré lo que te falta saber, y podré expresarme con
precisión.
Esperaba mi aprobación sin condiciones. No obstante, Yo creía
que en nada le afectaría adelantarme alguna respuesta.
–Estoy
de acuerdo, tio Kurt, que dispongas de un tiempo para leer la carta. Pero dime
ahora ¿cómo es posible que el día de mi llegada estuvieses aguardando un ataque
de los Druidas?; quiero decir: ¿cómo sabías que Ellos estaban por venir?
–¡Pues porque el día anterior había escuchado el
zumbido, el inconfundible zumbido de las abejas melíferas, que
delata el empleo del Dorje sobre el Corazón ! Sí neffe. Desde ese instante
me acometió una incontrolable taquicardia que aún me dura. Pero una vez más
todos sus trucos fracasaron frente a los poderes con que me han dotado los
Dioses, y se verán obligados a enfrentarse cara a cara conmigo. –Sus ojos
brillaban desafiantes, pero Yo quería aclarar las cosas. La alusión al zumbido
y al Dorje, elementos que Belicena mencionara el Dia Vigesimoquinto, cuando
Bera y Birsa convirtieron en Betún de Judea la sangre de los Señores de
Tharsis, antes de leer su carta, me había dejado helado de estupor.
Temblando, le pregunté:
–Pero,
entonces ¿ya habías oído anteriormente ese zumbido?
–Por supuesto, Arturo. Lo escuché por primera vez en 1938, hace
42 años.
–¿Y dónde? –inquirí con asombro creciente, que se iba
anticipando a la sorpresiva respuesta.
–En el Tíbet; en la frontera entre este país y la China. Fue
durante una expedición a las Puertas de Chang Shambalá.
La sangre se me agolpó en las sienes, me sentí confundido,
mareado, y entreví la posibilidad de perder el sentido. La habitación había
desaparecido de mi vista y en mi mente, junto a mil conceptos y situaciones que
surgían de la carta de Belicena Villca, las preguntas se reducían a su extrema
abstracción: qué, cómo, cúando, dónde, pugnando por tomar forma concreta y ametrallar
a tío Kurt. Este, que advertía mi confusión, comenzó a reir alegremente.
–¿Has visto neffe? ¡Lo sabía! Será imposible que logres
comprender nada de la manera como propones el diálogo. Todo te lo diré, no
temas. Pero para que puedas aprovechar mi experiencia, para que puedas
comprenderla, lo mejor es que conozcas un resumen de mi vida. Te lo repito:
espera hasta que lea la carta; luego te relataré mi pasado y entonces sí
tendrán consistencia tus preguntas y adquirirán sentido mis respuestas.
Empero, –prosiguió– como veo que tu impaciencia no es pequeña,
te daré algo en qué pensar durante estos días.
Si no he entendido mal, tratarás de hallar una Orden esotérica
que presumible-mente existiría en Córdoba, una Orden de Constructores Sabios,
una Orden dedicada al estudio de la Sabiduría Hiperbórea?
Asentí con un gesto.
–Pues bien, neffe: Yo estoy en condiciones de afirmar que muy
posiblemente dispongo de noticias precisas sobre dicha Orden. Y no sólo sobre
ella sino sobre el misterioso Iniciado que la ha fundado.
Aquello era lo último que hubiese esperado escuchar y,
nuevamente, los labios permanecieron sellados mientras en la mente los
interrogantes se formaban a gran velocidad.
Pero tío Kurt no me dio tiempo a preguntar:
–¡Te lo probaré! –dijo, mientras desataba un paquete que había
traído disimulado en su campera. Indudablemente tío Kurt no tenía intenciones
de referirse a ese asunto, a menos que mi impaciencia lo obligase, y por eso
había ocultado aquel envoltorio: de no ser necesario, no lo habría mostrado en
ese momento.
Al concluír, quedó entre sus manos un libro de voluminoso
aspecto, cubierto con gruesas tapas forradas en tela roja. Sosteniéndolo frente
a mis ojos, lo abrió y quedó al descubierto la primera hoja; en ella se anunciaba
en primer término, el título de la obra y el nombre del autor: “Fundamentos
de la Sabiduría Hiperbórea” por “Nimrod de Rosario”. Más abajo, una
inscripción daba indicios sobre la filiación del libro: “Orden de Caballeros Tirodal de
la República Argentina”.
Cuando hube leído aquellas escuetas frases, tío Kurt dio vuelta
a la hoja y me señaló una “Carta a los Elegidos” que se hallaba inserta a modo
de prólogo; al final de la misma, tres hojas después, se encontraba la firma
del autor, Nimrod de Rosario, y la siguiente indicación: “Córdoba, Agosto de 1979”.
–¡Seis meses! –exclamé– ¡Sólo seis meses que fue publicado!
¿Cómo, tío Kurt, cómo Demonios llegó a tus manos?
–Ja, Ja. No precisamente por voluntad del Demonio sino a mi
buen amigo Oskar, quien falleció hace sólo tres meses y se llevó el secreto a
la tumba. –Aquí se puso serio, al notar el desencanto en mi rostro–. Sé que
esta parte de la noticia no va a causarte ningún agrado, pero es preferible que
conozcas de entrada la verdad.
Oskar, de quien te hablaré más adelante, se hallaba como Yo
refugiado en la Argentina desde 1947. Al igual que con tus padres y otros
Camaradas, solía encontrarme con él un par de veces por año: luego de esos
encuentros secretos cada uno regresaba a sus tareas habituales. Ni cartas, ni
teléfono, nada nos debía vincular si es que deseábamos continuar libres. A mí,
ya se sabía que me perseguía una oganización secreta cuyas órdenes decían sin
dudar “ejecutar donde sea hallado”; pero el caso de Oskar era distinto: a él lo
buscaban “oficialmente” para ser juzgado por “crímenes de guerra”, y el reclamo
lo hacía la Unión Soviética, puesto que Oskar Feil era oriundo de Estonia. Pero
Oskar, que pasaba por inmigrante italiano con el nombre de “Domingo
Pietratesta”, había contraído matrimonio en la Argentina y tenía una hermosa
familia a la que se debía proteger por sobre todas las cosas: en su caso no
cabía ni pensar la posibilidad de dejarse atrapar por el Enemigo. Por eso
extremábamos las precauciones para reunirnos cada seis meses. Y es que tampoco
podíamos dejar de unirnos pues ambos éramos entrañables Camaradas, no sólo
desde la guerra, sino desde muchos años antes, desde la época en que juntos
cursáramos la Escuela N.A.P.O.L.A.
–Ah, Oskar, Oskar, –suspiró tío Kurt–. Un amigo para más de una
vida. Una compañía para conquistar Cielos e Infiernos, un Camarada para la
Eternidad.
–¿P, pero él murió? –dije balbuceando, para traer a tío Kurt a
la realidad.
Se quedó un instante en silencio. Al fin pareció reparar en mí,
y continuó con su relato.
–Si, neffe. Oskar falleció hace cuatro meses; de “muerte
natural”, según todas las versiones, pero no se me oculta que pudo haber sido
asesinado: sea de su muerte lo que fuere, su esposa jamás denunciaría
públicamente la verdad. El futuro de los tres hijos de Oskar la obligaría a
morderse los labios antes de hablar. De manera que ignoro con certeza lo que
ocurrió ya que, por obvias razones, no podré acercarme a su familia hasta
pasado un tiempo más bien largo; un año o más.
¡Pero vayamos a lo tuyo, Arturo! –dijo con energía, luego de
suspirar profundamente, como despidiéndose de su amigo muerto–. Hace unos
dieciocho meses, más o menos, nos encontramos en la Provincia de Jujuy, en el
Hotel Provincial de Tilcara: ambos pasábamos por turistas que visitaban el
famoso Pucará. Allí lo noté muy excitado y feliz: había hallado, me dijo
entonces, a quienes poseían un contacto directo con la Fuente de la Sabiduría
Hiperbórea, es decir, con la misma fuente que nutría la Sabiduría de
nuestros Instructores Iniciados de la Orden Negra SS.. De acuerdo a
Oskar, luego de 35 años de tinieblas “democráticas” y judaicas, surgía
nuevamente la Luz Espiritual del Sol Negro: si, después de 35 años, durante los
cuales el Enemigo vertió toda clase de calumnias sobre la Sabiduría de la
Orden, y después de que cientos de impostores, a menudo mero personal
subalterno de La SS. que ignoraba los Secretos de la Orden, sembrase la
confusión sobre la enseñanza iniciática que en ella se impartía. En Córdoba, me
explicó Oskar, había aparecido un gran Iniciado que se hacía llamar “Nimrod de
Rosario”; lo “de Rosario” era, al parecer, para diferenciar su apodo del Nimrod
histórico, un Rey Kassita que vivió 2.000 años A.J.C. Pero esto era anecdótico:
lo importante consistía en que aquel Iniciado dominaba todas las Ciencias de
Occidente, y en especial la Sabiduría Hiperbórea, en un grado tan alto como
Oskar no había visto nunca fuera de Alemania, y desde los últimos días de la
guerra, 35 años atrás. En verdad, habría que remontarse a aquellos días y a los
hombres que dirigían secretamente la Orden Negra, en particular a Konrad
Tarstein, para hallar un Iniciado equivalente. Por lo menos ésa era la opinión
de Oskar.
Claro, fuera de las inevitables comparaciones, y de aquello que
tenían en común, existían diferencias abismales entre Nimrod y nuestros
antiguos instructores. Desde luego, ninguna diferencia había en cuanto al Honor
o a la Sabiduría Hiperbórea en sí: en este terreno todo era análogo a la SS..
Pero ya no estábamos en los días del Tercer Reich y l a SS., y es lógico
que al organizar a los partidarios de la Sabiduría Hiperbórea Nimrod se haya
visto obligado a contar con aquello que la realidad, la realidad de 1979, le
ofrecía. Aún recuerdo las palabras de Oskar al referirse a la incompetencia
espiritual de sus seguidores: –“Créeme Kurt, que a Nimrod le hace falta una
selección racial como la que se practicó en Alemania, y de la cual surgimos
nosotros. ¡Lo sé, lo sé! Ya no estamos en Alemania sino en el mestizo Tercer Mundo.
Sólo estoy planteando una posibilidad imposible, un juego de imaginación. Es
que me apena observar cómo sus esfuerzos caen en vacío, son desaprovechados por
gente que no consigue desprenderse del siglo. No obstante, y sin rozar ni
remotamente la disciplina de la SS., ha conseguido formar un importante
grupo de apoyo que le permite desarrollar su Estrategia: con personas salidas
del esoterismo tradicional, especialmente muchos que comprendieron que la
Iglesia Gnóstica de Samael Aun Weor es una secta sinárquica más, y otros
procedentes del nacionalismo argentino, vale decir, hombres con formación
política nazifascista. Con ellos formó la Orden de Caballeros Tirodal, en la
cual se otorga una ‘Iniciación Hiperbórea’ en todo semejante a la que recibimos
nosotros en la SS.”.
“Pero la Iniciación Hiperbórea, que es la Primera de las tres
que requiere la libe-ración espiritual y el Regreso al Origen, –prosiguió
Oskar– sólo puede ser administrada por quien exhiba la Segunda Iniciación, es
decir, por un Pontífice Hiperbóreo. Nimrod es, por lo tanto, un Pontífice
Hiperbóreo. Cómo obtuvo su Segunda Iniciación, nadie lo sabe, pero tú y Yo
conocemos muy bien que sólo los Superiores Desconocidos, los Señores de Venus,
los Dioses Hiperbóreos la conceden. Naturalmente, para cumplir con su misión,
este Iniciado se ha prefabricado un pasado lo más consistente posible,
valiéndose para ello de su irresistible poder sobre la estructura ilusoria de
la realidad. Mas esto no nos interesa: su pasado, y las contradicciones que en
él puedan ser probadas, solamente interesan al Enemigo. Para nosotros, Querido
Kurt, lo cierto, lo innegable, es que su Sabiduría proviene de una Fuente
irreprochable: los Señores de Agartha”.
“¿Y cuál es su misión? –se preguntó Oskar–. También es un enigma:
parece estar ligada a la búsqueda de determinadas personas a las que habría que
orientar estratégica-mente para cumplir un papel en la próxima Guerra Total.
Todo su esfuerzo está puesto en esa búsqueda, mas no creo que haya tenido
suerte pues, como te decía, sus colaboradores no son los más indicados para la
práctica de la Alta Magia. De hecho, hay muy pocos Iniciados en la Orden
Tirodal y ninguno responde a las exigencias de la misteriosa misión. Esta
aseveración no es una presunción subjetiva sino una confidencia del mismo
Nimrod: en efecto, cuando me entrevisté por primera vez con el Pontífice, éste,
que de-mostró poseer el poder de leer las Runas iniciáticas, me felicitó por el
grado alcanzado en la Orden Negra, pero evidenció un visible desencanto. Frente
a mi sorpresa, se disculpó enseguida y me explicó cortésmente que al recibir a
un Elegido por primera vez, siempre abrigaba la esperanza ‘de que fuese uno de
Aquellos que cumplirían la Misión dispuesta por los Dioses’. Este comentario me
aclaró todo y comprendí en el acto que Yo, obviamente, no era uno de ‘Aquellos’
a quien Nimrod aguardaba. No obstante, me trató con camaradería y ofreció
participar de la Orden, realizando funciones en extremo reservadas, que en nada
harían peligrar mi posición. Acepté, por supuesto; y aproveché su confianza
para indagar algo más sobre la desgraciada búsqueda de los Elegidos aptos para
llevar a cabo los designios de los Dioses, búsqueda que sería casi imposible en
el infernal contexto de la Epoca actual”.
–“La clase de gente que Ud. busca, Nimrod ¿es de calidad
superior a los Iniciados de la Orden Negra SS.?”
–“No se trata de calidad sino de confusión estratégica, Señor
Pietratesta. Tal vez si se consiguiese trasplantar a uno de aquellos Iniciados
del Castillo de Werwelsburg a esta Epoca, sin que experimentase el paso del
tiempo, tendríamos a un Camarada apto para la Misión. Pero ahora, ciertamente,
no tenemos un hombre semejante. Nuestros mismos Iniciados podrían ser aptos para la misión
si asumiesen completamente la Iniciación y dominasen su naturaleza anímica, si
se decidiesen a ser lo que son. Mas es difícil, muy difícil, que los hombres
espirituales de esta Epoca cuenten con el valor necesario para dejar de ser lo
que aparentan y sean definitivamente lo que en verdad son. Sin embargo,
los Dioses aseguran que existen hombres capaces de tal valor, que se deben
mantener abiertas las puertas del Misterio hasta que ellos lleguen o los que
están se trasmuten. Y esta certeza es la que nos da fuerzas para seguir, Camarada
Pietratesta”.
“Me hallaba en una casa de la Ciudad de Córdoba, –aclaró Oskar–
perteneciente a la Orden Tirodal. En la amplia habitación, amueblada como
oficina, tras un imponente escritorio, estaba sentado Nimrod observándome
atentamente. Al fin abrió un cajón y extrajo un libro de tapas rojas”.
–“Señor Pietratesta –dijo con seriedad–. Nadie llega hasta este
lugar si previamente no ha sido investigado en la Tierra y en el Cielo. Ud. ha
satisfecho los requisitos y por eso le ofrecemos esta oportunidad: ingresar a
la Orden Tirodal y convertirse en uno de sus Iniciados. Todos los que ingresan
deben realizar los mismos actos, que son muy sencillos: básicamente consisten
en comprender
y aceptar los Fundamentos de la Sabiduría Hiperbórea, los que, para beneficio
de los Elegidos, hemos sintetizado en este libro –me alargó el libro rojo–. El
mecanismo de ingreso exige que Ud. lea este libro y decida si comprende
y acepta su contenido. Si la resolución es positiva queda
inmediatamente incorporado a la Orden y adquiere el derecho de acceder a los
otros trece libros, que componen la ‘Segunda Parte’ de los Fundamentos y
contienen la preparación secreta para la Iniciación Hiperbórea. Si la respuesta
es negativa, si no comprende o no acepta los fundamentos de la Sabiduría
Hiperbórea, sólo tiene que devolver el libro y abstenerse de hacer copias, para
quedar desvinculado de la Orden. Debo advertirle –dijo con tono de amenaza– que
la falta a esta condición es castigada severamente por la Orden”.
Capítulo IV
Oskar prometió obrar con lealtad –dijo tío Kurt– y no
tuvo ningún inconveniente en cumplir. El contenido del libro no era desconocido
para nosotros, aunque la novedad lo constituía el lenguaje filosófico de alto
nivel con el que estaba redactado: para un alemán-báltico como Oskar, la
lectura de aquel castellano puro fue una prueba extra, que sin embargo superó
con juvenil entusiasmo. De modo que al concluir la lectura, meses despúes, se
apresuró a solicitar el ingreso a la Orden de Caballeros Tirodal, siéndole asignado
un día semanal para reunirse en cierto lugar oculto con unos pocos Camaradas de
extrema confianza, que estaban estudiando la Segunda Parte de los
Fundamentos y preparándose para el kairos de la Iniciación. Y esta etapa, al
decir del propio Oskar, constituía uno de los acontecimientos más felices de su
vida. Empero, si había algo que aún disgustaba a Oskar, eso era mi ausencia de
la Orden. Tal como me lo manifestara en aquella ocasión, en Tilcara, él creía
que mi presencia y la contribución de mis conocimientos sobre la Sabiduría
Hiperbórea eran imprescindibles para fortalecer carismáticamente a la Orden.
Quería además que leyese el libro, más no se atrevía a desobedecer al
Pontífice, por lo que me rogó hasta el cansancio que lo autorizara a presentar
mi nombre para que fuese chequeado “en la Tierra y en el Cielo” y obtuviese el
libro por la via correcta.
Finalmente acepté, más para complacerlo a él que por verdadero
interés, pues, como ya comprenderás, neffe, Yo dispongo desde 1945 de las
instrucciones precisas para cumplir mi propia misión. Y esas instrucciones proceden
también de los Dioses, de los mismos Dioses de Nimrod de Rosario que,
seguramente, son asimismo los “Dioses Liberadores” que guiaban a la Casa de
Tharsis.
La
siguiente vez que nos vimos, la última, fue en Córdoba, en Agosto del año
pasa-do. No voy a negarte, Arturo, que abrigaba el secreto deseo de conocer el
asombroso Iniciado de quien tanto me hablara Oskar. Y sin embargo ello no pudo
ser, pues el Pontífice se hallaba en un retiro secreto escribiendo un nuevo
libro. Pese a todo, Oskar se encontró con la significativa noticia de que en la
Orden habia un libro para mí: uno de los miembros antiguos me entregó el
ejemplar que ahora tienes en las manos y me transmitió el saludo de Nimrod: “el
Pontífice, dijo con respeto, se alegraba de ‘haberme conocido’ y me aseguraba
un gran desempeño al servicio de los Dioses del Espíritu”. Desde luego, aquella
entrevista se realizó en un hotel, pues nadie podía conocer las propiedades ni
los lugares de reunión de la Orden antes de ser aceptado.
¿Te das cuenta, Arturo, lo cerca que estuve de ingresar en la
Orden de Caballeros Tirodal? Estuve cerca, muy cerca, pero no conseguí
concretar el ingreso porque el único contacto que tenía con la Orden lo constituía
Oskar y éste falleció en Diciembre del 79. Por lo menos eso era lo que
anunciaba el telegrama enviado por su viuda en Enero, a mi Casilla de Correo de
Salta. Otra información más precisa no poseo, neffe. Compré los diarios de
Córdoba de esos días y comprobé que, en efecto, se había efectuado el sepelio
de Domingo Pietratesta, fallecido en su cama a causa de un síncope cardíaco.
Luego de tan infausta noticia, sin poder hacer otra cosa mas que aguardar el
paso del tiempo, he leído muchas veces el libro “Fundamentos”, llegando a la
conclusión de que su contenido expresa en el más profundo y riguroso sistema de
conceptos las antiguas y simples verdades de la Sabiduría Hiperbórea. El porqué
Nimrod concibió semejante obra para regular el acceso de los Elegidos a su
Orden creo que tiene que ver con una visión superrealista de la Epoca, de la
Cultura actual, y con el typo de Iniciado que él busca para
llevar a cabo la misión propuesta por los Dioses. Sea de ello lo que fuere,
estimo que no causaré ningun daño a la Estrategia de Nimrod permitiendo que tú
lo leas ahora. Sólo contraeré una Deuda de Honor con la Orden, que algún día
tendré que saldar. De todos modos, tu ya has leído previamente una carta a la
que atribuyo tanto valor como a este libro, a pesar de que todavía no me has
permitido que de cuenta de ella.
Aquí sonrió tío Kurt, en tanto Yo me sentía invadido por la
vergüenza. No obstante la momentánea turbación, continué riendo, como lo venía
haciendo desde unos minutos atrás. Es que estaba eufórico. Mi vida se había
enredado de un modo harto significativo después del asesinato de Belicena
Villca, y aquella trama era evidente que no podía ser casual: Alguien, los Dioses
Liberadores, ya que no el “Angel de la Guarda”, había dispuesto uno como
argumento real, uno como libreto del des-tino, para que Yo lo siguiera
“casualmente” y me enterara de estas cosas en el momento justo. En una palabra:
había sido guiado por los Dioses. Y este pensamiento, esta certeza, me
llenaba de íntimo gozo.
Tío Kurt, ya no me cabían dudas, poseía las claves que buscaba.
No me desalentaba el hecho de que la muerte de Oskar Feil lo había desconectado
de la Orden. Con la información que ahora poseía, se me antojaba tarea mucho
más fácil la localización de Nimrod de Rosario y la Orden Tirodal: él era el
Señor de la Orientación Absoluta y aquéllos eran los Constructores Sabios de su
Orden. Su búsqueda apuntaba, y tío Kurt no podía saberlo todavía porque no
había leído la carta, a encontar un Noyo o una Vraya, Iniciados capaces de atravesar
las Piedras de un Valle de dos Ríos y llegar hasta la Espada Sabia, junto a
Noyo de Tharsis, el hijo de Belicena Villca. Y era claro para mí que al
llevarle la carta de Belicena Villca, Nimrod no dudaría en ponerme en camino
hacia Noyo Villca, a quien le transmitiría el mensaje póstumo de su madre. Sin
dejar de sonreír por la alegría que me produjeron sus revelaciones, mi mente
trabajaba a gran velocidad, mientras en el rostro de tío Kurt se reflejaba la
sorpresa ante tal actitud incoherente. Pero es que Yo pensaba, pensaba sin
cesar, en la forma de obtener la dirección de Oskar Feil, o Domingo
Pietratesta, consciente de que mi tío jamás me la daría voluntariamente. Al fin
dí con la clave, sencilla, puesto que estuvo todo el tiempo frente a mis ojos:
¡los diarios! Eso era: buscaría en Córdoba los periódicos de Diciembre de 1979
y revisaría los avisos necrológicos. ¡Y allí descubriría el domicilio de su
familia!
Finalmente adopté una actitud más seria y respondí a tío Kurt:
–Ciertamente que la última parte de tu revelación no es del
todo fausta –dije con pesar–. Lamento sinceramente la muerte de tu Camarada; y
más lamento aún, sabrás entenderlo, que su muerte te haya desconectado de la
Orden Tirodal. No obstante, es tan extraordinario lo que me has contado de
dicha Orden, que podría repetir tus palabras de esta tarde: “creo que me has
traído algo que esperé mucho tiempo”. Tú lo decías por la carta, que aún no has
leído, pero Yo creo también que la información sobre la Orden, y quizás este
libro que aún no he leído, constituyen una respuesta concreta al verdadero
motivo de mi visita. Porque, si bien vine conscientemente a indagar
sobre la relación entre los SS. y los Druidas, es claro que tal indagación
está inserta en la cuestión mayor de la búsqueda del hijo de Belicena Villca, el
verdadero motivo, inconsciente pero efectivo, de todos
mis movimientos. Y esa búsqueda pasa inevitablemente por la Orden de
Constructores Sabios de Córdoba, de la que tú me has referido: ¿comprendes por
qué en el fondo estoy contento? Porque el descubrimiento de esa Orden
representa lo más necesario para mí, lo más importante, mucho más que obtener
noticias sobre los Druidas.
Sí, tío Kurt, –afirmé enfáticamente– es imprescindible que leas
cuanto antes esa carta. No te molestaré hasta que acabes. Pero has hecho muy
bien en anticiparme que tenías conocimiento de la Orden Tirodal: ello me ha
quitado un peso de encima y ahora podré aguardar con más tranquilidad lo que
tengas que decirme luego.
Capítulo V
Acepté, pues, conceder a tío Kurt el tiempo
suficiente para que leyese la carta, sin imaginar lo que derivaría de tal
concesión. En primer lugar, sea porque efectuó su lectura concienzudamente, sea
porque, muy probablemente, el idioma castellano le impidió captar con más
rapidez los oscuros conceptos de Belicena Villca, o sea por el motivo que
fuese, lo cierto es que recién concluyó a los diez días. Pero, en segundo
lugar, lo más irritante del caso es que durante ese tiempo se encerró en su
cuarto negándose a salir ni siquiera por un minuto del mismo. Delegó toda las
tareas de la Finca en su capataz José Tolaba y ordenó que la comida le fuese
servida en la habitación por la vieja Juana. Y en vano fue que Yo intentase
quebrar esa determinación: mis notas no tuvieron respuesta, y no logré penetrar
la lacónica lealtad de la vieja con mis preguntas. En síntesis: ¡que tuve que
armarme de paciencia y aceptar la extraña conducta de mi tío! Y, para colmo de
mi frustración, sin poder avanzar mucho en la lectura del libro Fundamentos de
la Sabiduría Hiperbórea debido a la complejidad de los temas que trataba: se
requería, cuando menos, un Diccionario Filosófico para comprender con
profundidad la mayoría de los conceptos, que estaban empleados con mucha
precisión, e ignoraba si tío poseía algún tipo de ejemplar, aunque de nada me
serviría si estaba escrito en alemán. Naturalmente, no conseguí resolver el
problema hasta que reapareció tío Kurt, y para entonces ya no sería necesario
el Diccionario porque jamás terminaría de leer el libro de Nimrod: el relato de
tío Kurt, y los sucesos que ocurrieron luego, me lo impidieron inevitablemente.
Ha de haber sido muy intenso el efecto psicológico que la carta
produjo en tío Kurt pues, como efecto de la lectura, demostraba entonces un
cambio físico muy notable, sin dudas un producto psicosomático de la impresión
recibida. Con pocas palabras, por el aspecto que mi tío presentaba, aparentaba
haber retrocedido varios años en esos diez días, estaba mucho más joven,
mostraba un carácter positivo y comunicativo que antes no le conocía. Sospecho,
y no creo equivocarme demasiado, que los treinta y tres años pasados en Santa
María habían agriado su temperamento, normalmente jovial, y causado esa
personalidad huraña y pesimista que advertí al llegar a la Finca. La
personalidad de aquél que ya no confía demasiado en que se cumplirán los
designios de los Dioses y espera resignado la resolución de la Muerte. Treinta
y tres, son muchos años para aguardar en Catamarca, Yo lo comprendía mejor que
nadie, y me parecía lógico que hubiesen erosionado su carácter. Y por eso
entendía entonces que el cambio estaba justificado, incluso que era previsible,
toda vez que la carta de Belicena Villca cubriese sus expectativas por tantos
años postergadas. Pues estaba claro, ya que él mismo lo había confesado, que
sus instrucciones para después de la guerra, “instrucciones de los Dioses”,
lo obligaron a permanecer en aquel lugar, y que mi llegada portando la carta, y
el presunto e inminente ataque de los Druidas, constituían pruebas de que esa
espera casi había terminado.
–En verdad, neffe –fue lo primero que dijo tío Kurt,
confirmando mis presunciones– no es la carta lo que me ha afectado hasta un
extremo que no puedes imaginarte, sino el Misterio de Belicena Villca, lo que
estaba oculto tras su existencia real y que ahora se descubre ante nosotros. De
la carta, neffe, de su contenido, es posible asumir una participación meramente
intelectual; pero del Misterio que la carta y que la muerte de Belicena
plantean, del Misterio de la Casa de Tharsis, no es posible excluirse sin
quedar fuera de la Estrategia de los Dioses.
El Misterio ha llegado a nosotros –aquí tío Kurt,
decididamente, se incluía en mi aventura– y no podemos ni debemos intentar
esquivarlo. Ahora, que el kairos lo permite, hay que llegar hasta el final,
hasta la Orden Tirodal, hasta Nimrod de Rosario, hasta Noyo de Tharsis y la
Espada Sabia, hasta la Batalla Final.
Asentí con un gesto, sorprendido aún por la firme y solidaria
actitud de mi tío. Este continuó, asombrándome una vez más.
–Mira Arturo, he pensado en estos días más de lo que tú puedes
suponer, evaluando los sucesos ocurridos y calculando cada paso que se debe
realizar en el futuro. Por medio de ese análisis estratégico global, y teniendo
en cuenta mi experiencia personal, que pronto tendrás ocasión de saber en qué
consiste puesto que te narraré la historia de mi vida, he sacado algunas
conclusiones que sería bueno tomaras en consideración. Ante todo, y tal como lo
supuse desde un principio, he comprobado que tú no estás para nada preparado
para enfrentar esta misión. –Quise protestar, pero tío Kurt alzó la mano en
forma inapelable y decidí permitirle completar su exposición–. Atiende bien,
neffe: no dije que no puedas llevarla a cabo sino que aún no estás preparado
para emprender la misión. Pero lo estarás muy pronto si comprendes mis
argumentos y sigues mis instrucciones al pie de la letra.
–Por consiguiente, lo primero que debes comprender es que jamás
se inicia una misión como ésta sin un desprendimiento previo. Lo entiendo, y no
necesitas explicármelo, que tal desapego es un estado de conciencia espiritual
que tú experimentaste desde el momento en que te lanzaste a esta aventura: ahora
mismo te sientes desconectado del mundo, liberado de las ataduras materiales.
Mas, debo decirte con realismo, que semejante actitud es completamente
subjetiva, ingenua, obstaculizante para conseguir el objetivo espiritual; una
actitud que no toma en consideración a los enemigos que tratarán de impedir la
concreción de la misión, enemigos dotados de unos poderes terribles y que gozan
de una movilidad absoluta; una actitud, en fin, que es estratégicamente
suicida. Porque ¿acaso está realmente “desconectado del mundo” quien se dispone
a “cumplir una misión espiritual” aprovechando “el período de sus vacaciones”;
quien depende “del dinero” para viajar, de un dinero que es limitado y que en
algún momento puede terminarse; quien subestima al enemigo y deja tras de sí,
fuera de sí, “puntos débiles” que pueden ser fácilmente atacados y destruidos,
es decir, quien viaja sin renunciar previa-mente al amor por las “cosas del
mundo”, sean éstas lo que fueren, la familia, las pro-piedades, los amigos, el
contexto habitual donde se desarrolla la vida rutinaria, etc., todos posibles
“blancos” de los golpes enemigos? No neffe; quien así se comporte es puro y
simple, un buen hombre, pero no un buen guerrero: no llegará nunca a cumplir su
misión; el Enemigo lo detendrá golpeando a sus espaldas, amenazando o
destruyendo aquello “de afuera” que él ama, aquello a lo que él está realmente
conectado, atado o apegado, aunque no lo admita o reconozca.
Comprendí perfectamente su punto de vista y le dí en el acto la
razón: en verdad Yo permanecía aún atado a muchas cosas y mi viaje no podía
haber sido más improvisado. No obstante, poco fue el tiempo del que dispuse
para decidir mi Destino. Antes bien el Destino decidió por mí, sin darme tiempo
a cambiar, a despertar, a “prepararme” como pretendía tío Kurt. ¡Todo había
sucedido tan rápido! ¿Qué debía hacer ahora? Es lo que le preguntaría a tío
Kurt:
–¿Qué más podía hacer dada las circunstancias, considerando
como ocurrieron los hechos? –interrogé más para mí mismo que para tío Kurt, tratando
de justificarme–. Es cierto, todavía conservo mi trabajo, pero es que no se me
había ocurrido que podía no regresar. Y en cuanto al dinero: no soy rico y lo
sabes; y realmente no sé cómo haré para conseguir lo que necesite si esta
aventura se prolonga demasiado. Lo afectivo, por otra parte, el amor a mis
familiares y amigos, supongo que no sabré hasta qué punto lo domino sino cuando
sea sometido a una prueba: ¡con el corazón nunca se sabe, tío Kurt! Sí, son
justos los reproches, pero deberás ser tú quien me oriente en este momento,
pues de lo contrario no tendré más remedio que continuar del mismo modo
“ingenuo” como comencé.
Tio Kurt me contemplaba con lástima, sin dudas admirado de ver
la irresponsabilidad con que Yo tomaba las cosas. Según él, los Druidas eran
feroces enemigos a los que no había que temer pero tampoco subestimar. Yo no
temía, y eso era bueno; pero parecía evidente que Yo subestimaba al enemigo,
que no advertía que podría ser destruido en cualquier momento, que me arrojaba
a desafiar a un adversario poderoso “sin estar preparado para ello”. Ignoro si
mi actitud de entonces alcanzaba tal grado de insensatez, pero tío Kurt así lo
creía y eso lo desesperaba. De allí a que se dispusiese a considerarme un
soldado inexperto, un soldado en instrucción de su ejército particular, y en
lugar de sugerir y discutir conmigo lo que se debía hacer tornase a ordenar las
medidas que a su juicio habrían de tomarse sin dilación.
–Enviarás de inmediato una serie de telegramas cancelando todos
tus compromisos. Renuncia a tu trabajo, a tus estudios, a los clubes,
bibliotecas o a cualquier organismo al que estés vinculado. Despídete de quien
tengas que hacerlo comunicándole que emprendes un largo viaje: si desalientas
sus expectativas de verte o despedirse, pronto te olvidarán. Si tienes alguna
propiedad nombra un apoderado, alguien a quien no conozcas y que no te conozca,
una firma de abogados por ejemplo, y ordena su liquidación. Procede del mismo
modo con todo lo que te vincule a tu antigua vida: corta todos los lazos, borra
todas las huellas, suprime todas las pistas. ¡No basta que hayas muerto para ti
mismo; también debes morir para el Mundo!
El dinero no será problema por ahora: Yo te proveeré lo
suficiente para llevar a cabo esta misión. He pasado más de treinta años
reuniendo dinero y el día ha llegado de utilizarlo. Y es tanto tuyo como mío,
neffe. (¿Sabes que había testado a nombre tuyo?). Por supuesto, mi dinero
soluciona los problemas de momento, pero no es solución definitiva: trataré, en
el futuro, de enseñarte las tácticas operativas para que siempre puedas
conseguir el dinero o las cosas que necesites. Se trata de técnicas, métodos
para valerse de sí mismo, técnicas que todo Iniciado Hiperbóreo debe saber
aplicar.
Desde luego, hice todo lo que él me había ordenado. Lo fui
llevando a cabo mientras duró mi convalescencia, durante los días en que tío
Kurt me narraba su extraordinaria historia. Al fin, el día que tuvimos que
partir, nada quedaba intacto en Salta, de mi vida anterior. Todo cuanto había
hecho en años de esfuerzo y trabajo, ahora estaba deshecho: tarde o temprano,
el Dr. Arturo Siegnagel sería sólo un recuerdo; y luego ni eso existiría,
posibilidad que entusiasmaba a tío Kurt. No quería pensar en la impresión que
aquellas medidas habrían causado a Papá y Mamá, a Katalina, porque se me
“aflojaría el corazón” y temía que tío Kurt lo notara: frente a él, quería
aparecer más fuerte de lo que era, quería tranquilizarlo sobre mi equilibrio y
valor. Quería ponerme a su altura, a nivel de sus exigencias, porque, casi sin
advertirlo, había comenzado a admirar a tío Kurt, a valorar sus grandes
aptitudes, a apreciarlo y comprenderlo.
Capítulo VI
Al día siguiente de aquel en el que terminó de leer la
carta, a las 21,30 hs. tío Kurt se instaló en un cómodo sillón hamaca, junto a
mi cama, y luego de permanecer pensativo unos minutos comenzó a narrarme su
vida.
–Tal como te ocurre ahora a ti, una serie de “extrañas”
coincidencias influyeron de manera determinante en los primeros años de mi
vida. Para apreciar con mayor perspectiva esta aseveración, debo comenzar el
relato muchos años antes de mi nacimiento, en el momento preciso en que mi
padre, el Barón Reinaldo Von Sübermann viene al mundo, es decir en el año 1894,
en la ciudad de El Cairo, Egipto. Ese mismo año, en Alejandría, a 130 km. de El
Cairo, nace también, una persona que sería en mi vida más importante que
ninguna otra. Me refiero a Rudolph Hess, cuyo natalicio ocurrió el 26 de Abril
de 1894.
A pesar de las distancias entre ambas ciudades, mi padre y
Rudolph Hess pronto se conocieron, pues los padres de Hess enviaron a éste a
estudiar al Liceo Francés de El Cairo –la escuela a la que concurría Papá– desde
los seis hasta los doce años. Compañeros de la infancia, estaban unidos por una
tierna amistad que se consolidó con los años.
Al finalizar los estudios primarios –tal como hacían muchos
germanos acomoda-dos con sus hijos– los dos fueron internados en el Evangelische
Paedagogium de Godesberg-Am-Rheim, ciudad distante
diez km. de Bonn.
Cuando ambos tenían dieciséis años, es decir en 1910, se
separan para seguir distintas carreras. Papá se matricula para el Instituto
Politécnico de Berlín en la carrera de Ingeniería Industrial. Rudolph
Hess viaja a Suiza, a la Ecole Superieure du Commerce en
Neuchatel, por imposición de su padre, rico exportador de Alejandría, quien
deseaba iniciar al joven en el mundo del comercio. La intención de Rudolph era,
dentro de lo posible, cursar el Doctorado en matemáticas.
La guerra de 1914 arruina todos los planes. Papá es reclamado
por mi familia a El Cairo, adonde regresa cuando estalla el conflicto y
permanece allí definitivamente pues al hacerse cargo del Ingenio Azucarero no
podrá ya concluír sus estudios.
Rudolph
Hess, que sólo permaneció un año en Suiza, se hallaba en Hamburgo
perfeccionándose en Comercio Exterior y no vaciló en alistarse en el Primer
Regimiento de Infantería de Baviera. Fue herido dos veces, en 1916 y 1917,
recibiendo la Cruz de Hierro por actos de heroísmo. En 1918 ingresa al recién
formado Cuerpo Imperial del Aire, sien-do instituido como piloto calificado,
pero sin intervenir en combates aéreos pues en Noviembre de 1918 se firma el
armisticio y es desmovilizado.
Vuelve a Egipto portador de una doble tristeza: Alemania
derrotada es despedazada por el Tratado de Versalles y sus padres han muerto
durante la guerra. Los negocios familiares son atendidos por sus hermanos, el
mayor Alfred, que es contador y una hermana casada.
El no desea ocuparse del comercio y así lo hace saber: piensa
retornar a Alemania para estudiar, no ya matemáticas, sino Historia o
Filosofía.
El tiempo que pasa en Egipto lo dedica a buscar respuestas para
tanta desdicha. Respuestas que sólo pueden dar los Iniciados de las grandes
Sectas Islámicas o Gnósticas de las que Alejandría en particular y Egipto en
general es fértil semillero.
Pero dejaré para otro día el relato de la Corriente Esotérica
en la cual Rudolph Hess iba a ingresar en esos días de 1919, en Egipto, que lo
llevaría junto a Adolf Hitler en 1920 y a Inglaterra en 1941. Continuaré con el
desarrollo cronológico de los principales hechos que interesan a la historia y,
luego, analizaremos estas cosas.
Tío Kurt era, por lo visto, un narrador preciso, que sabía lo
que quería decir y no se apartaba de ello. Me daba cuenta que pasarían varios
días hasta que completara sus re-cuerdos y esta perspectiva me regocijaba.
–En Febrero de 1919 –continuaba imperturbable tío Kurt– Rudolph
Hess viajó a El Cairo para visitar a Papá y a otro amigo, Omar Nautais. Se
encontraron por primera vez luego de seis años, con la consiguiente alegría
mutua y de mi madre que también conocía a Rudolph de la niñez.
Papá se había casado en 1917 y el 17/11/1918 nací Yo por lo que
en esa fecha, Febrero de 1919, contaba con tres meses de vida. Como aún no me
habían bautizado, Papá pidió a Rudolph que fuera mi padrino, a lo que éste
accedió gustoso pues amaba mucho a mis padres y deseaba brindarles una muestra
de su afecto.
La ceremonia se llevó a cabo en la Iglesia Luterana de El
Cairo, una fresca mañana de Febrero de 1919, el día 17 para ser exacto.
Aquí tienes neffe una primera coincidencia –decía tío Kurt en
tono reflexivo– pues ese joven héroe de guerra de 25 años que me tomaba en sus
brazos, sería quince años más tarde Ministro de estado de Alemania y el hombre
de confianza del Canciller Adolf Hitler, su Stellvertreter [2].
En Egipto, como en todos los países extranjeros, la comunidad
germana organizó para el entrenamiento de sus niños, las Hitlerjungen, juventudes
hitlerianas, con la supervisión velada de los agregados militares a la Embajada
Alemana. Dentro de este movimiento, figuraba un grupo “junior” llamado Jungvolk [3] para niños de 10 a 15 años,
al que ingresé a los 10 años, cuando aún cursaba los estudios primarios en el
Colegio Alemán de El Cairo.
Egresé en 1932 y Papá decidió enviarme a Alemania para seguir
estudios superiores. Contaba entonces 14 años y ostentaba el título de Faehnleinsführer
en la Hitlerjungen.
Al año siguiente, en
Julio de 1933, partimos de Alejandría en un barco mercante que, con pocas
escalas, iba directamente a Venecia; de allí seguiríamos en tren a Berlín.
En esos días Rudolph Hess era un personaje muy importante en el
Tercer Reich e increíblemente popular entre los miembros de la comunidad
germana de Egipto quienes se sentían gratificados con el triunfo de uno de los
suyos. Rudolph trabajó duro todos esos años para contribuir a la victoria del
Führer y salvo algunos viajes cada uno o dos años, había abandonado
completamente su primera patria egipcia. Sin embargo nunca olvidó a sus amigos,
que no eran muchos, ni a su ahijado Kurt Von Sübermann.
Invariablemente recibíamos una tarjeta navideña todos los años
y cuando en el Jungvolk necesitamos un tambor, recuerdo que Papá me instó a
escribir una carta a mi prestigioso padrino, quien no sólo respondió
amablemente con una misiva en la que me estimulaba a estudiar y perseverar
dentro de las Hitlerjungen, sino que se ocupó de mi infantil solicitud.
Un día recibimos una citación de la Embajada de Alemania para
retirar una encomienda, cuyo remito debía ser firmado por el Faehnleinsführer
Kurt Von Sübermann, es decir por mí. Era el tambor oficial de las Hitlerjungen
pintado con flamas negras y blancas una Runa “S ” (s) del antiguo alfabeto
germano futark, con forma de rayo. La Hitlerjungen utilizaba una Runa “ S ” pero la Schutzstaffel [4] estaba autorizada para
emplear dos (SS.). Venía también una carta del Reichjugenführer [5] Baldur Von Schirach en la
que confirmaba que a pedido del Secretario Privado del Führer, Rudolph Hess,
enviaba un tambor a los lejanos Camaradas de la Jungvolk de Egipto. Seguía una
larga lista de conceptos y finalizaba recomendando emplear el Himno
de la Juventud Hitleriana:
Vorwarts, Vorwarts,
Schettern die Hellen
Fanfaren,
Vorwarts, Vorwarts,
Jugen Kennt Keine
Gefahre.[6]
Estaba la firma de Baldur Von
Schirach y tres palabras: Heil und Sieg [7].
Ese tambor y esa carta me dieron una injustificada fama entre
los niños germanos de El Cairo, a la vez que estimulaban mi vocación para
continuar en la línea de las Hitlerjungen.
En 1933 llegaron noticias a Egipto de que el Führer, al
celebrar su 44 cumpleaños, abriría las escuelas NAPOLA que fueran
disueltas por los aliados en 1920[8].
Serían escuelas de formación para la futura Elite alemana y en
ellas se capacitarían los cuadros de la Juventud Hitleriana. Pensando en la
dificultad de ingresar en ella siendo germano-egipcio, Papá, que poseía la
amarga experiencia de no ser considerado “verdadero alemán” durante sus
estudios en Bad-Godesberg, consideró la posibilidad de dirigirse a Rudolph Hess
para que facilitara la admisión.
Para ello, antes de partir, le envió una carta solicitándole
una entrevista e informándole la fecha aproximada de nuestra llegada a Europa.
Los puertos y ciudades extrañas que tocábamos eran sitios
fantásticos para un orgulloso Faehleinsführer de 15 años que se debatía entre
el gozo de conocer y la ansiedad de llegar. Llegar, sí, porque lo maravilloso
era el destino final del viaje mágico: Alemania.
–Me miras con incredulidad neffe –se disculpaba tío Kurt– y te
comprendo; es difícil entender lo que sentíamos en esos días los jóvenes
germanos, aún extranjeros como Yo. Egipto era la patria amada, la tierra donde
nací y crecí.
Pero Alemania era otra cosa.
La Tierra de Sigfrido y del Führer; del Río Rhin y de Lorelay;
de las Walkirias y de los Nibelungos. Era una “Patria del Espíritu”, donde se
nutría al mito, la leyenda y la tradición de nuestros mayores.
Una patria eterna y lejana que de pronto se tornaría real por
intermedio de ese viaje fabuloso. Habíamos sido educados en una mística cuya
formulación era: “Sangre y Suelo”; obrábamos en consecuencia.
A fines de Julio, pleno verano europeo, arribamos a Venecia,
punto final de nuestro viaje por mar, desde donde tomaríamos una combinación de
trenes hacia Berlín. Estábamos prontos a descender del Barco cuando el Capitán
nos anunció que deberíamos pasar por las oficinas, que la compañía posee en el
puerto, para retirar un mensaje.
Llegamos allí, con el corazón oprimido pensando en malas
noticias de Egipto, para encontrar en cambio, una carta con membrete oficial
del Tercer Reich. En ella, Rudolph Hess nos advertía que estaría ausente de
Berlín hasta la segunda semana de Agosto pero que, si deseábamos visitarlo
enseguida, podríamos dirigirnos a la Alta Baviera. La causa de esto era que el
Führer había decidido descansar unos días en su Villa “Haus Wachenfeld”, sobre
el Obersalzberg,
en Berchtesgaden
y parte de su gabinete le acompañó alojándose en hosterías cercanas. Rudolph
Hess y su esposa Ilse se hallarían encantados de recibirnos si decidíamos ir
hasta allí[9].
Papá no podía ocultar su satisfacción pues esta situación era
por demás beneficiosa para nuestros planes. Por un lado nos ahorrábamos de
viajar cientos de kilómetros, pues de Venecia a Berchtesgaden hay sólo
doscientos kilómetros en tanto que a Berlín más de mil. Por otro lado teníamos
la posibilidad de entrevistar a Rudolph, fuera de todo protocolo oficial, sin
padecer la interferencia de secretarias o asistentes y disponiendo de tiempo
para conversar y recordar las buenas épocas.
La vista de la legendaria Venecia, el paso por Austria y la
llegada a los Alpes Bávaros, fueron el umbral de mi ingreso a un mundo nuevo y
maravilloso.
Desde el momento en que pisé suelo Bávaro, noté que el aire
estaba como electrizado, como si un oculto motor enviase vibraciones poderosas
a través del éter. Era algo tan evidente en esos días –o años– que cualquiera
que estuviese medianamente predispuesto, podía percibirlo.
Esas vibraciones, que no se captaban con un órgano físico,
llevaban al espíritu receptor un mensaje: ¡Alemania despierta![10].
Pero esta traducción en dos palabras es burda; parece una proclama patriótica
elemental, no transmite cabalmente lo que evocaba en nuestro Espíritu esa
fuerza misteriosa. Trataré de explicarlo. ¡Alemania despierta! decía y quien
escuchaba no pensaba en la Alemania geográfica, ni siquiera en el Tercer Reich,
sino que se sentía claramente en otro mundo, sin fronteras, en una Alemania sin
Tiempo ni Espacio, cuyos únicos límites eran justamente los fijados
por esta misma vibración.
Alemania concluiría solamente donde ya no se percibiera la
vibración unificadora pues, ahora lo sabían todos, Alemania era también ese
inmanente sonido inaudible llamado volkschwingen [11].
¡Alemania despierta! decía el mensaje trascendente y Alemania,
como el ave fénix, renacía de las cenizas de sus últimas derrotas; se convertía
en el epicentro de una nueva weltanschauung [12] en la que no tendrían lugar
las infamias de la conspiración judía mundial y de la subversión marxista
leninista.
La revolución parda traería un Nuevo Orden que sólo admitiría
en su Elite dirigente la jerarquía del Espíritu; serían superiores quienes lo
fueran realmente por sí mismos, sin importar ninguna otra condición. Esta perspectiva
estimulaba la sana competencia, insuflaba nuevas esperanzas y alentaba a todos
a compartir la aventura del “despertar alemán”. Y nadie debía dudar pues el
Nuevo Orden estaba garantizado, asegurado en su pureza por la figura del Führer [13].
Sí, al fin Alemania tenía su Führer. El era el verdadero
artífice del Nuevo Orden, el Jefe que conduciría al pueblo germano a la
victoria.
Corría el año 1933, Alemania despertaba, Adolf Hitler era el
Führer.
Capítulo VII
Tenía quince años, el Alma cargada de ilusiones y la
clara percepción de la volkschwingen cuando, de la mano de
Papá, llegamos al hospedaje de Rudolph Hess en Berchtesgaden.
Se había difundido la noticia de que el Führer estaba en Haus
Wachenfeld y la zona se vio invadida de periodistas y curiosos, por lo que nos
fue difícil alojarnos. Finalmente lo hicimos en la modesta hostería
“Kinderland” a unos dos kilómetros de la casa de Rudolph Hess.
Pernoctamos allí y por la mañana bien temprano partimos
atléticamente por un sendero nevado que seguía en sus curvas a la colina
cercana. Papá, vestido a la usanza Bávara, llevaba la estrecha botamanga del
pantalón montañés dentro de gruesas medias de lana que llegaban a la rodilla.
Borceguíes, camisa y saco sin cuello completaban el equipo. Yo lucía un
flamante uniforme gris oscuro de la Hitlerjungen, compuesto de pantalón corto,
chaqueta con bolsillos y cuello marinero; cinturón de hebilla con Runa S, correa cruzada sobre el pecho y un pequeño puñal
al cinto con la inscripción “Blut und Ehre” [14] grabada
en la hoja; corbatín ceñido con anillo, botines de cordón y zoquetes grises.
La casa donde se hospedaba la familia Hess, era una antigua
construcción de madera de clásico estilo alpino; pequeña pero confortable. Al
llamar a la puerta, fuimos atendidos por un somnoliento oficial de la SS. que ejercía la custodia
durmiendo en el livingroom, junto al hogar encendido. Se llamaba Edwin Papp y
era SS. Obersturmführer [15].
–Herr Hess se encuentra aún acostado, –dijo el oficial de la SS..–
Se alegrará de verlos pues los espera desde hace varios días. Siéntese en el
living, por favor, mientras preparo café.
Media hora después aparecía Rudolph Hess, impecablemente
vestido con equipo de gimnasia: pantalón, rompevientos y zapatillas azules.
Alto, fornido, de rostro cuadrado y cejas espesas, se destacaban claramente los
ojos negros y brillantes que parecían atraer la atención puesta en él.
Apenas
sonriente, se detuvo un momento a mirar a Papá y luego se confundieron en un
abrazo que arrancó en ambos exclamaciones de alegría y espontáneas carcajadas.
Hacía muchos años que Yo no lo veía y, por lo tanto, guardaba de él un recuerdo
muy vago, pero me sorprendió descubrir una timidez que no podía ni imaginar en
el poderoso lugarteniente del Führer.
Se volvió hacia mí y me observó admirado.
–¿Dieser mein patekind? [16] –dijo como para sí–. ¡Cómo
pasa el tiempo! ya es todo un hombre. Un nuevo hombre para un nuevo Reich.
–Dime Kurt –se dirigía esta vez a mí– ¿no deseas quedarte en Alemania?
Aquí podrías estudiar y servir a la patria.
–Sí taufpate [17] Rudolph, –respondí
alborozado– eso es lo que quiero. Mi mayor ambición es ingresar a la Escuela NAPOLA.
–Esa sí que es una gran ambición –dijo Rudolph Hess– veremos
qué podemos hacer.
En ese momento entró Ilse Prohl de Hess a quien Papá no conocía
pero que luego de hechas las presentaciones, parecía ser una amiga de toda la
vida. Esto se debía a que Ilse era una mujer sencilla y enérgica, pero dueña de
una gran amabilidad. Antigua militante nacionalsocialista estaba alejada de la
política desde su casamiento con Hess en 1927 y manifestaba, a poco de estar
hablando con nosotros, el deseo de tener hijos, que Dios parecía negar. –Recién
cinco años después, nacería el único hijo de Rudolph Hess, Wolf, pero esa es
otra historia–.
Pasamos una semana en Berchtesgaden durante la cual Rudolph,
Ilse y Papá intimaron en varias ocasiones, cuando ellos no iban a Haus
Wachenfeld a ver al Führer que por otra parte se hallaba asediado por Goering y
otros miembros del partido.
En esas veladas, cuando Papá y los Hess intercambiaban
recuerdos y anécdotas, Yo solía interrogar durante horas al oficial de la SS.
encargado de la custodia. Según mi criterio de aquellos días, no existía una
meta más digna de los esfuerzos de un joven alemán, que llegar a pertenecer al
cuerpo de Elite de la SS..
Un día, de los primeros que pasamos en Berchtesgaden, Papá y
Rudolph se retiraron para hablar a una galería exterior, ubicada sobre una
ladera y protegida por una baranda que rodeaba la casa. Normalmente no hubiera
hecho caso de ellos, pero algo en los gestos, un tono de cuchicheo en la
conversación, me alertó sobre la posibilidad de que estuvieran hablando de mí.
Pensé que se referían al ingreso a la Escuela NAPOLA
y una ansiedad creciente me ganó. No pudiendo resistir la tentación –delito
imperdonable diría mi padre– hice algo repudiable: los espié.
Disimulando estar parado contra una ventana que se abría en las
proximidades de Papá y Rudolph Hess, traté de escuchar su conversación, que
efectivamente se desenvolvía en torno al tema de mi persona. Pero no versaba
sobre el ingreso a la Escuela NAPOLA, sino sobre una cuestión que
me llenó de estupor.
–... Puedes dejarme a Kurt entonces –decía Rudolph– ¿le
hablaste del Signo?
–No lo creí conveniente –respondió Papá–. Además no sabría
explicarle con la suficiente profundidad ese Misterio. Tú sabes más que Yo de
estas cosas; eres el más indicado para hablar con él.
Movía la cabeza afirmativamente Rudolph Hess mientras en su
rostro se mantenía esbozada esa sonrisa tímida tan característica de su
persona.
–Esperemos unos años; –dijo Rudolph Hess– si es que Kurt no
pregunta antes. ¿Nunca ha sospechado nada? ¿No ha sido protagonista de algún
suceso anormal?
–No, Rudolph, salvo el asunto de los Ofitas, que ya te conté
en mis cartas, no le ocurrió nada extraño después, e incluso parece haberlo
olvidado, o por lo menos, el recuerdo no le afecta.
En este punto de la conversación entre Rudolph Hess y mi padre
poco era lo que yo entendía, pero al mencionar a los Ofitas un increíble
episodio de la niñez vino a mi memoria instantáneamente. ¡Cuando tenía unos
diez u once años fui víctima de un secuestro! No era un secuestro criminal con
el fin de cobrar rescate, sino un rapto perpetrado por fanáticos de la Orden
Ofita que sólo duró unas horas hasta que la Policía, merced a los datos que
aportó un soplón profesional, pudo desbaratarlo.
Capítulo VIII
Las cosas sucedieron así: mis padres habían viajado hasta
El Cairo –el Ingenio familiar dista unos kilómetros de esta ciudad– con el
objeto de hacer compras.
Mientras Mamá se entretenía en las vastas dependencias de la
Tienda Inglesa Yo, ávido de travesuras, me fui deslizando con mucho disimulo
hacia la calle. Un momento después corría a varias cuadras de la Tienda atraído
inocentemente por el bullicio del “Mercado Negro”, barrio laberíntico de
miserables puestos callejeros y refugio seguro de mendigos y delincuentes de
poca monta.
Ese día la marea humana era densa por las callejuelas estrechas
en las que la distancia entre dos puestos de ventas apenas dejaba un pasillo al
tránsito peatonal. Alfarería, frutas, alfombras, animales, de todo lo
imaginable se vendía allí y ante cada mercadería se detenían mis ojos curiosos.
No tenía miedo pues no me había alejado mucho y sería fácil volver o que me
hallara Mamá.
Siguiendo una callejuela fui a dar a una amplia plaza
empedrada, con fuente de surtidor, en la que desembocaban infinidad de calles y
callejuelas que sólo el irregular trazado de esos Barrios de El Cairo puede
justificar. Estaban allí cientos de vendedores, vagos, pordioseros y mujeres
con el rostro cubierto por el chador, que recogían agua en
cántaros de barro cocido.
Me acerqué a la fuente tratando de orientarme, sin reparar en
un grupo de árabes que rodeaban cantando a un encantador de serpientes. Este
espectáculo es muy común en Egipto por lo que no me hubiera llamado la
atención, a no ser por el hecho inusual de que al verme, los árabes fueron
bajando el tono del canto hasta callar por completo. Al principio no me percaté
de esto pues el encantador continuaba tocando la flauta en tanto los ojos
verdes de la cobra, hipnotizada por la música, parecían mirarme sólo a mí. De
pronto el flautista se sumó también al grupo de silenciosos árabes y Yo,
comprendiendo que algo anormal ocurría, uno tras otro daba prudentes pasos
atrás.
El
hechizo se rompió cuando uno de ellos, dando un alarido espantoso, gritó en
árabe –¡El Signo! mientras me señalaba torpemente. Fue como una señal. Todos a
la vez gritaban exaltados y corrían hacia mí con la descubierta intención de
capturarme.
Se produjo un terrible revuelo pues siendo Yo un niño, corría
entre la muchedumbre con mayor velocidad, en tanto que mis perseguidores se
veían entorpecidos por di-versos obstáculos, los que eliminaban por el
expeditivo sistema de arrojar al suelo cuanto se les cruzara en sus caminos.
Por suerte era grande el gentío y muchos testigos del episodio pudieron
informar luego a la Policía.
La persecución no duró mucho pues el fanatismo frenético que
animaba a aquellos hombres multiplicaba sus fuerzas, en tanto que las mías se
consumían rápidamente.
Inicialmente tomé por una calle pletórica de mercaderes, escapando
en sentido contrario al empleado para llegar a la plaza, pero a las pocas
cuadras, intentando esquivar una multitud de vendedores y clientes, me
introduje en un callejón. Este no era recto, sino que seguía estrechándose cada
vez más, hasta convertirse en un camino de un metro de ancho entre las paredes
de dos Barrios que habían avanzado desde direcciones distintas, sin respetar la
calle.
A medida que corría, el callejón parecía más limpio de
obstáculos y, por consiguiente, mis perseguidores ganaron terreno, hasta que
una piedra saliente del desparejo suelo me hizo rodar derrotado. Inmediatamente
fui rodeado por los excitados árabes que no tardaron un instante en envolverme
con una de sus capas y cargarme aprisionado entre poderosos brazos. La impresión
fue grande y desagradable y, por más que gritaba y lloraba, nada parecía
afectar a mis captores que corrían ahora, más rápido que antes.
Un rato después llegamos a destino. Aunque Yo no podía ver,
entendía perfecta-mente el árabe y comprendí entonces que los fanáticos
llamaban a grandes voces a alguien a quien denominaban Maestro Naaseno.
Al fin me liberaron del envoltorio en capuchón que me cegaba,
depositándome sobre un suave almohadón de seda, de regular tamaño. Cuando
acostumbré la vista a la penumbra del lugar, comprobé que estaba en una amplia
estancia, tenuemente iluminada con lámparas de aceite. El piso, cubierto de
ricas alfombras y almohadones, contaba con la presencia de una docena de
hombres arrodillados, con la frente en el suelo, los que de tanto en tanto
levantaban la vista hacia mí y luego, juntando las manos sobre sus cabezas,
elevaban sus ojos extraviados hacia el cielo clamando ¡Ophis! ¡Ophis!
Por supuesto que todo esto me atemorizó pues, aunque no había
sufrido daño, el recuerdo de mis padres, y el hecho de estar prisionero, me
producían una gran congoja. Sentado en el almohadón, rodeado de tantos hombres,
era imposible pensar en fugar y esta certeza me arrancaba dolorosos sollozos.
De pronto, una voz bondadosa brotó a mis espaldas trayendo momentánea esperanza
y consuelo a mis sufrimientos. Me di vuelta y vi que un anciano de barba
blanca, tocado con turbante, se llegaba hacia mí.
–No temas hijo –dijo en árabe el anciano a quien llamaban
Naaseno–. Nadie te hará daño aquí. Tú eres un enviado del Dios Serpiente, Ophis-Lúcifer
a quien nosotros ser-vimos. Lo prueba el Signo que traes marcado para Su
Gloria.
Me indicó en gesto afectuoso que permitiera ser tomado en
brazos por él, para poder así “enseñarme la imagen de Dios”. Realmente estaba
necesitando un trato afectuoso pues aquellos fanáticos no reparaban en que Yo
era un niño. Abracé al anciano y éste echó a andar hasta un extremo de
la sala –que resultó ser un sótano– adonde se elevaba una columna en cuyo
pedestal brillaba una pequeña escultura de piedra muy pulida. Tenía la forma de
una cobra alzada sobre sí misma con ojos refulgentes, debido quizá a la
incrustación de piedras de un verde más intenso. La imagen me fascinó y la
hubiese tocado si el anciano no retrocede a tiempo.
–¿Te ha gustado la imagen de Dios, “pequeño enviado”? –dijo el
Maestro.
–Sí –respondí sin saber porqué.
–Tú tienes derecho a poseer la joya de la Orden. –Continuó el
Maestro mientras hurgaba en una bolsita de fino cuero que llevaba colgada al
cuello.
–¡Aquí está! –exclamó el Maestro Naaseno– es la imagen
consagrada del Dios Serpiente. Para obtenerla los hombres pasan duras pruebas
que a veces les llevan toda la vida. Tú en cambio no necesitas pasar ninguna
prueba porque eres portador del signo.
Con un afilado puñal que extrajo del cinto, cortó un cordón
verde de un manojo que colgaba en la pared y, ensartando la réplica de plata en
un lazo, la colocó en mi cuello. A continuación me miró a los ojos, de una
forma tan intensa que no he podido olvidarlo nunca. Tampoco olvidé sus
palabras, las que pronunció con voz muy fuerte, ritualmente. Me tenía
agarrado con su brazo izquierdo y me elevaba para que fuese visto por todos,
mientras con el índice de la mano derecha señalaba al Dios Serpiente. Dijo
esto:
–¡Iniciados de la Serpiente Liberadora! ¡Seguidores de la
Serpiente de Luz Increada! ¡Adoradores de la Serpiente Vengadora! ¡He
aquí al Portador del Signo del Origen! ¡Al que puede comprender con Su Signo a
la Serpiente; al que puede obtener la Más Alta Sabiduría que le es dado conocer
al Hombre de Barro! En el interior de este niño Divino, en el seno del
Espíritu eterno, está presente la Señal del Enemigo del Creador y de la
Creación, el Símbolo del Origen de nuestro Dios y de todos los Espíritus prisioneros
de la Materia. Y ese Símbolo del Origen se ha manifestado en el Signo que
nosotros, y nadie más, hemos sido capaces de ver: ¡niño Divino; él podrá
comprender a la Serpiente desde adentro ! ¡pero nosotros, gracias a
él, a su Signo liberador, la hemos comprendido afuera, y ya
nada podrá detenernos!
–Sí, Sí ¡Ya podemos partir! –gritaban a coro los desenfrenados
Iniciados Ofitas.
Pasaron los minutos y todo se fue calmando en el refugio de la
Orden Ofita. Los árabes estaban entregados a alguna clase de preparativo, y Yo,
entusiasmado con el serpentino obsequio y tranquilizado por el buen trato del
Maestro Naaseno, no desconfié cuando éste me acercó un vaso de refrescante
menta. Pocos minutos después caía presa de profundo sopor, seguramente a causa de
un narcótico echado en la bebida.
Cuando desperté estaba con mis padres, en el Sanatorio
Británico de El Cairo, junto a un médico, de blanco guardapolvo, que trataba
inútilmente de convencerlos de que Yo simplemente dormía.
Con el paso de los años, fui reconstruyendo las acciones que
llevaron a mi liberación. Al parecer el Jefe de Policía se movió rápidamente,
temiendo que el secuestro de un miembro de la rica e influyente familia Von
Sübermann, concluyera con una purga en el Departamento de Policía cuya cabeza
–sería la primera en rodar– era él. Por intermedio de confidentes, mendigos,
vagos o simples testigos, se enteraron sin lugar a dudas que los autores del
secuestro eran los fanáticos miembros de la milenaria Orden gnóstica “Ofita”,
considerados como inofensivos e incluso muy sabios.
Esto desconcertó en un comienzo a los policías, que no
alcanzaban a vislumbrar el móvil del secuestro pero, siguiendo algunas pistas,
llegaron a la casa del Maestro Naaseno. Los árabes, en la euforia por
transportarme hasta allí, se habían comportado imprudente-mente, penetrando
todos juntos en medio de gritos y exclamaciones. Un mendigo, testigo presencial
de la extraña procesión, tan deseoso de ganar la recompensa que mi familia
había ofrecido, como de evitar las porras policiales, dio los datos de la casa
donde entraron los raptores. Esta fue rodeada por las autoridades, pero, como
nadie respondía a los llamados, se procedió a forzar la puerta, encontrándose
con una humilde vivienda, totalmente vacía de gente. Luego de una prolija
inspección, se descubrió, disimulada bajo una alfombra, la puerta trampa que
conducía, mediante una mohosa escalera de piedra, al soterrado templo del Dios
Serpiente.
Un espectáculo macabro sorprendió a los presentes pues, tendido
sobre un almohadón de seda, yacia mi cuerpo exánime rodeado de cadáveres con
expresión convulsa que, como último gesto, dirigían los rígidos brazos hacia
mí.
Todos los secuestradores habían muerto con veneno de cobra. El
Maestro Naaseno y el ídolo se habían esfumado.
La impresión que recibieron los recién llegados fue muy mala
pues pensaron que Yo también estaba muerto, pero salieron de inmediato de su
error y fui transportado al Sanatorio Británico junto con mis padres.
Aún conservaba colgada del cuello la serpiente de plata, siendo
ésta guardada celosamente por Papá, aunque a veces, años después, me la solía
mostrar cuando recordábamos aquella aventura.
En aquel momento, mientras escuchaba a Papá y Rudolph Hess
hablar de los Ofitas, todos estos sucesos se agolpaban en mi mente.
Me había situado de costado contra la ventana, de manera que
sólo podía verlos de reojo conversar, pero la voz llegaba nítida a mis oídos.
–Esta es la joya de plata –decía Papá– con la imagen de Ophis-Lúcifer.
La conservé con el cordón original; toma, ahora deberás guardarla tú.
Era una revelación extraordinaria, –no pude evitar volverme un
poco para ver mejor– pues Papá nunca dio importancia al pequeño ídolo y Yo, que
no comprendía su significado, tampoco. Incluso hacía años que se había borrado
de mi mente.
¡Y resultaba allí que Papá había simulado y restado importancia
al asunto, pero en realidad atribuía cierto valor desconocido al ídolo de
plata! Y lo más extraño era que lo hubiese traído oculto a Alemania,
ofreciéndoselo en custodia a Rudolph Hess. Esto para mí no tenía sentido.
Por otra parte hablaban del Signo como los árabes, ¿qué Signo?
Años después del secuestro, todavía me miraba en el espejo buscando al bendito
Signo que había llevado a aquellos desgraciados a la muerte; y jamás hallé nada
anormal. Tampoco sospeché que Papá creyera en la existencia de aquella señal
–¿o estigma?–.
En mi cabeza un torbellino de ideas giraban desordenadas,
mientras distraídamente veía a Rudolph Hess examinar la serpiente de plata.
De pronto, introduciendo la mano por el escote del
rompevientos, extrajo un cordón que le rodeaba el cuello. ¡Colgando del mismo
había una serpiente de plata, exacta-mente igual a la mía!
Rudolph Hess las había reunido en su mano para la contemplación
de mi Padre y, luego de unos minutos, se colocó la suya y guardó la otra en el
bolsillo. Instantes después ambos ingresaban al cálido livingroom sin hacer
mención del tema de su conversación precedente.
Esta actitud reservada me convenció de la inconveniencia de
abordar de algún modo el asunto, pues delataría el censurable espionaje
cometido. No lo pensé mucho: callaría hasta tanto no se me hablara
directamente, pero me prometí hacer lo imposible para obtener información sobre
el misterioso Signo.
Eran las dos de la mañana y tío Kurt se paró con intención de
marcharse a su habitación. No le reprochaba esa actitud pues había estado
hablando varias horas, pero el relato despertó inquietudes e interrogantes en
mi Espíritu, tornándome impaciente y des-considerado.
–Tío Kurt –dije– es tarde, lo sé y sé también que mañana
podremos continuar la charla, pero de veras necesito que respondas a dos
preguntas antes de irte.
–Ja, Ja, Ja, Ja –rió con su terrible carcajada– eres igual que Yo
a tu edad: necesitas obtener respuestas para poder vivir. Es como una sed. Te
comprendo neffe ¿qué quieres saber?
–Sólo dos cosas –dije–. Primero: ¿Hay posibilidad que ese Signo
que los árabes veían en ti, sea igual al que Belicena Villca vio en mí?
–Sin ninguna duda neffe
–respondió–. El Signo significa muchas cosas, pero también es una Sanguine
Signum[18] y ambos
tenemos la misma sangre. La sangre no es factor determinante para la aparición
del Signo pero sí es “condición de calidad”; si aparece un signo en miembros de
nuestra familia es el mismo signo.
Yo había ignorado hasta hoy que hubiese otro Von Sübermann vivo
con dicha marca. Papá, con quien hablé finalmente sobre ello, me contó que
según una tradición familiar, un antepasado nuestro “demostró” a sus
contemporáneos mediante ciertas seña-les, “ser un elegido del Cielo”, en virtud
de lo cual el Rey Alberto II de Austria le otorgó el título de Barón en el
siglo XV. A partir de esa Epoca, se registraron los anales familiares, siendo
todo lo anterior oscuro y desconocido. En los siglos posteriores, la familia
siempre se dedicó a la producción de azúcar, como dice Belicena Villca en su
carta, y se mantuvo atenta a la aparición de descendientes con “aptitudes
especiales”. De hecho, hubo varios integrantes de la Estirpe que demostraron
poseer dones sobrenaturales, pero nadie logró resolver el enigma familiar.
Solamente las últimas generaciones de la rama egipcia, pudieron acercarse a la
solución del misterio, al descubrir la existencia de una marca o signo de
aparición cíclica entre los miembros de la familia a través de las edades. Pero
salvo esta noticia, obtenida gracias a los contactos realizados con ciertos ulemas,
sabios del Islam, poco es lo que pudo saberse con más precisión.
Para mi desesperación tío Kurt seguía acercándose a la puerta,
con la firme intención de marcharse.
–Te haré la segunda pregunta –dije–. ¿Has podido saber qué es
el Signo?
Tío Kurt hizo un gesto de fastidio.
–¿Crees que una respuesta que Yo mismo busqué durante años puede
resumirse en dos palabras? Supongo que tu pregunta apunta al Símbolo del
Origen, que es la causa metafísica de nuestro signo. Si es así, sólo te diré
que todo cuanto pude averiguar al respecto es menos de lo que expone Belicena
Villca en su carta. Coincido plenamente con ella, y de acuerdo a lo que me fue
revelado en la Orden Negra SS., que el Símbolo del Origen está ligado al
Misterio del encadenamiento espiritual. El Símbolo del Origen, neffe, es
análogo a un Marco Carismático: quien es abarcado por dicho marco, consciente o
no, “orientado” o no hacia él, permanece inevitable-mente encadenado a la
Materia; quien logra en cambio abarcar al marco, comprenderlo o trascenderlo,
logra liberarse del encadenamiento, “es libre en el Origen”. Y quienes procuran
mantener al Espíritu Eterno encadenado bajo tal marco, o Símbolo del Origen,
son los Maestros de la Kâlachakra, la Fraternidad Blanca de Chang Shambalá. Y
quienes tratan de que el Espíritu trascienda el Símbolo del Origen, tal vez
comprendiendo a la Serpiente, son los Iniciados de la Sabiduría Hiperbórea, los
Dioses Liberadores de Agartha.
Esto es, en síntesis, lo que sé sobre el Símbolo del Origen.
Ahora bien, si tu pregunta se refiere al Signo como marca, te diré que aún sé
menos, pues al Signo sólo pueden reconocerlo quienes ya lo conocen.
Es básico neffe, para distinguir una cosa de otra, hay que
conocerla primero; el mismo principio vale para el Signo; sólo lo “ven”
aquellos que tienen la Verdad en su interior, pues sólo así es posible
reconocer la Verdad exterior, por eso tú y Yo no podemos ver el Signo aunque lo
llevemos con nosotros, porque aún nos falta llegar a la Verdad.
Escuchaba a tío Kurt desolado pues había abrigado la secreta
esperanza de que él sabría lo concerniente al Signo y que tal vez accedería a
confiarme su secreto, pero su respuesta negativa era simple y lógica: la
revelación del Signo debía ser interior.
Mi cara reflejaba el desaliento y esto hizo reír nuevamente a
tío Kurt.
–No te preocupes neffe, no es tan importante que nosotros
veamos el Signo sino que lo reconozcan quienes nos deben ayudar. Y esto siempre
ocurre como lo prueba tu propia experiencia.
Pero hay algo que quizás compense la curiosidad que sientes. En
los años que estuve en el Asia, obtuve una información precisa sobre nuestro
Signo: su ubicación corporal.
–¿Dónde está? –pregunté sin disimular la impaciencia.
–En un lugar curioso neffe –respondió con evidente regocijo– en
las orejas.
Miró el reloj y sin esperar respuesta dijo –Hasta mañana neffe
Arturo –y salió.
En un primer momento pensé que tío Kurt se burlaba de mí, pero
luego fui hasta el baño, al espejo, a mirarme las orejas. No había nada anormal
en ellas, pequeñas, sin lóbulo, pegadas a la cabeza, eran, eso sí iguales a las
de tío Kurt.
Definitivamente Yo no era capaz de “ver” el famoso Signo; y me
fui a dormir.
Capítulo IX
La siguiente mañana desperté con el recuerdo presente
de los últimos conceptos expuestos por tío Kurt la noche anterior, que iban aclarando
lenta pero efectivamente el Misterio en que me hallaba inmerso. Por de pronto,
era ya seguro que mi tío compartía la misma filosofía oculta de Belicena
Villca, la “Sabiduría Hiperbórea”, y que la misma le fue revelada durante su
carrera como oficial de las Waffen SS.: ¡esto era más de cuanto Yo podía
soñar al venir a Santa María!
Y además estaba la cuestión del Signo: ¡no sólo tío Kurt
conocía la existencia del Signo sino que me confirmaba que tanto él como Yo
éramos portadores del mismo! No cabían dudas entonces que, al igual que los
Ofitas, Belicena Villca lo había percibido, en mis orejas o donde quiera que
estuviese plasmado, y ello la había decidido a redactar su increíble carta. ¡Y
tanto en el caso de los Ofitas como en el de Belicena Villca, la muerte había
intervenido implacablemente, como si Ella fuese un actor insoslayable en el
drama de los señalados por el Signo!
–Buen
día Señorcito, vengo a curarle la cabeza. –dijo la vieja Juana, circunstancial
enfermera–. Traje lo que me pidió. Mire, señorcito...
Enarbolaba una navaja de refulgente filo, utensilio que había
solicitado con la intención de afeitarme la cabeza, ya depilada en parte por el
Dr. Palacios en torno a la herida.
Concluída la cura, que consistía en lavar la cicatriz y teñirla
con una tintura roja a base de iodo, la vieja Juana se entregó a la tarea de
afeitarme la cabeza, concesión hecha al comprobar la imposibilidad de poder
hacerlo Yo mismo, con una mano sola.
Media hora después, luciendo el cráneo perfectamente rasurado
como un bonzo de Indochina, tomaba el nutrido desayuno que me sirviera la
solícita vieja.
–A
este paso pronto estará bien Señorcito –dijo la vieja, deleitada por la forma
en que devoraba las vituallas.
–Sí, pero con varios kilos de más –repliqué sin dejar de comer.
A las nueve en punto subió tío Kurt a mi habitación.
–¿Cómo estás neffe? ¿dispuesto a escuchar otra parte de mi
historia?
–Sí tío Kurt –respondí– estoy ansioso, realmente ansioso por
escuchar lo que tienes que contar.
Se acomodó en su sillón hamaca y comenzó a hablar.
–Bien; habíamos quedado en que luego de sorprender la
conversación de mi padre con Rudolph Hess sobre el Signo, decidí no hablar de
ello hasta que alguno de los dos tomara la iniciativa.
Asentí con la cabeza mientras tío Kurt retomaba el hilo del
relato.
–Al finalizar la primera semana de Agosto de 1933, partimos
hacia Berlín en tren. Rudolph Hess e Ilse, en cambio, irían hasta Munich en
automóvil y desde allí arribarían a Berlín en un avión, junto con el Führer,
Goering y varias personalidades del Tercer Reich, que finalizaban sus
vacaciones.
En Berlín nos hospedamos en el hotel Kaiserhof, antiguo
cuartel general del N.S.D.A.P.[19]
y esperamos, de acuerdo a lo convenido en Berchtesgaden, noticias de Rudolph
Hess. Estas llegaron a mediados de Agosto en forma de una citación para
encontrarnos con Rudolph Hess en el Ministerio de Educación y Ciencia.
Deberíamos estar preparados a las 7 hs. del día siguiente en el hotel, pues
seríamos recogidos por un vehículo oficial.
A las 7 en punto llegó el oficial SS. Papp, a quien
conocíamos por ser custodia de Rudolph Hess en Berchtesgaden, en un coche con
chofer uniformado de las S.A.
–Herr Hess los espera en el Ministerio de Educación y Ciencia. Lo
he dejado allí antes de venir a buscarlos. –Dijo el SS..
Llegamos en unos minutos y fuimos conducidos por el SS.
hasta una puerta en la que se leía “NAPOLA Dirección Nacional”.
Entramos.
En un amplio recinto, sobriamente amueblado, encontramos a Rudolph
Hess con el uniforme de las S.A., a un hombre de aspecto severo y a una
secretaria que tecleaba una máquina de escribir. Todos se pararon cuando
llegamos.
–Profesor Joachim Haupt, le presento al Barón Reinaldo Von
Sübermann –dijo Rudolph Hess.
–Barón Von Sübermann, estás frente a Joachim Haupt, Director
Nacional de los NAPOLA –completó la presentación Rudolph Hess.
Mientras se daban la mano Rudolph tomó la palabra.
–He estado discutiendo el ingreso de Kurt con Herr Profesor y,
pese a la falta de vacantes, llegamos a un acuerdo. Será incorporado al primer NAPOLA
en Lissa
para integrar el “Cuerpo Selectivo de Estudios Orientales”.
Mi Destino estaba por lo visto resuelto. El Profesor Haupt me
observaba con detenimiento; al fin habló.
–Joven Von Sübermann, tengo entendido que domina Ud. varias
lenguas. ¿Me podría decir cuáles son? –preguntó.
–Sí Herr Profesor. Aparte de mis lenguas natales árabe, inglés
y alemán, hablo francés y griego –contesté tímidamente.
–Cinco idiomas es más que suficiente para ingresar al NAPOLA
de Lissa –dijo el Profesor Haupt– pero a nosotros nos interesa su dominio del
árabe. ¿Estaría Ud. dispuesto a estudiar otras lenguas del Medio Oriente o del
Asia, digamos por ejemplo, turco o ruso?
–Sí. Me gustaría aprender otras lenguas y estoy dispuesto a
estudiar aquello que mejor convenga para servir a la patria, –respondí un tanto
perplejo pues jamás se me hubiera ocurrido que en el NAPOLA recibiría un
entrenamiento tan específico.
–Entonces no hay más que hablar, –dijo el Profesor Haupt–. Le
haré extender una orden de incorporación. El próximo lunes debe presentarse en
Lissa.
Se dirigió a Papá.
–Hemos convenido con Herr que ésta sería la mejor carrera para
su hijo. Normalmente en la Escuela NAPOLA se dicta el plan de estudio
de segunda enseñanza oficial con especialización en letras, ciencias naturales,
lenguas modernas, etc., pero por un decreto reservado del Führer, acabamos de
crear una división especial de estudios asiáticos. Esta división se llamará
“Cuerpo Selectivo de Estudios Orientales” y allí se formarán los futuros Ostenführer [20] quienes, más adelante,
servirán en misiones especiales en el Asia. El Reichführer [21] Himmler ha presentado un proyecto
sobre el plan de estudios, y uno de los requisitos a cumplir es el dominio de
lenguas asiáticas. Tenemos ya Profesores de dialectos tibetanos y mongoles, y
de sánscrito. El joven Kurt puede ser un buen auxiliar para el Profesor de
árabe, lo que es una ventaja para todos.
Serán tres años intensivos en el NAPOLA, que luego se
complementarán, si nuestros planes se realizan, con un posterior entrenamiento
en la SS.. Esta es una información confidencial que revelo a Ud. por el
solo hecho de que Herr Hess avala su discreción.
Entiendo que estando Ud. en Egipto, no podrá velar debidamente
por el bienestar de su hijo ¿Pensó a quién delegará la responsabilidad de la
Tutoría? –preguntó el Profesor Haupt.
Se miraron Papá y Rudolph Hess y, acto seguido, éste movió la
cabeza en muda aceptación.
–Yo me haré cargo del joven Kurt –dijo Rudolph Hess–. Disponga
los papeles necesarios para cumplir esta formalidad.
–Entonces está todo solucionado –dijo el Profesor Haupt– ¿Está
Ud. de acuerdo Barón Von Sübermann?
–Totalmente de acuerdo. No podría hallar otro tutor mejor para
mi hijo, ni hay en Alemania nadie en quien confíe más que en Rudolph –dijo
Papá, que aún estaba conmovido por el gesto de Rudolph Hess.
Momentos después una eficiente secretaria, preparaba un Legajo
Personal a mi nombre, archivaba las declaraciones Juradas de Rudolph Hess y de
mi padre y me entregaba un sobre cerrado que debía entregar en Lissa al
presentarme el lunes siguiente.
–¡Heil Hitler! –dijeron al unísono el Profesor Joachim Haupt y
Rudolph Hess, al despedirse intercambiando el antiguo saludo romano,
consistente en alzar el brazo derecho y chocar los talones.
En las escaleras de piedra del Ministerio de Educación y Ciencia
se produjo otra despedida, pero esta vez más dolorosa, pues Papá y Rudolph Hess
se apreciaban profundamente. Las múltiples ocupaciones de Rudolph Hess, hacían
a éste muy difícil concretar otra entrevista, por lo que decidieron despedirse
allí mismo.
–Hasta pronto estimado Reinaldo –dijo Rudolph a Papá,
incapacitado por su habitual timidez de ser más expresivo. –Te echaré de menos.
Eres de los pocos amigos verdaderos que tengo y siempre es una gran alegría
estar contigo. No te preocupes por Kurt, Yo cuidaré de él; como su tutor, seré
avisado de inmediato sobre cualquier novedad que pueda surgir.
–Y tú Kurt –dijo Rudolph Hess dirigiéndose a mí– no dejes de
avisarme de las necesidades o problemas que tengas. Toma esta tarjeta; –me
extendió un rectángulo de cartulina con el águila del Tercer Reich en relieve
–puedes llamar al teléfono que allí figura y solicitar mi presencia o
transmitir tu pedido al SS. Obersturmführer Papp, a quien ya conoces.
Descendió un escalón, según su costumbre de tomar distancia
para observar a sus interlocutores, y nos miró con ojos tristes, mientras en su
boca apenas se esbozaba una sonrisa tímida.
–Hasta pronto familia Von Sübermann, ¡Heil Hitler! –dijo y,
previo abrazo con Papá, partimos en direcciones opuestas.
Empleamos el resto de la semana en adquirir ropa y diversos
elementos que necesitaría para mi internación en el NAPOLA de Lissa. El
siguiente lunes, luego de efectuar la presentación correspondiente a un
secretario con uniforme pardo de las S.A., me despedí de mi padre para comenzar
una nueva vida.
Capítulo X
Tres años permanecí en Lissa perfeccionándome en
el “Cuerpo Selectivo”, durante los cuales sólo vi a mi familia en las ocasiones
en que podía viajar a Egipto; esto es, una vez cada año en las vacaciones de
verano. A Rudolph Hess me propuse molestarlo lo menos posible, pero las pocas
veces que llamé al número telefónico que él me diera, no logré hablarle
directamente sino por intermedio del oficial SS. Papp.
De todos modos, nunca fui desatendido en mis escasas
solicitudes, a todas las cuales accedió amablemente dicho oficial. Pero Rudolph
Hess era mi tutor y, por lo tanto, el responsable de firmar las planillas de
calificaciones y otros trámites burocráticos, como corresponde a cualquier
padre. Jamás me enteré que esto no se cumpliera, por lo que Yo suponía que
Rudolph Hess habría previsto un mecanismo automático, por el cual sería
informado sobre el desarrollo de mis estudios. Finalmente verifiqué que esta
teoría era correcta.
Para algunas navidades y celebraciones especiales, que la
familia Hess pasaba en la intimidad, fui invitado a estar con ellos, lo que me
producía mucha alegría, pues constituían mi única familia en Alemania.
Durante esos tres años, aparte de la instrucción secundaria
normal, aprendí religiones, lenguas y costumbres del Asia y recibí intenso
entrenamiento en prácticas expedicionarias y de exploración. Montañismo,
equitación y técnicas de supervivencia, nos apartaban de las prácticas de
deportes convencionales que realizaban los demás cuerpos estudiantiles del NAPOLA.
Era “vox populi” entre los estudiantes del “Cuerpo Selectivo de
Estudios Orienta-les”, que se nos entrenaba para futuras misiones en el Asia,
pero nadie sabía dar noticias del carácter que tendrían aquellas.
En 1936, tercer año de estudios en una carrera que duraba
cuatro, fui seleccionado para recibir instrucción aérea y transferido a las Flieger
H. J. (Flieger Hitlerjugen) división de las juventudes Hitlerianas
especializada en vuelo de planeador. Sin embargo –éramos veinte en las mismas
condiciones– se nos instruyó en el manejo de aviones Messerschmitt y
perfeccionó nuestra deficiente práctica con armas ofensivas.
También recibimos por esa época un cursillo sobre “El Graal y el
destino de Alemania” dictado por el Coronel SS. Otto Rahn, prestigioso
erudito en Historia de la Edad Media y autor en 1931 del libro “La Cruzada
Contra el Graal”.
Llegó, por fin, el egreso del NAPOLA en 1937 y la
consiguiente posibilidad de encauzar una exitosa carrera profesional.
Las opciones que se ofrecían a los graduados iban desde hacer
carrera en el ejército o el partido, hasta la incorporación a la
administración, la industria, o la vida académica. Quienes seguían carreras no
militares, cursaban la Universidad y se doctoraban en Filosofía y Letras, en
Leyes, o en Matemática y Ciencias Exactas.
Gran parte de los graduados, aspiraban a incorporarse a la Waffen
SS. para lo cual debían someterse a rigurosas pruebas de ingreso. Pero
para el Cuerpo Selectivo, este ingreso era automático, pues muy grande había
sido el esfuerzo que la patria depositara en nuestro entrenamiento. Y, además,
éramos solamente noventa egresados los que aspirábamos al grado de Ostenführer
de la SS..
Se podría pensar que una gran alegría embargaba a todos, y eso
era cierto en lo que respecta a mis ochenta y nueve compañeros. Yo, en cambio,
sentía empañada mi felicidad por un extraño suceso que merece ser mencionado en
este relato, por las implicaciones posteriores que tuvo.
Al completar el plan de estudios la primera promoción del
Cuerpo Selectivo, –del cual Yo formaba parte– uno de nuestros Profesores, Ernst
Schaeffer, se abocó a la tarea de seleccionar un pequeño grupo para una
“operación especial”. Comenzó a circular entre nosotros, el rumor de que dicha
operación era en realidad una importante misión en el Asia, por lo que se
produjo un consecuente estado de excitación general. No había quien no anhelara
participar en la ultraconfidencial misión que, se decía, había sido encomendada
por el Reichführer Himmler en persona.
El Profesor Ernst Schaeffer dictaba cátedras de religiones
orientales, especialmente Budismo, Vedismo y Brahmanismo con singular erudición,
pero no era oficial de la SS. sino de la Abwer, el Servicio
Secreto del Almirante Canaris. Por esta razón las conjeturas indicaban que la
misión en el Asia sería una operación de espionaje, quizás en India o Rusia.
Nuestro pequeño grupo de pilotos de la Flieger –H.J. no había
sido incluido en la selección por alguna razón que ignorábamos y, aunque la
rígida disciplina interna exigía absoluta obediencia y subordinación, Yo no
creía faltar a ningún reglamento si me ofrecía como voluntario. No sabía el
destino de la misteriosa misión, pero el entusiasmo por ser admitido me hacía
pensar que el conocimiento de diez lenguas orientales sería un buen argumento
para lograr mis propósitos.
Conforme a esta convicción fui un día al encuentro de Ernst
Schaeffer. Se encontraba en un aula con un grupo de seis camaradas del Cuerpo
Selectivo, dándoles algún tipo de instrucción. Una sola mirada al pizarrón, de
donde pendían láminas con dibujos de cuerpos humanos cubiertos de flores de
loto, me bastó para saber que daba explicaciones sobre los antiquísimos
conceptos fisiológicos del Tantra Yoga.
La cara de disgusto que puso al verme fue como un presagio de
que en algo me había equivocado al suponer que el Profesor podría incluirme en
sus planes. No obstante el mal presentimiento que tenía, decidí jugar mi carta.
–Heil Hitler –dije por todo saludo.
–¿Qué desea Von Sübermann? –dijo ignorando el saludo político.
–Perdón Herr Profesor. He sabido que Ud. selecciona personal
para una importante misión en el Asia y, si bien no sé gran cosa de ella, deseo
que se considere la posibilidad de incluirme. Es decir, me ofrezco
voluntariamente.
–¿Ud. Von Sübermann? –Me miraba aguzando la vista, con una
expresión cínica–. ¿Y para qué desea Ud. ir al Asia Von Sübermann?
–Creo que no me ha comprendido Herr Profesor. Yo deseo ser útil
a la patria y ésta es una forma de demostrarlo. Tal vez mis conocimientos de
las costumbres y lenguas de Medio Oriente, puedan servir en su misión. O mi
licencia de piloto. O las lenguas del Lejano Oriente. Tengo voluntad de servir
y por eso me ofrezco –dije con convicción.
El gesto, en un principio sardónico, en la cara del Profesor,
se estaba tornando agresivo y en sus ojos se traslucía un brillo de ira. Yo
tampoco las tenía todas conmigo y ya sentía hervir la sangre en las venas. Al
fin de cuentas, en ese 1937, yo tenía 19 años y el orgulloso Profesor, no más
de 25 ó 26, es decir, edades en las que conviene medir las pa-labras y los
gestos...
–Von Sübermann –dijo con violencia– debo agradecer su buena
voluntad, pero Ud. es la última persona que Yo llevaría al Asia ¿me entendió?
–No, Herr Profesor –contesté, pues realmente no comprendía el
motivo por el cual el Profesor Schaeffer me odiaba hasta llegar al extremo de
no poder disimularlo.
–¿No entiende Von Sübermann? –comenzó a gritar en forma
descontrolada–. Pues bien, se lo diré con todas las letras. Ud. es una persona
siniestra, portadora de una marca infamante. Su presencia es una
afrenta en cualquier ámbito espiritual, una afrenta a Dios, que en su infinita
misericordia le permite vivir entre los hombres. Debería ser marginado,
apartado de nosotros o, mejor, exterminado como una rata, porque Ud., Von
Sübermann, contamina de pecado todo cuanto le rodea, Ud. ... –continuaba Ernst
Schaeffer con sus insultos, totalmente fuera de sí y Yo, que en un primer momento
había quedado asombrado al oír una alusión al Signo, estaba reaccionando
rápidamente.
Sin pensarlo, disparé el puño derecho a la cara del Profesor,
dándole de pleno en el mentón. El golpe fue bastante fuerte, pues lo envió
trastabillando varios metros más allá, sobre los pupitres del aula. Los seis
estudiantes, alertados por los gritos de Schaeffer, concurrieron
apresuradamente en su socorro y, mientras cuatro de ellos lo ayudaban a
levantarse, otros dos me sujetaban para evitar que volviese a pegarle.
Estaba envuelto en furia pues la agresión del Profesor, me
había herido en lo más profundo. Yo era inocente; nada sabía de Marcas ni
Signos; estudiaba con mis esfuerzos puestos en buscar el bien de la patria y
eso era sin ninguna duda un fin noble.
No entendía el odio del Profesor Schaeffer ni su deseo de que
me “exterminaran como una rata”.
–Sin duda está loco –pensaba mientras era arrastrado hasta la
puerta por los alumnos escogidos de Ernst Schaeffer.
–¡Llévenselo! ¡Quítenlo de mi vista! –gritaba completamente
fuera de sí–. ¡Es un mentiroso y un homicida! ¡Dice no entender pero en el
fondo de su corazón todo lo sabe, porque él es la imagen de Lúcifer tentador!
¡Su propósito es destruir nuestra misión con su presencia maldita...!
Minutos después todavía sonaban en mis oídos, las absurdas
acusaciones de Ernst Schaeffer: Homicida, mentiroso, marca infamante,
Lúcifer... ¿Dios, qué es esto?
–¿Estás bien Kurt? –Uno de los “elegidos” me sacudía por los
hombros, tratando de hacerme reaccionar. Lo miré, cegado aún por la furia y el
desconcierto que la actitud del Profesor me había provocado, y recién lo
reconocí. Era Oskar Feil, un buen camarada originario de Vilna, Letonia.
Ambos trabamos amistad en los primeros años del NAPOLA, cuando por
nuestro carácter de “extranjeros” éramos objeto de la burla de nuestros
cama-radas alemanes.
–Kurt, tranquilízate –dijo Oskar–. Debo volver al aula, pero
tengo que hablar con-tigo. Espérame en el gimnasio dentro de media hora.
Lo miré alejarse y sacudí la cabeza tratando de despejarme de
esa pesadilla. No sabía que Oskar formaba parte del grupo seleccionado por
Ernst Schaeffer ni sospechaba sobre qué quería hablar, pero lo esperaría pues
él era uno de los pocos amigos que tenía en Lissa. Sin embargo esa media hora
de espera sería tan larga como un siglo, pues mi estado de ánimo me impulsaba a
irme inmediatamente de allí y retornar a Berlín, asiento de la Flieger H.J.
Luego de lavarme la cara con agua fría y dispuesto a aguardar a
Oskar, me situé en un rincón solitario del enorme gimnasio. Estaba más
tranquilo cuando llegó mi kamerad.
–Hola Kurt –dijo– veo que estás mejor.
–Sí Oskar. Ya pasó todo. Siento haberme descontrolado, pero los
insultos del Profesor no me dejaron otra alternativa. ¿De qué querías hablarme?
–pregunté fríamente, pues ignoraba su posición sobre lo ocurrido.
–Escúchame bien Kurt, –dijo–. Tú eres mi amigo, el único en
quien puedo confiar. He sido elegido por Ernst Schaeffer probablemente por
equivocación, pues nada me une a él y a su grupo. Cada día que pasa, más me doy
cuenta que hay algo raro en todo esto, pero vivo simulando, llevado por el
deseo egoísta de compartir la misión en Asia y obtener el beneficio profesional
que reportará a todos sus miembros. Quisiera hablar con plena confianza contigo
para que me aconsejes, pero debes prometerme que no dirás a nadie lo que te
cuente. ¿Lo harás Kurt? ¿Puedo confiar en ti?
–Sabes que sí Oskar –dije aliviado– ten la seguridad que nadie
se enterará de nuestra conversación ni de su contenido.
–Acepto tu palabra, Kurt –me dio la mano para sellar el pacto–.
Hay en todo este asunto varios puntos extraordinarios. El primero es el lugar
de la misión: El Tíbet. Evidentemente nos equivocábamos cuando presumíamos que
se trataría de espionaje. En el Tíbet no hay nada para espiar; allí se va a
buscar otra cosa. Y eso no es todo. Tampoco es claro el criterio puesto en la
selección de nuestro grupo, pues no se han elegido los mejores sino los más
obsecuentes con el Profesor Ernst Schaeffer. ¿Qué dices a todo esto Kurt?
–Después del incidente que he tenido hoy, no podría opinar
imparcialmente sobre el Profesor Schaeffer, pero admito que hay algo anormal en
todo esto –dije reflexionando sobre lo que me confiaba Oskar.
–Si alguna duda tenía –continuó– ésta se disipó hace un rato,
cuando discutió con-tigo. El no te rechazó por algún motivo profesional, sino
porque algo en ti, algo espiritual, podría hacer fracasar la misión. Y ese algo
es para él sumamente odioso. No me gusta nada toda esta locura. ¿Crees que
debería renunciar al grupo?
–No sé distinguir ya lo bueno de lo malo –dije con tristeza–
pero veo una buena razón para que continúes en la misión al Tíbet: ¡eres la
única persona cuerda de ese grupo y alguien debe contar las cosas como son a la
vuelta del viaje!
Rió Oskar con mi respuesta.
–Creo que te haré caso –dijo– pero será a ti a quien tenga al
tanto de todo lo que ocurra.
Me sentía halagado por la confianza de Oskar.
–Otra cosa Kurt –continuó–. Sé que dejarás pasar lo de hoy y
pronto lo olvidarás, pues así es tu carácter generoso, pero esta vez seré Yo
quien te aconseje: ¡habla con tu Tutor y cuéntale todo lo ocurrido hoy! Se
dicen cosas increíbles sobre los poderes espirituales de Rudolph Hess; nadie mejor
que él para analizar la incalificable actitud de Ernst Schaeffer. Prométeme que
lo pensarás, por lo menos.
–Lo pensaré, lo pensaré –dije sorprendido por la sugerencia de
Oskar–. Te lo pro-meto, aunque recién veré al taufpate dentro de un mes, para la
graduación.
Nos despedimos y una hora más tarde, abordaba el tren a Berlín
sumido en sombrías cavilaciones.
Capítulo XI
La ceremonia de fin de clases se realizaba,
conjuntamente con otras escuelas, en un gran festival, con desfiles multitudinarios
de la Juventud Hitleriana, que culminaban en el Estadio de Berlín. Allí la
plana mayor del Tercer Reich, encabezada por el Führer, establecía un contacto
directo con la juventud por medio de discursos y proclamas.
Papá había venido de Egipto especialmente para asistir a la
graduación, siendo invitado por Rudolph Hess para concurrrir a una fiesta a
celebrarse esa noche en la Cancillería. Sería ésta, a mi juicio, la oportunidad
esperada para aclarar muchas incógnitas.
A
las 10 en punto de la noche subimos las escaleras de mármol de la Cancillería.
Papá, elegantemente vestido de jaquet, y Yo, con el uniforme de las
Hitlerjungen, no desentonábamos entre la numerosa concurrencia que ya llenaba
el gran Salón del Aguila, formando distintos corrillos rumorosos de voces y de
risas. Atravesamos el salón en dirección al gigantesco hogar de mármol tallado,
buscando a Rudolph Hess, mientras sobre nuestras cabezas una araña de colosales
dimensiones derramaba torrentes de luz, suave-mente amortiguada por miles de
piezas de cristal de Baccarat. Nunca había visto tanta gente distinguida e
importante junta. Estaban allí todos los líderes de la Nueva Alemania, el Dr.
Goebbels, el Mariscal Goering, el Reichführer Himmler, Julius Streicher, ... En
un rincón apartado distinguimos a un grupo formado por Rosenberg, Rudolph Hess
y Adolf Hitler. Papá, temiendo interrumpir una conversación reservada, me
indicó que aguardáramos a unos pasos de distancia, mientras bebíamos una copa
de champagne que solícitos mozos nos habían alcanzado.
Al cabo de un momento, Rudolph Hess reparó en nosotros y, luego
de cambiar una palabra con el Führer, se acercó sonriente.
–¿Cómo están Reinaldo, Kurt? –dijo–. Vengan que les presentaré
al Führer.
Era
la primera vez que veía de cerca a Adolf Hitler, honor poco frecuente para un
estudiante extranjero, y aunque venía preparado sabiendo que el Führer estaría
en la fiesta, no se me había ocurrido que seríamos presentados.
–Adolf: el Barón Reinaldo Von Sübermann –dijo Rudolph.
El Führer saludó a Papá dándole la mano efusivamente pero sin
pronunciar palabra.
–Mein patekind Kurt Von Sübermann
–continuó Rudolph–. Flamante egresado del NAPOLA, piloto y soldado polígloto,
futuro Ostenführer de la Waffen SS.
No pude evitar ruborizarme por la elogiosa presentación del
Taufpate Hess.
El Führer estiró la mano, mientras me clavaba una mirada helada
en los ojos. Sentí que una corriente eléctrica me corría por la columna
vertebral, al tiempo que una especie de vacío estomacal cosquilleaba a la
altura del ombligo. Fue una sensación de un instante, pero de un efecto
terrible. Aquella mirada, y el contacto de la mano del Führer, habían obrado
como un agente ácido en un cubo de leche, descomponiendo y disolviendo mi
estado de ánimo. Fue un instante, repito, un sólo instante en el cual me sentí
explorado por dentro.
Ya recompuesto observé con sorpresa que –algo inusual en él–
una sonrisa enigmática se dibujaba en la cara del Führer.
–¿De Egipto, eh? –dijo Hitler–. Adoro Egipto, tierra maravillosa
que fascinó a Napo-león y que ha producido un Camarada invalorable como
Rudolph.
Rosenberg que a todo esto ya había sido presentado, observaba
la escena con ex-presión divertida.
–Al verlo a Ud. joven Kurt –continuó Hitler– verifico que no es
casualidad lo de Rudolph. Egipto es realmente un “Centro de Fuerza Espiritual”;
el enigma de la Esfinge aún tiene vigencia. Ustedes son la prueba –nos tomó a
Rudoph Hess y a mí, de un brazo a cada uno– de que un Orden Superior guía el
destino de Alemania. Dos germanos-egipcios, que han respirado los efluvios
gnósticos de Alejandría y El Cairo, conducidos por los Superiores Desconocidos
hasta aquí, para poner vuestra gran capacidad espiritual al servicio de la
causa Nacionalsocialista.
Al veros –siguió diciendo el Führer– comprendo lo Sagrada que
es la tarea que hemos tomado sobre nuestros hombros, al fundar el Reich de los
mil años. Nuestra causa no es sólo el mejor ideal por el que puede vivir y
morir un germano, es también la causa de la libertad de la humanidad, de la
lucha por salvar al mundo de las fuerzas oscuras, del combate final contra los elementalwesen[22]...
Rosenberg y Papá asentían con la cabeza a cada afirmación del
Führer, quien continuaba vertiendo conceptos místicos sin permitir que nadie
interrumpiera su monólogo. Me distraje pensando en el extraño poder que había
experimentado al saludar al Führer. Una poderosa Fuerza emanaba de Hitler, no
sabía si voluntaria o espontáneamente, y me preguntaba si este carisma no lo
habría adquirido por medio de alguna técnica secreta, de algún conocimiento
oculto al que unos pocos privilegiados pueden acceder.
–... entonces dígame joven Kurt ¿Quiénes son en definitiva los
enemigos de Alemania? ¿Contra quién combatimos? –preguntaba Hitler dirigiéndose
hacia mí.
Reaccioné ante la
inesperada pregunta, con la desesperación de haber desatendido una parte de la
conversación. Tres pares de ojos de Rosenberg, Hess y Papá, estaban pues-tos en
mí esperando la respuesta. Sin embargo lo que había alcanzado a escuchar era suficiente
para mí, pues la respuesta brotó sola del fondo del inconsciente.
–El Enemigo es uno solo, –afirmé categóricamente– es YHVH-Satanás.
Contesté intuitivamente y de manera tan firme que no cabían rectificaciones.
Miré a Papá, que se puso instantáneamente lívido, y vi la sorpresa retratada en
todos los rostros.
–Muy bien, joven Kurt, muy bien, –decía Hitler con una
expresión de intensa alegría–. Ha dado Ud. la mejor respuesta. Podría haber
identificado como nuestros más terribles enemigos a la judeomasonería, al
judeomarxismo, al sionismo, etc., pero esos nombres sólo representan Aspectos
diferentes de una misma realidad, distintas Caras de un mismo y feroz Enemigo: YHVH-Satanás,
el Demiurgo de este Mundo. Sólo un Iniciado o un iluminado como Ud. o Rudolph,
podrían dar una respuesta tan precisa. ¿Verdad Alfred?
Rosenberg sonreía complacido.
–Lo felicito joven Von Sübermann –dijo Alfred Rosenberg– es Ud.
una persona de claros conceptos.
Por supuesto que Yo estaba completamente aturdido por lo que
había ocurrido. De improviso, en esa reunión con aquellas notables personas,
descubría que poseía como un “oído interior”, un órgano misterioso que me
permitía “escuchar” las respuestas formuladas concretamente. ¡Y estas
respuestas eran correctas! Nunca había experimentado algo así y sólo podía
achacar esta súbita iluminación a la presencia del Führer. El, con su extraño
magnetismo, me había “despertado” el “oído interior”.
Adolf Hitler volvió a tomar la palabra.
–La gente no compenetrada en la Filosofía Oculta del
nacionalsocialismo, suele cometer gruesos errores de apreciación al juzgar
muchas de nuestras afirmaciones, creyendo ver en las mismas una superficialidad
estúpida, cuando generalmente se trata de ideas sintéticas, slogans,
extraídos de profundos sistemas de pensamiento. Por ejemplo, ante la afirmación
del joven Kurt de que “el Enemigo es Jehová Satanás”, que es una idea sintética
de hondo contenido filosófico, muchas mentes ignorantes se verían tentadas de
suponer que tal concepto arranca de un grosero antisemitismo. Alegarían
argumentos elementales como estos: –Jehová es el Dios de Israel, un Dios de
Raza, uno entre cientos de Dioses étnicos; es pues exagerado tomarlo por el
único Dios o Demiurgo (objeción, ésta sí, antisemita). O este otro: –Jehová es
el Dios de Israel pero, por su carácter monoteísta, es el único Dios; entonces
¿por qué se lo identifica con el Demiurgo? ¿es por una creencia he-rética del
tipo gnóstica ? (interrogantes de quienes
creen que ser “cristianos” implica la adoración de Jehová y que su rechazo
significa una “herejía anticristiana”). Otro argumento banal es el siguiente:
–si hemos de rechazar al Demiurgo considerando su obra material como
esencialmente “mala”, ¿por qué identificarlo sólo con el Jehová judío habiendo
cientos de denominaciones alternativas en la mitología etnológica y en los
panteones religiosos de todos los pueblos de la Tierra? (interrogantes que
suelen padecer quienes ignoran totalmente qué significa Israel en la Historia
de Occidente y cuál es el secreto de la dinámica racial judía).
Objeciones como las precedentes, opondrían nuestros críticos al
oír hablar de Jehová Satanás como “el Enemigo contra el cual combatimos” y, por
supuesto, les sorprendería la palabra “Satanás” adherida a Jehová, cuestión
que, sin duda, les arrancaría irónicas conclusiones.
Pues bien: tales argumentos reposan en una circunstancia común:
¡la ignorancia de quienes las formulan! Por supuesto que nosotros sabemos
que el Demiurgo recibió otros nombres a lo largo de la Historia. Pero si
elegimos, entre ellos, el de Jehová es porque se trata del último nombre con el cual
El se ha autodenominado. Y con dicho nombre lo designa aún Su “Pueblo Elegido”,
Israel, el cual no es otra cosa que un desdoblamiento psíquico del mismo
“Jehová Satanás”.
Estas palabras del Führer me sorprendieron vivamente por sus
implicaciones metafísicas. ¿Los judíos no constituyen una Raza como las demás,
compuesta por individuos ?... era una teoría turbadora la que acababa de oír.
–¿Se sorprende Ud., joven Kurt? –preguntó el Führer, quien sin
duda advirtió de in-mediato mi turbación. Pero no me dio tiempo a responder y
continuó su explicación:
Pues aún no ha oído nada: Israel es un “Chakra” de la Tierra,
es decir, es una manifestación psíquica colectiva del Demiurgo Jehová y por
eso nosotros afirmamos que el judío no existe como individuo; que no es
un hombre como el resto de quienes componen el género humano.
Pero la manifestación de Jehová en una Raza Elegida, es un
suceso más o menos reciente, de pocos miles de años, y la ordenación de La Materia
o “Creación” data de millones de años atrás. Por eso, por la “novedad” que
representa el nombre “Jehová” comparado con otros nombres del Demiurgo, que
empleaban pueblos más antiguos y culturalmente más importantes en la Historia,
y por la antigüedad geológica del Universo, es que parece excesivo designar con el
nombre “Jehová” a un Dios cósmico. Pero se trata sólo de una apariencia. Aquí
hay que imaginar un Demiurgo Primordial al que podemos cómodamente denominar El
Uno,
tal como hacían los estoicos. Este es quien ordena el caos y se difunde
panteísticamente en todo el Universo (es El también el Brahma hindú o el Alá
árabe, etc., tomadas estas denominaciones en su acepción religiosa exotérica).
Pero el Plan Cósmico, de alguna manera hay que llamar a la idea
del Universo material, se asienta en el ensueño del Demiurgo, un estado
de quietud que sin embargo dinamiza el Cosmos, como el “Dios motor inmóvil” de
Aristóteles en ese Gran Día de Manifestación, que se denomina también, gran
manvantara. Pero para que todo “funcione” sin que requiera intervención de El
Uno, “quien duerme mientras todo vive en El”, es necesario disponer de un
“sistema automático de corrección”. Este es el papel que cumplen las llamadas Jerarquías
cósmicas, miríadas de entidades conscientes emanadas por El Uno para
que mantengan el impulso dado al Universo y lleven adelante su Plan. El primer
paso de la “emanación” son las mónadas, Arquetipos superiores que
fundamentan toda la estructura cósmica y hacen las veces de matriz
del plan del Uno.
Estas entidades conscientes, Angeles,
Devas, Logos solares, Logos galácticos, Al-mas planetarias, etc., no
son seres individuales sino que forman parte del mismo Uno y poseen,
pues, mera apariencia de existir debido a los grados de libertad de que
están dotados durante el manvantara. Para que algo exista individualmente,
por ejemplo un ente, es necesario suponer (o sub-poner) el acto de
existir a su ser real, lo que supone también la subsistencia del ente,
que impide la comunicación de su esencia substancial con otros entes o su
participación metafísica con otros seres, es decir, le pone término formal al
ente o le concede su forma natural. El recurso para lograr dicha ilusión de
existencia es la extrema mecanicidad de la realidad material fundada en las leyes
evolutivas, tanto referidas a fenómenos continuos como discretos, que
mantienen el movimiento progresivo de la materia y la energía en la exacta
consecución del Plan del Uno.
Dichas leyes evolutivas son conservadas por las
“entidades conscientes”, ya mencionadas, y dirigidas en el sentido del Plan.
Así podemos distinguir por ejemplo, “Logos solares”, es decir, “entidades
conscientes” capaces de “crear” un sistema solar siguiendo el Plan del Uno,
pero que en realidad son desdoblamientos temporales de El
Uno. Lo mismo se puede decir de los Logos galácticos o “Almas planetarias” y
hasta de los simples Angeles o Devas: ninguno de ellos existe como tales,
aunque “evolucionen” sujetos a las leyes universales. Lo importante aquí es
comprender que todo este espectáculo grandioso que estamos recreando es pura
ilusión, una concepción metapsíquica de características colosales
ideadas por El Uno para su íntima contemplación. Porque la verdad es que todo
lo existente desaparece finalmente, cuando sobreviene el Gran Pralaya, la noche
de Brahma, en la que todo se confunde nuevamente en El, luego de una monstruosa
fagocitación.
Pero dijimos que el Universo se rige por leyes evolutivas.
Dichas leyes, que determinan el Universo Material, de acuerdo a una verdadera
“arquitectura celeste”, como bien dicen los satánicos masones, ocasionan la
existencia de los distintos planos del espacio o Cielos en que está constituida
la realidad. Así como hay varios “Cielos” (¿cinco? ¿siete? ¿nueve?) hay “Reinos
de la naturaleza” (¿tres? ¿cinco? ¿siete?) o “planetas” (¿cinco? ¿siete?
¿nueve? ¿doce?) o “Razas raíces” (¿tres? ¿cinco? ¿siete?) etc. Estos aspectos
engaño-sos forman parte del Plan del Uno, y los Demonios encargados de llevar
adelante dicho Plan conforman un orden jerárquico preciso, basado en
la famosa “ley de evolución” que rige los Cielos –todos los Cielos,
desde los atómicos, químicos, o biológicos hasta los cósmicos– en los que
“evoluciona” cada mónada siguiendo los Arquetipos de cada Cielo. Es la famosa
“ley de causa y efecto” que enseña la Sinarquía y que las religiones védicas de
la India llaman Karma y Dharma, pero que conviene sintetizar como “ley de
evolución”. Esta ley dirige el camino “de ida y vuelta de la mónada”, la cual
toma varios cuerpos en los distintos Cielos a los que desciende para
“evolucionar”; dicho “camino” suele ser representado como la serpiente que se
muerde la cola o “uroboro”. Por supuesto que jamás se alcanza la famosa individuación
monádica, pues ello sería una auténtica mutilación de la substancia del
Uno y antes que tal cosa sobrevenga, ya estará todo el Universo fagocitado en
Su Santo Buche. –Aquí, extrañamente, sonrió el Führer mientras me miraba
intensamente. Yo me debatía interiormente frente a sentimientos encontrados.
Por una parte me horrorizaba la teoría que estaba oyendo, ya conocida por
haberla estudiado en el NAPOLA, pero dotada ahora de un
impresionante sentido de realidad al ser expuesta vehementemente con la
elocuencia irresistible del Führer. Y por otra parte me sentía halagado por el
honor de recibir de labios del Führer de Alemania, una explicación personal,
terriblemente extensa y curiosamente fuera de lugar en una fiesta mundana en la
Cancillería. De cualquier manera, mi actitud exterior era de respetuosa
atención a cada una de sus palabras, pues no quería volverme a distraer.
–Supongo que ya conoce esta teoría teosófica que la Sinarquía
enseña en sus sectas masónicas o rosacruces, y que se ha de sentir
espantado frente a una concepción de-terminista en que no hay lugar previsto
para la existencia individual eterna, es decir, más allá de los
pralayas y manvantaras. Y justamente ese espanto, ese grito de rebelión que Ud.
debe
percibir brotando de su Sangre Pura, constituye una excepción a todas
las reglas de la mecánica determinista de El Uno, porque habla de otra
realidad ajena a Su Universo material. ¿Cómo puede ser eso si hemos
dicho que todo cuanto existe en el Cosmos, ha sido pensado y hecho por El, de
acuerdo a Su Plan y por intermedio de sus Jerarquías cósmicas y planetarias?
Pues bien, joven Kurt, se lo diré brevemente: porque una parte de la Humanidad,
que nosotros integramos, posee un elemento que no pertenece al orden material
y que no puede ser determinado por la ley de Evolución del Demiurgo. Ese
elemento, que se llama Espíritu o Vril, se halla presente en algunos
hombres como posibilidad
de eternidad. Sabemos de él por el Recuerdo de Sangre, pero en tanto no
seamos capaces de liberarnos de los lazos que nos atan a la ilusoria realidad
del Demiurgo y remontemos el Sendero del Regreso al Origen, no existiremos
realmente como individuos Eternos. Me preguntará Ud. cómo es que en un Orden
Cerrado como el que he descripto, pueden coexistir elementos espirituales
ajenos a él y por qué, si no pueden ser determinados por las leyes de la
materia y la energía, permanecen sujetos al Universo de El Uno. Es éste un gran
Misterio. Pero puede Ud. considerar como hipótesis que, por una
razón que ignoramos pero que podemos suponer sea una orden de un Ser
infinitamente superior al Demiurgo, o una negligencia incomprensible, o un
engaño
colosal, alguna vez han ingresado al Universo material una miríada de seres
pertenecientes a una Raza espiritual que llamamos hiperbórea. Supongamos
que tales seres hubieran penetrado al sistema solar por una “puerta” abierta en
otro planeta, por ejemplo Venus, y que aquí, merced a un ardid, una parte de
sus Guías Hiperbóreos los hubiesen encadenado a la ley de evolución. Este
encadenamiento, ya lo hemos dicho, no puede ser real pero, sin embargo,
los Guías Traidores logran confundir a los Espíritus Eternos
anclándolos a la materia. ¿Para qué hacen esto? Otro Misterio. Pero lo cierto,
lo efectivo es que, a partir de la llegada de tales Guías al sistema solar, se
operará una mutación colectiva en toda la Galaxia que modifica el Plan del Uno. Esta modificación está
edificada en la traición de los Guías y en la caída de los seres inmortales.
Para que Ud. lo vea claro, joven Kurt, le diré que aquí, en la Tierra, existía
un ser humano primitivo que “evolucionaba” siguiendo las leyes de las “cadenas
planetarias” y los “Reinos de la naturaleza”.
Esta evolución era lentísima y perseguía la adaptación final a
un Arquetipo racial absolutamente animal, dotado de una mente racional,
estructurada lógicamente por las funciones cerebrales y poseedor de un “Alma”
conformada por energía de los otros planos materiales más sutiles. Este
“hombre” es el que encontraron, en una etapa aún primitiva de su desarrollo,
los Guías Traidores al llegar a la Tierra hace millones de años. Entonces,
mediante un ingenioso sistema llamado Chang Shambalá, que Ud. tendrá
oportunidad de estudiar en nuestra Orden, ellos decidieron mutar la Raza
humana, encadenando los Espíritus Eternos a los seres humanos ilusorios y
materiales de la Tierra. Desde ese momento existen tres clases de hombres: los
animales-hombres primitivos o pasú, los semidivinos o viryas,
a quienes se les adosó un Espíritu, y los Divinos Hiperbóreos o Siddhas,
que son todos aquellos que logran retornar al Origen y escapar del
Gran Engaño. También son llamados Siddhas Hiperbóreos a una parte de los Guías,
aquellos que no traicionaron y que, encabezados por Kristos Lúcifer,
intentan salvar a los viryas mediante la redención hiperbórea de la
Sangre Pura, que consiste en despertar el recuerdo primigenio de la propia
divinidad perdida. Estos son los Señores de Agartha... Pero nos apartamos un
poco de nuestro tema principal que versaba sobre Jehová Satanás, el Enemigo
contra el cual combatimos para ganar el derecho a regresar al Origen perdido.
Entonces se le hará clara esta cuestión, joven Kurt, pues si Ud. recuerda que
El Uno delegaba en unas “entidades conscientes” la ejecución de Su Plan,
podemos ahora agregar que el sistema solar ha sido construido por una de tales
“conciencias” a la que llamamos Logos Solar, secundada por Devas de menor
jerarquía quienes ocupan determinados puestos en la mecánica del sistema. En la
Tierra, una “entidad planetaria” infundía vida al planeta e impulsaba la
“evolución” de los Reinos de la naturaleza de acuerdo al Plan Solar, inserto en
el Plan Cósmico de El Uno. Está claro que se trata de emanaciones de El Uno
enlazadas jerárquicamente: El Uno ð Logos Galáctico ð Logos Solar ð Angel planetario ð Alma colectiva o grupal, etc. ¿Quién es Dios aquí?
Según el nivel de conciencia y las pautas culturales y religiosas de los
hombres, puede ser cualquiera de tales “entidades conscientes”, pero siempre se
trata de El Uno. Si se dice que Dios es el Sol o se concibe un Dios “creador”
de todo el Universo, se está hablando de El Uno. Igual si se cree que Dios es la
“naturaleza” o la “vía láctea” o la Tierra. Las diferentes cosmologías
gnoseológicas que presentan los hombres en sus distintas etapas de la
“evolución” para concebir el mundo, no invalidan el hecho de que siempre se
alude directa o indirectamente a El Uno cuando se habla de Dios.
Pero regresemos a la Tierra. Cuando los Guías Traidores llegan
a la Tierra, se instalan en un “centro” al que denominan Shambalá, o Dejung, y
fundan lo que se ha dado en llamar Gran Fraternidad Blanca o Jerarquía Oculta
de la Tierra. No es un lugar localizable físicamente sobre la superficie
terrestre, cuestión sobre la que Ud. deberá aprender más adelante, sino que se
halla situado en un pliegue topológico del espacio. Pero lo que interesa aquí
es destacar que el jefe de los Guías Traidores, se autotitula Rey del Mundo,
pasando a ocupar el lugar de uno de los doce Kumaras del sistema solar. ¿Qué es
un Kumara? un Angel planetario, una de esas “entidades conscientes” encadenadas
por El Uno que conforman la “idea de un planeta”. Es aquí adonde debe ubicarse
la clave del nombre Jehová y de su “Raza Elegida”. Porque el Espíritu
planetario se llamaba Kumara Sanat, quien luego de la constitución de Shambalá
y de la venida del Rey del Mundo, decide actuar como regente de El Uno en la
ejecución de Su Plan, ahora modificado. Para ello se encarna, en nombre de El
Uno, en una “Raza Elegida” para reinar sobre los Espíritus hiperbóreos
esclavizados. Esa es la Raza hebrea. Es decir que tenemos por un lado a la
Jerarquía Oculta de Chang Shambalá, con sus Demonios: los Guías Traidores y su
jefe: el Rey del Mundo, quienes llevan adelante ahora la “evolución” del
planeta y son quienes “guían” a las Razas por medio de una siniestra
organización llamada Sinarquía. Y por otra parte tenemos la Raza hebrea que no
es sino la modificación de Sanat Kumara en la Tierra para ocupar el máximo
escalón de la Sinarquía, en nombre de El Uno. Los mismos hebreos en su Kabala
estudian que “Israel es uno de los 10 sephiroth”, el sephirah Malkut, es decir
una de las emanaciones de El Uno.
Finalmente Jehová es el nombre cabalístico del Demiurgo El Uno
que Sanat Kumara representa en la Tierra y es, como dije al comienzo de esta
agradable charla, el último nombre histórico que
conocemos de El. Por eso nosotros, los Antiguos Seres Hiperbóreos que
aún permanecemos encadenados en el Infierno, debemos tener bien presente que
“el Enemigo es Jehová Satanás, el Demiurgo de este Mundo”, como bien dijera el
joven Kurt.
El Führer continuaba entusiasmado su largo monólogo y, aunque
ya había pasado una larga hora y llovían sobre nosotros las miradas curiosas de
mucha gente que deseaba sentarse a la mesa, nadie en Alemania hubiera sido
capaz de interrumpirle por un motivo tan prosaico como yantar una cena. Yo por
mi parte sólo deseaba seguir oyendo sus in-creíbles revelaciones y por eso,
cuando me preguntó si le había comprendido, no vacilé en hacerle presente mis
dudas:
–Hay algo que ahora me preocupa –dije inmediatamente–. Todo
cuanto Ud. ha dicho, mi Führer, sobre el Demiurgo El Uno lo comprendo
perfectamente y lo acepto, pero no puedo dejar de preguntarme ¿quién es
entonces Dios, el verdadero Dios ? ¿o...?
–Esa es una pregunta que no debe Ud. hacerse, joven Kurt,
–afirmó categóricamente el Führer–. No mientras su mente esté sujeta a la
lógica racional, pues sólo logrará entonces arribar a paradojas irreductibles.
Pero es evidente que la duda ya ha germinado en Ud. y que seguirá meditando en
ello. Le daré entonces una respuesta provisoria: Dios es incognoscible para todo
aquel que no ha conquistado el Vril. Tenga siempre presente esta verdad, joven
Kurt: desde la miserable condición de esclavo de Jehová Satanás no es posible conocer
a Dios, pues El es absolutamente trascendente. Es necesario recorrer un largo
camino de purificación sanguínea para saber algo sobre Dios, sobre el
“verdadero Dios”, como Ud. bien dice. La mayoría de las grandes religiones, al
hablar de Dios, se refieren al Demiurgo El Uno. Esto ocurre porque las Razas
que pueblan actualmente el mundo han sido “trabajadas” por los Demonios de
Shambalá, implantándoles ideas sinárquicas en la memoria genética de sus
miembros, para poder dirigirlas hacia el gran Arquetipo colectivo que se llama Manú.
Así, percibiendo la realidad tras un velo de en-gaño, se llega a esas concepciones
de Dios panteísta, monista o trinitario, que sólo son apariencias de El Uno, el
Demiurgo ordenador de la materia.
Fíjese lo que ocurre con el concepto de Dios que poseen los
distintos pueblos integrantes de la antigua familia de lenguas indogermanas:
casi todos los nombres derivan de las mismas palabras y es seguro que éstas
designan en un pasado remoto a un Dios “Creador de todo lo existente”, es decir
al Demiurgo, El Uno. En sánscrito tenemos las palabras “Dyans pitar”, que en
los Vedas se utilizan para nombrar al “Padre que está en los Cielos”. Dyans es
la raíz que en griego produce Zeus y Theo, con sentido similar al sánscrito y
que pasa a ser en latín Júpiter, Deus pater o Jovis. Los antiguos germanos se
referían igualmente a Zin, Tyr o Tiwaz como el Dios “Creador” de lo existente,
palabras que también provienen del sánscrito Dyans pitar.
Igual etimología poseen palabras que designan a Dios en las
familias de lenguas turanias y semitas. En esta última familia, de importante
relación con el hebreo, encontramos “El” como una antigua denominación del Demiurgo
en su representante planetario “El fuerte”. En Babilonia, Fenicia y Palestina
se adoró a El, Il, Enlil, nombres que los árabes transformaron en Il ah o Alah,
etc. No debe extrañarle, joven Kurt, esta unidad etimológica pues lo alarmante
es la “unidad de concepto” que se descubre tras las palabras mencionadas, ya
que en todas las religiones y filosofías siempre se llega a dos o tres ideas de
Dios aparentemente irreductibles, pero que en realidad se refieren a distintos
aspectos del Demiurgo: tal la preferencia por un “Dios panteísta e inmanente”:
El Uno; o “trascendente” pero “Creador de la Tierra y los Cielos”: Jehová
Satanás, Júpiter, Zeus, Brahma, etc.
El Führer me miraba ahora con los ojos brillantes y Yo adiviné
que sus próximas palabras tendrían un contenido realmente importante:
–Hubo una guerra, joven Kurt. Una guerra espantosa, de la cual
el Mahabarata guarda quizás un recuerdo distorsionado. Dicha guerra involucró varios
Cielos en su teatro de operaciones y produjo como su expresión más
externa, lo que se ha dado en llamar “el hundimiento de la Atlántida”. Pero
nadie conoce a fondo a qué se hace referencia cuando se habla de la
“Atlántida”, ya que no se trata sólo de “un continente hundido”. Dicha guerra
lleva ya más de un millón de años en este plano físico, durante los cuales han
sido varias las Atlántidas físicas, continentales, que se han hundido, y ahora,
en nuestro siglo XX, podemos decir que nuevamente se apresta a “hundirse la
Atlántida”. Pero dejemos este Misterio por ahora pues tendrá que volver sobre
el mismo durante sus estudios.
Para concluir esta conversación le diré una última cosa joven
Kurt. Sepa Ud. que en esa Guerra Esencial, en la que se combate por la
liberación de los Espíritus cautivos, por la mutación colectiva de la Raza,
contra la Sinarquía y contra Jehová Satanás, el Tercer Reich ha comprometido
todo su potencial espiritual, biológico y material.
Con estas terribles palabras el Führer pareció dar por
terminada su explicación. Miré a mi alrededor y comprobé que Papá, Rosenberg y
Rudolph Hess aún continuaban a mi lado.
Un elegante mozo indicó
al Führer que cuando lo dispusieran podrían pasar al pa-tio interior para tomar
una cena fría. Eran las once de la noche. El Führer y Rosenberg se despidieron
de nosotros y fueron a reunirse con Goering y el Dr. Goebbels en la cabecera de
la mesa. Rudolph Hess invitó a Papá y a mí a ubicarnos para cenar, pero Yo no
había quedado bien luego de la conversación con el Führer y, a riesgo de ser
ofensivo, decidí hablar francamente con ambos.
Capítulo XII
Es tan difícil reunirlos a los dos –dije–. La última
vez que estuvimos juntos fue hace cuatro años, al ingresar al NAPOLA.
Quizás mañana o pasado partimos a Egipto y no sé cuándo habrá otra oportunidad
de compartir una conversación. ¿No podríamos retirarnos un momento?
Papá había empezado a pronunciar una protesta pero Rudolph lo
interrumpió.
–Tienes toda la razón Kurt. Vengan por aquí –señalaba una
puerta– que Yo también tengo que hablarles.
Un momento después estábamos instalados en el despacho de
Rudolph Hess quien, detrás de un inmenso escritorio ministerial de roble
tallado, se hamacaba en un mullido sillón. Me apresuré a iniciar la
conversación.
–Ante todo –dije– deseo que alguno de Ustedes me aclare una
cuestión en la que todos parecen estar de acuerdo, inclusive el Führer como
pude comprobar hoy, pero de la cual sólo tengo oscuras referencias. Me refiero
a una especie de cualidad espiritual que Yo tendría, desconocida para la
mayoría de la gente, pero que algunas personas son capaces de distinguir. Puede
ser el misterioso Signo que mencionaban los árabes Ofitas que me raptaron
cuando era niño en Egipto o la “gran capacidad espiritual” de la cual habló
antes el Führer. No sé qué es, pero algunos parecen saberlo... y no gustarle,
como por ejemplo al Profesor Ernst Schaeffer –Rudolph Hess arqueó las cejas al
oír el nombre del hombre de la Abwer. A continuación les relaté la
amarga experiencia vivida días atrás.
Percibí un brillo de ira en los oscuros ojos de mi padrino.
–¡La Abwer sólo ha producido traidores!
Esto es algo que deberás tener presente desde ahora, Kurt. Te diré un secreto
que sólo conocen cuatro personas en el Tercer Reich, incluidos el Führer y Yo;
un secreto que se refiere a ti y a lo que me acabas de contar: ¡no carece de
razón el Profesor Schaeffer para desconfiar de ti; de cierto, que él no podría
estar seguro de llevar a cabo la altwestenoperation si tú fueses
incluido en ella! Pero tú estás vinculado inevitablemente a esa expedición,
quiéralo o no Schaeffer, e intuitivamente lo has captado y te has acercado a él
en un mal momento. No puedo revelarte ahora los motivos de tal vinculación,
pero quizás te los explique otra persona a quien pronto conocerás, uno de los
partícipes del secreto. Con seguridad, tú serás en el futuro un representante
personal del Reichführer Himmler, la cuarta persona en el secreto, frente a
Ernst Schaeffer. ¡Y él nada podrá hacer para evitarlo! Eran nuestros planes
pero, sugestivamente, te has adelantado a nosotros. ¡Nada que no tenga arreglo!
Te preguntarás cómo es que el Führer o el Reichführer sabían de ti.
Aunque tú no lo hayas notado, todos estos años has sido objeto de intensa
vigilancia por parte mía y de otras personas que no conoces, pues el Tercer
Reich tiene preparado un camino para ti, apropiado a tus posibilidades, que te
permitirá servir a la patria como nadie lo ha hecho, a la vez que desarrollarás
tus facultades espirituales. ¡Pronto, muy pronto lo sabrás todo y nos
comprenderás!
Aún no había recibido respuesta a los interrogantes, pero
estaba conmovido y entusiasmado con el promisorio futuro de éxitos que me anunciaba
Rudolph Hess. Eso sí, una cosa me intrigaba inconscientemente ¿a qué se debería
el curioso nombre de la expedición de Ernst Schaeffer “Altwestenoperation”, es
decir, Operación Viejo Oeste ? El recuerdo de este interrogante,
y su increíble respuesta tendrían lugar recién dos años después, en el corazón
del Tíbet.
–Deseas respuestas y tienes todo el derecho a ello –prosiguió
hablando Rudolph– pero no es éste el momento ni el lugar apropiado para tratar
Misterios espirituales. En estos años habrás extrañado mi presencia, pero era
mejor para ti que Yo no interviniera directamente en tu vida, para que el
desarrollo psicológico se produjera normalmente; incluso convinimos eso con tu
padre –Papá asintió con la cabeza–. Ahora será distinto, tendrás tu puesto y
estarás cerca mío. Pero primero debes conocer nuestra Filosofía. No me
refiero a la doctrina nacionalsocialista tal como aparece en el libro del
Führer “Mein Kampf”[23]
o en el de Alfred Rosenberg “El mito del siglo XX” sino a una “Filoso-fía
Oculta” a la que nosotros –un pequeño grupo– adherimos como tú sin duda
también lo harás. Debes comprender que no se trata aquí de un conocimiento
estéril que puede reducirse a un “código de principios” o un “manual operativo”
mediante el cual regir nuestros actos; se trata por el contrario de adquirir un
conocimiento que actúa dinámica-mente sobre el Espíritu, transformándonos
internamente, dotándonos de una Sabiduría milenaria que nos hace trascender el
plano meramente humano de la existencia.
Tú estás especialmente dotado para acceder a ese estado
semidivino –prosiguió Rudolph, respondiendo en parte a la pregunta sobre el
Signo– pues tienes algo interior que pocos hombres poseen: “la posibilidad de Ser”.
Esto lo comprenderás mejor próximamente, al conocer los secretos de la Orden,
pero puedo anticiparte que, tal como lo ha dicho hace un momento el Führer, no
todos los hombres son iguales, no todos existen, no todos pueden “ser”. Por el
contrario, para quienes disponen de la posibilidad de Ser, la lucha y el
esfuerzo deben ponerse en trascender este mundo de imágenes ilusorias y
perpetuarse en la eternidad, en otro plano de existencia al que sólo podremos
llegar si despertamos del sueño demoníaco en el que estamos sumidos. La mayoría
de los hombres que ves en el mundo, no existen realmente, o si lo prefieres
viven una “existencia relativa”, ilusoria, que es un soplo para la eternidad.
Su conciencia se diluye con la muerte, aunque muchos crean lo contrario, y nada
sobrevive a ellos. La eternidad, querido Kurt, es para unos pocos, para una
Aristocracia del Espíritu, fundada en Héroes semidivinos, en Superhombres que,
a costa de librar un duro combate con el Príncipe de este Mundo YHVH-Satanás
–como justamente lo has denominado– trasmutan su naturaleza inferior y ganan su
lugar en el Valhala[24].
Todo te será revelado, Kurt, porque tú eres un Héroe
semidivino, un virya, lo prueba la marca de Lúcifer que tanto te preocupa y que
sólo indica la pureza de tu linaje espiritual.
–Pero, Lúcifer,... ¿no es el Diablo? –pregunté con cautela.
Esta pregunta debería habérsela hecho al Führer, pero no tuve
valor para ello.
–¿Lúcifer, el portador de Luz Increada, el Diablo? –se indignó
Rudolph Hess–. Esa es la blasfema calumnia que le ha endilgado Jehová Satanás
por intermedio de sus discípulos, los judíos y algunos imbéciles cristianos y
musulmanes no esclarecidos. Lúcifer es Kristos. El Kristos de la Atlántida...
Respiró profundamente Rudolph Hess antes de continuar.
–Dejemos por ahora esos Misterios y hablemos de ti, Kurt, –dijo
Rudolph, cambian-do de tema–. Has cumplido satisfactoriamente una dura etapa de
estudios y se abre para ti otro ciclo de esfuerzos. Es nuestra voluntad –miró a
Papá que volvió a asentir con la cabeza– que ingreses a la Waffen SS., para tu
perfeccionamiento militar y político. Pero eso es, digamos, un adiestramiento
exotérico, es decir externo, por lo menos hasta que llegues al Círculo
Restringido de Werwelsburg[25].
Hay otra vía paralela que deberás tomar y que también entraña esfuerzos y
sacrificios. Es un sendero oculto, esotérico, que te permitirá superarte
espiritualmente y resolverá tus dudas más secretas. ¿Has oído hablar de la Thulegesellschaft [26] ?
Pensé un momento, más por compromiso que por otra cosa, pues
tenía la certeza de que jamás había oído mencionar ese nombre.
–No –respondí.
–Es un grupo secreto de hombres Sabios, –dijo Rudolph Hess con
tono respetuoso–. Te facilitaré el ingreso a la Orden y ellos te ayudarán a
progresar, pero debes entender desde el comienzo lo siguiente: Las Ordenes
Hiperbóreas como la Thulegesellschaft siguen una disposición circular. En las
organizaciones mundanas del tipo de la francmasonería –o si se quiere
simplificar: como cualquier burocracia administrativa– se avanza vertical-mente,
escalón por escalón, desde la base de un triángulo hasta el vértice, que ocupa
la máxima Jerarquía. En una Orden Hiperbórea por el contrario se avanza
superando círculos concéntricos. Tú, por ejemplo, al ingresar a la Orden eres
un círculo amplio, tal vez el círculo externo. No digo que formes parte de un
círculo o que ocupes un lugar en un círculo, sino que “tú eres un círculo”.
Como tú, hay otros miembros que son círculos de mayor o menor diámetro,
organizados concéntricamente en torno a un centro de Poder ocupado por el
máximo nivel de Sabiduría. Por eso digo que se avanza “superando círculos” y no
“atravesando círculos” de distinto nivel, pues la Sabiduría Hiperbórea consiste
en estrechar el círculo propio hacia el centro; en “restringir el círculo”
hasta donde lo permita nuestra capacidad. ¿Entiendes patekind?
–Creo que sí –dije sin mucha convicción–. Pero todo esto que
tan gentilmente me explicas, me trae sosiego y tranquilidad. Ten la seguridad
que haré lo posible por no defraudar tu confianza ni la fe de Papá.
–Bien, entonces no hay nada más que hablar. ¿Recuerdas a Papp,
el oficial SS. que conociste en Berchtesgaden? Ahora es SS. Oberführer [27]. A él te dirigirás cuando
vuelvas de Egipto para saber los pasos a seguir.
Rudolph Hess oprimió un botón, obteniendo como respuesta la
llegada presurosa de un oficial de custodia. Ordenó a éste que dispusiera que
trajeran champagne al importante despacho. El no bebía pero esto era distinto,
dijo, pues debíamos brindar por mi graduación y el futuro de Alemania. A
continuación se trabó en franca charla con Papá, recordando anécdotas comunes
de sus días de estudiante y de Egipto.
Así concluyó la etapa de estudiante en mi vida, neffe Arturo.
Al volver de Egipto las cosas tomaron otro rumbo y, mientras cumplía con las
distintas etapas de entrenamiento en las Waffen SS. para llegar en 1939
al castillo de Werwelsburg, también pasaba por distintos círculos de la Thulegesellschaft.
Como los sucesos que realmente te sorprenderán, ya que se conectan con tu
propia experiencia, ocurren de inmediato, a partir de 1937, trataré de
resumirlos con algún detalle. Recién en 1939, al regresar de una misión
terrible, infernal, que eso fue la Operación Altwesten, recibí la
instrucción que en parte me permitió comprenderlo todo. Los años siguientes,
especialmente a partir de 1941, los pasé cumpliendo misiones en el Asia,
misiones semejantes a la que había llevado a cabo en la Operación Altwesten
y análogas, también, a la misión esotérica realizada por
Rudolph Hess con su histórico vuelo a Inglaterra en 1941; misiones de la misma
característica estratégica que la cumplida por Belicena Villca y su hijo Noyo,
es decir, misiones de diversión táctica para confundir y desviar al Enemigo;
pero misiones que requieren para su ejecución la previa Iniciación Hiperbórea
de sus agentes.
Pero esta parte del relato la dejaremos para después. Son las
12 y 30 hs. y la buena de Juana ya debe tener listo el almuerzo.
Capítulo XIII
Efectivamente, un instante después entró la vieja
trayendo en una bandeja un apetitoso puchero criollo. Chiquizuela, chorizo
colorado, tocino, garbanzos, porotos, papas, zanahorias, puerro, cebolla y
choclos, todo hervido y humeante, acompañado de aceite, vinagre y mostaza.
El último relato de tío Kurt me llenó de expectativas y
curiosidad. Mientras untaba los choclos con la amarilla manteca casera no
dejaba de pensar en las particulares experiencias vividas por tío Kurt en el
Tercer Reich y en especial su predestinada relación con Rudolph Hess, extraño
lugarteniente de Adolf Hitler. Ese período de la Historia reciente, que va de
1933 a 1945, a mí como a la mayoría de los que nacimos luego de la guerra, se
me escapaba en su dinámica vital. Los aliados, vencedores en una guerra que es,
sin exageración, la más grande que recuerda la Historia Universal, nos presenta
una imagen pueril de las naciones perdedoras y de la Epoca anterior a la
guerra. Los voceros de la alianza vencedora, imposibilitados moral e intelectualmente
de rebatir con argumentos tan siquiera creíbles a las Grandes Ideologías
Nacionalistas de la preguerra, recurren al irracional sistema de utilizar la
mentira, la calumnia, la desinformación, etc. Con la aviesa intención de
confundir y desvalorizar el significado de las palabras, se denomina, por
ejemplo, “Fascista” a cualquier tiranuelo sudamericano, más cercano de un capo
mafioso que de un estadista genial como el “Duce”. El Fascismo, el
Nacionalsocialismo, el Tradicionalismo japonés, Sistemas completos de Filosofía
Política, aparecen en la pluma de los Publicistas de la Revancha, desprovistos
de su contenido místico, espiritual e intelectual, reducidos a burdos esquemas
totalitarios, y los líderes de estos movimientos son presentados como casos
patológicos.
Por
estas razones el relato de tío Kurt tenía la doble virtud de iluminarme sobre
un período oscuro de la Historia reciente, que él vivió intensamente y de
permitirme verificar lo que Yo sospechaba desde que comencé a dudar de las
“virtudes espirituales” de unas “Potencias aliadas” que han hundido al mundo en
el materialismo y la decadencia. Esto es: que los Grandes Sistemas
Nacionalistas mencionados, especialmente el Nacional-socialismo, ocultaban una
corriente espiritual poderosa y secreta tras la fachada de sus respectivas
organizaciones políticas. En un trasfondo esotérico, celosamente ocultado por
los feroces vencedores, existía una luz espiritual, un fin no revelado que
ahora se traslucía en el relato de tío Kurt. ¿Qué pretendieron hacer el Führer
y demás líderes del Tercer Reich? ¿Qué intentaba realizar Rudolph Hess cuando
voló a Inglaterra en Mayo de 1941? Muchas preguntas como éstas danzaron en mi
cerebro durante todo el almuerzo y me estremecía de gozo al considerar la
posibilidad de que tío Kurt tuviese las respuestas.
Por otra parte un pudoroso sentimiento de humildad me asaltaba
cada vez que recordaba cómo había llegado hasta allí, persuadido de estar
embarcado en una aventura única, de ser protagonista privilegiado en un drama cósmico.
Pues lo que me había ocurrido a mí, sin subestimar el peligro real que
entrañaba, era juego de niños a la luz de la experiencia vivida por mi tío SS..
Y al pensar así, sentía que nuevas fuerzas acudían en mi auxilio para cumplir
el pedido de Belicena Villca.
Desde unos días atrás venía deseando abandonar el lecho de
enfermo pues ya me sentía bastante repuesto. Sin embargo algo inconsciente me
bloqueaba la voluntad cuando decidía vestirme y bajar a las plantas inferiores
de la casa. Al principio no sabía que era lo que me impedía hacerlo, pero luego
fui descubriendo con estupor que simplemente me aterraba la idea de enfrentarme
con los dogos que se paseaban libremente por el parque circundante de la casa.
En más de una ocasión los había observado por la ventana y, pese a su
descomunal tamaño y fiera estampa, no parecían ser realmente agresivos. Debería
aceptar sin reservas la explicación de tío Kurt de que atacaron inducidos por
él, pero una cosa es decirlo y otra enfrentarse a esos animales luego de tan
desagradable experiencia previa.
Pero esta vez estaba firmemente decidido a abandonar el lecho
de enfermo. Luego de vestirme, por primera vez en quince días, con ropa que
tomé de mi equipaje, bajé lentamente la hermosa escalera de ónix que daba al amplio
living-room, desconocido hasta ese momento para mí. No encontré a nadie a la
vista y, sin muchos deseos de explorar la casa por mi cuenta, me acomodé en un
sofá –era el mismo donde yací desvanecido la primera noche– frente a los
amplios ventanales que daban al parque.
Suponía que tío Kurt todavía estaría almorzando, pero pronto
salí de mi error al verlo llegar desde el exterior de la casa. Se sorprendió y
alegró al mismo tiempo de ver-me levantado.
–¡Bueno, bueno, –dijo– veo que te sientes bien!
–Sí tío Kurt, creo que ya es hora de hacer una vida normal –di
una palmada al brazo enyesado– por lo menos mientras espero que me quiten la
escayola.
Sonreía, con expresión aprobadora.
–Si realmente te sientes a gusto aquí, nos quedaremos
conversando toda la tarde, y luego cenaremos en el comedor.
Asentí con la cabeza. Estaba feliz, esperando un nuevo relato
de mi tío y pensando que las cosas tendían finalmente a encarrilarse.
Tío Kurt se sentó frente a mí en un sillón individual y charló
sobre un tema intrascendente para dar tiempo a que la vieja Juana nos sirviera
dos humeantes tazas de café.
Finalmente dijo:
–En Agosto de 1937 regresé de Egipto y tomé contacto telefónico
en Berlin con el SS. Oberführer Papp a quien había cobrado, luego de cuatro
años de agradable trato, particular afecto.
–Hola Edwin –saludé, luego que la operadora me comunicó con
Papp–. ¿Hay algo para mí?
–Sí Kurt. Debes venir a la Cancillería para recibir
instrucciones ¿Dónde estás?
–En la Estación Central de Trenes. Dentro de treinta minutos
puedo estar allí.
–Bien, dirígite a la Oficina de Seguridad e identifícate con el
SS. Oberschrarführer [28] Kruger. El te conducirá
hasta mí.
Deposité el equipaje en un cofre de la estación y partí al
encuentro del SS. Oberführer Papp. No tomé alojamiento
en un hotel pues quería cerciorarme sobre si no tendría que continuar viaje a
alguna repartición militar (como efectivamente sucedió).
El SS. Oberschrarführer Kruger me condujo a través
de una maraña de corredores y pasillos hasta la oficina desde donde se decidía
todo lo concerniente a la seguridad del Führer en el ámbito de la Cancillería.
Era un pequeño mundo aparte que ocupaba un ala trasera del
Palacio de la Cancillería, pasando un patio interior, y que reunía bajo el
mando del SS. Oberführer Papp, varios sectores cuyas actividades
específicas tan diferentes, convergían en el objetivo común de la Seguridad.
Funcionaban allí una escuadra de la Gestapo, un equipo de Comunicaciones y
Radiogoniometría, un pequeño grupo del Servicio Secreto de la SS., un
laboratorio químico, una enfermería con médico de guardia permanente las 24
horas del día. Todo montado, equipado y atendido por la SS. con personal
de la 1a SS.Panzer División Leibstandarte
Adolf Hitler.
–¡Hola Kurt! Me alegro de verte, muchacho. Sinceramente –dijo
el SS. Oberführer Papp–. Siéntate, por favor.
Me ubiqué en una silla frente al escritorio ocupado por Papp.
La oficina era una construcción reciente de hormigón armado por lo que el techo
tan bajo contrastaba con la gran altura de los pasillos atravesados para llegar
hasta allí. El SS. Oberführer Papp me observaba con visible simpatía,
sentado en un sillón giratorio. Sobre su cabeza un cuadro mostraba al Führer
mirando a la lejanía; a ambos lados sendos archivos metálicos flanqueaban el
escritorio.
–Yo también me alegro de volverte a ver –respondí–. Estoy
tremendamente feliz de estar nuevamente en Berlín.
–Pues no será por mucho tiempo –dijo Papp sonriendo–. Creo que
partes enseguida para el Ordensburg Crossinsee. Por aquí
tengo las órdenes para ti. Son dos sobres... –se puso a buscar en un archivo.
–Crossinsee queda en Prusia Oriental ¿no? –pregunté.
–Sí, en Pomerania. ¡Acá están tus órdenes!
Me alargó dos sobres de papel manila. Uno, más grande en el
cual se leía en letras grandes “Crossinsee” contenía todos los
papeles de incorporación al Ordensburg de la SS.. En el
otro una inscripción manual, en delicados caracteres góticos, ordenaba que el
sobre debía ser abierto en presencia del SS. Oberführer Papp. Procedí a romper el
sello y extraje del interior del sobre una carta de puño y letra de Rudolph
Hess. Decía así:
Berlín - Agosto de 1937
Sr. Kurt Von Sübermann
Querido patekind:
He dispuesto lo necesario
para que ingreses al Ordensburg de Crossinsee y luego, al
recibir la instrucción mínima seas transferido a los otros Ordensburg. Debes partir
de inmediato a Pomerania e incorporarte y adaptarte a la nueva vida. Recién
cuando hayas cumplido esta parte, –deja pasar un mes por lo menos– te pondrás
en comunicación con la Thulegesellschaft.
Tu
contacto en Berlín se llama Konrad Tarstein; lo hallarás en la Gregorstrasse
239. El ya está al tanto del ingreso a la Orden; sólo debes presentarte
dando tu nombre. En principio te unirás a la Thulegesellschaft de
Berlín por lo que deberás viajar desde Pomerania a Berlín los fines de semana,
pero si debieras venir en algún otro momento puedes dirigirte al SS. Oberführer
Papp para que gestione el permiso correspondiente.
Suerte patekind;
recuerda mi consejo: “avanza en círculos, restringiendo el círculo”.
Rudolph Hess.
Nota:
Memoriza
el nombre y la dirección de tu contacto y entrega esta carta al SS. Oberführer
Papp, quien tiene la orden de destruirla. Nada debe haber escrito que pueda
comprometerte, comprometernos o comprometer a la Thulegesellschaft.
Heil Hitler.
Leí dos veces la carta y luego se la entregué al SS. Oberführer
Papp quien la destruyó ante mis ojos prendiéndole fuego con un encendedor.
–Rudolph Hess ¿está en Berlín? –pregunté.
–No. Se encuentra en Berchtesgaden con el Führer.
Inmediatamente recordé que para esa misma fecha, cuatro años
antes, estuvimos con Papá y Rudolph Hess en Berchtesgaden. No había, pues, nada
más por hacer en Berlín y, luego de despedirme del SS. Oberführer
Papp, partí hacia la estación de trenes para emprender el viaje a Prusia
Oriental lo más rápido posible.
Capítulo XIV
Una hora más tarde, desde la ventanilla del tren norteño,
veía pasar los últimos barrios de Berlín. Iba ensimismado pensando en la carta
de Rudolph Hess y lamentándome no haber podido entrevistarlo para transmitirle
algunos interrogantes que requerían urgente respuesta. Algo extraordinario me
estaba sucediendo desde hacía algún tiempo atrás y, salvo Rudolph Hess, no me
atrevía a confiarlo a nadie.
Desde la noche de la graduación, cuando fui presentado al
Führer, comencé a experimentar un curioso fenómeno psicológico. En esa ocasión
respondí “YHVH-Satanás” a las preguntas del Führer ¿quién es el Enemigo
de Alemania? ¿contra quién combatimos?, y creí reconocer que dicha respuesta no
había sido razonada por mí, sino “captada” o algo así como “escuchada” con un
oído interno.
Para
mí estaba fuera de dudas que la “Voz” oída era ajena, es decir que venía de
afuera de mi conciencia. Pero también comprendía la imposibilidad de transmitir
esta experiencia a otra persona sin correr el riesgo de inspirar desconfianza
sobre mi cordura. Durante el viaje a Egipto medité en esto y llegué a la
conclusión de que la presencia del Führer había desencadenado un fenómeno de
descarga inconsciente siendo la Voz oída simplemente una intuición formal. O
sea que de alguna manera Yo “sabía” la respuesta y, en un momento en que estaba
psicológicamente bloqueado por la arrolladora personalidad del Führer, la
“adiviné” o creí hacerlo, tomando una intuición por una percepción
extrasensorial. Era una conclusión escéptica pero Yo tenía la seguridad de que
dicho fenómeno sería puramente circunstancial, que no volvería a producirse. Me
aferraba a esta certeza con el oculto temor de que su repetición implicase una
pérdida del equilibrio racional.
Es
comprensible: en una sociedad que considera “normal” lo que es común a todos,
es decir colectivo, y reprime con la alienación al que se aparta de lo
“normal”, sentirse distinto puede ser peligroso en muchos sentidos.
Principalmente porque la falta de “patrones” o “modelos” –eliminados
sistemáticamente o autoeliminados por el miedo– para comparar nuestra
“anormalidad” nos induce a temer una pérdida de la razón. Este temor a poseer
dones o virtudes que nos hagan diferentes a los demás es considerado una “santa
prudencia” en un mundo que glorifica la mediocridad del hombre promedio y des
confía del individuo.
De modo que, temeroso de las implicancias que tendría
considerar esa experiencia como un fenómeno real, Yo atribuía la Voz escuchada
a una proyección del inconsciente sobre la conciencia.
Sin embargo el fenómeno se volvió a repetir y no una sino
varias veces más con la consiguiente alarma por mi parte que temía padecer
alguna especie de esquizofrenia.
Pero, a poco que desechaba las dudas y meditaba serenamente no
podía dejar de reconocer que este fenómeno distaba de ser peligroso y diría que
incluso resultaba simpático. La razón de tal conclusión estaba en la
“seguridad” que sentía ahora de que la Voz oída era totalmente ajena a mi
propio ser. Por supuesto, se podrá argumentar que la “seguridad” que puede
tener un hombre en la percepción de fenómenos pertenecientes a su propia esfera
de conciencia es totalmente subjetiva. Y es cierto pues, en general, la
“seguridad” no garantiza de ningún modo la verdad de su afirmación.
Por ejemplo cuando el cazador se siente “seguro” de acertar a
su presa y yerra el tiro o cuando el estudiante “seguro” de haber dado la
respuesta adecuada comprueba que el Profesor lo ha calificado con un cero se
puede decir que ha “fallado” la seguridad. ¿De qué depende entonces el éxito si
cuando estoy “seguro” de obtenerlo puedo fracasar?
Para responder se debe distinguir antes entre “seguridad
subjetiva” y “seguridad objetiva”. La primera está más cerca de la imaginación
y la segunda de la realidad. La seguridad subjetiva se apoya en la fe; la
seguridad objetiva se apoya en la realidad. El que cree tomar una manzana con
la mano y lo que realmente toma es una manzana, indudable-mente dispone de
seguridad objetiva. Si en cambio cree tomar una manzana y en realidad toma otra
cosa, su seguridad es subjetiva. Hay pues una brecha entre la seguridad
subjetiva y la seguridad objetiva, que, según los individuos, puede llegar a
ser un abismo.
Pero es deseable que la seguridad experimentada en lo que se
haga o piense sea lo más objetiva posible. Entonces: ¿cómo se debe hacer para
cerrar la brecha que separa la seguridad subjetiva de la seguridad objetiva?
Salvando el caso de una predisposición natural a la realidad objetiva, la
respuesta sería que la “experiencia” previa asegura mayores probabilidades de
que la “seguridad” en la concreción de un acto se realice objetivamente.
Si se quiere comprender mejor el tema se debe distinguir
también entre la seguridad del diletante y del experto. Ante una misma prueba
ambos se sienten “seguros”, pero con mayor probabilidad, sólo el experto arriba
al éxito en tanto que el diletante fracasa. La “seguridad” del experto se funda
en la experiencia previa; la del diletante en la fe en sí mismo; pero como todo
experto en algún momento inicial debió haber sido un diletante, es posible que
el diletante, si persevera, alguna vez llegue a ser un experto.
De modo que la seguridad es tanto más objetiva cuanto más vaya
acompañada de la experiencia. Pero si la seguridad subjetiva es traicionada por
la realidad objetiva, si se fracasa, sobreviene la decepción de la derrota. Se
debe concluír, entonces, que la capacidad de sobreponerse a los fracasos es un
factor condicionante para capitalizar la experiencia en favor de una seguridad
objetiva.
La seguridad, por otra parte, es una actitud psicológica fundamental
para encarar las pruebas de la vida. El que se enfrenta al desafío de una
prueba debe contar por anticipado con el éxito, debe estar “seguro” de ganar y
un fracaso no lo ha de desanimar como para no intentarlo de nuevo. En los casos
anteriores, ni el cazador deja de cazar porque falle un tiro, ni el estudiante
deja de estudiar porque lo aplacen en un examen; ambos se sobreponen y
capitalizan la experiencia aumentando su seguridad objetiva, siendo más
“expertos”.
Considerando estos conceptos puede ahora comprenderse mi
actitud ante el fenómeno de la Voz: concluía que “estando preparado
psíquicamente durante varios años en un riguroso entrenamiento intelectual, la
seguridad que disponía en la certeza de los juicios era bastante objetiva”. Es
decir que, intelectualmente, cuando estaba “seguro” de un concepto era
“seguramente” correcto. Y con esa seguridad tan objetiva en los juicios, me
decía que la Voz que oía no provenía de mi inconsciente, no formaba parte de mi
Yo, era ajena a mi Espíritu o era, quizás, otro Espíritu.
Debo destacar que la seguridad que tenía de estar en lo cierto
iba acompañada de un profundo análisis en el que consideraba, entre otras
cosas, el hecho de que la Voz era capaz de emitir conceptos que Yo de ningún
modo conocía. Esto puede tener una explicación más o menos psicológica pero
algunos conceptos eran muy específicos y sin embargo la Voz los utilizaba y
estructuraba con gran precisión. Ergo, la Voz era “Sabia” y esto sí que no
tiene explicación rebuscada salvo que se acepte lo que realmente es: que la Voz
pertenecía a una entidad psíquica ajena a mí.
Otro elemento del fenómeno que tomaba en cuenta para el
análisis era el hecho de que no había sido espiritualmente “invadido” por otra
entidad como ocurre en la posesión diabólica o en el espiritismo, sino que a mi
conciencia llegaba solamente la Voz, nítida y enérgica, sin consecuencias
psicosomáticas de ninguna especie.
Es decir que al producirse el fenómeno Yo no “veía”, ni
“sentía”, ni “gustaba”, ni “olía” nada raro; solamente oía la voz y era,
repito, como si se me hubiese “abierto” mi oído interior.
Las primeras veces que escuché la Voz fui sorprendido por el
inesperado mensaje que surgía a saltos, enérgica y velozmente, disparada rítmicamente
como un rayo. No aparecía siempre, sino cuando meditaba en alguna cuestión que
requería cierta concentración. Para que se entienda mejor la calidad del
fenómeno que me acontecía daré algunos ejemplos. Tú eres médico psiquiatra,
neffe, y no deseo, dentro de lo razonable, que dudes de mi cordura pues lo que
ocurría debe interpretarse como una ampliación de la capacidad de percibir,
antes que como una “enfermedad”.
(Hice una seña de asentimiento y confianza a tío Kurt pues
nadie como Yo sabía cuantas arbitrariedades se cometen en torno a las
auténticas virtudes psíquicas del hombre, aquellas que se desarrollan “solas” o
autodesarrollan y lo enaltecen sin afectarle en nada su equilibrio racional
pues se integran “naturalmente” a la personalidad. Virtudes psíquicas que se
obtienen espontáneamente, sin recurrir a absurdos “métodos ocultos” o
“gimnasias de meditación trascendental” que terminan por quebrar el delicado
orden mental y acaban por conducir al discípulo a la locura y la muerte).
–Recuerdo un día –prosiguió tío Kurt– en que me encontraba
leyendo el Bhagavad-Ghita [29], escrito védico
perteneciente a la gran epopeya del Mahabarata, guerra mítica que
envolvió en la lucha a hombres, Angeles y Dioses y de cuyo recuerdo los
antiguos arios de la India escribieron y recopilaron.
El Ghita trata sobre la batalla que debe librar el héroe Arjuna
para recuperar el trono, usurpado por su primo. Arjuna es un miembro de la
casta guerrera o sea un Kshatriya y junto a él se encuentra Sri
Krishna, encarnación del Dios Vishnu.
En la primera parte llamada “El pesar de Arjuna”, Arjuna se
desplaza con su carro frente al ejército enemigo comprobando que junto con su
primo se han alineado gran parte de sus parientes y amigos:
26. –
Entonces, Arjuna vio allí a sus tíos, tíos-abuelos, instructores, tíos
maternos, sobrinos, sobrinos-nietos, suegros, amigos y Camaradas.
27. –
Viendo a los parientes y amigos reunidos allí, Arjuna sintió gran compasión y
muy apesadumbrado, dijo lo siguiente:
28. - 30.
–Dijo Arjuna:
¡Oh
Krishna!, viendo a esos parientes deseosos de pelear, me fallan los miembros
del cuerpo, mi boca está seca, estoy temblando, el cuerpo se me estremece, mi
piel arde, no puedo sostener el arco. No puedo estar de pie, mi mente está en
un torbellino. ¡Oh Sri Krishna!, veo signos de mal agüero.
31. - 34.
–No veo qué bien puedo lograr, matando a mis parientes en la guerra. ¡Oh
Krishna!, Yo no deseo la victoria, ni la soberanía, ni los placeres. ¡Oh
Govinda! ¿de qué nos servirían la soberanía, los placeres, aún la vida misma,
cuando mis instructores, tíos, hijos, tios-abuelos, tíos maternos, suegros,
nietos, cuñados y demás parientes para quienes deseamos esas felicidades, están
reunidos aquí para luchar, habiendo
renunciado a sus bienes, y aún a sus vidas?
35. –¡Oh Madhusudana ! (Krishna) aunque ellos me
maten, Yo no quiero mataros, ni para reinar en este Mundo, ni para la soberanía
de los tres Mundos.
36. - 37.
–¡Oh Yanardana ! (Krishna) ¿qué placer
tendríamos matando a los Dharta-Rashtras ? Sería un acto pecaminoso
matar a esos agresores. Por eso, no debemos destruír a nuestros parientes, los
Dharta-Rashtras.
¡Oh Madhaya ! (Krishna) ¿cómo podríamos
ser felices, matando a nuestros propios parientes?
38. - 39. –Aunque ellos, con la mente dominada
por la codicia, no ven ningún mal en destruír a los parientes, ni pecado en ser
hostiles a los amigos, ¿porqué ¡Oh Yanardana !, nosotros que vemos el
gran mal que nace de la destrucción de los parientes, no desistimos de cometer
ese pecado?
- - - - - -
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
47.
–Diciendo esto Arjuna tiró su arco y flechas y, con el corazón muy dolorido,
quedó sentado en su carro.
En la segunda parte del Ghita, llamada “El Sendero del Discernimiento”,
Sri Krishna responde a las inquietantes y angustiosas preguntas de Arjuna.
1. –A él
(Arjuna) que estaba así abatido por el pesar y la compasión, con los ojos
llenos de lágrimas y con la mente confusa, Madhusudana (Krishna) dijo lo siguiente:
2. –Dijo el
Bendito
Señor:
En este
momento crítico, ¡Oh Arjuna! ¿de dónde te viene esa indigna debilidad no
aria, abyecta y contraria al logro de la vida celestial?
3. –No te
portes como un eunuco ¡Oh Partha!; eso es indigno de ti; echa
lejos esa debilidad de corazón y yérguete, Oh fulminador de los
enemigos!
A continuación Sri Krishna aconseja a Arjuna seguir el “Sendero
de la Acción” (o Karma yoga) y cumplir con su Dharma, o sea con el destino del
Kshatriya que es presentar batalla y combatir por la justicia sin preocuparse
(a priori) por el resultado de la batalla, ni por la suerte del enemigo (aunque
sean parientes y amigos).
31.
–Considerando tu deber, tampoco deberías vacilar, porque para un Kshatriya no
hay mejor suerte que luchar por una causa justa.
32. –¡Oh
Partha! (Arjuna), son realmente afortunados aquellos Kshatriyas a quienes se
les presenta la oportunidad de luchar en una guerra semejante, que les abre las
puertas del Cielo.
33. –Pero,
si tú no peleas en esta guerra justa no responderás a tu reputación, faltarás a
tu deber y cometerás un pecado.
Esto debe ser así, dice Sri Krishna, porque la realidad es
Maya, ilusión, y el “enfrentamiento” es circunstancial, sólo perceptible para
el que se siente “enfrentado”. En un plano superior, espiritual, las
oposiciones están resueltas, los enfrentamientos son pura ilusión. El
Espíritu no puede matar ni morir, por eso dice Sri Krishna:
19. –Aquél
que piensa que este Ser (Espíritu) mata y aquel que piensa este Ser es muerto,
los dos son ignorantes. El Ser no mata ni muere.
20. –El
Ser no nace, ni muere, ni se reencarna; no tiene principio; es Eterno,
inmutable, el primero de todos, y no muere cuando matan el cuerpo.
21. –Aquél
que sabe que el ser es imperecedero, Eterno, sin nacimiento e inmutable ¿cómo
puede matar o ser muerto?
22. –Como
uno deja sus vestidos gastados o se pone otros nuevos, así el Ser corpóreo,
deja su cuerpo gastado y entra en otros nuevos.
23. –Las
armas no lo cortan, el fuego no lo quema, el agua no lo moja y el viento no lo
seca.
24. –A este
Ser no se le puede cortar, ni quemar, ni mojar, ni secar; es Eterno,
omnipresente, estable e incambiable; sabiendo que es así no debes lamentarte.
26. - 27. –Pero,
¡Oh tú, de brazos poderosos! si piensas que este Ser siempre nace y muere, aún
así no debes afligirte por él; porque lo que nace, muere y lo que muere renace
con seguridad. Por lo tanto, no debes sufrir por lo inevitable.
Sólo cuenta entonces afrontar el conflicto siguiendo el
“Sendero de la Acción”, enfrentando al opuesto y cumpliendo con el Dharma. “No
temas matar, –dice Sri Krishna–, ellos ya están muertos en mí”.
Estaba Yo meditando sobre el precedente párrafo del Ghita, en
las extraordinarias implicancias morales que surgen de este antiquísimo texto
indoario cuando “escuché” nuevamente la Voz:
–No debes engañarte por el significado superficial de los
conceptos, Oh Kurt, hombre de Sangre Pura. El mensaje de Krishna está dirigido
a las dos naturalezas de Arjuna, la anímica y la espiritual. A su parte
anímica, a su naturaleza de animal-hombre, Krishna aconseja continuar con el
argumento dramático en el que está involucrado en razón de su Karma: Arjuna es
humano, está encarnado y vive circunstancias kármicas; debe cumplir el Dharma y
resolver el conflicto de los Arquetipos opuestos; de ese modo realizará la
condena impuesta a priori por los Señores del Karma de Chang Shambalá, la
condena in-comprensible de la guerra familiar que pesa sobre su corazón. Pero a
su parte espiritual, a su naturaleza aria-hiperbórea, el Siddha Krishna
sugiere trascender los opuestos, no por medio de su síntesis, cual podría ser
la guerra, sino situándose en la instancia absoluta del Espíritu Eterno. El
Espíritu, “el Ser”, en efecto, es Eterno o Increado, ajeno a todos los
opuestos Creados, que no son más que Maya, Ilusión. Para el Espíritu no hay vida ni
muerte Creada sino Ilusión y, por lo tanto, no hay pecado ni culpa, no hay
deudas que saldar ni Karma: si la decisión procede del Espíritu, la acción no
producirá efecto posterior sobre Sí Mísmo porque la Ilusión carece de capacidad
para actuar sobre la Realidad del Ser; y esto, cualquiera sea la acción
realizada, incluso matar a los parientes y amigos. Sin embargo el
Kshatriya debe cumplir una condición esencial para que su naturaleza espiritual
predomine sobre la parte anímica o animal: debe endurecer su corazón, debe
“echar
fuera esa debilidad no aria”, vale decir, debe despojarse de todo sentimiento
compasivo hacia quienes no son sino actores de un argumento kármico, pura
Ilusión; ellos no existen realmente, no viven, o como dice Krishna “ya están
muertos en mí”. Esta es la Sabiduría de los Señores de Venus de
Agartha: sólo es un verdadero Kshatriya quien posee un corazón duro como
la Piedra y frío como el Hielo; y sólo un Ksahtriya tal puede realizar
cualquier acción, incluso matar, sin que el Karma lo toque. ¡Ese es el
Poder, Oh Kurt, hombre de Sangre Pura, del Kshatriya-Iniciado-Hiperbóreo, el
hombre semidivino que tiene su Espíritu Increado encadenado al Alma Creada!
Aquellas palabras irrumpieron como un relámpago en mi
conciencia llenándome de perplejidad, ésta, por varias razones. Primero porque
me acometía la seguridad –como ya dije– que la Voz era externa a mi ser.
Segundo por el tono de la Voz: firme y enérgica, era a la vez una Voz confiable
y amistosa. Yo sentía en su presencia que no me era posible desconfiar ni dudar
de sus palabras pues esa Voz era emitida por Alguien superior a mí mismo.
Alguien que se “acercaba” para ayudarme y guiarme. Y tercero porque el
“contenido” de esas palabras, los “conceptos” volcados en mi conciencia no
siempre eran claros y comprensibles.
Esto último debe entenderse no en el sentido de que fueran
oscuros o velados, sino que dichos conceptos aludían a cosas y situaciones
desconocidas u olvidadas por mí. Digo “olvidadas” porque en ese sentimiento de
veracidad que me inducía el escuchar las palabras de la Voz coexistía como una
reminiscencia de un Saber perdido, de una Verdad olvidada.
Shambalá, Agartha, Señores de Venus, conceptos brevemente
familiares que alguna vez formaron parte de algún conocimiento más vasto pero
que, inexplicablemente, había olvidado sin poder precisar dónde ni cuándo, con
seguridad no en esta vida y tal vez no en “otra vida” sino en un “estado del
Espíritu” fuera de toda vida y manifestación.
De una cosa estaba seguro: la Verdad estaba en el pasado, un
remoto pasado que, sin embargo, casi podía tocar con la punta de los dedos.
Capítulo XV
Cuando reaccionaba, luego de recibir uno de estos
“mensajes”, mi primer impulso era “preguntar” algo más a la Voz, interrogar
sobre la “interpretación” del mensaje, o sobre la misma Voz.
Pero era inútil pues la Voz desaparecía tan misteriosamente como había
aparecido y sólo obtenía el silencio por respuesta. Sin embargo, cuando no
pensaba en ello, y me encontraba meditando sobre alguna cuestión del ámbito de
la Historia, la Filosofía o la Religión, aparecía el Comentario Fugaz, la
Palabra Sabia y Fulgurante, como una Chispa de Sabiduría.
Esa dificultad para “comunicarme” con la Voz lejos de
decepcionarme estimulaba mi curiosidad y me embarcó en una breve búsqueda de
información sobre tan extraño fenómeno.
El
oído interior se había abierto cuando fui presentado al Führer, debido al
poderoso influjo de su presencia, y luego partí con Papá hacia Egipto para
pasar unas vacaciones, como ya dije. Era durante esos días que intenté develar
el misterio de las apariciones furtivas de la Voz. Para ello comencé a leer
todo cuanto se refería a casos similares al mío, comprobando con horror que
hasta pocos años atrás cualquier persona que experimentaba la audición de voces
se hacía sospechosa del cargo de brujería o demonología. La imagen de Juana de
Arco, la “Doncella de Orleans”, ardiendo en la hoguera por seguir el dictado de
una Voz interior no resultaba un aliciente muy grato para profundizar en el
asunto.
Pero me alentaba el pensar que estábamos en otro siglo, en una
época abierta a la investigación y al conocimiento. A pesar de que comprobaba a
cada paso que en el terreno de la experiencia psíquica abundaba la superstición
o el escepticismo.
Leyendo las obras de Allan Kardec, el fundador del Espiritismo
moderno, comprobé que entre las múltiples formas de Mediumnidad descriptas
como “comunes a mucha gente dotada”, figuraba una Mediumnidad Auditiva, la
cual creí que podría equipararse con el fenómeno que venía experimentando.
Según Allan Kardec un Médium es una persona que puede
ponerse en contacto con el “Mundo de los Espíritus”: “¿Qué es un Médium? Es el
ser, el individuo, que sirve de enlace a los Espíritus para que éstos puedan
comunicarse con los hombres. Sin Médium no hay comunicación posible, ya sea
ésta tangible, mental, escrita, física o de cualquier otra clase”. Y también
dice: “un Espíritu es un hombre sin cuerpo físico”.
La Mediumnidad como facultad humana se presenta en “relación a
los sentidos” siendo una extensión de éstos tal que permite abarcar parte del
“Otro Mundo”. Hay así una Mediumnidad Auditiva, una Mediumnidad Escribiente,
etc. Sin por ello aceptar la Cosmogonía Espírita que afirma, como lo hace la
Gnosis, la Alquimia, etc., una triple composición del hombre: cuerpo, Alma (o
periespíritu) y Espíritu, puede uno detenerse a analizar los fenómenos que
mencionan los espiritistas, casi siempre reales.
Eso fue lo que Yo hice inútilmente en esos días de Egipto,
recorriendo diversos Centros Espíritas y entrevistándome con numerosos Médiums.
La desilusión no podía ser mayor pues, en la mayoría de los
casos, el Médium era una persona de baja capacidad intelectual, incapaz de
explicar claramente la naturaleza de los prodigios por él protagonizados, o por
el contrario el Médium era un pícaro, demasiado avispado para brindar
explicaciones y más bien gustoso de rodearse de un halo de “misterio”.
La conclusión que sacaba de esas exploraciones se resumía en
que cuando el sujeto era protagonista real de un fenómeno Mediumnímico no podía
ejercer ningún control sobre el mismo, siendo en la generalidad de los casos un
“mentecatto”. El Médium Escribiente no era consciente de lo que escribía,
situación abyecta que sin embargo llenaba de alegría a los testigos quienes
afirmaban que ello constituía la “prueba” de la veracidad del prodigio. Lo
mismo podía decirse sobre las otras clases de Mediumnidad.
El Médium Parlante, totalmente “poseído” por el Espíritu o
“entidad desencarnada” –según la jerga espírita– hablaba, reía, bramaba, o se
contorsionaba ante el éxtasis contemplativo de los acólitos, tan ignorantes
como insensatos. Y el Médium Oyente, que despertaba mi particular interés, oía,
pero no una sino un concierto de voces. Y éstas lo invadían en todo momento,
ordenando, solicitando o suplicando determinadas acciones, muchas veces deshonrosas
o groseras. Algo deprimente que nada tenía en común con mi superior
experiencia.
Convencido de que por ese camino sólo hallaría enfermos o
fanáticos, hice lo más lógico que puede uno hacer en esos casos: me aboqué a
buscar una solución a mi problema valiéndome de mí mismo, de mi propio análisis
y experiencia.
De ese modo, repasando rigurosamente los procesos psíquicos que
culminaban con la aparición de la Voz, comprobé que la clave no radicaba en la interrogación
mental, en “preguntar” a la Voz esto o aquello. En mi confusión, a la que
contribuyó no poco el contacto y la observación de los espiritistas, Yo creía
que la Voz respondía a interrogantes planteados en mi conciencia durante la
meditación. Tomando arbitrariamente esta creencia por una verdad concluía que
sería posible interrogar conscientemente a la Voz, es decir, que Yo preguntaría
y la Voz respondería: Craso error... como verás enseguida.
La meditación de todo esto me permitió comprender que la
“interrogación” es una actitud intrínsecamente racional; es decir, que sólo es
posible interrogar a partir de esa ordenación que llamamos razón. De todas las
criaturas existentes sólo el hombre interroga y lo hace para saber, para
obtener conocimiento. Expresión de su miserable ineptitud y del drama de su ignorancia,
la interrogación, a partir de la razón, de su lógica, le permite emitir
inferencias, proposiciones, y establecer juicios. Pero el conocimiento obtenido
exclusivamente a partir de la razón, por la interrogación a la realidad del
mundo, entraña una violencia y una rebeldía embozada. La interrogación lleva
implícita la posibilidad de la respuesta y en esta implicación hay algo
soberbio y arrogante. Interroga el que orgullosamente “sabe” que será saciado
en su saber. Esta rebeldía, este orgullo, esta arrogancia, en fin, esta
violencia que subyace en la interrogación es, por supuesto, totalmente inútil,
toda vez que no facilita la liberación del hombre de su encadenamiento a las formas
ilusorias de la materia.
El error moral de la interrogación como “medio para conocer” se
evidencia en toda su absurda contradicción cuando el hombre afirma el “derecho”
a preguntar, es decir cuando establece que es jurídica y moralmente lícito el
obtener conocimiento por la interrogación. Porque si es lícito y hasta aconsejable
practicar la interrogación, sín límites ni vallas morales hacia la cosa
cuestionada (sin tabúes), no tardaremos en ver al hombre fieramente plantado
cara a cara con Dios interrogándole, posibilidad absurda que conduce
inevitablemente a la negación de Dios (ateísmo), a confesar la imposibilidad de
esta pregunta (agnosticismo) o a las más perturbadoras hipótesis que son sólo
eso, respuestas pro-bables pero no verdaderas respuestas.
La Gnosis, corriente filosófica a la que se refirió bastante
Belicena Villca, afirmaba la posibilidad de “salvarse” por medio del
conocimiento (gnosis), pero este “conocimiento” no debía ser obtenido de manera
racional. Como decía Serge Hutin: “La gnosis, posesión de los Iniciados, se
opone a la vulgar pistis (creencia) de los simples fieles. Es menos un
‘conocimiento’ que una revelación secreta y misteriosa”.
“... La gnosis constituye una vez que ha sido alcanzada, un conocimiento total,
inmediato,
que el individuo posee enteramente o del que carece en absoluto; es el ‘conocimiento’
en sí, absoluto, que abarca al Hombre, al Cosmos y a la Divinidad. Y
es sólo a través de este conocimiento –y no por medio de la
fe o de las obras– que el individuo puede ser salvado”.
Existe entonces otra vía para “conocer” y, aunque una conspiración
oscurantista haya borrado de la Historia Oficial a la Gnosis y su Sabiduría
Iniciática, fue a la manera “gnóstica” que hallé la solución para comunicarme
con la Voz.
Es que efectivamente hay una forma de obtener conocimiento “más
allá” de la razón, sin caer en la mecánica de la pregunta y la respuesta, de la
comparación y la conclusión, del análisis y la síntesis, en fin, de la
dialéctica. Y es sumamente sencilla. Consiste en disponer el Espíritu para
recordar, en forma análoga a la actitud asumida por la conciencia
cuando “busca” un recuerdo en la memoria.
En este caso no se trata de adoptar una postura contemplativa,
de “mente en blanco”, sino de una acción dinámica, que “busca” sin “preguntar”.
La sabiduría de comprender esto estriba en aceptar el hecho de
que la conciencia es “orientable”, “direccionable” hacia zonas de la mente.
Cuando deseamos recordar algo, la razón puede
interrogar o no, pero el recuerdo viene inexorablemente. Por ejemplo
¿qué corbata usé en la fiesta de Juan Pérez? y la res-puesta viene
automáticamente –la corbata verde–. Pero seamos sinceros ¿es una verdadera
“respuesta” la obtenida? o cuando quisimos saber qué corbata usamos dispusimos
la mente a “buscar” el recuerdo de la fiesta en lo de Juan Pérez y este recuerdo
apareció
en la conciencia como una imagen que fue prontamente traducida por la razón en
forma de proposición: la corbata verde.
Porque si en lugar de preguntar, simplemente evocamos el
recuerdo de la corbata usada, ésta “aparecerá” sin ser necesariamente la
respuesta a una pregunta ni tampoco una proposición.
Cuando comprobé esto y verifiqué fehacientemente que al
“recordar” la conciencia se “dirige” hacia el recuerdo, dispuse análogamente mi
Espíritu para “dirigirse” a la Voz.
Al principio no tuve éxito, principalmente porque la razón
interfería con dudas y escepticismo, pero cuando me concentré bien y pude
recrear en la mente los momentos fugaces en que la Voz irrumpió, entonces
comencé a progresar. La Voz había aparecido y desaparecido en un instante, con
una velocidad mayor que el más veloz de mis pensamientos, al punto que, a
veces, no solía distinguir claramente sus palabras.
Por eso es que debía concentrarme mucho, y evocar el recuerdo,
sólo evocar, no interrogar, disponer la conciencia para que sobrevenga el
recuerdo y permanecer en total inmovilidad espiritual. El que entienda
comprenderá que no se trataba de una actitud contemplativa sino de una actitud
enérgica (de energía), similar a la del guerrero un instante antes de
descargar el brazo con la espada, plena de fuerza potencial. En la
contemplación hay paz (quietud), en la evocación energía expectante.
El procedimiento empleado con éxito puedo explicarlo así:
Recreaba en mi Espíritu el momento en que apareció la Voz. Trataba que este
recuerdo fuera lo más “exacto” posible, es decir, que me transportara
psicológicamente al clímax vivido durante la experiencia. Entonces se
presentaba la Voz, el recuerdo de la Voz, tan velozmente como “recordaba” que
había aparecido. Pero entonces, utilizando el recientemente descubierto poder
“orientador” de la conciencia, “dirigía” a ésta “hacia” la Voz (repito: como
quien recuerda) y lograba así “ampliar” imperceptiblemente el Tiempo de
manifestación de la Voz. Surgía la voz en el recuerdo y Yo trataba de ceñir el
recuerdo en torno a ella, recortando lo accesorio, concentrándome sólo en ella,
tratando de convertir la fugacidad en permanencia, sin que por esto perdiera en
algo su dinámica vocal. Así iba logrando, cada vez más, “seguir” el mensaje de
la Voz desde su aparición hasta su extinción.
La aparición (comienzo) no me preocupaba, pero sí la extinción,
pues iba ampliando cada vez más el momento último de la Voz, hasta que llegué a
“oír” con total nitidez el tono final, el límite preciso entre la Voz y el
Silencio. Llegado a ese punto sentía en la conciencia –de tan dirigida hacia la
Voz– como si hubiera una prominencia cónica y aguda, como un
embudo visto desde el lado en que se vuelca el líquido.
La Voz había penetrado en mi mente por un punto –el oído
interior– y hacia allí apuntaba el vértice del cono psíquico en que se
convertía la conciencia al perseguir tenaz-mente el instante de la extinción
final del “mensaje”.
Fui practicando esta suerte de evocación selectiva cuando, al
“examinar” (de algún modo hay que decirlo) el cono psíquico, de pronto me ví
precipitado en un túnel ligera-mente espiralado y vaporoso, como un vórtice de
energía brillante y lechosa que pronto concluyó con una imagen perfectamente
definida y nítida. Podía verla y oírla a la vez pues de ella era de quien brotaba
la Voz.
Siguiendo la Voz en su extinción, como un eco, había arribado a
su fuente de origen y ésta era deslumbrante y cegadora. Provisto ahora no sólo
de un oído interior sino también de una visión interior participaba absorto de
una excelsa imagen ígnea. Porque aquel maravilloso y sabio Verbo no era emitido
por garganta alguna, ni provenía de una entidad humana o tan siquiera
antropomorfa.
Simplemente brotaba de una lengua de fuego que titilaba
rítmicamente acompañan-do el devenir del Verbo.
–¡Oh fuego helado y rutilante, Dios es testigo que en ti he
reconocido la Divinidad del Espíritu Hiperbóreo!
De frente a esa Presencia Divina, hecha de Fuego, Voz y
Sabiduría, no cometí la necedad de interrogar, ni tuve sorpresa o deseo de
saber o comprender.
Una salvaje alegría, un gozo primordial me fue invadiendo
mientras el logos ígneo resplandecía bajo la mirada interior. Y ese júbilo
inefable obedecia a una certeza: había recobrado algo perdido hacía mucho
tiempo, no sabia decir cuándo ni dónde. Pero con seguridad de eso se trataba
pues la flamígera Presencia no me era desconocida aunque de algún modo
misterioso Yo la había olvidado hasta ese momento. Y la alegría del reencuentro
colmaba mi Espíritu de un placer indescriptible.
Ignoro cuánto duró aquel primer éxtasis, pero recuerdo
claramente el conocimiento que “quedó” en mi conciencia como un estrato
sedimentario al fin de la experiencia. Digo “conocimiento” porque al conectarme
telepáticamente con la misteriosa Voz, accedí a un Torrente de Sabiduría –no
sabría llamarlo de otro modo– que al penetrar en el Espíritu disolvía toda
duda, tornaba inútil cualquier interrogante y reunía y sintetizaba los
opuestos. Esto sucedía así porque la Voz –auténtico Logos– cuya substancia la
constituía el Fuego y el Verbo, transmitía Su Palabra por el sólo hecho de
entrar en contacto con ella.
¿Y qué decía la Voz en aquella ocasión? Sería una torpe
pretensión intentar describir con palabras semejante experiencia trascendente
pero correré este riesgo y breve e imperfectamente resumiré las partes
esenciales del mensaje:
–“Yo soy un Ser perteneciente a la Antigua Raza que llegó a la
Tierra con Lúcifer hace millones de años. Me han llamado Angel, pero ésa es una
denominación ambigua. He sido uno de los Grandes Guías Hiperbóreos y como tal
me has conocido tú en un pasado remoto que, sin embargo, es siempre presente en
el Misterio de la Sangre Pura. Por mi nombre Hiperbóreo debes llamarme: Kiev;
pues así me ‘conocerá’ nuevamente la Humanidad al final de la Edad Oscura o
Kaly Yuga. Estás unido a mí, como otros innumerables Espíritus encadenados por
el Símbolo del Origen, el lazo que vincula a lo Crea-do con lo Increado: tú, y
cualquiera de ellos, puede llegar hasta mí y hasta el Origen de la Raza del
Espíritu, resolviendo el Misterio del Laberinto, atravesando la Ilusión de la
Formas Creadas, remontando el Sendero de la Sangre Pura, como has hecho ahora
sin comprenderlo. Allí, en el Origen, existen otros Seres como Yo,
pertenecientes a la Raza del Espíritu, a quienes también han llamado Angeles.
Pero, en verdad, todos procedemos de Venus, de la Puerta de Venus.
–Puedes comunicarte cuando quieras conmigo ahora que sabes
regresar al Origen siguiendo el Sendero de la Sangre Pura, pero no debes hacerlo en
tanto no hayas conseguido comprender el Misterio del Laberinto y seas dueño del
Espacio y del Tiempo. En caso contrario mi presencia actuará como una droga que
adormecerá tu incipiente conciencia espiritual. Eres víctima del Gran Engaño.
Crees ser y casi no existes más allá del capricho de Jehová Satanás. Mientras
no regreses conscientemente al Origen, allí donde ahora estás sin saberlo,
no debes venir a mí pues podrías extraviar el camino. Primero debes ser lo que ya
eres, debes retornar al Principio desde donde nunca has partido, recuperar el
Paraíso que jamás perdiste. Cuando resuelvas este Misterio, marchando por el
camino del Laberinto y llegando a la salida, recién podrás decir Yo Soy.
Pero no temas, no estarás abandonado, serás guiado carismáticamente hasta el
fin. Sigue los Círculos Cerrados de la Orden de Thule pero no te detengas en
ninguno; avanza siempre, hasta llegar al Penúltimo Círculo; allí nos volveremos
a ver. Y finalmente, trata de interpretar con sabiduría éste, mi consejo y
guía: en el orden planetario primero el Führer; en el orden individual
primero Rudolph Hess. Por lo tanto, sigue a Rudolph Hess, inspírate en
Rudolph Hess”.
Había conseguido resolver el Misterio de la Voz, llegando hasta
su oculta fuente, el Divino Kiev, pero inmediatamente de lograda esta
maravillosa hazaña psíquica se me prohibió restablecer el contacto
ocasionándome una rara sensación de tristeza. Respetuosamente autoimpedido de
contemplar la centelleante esfinge de Kiev a causa –lo aceptaba tácitamente– de
mi imperfección, sólo deseaba salvar los obstáculos que me separaban del
Penúltimo Círculo de la Thulegesellschaft donde sería autorizado a restablecer
el vínculo telepático con el Origen.
En todo esto pensaba mientras el tren me llevaba velozmente a
Pomerania, lamentando no haber hallado a Rudolph Hess en Berlín para confiarle
lo acontecido y consultarle sobre el Divino Hiperbóreo Kiev.
Capítulo XVI
Tío Kurt, lo que me has contado es maravilloso! ¡Tú solo,
internamente, vale decir, sin ayuda de nadie, llegaste hasta uno de los Dioses
Liberadores! –exclamé, impresionado por la similitud de su experiencia con mi
percepción de aquel instante infinito, la noche del terremoto, durante el cual
contemplé la Divina imagen de la Virgen de Agartha.
–Y dime tío: –agregué, haciendo caso omiso a los gestos de
protesta de tío Kurt, que pretendía continuar linealmente con su relato–
¿pudiste conservar la facultad de comunicarte con el Capitán Kiev? quiero
decir: ¿lograste escucharlo más adelante? ¿lo oyes aún hoy?
–Sí, neffe –afirmó con resignación–. Aunque pasaron varios años
hasta que Yo me atreví a dirigirme directamente a El, Su Voz me guió en todo
momento, salvándome la vida poco tiempo después, en Asia, como verás si me
dejas proseguir el relato. Pero te anticipo una respuesta afirmativa a tu
última pregunta: aún le oigo; aún me guía. El me ordenó venir a Santa María y
permanecer aquí. Y si bien cumplí con Su mandato, lo hice a disgusto, y todos
estos años, estos treinta y tres años, los pasé en abierta rebeldía contra los
Superiores Desconocidos. Sí, neffe: El me habló muchas veces, y aún me habla,
como lo hizo antes que tú llegases, cuando vibró el zumbido de las abejas, el
sonido del Dorje de los Druidas, y me advirtió que sería atacado; mas Yo no he
respondido a Sus mensajes. Nunca lo he hecho desde 1945.
–¿Dios mío! ¿Por qué, tío Kurt?, ¿cómo has podido quedarte en
silencio, permanecer indiferente frente a la Voz de los Dioses? –no comprendía
su actitud y se lo hacía saber casi gritando. Perseguido por los Druidas, por
la Fraternidad Blanca, por toda una Jerarquía de seres infernales: ¿cómo se
podía despreciar la única ayuda posible, el auxilio de los Dioses Liberadores?
Oh mein Gott, qué difícil se me hacía entonces entender a tío Kurt.
–Sé
que no puedes comprenderme, Arturo. Pero es que tendrías que ponerte en mi
lugar, estar en mi pellejo en 1945, viendo a Alemania destruida por la
Sinarquía de los Aliados y comprobando que los hombres más Sabios, los Iniciados
de la Orden Negra, desaparecían sin dejar rastros en los Oasis Antárticos o a
través de las Puertas Expandidas. Y mientras Ellos se iban, hasta la Batalla
Final o quién sabe hasta cuando, Yo recibía la orden de quedarme en el
Infierno, solo, a cumplir una misión de la cual no sabía nada en absoluto y en
la que no creía. Sí, neffe, puedes llamarle falta de fe o como quieras, pero Yo
no creía que mi permanencia aquí fuese realmente importante: me sentí
abandonado, traicionado por los Dioses, librado a mi suerte. ¿Qué podría hacer
Yo frente a la Gran Conspiración triunfante? Y sin embargo estaba equivocado.
Ahora lo sé, y espero que no sea tarde para corregir mi estúpida postura. La
carta de Belicena Villca me ha mostrado una parte insospechada de la Historia,
un costado que otorga sentido final a mi vida. Porque, naturalmente, sólo me
resta morir con honor para lavar la mancha de estos años de quietud innoble.
Tío Kurt se torturaba inútilmente y, una vez más, era Yo el
causante de su dolor. Maldecí haber preguntado y hubiese querido que la tierra
me tragase allí mismo. Y no había forma de detener su subjetiva autocrítica.
–¡Yo soy un SS., Arturo! ¡Un Iniciado de la Orden Negra SS.!
–dijo con desesperación–. Y me he mantenido en una cómoda situación; oculto
todos estos años, pero seguro, cómodamente seguro!: ¡maldito sea Yo y todos los
oficiales SS. que hayan actuado del mismo modo! ¡Deberíamos haber
luchado, formado conciencias jóvenes, revelado la Sabiduría Hiperbórea! Pero
preferimos callar, asumir una actitud cobarde que pretendía ser prudente:
Imagínate, Arturo: ¡si ni a los Dioses fui capaz de responder, cuánta menos
voluntad tendría para esclarecer a nadie! ¿Y sabes por qué? ¡porque en el fondo
no creímos en las nuevas generaciones, ni en el Triunfo del Führer, ni en la
Batalla Final! Tal vez, y digo sólo “tal vez”, seamos en parte disculpados
porque en nuestra convicción ha de haber intervenido la mano del Enemigo, el
Poder de Ilusión de la Fraternidad Blanca. Fuimos incrédulos y egoístas, y no
debemos esperar perdón de los Dioses pues Ellos no son jueces. En verdad,
estamos obligados por nosotros mismos, por nuestro honor...
Hasta hoy, neffe, viví adoptando el papel de víctima, afirmando
con intransigencia que nada se podía hacer contra la Sinarquía salvo aguardar
la Batalla Final, el Fin del Mundo, el Apocalipsis, una intervención Divina. Y
esto lo decía con ironía, sin creer que la Parusia fuese a ocurrir, que Yo
llegase a verla. Y en mi desdén, y en la indiferencia de tantos otros que quizás
obran igual que Yo, condenamos a la ignorancia a quienes con seguridad deberán
participar en la Guerra Esencial, en la Batalla Final de la Guerra Esencial.
¡Oh, Dioses, que necios hemos sido! No lo había comprendido hasta hoy, hasta
que tú viniste y me expusiste tu vida predestinada, hasta que tú me relataste
los años de búsqueda y me mostraste la imposibilidad de hallar la Verdad en
alguna parte: ¡cuánto camino a ciegas te podrías haber ahorrado si me hubieses
conocido antes! A mí, a Oskar, o a cualquiera de los que conocíamos la Verdad!
¡Oh, Arturo ¿qué hemos hecho?! Salvamos nuestras miserables vidas pero al costo
de perder el honor, de abandonar a los jóvenes a sus propias fuerzas, de
permitir que fuesen corrompidos y destruidos por el Enemigo...
–Pero tío Kurt –dije tratando de calmarlo– tú recibiste una
orden del Capitán Kiev: debías permanecer oculto por motivos estratégicos,
quizás aguardando la carta de Belicena Villca. Puede ser que otros SS.
hayan actuado egoístamente, como dices, mas Yo encuentro muy significativa tu
historia, la mía, y la de Belicena Villca. Veo todo muy sincronizado, muy
coincidente, y se me ocurre que los Dioses lo tenían calculado de antemano.
Así, pues, que no debes amargarte en vano: las cosas tendrán sentido, tus
treinta y tres años en Santa María tendrán sentido, si cumplimos con el pedido
de Belicena Villca y hallamos a su hijo y a la Espada Sabia, si mostramos su
carta a Nimrod de Rosario y nos incorporamos a su Orden de Constructores
Sabios.
–Tal vez tengas razón. Pero he comprobado mi error y nada me
impedirá pagar la deuda de honor que debo a los que venían tras de mí. ¡La
deuda es contigo, Arturo, lo sé! Y por eso estoy dispuesto a morir si es
preciso; a morir con honor, como muere un oficial SS.. Sí, Arturo, considéralo
como un juramento: ¡te protegeré de los Druidas, pondré a tu disposición todas
las facultades y poderes que desarrollé en la Orden Negra, y moriré por ti si
es necesario, para que tú cumplas la misión que te encomendara Belicena Villca!
Fue inútil que intentara persuadir a tío Kurt que la situación
no era tan grave, que nadie iba a morir. Sólo logré convencerlo de mi
ingenuidad. De todos modos, una cosa era clara: increíblemente, poseía la
facultad de comunicarse telepáticamente con el Capitán Kiev, uno de los Señores
de Venus que Belicena Villca mencionara reiteradamente en su carta.
Capítulo XVII
Me prometí a mí mismo no interrumpir más a tío Kurt.
Su relato prosiguió así:
–De acuerdo a los papeles firmados y sellados que contenía el sobre
entregado por el SS. Oberführer Papp
ya era miembro de la Schutzstaffeln (Escalones de Guardia o SS.) y
marchaba a recibir entrenamiento al Ordensburg de Crossinsee incorporado
con el grado de SS. Obersturmführer [30]. A la d se ingresaba normalmente, para
la carrera de oficial, con el grado SS. Untersturmführer [31] pero los graduados del NAPOLA,
por su preparación militar previa, eran incorporados con un grado más. Por esta
razón yo entraba como SS. Obersturmführer de la legendaria 1a Panzer División Leibstandarte
Adolf Hitler y porque los Ostenführer del Cuerpo Selectivo de
Estudios Orientales del NAPOLA tenían su asiento natural en
el Leibstandarte.
Los oficiales SS. recibían instrucción en centros
especialmente preparados al efecto, en distintos lugares de Alemania. Eran los Ordensburg,
castillos-monasterios rodeados de bosques y parques, autosuficientes con
respecto al fin pedagógico para el que habían sido dispuestos. Tres Ordensburg
dependían del N.S.D.A.P. y uno, el castillo de Werwelsburg, pertenecía
exclusivamente a la Waffen SS..
Crossinsee en Prusia Oriental se ocupaba del entrenamiento
físico y mental y de completar la instrucción puramente militar. Vogelsang
en Renania impartía la enseñanza política y mística y, por último, Sonthofen
en Baviera, se ocupaba de la formación superior de los oficiales SS. en
Política, Diplomacia o Artes Militares. A estos tres burgos, Crossinsee,
Vogelsang
y Sonthofen,
se concurría en ese orden pudiendo permanecer uno o más años en cada uno de
ellos de acuerdo a la particular carrera seguida. Pero a Werwelsburg sólo
ingresaba una auténtica Elite, extraordinariamente seleccionada, que aspiraba a
recibir la Iniciación al Conocimiento Más Oculto de la Orden Negra, cuyo Gran
Maestre era el Reichführer Heinrich Himmler.
En mi caso particular, existían órdenes expresas, de Rudolph
Hess, de acelerar la estadía en Crossinsee y Vogelsang por lo que sólo
asistí tres meses al primer burgo y tres meses al segundo. En Sonthofen
estuve seis meses y luego pasé tres meses en Bernau, cerca de Berlín,
un centro secreto del S.D.[32]
donde se impartía enseñanza en técnicas de contraespionaje. En total quince
largos y duros meses de estudio que culminaron a fines de 1938 cuando, con el
grado de SS. Hauptsturmführer [33] abandoné definitivamente
las aulas y bibliotecas oficiales en calidad de alumno.
Desde mi llegada a Alemania, en 1933, habían pasado seis años
durante los cuales recibí una educación de Elite, tan específica y bien
concebida para lo que se deseaba obtener de mí, que es difícil imaginar cómo
podría haberse mejorado.
En esa fecha –continuó tío Kurt– Alemania y sus aliados iban a
entrar en la Guerra Total contra las Potencias de la Materia, guerra que fue
más terrible que la del Mahabarata, y, al agotarse los tiempos, tuve
oportunidad de actuar en bien de mi patria y de la Humanidad. En efecto, neffe:
antes de que estallase el conflicto recibí mi primera misión, una empresa tan
extraña que costaría encuadrarla dentro de las operaciones militares,
especialmente en la actualidad, cuando los ejércitos “profesionales” son
máquinas bien aceitadas y los soldados simples robots. Pero es que la Waffen SS. no era una organización
meramente militar sino la expresión externa de la Orden Negra, una Orden de
Iniciados Hiperbóreos: existían, pues, junto a las operaciones clásicamente
militares, misiones de neto carácter esotérico. Una de ellas era la Operación
Altwesten que había emprendido en 1937 el Profesor Schaeffer, financiada y
dirigida por la SS.. Como lo había anticipado
Rudolph Hess, mi Destino estaba ligado a aquella expedición al Tíbet y nadie,
ni el traidor Schaeffer, podrían impedir que participase de ella. Sin embargo
en 1937 el grupo ya había partido y sólo un año después me incorporé a ellos en
el Tíbet.
Las circunstancias previas no fueron menos extrañas, pero te
las narraré luego que hayamos cenado –dijo sorpresivamente tío Kurt. Miró su
reloj y se llevó la mano a la frente con asombro–. ¡Soy un desconsiderado! Hace
cinco horas que te entretengo sin contemplar que ésta es la primera vez que
dejas la cama en quince días. ¿Realmente estás bien? Dime la verdad pues quizás
sea mejor que te acuestes y te haga subir la cena.
–Estoy muy bien tío Kurt –dije– y si quieres saber la verdad,
lo que siento ahora es hambre. Así que ¡vayamos a cenar!
Reía gozoso tío Kurt mientras nos dirigíamos al comedor. Una
hora más tarde volvíamos a ubicarnos en los sillones luego de haber tomado una
cena fría y liviana, a base de fiambres y ensaladas, durante la cual hablamos
de diversos temas desvinculados completamente de la narración interrumpida.
Al fin, mientras bebíamos una taza de café, decidió tío Kurt
continuar el relato.
–Es una hermosa noche de verano –dijo–. Cielo despejado,
temperatura agradable, silencio y fragancias del campo. ¡Te propongo que nos
sentemos bajo los sauces neffe! Verás que disfrutas la frescura de la noche en
tanto avanzamos con el relato.
–Oh no, –respondí–. Será mejor que retornemos al living-room.
Allí estaremos más cómodos.
Lamentaba estropear el entusiasmo de tío Kurt pero no deseaba
enfrentarme a los dogos. Sabía que tarde o temprano tendría que hacerlo pero
procuraría que fuera de día. ¿Los dogos nuevamente de noche? La idea me llenaba
de aprensión, pero tío Kurt no debió notarlo pues encogiéndose de hombros se
dirigió al living seguido por mí.
–Tres o cuatro semanas después de llegar a Crossinsee retorné a
Berlín –continuó narrando tío Kurt– para entrevistar a Konrad Tarstein, mi
contacto en la Thulegesellschaft.
La Gregorstrasse 239 correspondía a un vetusto caserón de dos
plantas que debía contar con más de dos siglos de azarosa existencia y su único
habitante, Konrad Tarstein, resultó ser un típico berlinés pequeño burgués,
calvo, de baja estatura, dotado de gruesa barriga, quien hacía juego
perfectamente con la decrepitud del lugar.
Es probable que semejante lugar y sujeto –pensé– tuviesen por
objeto despistar a posibles espías o decepcionar a inquietos aspirantes. Yo
sufrí el segundo efecto al golpear una mohosa argolla que giraba dentro de un
puño de bronce dudosamente fijado a la destartalada puerta.
–¿Sí? –preguntó una voz chillona que emergía de algún lugar
indefinido.
–Soy Kurt Von Sübermann –dije, dirigiéndome a la diminuta
mirilla que al fin había descubierto en uno de los paneles de la puerta, desde
donde un par de ojillos huidizos me observaban impacientes. –Me envía Herr
Rudolph Hess...
Se abrió la puerta y una figura rechoncha y pequeña apareció,
con la mano cortés-mente extendida para saludar.
–Soy Konrad Tarstein –dijo–. Pase, lo estaba esperando.
El interior no mejoraba para nada la impresión inicial.
Amueblada con manifiesto mal gusto, en una descuidada mezcla de formas y
estilos, unos minutos en la casa bastaban a cualquiera para desalentarse de que
allí hubiese o pudiese tratarse algo importante. Y sin embargo yo esperaba
mucho de la Thulegesellschaft en la que, según Rudolph Hess, hallaría respuesta
a todos mis interrogantes.
Sentado en un ridículo sillón Luis XV, que nada parecía tener
que hacer allí, frente a una mesa normanda y unas sillas fraileras, observaba
con sorpresa que Konrad Tarstein se aprestaba a llenar una ficha. Era lo más
alejado de una actividad espiritual que yo podía imaginar y por eso titubeé al
dar mis datos personales, actitud que Tarstein interpretó erróneamente como
producto del temor.
–No tema –dijo Tarstein– los libros de la Orden nunca podrían
ser hallados. Puedo asegurarle, Herr Von Sübermann, que jamás ha ocurrido una
filtración importante sobre detalles del Culto o la identidad de nuestros
miembros. Hemos sufrido deserciones y alguna traición menor, pero siempre en
los niveles superficiales de la Orden, y por gente que no poseía un
conocimiento muy preciso de la organización interna.
–¿Recibe muchos aspirantes Señor Tarstein? –pregunté.
Konrad Tarstein levantó la vista de la ficha y me observó unos
largos minutos con curiosidad. Al fin, como si cayera en la cuenta de un olvido
u omisión, se llevó una mano a la frente en tanto su rostro se iluminaba con
una sonrisa.
–¡La parquedad de Rudolph Hess! –dijo como si pensara en voz
alta–. Su eterna y tímida parquedad. Debí suponer que Ud. no estaría avisado de
que esta entrevista no forma parte de ninguna práctica regular en la
Thulegesellschaft. Dígame Kurt Von Sübermann ¿Qué información recibió de
Rudolph Hess para llegar hasta aquí?
Le respondí en forma completa sobre todo cuanto sabía acerca de
la Thulegesellschaft: lo que había dicho Rudolph Hess en nuestra charla de la
Cancillería, la noche de la graduación, y la referencia a un “contacto” en
Berlín, Konrad Tarstein, expuesta en su carta que llegó a mis manos por
mediación del SS. Oberführer Papp.
Mientras hablaba me asaltaba la duda de que se hubiese
producido un inesperado malentendido, a causa de algún error cometido por mí en
la interpretación de las instrucciones. Pero por más que reflexionaba no
encontraba ningún motivo que pudiese haber provocado la sorpresa de Tarstein
ante mi pregunta sobre la recepción de otros aspirantes a la Thulegesellschaft.
¿O es que, efectivamente, no venían jamás otros aspirantes a la Gregorstrasse
239? Esto me lo confirmó, finalmente, Konrad Tarstein pocos minutos después.
Aprobó con un gesto de su calva cabeza todo cuanto dije y, luego de guardar la
ficha en un maletín de cuero, me invitó a pasar a un ambiente interior del
enorme caserón.
La sala donde estábamos se conectaba con la puerta de calle por
medio de un pasillo desde el pequeño hall. A la derecha se veía una escalera de
fina madera lustrada y alfombrada, que, mediante una curva de noventa grados,
conducía a la planta superior y se continuaba en la baranda, la cual se
extendía lateralmente a lo largo de un pasillo, perfectamente visible desde
abajo. Hacia el frente de la sala se abrían dos puertas de grandes marcos de
madera tallada. Tomando por la puerta de la derecha accedimos, con Tarstein, a
un patio abierto, rodeado de galerías con pequeñas columnas bajo arcos
normandos, en cada uno de los cuales se abrían sendas puertas. Siguiendo la
galería de la izquierda, recorrimos la distancia de un lado del patio
embaldosado y continuamos a través de una puerta cancel transversal que nos
condujo a otro patio, éste cerrado con una campana de vidrio, en tanto la
galería se extendía a lo largo de este patio para morir en la pared del fondo.
Antes de llegar allí, entramos en la última de las incontables
puertas que daban a las galerías traspuestas. El sitio al que habíamos
arribado, luego de tan laberíntica excursión, era en verdad sorprendente. Al
cerrar la puerta que daba a la galería, diríase que entrábamos a un moderno
apartamento, más propio de estar en un rascacielos de la Bernaverstrasse que
allí, en el corazón de una decadente mansión del siglo XVIII.
–¿Le sorprende Sr. Kurt? –preguntó sonriendo Konrad Tarstein–.
Hice remodelar un ala de esta antigua casa para vivir con cierta comodidad.
Nada del otro mundo, más bien sencillo, pero cómodo para quien ya tiene
recorrido gran parte del camino final.
...Vea Kurt, ésta es la cocina, moderna y bien instalada; éste,
el comedor y living-room. Por aquí, por favor. Vea, éstos son los dormitorios,
hay dos porque suelo recibir a un matrimonio de viejos amigos como huéspedes.
Pase por aquí Kurt; vea, éste es el principal ambiente, adonde paso gran parte
del día y la noche.
Nos hallábamos ante un cuarto de grandes dimensiones, con las
cuatro paredes cubiertas de estanterías con libros. En el centro, bajo una
lámpara cuadrada y de altura regulable que colgaba del techo, una mesa tapada
de libros, algunos abiertos, otros apilados, y varios manuscritos, dejaba
adivinar el lugar de trabajo o estudio de Konrad Tarstein.
Algo abrumado por el particular espectáculo que estaba
presenciando y conteniendo los deseos de ir de inmediato a examinar los lomos
de los libros, que evidentemente eran muy antiguos, contuve mi ansiedad y
pregunté:
–¿Por qué aquí? ¿Por qué construir una casa dentro de otra
casa? ¿No era más factible adquirir otra propiedad más cómoda en un barrio más
respetable?
–Calma, calma, Kurt, –dijo Tarstein– esto ha sido hecho así por
una importante razón: No podemos abandonar esta propiedad que es muy querida
para nosotros. En ella han pasado cosas muy importantes para la Alemania y la
Humanidad. Por eso, aunque pocos son los que suelen visitarla, nosotros la mantenemos
intacta, sin cambiar nada de su antiguo y desconcertante mobiliario. Hace
treinta años, en 1908, funcionaba aquí una agrupación secreta cuyos miembros
fundaron en 1912 la Germanenorden que luego daría lugar a la Thulegesellschaft
y al N.S.D.A.P.
¿Entiende ahora por qué debemos conservar esta casa?
–Porque aquí empezó todo, –dije con admiración.
–Exacto, aquí empezó a escribirse la historia del próximo
milenio. ¡¡Aquí, sola-mente aquí, vinieron un día los Superiores Desconocidos a
sellar la fundación del Tercer Reich!! Antes caerá Berlín de sus cimientos que
pueda tocarse un alfiler en esta casa sa-grada.
Cuando Konrad Tarstein hablaba en esta forma, su chillona voz
adquiría tonos proféticos y se tornaba magnética y atrayente, haciendo olvidar
por momentos el estrafalario aspecto de quien la emitía.
–Vamos a tomar una taza de té –propuso Tarstein– y le impondré
de algunas cosas que debe saber de la Thulegesellschaft y del arreglo que hemos
hecho con Rudolph Hess sobre su ingreso.
Le acompañé lamentando dejar aquella fascinante biblioteca,
hasta la flamante cocina. Abandonamos la biblioteca por otra puerta, adyacente
de la que habíamos entrado, y fuimos a dar nuevamente a la galería y al patio.
Comprendí, así, que la casa de Konrad Tarstein se extendía en toda esa ala de
la vetusta mansión, frente al segundo piso.
–¿De cuántos cuartos cuenta la casa? –pregunté mientras
azucaraba el aromático Té de Shanghai.
–Contando ambas plantas, unos... treinta o treinta y dos
ambientes –respondió enigmáticamente–. ¿Quién podría saberlo?
Me miró un largo instante, como dudando si debía detenerse allí
o completar la respuesta. Al fin algo en él pareció relajarse, y optó por la
segunda alternativa.
–Mire Kurt, Yo no sé si estará ya preparado para aceptar
ciertos hechos que escapan a la normal comprensión del hombre corriente. De
todos modos, puesto que pretendemos hacer de Ud. un Iniciado Hiperbóreo, tarde
o temprano tales hechos no le resultarán para nada sorprendentes: es sólo
cuestión de tiempo que los comprenda. Así que, le daré una información que para
cualquier mente racional sería lógicamente increíble, pero no lo será para
nosotros pues corresponde a la más rigurosa verdad, perfectamente comprobable
por todo Iniciado: en esta casa, hoy pueden haber 32 ambientes pero mañana, tal vez, hayan
35, 40 ó más; o tal vez menos, 20, 25, 30, ¿quién podría saberlo?
Naturalmente, neffe, aquella revelación me produjo la
incomprensión que preveía Tarstein. No olvides que sólo tenía 19 años y que aún
me hallaba conmocionado por la recientemente adquirida facultad de oír la Voz
de Kiev, el Señor de Venus. Sin embargo no me sobresalté y tomé sus palabras
con tranquilidad. Konrad Tarstein prosiguió, aparentemente satisfecho por el
efecto nulo que causaban sus datos.
–Esta no es una casa común, Kurt. No señor, Ud. se encuentra
dentro de lo que nosotros llamamos una plaza liberada, un oppidum,
es decir, un espacio ganado al Enemigo. Aunque Ud. vea
sólo paredes rodeando al área edificada, ellas sólo encubren a un cerco
estratégico denominado Arquémona o vallo obsesso, que separa
y aísla a la plaza del Valplads o territorio enemigo, vale
decir, del campus belli. Ud. no puede percibir el Arquémona porque aún no está
Iniciado y su Alma le bloquea la visión espiritual: solamente su Espíritu
Increado es apto para captar el cerco carismático del Arquémona.
Pero ya lo verá, Kurt, ya lo verá. ¡Y entonces comprenderá que es real lo que
parece imposible, y que la casa no es geométricamente estable porque
su estructura no participa exclusivamente de los Arquetipos Creados, como toda
casa, sino que en ella interviene un elemento increado, el Infinito Actual !
Luego de ese anuncio, Tarstein suspiró y dijo:
–Aquí, Kurt, el Tiempo transcurre de otro modo, desincronizado
del Tiempo exterior, del Tiempo del Mundo. Por eso, en este espacio liberado de
la plaza, y con este tiempo propio, la construcción no puede ser estable y no
sólo sus sectores varían, sino que lo hacen en sincronía con el Tiempo
interior: siglos y milenios de distancia se podrían salvar al atravesar una de
estas puertas. Por una de tales aberturas del tiempo y del espacio,
llegaron alguna vez mis Antepasados, los Señores de Tharsis de la rama germana,
quienes pertenecían a una Orden medieval conocida históricamente como Einherjar :
debe saber Ud. que mi apellido Tarstein, significa “piedra de Tharsis”, en
memoria de una Casa legendaria que remonta sus orígenes raciales a los Atlantes
blancos, los sobrevivientes blancos de la Atlántida. Sé que ésto le parecerá
fantástico, pero Yo desciendo de una Estirpe que permaneció oculta durante
siglos debido a la tenaz persecución, persecución mortal, a que la sometieron
las Potencias de la Materia, vale decir, esa Jerarquía Oculta dirigida por
tenebrosos seres extraterrestres radicados en Chang Shambalá.
Seré más claro: mi familia, la rama germana de los Señores de
Tharsis, era oriunda de Suabia, país donde se habían asentado con el mayor
secreto en el siglo XIII, huyendo de un legendario ataque de los Demonios que
casi extermina toda nuestra Estirpe. Allí se mantuvieron durante cuatro siglos,
conservando la Sabiduría Hiperbórea que había sido confiada en tiempos remotos
a nuestra Casa. En el siglo XVI, un Pontífice Hiperbóreo procedente de
Inglaterra, fundó en la corte del Emperador Rodolfo II, en Praga, la Orden
Einherjar, que tenía como objetivo desarrollar y aplicar en todo momento de la
Historia un método exacto para localizar el advenimiento del Señor de la Voluntad
Absoluta, el Enviado del Señor de la Guerra, es decir, el Führer de la Raza
Blanca. En aquel momento, el Pontífice decidió que la mejor Estrategia para el
sostenimiento y perdurabilidad de la Orden exigía que sus miembros
perteneciesen siempre a ocho linajes escogidos entre las Estirpes de Sangre Más
Pura de Europa. El caso fue que uno de los Príncipes convocados por el
Pontífice pertenecía a mi familia, en tanto que otro provenía de la Casa de
Branderburgo, de un linaje colateral de los Hohenzollern. La Orden trabajó en
secreto durante los siglos siguientes, formando Iniciados Hiperbóreos y
aguardando los tiempos de la llegada del Gran Jefe de la Raza Blanca. Su base
de acción más importante la constituyó el margraviato de Branderburgo, que era
desde el siglo XII un principado hereditario enfeudado con el Emperador. Y
justamente, la presencia de la Orden no es ajena al posterior ascenso de la
Casa de Branderburgo por sobre los restantes principados de Europa, hasta la
obtención de la investidura de Rey alcanzada por Federico Guillermo III en
1791. Nace entonces Prusia, el Estado donde el principio rector nacional era el
honor, donde la familia se organizaba en torno a la figura autoritaria y
ejemplar del padre, donde el orden imperaba en todas las clases sociales,
nobleza, burquesía y campesinado, porque se afirmaba en las nociones
fuertemente arraigadas del cumplimiento del deber, del ahorro, de la
incondicional obediencia de los subalternos, en la entera subordinación de los
funcionarios, y en la más rígida disciplina militar.
Pero, por sobre todo, Prusia fue desde el comienzo un Estado
militar: dos tercios de su presupuesto se dedicaba al sostén del poderoso
ejército nacional que infrigió derrotas a Francia, Austria, Rusia, etc., e
impuso respeto y admiración por el austero y señorial “modo de vida” prusiano.
Y junto con el arte de la guerra, se cultivaba aquí la filosofía, la
literatura, la música. Mas nada de esta revolución ocurría por casualidad: la
Orden estaba ensayando, en una sociedad de Sangre Pura, el Nuevo Orden que el
Führer, en su próxima venida, aplicaría a Alemania entera y al Mundo. Es por
eso que el Führer no ha ocultado jamás su deuda con Prusia y ha hecho pública
su simpatía por Federico II de Prusia y por Bismarck, el Canciller de Hierro.
Pues bien, Kurt: la antigua Orden Einherjar estaba tan
fortalecida en el siglo XIX, que uno de sus Iniciados llegó a ser coronado Rey
de Prusia en 1840. Me refiero a Federico Guillermo IV, llamado cortésmente
“Damián de Branderburgo” por su amor a la Elocuencia y en recuerdo del famoso
retórico de Efeso. Fue el mismo Rey que hizo reconstruir Marienburg, el
castillo que sirviera de residencia en la Edad Media a los Grandes Maestres de
la Orden Teutónica; esta obra de restauración, como Ud. sabrá, es proseguida en
la actualidad por una división especial de la SS., cumpliendo órdenes directas del Reichführer
Himmler. Y fue ese mismo Rey quien, considerando que el antiguo peligro había
cedido, y que los Demonios no podrían impedir ya que el Nuevo Orden se impusiese
en el Mundo, autorizó la creación del apellido Tharstein o Tarstein,
contracción de Tharsisstein, acompañado del título nobiliario de Conde y el
derecho a exhibir en el Castillo de la Casa el escudo de armas familiar. El
Castillo de Tarstein se encuentra muy cerca de aquí, Kurt, a unos 100 km. de
Berlín, mas Yo no lo frecuento desde hace muchos años pues me hallo totalmente
entregado a trabajar para la Thulegesellschaft y la Orden Negra SS.
Venga Kurt; le mostraré algo muy secreto, y relacionado con
este tema.
A continuación, me condujo por el pasillo exterior hasta un
cuarto cercano, herméticamente clausurado con doble cerradura. Una vez adentro,
se reveló ante mi vista otra nutrida biblioteca: en dos paredes debían estar
depositados unos cuatro mil libros, muchos de ellos de evidente antigüedad; en
otra pared, una estantería rebosaba de documentos y rollos.
–Todo este material tiene una característica común: –explicó–
se refiere a los “Druidas” y al “druidismo”. Varios de esos documentos son muy
secretos y han sido obtenidos a alto precio: proceden de toda Europa y
corresponden a todas las Epocas, hasta hoy. Es, con seguridad, la más completa
colección que nadie ha reunido jamás sobre los Druidas.
–Pero –exclamé sorprendido– ¿los Druidas no fueron personajes
históricos ya desaparecidos? ¡Habla Ud. como si aún existiesen!
–Hace un momento le mencioné el hecho de que mi familia, la
Casa de Tharsis, se vio obligada a huir hace siete siglos por causa de “un
ataque de los Demonios”; pues bien: esos “Demonios” eran Druidas, o “Golen”,
como los denominaban mis antepasados. Y a partir de entonces, que yo sepa,
nunca ha decrecido su poder. Por el contrario, se podría afirmar que hoy es más
fuerte que nunca. Pero tenga presente esto, Kurt: si la Estrategia del Führer triunfa,
y algún día el Tercer Reich acaba reinando sobre la Humanidad, una de nuestras
grandes batallas esotéricas deberemos librarla contra los Golen, que en Europa
se constituyen en pilar de la Sinarquía.
–Pero ¿quiénes son? ¿dónde están? –pregunté atónito.
–En la Edad Media su centro de acción era la Iglesia Católica
–respondió pensativa-mente– donde, al parecer, fueron combatidos
encarnizadamente por miembros de mi familia. Luego del siglo XIV, más
concretamente luego de la destrucción de la Orden del Temple que obedecía a su inspiración,
se difundieron y fortalecieron en diversos estamentos de la sociedad europea.
Hoy en día apenas existe organización donde no estén infiltra-dos los Golen.
Sé que con esta respuesta no le aclaro mucho. Pero más adelante
le describiré la compleja estructura de la Sinarquía y entonces podrá
comprender funcionalmente el papel que desempeñan en la actualidad y podrá
identificarlos con facilidad. Si le he mostrado ahora esta biblioteca y le he
mencionado a los Golen, no es para responder a la natural curiosidad que ello
le despertaría, sino para hacerle una seria advertencia. ¿Ha oído hablar de la caza
por especies ?
–Pues, creo que sí. ¿No es la que consiste en que cada cazador
debe cobrar una pieza de una especie determinada? ¿Como un juego, en el que un
cazador debe cobrar, por ejemplo, una liebre, otro un conejo, un tercero un
faisán, el cuarto un pavo, etc.?
–Exactamente, Kurt –confirmó Tarstein–. Escuche esto, entonces,
y grábeselo bien en el cerebro: análogamente a la caza por especies, de
entre los cazadores de la Sinarquía, los Druidas están encargados de cobrar las
piezas de su especie.
Me quedé mirándolo sin comprender; o sin querer comprender. El
repitió:
–... de su especie, Kurt Von Sübermann.
No sabría decir qué me resultaba más asombroso, si la historia
que había narrado Tarstein, sin dudas verdadera, o el saber que estaba frente a
un Conde, un Noble de linaje antiquísimo: por su apariencia ciudadana, por su trato
humilde y caballeresco, por su indumentaria de dudosa calidad, difícilmente lo
hubiese sospechado. Yo también heredaba un título nobiliario; sin embargo algo
interno, una intuición inexplicable, me decía que su Sangre era más Pura, que
su Estirpe era más antigua, que su nobleza era superior a la mía. De su
advertencia, sobre el peligro de los Druidas, por supuesto, no hice el menor
caso.
Antes de salir tomó unas hojas mecanografiadas de la estantería
de documentos y me las alargó. “Son –me dijo– la trascripción del artículo ‘Druidism’
de la Enciclopedia Británica: leálo; le refrescará la memoria”. Echó llave a la
biblioteca druídica y regresamos a la cocina.
Bebía otra taza de té, aún confundido por las revelaciones de
Tarstein, cuando éste, que había salido un momento antes, regresó.
–Fui hasta mi estudio para buscar este manuscrito –me enseñó un
libro, hábilmente encuadernado, y escrito a mano con exquisitos caracteres
góticos–. Su título es “Historia Secreta de la Thulegesellschaft”. Lo escribí
empleando conocimientos que son del todo secretos y que en Alemania sólo unos
pocos Iniciados conocen en parte. Ud. lo podrá leer más adelante, pero no lo
deberá sacar de esta casa pues es el único ejemplar que existe y los secretos
allí contenidos podrían cambiar la organización política del Planeta si cayesen
en poder del Enemigo. Aquí se explica, por ejemplo, cómo hicieron los Iniciados
de la Orden Einherjar para determinar que Adolf Hitler era al Führer de la Raza
Blanca y cómo lo guiaron hacia el Poder; y las Ordenes intermedias que tuvieron
que fundar, como la Germanenorden y la Thulegesellschaft, hasta llegar a la
Orden poseedora de la Sabiduría Hiperbórea en el Más Alto Grado, es decir, la
Orden Negra SS..
Es de imaginar la avidez con que observé aquel manuscrito,
deseando tener la posibilidad de leerlo allí mismo. Las palabras sonaban
misteriosas en la boca de Tarstein, y esta impresión se acentuaba debido a la
irrealidad del lugar, en donde se atravesaban los siglos con sólo recorrer unos
metros de pasillo.
–A su taufpate Hess –continuó Tarstein, cambiando de tema– lo
conozco desde que apareció en Munich en 1919. Era un joven estudiante de
geopolítica cuando ingresó, ese año, a la Thulegesellschaft. Sin embargo reconocimos
en él a uno de los grandes Espíritus de Alemania, a quien venía a ser el
Escudero del Rey Arturo. Un Parsifal cuya misión no sería esta
vez, la búsqueda del Gral sino el sacrificio de sentarse en el asiento
peligroso durante la crisis del Reino, ese puesto número
trece en la tabla redonda que sólo puede ocupar un Loco Puro, un Caballero
capaz de hacer una Locura de Amor para salvar el Reino. Por eso Rudolph ha estado
siempre cerca del Führer, aguardando su hora, como el fiel Caballero.
Y todos debemos desear que nunca llegue su oportunidad, pues
cuando Parsifal emprenda su misión ello querrá decir que el Rey Arturo está
herido, y que el Reino es terra gasta.
Asentí con un gesto ante la mirada inquisidora de Tarstein,
pero esta muda respuesta no lo impresionó en lo más mínimo.
–No entiende completamente lo que le digo ¿No? Así debe ser,
pues: ¿quién será capaz de comprender al loco puro?; su misión no es terrena;
la victoria, si triunfa, sólo se puede festejar en otros Cielos. Pocos serán,
sí, los que aplaudan al héroe anónimo que hay en Rudolph Hess. Y, sin embargo,
de él depende en gran medida el triunfo del Führer.
¡Cuánto significado tendrían estas palabras, que Tarstein me
decía en aquella primera visita a la Gregorstrasse 239, cuatro años después,
cuando en 1941 Rudolph se aprestase a enfrentar valientemente a los elementalwesen ! Pero aquel sábado de 1937
la guerra, y todo el horror que vendría, aún estaban lejanos, en un futuro que
Yo no podía sospechar.
Por otra parte, los comentarios de Tarstein me causaban un cierto
orgullo, en su calidad de ahijado del ponderado Rudolph Hess, y con una
sensación placentera sonreía tontamente, sin profundizar el sentido oculto que
había tras la simbología de la leyenda artureana.
No me extenderé sobre esta primera visita pues no fue mucho más
lo que hablamos. Al cabo de una hora, según recuerdo, partí de allí sumido en
un mar de dudas pero con el firme propósito de continuar hasta el final.
Rudolph Hess había interpuesto su influencia para hacerme llegar
hasta Konrad Tarstein, quien quiera que éste fuese, y no estaba dispuesto a
defraudarlo.
Una hora después, en el tren, leía el artículo de la
Enciclopedia Británica: no era mucho lo que decían los ingleses sobre los
Druidas.
“Druidismo
era
la fe de los habitantes Celtas de la Galia hasta la época de la romanización de
su país y de la población Celta de las Islas Británicas hasta la romanización
de la Gran Bretaña, o bien en partes alejadas de la influencia romana hasta el
período de la introducción del Cristianismo”.
“Desde el punto de vista de
las fuentes disponibles, el tema presenta dos campos marcados para la
investigación, el primero de ellos Pre-Romano y Galo-Romano, y el segundo Pre-Cristiano y cristiano primitivo Irlandés y de Pictland. De acuerdo a las
condiciones actuales de conocimiento es difícil evaluar la interrelación del
paganismo druídico”.
“Galia
(Gaul):
la primera mención acerca de los Druidas la ha-ce Diógenes Laercio (Vitae, intro., I y 5) y fue encontrada en un
trabajo perdido de un autor griego, Sotión de Alejandría, escrito alrededor del 200 Antes de Jesús-Cristo, época en que la mayor parte de la Galia fue Celta
por más de 200 años y en que las colonias griegas habían ocupado durante un
tiempo aún mayor la costa del Sur”.
“Los Druidas galos, que
posteriormente fueron descriptos por César, constituyeron una Orden antigua de
oficiales religiosos, pues cuando Sotión escribía Ellos ya poseían su
reputación de filósofos en el mundo exterior. De todas maneras, el relato de César es la fuente principal de la presente información y es un documento
especialmente valioso ya que el amigo y consejero de César, el noble Audeano
Divitiacus [34], era Druida. La descripción
que hace César de los Druidas (Commentarii de bello Gallico, VI) enfatiza sus funciones
judiciales y políticas”
“A pesar de que oficiaban en
Sacrificios y enseñaban la Filo-sofí de su Religión, eran más que Sacerdotes: en la Asamblea anual de la Orden, que tenía lugar cerca de Chartes, no era para rendir
Sacrificios que la gente concurría desde lugares remotos sino para presentar
sus disputas en un juicio justo. Su poder era mayor aún: no sólo decidían en
las discusiones de menor importancia pues su función incluía la investigación
de las acusaciones criminales más graves, así como también las disputas entre
tribus”.
–¡Himmel!, exclamé, mientras suspendía un momento la lectura:
¿será que me encuentro tan sugestionado por la Doctrina del Führer, que veo
judíos por todas partes? Pues ¡a qué negarlo! aquellos Sacerdotes-Jueces, con
su blanco efod, se me antojaban Levitas de pura Raza hebrea–. ¡No estás
equivocado! –afirmó en mi mente la Voz de Kiev–. ¡Los Druidas son
hebreos! ¡Algún día conocerás la Verdad!
Seguí leyendo:
“Esto,
y el hecho que reconocían un Archidruida investido del poder supremo, nos
demuestra que su sistema se concebía en una base nacional y que además estaban
habitualmente lejos de los re-celos entre las tribus; y si a esta ventaja política le agregamos su in-fluencia sobre la opinión pública,
a la que formaban en su calidad de principales instructores de los jóvenes, y,
finalmente, la formidable sanción religiosa detrás de sus decretos, es evidente
que ante el choque con Roma los Druidas deben haber controlado totalmente la
administración civil de la Galia”.
Este poder omnímodo, tanto en la paz como en la guerra, esta
intermediación entre el Cielo y la Tierra, esta capacidad de “formar al pueblo”
en todos sus estratos, esta potestad de legislar y juzgar, ¿no era análoga a la
de un Aarón, un Josué, un Samuel, unos Levitas, es decir, aquella tribu de
Israel a quien Jehová encargó la misión de oficiar el Culto de la Ley ? Preguntas sin respuesta por ahora; pero preguntas
que daban paso a muy sugestivas intuiciones. Así seguía el artículo:
“Del
druidismo en sí es poco lo que se dice, excepto que los Druidas enseñaban la
inmortalidad del alma humana, sostenían que ésta pasaba a otros cuerpos después
de la muerte. Esta creencia fue identificada por otros autores posteriores,
tales como Diodorus Siculus, con la Doctrina de Pitágoras, pero probablemente
ello sea incorrecto ya que no existe evidencia de que el sistema religioso
druídico incluyese la noción de una cadena de vidas sucesivas como forma de
purificación ética, o de que estaba formada por una doctrina de retribución
moral, siendo la liberación del Alma la última esperanza, y esto parece reducir
el credo druídico al nivel de una especulación religiosa común”.
Muy contradictorio, pensaba Yo en el tren. Es bastante
improbable que unos pueblos bárbaros, como eran los celtas, se sometiesen por
millones a la conducción religiosa, moral y judicial, de Sacerdotes-Jueces,
retirados en los bosques, que sólo sustentaban una “mera especulación religiosa
común”. Algo patente debían exhibir los Druidas, algo superior a una mera
especulación racional, algo que para los celtas era la Verdad.
“De la Teología del druidismo,
César nos cuenta que los Galos, de acuerdo a la enseñanza druídica, decían
descender de un Dios que correspondía a Dis en el panteón latino, y es posible que lo considerara como el Ser Supremo; también
nos dice que ellos adoraban a Mercurio, Apolo, Marte, Júpiter y Minerva, y que
en cuanto a estas deidades tenían las mismas creencias que el resto del mundo.
En resumen, los comentarios de César implican que aparte de la doctrina de la
inmortalidad, no había nada en el credo druídico que hiciese de su fe algo
extraordinario, por lo tanto podemos deducir que el druidismo profesaba todos
los dogmas conocidos de la antigua religión Celta y que los Dioses de los
Druidas eran las deidades múltiples y conocidas del panteón Celta”.
Aquí el autor inglés del artículo se pasaba de la raya. En
ninguna parte, antes de éste último párrafo, había dicho o sugerido que los
Druidas fuesen algo diferente de los celtas, salvo “que formaban una Orden
oficial de Sacerdotes”. Pero ahora, claramente, daba a entender que en verdad
ignoraba las creencias de los Druidas y suponía que eran las mismas que
sostenían los antiguos celtas. ¿Entonces quiénes eran los Druidas, si no eran
celtas? ¿Y por qué los celtas habrían cambiado su Religión tras la, ahora muy
probable, llegada de los Druidas? Preguntas sin respuesta. Preguntas para
Konrad Tarstein.
“La
Filosofía del druidismo no parece haber sobrevivido a la prueba de su contacto
cultural con las creencias romanas y era sin dudas una mezcla de Astrología y
Cosmogonía mítica. Cicerón (De Divin., i, xli, 90) dice que Divitiacus se jactaba de poseer un gran conocimiento de
physiología, pero Plinio decidió eventualmente (Natural History, xxx, 13) que el saber de los
Druidas no era más que un montón de supersticiones. En cuanto a los Ritos
religiosos, Plinio (N.H., xvi, 249) ha hecho un impresionante relato de la ceremonia de recoger los
muérdagos, y Diodorus Siculus (Hist., v, 31, 2-5) describe sus adivinaciones por medio del sacrificio de una
víctima humana. César ya había mencionado que muchos hombres eran que-mados vivos en jaulas de mimbre. Es posible que estas víctimas
hayan sido malhechores y también que tales sacrificios fuesen expiaciones en masa ocasionales, más que la práctica común de los Druidas”.
¿Me equivocaba, o la Enciclopedia trataba, con un argumento
subjetivo, de dejar bien parados a los asesinos Druidas? Porque una cosa es ser
verdugo, tarea desagradable pero socialmente necesaria, y otra muy distinta ser
Sacerdote sacrificador de víctimas humanas: a los verdugos los puede justificar
el hombre, pues el ajusticiado es culpable de faltar a la ley; matar al que
falta a la ley común es comúnmente comprensible: simple-mente se elimina a
aquél que es incapaz de convivir en comunidad; mas los Sacerdotes matan para
aplacar a un Dios del cual ellos son sus representantes, y propician un
sacrificio humano que es comúnmente incomprensible; sólo Ellos lo presentan
como necesario y sólo El Dios los puede justificar. Me daba cuenta, entonces,
que se trataba de un gran favor el que le hacían los ingleses al presentar los
crímenes de tan siniestros Sacerdotes como naturales actos de justicia.
“El
advenimiento de los Romanos llevó rápidamente a la caí-da de la Orden druídica.
La rebelión de Vercingetorix debe haber terminado con su organización entre las
tribus, pues, aunque algunas de ellas se mantuvieron apartadas del conflicto,
muchas se pusieron del lado de los Romanos. Empero, más adelante, al comienzo
de la Era Cristiana, sus prácticas crueles fueron la causa de un conflicto directo con Roma, que llevó finalmente a la supresión oficial del Druidismo”.
Y seguían las contradicciones. Un pueblo juridicista como el
romano ¿cómo no comprendía que los asesinatos rituales de los Druidas eran
positivos actos de justicia, según la convicción que el articulista expresaba
renglones más atrás? ¿O quizás el redactor, conocedor de la Historia, luchaba
entre su deber de exponer los hechos verdaderos y una orden de los Directivos de
la Enciclopedia, o de otras personas de singular influencia, por la que se lo
obligaba a exaltar lo bueno del druidismo, muy poco por cierto, y a ocultar lo
malo, que era demasiado, o a edulcorar lo inocultable ? Como verás, neffe, ésta
era la teoría de Konrad Tarstein.
“Al
final del siglo I D. de J.C. su status decayó hasta convertir-los en simples Magos, y en el
siglo II ya no se hace referencia a ellos. Un poema de Ausonius muestra que en
el siglo IV todavía había gente en la Galia que alardeaba de su descendencia
druídica”.
“Islas Británicas: en Gran
Bretaña hay una sola mención de los Druidas como contemporáneos del clero Gálico y es la referencia que hace Tacitus (Annals, xv, 30), de donde se conoce que había antepasados de ese nombre en Anglesey
en 61 A. de J.C., pero no hay mención alguna de los Druidas en toda la Historia de la
Inglaterra Romana, y se podría preguntar si alguna vez hubo Druidas en las
provincias del Este que hayan sido sometidos a la influencia Germana, antes de
la invasión Romana”.
“Por otro lado, seguramente
habría Druidas en Irlanda y Es-cocia, y no hay razón para dudar que la Orden
pudiese por lo me-nos remontarse al siglo I ó II A. de J.C.; la palabra drai
(Druida) se encuentra únicamente en los glosarios Irlandeses del siglo VIII D. de J.C., pero existe
una tradición firme en la Historia Irlandesa actual de que los Druidas y su
Ciencia (druidecht) eran de un origen aborigen o Picto. Con respecto a Gales,
aparte de Druidas en Anglesey, es poco lo que se puede decir excepto que los
primeros vates (los Cynfeirdd) muy pocas veces se hacían llamar derwyddon”.
“El Druida Irlandés era una
persona muy notable, y figura en las primeras sagas como profeta, maestro y
mago; no poseía, sin embargo, los poderes judiciales atribuidos por César a los
Druidas Galos y tampoco parecía pertenecer a una colegiatura nacional con un
Archidruida a la cabeza”.
“Además en ningún texto se
menciona que los Druidas Ir-landeses presidieran sacrificios, a pesar de que se
dice que ellos llevaban a cabo adoraciones idólatras, celebraban funerales y
ritos bautismales. Son mejor descriptos como adivinos,
que en su mayoría eran sicofantas (sic) de los príncipes”.
“Origen: se puede evitar
una confusión si se establece una distancia entre el origen de los Druidas y el
origen del druidismo; en cuanto a los oficiales, resulta posible que su Orden
fuera pura-mente Celta, y que se originase en Galia, tal vez como resultado del
contacto de la sociedad desarrollada de Grecia; pero el druidismo, por otro
lado, es probablemente en sus términos más simples la fe pre-Celta y aborigen
de Galia y las Islas Británicas que fue adoptada con pocas modificaciones por
los emigrantes Celtas. Es fácil entender que esta fe puede adquirir la especial
distinción de antigüedad en los distritos remotos, tales como Gran Bretaña, y
este punto de vista explicaría la creencia expresada por César de que la
disciplina del Druidismo sea de origen insular”.
“La etimología de la palabra
Druida es todavía dudosa, pero la vieja opinión ortodoxa que toma dru como prefijo
tonificante y vid con el significado de saber ha de dejarse de lado en favor de
una derivación más probable de la palabra roble. Otra derivación, de Plinio, que hace proceder Druida del griego ( deuV ) es, de todos modos, muy
improbable”.
“En los Siglos XVIII y XIX
tuvo lugar un gran resurgimiento del interés por los Druidas, impulsado en su
mayor parte por las teorías arqueológicas de Aubrey y Stukeley, y en general
por el Romanticismo. Uno de los resultados de este interés fue la invención del
“neo-druidismo”, una extravagante mezcla de teología helio-arcaica y bardismo
Galés, y otro ha sido que más de una sociedad ha clamado ser hereditaria de la
fe y del conocimiento tradicional de los primeros Druidas. La Antigua Orden de
Druidas Unidos, sin embargo, una sociedad amistosa, fundada en el Siglo XVIII,
no hace reclamos al respecto”.[1]
———————————————
[1] Trascripción literal del
artículo de la Enciclopedia Británica:
DRUIDISM:
was the faith of the Celtic inhabitants of Gaul until the time of the Romanization of
their country, and of the Celtic population of the British Isles either up to
the time of the Romanization of Britain, or, in parts remote from Roman
influence, up to the period of the introduction of Christianity.
From the standpoint of the available sources
the subject presents two distinct fields for inquiry, the first being pre-Roman
and Roman Gaul, and the second pre-Christian and early Christian Ireland and
Pictland. In the present state of knowledge it is difficult to assess the
interrelation of druidic paganism.
Gaul.- The
earliest mention of druids is reported by Diogenes Laertius (Vitae, intro., I and 5) and was found in
a lost work by a Greek, Sotion of Alexandria, written about 200 B.C., a date when
the greater part of Gaul had been Celtic for more than two centuries and the
Greek colonies had been even longer established on the south coast.
The Gallic druids which were subsequently
described by Caesar were an ancient order of religious officials, for when
Sotion wrote they already possessed a reputation as philosophers in the outside
world. Caesar's account, however, is the mainspring of present information, and
it is an especially valuable document as Caesar's confidante and friend, the
Aeduan noble Divitiacus, was himself a druid. Caesar's description of the
druids (Comentarii de bello Gallico,
vi) emphasizes their political and judicial functions.
Although they officiated at sacrifices and
taught the philosophy of their religion, they were more than priests; thus at
the annual assembly of the order near Chartres, it was not to worship nor to
sacrifice that the people came from afar, but to present their disputes for
lawful trial. Moreover, it was not only minor quarrels that the druids decided,
for their functions included the investigation of the gravest criminal charges
and even intertribal disputes.
This, together with the fact thay they
acknowledged the authority of an archdruid invested with supreme power, shows
that their system was conceived on a national basis and was independent of
ordinary intertribal jealousy; and if to this political advantage is added
their influence over educated public opinion as the chief instructors of the
young, and, finally, the formidable religious sanction behind their decrees, it
is evident that before the clash with Rome the druids must very largely have
controlled the civil administration of Gaul.
Of druidism itself, little is said except
that the druids taught the immortality of the human soul, maintaining that it
passed into other bodies after death.This belief was identified by later the
writers, such as Diodorus Siculus, with the Pythagorean doctrine, but probably
incorrectly, for there is no evidence that the druidic belief included the
notion of a chain of successive lives as a means of ethical purification, or
that it was governed by a doctrine of moral retribution having the liberation
of the soul as the ultimate hope, and this seems to reduce the druidic creed to
the level of ordinary religious speculation.
Of the theology of druidism, Caesar tells us
that the Gauls, following the druidic teaching, claimed descent from a god
corresponding with Dis in the Latin pantheon, and it is possible that they
regarded him as a Supreme Being; he also adds tath they worshipped Mercury,
Apollo, Mars, Jupiter and Minerva, and had much the same notion about these
deities as the rest of the world. In short, Caesar's remarks imply that there
was nothing in the druidic creed, apart from the doctriny of immortality, that
made their faith extraordinary, so that it may be assumed that druidism
professed all the known tenets of ancient Celtic religion and that the gods of
the druids were the familiar and multifariours deities of the Celtic pantheon.
The philosophy of druidism does not seem to
have survived the test of Roman acquaintance, and was doubtless a mixture of
astrology and mythical cosmogony. Cicero (De
Divin., i, xli, 90) says that Divitiacus boasted a knowledge of physiologia, but Pliny decided
eventually (Natural History, xxx, 13)
that the lore of the druids was little else than a bundle of superstitions. Of
the religious rites themselves. Pliny (N.H.,
xvi, 249) has given and impressive account of the ceremony of culling the
mistletoe, and Diodorus Siculus (Hist.,
v, 31, 2-5) describes their divinations by means of the slaughter of a human
victim. Caesar having already mentioned the burning alive of men in wicker
cages. It is likely that these victims were malefactors, and it is accordingly
possible that such sacrifices were rather occasional national purgings than the
common practice of the druids.
The advent of the Romans quickly led to the
downfall of the druidic order. The rebelion of Vercingetorix must have ended their intertribal
organization, since some of the trives held aloof from the conflict or took the
Roman side; furthermore, at the beginning of the Christian era their cruel practices brougth the druids into direct conflict
with Rome, and led, finally, to their official suppression.
At the end of the 1st century their status
had sunk to that of mere magicians, and in the 2nd century there is no
reference to them. A poem of Ausonius, however, shows that in the 4th century
there were still people in Gaul who boasted of druidic descent.
British Isles - There is one mention of druids in Great Britain as contemporaries of
the Gallic clergy, and that is the reference to them by Tacitus (Annals, xiv, 30) from which it is
learned that there were elders of that name in Anglesey in A.D. 61; but there
is no mention of the druids in the whole of the history of Roman England, and
it may be questions whether there ever were any druids in the eastern provinces
that had been subjected, before the Roman invasion, to German influence.
On the other hand, there were certainly
druids in Ireland and Scotland, and there is no reason to doubt that the order
reaches back in antiquity at least to the ist or 2nd century B.C.; the word drai (druid) can only be traced to the
8th-century Irish glosses, but there is a strong tradition current in Irish
literature that the druids and their lore (druidecht)
were either of an aboriginal or Pictsih origin. As to Wales, apart from the
existence of druids in Anglesey there is little to be said except that the
earliest of the bards (the Cynfeirdd) very occasionally called themselves derwyddon.
The Irish druid was a notable person,
figuring in the earliest sagas as prophet teacher and magician; he did not
possess, nevertheless, the judicial powers ascribed by Caesar to the Gallic
druids, nor does he seem to have been a member of a national college an
archdruid at its head.
Further, there is no mention in any of the
texts of the Irish druids presiding at sacrifices, though they are said to have
conducted idolatrous worship and to have celebrated funeral and baptismal
rites. They are best described as seers who were, for the most part, sycophants
of princes.
Origin - Some
confusion is avoided if a distinction is made between the origin of the druids
and the origin of druidism. Of the officials themselves, it seems most likely
that their order was purely Celtic, and that it originated in Gaul, perhaps as
a result of contact with the developed society of Greece; but driudism, on the
other hand, is probably in its simplest terms the pre-Celtic and aboriginal
faith of gaul and the brithish Isles that was aposted with little midificacion
by the migrating Celts. It is easy to understand that this faith might acquire
the special distinction of antiquity in remote districts, such as Britain, and
this view would explain the belief expressed to Caesar that the disciplina of druidism was of insular
origin.
The etymology of the word druid is still
doubtful, but the old orthodox view taking dru
as a strengthening prefix and uid as
meaning “knowing”, whereby the druid was a very learned man, has been abandoned
in favour of a derivation from an oak word. Pliny's derivation from Greek deuV is, however, improbable.
A great revival of interest in the druids, largely promulgated by
the archaeological theroies of Aubrey and Stukeley and by romanticism
generally, took place in the 18th and 19th centuries. One outcome of this
interest was the invention of neodruidism, an extravagant mixture of
helio-arkite theology and Welsh bardilore, and another result is that more than
one society has professed itself as inheriting the traditional knowledge and
faith of the early druids. The United Ancient Order of Druids, however, a
friendly society founded in the 18th century, makes no such claim).
Tío Kurt me había alcanzado
un artículo de la Enciclopedia Británica, idéntico al que Tarstein le hiciera
leer en Alemania, en 1937. Considerando lo que había aprendido últimamente
sobre los Druidas, desde que éstos asesinaran a Belicena Villca, y luego de
leer su carta y recibir las explicaciones magistrales del Profesor Ramirez, es
natural que compartiese el criterio de Konrad Tarstein, en el sentido de que
aquel artículo era suma-mente resumido y ambiguo para justificar su inclusión
en una obra tan prestigiosa: la primera edición de la Enciclopedia Británica
databa de 1771, por lo que cabía esperarse que en 1930 hubiesen reunido
suficiente material sobre los Druidas como para componer un artículo más
extenso y completo. Pero resultaba obvio que los ingleses no deseaban
profundizar sobre la historia de unos antiguos y olvidados Sacerdotes, que
podían matar hoy mismo con renovada eficacia.
–En la segunda visita que hice a Konrad Tarstein –recordó tío
Kurt– aprobó mis razonamientos y me aseguró que lo ocurrido en el artículo era
el hecho más común, y que deseaba alertarme sobre ello; por eso me lo había
dado: para ponerme sobre aviso de que una increíble conspiración europea negaba
la información o la distorsionaba, con la finalidad de evitar que miradas indeseables
pudiesen caer sobre un tema que las más poderosas fuerzas sinárquicas estaban
interesadas en ocultar. Y me volvió a alertar sobre la, por entonces
incomprensible, circunstancia de que Yo constituía la presa que Ellos se
propondrían cazar.
En fin, neffe; con respecto a la información era fácil
comprobar que Tarstein estaba en lo cierto y que no admitía una explicación
sencilla de la ocultación druídica que se efectuaba en Inglaterra. Esto saltará
a la vista si realizas una comparación esclarecedora. Por ejemplo, lee el
artículo “Druida” del Diccionario Enciclopédico de Montaner y Simón, el
cual está editado en Barcelona a fines del siglo XIX, y no te quedarán dudas de
que la publicación inglesa está afectada por un extraño raquitismo, aunque en
el ensayo español se advierte el mismo propósito de dejar bien parados a los
Druidas.
Acto seguido, tío Kurt puso en mis manos el Tomo VII del
Diccionario Enciclopédico, obra en 25 tomos que indudablemente tenía menor
envergadura que la Enciclopedia Británica. Busqué el artículo aludido y leí:
DRUIDA (del lat.
druida; del címrico druiz o deruiz, de dervo,
encina): m. Sacerdote de los antiguos galos y britanos.
– Druida: Hist. Mucho se ha
discutido sobre la etimología de la palabra druida.
Los etimólogos han acudido hasta a los diccionarios hebreos para ver si en
ellos hallaban algo que les diera alguna idea sobre ella. El nombre de druida
es un apelativo como la mayor parte de los sustantivos radicales de todas las
lenguas. En lengua gala draoi o druidas significa adivino, augur, mago,
y druidheatch adivinación y magia. Se
ha dicho también que esta palabra se deriva de la voz griega druV que
significa encina, porque habitaban y enseñaban sus doctrinas en los bosques, y
porque, como dice Plinio el Viejo, no hacían sus sacrificios sino al pie de una
encina; pero esta etimología, aunque tenga en su favor la razón de la
antigüedad, puesto que es de los tiempos de Plinio, no por eso deja de parecer
puramente caprichosa, pues no es muy natural que los druidas fueran a tomar su
nombre de una voz extranjera. Otros sos-tienen que la palabra druida se deriva de la voz británica dru
o drew,
que también significa encina, y que de ésta se deriva la voz griega druV. De las
muchas etimologías orientales que se han presentado parece la más aceptable la
forma sánscrita druwidh, que
significa pobre indigente, porque los
druidas, como los sacerdotes de todas las naciones, debían hacer voto de
pobreza. Los argumentos en favor del origen oriental de los druidas son muy
dignos de ser atendidos, ya que no por otras razones, porque ha sido aceptado
por muchos escritores de la antigüedad. Diógenes Laercio y Aristóteles colocan
a los druidas y a los caldeos al lado de los magos persas y de los indios,
opinión que con ellos comparten gran número de escritores. La divinidad de los
brahmanes tiene una gran semejanza con la divinidad druídica. La importancia
que los druidas concedían a los bueyes es otra coincidencia singular; los
misterios druídicos tienen también gran analogía con los misterios de la India.
En la vara mágica de los druidas se ve el bastón sagrado de los brahmanes. Unos
y otros tenían los mismos objetos consagrados: usaban tiaras de tela, y el
círculo simbólico de Brahma, como la media luna, símbolo de Siva, eran ornamentos
druídicos. Gran-des eran también las analogías entre la idea que tenían los
druidas de un Ser Supremo y la que se encuentra en las obras sagradas de la
India; así que no parece muy aventurado suponer grandes relaciones entre
druidas y sacerdotes indios y pérsicos.
Hubo
druidas no solamente en la Bretaña habitada por pueblos galos, sino también en
la Galia cisalpina y en el valle meridional del Danubio, habitado también por
pueblos galos; pero no los hubo en Germania, como sin ningún fundamento
pretenden los que dicen que los germanos son los hermanos de los galos y los
denominan con el apelativo imaginario de celtas; o más claro y terminante, los
sacerdotes de los germanos no llevaban el nombre de druidas.
Según
César, en su obra De Bello Gallico,
en cuyo libro VI se ocupa de los usos y costumbres de los galos y los germanos,
la ciencia druídica fue inventada en Bretaña y de allí pasó a la Galia. Aunque
es evidente que las Galias estuvieron habitadas antes que la Bretaña y la
Irlanda, es, en rigor, posible que la organización jerárquica del cuerpo de los
druidas y el sistema de su doctrina fuera inventado en Bretaña. Sin embargo, es
más creíble que hubiera varias escuelas de druidas en el Continente y en las
islas, y que una o algunas de la Bretaña gozaran de mayor celebridad por ser
más completa la instrucción que en ella o en ellas se diera. En efecto, César
no dice que todos los que querían entrar en la clase de druidas estuvieran
obligados a ir a estudiar a Bretaña, sino que iban allí los que deseaban recibir
una instrucción más completa. Una nueva prueba de que la Bretaña no era el
centro principal de la organización de los druidas, es que sus asambleas
generales las celebraban en un bosque consagrado, en el país de los carnutos,
que estaba considerado como el centro de la Galia. Se ha creído que este bosque
estaba en los alrededores de Dreux, y que esta ciudad tomaba su nombre de los
druidas; pero esto no pasa de ser una suposición, puesto que el nombre de Dreux
(Duro-Cath o Caz) significa un fuerte cerca
de un río.
En
la obra ya citada De Bello Gallico,
dice César que todos los hombres que pertenecían a las clases elevadas en la
Galia, figuraban, ya entre los nobles, ya entre los druidas. Estos eran los
encargados de la dirección religiosa del pueblo, así como también los
principales intérpretes y guardadores de las leyes. Tenían los druidas poder
para imponer los más severos castigos a aquellos que se negaban a someterse a
sus decisiones.
De
entre las penas que podían imponer la más temida era la de expulsión de la
sociedad. Los druidas no formaban una casta hereditaria, estaban exentos del
ser-vicio en el campo y del pago de tributos, y por estas excepciones y
privilegios to-dos los jóvenes de la Galia aspiraban a ser admitidos en la
Orden. Las pruebas a que un novicio debía sujetarse duraban a veces veinte
años. Toda la instrucción o ciencia druídica se comunicaba oralmente, mas para
ciertas proposiciones tenían un len-guaje escrito, en el cual usaban los
caracteres griegos. El presidente de la Orden, cuyo cargo era electivo y
vitalicio, ejercía sobre todos los individuos que la formaban una autoridad
suprema. Enseñaban los druidas que el alma era inmortal. La Astrología,
Geografía, Teología y Ciencias físicas eran sus estudios favoritos. Los galos no
hacían sacrificios humanos sino en casos muy raros, y en ellos se sacrificaba a
grandes criminales. Todo lo que se sabe sobre las doctrinas religiosas
enseñadas por los druidas se reduce a algunos fragmentos que se encuentran en
varias obras de escritores de la antigüedad, y particularmente en César,
Diódoro de Sicilia, Valerio Máximo, Lucano, Cicerón, etc. De estos fragmentos
resulta que creían, como ya se ha dicho, en la inmortalidad del alma y su
existencia en otro mundo, no siendo la muerte más que el punto o momento de
separación de dos existencias. De esta creencia es natural que se derivara la
del premio y castigo en la otra vida, creencia que explica naturalmente el
valor indomable de los galos y su desprecio a la muerte. Enseñaban la posición
y el movimiento de los astros y la magnitud del Cielo y de la Tierra, es decir
que se dedicaban al estudio de la Astronomía, y sin duda alguna al de la
Astrología. Cicerón dice que se consagraban también al estudio de los secretos
de la naturaleza y al de la Fisiología. De esto nació su pretensión de poseer
la ciencia de la Adivinación y de la Magia. Su estudio más importante fue el
estudio teológico, mas sobre él no se poseen datos ciertos, siendo muy poco
conocido su sistema teológico, porque los escritores griegos y latinos, al
hablar del nombre y las funciones y atributos de las divinidades druídicas, los
refirieron a su propia teogonía; así que sólo pueden hacerse conjeturas a las
cuales el estudio etimológico puede dar algunas probabilidades. César dice que su
divinidad principal era Mercurio, que presidía las Artes, los viajes y el
Comercio. Seguían después, por orden de importancia, Apolo, Marte, Júpiter y
Minerva. Lucano y otros escritores colocan a la cabeza de los dioses a
Teutates, y después de él a Hesos, Belenos, Taranos y a Hércules Ogmios. Añade
César que los druidas pretendían descender de Dis, nombre que traducía como significando Plutón, y que a este
origen se debía que contasen por noches y no por días. Esta opinión es
evidentemente errónea, y el error nació de que Dis o Día era entre los
galos uno de los nombres del Ser Supremo, al cual llamaban también Esar o el
Eterno y Abais o Aiboll, el infinito. Belenos
o Beal o Beas, era uno de los nombres del Sol, al cual llamaban también Ablis o Atheithin el caluroso, y Granius
o Grianu el luminoso. Teutates o Tuitheas era el dios del fuego, de la muerte y de la destrucción.
Al
tratar de las creencias religiosas de la Galia es preciso citar la opinión del
insigne escritor Thirrey. Según él, las creencias religiosas de los galos se
referían a dos cuerpos de símbolos y de supersticiones, a dos religiones
completamente distintas: una muy antigua, fundada sobre un politeísmo derivado
de la adoración de los fenómenos naturales, y la otra el druidismo, introducido
últimamente por los inmigrantes de la raza címrica, fundada sobre un panteísmo
material metafísico y misterioso. Las principales divinidades de los pueblos
celtas eran las ya citadas y Ogmo Ognius,
dios de la ciencia de la elocuencia, representado bajo la figura de un viejo
armado de maza y arco, seguido de cautivos sujetos por las orejas con cadenas
de oro y ámbar que salían de la boca del dios. Además de las divinidades
principales tenían los druidas otras divinidades asimiladas ya a Marte, como Camul, Camulus, Segomon, Belaturcadus y Catuix, ya a Apolo, como Mogounus
y Granus, y también otras divinidades
que eran la deificación de los fenómenos naturales, como Tarann, Tarannis, el
trueno; Kerk Circius, viento
impetuoso del Nordeste, o deificación de montañas, bosques, ciudades, como Pennin, dios de los Alpes; Vosege, Vosegins, dios de los Vosgos, Ardaena,
Arduinna, asimiladas a Diana, diosa
del bosque de los Ardennes; Nemansus,
Vesontis, Luxovia, Nennerius, Bornonia, Damona, divinidades locales de Nimes, de Besancón, de Luxeui, de
Neris, de Borbón, Lancy. Epona era la
diosa protectora de los palafreneros y de los domadores de caballos.
Los
druidas eran muy venerados por el pueblo; llevaban una vida austera y alejada
del consorcio con los demás hombres; vestían de un modo singular; por lo común
usaban una túnica que les llegaba hasta más abajo de la rodilla. Dotados del
poder supremo imponían penas, declaraban la guerra y hacían la paz; podían
deponer a los magistrados y aún al rey, cuando sus acciones fueran contrarias a
las leyes del Estado; tenían el privilegio de nombrar a los magistrados que
anualmente gobernaban las ciudades, y no se elegía a los reyes sin su
aprobación. César dice que únicamente los nobles podían entrar en el orden
druídico, mientras que Porfirio sos-tiene que bastaba gozar del derecho de
ciudadanía. Es, sin embargo, difícil creer que un cuerpo tan poderoso como el
druídico admitiera en su seno a individuos que no pertenecieran a una casta
determinada. Formaban los druidas el primer orden de la nación; eran los jueces
en la mayor parte de las cuestiones públicas y privadas; conocían de todos los
delitos, del asesinato, de las cuestiones hereditarias, de las cuestiones sobre
la propiedad, y sus sentenciados a esta pena estaban considerados como infames
e impíos; se veían abandonados de todos, hasta de sus parientes; todo el mundo
huía de ellos, a fin de no verse manchados con su contacto, y perdían todos sus
derechos civiles y la protección de las leyes y de los Tribunales. La
veneración que se daba a los druidas era tan grande, que si se presentaban
entre dos ejércitos combatientes cesaba el combate inmediatamente, y los
combatientes se sometían a su arbitraje.
Como
antes se dijo, según opinión de los escritores de la antigüedad, la doctrina
druídica no estaba escrita, se transmitía oralmente, y los novicios estaban
obligados a estudiar durante veinte años para poseer la ciencia. Parece, sin
embargo, que este aserto es erróneo, y que el error proviene del cuidado con
que los druidas ocultaban su ciencia a los profanos. Con la edad se debilita la
memoria inevitablemente, y si nada hubieran escrito tendría que resultar,
forzosamente, que los jefes, es decir, los más ancianos, se encontrarían
inferiores a los más jóvenes en los detalles de su doctrina. Los druidas tenían
una escritura sagrada que, según la tradición, se llamó Ogham. Es, pues, probable
que tuvieran libros escritos con aquellos caracteres, que quizá fueran, como se
indicó más arriba, caracteres griegos, pero esto no quiere decir, como han
creído algunos, que escribieran en griego. Desgraciadamente no ha llegado hasta
la época presente ninguno de aquellos libros. Los que escaparon a los edictos
de los emperadores romanos en la Galia y Bretaña fueron destruidos por los
primeros propagandistas cristianos, por San Patricio en Irlanda y San Colombán
en Escocia.
El
cuerpo de los druidas se dividía en varias clases: los druidas propiamente dichos, los adivinos,
los saronidos, los semnoteos, los siloduros y los bardos.
Respecto a estos últimos opinan algunos autores que no deben figurar entre los
druidas, y otros afirman que los bardos
fueron una corporación de ministros dedicados al culto religioso, que precedió
al orden o corporación de los druidas. Los bardos, lo mismo que los escaldos de los germanos, no eran sino
poetas agregados a los jefes, y que estaban encargados de cantar los grandes
hechos de los héroes, de improvisar alabanzas y elogios, oraciones fúnebres y
cantos de guerra. ¿Celebraron también los misterios de su religión como
hicieron los escaldos? Pregunta es ésta a la que no es posible contestar,
porque entre los cantos de los bardos que se han conservado no hay ninguno que
contenga nada relativo a los dogmas ni a las ceremonias de religión alguna. La
adivinación era el atributo común de los druidas, todos eran adivinos, y no hay
razón para dividirlos en clases, bajo este aspecto, a no ser por el ejercicio
de las diferentes funciones que desempeñaban. Los semnoteos, palabra derivada
de sainch (éxtasis) eran los
extáticos o contempladores; los siloduros
eran los instructores o institutores, y tomaban su nombre de la palabra realadh, que significa enseñanza, y por
último los saronidos no debieron formar una clase especial, sino que debió
llamarse así a los jefes, pues el nombre saronidos se deriba de sar-navidh o sar-nidh, que significa muy venerable; es, pues de creer que saronido fuera un título y no una clase
nueva en el orden druídico.
Hubo
también druidesas, ora fuesen las
mujeres o hijas de los druidas, ora simplemente agregadas a la corporación,
pues no es posible admitir que los druidas permitiesen el ejercicio de la
magia, adivinación y sacerdocio a mujeres que no pertenecieran al cuerpo
druídico y estuviesen sometidas a su disciplina. Y es indudable que las hubo,
pues la Historia habla de vestales galas de la Isla de Sen, adivinadoras y
magas. Las que predijeron a Aurelio y a Diocleciano que serían emperadores, y a
Alejandro Severo su funesto destino, eran druidesas. Una inscripción hallada en
Metz da el nombre druidesa a la sacerdotisa Avete
(Druis antistisa).
Según
opinión de Thierry el druidismo estaba ya en decadencia antes de la época de
César. Desde hacía algún tiempo, los nobles por una parte y el pueblo por otra,
celosos del gran poder de los druidas, consiguieron ir reduciendo
paulatina-mente su influencia política.
Reynaud,
uno de los escritores que mejor han ido estudiando el druidismo, sostiene que
los antiguos druidas fueron los primeros que enseñaron con gran claridad la
doctrina de la inmortalidad del alma, y que tenían una concepción tan perfecta
de la verdadera naturaleza de Dios, como los mismos judíos. Si después
transigieron con el culto a otras divinidades, fue con el objeto de conciliar
el druidismo con las ideas profesadas por las clases ineducadas más dispuestas
a creer en semidioses y divinidades que a concebir un solo Dios. Según el mismo
Reynaud, declinó y desapareció al fin el druidismo, porque le faltaba un
elemento de vida necesario en toda religión: el amor o la caridad. El
cristianismo dio ese elemento y desapareció el druidismo; pero desapareció
después de haber cumplido una misión importante: la conservación en una parte
de Europa de la idea de la unidad de Dios. Si esta teoría, apoyada en datos muy
incompletos, o en razonamientos más o menos acertados para probar entre los
galos de ciertas ideas sobre la verdadera naturaleza de Dios y su relaciones
con el hombre, que degeneraron después en grosera superstición, es o no cierta,
cuestión es que no debe ser discutida aquí.
Capítulo
XVIII
Como te imaginarás, neffe Arturo, recién ahora, al
leer la carta de Belicena Villca, he logrado comprender aquella referencia
hecha por Konrad Tarstein a que su familia constituía la “rama germana” de la Casa
de Tharsis. Evidentemente, él era uno de los descendientes de Vrunalda de
Tharsis, y, según sus confidencias posteriores, que eran muy parcas con
respecto a este tema, era también el último retoño de su Casa; mas no sabría
decir si con ello quería decir “el último Iniciado” o realmente aludía a que
representaba el último miembro de su linaje. Pero una cosa es cierta: que la
profecía del Capitán Kiev, que Belicena Villca trascribe en el Día 50 de su
carta, se había cumplido estrictamente, dado que la Orden Einherjar, no sólo
administró al Führer la Iniciación Hiperbórea, sino que alguien perteneciente a
la “rama vrunaldina de la Casa de Tharsis”, “¡Qué Honor el suyo!”, estaría
“junto al Gran Jefe Blanco cuando él declarase la Guerra Total a las Potencias
de la Materia. ¡Porque la Sabiduría Hiperbórea de esa Estirpe, de esa Sangre de
Tharsis, causará la Primera Venida del Enviado del Señor de la Guerra!”.
Sí, Arturo, la profecía de Kiev se cumplió matemáticamente, y
no hay por qué dudar que la segunda predicción, la que se refiere a los
descendientes de Valentina de Tharsis, no se haya de cumplir también. Vale
decir que la misión de Belicena Villca y su hijo Noyo debe tener éxito para que
propicie la Segunda Venida del Führer: “esa Estirpe de Tharsis ¡qué Gloria la suya!
participará activamente en la Batalla Final. ¡Porque la Sabiduría Hiperbórea de
esa Estirpe, de esa Sangre de Tharsis, causará la Segunda Venida del Enviado
del Señor de la Guerra!”
Belicena Villca, la última Iniciada descendiente de Valentina
de Tharsis ha muerto asesinada por los Druidas. Pero su hijo Noyo, según todos
los indicios, ha logrado llevar a cabo su misión. Si esto es así, Arturo, ¡Qué
cerca estamos de la Batalla Final! ¡Qué próxima está la Segunda Venida del
Führer! ¡La Guerra Esencial se librará una vez más sobre la Tierra y los Dioses
Liberadores regresarán para guiar a los hombres despiertos hacia el Origen
Infinito de su Espíritu Eterno! ¡Oh, Arturo, tu presencia, y el mensaje del que
eres portador, ha cerrado un círculo de mi vida, abierto más de cuarenta años
atrás, y me ha devuelto la fe en los ideales de la Orden Negra! ¡Por ello,
nunca dejaré de agradecerte!
–Calma
tío Kurt, calma –supliqué–. No es a mí a quien debes agradecer sino a los
Dioses, a esos misteriosos hermanos de Raza que nos han guiado hacia la triple
coincidencia entre Belicena Villca, tú y Yo. Es claro que todos nosotros
participamos de una misma historia, desempeñamos papeles en un mismo libreto,
somos personajes de un mismo argumento. Debes terminar de contarme tu vida para
intentar, después, planear la forma actual de nuestros movimientos, para
ajustarnos a la Gran Estrategia de los Dioses, que sin dudas esperan algo de
nosotros y por eso nos han reunido, en fin, para no cometer errores irreparables.
–Tienes razón, neffe. Pero proseguiremos mañana, pues el tiempo
se ha pasado sin notarlo y ya son las 2 de la madrugada. Sólo agregaré algo
sobre la extraña referencia que hiciera Tarstein de la “locura” mística de
Rudolph Hess. Te adelanto que, en efecto, cuando mi taufpate decide realizar su
histórico vuelo y lanzarse con paracaídas en Inglaterra, su acto no puede más
que calificarse de “locura”. Esto desde el punto de vista político, y aún
estratégico militar. Pero diferente será la opinión de quien observe los hechos
con perspectiva esotérica e iniciática. Porque la “locura” de Rudolph es
análoga a la locura de Belicena Villca cuando decide desarrollar una táctica de
distracción para posibilitar los movimientos de su hijo Noyo: ella sabía
perfectamente que su acto era arriesgadísimo, que atraería la persecución de
los Golen y estos acabarían por capturarla y ejecutarla: lo sabía y sin
embargo no vaciló en actuar, en sacrificar su vida, para que triunfase la
Estrategia de los Dioses Leales. Del mismo modo, Rudolph se entrega a los Golen
Druidas de la Orden Golden Dawn, es decir, a su representante, el Golen Duque
de Hamilton, pues se propone distraer al Enemigo para favorecer los movimientos
del Führer. ¿Qué ganaría el Führer luego de la “locura” de Rudolph Hess? Pues, un
objetivo humanamente invalorable: después de la “captura” de Rudolph Hess, los
Druidas no podrían ya “abrir” una Puerta hacia Shambalá en Inglaterra,
quedarían aislados de las Moradas de los Dioses Traidores y de la Fraternidad
Blanca, y sólo desde Asia podrían reestablecer ese contacto.
–Te preguntarás por qué se produjo tal efecto, en virtud de qué
Poder consiguió Rudolph ese milagro, y te anticiparé que ello ocurrió por
su sola presencia, gracias al Signo del Origen que él, al igual que tú
y Yo, ostentaba sin advertirlo. Así fue, neffe; y más adelante te narraré con
detalles la verdadera operación esotérica que significó el viaje de Rudolph a
Inglaterra, hecho que ha sido estúpidamente interpretado después de la guerra.
Pero mucho antes, mañana tal vez, conocerás la Doctrina que sustentaba la Orden
Negra sobre el Poder del Signo del Origen.
Nos retiramos a nuestros cuartos en el mayor silencio, cada uno
inmerso en sus propios pensamientos. Yo, desde luego, no salía del asombro al comprobar
en qué forma perfecta encajaban las historias de Belicena Villca y tío Kurt. Y
no dejaba de preguntarme cómo terminaría aquella aventura, ahora que
indudablemente contaría con el apoyo de tío Kurt para buscar al hijo de
Belicena Villca.
Capítulo XIX
Eran las 9 de la mañana y afuera caía una tenue
llovizna.
Ambos habíamos dormido poco y lo sabíamos. Pero ambos, también,
presentíamos que se nos acababa el tiempo, que esa tranquilidad que
disfrutábamos no duraría mucho.
Tío Kurt sorbió el último trago de su café y siguió con el
relato.
–En el nórdico Ordensburg de Crossinsee, como ya dije,
permanecí tres meses. Al mes de estar allí visité por primera vez a Konrad
Tarstein y los siguientes dos meses concurrí a la Gregorstrasse 239 todos los
sábados merced a que el SS. Oberführer Papp había gestionado para mí una comisión
permanente en Berlín los fines de semana. No me resultaba difícil así el viaje
desde Prusia a Berlín, pero temía, en esos días, no poder hacerlo con la misma
facilidad desde el Ordensburg Vogelsang bastante más lejos, en el
Occidente renano.
En
aquellos dos meses, a medida que Tarstein me iba instruyendo en los secretos de
la Thulegesellschaft, Yo experimentaba hacia él un afecto y una admiración cada
vez mayor. Pronto quedó totalmente sepultada la pobre impresión inicial ante su
fascinante personalidad y debo decir que no hubiese vacilado en golpear a
cualquier insolente que osa-se expresar en voz alta algo de lo que Yo mismo, el
primer día, había pensado sobre Tarstein. ¡Así de irreflexiva es la juventud!
El “arreglo” que Rudolph Hess y Konrad Tarstein habían hecho
acerca de mi persona consistía en que debía concurrir a la Gregorstrasse 239
durante un cierto tiempo con el fin de ser instruído en la Sabiduría Hiperbórea, que
esa era la “Filosofía Oculta” de la verdadera Thulegesellschaft. Esta
preparación, que me capacitaría para recibir la Iniciación Hiperbórea,
sería impartida por el propio Tarstein, un raro honor según se me hizo notar
muchas veces, que jamás se concedía a nadie. Es que Tarstein era, según fui
comprendiendo con el tiempo, uno de los hombres más importantes de Alemania por
su jerarquía secreta en la Thulegesellschaft.
Según Konrad Tarstein para recibir la Iniciación Hiperbórea
debía purificarme previamente. Con ese fin fue introduciéndome en ese
maravilloso conocimiento que es la Sabiduría Hiperbórea. Pero, debo aclarar,
esta enseñanza no constituye un mero saber, una información suspendida en la
memoria para ser utilizada en los juicios racionales. Por el contrario Tarstein
recomendaba no memorizar en lo más mínimo y, de ser posible, olvidar lo
conversado, pues el objetivo de la instrucción apuntaba a despertar la Memoria de Sangre,
fenómeno que sólo se podría lograr si el conocimiento adquirido actuaba
gnósticamente sobre la cepa hiperbórea primordial que constituye la Divinidad
del virya.
Es así como fui testigo asombrado –asombrado en todos los
grados del asombro, hasta el espanto– de relatos y explicaciones que sobrepasan
lo imaginable, por lo menos lo que Yo podía imaginar, en esa fantástica
Cosmogonía Hiperbórea de la Thulegesellschaft. Si hubiese una escala
heresiológica para medir aquellas ideas que se desvían pro-fundamente de la
“Cultura Occidental” en su concepción judeocristiana, podría afirmar que muchas
de las exposiciones de Tarstein ocuparían un lugar destacado en dicha escala de
herejías. Porque si una herejía es lo que contradice a un Dogma (por eso hay
herejías católicas, budistas, islámicas, etc.) ¿qué decir de una filosofía que
cuestiona la totalidad de la existencia humana con todos sus Dogmas,
Filosofías, Religiones y Ciencias, que intenta cambiar el rumbo histórico, que
afirma la posibilidad de la trasmutación del hombre semidivino o virya en
Siddha inmortal, que, en fin, ha declarado la guerra a las potencias materiales
de Jehová Satanás, dueñas del Mundo, de la Historia y de la mayoría de los
hombres? Convengamos en que en la Heresiología tales ideas ocuparían un lugar
distinguido.
Esto lo digo porque al abrazar conceptos que se apartan u
oponen a la “Cultura Occidental” debe uno ser consciente del grado de
“apartamiento” u “oposición” en que se sitúa con respecto a ella para
conducirse prudentemente y evitar futuros males...
Y Yo era consciente que las cosas que oía y el efecto que
causaban en mí pre-anunciaban cambios de conducta irreversibles. Sin embargo
eso no me preocupaba por-que tenía una meta que eclipsaba toda prevención
personal y hacía aparecer como puro egoísmo cualquier intención de retroceder.
Esa meta, ese objetivo para el cual volcaba todos mis anhelos, era la patria
alemana: Ein Reich, Ein Volk, Ein Führer [35].
Comprenderás ahora, neffe, que vivía y actuaba dentro
de una Mística Hiperbórea y que el vínculo carismático con
el Führer era cada vez mayor, en la medida en que profundizaba el Misterio de
la Thulegesellschaft.
En mis primeras visitas a la Gregorstrasse 239 me sentí tan
confiado en Konrad Tarstein, que una tarde no vacilé en referirle mi extraña
experiencia con la Voz del Hiperbóreo Kiev. Esta confidencia no pareció
impresionarle pues me observó un largo rato en silencio y luego me dijo:
–Dígame Kurt ¿ha hablado a alguien más de esa percepción?
–No –respondí–. Pensaba hablarle de ello al Taufpate Hess pero
aún no he podido verlo desde que regresé de Egipto.
–Entonces haremos un trato: –afirmó Tarstein– a nadie revelará
que está en posesión de ese carisma fuera de su propio Círculo en la
Thulegesellschaft.
–Lo prometo –dije prestamente– pero ¿quiénes componen mi
Círculo?
–Ay, joven Kurt, debería saber que un Círculo de la
Thulegesellschaft no lo determina un número de personas, como en las
organizaciones exotéricas que fomenta la Sinarquía, sino una relación cualitativa denominada vinculación carismática. La vinculación carismática
es independiente del número y, como todo Círculo cerrado de la
Thulegesellschaft existe como tal merced a la vinculación carismática, son
integrantes del Círculo aquellos que experimentan esa relación.
–Pero ¿cómo se reconocen realmente los miembros de un Círculo?
–pregunté un poco desconcertado ante semejante galimatías.
–El reconocimiento es interior. Simplemente se
sabe que tal o cual virya pertenece a su propio Círculo. Por supuesto
que en Círculos externos, constituidos por miembros no Iniciados, se
practican algunas formas tradicionales de las Sociedades Secretas para la
reunión y reconocimiento, es decir “el Santuario” y “el santo y seña”; pero
esto se hace provisoriamente, atendiendo a la urgencia que requieren ciertas
investigaciones. El verdadero Espíritu de la Thulegesellschaft no está en los
Círculos externos, que serán pronta-mente eliminados luego de la Guerra Total,
sino en los Círculos internos, los que son rigurosamente Hiperbóreos. En ellos,
repito, el reconocimiento es interior, se sabe con la sangre.
–De modo que Yo no podría reconocer a los miembros de mi
Círculo...
–... en tanto no reciba la Iniciación Hiperbórea –completó
Tarstein.
–... y como Yo prometí no hablar sobre mi carisma...
–... no lo hará –continuó nuevamente Tarstein– mientras no
reciba la Iniciación.
–Pues me siento algo trampeado –dije sonriendo.
–No debe tomarlo a mal Kurt, pero esto es asunto de la más
alta reserva . Debe Ud. agradecer a la confianza que nos inspira
el que no dispongamos su inmediata separación e internación
mientras dura la instrucción que le estamos brindando. Si el Enemigo, es decir
la Sinarquía, sospechase simplemente de su carisma sería ejecutado sin esperar
confirmación. Y eso es algo que ni la Thulegesellschaft ni la SS. pueden
permitir. Lo suyo es importante Kurt.
–¿Es tan importante? –pregunté impresionado por la velada
amenaza que adivinaba tras las amables palabras de Tarstein.
–Muy importante Kurt. Véalo de esta manera: tiene el Signo de
Lúcifer, posee notables cualidades psíquicas y es un Ostenführer de la SS. ¿no le parece demasiado
para ser casual? ¡Pues ello no es casual!
Me observó un largo rato como dudando sobre si debía continuar.
Al fin dijo:
–Es Ud. la persona que esperábamos desde hace veinte años para
encabezar una misión especial. Tan importante, Kurt, tan importante, que tal
vez el destino del Tercer Reich y ¿por qué no? el de la Raza Aria dependan de
ella.
Estaba anonadado por esta revelación y, en mi confusión, pensé
ser víctima de una broma. Pero por más que escrutaba el impasible rostro de
Konrad Tarstein no hallaba nada que confirmara esta suposición.
–Yo... –balbuceé– jamás soñé formar parte de una misión de tal
naturaleza. Además no creo merecerla.
–¿Formar parte? –interrumpió Tarstein excitado– ¿formar parte,
dice? Ja, Ja, Ja –reía frenéticamente– Ud. no formará parte Kurt, Ud.
solo llevará a cabo la misión.
¿Quién más podría hacerlo? –preguntó como para sí mismo.
Ya lo sabrá todo Kurt –continuó ahora mirándome a los ojos–.
Pero tenga presente que aquí no se trata de elegir. Ni Ud., ni Yo, ni nadie
puede elegir porque la elección ya ha sido hecha, en otra esfera de conciencia, en
otro Mundo. No nos queda más que afrontar nuestro Destino, que es también el
destino de la humanidad, y agradecer por haber sido señalados para tan augusta
tarea. Nuestro Dios, Kristos Lúcifer, es el Más Bello Señor, pero también es el
Más Intrépido, Padre del Valor; no debemos ni soñar en defraudarlo.
–Nada querría Yo más que servir a la patria y a la humanidad
–dije atolondrada-mente– pero es que me sorprende todo lo que dice Ud. No
comprendo cómo puedo ser una pieza tan importante en este juego y me abruma la
responsabilidad. ¿Cómo vivir sabiendo que en mis manos está el obtener algo que
es precioso para el Tercer Reich y la Raza Aria? Yo, como todo Camarada, y más
siendo Oficial SS., estoy dispuesto a morir por nuestras divisas cuando
así sea dispuesto pero, a partir de ahora, no desearía vivir con la angustia de
fallar antes de tiempo, de no llegar a cumplir. ¿Comprende Tarstein? me aterra
el tiempo que falta para el desenlace. Si hay algo tan importante para hacer
quisiera realizarlo cuanto antes.
–¡¡Pues debería tener paciencia!! –afirmó Tarstein, casi
gritando–. Aunque falte un minuto o un siglo Ud. no debe demostrar ninguna
alteración ni conducta impropia del Kshatriya.
Recuérdelo, es Ud. un Caballero, un Monje Guerrero, debe comportarse en
consecuencia. Pronto será Iniciado y luego cumplirá su Destino.
Asentí turbado por la merecida reprimenda que recibí de
Tarstein. Pero ese día no hablamos más del asunto.
Capítulo XX
Bueno, neffe –dijo tío Kurt luego del almuerzo, con los
ojos extrañamente brillantes– nos estamos acercando a la parte más importante
de mi vida, al momento en que recibí la Iniciación y me fue confiada aquella
insólita misión, esa operación que tanto valorizaba Tarstein y que aún me
resultaba incomprensible.
–En aquel tiempo, con Tarstein de instructor, aprendí mucho. El
parecía saberlo todo y Yo solía sentirme avergonzado pues, tras tantos años del
NAPOLA,
sólo era capaz de seguirlo atentamente en sus exposiciones pero me sentía
incompetente para completar por mi cuenta nada de lo que decía. Sin embargo
Tarstein acudía a consolarme a su manera paradójica:
–No se preocupe Kurt, es sólo confusión, impureza
sanguínea. Pero va más a prisa de lo que cree. Pronto lo sabrá todo, despertará
y, entonces, si lo desea, podrá dominar tanta Ciencia como el más grande Sabio.
Claro que nuestra Ciencia Hiperbórea es una Ciencia maldita para este mundo
satánico. Pero eso no debe preocuparle pues el Siddha es realmente uno
y no tiene necesidad de nada más que de Sí Mismo. Para la Sabiduría Hiperbórea
existen tres clases de hombres. El pasú, que fue concebido por el
Demiurgo ordenador de la materia, Jehová Satanás, y que sólo bajo ciertas
reservas puede ser considerado “hombre”, siendo más acertado llamarle animal
hombre. También está el virya, que es básicamente un pasú de
linaje hiperbóreo, es decir, un pasú que ha
mezclado su sangre con un Siddha inmortal, Misterio éste que
comprenderá en el transcurso de su instrucción. Los viryas están en mayor o
menor medida extraviados o perdidos por la confusión de Sangre y
sólo el recuerdo contenido en la Sangre podría purificarlos. A eso
apunta la Estrategia del Führer; a eso y a poner fin al Kaly Yuga o
Edad Oscura.
Tenga presente que un pasú jamás podrá ser virya semidivino,
pero que un virya puede descender completamente al nivel de
pasú por una definitiva confusión sanguínea. Y finalmente están los Siddhas
Leales, aquellos que vinieron con Kristos Lúcifer a la Tierra hace millones de
años y pertenecen a una Raza “Hiperbórea”, otro Misterio que más adelante
comprenderá con claridad pues los términos “hiperbóreo” y “Thule” casi nada
tienen que ver con las leyendas de la Antigüedad.
Así pues son Siddhas, viryas y pasú, en el sentido hiperbóreo
que le he dado y no como vulgarmente se entienden estos términos en el Tíbet,
las tres “categorías” de hombres con las que deberá acostumbrarse a razonar de
aquí en más. A esto agréguele un importante concepto: “la Sinarquía organiza y
planifica el mundo para los pasú y viryas perdidos. La Sabiduría Hiperbórea
enseña cómo debe purificarse el virya para recuperar el Vril y trasmutarse de
semidivino mortal en Divino Hiperbóreo Inmortal”.
He de decirle algo, Kurt, que debe llenarlo de legítimo
orgullo. Su análisis para-psíquico de “oír la Voz de Kiev”, aún cuando no haya
seguido las pautas de la Sabiduría Hiperbórea para conquistar dicho carisma le
ha conducido a la conclusión correcta. Me refiero a que su afirmación de que es
necesario “disponer el Espíritu para recordar”, como la mejor actitud
ante el peligro de racionalizar el fenómeno psíquico formulando un interrogante
equivalente, coincide estrictamente con nuestra filosofía. Es “disponiendo el
Espíritu para recordar” como se accede al Recuerdo de Sangre. Y este paso
pre-vio, inevitable para obtener la Iniciación Hiperbórea, Ud. lo ha dado solo,
hazaña que debe, como ya dije, enorgullecerlo.
Por estas últimas palabras podría pensarse que Tarstein,
versado en temas de Ocultismo, era una persona soñadora e indigna de crédito en
cuestiones rigurosas, como suele acontecer generalmente. Y nada sería más
erróneo que tal apreciación pues si bien no he conocido a nadie que supiera
como él de Ocultismo, Filosofía Hermética o Religiones, eso era sólo una parte
de su inmenso saber. En aquellos años 30 Alemania, en pleno despliegue
industrial, era un gigante de Ciencia. Y Konrad Tarstein lo sabía todo. Era un
erudito del saber germano en todos sus matices: dominaba las matemáticas
superiores en su más alto nivel, la química, la física, la biología, las
múltiples tecnologías industriales, etc. Para no hablar del campo humanístico
donde su dominio de las Filosofías antiguas y modernas, la Lógica, la
Filología, la Psicología, etc., era temible. ¿Cómo definir a un hombre así? Y
lo más difícil: ¿cómo transmitir su pensamiento sin deformarlo? Efectivamente,
neffe, Yo no hubiese sido capaz de exponer, ni a ti la Sabiduría Hiperbórea; y
si ahora puedo hablar contigo de ella es gracias a esos extraordinarios
Iniciados, Belicena Villca y Nimrod de Rosario. Recuerda que Oskar Feil
afirmaba que sólo a la de Tarstein podía comparar la Sabiduría Hiperbórea de
Nimrod de Rosario: estoy seguro que lo mismo habría dicho Belicena Villca.
Gracias a ellos, neffe, podré confiarte esta parte de mi vida, que se-ría
incomprensible para cualquier interlocutor que desconociese los fundamentos de
la Sabiduría Hiperbórea.
Seré, pues, breve, dado que entiendes perfectamente a qué me
refiero. Konrad Tarstein me instruyó profundamente en la Sabiduría Hiperbórea y
un día, en una sala subterránea del Castillo de Werwelsburg, recibí la
Iniciación Hiperbórea. En la Cámara Hiperbórea especialmente construida para
tales ceremonias, un Alto Iniciado de la Orden Negra, supongo que un Pontífice,
efectuó el ritual frente a un público de sólo ocho Iniciados. Y allí me
enfrenté con la Muerte, con la Muerte Kâlibur de Pyrena, como diría Belicena
Villca. Vale decir, con el Arquetipo de la Muerte, la Muerte que mata la Vida
Tibia; y luego con la Muerte Fría Kâlibur, la Verdad Desnuda de Sí Mismo que se
encuentra tras el Fin de la Vida Tibia. Y al regresar a la Vida Tibia, después
de hundirme en la negrura infinita de Sí Mismo, comprobé que la angustia de la
Muerte había huido de mí para siempre. El temor animal a morir, el instinto de
conservación estaba definitivamente superado por la Sabiduría de la Vida
Eterna. Una voluntad de acero se adueñó definitivamente de mi naturaleza animal
y supe que nada podría detenerme, es decir, nada que implicase la Muerte, la
amenaza de la Muerte. Era pura Voluntad Resuelta: avanzaría hacia donde se me
ordenase y repito, nada podría detenerme.
Fue entonces cuando se me reveló el objetivo de la misteriosa
misión para la que me habían preparado durante tantos años. Y una vez más, el
encargado de la revelación fue Konrad Tarstein.
–No será difícil que comprenda en qué consiste la misión –me
dijo Tarstein– cuan-do lo ponga al tanto de ciertos hechos que están
ocurriendo. Digame, Kurt ¿Ud. sabe de dónde proceden las fuerzas que sostienen
a la Sinarquía, a la Conspiración Judía Mundial? Me refiero a las fuerzas
psíquicas, naturalmente, puesto que las fuerzas económicas o políticas son sólo
expresiones exteriores de aquéllas.
–Bueno, según le oí afirmar al Führer, y tal como Ud. mismo me
lo ha explicado, tales fuerzas provienen de un Centro Oculto llamado Chang
Shambalá, donde mora una Jerarquía de Seres Infernales dedicados a imponer en
la Tierra el Plan de Jehová Satanás. En la Orden Negra existen pruebas al
respecto. Por ejemplo está probada con documentos la participación de la
Jerarquía en la fundación de la Masonería, de la Orden Rosacruz, de la Sociedad
Teosófica, etc. Sin ir más lejos, tenemos copia de la carta que el Supremo
Sacerdote de Chang Shambalá, Rigden Jyepo, le envió a Lenin a través de Nicolás
Roerich, felicitándolo por el éxito de la Revolución bolchevique: detrás de
Lenin y los conspira-dores de Octubre, actuaba la Logia Transhimalaya, fundada
por la Fraternidad Blanca. Sí, Camarada Tarstein: detrás de la Sinarquía se
encuentra Chang Shambalá, los Maestros y Sacerdotes de la Jerarquía Oculta o
Fraternidad Blanca de Chang Shambalá.
–Correcto, Kurt. Y ahora complete el concepto, por favor: ¿qué
es Chang Shambalá? ¿un lugar físico en la Tierra, o una Construcción
extraterrestre?
–Como Ud. bien sabe, Shambalá es una Construcción
extraterrestre, extendida entre la Tierra y el Sol, sobre dimensiones del
Espacio que la tornan invisible para el hombre corriente –respondí un tanto
asombrado por tan obvias preguntas–. Sus Constructores fue-ron los Dioses
Traidores, los fundadores de la Fraternidad Blanca, y los Iniciados de la
Jerarquía aprenden una Ciencia llamada “Kâlachakra” que les permite abrir las
Puertas de Shambalá, Puertas que se encuentran en todas partes.
–¡Perfecta respuesta, Kurt! Ahora comprenderá cuál es su
misión: Ud., Kurt, es la Llave que puede cerrar esas Puertas.
De cierto que entonces comprendía menos que nunca. Pero
Tarstein se disponía a aclarar el enigma.
–En rigor de la verdad, Kurt, la Llave que cierra esas Puertas
Malditas es el Signo del Origen, el Signo que tiene el Poder de recordar a los
Dioses Traidores su Traición Primor-dial, el Signo que puede comunicarles el
Símbolo del Origen y enfrentarlos a la Verdad Absoluta del Espíritu, el Símbolo
del Origen que puede disolver la Mentira absoluta de la Creación Material que
ellos sostienen. Por ese Poder de revelar la Verdad Absoluta, quienes sostienen
la Mentira Absoluta, han resuelto no enfrentarse jamás al Signo del Origen, es
decir, mientras dure la Mentira del Universo material. Y por eso el Signo del
Origen es Llave de las Puertas de Shambalá, una LLave que cierra con su sello
infranqueable la Ruta de los Demonios. Y Ud., Kurt, manifiesta como nadie el
Signo del Origen, aunque no sea capaz de advertirlo por sí mismo; pero eso no
afecta estratégicamente su misión: su sola presencia basta para cerrar las
Puertas Malditas; los Demonios no están dispuestos a contemplar el Signo que
Ud. es capaz de proyectar. Desde luego, lo matarían al acercarse a la
Puerta, si no fuese porque ahora Ud. está más allá de la Muerte. ¿Me
comprende, Kurt? ¡Si Ud. se sitúa frente a una Puerta de Shambalá, y se mantiene fuera
del alcance de los Demonios practicando la Via de la Oposición Estratégica que
lo independiza del Tiempo y del Espacio, la Puerta deberá ser inexorablemente
clausurada!
Ahora sí entendía algo: con mi sola presencia, Yo causaría el
cierre de una de aquellas Puertas que conducía a la Ciudad Maldita, morada de
los Demonios de la Fraternidad Blanca. Pero aún no comprendía el objetivo de la
misión ¿a qué puerta se refería Konrad Tarstein? Un instante después, la
explicación de Tarstein me llenaría de estupor.
–Y ahora que ya hablé de su facultad, de ser Signo Clave, iré
directamente a los detalles de la misión, a lo que la Orden Negra, el Tercer
Reich y el Führer esperan de Ud. ¿Recuerda al Profesor Ernst Schaeffer?
–preguntó con ironía; mas no me dio tiempo a responder– Sí, creo que no lo ha
olvidado. No después del incidente que protagonizó el año pasado al ofrecerse
como voluntario para la Operación Altwesten y de la cual estoy
enterado en todos sus detalles. Ud. no podía saberlo entonces, pero su
participación en esa operación es la última cosa en el mundo que aceptaría
Ernst Schaeffer. Lo comprobará si tiene en cuenta la facultad que dispone, de
cerrar las Puertas de Shambalá, y posee la respuesta a esta pregunta: ¿sabe en
qué consiste la Operación Altwesten ?
–Camarada Tarstein, Ernest Schaeffer ya partió hace un año
hacia el Tíbet. Supongo que Ud. sabrá que en la expedición iba un buen amigo
mío, Oskar Feil, quien me suministró toda la información que poseo –dije,
advertido en el acto de que no me convenía mentir al bien informado Tarstein–.
Lo siento si falté a alguna regla, pues sé que la operación es ultrasecreta,
pero no he de negarle que mi desconfianza hacia Schaeffer no puede ser mayor:
incluso mi Taufpate Rudolph Hess confirmó que sobre él pesaban ciertas
sos-pechas y me sugirió que, pese a todo, Yo formaría parte de la expedición.
Pero lamentablemente eso no ha ocurrido, ignoro si para bien o para mal, y ya
no tiene arreglo debido al tiempo que llevan en el Asia. De todos modos,
desearía asumir toda la responsabilidad por cualquier falta que pudiese haber
cometido Oskar Feil al mencionarme la Operación Altwesten, pues sólo mi
curiosidad y las dudas que albergo sobre la conducta de Schaeffer son culpables
de sus confidencias.
–Tranquilícese, Kurt, que nadie lo está acusando de espionaje.
Respóndame, simple-mente ¿qué sabe de la Operación Altwesten ?
–Pues casi nada, Camarada Tarstein. Sólo estoy al tanto del
camino recorrido por la expedición hasta ahora, merced a las cartas secretas
que Oskar ha logrado enviarme desde distintos puntos del Asia. La última fue
despachada hace tres meses en Lhasa, en el Tíbet, con un mensajero que la hizo
llegar a Alemania a través de uno de nuestros consulados en la India. En ella
me informaba que se aprestaban a partir hacia el Noroeste, guiados por dos
misteriosos “lamas del Bonete Kurkuma”, y que llevaban salvoconductos del Dalai
Lama. Es todo lo que sé. El destino final no conseguí averiguarlo pues ni Oskar
lo sabe, pero es evidente que no se trata de una exploración hacia el Oeste,
como indica su nombre, sino hacia un sitio ubicado directamente en la dirección
opuesta. Parece que Schaeffer no confía plenamente en él e incluso lo ha
aislado del resto de los Oficiales.
–Es cuanto deseaba oír, Kurt. Yo le diré sin más adónde se
dirige Ernst Schaeffer: hacia la Puerta de Shambalá. Va a solicitar
al Rey del Mundo, en nombre de unas pretendidas “Fuerzas sanas de Alemania”, su
intervención para poner fin al Tercer Reich.
–¡Traición! –grité.
–Ja, Ja –rió con nerviosismo ante mi exclamación–. Se
sorprendería Ud. si supiera la magnitud, la multiplicidad y los alcances de las
traiciones que corroen al Tercer Reich y conspiran contra la conducción del
Führer. Pero es natural que así ocurra, puesto que el enfrentamiento que el
Nacionalsocialismo plantea a las Potencias de la Materia es Total: todo hombre
está sometido a la tensión esencial entre el Espíritu y la Materia; y muchos
serán los que cederán ante la Ilusión de la Materia, frente a la forma
judaica de la Ilusión de la Materia, es decir, el dinero, la paz, la democracia,
la libertad, la ley, etc. Sólo los hombres espirituales serán capaces de
superar esta Ilusión: la superarán con la sola fuerza de su Voluntad Graciosa,
con el acto de su Honor, con el valor de su Sangre Pura.
La de Ernst Schaeffer es una más de tales traiciones. Sólo que
a nosotros nos afecta particularmente por tratarse de un hecho esotérico, de
una circunstancia que podemos comprender de manera eminente. Sí, Kurt: la de
Schaeffer es una traición enorme pero no es la mayor de las traiciones que debe
afrontar el Führer. Sin embargo, hace bien en tomarla en serio, porque
de Ud. depende que sus Planes desleales triunfen o fracasen.
–¿Cómo podría Yo intervenir, e influir en los planes de
Schaeffer, desde Berlín? –pregunté aturdido.
–Pues no será Berlín desde donde actuará, Kurt, sino desde el
Asia. ¡Partirá Ud. de inmediato hacia la India! Mañana se presentará al S.D. y
recibirá órdenes del d Oberführer Papp: ¡él le demostrará
cómo es posible alcanzar a la expedición de Schaeffer antes que llegue a la
Cordillera Kuen Lun! Pero ahora le anticiparé algo que, no lo dudo, lo motivará
a Ud. profundamente. Ante todo, le diré que la Orden Negra tiene, desde el
principio, excelentes espías en el grupo de Ernst Schaeffer: es por sus
informes que hemos sabido del “incidente” con el profesor y de su amistad con
Oskar Feil. Bien; es sobre éste último que deseaba hablarle:
Tómelo con calma, Kurt, pero la verdad es que Oskar Feil corre
mortal peligro. Ciertamente, Schaeffer no ha confiado nunca en él, y si le ha
permitido integrar la operación es porque planea eliminarlo en el Asia: ¡sólo
Ud., si llega a tiempo, podrá quizás salvarlo!
–Pero ¿por qué llevarlo al Asia? Si desconfiaba de Oskar ¿por
qué no se deshizo de él en Alemania? –grité desesperado.
–Ay, Kurt. Lamento tener que darle estas noticias. Sosténgase
fuerte, pues lo que va a oír es impresionante: su Camarada ha sido elegido para
ser sacrificado. Sí; no me mire de ese modo: ¡está confirmado! Aunque
todavía es posible evitarlo. El caso es que, en su trayecto hacia el Lago
Kyaring, más allá del Río Azul, Schaeffer habrá de cruzar el Cancel de Shambalá, el último
pórtico antes de llegar a la Puerta de Chang Shambalá. Y dicho pórtico
se halla custodiado hace milenios por una tribu de crueles guardianes, quienes
están dirigidos por los malignos lamas Jafranpa o “lamas del Bonete
Kurkuma”, miembros de la Fraternidad Blanca. En el Tíbet, la verdadera
autoridad religiosa no la ejerce el Dalai Lama sino su instructor de máxima
jerarquía en la secta Gelugpa: un Rimpoche, es decir un
lama “precioso”.
A los Gelugpa, o “lamas del Bonete Amarillo”, están sometidas todas las demás
agrupaciones lamaistas, incluida la Jafranpa: sólo los Bodhisattvas, los
Mahatmas, los Inmortales, están por arriba de ellos. Los Gelugpa protegen a los
lamas del Bonete Kurkuma y por eso Schaeffer dispone de salvoconductos del
Dalai Lama. Sin embargo, tales pases tienen un valor relativo, pues si bien el
poder religioso del Dalai Lama abarca todo el Tíbet, su poder político está
limitado por las fronteras chinas: y El Cancel de Shambalá se encuentra
actual-mente en territorio de China.
Los lamas del Bonete Kurkuma son expertos en la Ciencia de la
Kâlachakra, o “Rueda del Tiempo”, la Sabiduría que permite comprender y dominar
las conexiones kármicas, rten abel, y sincronizar la Rueda de
la Vida, Bhavachakra o Sridpai Khorlo, con el ritmo de los
Planes de la Fraternidad Blanca. Son, entonces, fervorosos adoradores de los
Señores del Karma y de su jefe, Rigden Jyepo, el Señor de Shambalá, el Rey del
Mundo, Jehová Satanás. Ellos exigen a todo lama peregrino que solicite
autorización para franquear el Cancel de Shambalá, el Yajnavirya, es decir, un sacrificio humano. Como comprenderá, Ernst
Schaeffer no dio ningún motivo para que se lo exceptuara de tal obligación.
En síntesis, Kurt: Oskar Feil fue seleccionado por Ernst
Schaeffer para ser entregado a los Lamas del Bonete Kurkuma. Ellos ofrendarán
su vi-da a Rigden Jyepo mediante el degollamiento ritual Yah-Sa.
Horas después de esta conversación con Konrad Tarstein,
mientras viajaba a Renania para retirar mis pertenencias de Werwelsburg, me
miré en un espejo del tren y aún tenía los ojos inyectados en sangre. Durante
la reunión, cuando Tarstein me reveló la muerte que esperaba a Oskar, hubiese
destrozado a Ernst Schaeffer con mis manos, de haber podido darle alcance en
ese momento.
Konrad Tarstein se ocupó de advertirme que no era esa la
conducta que la Orden Negra solicitaba de mí. Todo lo contrario: mis órdenes
consistían en localizar la expedición de Schaeffer lo antes posible e
incorporarme a ella sin violencia. Para eso iría munido de las correspondientes
autorizaciones oficiales: un decreto secreto del Führer y un pase del Reichführer
Himmler. Además me acompañarían dos agentes secretos de la SS.. Se
trataba de dos SS. Haupsturmführer que asociaban las paradójicas virtudes de poseer, ambos, un doctorado
en leyes, y haberse desempeñado por cinco años en la Gestapo, donde se
convirtieron en asesinos expertos.
Según Tarstein, la mejor Estrategia exigía que Yo me plegase a
la expedición y manifestase allí el Signo del Origen. Tal demostración sería
suficiente para hacer fracasar la Operación Altwesten. Y ello se lograría sin
efectuar ninguna maniobra esotérica, sin emplear ninguna técnica mágica:
bastaría el solo acto de mi presencia para que los Demonios cerrasen la Puerta
de Shambalá.
Capítulo XXI
El Oberführer Papp, antiguo conocido,
me impuso de los detalles de la misión. La partida sería en cuatro días, pues
ya tenían todo listo: víveres, equipos, armas, documentación falsa, etc. En
verdad, recién entonces lo vi con claridad, aquella operación estaba preparada
desde mucho tiempo atrás y, al parecer, sólo de-pendía de mí para ponerse en
ejecución. Vale decir, que todos los que participaban de la operación, o de su
secreto, el Führer incluido, estaban aguardando mi Iniciación, esperan-do el
momento en que Yo adquiriese conciencia espiritual de la Clave del Signo y me
pudiesen exponer la misión en el Asia. Creo que jamás sentí tanta vergüenza
como entonces: Yo, el estúpido y arrogante aprendiz de Iniciado, había perdido
meses, meses precio-sos, tratando de profundizar racionalmente en la Sabiduría
Hiperbórea de la Orden Negra; al fin, comprendiendo que transitaba por un
callejón sin salida, que era presa de una trampa de la lógica, busqué en mi
Espíritu la Verdad última que la razón, y el conocimiento racional, me negaban;
y
propicié así el Kairos Iniciático, de acuerdo a la confirmación que de
él hicieron los Iniciados de la Orden Negra; luego fui Iniciado y Konrad
Tarstein me explicó el carácter de la misión “Clave Primera”, tal su
denominación codificada, y describió la facultad que Yo debería emplear para
“cerrar la Puerta de Shambalá”, puerta que Ernst Schaeffer se proponía abrir y
que tal vez estuviese abriendo en ese momento.
Esos pensamientos, y esta posibilidad, me angustiaban
sobremanera, y diría la ver-dad si afirmara que aún aquellos cuatro días para
partir se me figuraron interminable-mente largos.
La primera etapa era en avión. Volaríamos desde Berlín hasta
Tanzania, en la costa oriental de Africa, haciendo escala en diversos países
africanos o colonias de aliados de Alemania, tales como España e Italia. En
Tanzania, en la región de lo que fuera hasta la Primera Guerra Mundial el
Estado de Zanzibar, nos arrojaríamos en paracaídas sobre la granja de una
antigua familia de colonos alemanes que trabajaban ahora para el Servicio
Secreto. Debía seguirse tal ruta porque la misión estaba calificada como “operación
ultra-secreta de la Waffen SS.” y porque se efectuaba el vuelo en un
avión militar especialmente adaptado para el caso: se trataba de un Dornier, o “lápiz
volante”, al que se había reemplazado su clásica carga de bombas por
tanques suplementarios de combustible.
En Tanzania, pues, descendimos sin problemas tanto nosotros
como la carga de armas y equipos. Los colonos nos esperaban desde hacía tiempo
y habían adquirido para nosotros un cargamento de hilos de algodón, en el que
se apresuraron a ocultar los objetos comprometedores. Un día después, y
luciendo un atuendo de indudable confección levantina, muy apropiado para el
papel de comerciantes egipcios que debíamos representar, los colonos nos
condujeron a la isla de Zanzibar en un lanchón de regulares dimensiones. En el
puerto estaba anclado el buque italiano Tarento, que participaba secreta-mente
de la operación y nos transportaría hasta Dacca, en el N.E. de la India.
En Zanzibar cambió completamente nuestra identidad. Tanto Yo,
como los dos d Haupsturmführer, seríamos a partir de allí
“comerciantes egipcios”. Era una jugada arriesgada, puesto que Egipto estaba en
poder de los ingleses, pero nuestros pasaportes e historias fraguadas tenían
pocas fallas y parecía difícil que despertásemos tantas sospechas como para
iniciar una investigación. Yo mismo era verdaderamente egipcio y hablaba tan
bien el inglés como el árabe, idioma que también dominaban mis Camaradas,
aunque no así el inglés, al que imprimían fuerte acento alemán. Empero y
llegado el caso, bastaría con que se expresasen correctamente en árabe, puesto
que en Egipto nadie estaba obliga-do a saber inglés.
El Tarento cruzó el Océano Indico, con una sola escala en
Ceilán, y luego se internó en el Golfo de Bengala con rumbo a Calcuta y Dacca.
Finalmente ascendió por el Río Dalasseri, que es un brazo del Brahmaputra, y se
fondeó frente a su orilla izquierda, en el puerto de Dacca, importante ciudad
de lo que fue la Presidencia del Bengala Propio, luego Provincia de Bengala,
después el Estado islámico del Pakistán oriental, y hoy Bangla Desh. El
cargamento de hilo africano, con su precioso contrabando, pudo ser desembarcado
sin inconvenientes y almacenado en un depósito que alquilamos al efecto.
No planeábamos permanecer demasiado tiempo en Dacca: el
suficiente para vender o cambiar los hilos por las ricas sedas y muselinas
bengalíes, aprovisionarnos de víveres, y contratar porteadores. Nuestra siguiente meta era la ciudad de Punakha, capital de Invierno del País
de Bután. Allí nos aguardaba el SS. Standartenführer Karl Von Grossen y su
ayudante, el SS. Obersturmführer Heinz Schmidt, ambos de la
División III de la R.S.H.A.[36],
llamada “Servicio Extranjero de Información” o “S.D. exterior”. Von Grossen
era el jefe de la “Operación Clave Primera” y, aunque tenía como superiores
inmediatos a Schellemberg y Heydrich, para esta misión fue puesto bajo el mando
directo del Reichführer Himmler. Se había adelantado hacía ya muchos meses
y mantenía, de algún modo extraño, bajo permanente observación a la caravana de
Ernst Schaeffer. Tenía fama de hombre inteligente y rudo. También había sido
policía, como mis asistentes Kloster y Hans, revistando varios años en la
Gestapo de Baviera. Más luego solicitó el pase al S.D. exterior para hacer
valer su doctorado en Historia. Era experto en Historia y Geografía del Asia,
además de especialista en tácticas de despliegue rápido, conocimientos que
explican porqué el Reichführer Himmler lo eligiera para comandar la Operación
Clave Primera.
Tres días después salimos de Dacca hacia el Norte, tomando por
un camino que bordea la orilla izquierda del Brahmaputra hasta Bonarpara y
luego se desvía en dirección a Rangpur, la residencia del Rajá de Assam. Nos
hallábamos en Otoño de 1938 y el clima agobiante de esas regiones pantanosas,
surcadas por incontables ríos y sólo aptas para el cultivo del arroz, nos
hacían desear el ascenso a las zonas altas y frías de Bután. Los dos SS. Haupsturmführer, Hans Lechfeld y Kloster
Hagen, marchaban al frente, precedidos por quince porteadores arios puros, de
Raza holita, con todo el cargamento; Yo cerraba la columna. Exhibíamos sólo
tres fusiles Mauser de la Primera Guerra Mundial, armas acordes con nuestra
supuesta profesión de comerciantes, en tanto ocultábamos entre las ropas las
pistolas Luger de servicio y en las mochilas las temibles metralletas
Schmeisser.
Acampamos un día en los montes Garro y cruzamos el Assam sin
detenernos más que lo indispensable. Pronto nos encontramos a más de 2.000 mts.
de altura, alegrándonos de dejar atrás las regiones tropicales, infestadas de
animales salvajes y por los no menos salvajes bandidos de las tribus angka,
michi, dafla, abors, etc. Una senda que serpenteaba por la ladera oriental del
Himalaya nos conducía lentamente hacia el Bután.
En la aldea de Taga Dzong nos recibieron con gran alborozo,
como si fuésemos embajadores de alguna potencia occidental, lo que nos causó
gran contrariedad pues no deseábamos llamar la atención de los ingleses ni de
ningún verdadero diplomático de la nación que fuese. Sin embargo, el misterio
pronto se aclaró, al comprobar que dos enviados de Von Grossen esperaban
nuestra llegada desde hacía meses para guiarnos hasta Punakha: eran dos lopas,
funcionarios del Deb Rajá de Bután.
Acompañados por los delgados pero vigorosos lopas, también de
Raza aria, atravesamos numerosos valles pequeños, enclavados entre cordilleras
de enorme altitud. Tras cada escalón de la ladera himaláyica ascendíamos
cientos de metros, no siendo infrecuentes los pasos, o dvaras, de 4 ó 5 mil
metros. Los lopas hablaban bodskad, la lengua tibetana que Yo, como Ostenführer,
comprendía perfectamente. En el dialecto de Jam nos explicaron que no iríamos
directamente a Punakha pues allí, junto al Deb Rajá, se hallaba una guarnición
inglesa: Karl Von Grossen estaba en un monasterio cercano, bajo la protección
del jefe espiritual del País, el Dharma Rajá.
Al fin, arribamos al monasterio taoísta, construido sobre un
monte cubierto por nieves eternas y desde el cual partía un escabroso sendero,
sólo apto para peatones, que atravesaba el Himalaya y conducía al Tíbet. Von
Grossen y su ayudante nos salieron al encuentro.
–¡Heil Hitler! Temía que no llegasen a tiempo –nos dijo por
todo saludo.
–¡Heil Hitler! –respondí– El SS.Haupsturmführer Doktor Kloster
Hagen y el SS. Haupsturmführer Doktor Hans Lechfeld, –presenté a mis acompañantes– y Yo, SS. Sturmbannführer Kurt Von Sübermann. ¡Sieg
Heil, main Standartenführer !
Von Grossen me observó
atentamente, con curiosidad científica.
–¿Así que Ud. es el misterioso Iniciado de quien puede depender
el Destino del Tercer Reich? –se preguntó con asombro– ¡Me lo imaginaba de otra
forma!
–¿Cómo? –exclamé, perturbado por la indiscreta franqueza del Standartenführer.
–No lo tome a mal –dijo sonriendo por primera vez– pero es que
aquí se ha hablado mucho de Ud., quizás más que en Alemania. Ud. sabe: esta
gente tiene facultades psíquicas muy desarrolladas y durante varias semanas le
han captado mientras se aproximaba. ¡No exageraría en lo más mínimo si le afirmo
que todo el Tíbet espiritual conoce en este momento su llegada a Bután! Pues
bien, Von Sübermann: ha sido Ud. observado psíquicamente y descripto de muy
diversas formas, de allí mis dudas. Hay quienes sostienen que es Ud. un Gran
Santo, y otros, por el contrario, que hacen de Ud. un terrible Guerrero.
–Nuevamente, la interrogación se había pintado en su rostro–. Pero nosotros sabemos
que Ud. es lo último ¿No?
Existía un dejo de duda en la voz de Von Grossen que me molestó
sobremanera.
–¡En efecto, Kamerad Von Grossen! Según la Regla de la Orden
Negra Yo soy un Guerrero, un Guerrero Sabio. Ignoro qué
apariencia suponía que debía tener, pero no le quepan dudas que soy
capaz de matar de la manera más terrible. Y que mataré de ese modo al que
intente frustrar mi misión.
–¡Bravo! –exclamó Von Grossen con evidente sinceridad– Lo
repito: debe Ud. disculpar mi sorpresa pero, tras tantos meses de espera, y
oyendo las historias más disparatadas de boca de los lamas, ya no sabía a
ciencia cierta qué clase de hombre esperaba. ¡Me alegro que sea Ud. un completo
oficial SS., Von Sübermann!
Karl Von Grossen y Heinz Schmidt, que no dijera una palabra ni
la diría más adelante pues era por demás de parco, nos habían alcanzado cinco
km. antes del Monasterio. En ese momento llegamos y fuimos invitados a pasar a
una confortable sala, donde ardía leña y guano en un hogar de piedra; afuera
reinaba una temperatura de diez grados bajo cero.
En realidad no estábamos en un simple monasterio de lamas, como
había supuesto, sino en una pequeña ciudadela rodeada de disuasiva muralla:
tras los muros existían tres edificios de muy diferente arquitectura. El más
imponente, era al Palacio del Dharma Rajá, donde residía en Invierno el Jefe
espiritual de Bután. El segundo en importancia se trataba de una antiquísima
Pagoda, quizá la construcción más vieja del conjunto. –Es un Templo
tallado magníficamente en una sola y colosal pieza de piedra –nos explicó Von
Grossen cuando atravesamos el patio exterior–. Data de los tiempos en que esta
región estaba dominada por los Sacerdotes Budistas de Manipur: el
Templo se dedicaba al Culto del Manú Vaivasvata, quien rige el presente
mânvântâra o Manuantara, es decir, el ciclo de existencia de una Humanidad de
animales-hombres. Posteriormente el País fue conquistado por una tribu
lopa al mando de Iniciados taoístas, quienes eran profundamente iconoclastas y
odiaban a todos los Sacerdotes, sin distinción de Culto. Ellos,
naturalmente, clausuraron el templo luego de pasar a cuchillo a sus últimos
mora-dores. De no haber sido así, ahora se veneraría aquí a Maitreya, la
próxima reencarnación del Manú, quien no sería otro que el Meshiah que esperan
los judíos. Pero las Ordenes de Sacerdotes budistas no han olvidado este lugar
y permanentemente acechan, buscando la oportunidad de reconquistarlo.
La tercer construcción, en la que nos hallábamos, era el
Monasterio propiamente dicho y consistía en un laberíntico edificio donde
habitaban por igual una numerosa comunidad de monjes y monjas tibetanas.
Aquella composición de Iniciados mixtos me sorprendió y así se lo hice saber a
Von Grossen.
–Es que los actuales ocupantes constituyen una Sociedad Secreta
que no es ni hinduísta, ni budista, ni taoísta, sino que se halla “más allá” de
tales sistemas religiosos: y “más allá” no significa “por arriba” o “sobre”,
sino fuera.
Es decir, que la Sabiduría que ellos poseen se halla fuera de los sistemas
religiosos. No sostienen, pues, un mero sincretismo sino una Sabiduría
espiritual verdadera, posiblemente lo mismo que Uds. en la Orden Negra, y
nosotros en el Instituto Ahnenerbe, denominamos Sabiduría Hiperbórea. De
hecho ellos adhieren totalmente al Nacionalsocialismo, aunque no les interesa
tanto la política como la Filosofía de la SS. y la presencia terrestre
del Führer, a quien llaman “El Señor de la Voluntad”.
Los cinco oficiales SS. ocupábamos sillas en torno al
extremo de una mesa de notable longitud: un grupo minúsculo en un sitio donde
cabían más de cincuenta comensales. Von Grossen estaba sentado en el centro, de
espaldas al crepitante hogar. Los porteadores holitas descansaban en una cuadra
cercana. La conversación se interrumpió al hacer su entrada tres monjes
ataviados con negras túnicas de lana de yak. Llevaban la cabeza cubierta con una
capucha cosida a la misma túnica, lo que les ensombrecía la cara, aunque se
podía apreciar que los tres tenían el cabello largo y eran de Raza tibetana,
posiblemente lopas. Dos aparentaban ser muy jóvenes y fuertes, y eran de
distinto sexo: un yogui y una yoguini, Iniciados en Artes Marciales, que se
movían con gracia felina. El tercero, un anciano de edad indefinida, dirigió
unas palabras a Von Grossen en bodskad de Jam.
El SS. Standartenführer se apresuró a presentarlo:
–Kameraden: frente a
Uds. el Guru Visaraga, jefe de este Monasterio, junto a sus dos principales sadhakas.
Saludaron con una inclinación de cabeza, a la que respondimos
absurdamente mediante la venia nazi.
–A pesar de ser los anfitriones –aclaró Von Grossen– solicitan
permiso para permanecer a nuestro lado. Les he contestado afirmativamente, pues
son gente de absoluta confianza. Prosigamos, entonces, tratando nuestros
negocios.
Los monjes tomaron asiento y Von Grossen continuó
tranquilamente hablando en alemán. Y durante el tiempo que duró la
conversación, pude comprobar con desagrado que no me quitaban los ojos de
encima, como si algo en mi aspecto atrajese irresistible-mente su atención y
los hubiese hipnotizado.
–Como les decía –explicó Von Grossen– estos monjes constituyen
una Sociedad Secreta conocida como “Círculo Kâula”. Su Sabiduría es el Kula, el
tantrismo “de la mano izquierda”, un sistema de yoga que permite trasmutar y
aprovechar la energía sexual, pero que requiere la participación física de la
mujer. De allí la población mixta que a Ud. le ha sorprendido, Von Sübermann.
Los kâulikas son temidos en el Tíbet pues se los considera “Magos Negros”, pero
a mi modo de ver lo único negro que tienen es la túnica. Bromas aparte, es
evidente que tal calificación procede de sus más enconados enemigos, los
miembros de la Fraternidad Blanca, una misteriosa organización que está atrás
del Budismo y de otras religiones, y que es muy poderosa en estas regiones: es
por oposición y contraste a la “blanca” Fraternidad que los
kâulikas son llamados “negros”, ya que ellos son ascetas
de elevada moral. Todos los hombres y mujeres que Ud. ha visto aquí son
sadhakas vamacharis [37].
Los Iniciados e Iniciadas en el Camino del Kula realizan
periódicamente un Ritual denominado “de los Cinco Desafíos”, en el que
practican “cinco actos prohibidos a los Maestros de la Kâlachakra”, lo que
explica por qué son odiados por los Gurúes de Shambalá. Vulgarmente, el Ritual
secreto es conocido también como “Pankamakâra” o “de las cinco M”,
porque con esa letra comienzan los cinco nombres de las “cosas prohibidas”: madya,
vino; mâmsa, carne; matsya, pescado; mudrâ,
cereales; maithuna, acto sexual. Según sus enemigos budistas, por
practicar este Ritual los kâulikas se sitúan en el vâmo mârga, o “Camino de
la Izquierda”, el sendero de los Kshatriyas, que conduce a la Guerra y no a la
Paz, a Agartha y no a Shambalá, a la unificación absoluta de Sí-Mismo y no a la
aniquilación nirvánica del Yo identificado con El Uno Parabrahman. Lo cierto es
que por medio de técnicas secretas de su Tantra sexual, los kâulikas
desarrollan increíble poder sobre la naturaleza animal del cuerpo humano e,
incluso, consiguen obtener la liberación espiritual.
Resumiendo, Von Sübermann, los kâulikas son yoguis perfectos,
Iniciados capaces de alcanzar en el éxtasis del acto sexual el Infinito y la
Eternidad del Espíritu, y de situar su núcleo de conciencia más allá de Mâyâ,
la Ilusión de las formas materiales.
Del taoísmo primitivo poco ha quedado, aunque formalmente, a fin
de evitar persecuciones, los monjes se definen a sí mismos como “taoístas”,
Religión más potable para los Príncipes budistas e hinduístas de los países
vecinos. Pero en los shastras de Lao Tsé que se conservan en este Monasterio la
palabra “Tao” ha sido sustituida por “Vruna”, vale decir, por Shakti,
el Espíritu Eterno e Infinito del hombre. No olvide, Von Sübermann, que aquí
estamos frente a una Sabiduría que proviene de una fuente distinta de Chang
Shambalá, y por eso la Shakti significa “Espíritu Puro”, un concepto semejante
a la “Gracia” de la teología occidental.
Vruna es una antigua palabra indoaria que significa “Espíritu
Eterno, Infinito e Increado”: de ella derivan los signos que representan tales
sentidos, es decir, las Runas, reveladas a los arios por
Wothan; también el Dios Varuna registra la misma raíz. Empero, y de acuerdo a
las más remotas tradiciones de la Raza Blanca, la misma “Vruna” procede a su
vez de la palabra atlante Vril, que tenía idéntico
significado. Ya ve, Von Sübermann, que el “Vril” propuesto en Alemania como
ideal espiritual del Caballero Iniciado SS.,
es un estado representado aquí por Vruna, el poder tántrico de situarse más
allá de Kula y Akula, y como el aunténtico Tao espiritual está más allá de Ying
y Yang. Para el hombre espiritual, el Vril como Vruna reviste siempre la forma
de una Diosa Antigua, una Shakti Divina, que no es otra más que la imagen
olvidada de la Pareja del Origen. Los kâulikas creen que una vez
alcanzada la Vruna, lo que sólo se consigue luego de pasar por la muerte
ritual, el Espíritu libre se encuentra frente a la Verdad del Origen, se
reencuentra con su pareja original, y se consuman las Bodas del Espíritu, luego
de las cuales se recupera la Eternidad. El kâulika, vivo o muerto, experimenta
desde entonces un Amor helado que no es de este Universo y queda reintegrado a
una Raza de Dioses Vrúnicos, Señores del Vril.
En síntesis, aquí los kâulikas siguen el Sendero Kula,
que comienza en la mujer de carne y termina en la Pareja Original, en lo
profundo de Sí Mismo: al final de ese peligroso camino, el kâulika, enfrentado
definitivamente con la Verdad, corridos los velos de todos los Misterios, es
Shiva, el Destructor de la Ilusión, el Guerrero por excelencia. Para nosotros,
Von Sübermann, Shiva es Lúcifer, es Caín, es Hermes, es Mercurio, es Wothan:
para nosotros, Shiva es el prototipo del Caballero d.
El Guru Visaraga y sus sadhakas continuaban observándome con
delectación. El extraordinario informe brindado por Karl Von Grossen me acababa
de revelar por qué había sido elegido para presidir aquella operación: a sus
dotes y conocimientos militares, el Standartenführer sumaba una gran
comprensión de las costumbres y creencias religiosas del Asia. Decidí hacerle una
pregunta concreta, sobre el objetivo principal de la misión.
–Mucho le agradezco sus valiosos datos –dije– pero hay algo que
me preocupa des-de que arribamos. Entonces Ud. dijo: “creí que no llegarían a
tiempo”. ¿De qué tiempo disponemos, Herr Von Grossen?
–Poco, muy poco, Von Sübermann. Pero será suficiente, si
partimos cuanto antes y redoblamos la marcha, para alcanzar a Schaeffer antes
del lago Kyaring ¿Está Ud. enterado que allí será entregado a una secta de
fanáticos asesinos uno de los integrantes de la expedición, el oficial Oskar
Feil?
–Sí –respondí–. Fui informado en Berlín. Lo que me intriga es
cómo ha podido saberlo Ud., de qué medios se vale para conocer en todo momento
la ubicación de la expedición de Schaeffer.
–No es ningún secreto, ni se trata de ningún procedimiento
misterioso o sobrenatural: es espionaje liso y llano; el caso más clásico de
espionaje que ha estudiado en el Curso de Seguridad. Como Ud. ya sabe, desde
que la Operación Altwesten se gestó en Alemania, fue infiltrada por el S.D.:
tenemos allí dos hombres del Servicio Secreto que no han despertado sospecha
alguna en el desconfiado Ernst Schaeffer. Sin embargo, ellos nada hubiesen
podido hacer si no contásemos a nuestro favor con el apoyo del Círculo Kâula,
cuyos tentáculos se extienden por todo el Tíbet. Son los fieles kâulikas
quienes transportan los mensajes de nuestros espías a través del Himalaya y nos
facilitan permanente-mente la localización de la expedición. Ya le dije, Von
Sübermann, que en estos países los kâulikas son muy temidos, y su fama favorece
la colaboración de los supersticiosos pobladores. Fama que, en este sentido,
ellos no desmerecen en absoluto, pues más que ascetas son monjes guerreros y
los traidores pueden estar seguros de que tarde o temprano morirán en sus
manos. Así, pues, una vasta red de espionaje se ha tendido en torno de nuestro
objetivo.
Conviene que sepa, Von Sübermann, que el Dharma Rajá, el Jefe
espiritual de todo el país de Bután, es secreto partidario del Círculo Kâula y
por eso ha destinado el Palacio contiguo como Residencia de Invierno. Odia
intensamente a los ingleses, a los que considera “representantes de los
Demonios”, y ha ordenado que se nos preste la mayor ayuda posible mientras
permanezcamos en su País. El segundo hombre importante es el Deb Rajá, a quien
se ha encargado de la Administración y los asuntos de Estado, por lo que de-be
permanecer en Punakha y soportar a los ingleses, a los que odia tanto como el
Dharma Rajá. De todos modos, nosotros contamos con salvoconductos oficiales que
nos permitirán llegar al Tíbet y aún movernos en ese país, presentándonos como
funcionarios y comerciantes al servicio del Rajá.
–De acuerdo a lo dicho –prosiguió Von Grossen– disponemos de
muy poco tiempo. Deberíamos partir mañana mismo si fuese posible. Ernst
Schaeffer ha salido de Lhasa hace tres semanas, siguiendo la ruta hacia Chamdo,
pero su marcha es lenta pues no desea que algún malentendido malogre su visita
a Chang Shambalá: sabe que sus movimientos son permanentemente vigilados desde
la Torre Kampala. Su cautela se torna más comprensible, también, si se
considera que debió permanecer un año en Lhasa, en el Palacio del Dalai Lama,
hasta que recibió la autorización para acercarse a Chang Shambalá: debe todavía
atravesar el Cancel y persuadir a sus Guardianes de que, en efecto, cuentan con
el aval de los Maestros. Se comprende, entonces, que trate de evitar errores y
se aproxime lentamente a su infernal destino.
Por nuestra parte, debemos partir lo antes posible pues se
acerca el Invierno y pronto los pasos del Himalaya se convertirán en glaciares.
Empero, una vez en el Tíbet, nos apartaremos de la ruta comercial tomada por
Schaeffer y adelantaremos jornadas hasta darle alcance.
Capítulo XXII
Karl Von Grossen tenía todo previsto para salir de
inmediato cuando nosotros llegásemos. No obstante, pese a los esfuerzos, no se
podría iniciar la marcha hasta dos días después. El día siguiente a nuestra
llegada lo pasé, pues, entretenido en recorrer el Monasterio y examinar la
maravillosa obra escultórica de la Pagoda. Allí me ocurrió un simpático hecho
que, asombrosamente, te ha afectado a ti, neffe Arturo, más de cuarenta años
después...
Al
penetrar en la nave de la ciclópea roca tallada, me vi rodeado de improviso por
un grupo de monjes kâulikas. Hasta ese momento habían estado entonando un
mantram frente a una gigantesca estatua de Shiva danzando sobre el Dragón Yah:
al notar mi presencia fueron silenciando poco a poco sus bijas y luego, al
igual que los árabes que me secuestraron en El Cairo, se precipitaron como
hechizados junto a mí. Mas entonces Yo estaba prevenido pues largos años había
pasado en los Ordensburg y en la Orden Negra bajo la instrucción de Konrad
Tarstein para ignorar lo que les sucedía a aquellos Iniciados. Era el Signo del
Origen, el Signo invisible para mí que en los kâulikas causaba el efecto
carismático de elevarlos espiritualmente hacia el Origen de Sí Mismo: por eso
ellos deseaban situarse cerca mío, contemplarme, sostener la percepción de lo
Increado. Nada más que eso querían y por eso Yo permanecí inmutable en el
sitio, mientras aquellos Iniciados se ausentaban de la irrealidad del Mundo y
accedían a la Realidad del Espíritu.
Así permanecimos un rato, en absoluto silencio: una nueva corte
de estatuas para aquel gélido panteón. Yo comprendía su lengua y había
intentado hablarles, pero fue inútil pues en su estado místico consideraban
casi un sacrilegio dirigirme la palabra. Luego de un tiempo prudencial comencé
a pensar la forma de librarme de ellos, cuando advertí que se acercaba,
inusualmente sonriente, el Guru Visaraga. Todos los monjes se apartaron a su
paso y él, tomándome del brazo izquierdo, me sacó de tan difícil situación.
Lentamente me condujo al patio, seguido a regular distancia por los alucinados
monjes.
En
el patio lo aguardaban los sadhakas que vimos la noche anterior, soportando
cada uno la rienda de un enorme mastín. Llevaban correa al cuello, sin bozal,
de donde se sujetaba la mencionada rienda, y sin embargo no proferían ni un
ladrido: mudos, silenciosos como los monjes que me rodeaban, aquellos terribles
canes me observaban sin pestañear.
Entonces el Guru Visaraga habló. Y sus palabras aún resuenan en
mis oídos con extraña nitidez.
–Oh Djowo: Vos sois para nosotros un Shivatulku, es decir, una
manifestación de Shiva. Estos perros que veis aquí, son un obsequio de nuestra
comunidad para quien exhibe tan claramente el Signo de Bhairava: la hembra se
llama “Kula”, y el macho “Akula”.
Era el último regalo que hubiese esperado recibir de los
kâulikas. Iba a protestar pero el Guru no admitía réplica: –¡Vielen dank! dije
solamente.
–Vuestro compañero Von Grossen, que compartió varios meses
nuestra mesa, nos ha confiado que los Iniciados de la SS. sois capaces
de detener a un mastín enfurecido por medio de un grito.
Asentí con un gesto:
–En efecto –dije–. Todo Iniciado SS. debe demostrar que es capaz de imponer el Señorío
del Espíritu sobre todas las criaturas animales de la tierra, por más salvajes
que sean.
–Ah –suspiró el Guru–. Nos resulta difícil imaginar vuestro
mundo así como a vosotros se Os torna casi imposible representar el nuestro.
Más que las Razas, nos separa un Universo de Símbolos, un Muro de Ilusión
plantado por el Gran Engañador. Vosotros a menudo os conformáis con palabras
vacías, vale decir, os contentáis con palabras que re-presentan ideas, ideas
que tienen poco peso en la realidad, ideas que son tan ilusorias como las
restantes formas de Maya. El Signo que vos portáis os hace distinto al resto de
los mortales. Sin embargo ni vos, ni vuestros Gurúes, sabéis cómo demostrar esa
supremacía. Pues bien, con esta simple pareja de dogos, Oh Bhattaraka, vos
haréis lo que nadie, salvo que porte también el Signo de Shiva, es capaz de
hacer en este Mundo: Os revelaremos un Kilkor [38] que os permitirá comandar
mentalmente a ambos mastines a la vez.
Lo de dirigir a un perro con la mente sería efectivamente
increíble para cualquier mentalidad racionalista, mas Yo lo consideraba posible
y lo tomaba con naturalidad; lo que me resultaba incomprensible era aquello de
controlar a “ambos mastines a la vez”. El Guru Visaraga, que continuaba
explicando las características del siniestro regalo, no tardó en aclarar todas
mis dudas.
–No os dejéis engañar por su aspecto fiero –afirmó con
vehemencia–. No son animales comunes sino una pareja especialísima de perros daivas [39], balanceados en nuestro
Monasterio gracias a fórmulas antiquísimas que posee el Círculo Kâula: los
perros daivas son manifestaciones de la pareja arquetípica de perros celestes;
cada uno es el exacto reflejo del otro, y ambos emanan perfectamente del Perro
del Cielo; incluso sus cuerpos etéricos pertenecen a la misma Alma Grupal. Son
como pares
de principios opuestos manifestados y, normalmente, uno neutralizaría
al otro sin remedio. Durante una guerra muy antigua, quizás anterior a la que
narra el Mahabarata, los Gurúes entrenaban a los perros daivas como arma, para
que atacasen en pareja y no pudiesen ser detenidos por los enemigos de varna inferior:
sólo
los Kshatriyas, los Héroes espirituales, los que por su Sangre Pura se
encontraban “más allá” de los principios opuestos Kula y Akula, lograban
detener a los perros daivas. ¡Es lo que vos, que ostentáis el Signo de
Shiva, podéis hacer hoy con Kula y Akula!
Ya veis –concluyó el Guru– que aunque vuestro poder de detener
a un mastín enfurecido mediante voces de mando os pueda parecer una hazaña
inimitable, y tal vez lo sea en Occidente, nada podríais hacer contra una
pareja de perros daivas. Desde luego, hablo de los Iniciados SS. en
general. Porque vos, Dulce Peregrino, sois distinto a
todos, poseéis el antiguo Tao, la quietud activa de Shiva meditando: ¡Vos
podéis dominar a los perros daivas con la mente porque Vuestro Espíritu está
más allá de Kula y Akula!
Imagínate, neffe Arturo, ocho varas con un trisula o tridente en
cada extremo, es decir, ocho varas y dieciséis tridentes, dispuestas
paralelamente una junto a otra y sepa-radas por pequeñas distancias. Imagínate luego
otro conjunto igual, pero con las varas ordenadas perpendicularmente a las
anteriores. Aplica finalmente un conjunto sobre otro para formar una rejilla, y
obtendrás la forma básica del Yantra que me enseñó el Guru Visaraga: una reja
cuadrangular con ocho tridentes de lado y cuarenta y nueve cuadrados
interiores.
Después de la explicación referida, el Guru, siempre acompañado
por la pareja de sadhakas y los feroces canes, me condujo a una estancia
iluminada por cientos de velas y cuyo piso no estaba pavimentado en modo
alguno. De una de las múltiples repisas cubiertas de velas, tomó unas bolsas
llenas de fina arenilla de colores varios y, con singular maestría, las fue
derramando en el suelo hasta formar el Kilkor descripto.
Me preguntó si sería capaz de recordarlo. Asentí con un gesto y
entonces dijo:
–Hijo de Shiva: no os sorprendáis porque conozcamos vuestros
secretos, porque sepamos sobre vos más de lo que vos mismo aprehendéis. Vos
procedéis de un país lejano, muchísimo más distante que el Assam Kâmarupa que a
nosotros nos parece muy apartado, pero tenéis bastante en común con los
kâulikas: sois de nuestra misma Raza y varna, sois un Kshatriya; lucháis en
nuestro mismo bando contra idéntico Enemigo; estáis Inicia-do en la misma
antigua Sabiduría de Shiva, el Señor de la Guerra y la Destrucción de Maya, la
Sabiduría que fundamenta el Tantra Kâula. Y, para nosotros, que somos Iniciados
en el Tantra Kâula, vos sois un Tulku de Shiva, como os llamé hace
un momento. ¿Sabéis qué es un Tulku?
–Creo que sí: –respondí sin demasiada convicción– la
reencarnación de un Dios.
–¡No! –negó con firmeza el Guru Visaraga, aunque sonreía
compasivamente–. Debéis decir, en todo caso: una de las reencarnaciones simultáneas
de un Dios. De acuerdo con la Doctrina tántrica, cuando un Dios, en determinada Epoca, decide revelarse
a los hombres, puede hacerlo, y generalmente lo hace, en una multitud de
manifestaciones físicas: el Dios posee entonces una pluralidad de cuerpos, existe
como hombre simultáneamente en distintos lugares y circunstancias. Esos
hombres, como vos, expresan las señales del Dios pero a veces ignoran
que son Tulkus.
Hay, pues, varios Tulkus al mismo tiempo. Nuestro Tíbet,
siempre fue rico en Tulkus debido a la espiritualidad elevada de los arios y de
otras Razas que dominaban igualmente la antigua Sabiduría; nosotros somos
quizás los únicos Iniciados en el Mundo que sabemos leer las señales de los
Tulkus. Pero ahora, al final de la Era de Kâly, los Dioses se han trasladado a
los países de la región que vos provenís y a otros que se hallan tras los
océanos tenebrosos. Vuestra patria, Alemania, donde se han reunido hoy en día
los descendientes más fuertes del tronco racial común, es uno de los últimos
escenarios terrestres en que los Tulkus representarán el Drama de la Guerra de
los Cielos. ¡Vos, sois un Tulku de Shiva! No es casual que estéis cumpliendo
esta misión ni que nosotros os ayudemos: son los otros Tulkus, que conviven con vos
en vuestra Nación, quienes con gran Sabiduría os han enviado a bloquear el paso
de los Asuras de Shambalá.
Y porque os reconocemos como Tulku es que os vamos a dar la
dîkshâ en el Kilkor svadi[40].
Puedes suponer, neffe, las dudas que me causaban las creencias
de los kâulikas. ¿Yo un Tulku? La verdad era que Yo me sentía la manifestación
de un
único Espíritu, pero de ningún modo podía afirmar o negar que fuese
también su única manifestación. Jamás se me había ocurrido pensar en tan inquietante posibilidad
pero, de hecho, en ese momento no creía en ella. Aunque no me hubiese
disgustado, por ejemplo, participar como Tulku de la esencia del Führer y
compartir de esa forma su Destino de Gloria.
El Guru me ofreció una copa construida con un cráneo humano,
artísticamente revestida en su interior con láminas de plata y tachonado de
esmeraldas, que se hallaba rebosante de un desagradable brebaje. Contenía nang
tcheud, la versión tántrica del soma, amrita o hidromiel,
vale decir, el elixir de los Rituales de Iniciación, la bebida de los Dioses
(Siddhas) o semidioses (viryas); el nang tcheud se emplea principalmente, en el
Ritual de los Cinco Desafíos, pues se halla elaborado con las cinco “cosas
prohibidas”: cinco clases de carne, inclusive humana; cinco peces; cinco
cereales; cinco vinos; y cinco substancias vinculadas al sexo, tales como orín,
semen, sangre, heces, y médula.
Lo bebí con evidente desconfianza y el Guru Visaraga, tal vez
para tranquilizarme, se extendió un poco más en su explicación:
–Existen muchas clases de Kilkor: de Muerte, de Liberación, de
Encantamiento, de Poder, etc. Y todos requieren la maestría en el Mantram Yoga
y la perfección en la pronunciación de las fórmulas mágicas que los
vivifican. Por eso hay tres grados o formas de afirmar las palabras de
poder o bijas: la japa
vâchika, que consiste en gritar los bijas, como órdenes
acústicas, al modo de vuestras “voces de mando” militares; ésta es la
más baja de las japas y es la que utiliza la SS. para dominar a los
mastines; la japa[41]
upâmshu, que exige expresar los bijas sin gritar ni
hablar, como órdenes astrales; y por último, la más elevada de las japas es la manasâ,
cuyo efecto no es causal sino sin-cronístico, es decir, que hace coincidir
carismáticamente los bijas con el hecho que se quiere afectar, como órdenes
increadas. Como los palos del I-Ching forman un significado
increado que revela o descubre los designios de los Dioses, un significado no
querido por los Dioses, un significado que no estaba en el destino,
un significado que emerge por coincidencia acausal entre lo Superior
Desconocido y lo Inferior Conocido, un significado arrancado por la fuerza de
los Hombres Magos a los Dioses Traidores, del mismo modo la japa manasâ actúa
por la sola determinación de los Iniciados, de aquellos que están mas allá de
Kula y Akula.
Debéis saber, Oh Shivatulku, que sólo los grandes Iniciados son
capaces de adquirir maestría en la japa upâmshu, la de segundo nivel. Ellos son
los que poseen el poder de tulpa, o mudratulpa, la capacidad
de conceder realidad a las ideas ordenadas y hacerlas surgir en el Mundo: con
el Kilkor adecuado y la correcta japa upâmshu, es posible hacer aparecer toda
clase de objetos materiales o de producir infinidad de fenómenos. Aquí mismo,
estos perros daivas que véis, son sólo tulpas creados por nosotros para
de-mostrar vuestro poder de Tulku.
–En efecto, no os asombréis; hemos creado mentalmente los dogos
para que vos pongáis en práctica la japa superior, la japa manasâ, que es
virtud particular sólo de los Siddhas o viryas y que los Tulku poseen
naturalmente. Los perros daivas producto del tulpamudra son efectivamente
reales, pero sólo vos, Oh Shivatulku, los podéis gobernar con las japas del
Kilkor svadi. Los kâulikas requieren una peligrosa dîkshâ y sólo alcanzan a
expresar la japa upâmshu, pero vos, que sois virya, sólo necesitáis que os
transmitamos el Poder viryayojanâ que permite “dar vida” a las proyecciones
menta-les tulpa, el angkur de la japa manasâ. Vos no sois un kâulika,
pero sois un tântrika; y ya tenéis la potestad de la japa manasâ.
A continuación, procedió a suministrarme la clave de los 49
bijas que iban en los correspondientes sectores del Kilkor.
El procedimiento “mágico” de control era el siguiente: Yo debía
imaginar la reja del Kilkor y situar en cada cuadrado un bija o palabra de poder; y cada bija era una
orden que los perros obedecerían automáticamente: un bija significaba
¡silencio!, otro ¡avanzar!, otro ¡detenerse!, otro ¡atacar!, etc., etc., hasta
completar cuarenta y nueve.
Pese a mi escepticismo inicial, y para alegría de los monjes,
pude comprobar que el sistema era ciertamente infalible: una vez que hube
memorizado el Yantra, los perros se convirtieron en una extensión de mi propia
mente y bastaba la más leve insinuación de los bijas para que obedeciesen sin
chistar, o, mejor dicho, sin ladrar.
Como aquel efecto era lógicamente sorprendente, no pude evitar
interrogar al Guru sobre el modo en que el control mental se hacía efectivo.
–Para nosotros es muy simple –aclaró–. Hemos plasmado un Kilkor
semejante a éste en el cuerpo sutil de cada perro y hemos establecido una
correspondencia analógica entre cada bija y ciertas funciones vitales o
motrices de ambos animales. Si esto se hiciese con un solo animal, de cualquier
especie, el Guru o el Iniciado kâulika podría dominarlo sin obstáculos. Pero,
como os dije antes, la pareja de perros daivas es diferente: ellos participan
de un único Arquetipo perro y ambos están normalmente equilibrados; si la
orden mental se emite “por debajo” del Plano arquetípico, uno neutra-liza al
otro y carece de efecto; sólo quien es capaz de pensar “por arriba” del Plano
arquetípico, más allá del Arquetipo Creado por los Dioses de la Materia, sobre
la dualidad relativa de lo manifestado y la unidad absoluta de lo
inmanifestado, puede hacer prevalecer su voluntad en la acción de los perros
daivas. ¡No lo olvidéis nunca: ni un Maestro de la Jerarquía ni nadie
cuyo pensamiento se componga de principios opuestos, podrá detener a los perros
daivas!
Kula y Akula, neffe Arturo, eran los tatarabuelos de Ying y
Yang, los dogos que te atacaron cuando ingresaste de manera tan furtiva en la
finca y Yo te tomé por enemigo. Igual que sus antepasados, estos obedecen las
órdenes mentales del Yantra y se mueven ambos a la vez,
perfectamente sincronizados.
Capítulo XXIII
Esa mañana el Dr. Palacios me quitó la escayola. El
brazo estaba curado pero aún subsistía una horrible sensación de debilidad que
me recordó la terrible eficacia de los perros tibetanos. Los últimos relatos de
tío Kurt iban aclarando todo... al tiempo que me sumían en un Misterio mayor.
Su Iniciación, la misión en el Tíbet, el Poder del Signo del Origen, el
increible parentesco de su Instructor Konrad Tarstein con Belicena Villca, y el
asunto de los dogos. Sí, todo se iba aclarando, pero al mismo tiempo crecía el
Misterio de mi propia existencia. A cada instante se iban incorporando nuevos
elementos al contexto de mi vida: parientes desconocidos, países remo-tos,
Doctrinas ignotas, enemigos implacables. Pero ¿qué era Yo? De una cosa estaba
ahora seguro: jamás había tenido la más mínima chance de escapar de la
historia, jamás había sido libre de elegir mi Destino, jamás dispuse de una
pizca de albedrío. Todo fue ilusión, todo una farsa. Me sentía jugado, como un
trebejo de ajedrez, por seres inhumanos que evidentemente conocían las reglas
del juego y la posición de las piezas: el tablero era el Misterio, que apenas
vislumbraba, pero que no podría abarcar por estar inserto en él.
Comprendía que tenía que sacarme esas ideas pesimistas del
cerebro para no enloquecer. Y paradójicamente, cuando tío Kurt no me hacía
partícipe de su narración, me entretenía observando a los perros daivas, a los
que ya no temía: aguardaba, eso sí, que tío Kurt cumpliese su promesa de
revelarme los bijas del Yantra. Según él, Yo también podría controlarlos con la
mente.
Capítulo XXIV
A todo esto
–prosiguió tío Kurt esa tarde– se habían pasado los tres días y un helado amanecer
nos vio salir del Monasterio rumbo al Tíbet. La caravana se componía ahora por
los cinco oficiales SS., cinco de los porteadores holitas de Dacca, que
aceptaron el porte hacia el Tíbet, y diez lopas kâulikas, expertos en Artes
Marciales y Magia Tántrica. La travesía del Himalaya se hizo por un paso sólo
conocido por los monjes, que evitaba toda población hasta bien entrado en el
valle de Gangri pero que subía a más de 5.000 mts. y pasaba junto a la ladera
del Kula Gangri, majestuoso pico de 7.600 mts.
Ya en la meseta del Tíbet, el país de Pey-Yul, debíamos marchar
en derechura hacia el Norte; el plan de Von Grossen parecía descabellado en
principio, aunque bien mirado no lo era; y de hecho produjo los resultados
esperados. Consistía en alcanzar las orillas del Brahmaputra, que en el valle
de Gangri corre paralelo al Himalaya, de Oeste a Este, y embarcarnos en balsa
para navegar en su furiosa corriente: el punto indicado para descender (si es
que no naufragábamos antes) sería en los 30º de lat. N. y 95º de long. E. donde
el río “Hijo de Brahma” tuerce violentamente su curso rumbo al Sur y se dirige
a los valles de Bengala. Con semejante procedimiento táctico recuperaríamos
parte del tiempo que nos aventajaba la expedición de Ernst Schaeffer.
Según
la información que disponía Von Grossen, Schaeffer y sus hombres circulaban
por el camino YungLam, el cual terminaba su recorrido de 2.000 km. en China y
sólo se permitía su uso al correo o a los funcionarios oficiales del Tíbet; los
comerciantes, en cambio, utilizaban el camino Chang-Lam. Pero la operación de
Schaeffer, avalada por el Dalai Lama, era casi una misión oficial. Sin embargo,
el tránsito por aquella senda no sería fácil pues, antes de llegar al lago
Kyaring, asiento del Cancel de Shambalá, se debían salvar decenas de
obstáculos; para que te formes una idea, neffe Arturo, de lo accidentadas que
eran aquellas vías de comunicación, te diré que en sólo 600 km. de su trayecto,
desde Lhasa a Chamdo, el camino Chang-Lam franqueaba más de cuarenta
cordilleras, por pa-sos que se elevaban entre 3.000 y 5.500 mts.; y eso sin
contar los innumerables torrentes y ríos, a menudo carentes de puente, que
corrían briosamente por los valles intermedios.
En Chamdo, la caravana de Schaeffer se apartaría del camino
oficial y tomaría una senda de lamas peregrinos, abierta paralelamente a la
orilla derecha del río Mekong, que transportaría a los viajeros directamente al
lago Kyaring. Una vez allí se dirigirían hacia el Monasterio, o Gompa,
de los lamas del Bonete Kurkuma, de la tribu duskha, Guardianes del Cancel de
Shambalá. Ese Monasterio, conocido desde la Antigüedad como “Ashram Jafran” y
que nosotros incendiamos, se hallaba tras la muralla de la ciudad de los
duskhas, un pueblo de Raza tibetana famoso por la variedad de azafrán, o
kurkuma, que cultivaban, del cual extraían una droga narcótica de uso Ritual y
una tintura con la que teñían los bonetes o tiaras de sus lamas. Si todo salía
bien, vale decir, luego que éstos hubiesen aceptado la Víctima Necesaria y abierto
el Cancel, la expedición proseguiría viaje hasta las inmediaciones del
lago Kuku-Noor, donde existe uno de los extremos meridionales de la Gran
Muralla China y también, o justamente por eso, una de las
Puertas de Chang Shambalá. Nuestra estrategia, por supuesto, exigía que
diésemos alcance a Ernst Schaeffer antes de su arribo al Ashram Jafran pues, de
lo contrario, habríamos perdido irremediablemente a Oskar Feil.
De todos modos, la operación que íbamos a realizar había sido
estudiada minuciosamente por Von Grossen y Schmidt, y, aunque la ansiedad por socorrer
a Oskar me colmaba de impaciencia, no tenía otra alternativa más que confiar en
que ellos estuviesen en lo cierto. Así, mientras la expedición de Schaeffer se
encaminaba hacia las mesetas escalonadas del Este del Tíbet, cruzadas por
decenas de cordilleras que se extendían de Norte a Sur y otros tantos valles
eslabonados, nosotros avanzábamos a velocidad máxima por la llanura del valle
de Gangri rumbo al Norte, procurando llegar lo antes posible al río
Yaru-Zang-Bo o Alto Brahmaputra. Por ese río sólo navegaríamos cuatrocientos
kilómetros pero, de acuerdo a la apreciación de Von Grossen, en cuatro o cinco
días recorreríamos una distancia que, por tierra, por el camino Yung-Lam,
exigía un tiempo cinco veces mayor.
En un punto prefijado de la costa nos aguardaban dos balsas de
firme construcción, aptas para transportar cada una a 10 personas y una
tonelada de carga: más que suficiente para cubrir nuestras necesidades. Los
kâulikas se habían encargado de contratarlas y el precio fue alto, pues hubo que
pagarles el viaje hasta Sadiga y el costo de los remolca-dores que las traerían
nuevamente hasta el Alto Brahmaputra.
Los diestros barqueros, estimulados por la promesa de una
remuneración extra, o atemorizados por la peligrosidad de los monjes kâulikas,
conducían diestramente las balsas por el centro del canal, aprovechando al
máximo la velocidad del río. Y en tanto la caudalosa corriente me acercaba
aceleradamente al objetivo de la misión, Yo contemplaba admirado uno de los
paisajes más extrordinarios de la Tierra, sólo comparable, en una medida
menor, a la meseta de Tiahuanaco en América. Porque aquel río “Hijo de Brahma”,
que surcaba longitudinalmente un frío valle situado a 4.000 mts. de altura,
tenía sus orillas custodiadas por dos cordilleras tan célebres por la elevación
de sus montañas como por la de los conceptos que merecía a las Religiones más
antiguas de la Humanidad: a la derecha se extendía el Himalaya, en cuyo sistema
afirma la tradición asiática que se encuentra el Monte Meru, el Olimpo de los
indos; y a la izquierda se alzaban los montes Gangri, cordillera que culmina al
Oeste con el monte Kailas, la Morada de Shiva.
Una semana después nos encaminábamos hacia Yushu, en el N.O.,
tratando de acelerar las jornadas mediante la adquisición de yaks, pues existía
un itinerario de pasos y abras que permitía avanzar con tales animales. Luego
de recorrer una serie ininterrumpida de pequeños valles, atravesar numerosas
cadenas montañosas, cruzar el caudaloso río Saluen y muchos otros torrentes menores,
llegamos un día a las orillas del Mekong, a unos 80 km. de Chamdo. A esa altura
los kâulikas ya habían averiguado que la expedición de Schaeffer nos aventajaba
en sólo quince días: poco tiempo para aquellas latitudes donde la duración de
los viajes se medía en meses; mucho si se trataba de salvar la vida de Oskar
Feil.
Felizmente el buen tiempo nos acompañó durante todo el trayecto
y se mantendría así hasta el final. Pasamos a la orilla derecha del Mekong y
tomamos el Camino de los Lamas, con la esperanza de acortar la distancia que
nos separaba de Schaeffer marchando más rápido que su columna y deteniéndonos
lo indispensable para descansar. De todos modos, el progreso fue lento hasta la
exasperación, pues el famoso “Camino” consistía en una angosta y elevada
calzada que apenas dejaba pasar a los yaks, a los que a menudo teníamos que
descargar. En algún lugar de esa senda, a más de 4.000 mts. de altura, cruzamos
la frontera china. Al fin llegamos a Yushu, comprobando que el otro grupo de
occidentales había abandonado la ciudad diez días antes. La noticia, en lugar
de alegrarnos por el tiempo ganado, nos desesperó, debido a que aquella ciudad
era un punto incluido en el camino Chang-Lam, por el cual se canalizaba la
mayor parte del comercio del Tíbet con China y por el que se podía transitar
con bastante rapidez.
Desde el año anterior, Julio de 1937, China padecía la invasión
de los japoneses, que ya dominaban Corea y Formosa desde la guerra con Rusia de
1905. En esos días de fines de 1938, Japón había conquistado la Manchuria y
toda la costa meridional, amenazando extenderse hacia el interior: Cantón,
Nanking, Shanghái, Pekin, etc., habían caído en su poder; con un formidable
movimiento de pinzas procuraban ahora ocupar la enorme franja entre los ríos Yang
Tse Kiang y Hoang-Ho, es decir, entre los ríos Azul y Amarillo. En el país
reinaba la descomposición social, y, en las regiones que los japoneses aún no
controlaban, había estallado con singular violencia la guerra civil.
Yushu, situada en la frontera occidental, estaba lejos de los
japoneses, pero no de la guerra civil. En la ciudad existía bastante agitación
y de ningún modo convenía hacernos ver demasiado, por lo que permanecimos
ocultos en la casa de una familia kâulika. Ellos fueron quienes nos
proporcionaron la información sobre los diez días de delantera que nos llevaba
la expedición alemana.
Sería imposible alcanzarlos viajando en caravana como hasta
entonces. Según Von Grossen, sólo nos quedaba una alternativa: separarnos de la
carga, y adelantarnos a caballo; el avance lo realizaríamos los cinco alemanes
y ocho monjes, en tanto que dos lopas se quedarían para custodiar a los cinco
holitas, a los perros daivas, a los yaks con su carga, y a los recientemente
incorporados zhos, que son los machos híbridos producto de la cruza del yak
con la vaca. Siguiendo esta variante del plan, los kâulikas adquirieron los
ejemplares de más talla que lograron conseguir de los pequeños caballos
tibetanos, y cada uno tomó los mínimos víveres para diez días, puesto que en
aquel camino de comerciantes se alternaban con frecuencia las aldeas y postas
de descanso y aprovisionamiento. El mayor peso que debíamos transportar
correspondía a las armas, para las que destinamos dos caballos.
Ese mismo día salimos de Yushu, habiendo dormido por turnos
sólo unas pocas horas. Al día siguiente vadeamos el Yang Tse Kiang o Río Azul y
dimos con la mejor carretera tras cuarenta días de viaje, imprimiendo a los
caballos, a partir de ese momento, considerable velocidad.
Supongo que a un oficial experimentado como Karl Von Grossen no
se le había escapado en Yushu que jamás alcanzaríamos a Schaeffer antes del
lago Kyaring si éste nos llevaba diez días de ventaja. Indudablemente procuró
complacer de la mejor manera posible mi deseo de rescatar con vida a Oskar
Feil, quizás confiando secretamente en la probabilidad de que, por algún motivo
imponderable, nuestros perseguidos se detuviesen más de la cuenta en algún
punto de la ruta. Pero tal cosa no ocurrió y ellos conservaron la delantera el
tiempo suficiente para arribar al Ashram Jafran, entregar a Oskar Feil, y
partir nuevamente rumbo al lago Kuku Noor.
Cuando el camino Chang-Lam cruza el Hoang-Ho, o Río Amarillo,
que forma sucesivamente los lagos Kyaring y Ngoring, dista sólo unos 20 km. de
la orilla Oeste del primero. Junto a ese puente encontramos a un hombre que
llamó inmediatamente la atención de los monjes kâulikas: se trataba de uno de
los espías que el Círculo Kâula había infiltrado en la expedición de Schaeffer
y que acababa de fugar de una muerte segura a manos de los duskhas. Por él nos
enteramos que los alemanes se habían ido del Ashram tres días antes, guiados
por el Maestro Djual Khul, miembro jerárquico de la Fraternidad Blanca, quien
los conduciría hasta la Puerta de Shambalá de Kuku Noor.
De acuerdo al relato del valeroso tibetano, Ernst Schaeffer
envió de avanzada a Oskar Feil, a fin de que explorase la región del Ashram
Jafran. No bien hubo salido, fue capturado por los duskhas, que lo confinaron
en un Templo dedicado al Culto de Rigden Jyepo, donde sería sacrificado recién
cuatro días después, cuando la luna hiciese su transición al cuarto menguante.
¡Oskar aún se hallaba con vida! De forma inesperada disponíamos ahora de un
precioso lapso de tiempo para estudiar el rescate.
Naturalmente que todo había sido planeado por Schaeffer en
combinación con los duskhas: para evitar el compromiso de entregar abiertamente
a Oskar lo hizo caer en una infame trampa, de tal efecto que éste ignoraba,
hasta el momento, que fuese traicionado por su Jefe. Pero no sería a Oskar a
quien pretendía engañar Ernst Schaeffer, ya que moriría de todos modos, sino a
algunos oficiales alemanes que evidentemente desconocían sus planes. ¡El
canalla se aseguraba así una brillante coartada, ya que los mismos informarían
a su regreso a Alemania que “el Kamerad Oskar Feil había desaparecido en
acción”, en el curso de la Operación Altwesten !
Esto fue lo que acortó la estadía de la expedición en el
Ashram, pues Schaeffer no quería correr el riesgo de que los engañados fuesen a
descubrir por casualidad que Oskar estaba prisionero de los duskhas.
Precisamente, con la complicidad de los duskhas, que se prestaron
hipócritamente a la farsa, dieciocho de sus Camaradas batieron palmo a palmo
toda la zona durante dos días tratando de encontrarlo. Al parecer, sólo cuatro
oficiales compartían los objetivos secretos de Schaeffer.
La eficacia de aquel kâulica para espiar a Schaeffer procedía
de que no era un mero porteador tibetano, aunque se desempeñara como tal por
orden de sus Gurúes, sino un sudafricano de origen nepalés que comprendía
perfectamente el inglés, el alemán, y el holandés. Su familia, de Raza gurka,
es decir, indoaria, desertó durante la guerra de los boers y se refugió en
territorios alemanes, huyendo finalmente a Bután después de 1918, cuando
Alemania fue despojada de sus colonias. Tanto él, cuyo nombre era Bangi, como
su hermano Gangi, fueron confiados de niños al cuidado de los monjes kâulikas,
quienes los Iniciaron en el Tantra y finalmente los destacaron en Lhasa, como
agentes secretos al servicio del Dharma Rajá de Bután. Allí lograron ser
contratados por Schaeffer, que los tomó por sherpas, sin reparar en la
diferencia de Raza. Pero ellos no eran sherpas sino dos guerreros gurkas que profesaban
un odio medular hacia los ingleses y que aguardaban pacientemente alguna nueva
guerra británica para alistarse en el bando contrario.
Los espías lograron escuchar las exigencias que el traidor
planteaba a los Lamas del Bonete Kurkuma y oyeron como el Maestro Djual Khul
terciaba en su favor, conviniendo en atravesar cuanto antes el Cancel de
Shambalá. También se enteraron de la existencia de “una ofrenda a Rigden Jyepo”
propiciada por Ernst Schaeffer y comprendieron que Oskar Feil había sido entregado
mediante una estratagema. En vistas que sus compañeros kâulikas no llegaban a
tiempo para impedir el sacrificio, tratarían de averiguar dónde estaba el
prisionero a fin de prestarle ayuda, cosa harto difícil en aquella aldea
habitada por 2.000 duskhas y 500 Lamas.
Ambos hermanos se entregaron a observar los alrededores del
Monasterio con la mayor cautela, presumiendo con acierto que el prisionero
habría sido encerrado en distinto sitio del que ocupaban los expedicionarios.
En efecto, comprobaron que uno de los Templos exteriores, situado sobre un
islote del lago Kyaring, estaba cerrado y custodiado por guardias armados.
Comunicaron la novedad a los espías alemanes del S.D.,
solicitándoles apoyo para descubrir la maniobra y liberar a Oskar Feil. La
respuesta de uno de ellos, respuesta típica de un agente secreto occidental,
dejó sin aliento a los gurkas:
–“Nosotros informamos a Alemania con meses de anticipación los
planes que Schaeffer tenía para Oskar Feil, y las órdenes que recibimos fueron
claras y terminantes, como ustedes bien lo saben: ‘aguardar refuerzos
especiales que impedirán a Ernst Schaeffer concretar la Operación Altwesten.
Firmado: Heydrich, Himmler, Hitler.’ Es decir que nada nos
indicaron con respecto a Oskar Feil. Apreciamos mucho a nuestro Camarada y
mucho sentimos su suerte, pero en casos semejantes el reglamento del Servicio
Secreto impide actuar por iniciativa propia, pues ha sido establecido con
absoluta precisión que la prioridad de nuestra misión es la Operación Altwesten.
El rescate de Oskar Feil conspira contra la discreción que debemos mantener
hasta el fin de la Operación Altwesten, además de contradecir
expresas órdenes y constituír una acción suicida, tras la cual lo más probable
es que sean tres en lugar de una las víctimas sacrificadas por estos salvajes.
Nosotros, en síntesis, nada haremos y les solicitamos que procedan de la misma
manera, pues aún falta mucho camino por recorrer y necesitamos la ayuda de
ustedes para enviar la información a través del Tíbet”.
Los gurkas aseguraron a satisfacción de los SS. que no
intervendrían, pero al discutir el caso entre ellos concluyeron que las órdenes
de los alemanes no los alcanzaban de la misma manera que los votos hechos a
Shiva de combatir la traición y la cobardía. ¿Qué significaba la infracción a
un frío reglamento burocrático frente a la ira de Shiva, que castigaba a los
malos guerreros impidiéndoles el acceso a la Shakti Suprema? ¿Y acaso no habían
jurado combatir a muerte a los miembros de la Fraternidad Blanca? Sus deberes
de espías del Dharma Rajá, autorizados por el Círculo Kâula, los dispensaban de
muchas obligaciones religiosas, pero permitir que se sacrificara una víctima
humana en holocausto al jefe de la Fraternidad Blanca colmaba todas las
medidas. Ningún Siddha podría justificar ese pecado y seguramente serían
castigados en el Bhardo. No. Si para los alemanes la prioridad era llegar a la
Puerta de Shambalá, la morada de los Demonios, para ellos la prioridad era el
Kula, la manifestación de la Shakti Divina. Y el Kula se perdería si no
actuaban como auténticos guerreros Akula. Se jugarían, pues, para auxiliar a
Oskar Feil.
La segunda y última noche que el grupo de Schaeffer pasaría en
el Ashram Jafran, los gurkas decidieron actuar. Sin vacilar se hundieron en las
heladas aguas del Lago Kyaring y nadando silenciosamente rodearon el islote
para emerger en la parte trasera del Templo. Los centinelas nada habían notado.
Rápidamente treparon hasta una claraboya en forma de estrella de seis puntas
que, por mirar al Este, de día permitía que los rayos del Sol iluminasen la
enorme estatua de Rigden Jyepo, pero que el día exacto del solsticio de verano
dirigía la luz solar directamente al Corazón del Rey del Mundo.
Afortunada-mente aquella horrible abertura admitía el paso de un hombre, lo que
fue aprovechado por Gangi para descender arrojando una cuerda hacia el
interior; su hermano permanecería de guardia en la cornisa exterior.
Una vez adentro, comprobó que el Templo estaba iluminado por
antorchas, y que, atado fuertemente con cuerdas de cáñamo, Oskar Feil dormía
sobre la piedra sacrificial. Frente a él, el Jefe de los Señores del Karma
gozaba anticipadamente el yajnavirya de su dolor, según pensó el
intruso con un estremecimiento, al observar el rictus y la mirada diabólica de
la siniestra escultura. Pero vio algo más: en el interior también había una
guardia. Constaba de cuatro duskhas, aunque se hallaban a bastante distancia,
junto a la única puerta del Templo: dos dormían sobre una estera, en tanto los
otros dos charlaban animadamente. El gurka comenzó a arrastrarse sigilosamente,
tratando de que la piedra sacrificial interceptara la visión de los duskhas y
llevando en la boca un afilado puñal para cortar las ligaduras.
Momentáneamente oculto tras el altar de piedra, el gurka
kâulika se incorporó suave-mente y atisbó por encima del cuerpo de Oskar el
comportamiento de los duskhas: continuaban completamente distraídos, entretenidos
ahora en jugar a los dados. Deslizó una mano sobre la cara de Oskar y la apretó
fuertemente contra su boca, con el propósito de evitar que hablase o emitiese
algún sonido innecesario al despertar. Empero, a pesar de sacudirlo con
singular violencia, el prisionero no volvía en sí. Finalmente abrió los ojos,
pero Gangi los vio blancos, con las pupilas desorbitadas hacia arriba, y
comprendió contrariado que el alemán padecía los efectos de un narcótico.
Nada se podía hacer, salvo retroceder y abandonar el Templo.
Shiva sabría perdonar a quien por lo menos había arriesgado su vida para
rescatar a la víctima de los Demonios. Pero estaba visto que los Dioses
dispusieron otro Destino para el gurka; al quitar la mano de la boca de Oskar,
creyéndolo completamente desvanecido, ocurrió lo impensable: lanzó un agudo
lamento y se convulsionó durante un instante, para caer en-seguida en el
desmayo anterior.
El cuerpo volvió a quedar inerte, mas ya era tarde: los
centinelas corrían hacia el altar profiriendo exclamaciones. El gurka saltó
sobre el primero y lo apuñaló, pero tuvo que rendirse a continuación frente a
la amenaza de dos disuasivos fusiles. Otro guardia abrió la puerta del Templo y
pronto hubo una multitud enardecida de duskhas rodeando al intruso. Si Gangi
hubiese contado con las armas de los guerreros kâulikas habría presentado mejor
batalla, pero dado el papel de porteador que representaba en la expedición lo
más que podía llevar era aquel cuchillo oculto entre sus ropas. En ese terrible
momento, lo único que deseó fue que su hermano consiguiese huir.
Y su deseo se cumplió, pues el otro gurka descendió con
celeridad de la cornisa y se internó en el lago, ganando la orilla sin ser
visto. Escondido tras un murillo que seguía el contorno de la playa, observó
cómo minutos después llegaba Ernst Shaeffer acompañado por dos de sus más
fieles colaboradores y seis lamas del Bonete Kurkuma. La suerte de su hermano
estaba echada.
Para el caso de ser capturados, ambos quedaron de acuerdo en
declarar que la incursión al Templo obedecía al único propósito del robo:
–“suponían que en el Templo –dirían– habría objetos de valor que podrían ser
sustraídos a la custodia de los duskhas para luego comerciarlos en China o en
la India, produciendo así un cambio favorable en la vida de dos pobres
sherpas”. Serían ejecutados, desde luego, por el sacrilegio cometido y,
especialmente, porque Schaeffer no podía dejar testigos de la presencia de
Oskar Feil en el Templo. Pero la versión del robo alejaría sus sospechas y no pondría
en peligro la tarea de los espías alemanes.
Ahora uno de los gurkas, Bangi, estaba libre pero no cabían
alentar esperanzas sobre la suerte que correría su hermano: sería asesinado
para evitar que hablase y presentar así su cuerpo al resto de la expedición,
afirmando que fue muerto al ser sorprendido in fraganti efectuando un
robo en un Templo, no el de Rigden Jyepo sino otro al que sería transportado el
cadáver.
No se equivocaba, pues al cabo de un rato salieron dos guardias
cargando el cuerpo sin vida de Gangi, seguidos de los alemanes y los lamas: a
la luz de la luna, pudo ver su cuello seccionado de oreja a oreja, debiendo
apretar los dientes para evitar un grito de dolor. Se consoló pensando que su
hermano poseía el Kula y que pronto danzaría junto a Shiva el baile de la
inmortalidad.
–“¡Kâly, Oh Kâly: –invocó mentalmente– comunícame tu Poder de
Muerte, conviérteme en Shindje shed, el Señor de la Muerte,
en Dordji
Vigdje, el Señor del Terror, en Shiva Bhairava; concédeme, Oh Parvati, el Honor de vengar la sangre de mi
hermano, tu fiel servidor; ayúdame a recuperar la dignidad de Kshatriya;
transfórmame en Kâlybala, la Fuerza que destruya a los Enemigos de tu Sendero
Kula; pon en mis manos a Trisula, el Tridente de Shiva, a Vajra, el Rayo de Indra,
y a Gándiva, el Arco de Arjuna, con Isudhi, sus dos carcajes de flechas que
jamás erran el blanco!”
Mientras oraba de ese modo a la Diosa Negra, el gurka nadaba
febrilmente para alejarse del maldito Ashram Jafran, consciente de que sería
prontamente buscado como cómplice de su hermano y condenado a idéntica
ejecución.
Ya fuera de las murallas, trepó a un monte cercano desde donde
contempló a la mañana siguiente la presurosa partida de la expedición.
–“Los alemanes –pensó Bangi– integraban ahora un cortejo de
Demonios”–. Junto a Schaeffer, en efecto, iban el Maestro Djual Khul y el Skushok
del Gompa, una especie de Abad tibetano, además de cuatro lamas del Bonete
Kurkuma.
En ese momento, comprendió que tenía dos alternativas: o seguir
a la distancia a la caravana, arriesgándose a morir de hambre y frío en
contados días; o regresar al camino Chang-Lam y aguardar los anunciados
refuerzos, arriesgándose entonces a perder el rastro de la expedición, puesto
que el Cancel de Shambalá significaba la entrada en un sendero secreto, que
cruzaba quizás dimensiones desconocidas del Espacio o se prolongaba en otros
Mundos. No obstante, optó por esta última variante, habiendo transcurrido sólo
tres días desde que se hallaba junto al puente del Hoang-Ho.
Capítulo XXV
Tal fue, más o menos, la historia que nos contó el
gurka. Creo que a Von Grossen, igual que a sus espías en la expedición, le
preocupaba más la Operación Altwesten que la vida de Oskar Feil.
De acuerdo a sus órdenes, órdenes que estaban suscriptas por las más altas
autoridades del Tercer Reich pero que Yo no ignoraba provenían de los “cerebros
grises” del régimen, entre los que se contaba Konrad Tarstein, era prioridad
absoluta “hacer contacto con la expedición de Schaeffer”, “lograr que Kurt Von
Sübermann se incorporase a ella”. Es decir, que si hubiese sido por Von Grossen
deberíamos haber abandonado a Oskar a su suerte y concentrarnos en seguir las
huellas de Schaeffer: ésa era la mejor Estrategia para cumplir las órdenes.
Pero a mí me importaba más la vida de Oskar Feil que las benditas órdenes y no
me movería de allí hasta no haber conseguido su libertad.
Paradójicamente, la “clave” de la Operación Clave Primera era
Yo, mi colaboración voluntaria para desviar a la Operación Altwesten de sus
objetivos ocultos. Y mi colaboración exigía, ahora, la liberación previa de
Oskar Feil. Por lo tanto, haciendo gala de gran pragmatismo, Von Grossen aceptó
los hechos sin discutir y se dispuso a planificar el rescate.
Los cinco alemanes, los ocho monjes lopas, y el monje gurka,
acampamos en una angosta cañada, alejada del camino principal pero situada a
escasos cinco kilómetros del Ashram Jafran. Allí Von Grossen interrogó durante
horas al gurka sobre los detalles de la plaza enemiga, elaborando finalmente un
plan de operaciones en el que estuvimos todos de acuerdo. Básicamente, la
Estrategia sería la siguiente: el rescate se efectuaría en medio de un
ataque por sorpresa.
De acuerdo a las tradiciones locales, lo primero que adoró el
hombre en ese lugar fue el islote donde más tarde se levantó el Templo
consagrado a Rigden Jyepo. Una leyenda popular aseguraba que en remotísimas
Epocas, Jagannath, el Rey del Mundo, el Hogmin Dordji Chang, había
salido de Shambalá a recorrer el Mundo bajo Su Aspecto de Grulla. A su regreso,
eligió aquel peñasco semihundido en el lago Kyaring para descansar antes de
emprender la última etapa de su viaje a Chang Shambalá. Cuenta el mito que en
la playa, que se unía a la isla por un delgado pasillo de piedras, se encontraba
un Santo lama llamado Dusk[42]
quien, compadecido de la exhausta ave, se aproximó para alimentar-la con lo
único que tenía a mano: un saco con flores de kurkuma. Agradecido, el Bendito
Señor decidió premiar a Dusk haciéndolo padre de un pueblo de adoradores del
Rey del Mundo y concediéndoles, a todos los Iniciados que surgiesen de su
Estirpe, la custodia del Cancel de Shambalá, el cual comenzaba justamente en
aquella isla sagrada.
Otra versión de la leyenda, sin dudas más antigua, afirmaba que
la Grulla Divina había amado al lama Dusk y deseaba darle descendencia antes de
partir. El problema residía en que la Grulla era un ejemplar macho, del mismo
sexo del lama, por lo que no habría fertilización posible. Entonces la Grulla
de Shambalá, que en esta historia fuera alimentada por la sangre del lama,
recordó que sólo el ayuntamiento con una serpiente macho naga es capaz de
lograr el milagro de la procreación entre miembros del mismo sexo. Siempre en
el islote del lago Kyaring, la Grulla activó mentalmente su Dorje de Poder, que
se hallaba en el Trono del Rey del Mundo, en Chang Shambalá, y transformó al
lama en una serpiente macho naga. A continuación se acoplaron con ardor
quedando la Grulla Rigden Jyepo encinta de la serpiente naga. Luego de aquel
acto homosexual, antes de partir, la Grulla Divina puso dos huevos color
azafrán.
Incubados posteriormente por el lama Dusk, bajo el Aspecto de
Serpiente Naga, ambos huevos dieron origen a un par de gemelos híbridos, –un
tercio de Grulla, un tercio de hombre, y un tercio de serpiente– quienes serían
los Grandes Antepasados de los duskhas.
No debe extrañar, pues, que con semejante creencia estos
reivindicasen su parentesco con el Rey del Mundo y se convirtiesen en sus más
fanáticos adoradores, exigiendo a todo aquél que intentase franquear el Cancel
de Shambalá la ofrenda de dolor de una víctima humana, grato regalo para quien
ostenta los títulos de “Padre del Dolor Humano”, “Señor de los Señores del
Karma”, y “Supremo Maestro de la Kâlachakra”.
Desde entonces, los duskhas, pueblo descendiente del mítico
Dusk, cuidaron celosamente la región y edificaron el Templo a Rigden Jyepo
sobre la “Isla Blanca”, denominada así en recuerdo de Chang Swetadvipa, la
“Isla Blanca del Norte”, invisible a los ojos humanos y asiento de la Puerta de
Chang Shambalá, la Mansión de los Bodhisatvas. Con el correr de los siglos, el
pueblo de los duskhas creció, así como el número de su comunidad de lamas,
viéndose obligados a levantar el enorme Gompa Ashram Jafran, al que rodearon de
bellas Pagodas, dedicadas al culto de diversas Deidades de la Fraternidad
Blanca. La isla con su Templo, se encontraba muy cerca de la orilla Oeste del
lago; frente a ella, se erigía en tierra firme el Monasterio con su anillo de
Pagodas; y más atrás, for-mando un amplio semicírculo que tapaba y a la vez
protegía al conjunto de edificios religiosos, estaba la aldea de los duskhas.
El Hoang-Ho, o Río Amarillo, siempre ha constituido en esa
región una triple frontera entre los Reinos del Tíbet, de Mongolia y de la
China. Durante miles de años los ejércitos invasores, procedentes de tal o cual
Reino, pasaron frente al Ashram Jafran, respetan-do frecuentemente su status de
comunidad religiosa pero en algunas ocasiones intentando ocupar la aldea o
sometiéndola al saqueo. Esa realidad forzó a los duskhas a fortificar la plaza,
construyendo una elevada muralla de piedra en forma de “U”, que iba de orilla a
orilla del lago Kyaring: en la abertura de la “U”, frente al espacio abierto en
el lago entre los extremos de la muralla, estaba la Isla Blanca con el Templo y
el prisionero que procurábamos liberar.
Y en la base de la “U”, que era el frente de la ciudad
amurallada, se hallaba una enorme puerta de madera, enmarcada en dos torres
elevadas que hacían las veces de atalaya, ocupadas permanentemente por vigías
armados. En los dos ángulos de la “U” existían también sendas torres con sus
respectivos centinelas.
Bueno es aclarar que tales medidas de seguridad habían surgido
por la fuerza de las circunstancias, es decir, por la necesidad de proteger los
Templos y el Ashram ante posibles invasores, pues los duskhas carecían en
absoluto, pese a su ferocidad para el Sacrificio Ritual, de vocación guerrera.
Conformaban, eso sí, un pueblo de Sacerdotes natos, cuyos miembros ingresaban
desde temprana edad en la práctica del Culto y vivían siempre ascéticamente,
haciendo gala de un rigorismo ultramontano. No sólo no eran guerreros, sino que
la guerra les causaba un horror esencial, y la imaginaban como un efecto del
error humano, de la ceguera del hombre, que no veía, como ellos, la Bondad de
los Dioses Creadores del Universo.
Sus armas de fuego se reducían a un escaso centenar de fusiles
Martini-Henry del siglo XIX y seis pequeñas piezas de artillería fija, montadas
en las torres de la muralla: carecían por completo de armas de puño. En cambio
la cuchillería era abundante y varia-da, y la manejaban con regular destreza.
A estas deficiencias de material, se sumaba la escasa visión
estratégica de aquellos infelices, que habían acuartelado la totalidad de su
guarnición, unos cien efectivos, en dos barracas situadas a ambos lados del
portón principal. Evidentemente, todo el peso de su defensa se basaba más en
factores psicológicos que reales, vale decir, que confiaban en la disuación de
sus murallas, y el escaso botín que había tras de ellas, para desalentar a los
posibles atacantes. Las mismas piezas de artillería representaban antes un
objeto disuasivo que un peligro real para los sitiadores, puesto que
difícilmente funcionarían: y eso si se daban las condiciones ideales de que
hubiese pólvora seca, municiones y mecha, y se colocasen estos elementos en la
forma correcta.
En síntesis, como la región estaba tranquila por el momento, y
no tenían motivos para sospechar ningún ataque, la guardia estaba reducida a su
mínima expresión: un hombre en cada torre, es decir, seis vigías; dos en la
puerta principal y uno tras cada una de las otras cuatro puertas laterales, o
sea, seis guardias más; otros seis guardias en el Templo de la Isla Blanca, dos
afuera y cuatro adentro; y cuarenta efectivos durmiendo en cada una de las
barracas, pero prontos a salir ante la menor alarma.
Esa noche, Kâly haría realidad las plegarias del gurka. No
serían los golpes del Tridente de Shiva, ni el Fuego del Rayo de Indra, ni la
certeza de las flechas de Arjuna, pero la venganza de Bangi se instrumentaría
por medio de otros poderes semejantes: los golpes de las balas de nuestros
fusiles, el fuego de las granadas, y la certeza de las flechas de los lopas.
Por el número de efectivos
que contaba, la formación que comandaba Von Grossen era apenas una escuadra;
mas, por la moral combativa y la conciencia de la propia fuerza, debía ser
calificada de falange o legión. Una legión, se diría, por su gran movilidad para
la blitzkrieg. De entrada, atacaríamos divididos: Von Grossen conduciría el
grueso de la es-cuadra, en tanto que una cuadrilla dirigida por mí operaría en
el Templo. En una segunda fase del plan, la escuadra se bifurcaría en dos
pelotones, para luego reunirnos todos, en un punto prefijado, y ejecutar la
retirada.
Solamente los alemanes iríamos al asalto provistos de armas de
fuego: una pistola Luger y una metralleta Schmeisser por cabeza, además de dos
de los obsoletos fusiles Mauser 1914, que ya se verá para qué iban a servir. En
esos días, las Schmeisser de 9 mm. eran armas secretas, y sólo a un cuerpo de
Elite como el nuestro se le había permitido llevarlas fuera de Alemania.
Contábamos con cincuenta cargadores con treinta balas cada uno, pero Yo sólo
llevaría dos, quedando los restantes para mis Camaradas que sostendrían el
grueso del ataque. Naturalmente, todos portábamos la daga de Caballero SS., con la leyenda “Blut und
Ehre” labrada en la hoja.
Los guerreros kâulikas, por su parte, empleaban tres clases de
armas: arco y flechas, cimitarra, y puñal. Como dije antes, aquellos monjes
eran expertos en artes marciales, y su habilidad para la arquería no tenía
rivales en el Tíbet, donde nadie dudaba en atribuir un poder mágico a sus
flechas y se afirmaba que, tanto podían dar en el blanco de día como de noche,
con los ojos abiertos o vendados, etc. Todos cargaban cincuenta flechas, ni una
más ni una menos, en un carcaj que dejaban suspender contra la pierna derecha:
cada flecha correspondía a uno de los cráneos del collar de Kâly y por eso
tenía grabada en su vara una de las letras del alfabeto sagrado de los arios.
La cimitarra era una espada corta, de unos 80 centímetros con hoja de un solo
filo, corva, tronchada de forma convexa y a contrapunta, y ensanchada en ese
extremo; el arriaz protegía el puño con dos gavilanes que imitaban la uña del
águila, y la empuñadura, de marfil negro, tenía un pomo exquisita-mente
cincelado, que representaba el Rostro de Kâly como Mrtyu, la Muerte. La
cimitarra, envainada, pendía de un tahalí sobre el costado izquierdo. Y
finalmente, en una pequeña vaina trabada por la faja, iba el puñal de hoja
flameada y empuñadura de marfil, de tamaño semejante al Panzerbreher medieval o a
su contemporáneo “Misericordia”.
Los integrantes del Círculo Kâula denominaban en su Tantra, “Rudra”
a Shiva, palabra que surgía de la contracción y aglutinación de Ru
y Duskha,
y que significaba “El que destruye el Dolor”. Shiva era así el Enemigo del Dolor,
o el Enemigo de Dusk; y sus discípulos, por extensión, serían los Enemigos de
los duskhas. Esto lo aclaro, neffe, porque no podría dejar de considerar, en el
balance del armamento propio, al profundo odio que los kâulikas experimentaban
por los duskhas, como un importante elemento táctico a favor. Los kâulikas
tenían a los duskhas poco menos que como vampiros que vivían del dolor humano,
y estaban psicológicamente predispuestos a actuar con el máximo rigor contra
“la familia de Dusk”: Shiva Rudra aprobaría y premiaría la demostración de valor
de sus Kshatriyas kâulikas.
El Sol se ocultó tras la formidable Cordillera Bayan Kara y la
noche, impenetrable debido a la escasa luz lunar del cuarto menguante,
descendió sobre el lago Kyaring. A las cero horas dejamos los caballos bien
sujetos un kilómetro antes del Ashram Jafran y comenzamos a avanzar a pie,
cargando el material necesario para el ataque. Este se había fijado para la una
en punto, hora en que los dos grupos debían estar en sus puestos.
El gurka, conocedor del trayecto hacia el Templo, uno de los
lopas, y Yo, nos encargaríamos de rescatar a Oskar, en el momento exacto en que
Von Grossen con los demás iniciarían el ataque frontal. La sorpresa era el
factor determinante del éxito de nuestra Estrategia y por eso nos movíamos con
extrema cautela.
A la una menos cuarto, y a unos trescientos metros de la torre
de vigilancia, entramos en el lago. Los tres éramos Iniciados y sabíamos cómo
liberar el calor de la energía ígnea Kundalini para evitar la congelación, pero
sin ninguna duda en ese medio acuático de alta montaña los kâulikas me
aventajaban: las prácticas de Hata yoga de la SS. se concentraban
principalmente en resistir con el cuerpo desnudo las bajas y secas temperaturas
de los Alpes bávaros. Así, Yo tiritaba aún de frío, cuando arribamos a la Isla
Blanca minutos más tarde, sin que los duskhas nos oyesen.
En la parte posterior del Templo, los tres invasores trepamos
hasta la abertura estrellada por la que ingresara cuatro días atrás el
infortunado Gangi. Era casi la una de la madrugada. A partir de entonces
debíamos actuar con matemática precisión, pues cabía la posibilidad que los
guardias interiores tratasen de dar muerte a Oskar al recuperarse de la
sorpresa del ataque.
A la una y cinco segundos, con exactitud germánica, una
poderosa explosión exterior hizo vibrar el Templo y dejó paralizados de terror
a los custodios. En ese instante, mientras afuera se desataba el Infierno, Yo
salté desde la ventana, rodé por el piso en dirección al altar, me paré bruscamente,
y con una sola ráfaga de la Schmeisser acabé con los cuatro guardias. Los
cuatro recibieron las balas por la espalda y murieron sin saber qué pasaba,
remachados contra la puerta del Templo hacia la que estaban vueltos. Una
ofrenda más justa que Oskar Feil era la que ahora recibía el horrible ídolo,
tras el cual me había parapetado en prevención de que se abriese la puerta e
ingresasen otros guardias.
Los kâulikas, que llegaron segundos después junto al altar, se
ocuparon de cortar las ligaduras y quitar la mordaza que impedía hablar a
Oskar, a quien ya se le pasara el efecto del narcótico.
–¡Kurt! ¡Kurt Von Sübermann! –gritó aturdido–. ¿Eres realmente
tú o estoy soñando?
–¡Soy Yo, soy Yo! –afirmé con impaciencia–. Prepárate pues
tenemos que huir cuanto antes de aquí. Luego te explicaré todo.
El pobre Oskar no podía tenerse en pie.
Durante siete días lo mantuvieron maniatado en el altar y sólo
lo alimentaron lo indispensable para que llegase vivo al día de su ejecución.
El lopa y Yo pusimos cada uno un hombro bajo sus brazos y retrocedimos al fondo
del Templo alzándolo en vilo. Mientras, el gurka pegaba su oído a la puerta y,
al no advertir peligro alguno, se aseguraba con el puñal que los guardias
estuviesen bien muertos.
En verdad, podíamos haber salido por la puerta del Templo, ya
que los guardias exteriores corrieron hacia la aldea al oír las explosiones;
pero entonces no lo sabíamos y no queríamos arriesgarnos a sostener un combate
desigual. Lo que hicimos, en cambio, fue salir los cuatro por la ventana:
primero trepó el lopa; luego Oskar, parado sobre mis hombros, recibió ayuda y
pasó a la cornisa exterior; y, finalmente, subimos Bangi y Yo.
Rodeamos el Templo y comprobamos que el frente estaba
desguarnecido. Atravesamos, pues, el pasillo que unía la Isla Blanca con la
playa y nos ocultamos tras el murillo para observar, cincuenta metros adelante,
lo que sucedía en el Monasterio. ¡En los minutos siguientes nos
reencontraríamos con nuestros Camaradas!
Capítulo XXVI
El entorno de la muralla había sido despojado de
rocas, por lo que tuvieron que arrastrarse cincuenta metros. Faltando cinco
minutos para la una Von Grossen, los tres oficiales SS., y tres lopas,
se hallaban pegados en el suelo a veinte metros de la puerta principal. Los restantes
cuatro monjes estaban encargados de eliminar a los vigías, desplegados en
posiciones adecuadas para tal fin.
Su acción fue muy veloz y los vigías “nada vieron” cuando los
lopas emergieron de la tierra con la velocidad de la cobra, se hincaron en una
rodilla, y lanzaron cuatro flechas. ¡Cuatro flechas en la noche, cuatro blancos
certeros! Se diría que aquellas saetas sagradas buscaron el corazón de los
adoradores del Señor de Shambalá.
Von
Grossen y su grupo corrieron entonces en dirección a la puerta, uniéndose a dos
de los arqueros; los otros dos marchaban, separadamente, a liquidar a los
centinelas de las torres extremas de la muralla, esas que estaban sobre las
aguas del lago. Todos se apretaron al muro, en tanto Kloster y Hans sujetaban en
goznes y cerraduras los cuatro petardos de demolición. La entrada principal a
la aldea estaba guardada por un pesado y enorme portón de única hoja,
construido con tablas ensambladas y cubierto de herrajes que tapaban totalmente
las hendiduras. Era ciertamente una fuerte valla, que hubiese resistido más de
una carga de ariete, pero sin dudas ineficaz en la guerra moderna, frente a la
artillería o a las bombas como las que nosotros colocamos. Kloster miró la
hora: dos minutos para la una; entonces dio ignición al detonador retardado de
dos minutos y se apretó contra el muro, al lado de Von Grossen.
Psicológicamente,
dos minutos pueden durar un instante o una Eternidad, especialmente si existe la
posibilidad de que uno muera al cabo de ellos. Los alemanes, para evitar pensar
en todo aquello que no fuese el combate, se entregaron a verificar que las
metralletas tuviesen destrabado el seguro; a controlar por enésima vez que los
cargadores vendrían fácilmente a la mano, de las cartucheras de lona; y a
asegurarse que las granadas de palo se deslizarían sin problemas del cinturón y
de la boca de las botas. Así, para los alemanes, los dos minutos estuvieron más
cerca del instante que de la eternidad. Los kâulikas, en cambio, permanecieron
absolutamente inmóviles, con la mente concentrada en la unidad infinita del
Kula. Para ellos, que se habían despojado de la conciencia de la duración, los
dos minutos fueron semejantes a la Eternidad.
Pero todos corrieron igualmente cuando las bombas explotaron.
Y, literalmente ha-blando, se cansaron de matar.
Las cargas, distribuidas con singular pericia, arrancaron
completamente el portón y lo destrozaron, esparciendo los pedazos a decenas de
metros a la redonda. Aún no se había disipado el humo de la entrada y ya Von
Grossen y Heinz estaban plantados frente a las dos únicas puertas de las
barracas.
Adentro reinaba una gran confusión, y sólo unos pocos atinaron
a tomar su arma e intentar salir; mas tal reacción sobrevino muy tarde para
salvarles la vida. Kloster y Heinz corrían desde un minuto antes alrededor de
las barracas arrojando las granadas por las troneras: a la quinta granada,
simultáneamente, ambos tugurios comenzaron a desmoronarse. Desesperados, los que
resultaron milagrosamente ilesos, pugnaban por ganar las puertas y salir, para
caer abatidos sobre los cadáveres de sus predecesores, fulminados por las
inclementes ráfagas de las Schmeisser. Ni uno solo escapó de aquella trampa
mortal.
Al no aparecer más guardias por las puertas, Von Grossen dio
una orden y dos kâulikas penetraron en las ruinas y se dedicaron a rematar a
heridos y sobrevivientes con certeras puñaladas. El Standartenführer consultó
su reloj pulsera de agujas luminiscentes: la una y ocho. ¡En solamente ocho
minutos, y sin darles tiempo a disparar un tiro, los tres oficiales SS.
exterminaron a la guarnición duskha!
Desde la entrada principal, y hasta la amplia plaza donde se
elevaba el Monasterio, corría una ancha avenida de 300 metros de largo por la
que Von Grossen había planeado el siguiente avance. Salvo los dos lopas que
quedaron afuera, y cuya misión consistía en subir a las torres, a los kâulikas
se les encomendó “despejar” el paso de los alemanes. Con ese propósito, apenas
voló el portón, tres de ellos se dirigieron directamente hacia allí blandiendo
sus cimitarras y, con notable maestría, degollaron a todos los duskhas que se
cruzaron en su camino. Se habían repartido el trayecto y cada uno iba y venía
unos cien metros prodigando mandobles a diestra y siniestra. Los primeros en
morir fueron, desde luego, los habitantes de las casas con fachada a la
avenida, y que cometieron el irreparable error de salir a la calle al oír las
explosiones: ancianos, hombres, mujeres, niños, a nadie perdonaba la cimitarra
kâulika. Después de la una y diez, al sumárseles los dos lopas que volvían de
rematar a los heridos de la guarnición, los cuerpos de decenas de familias
completas yacían sin vida en la vecindad de sus moradas.
Mas, a esa altura de los hechos, tras la explosión de las
bombas, las granadas, y el tableteo de las metralletas, el caos era dueño de la
aldea duskha. En medio de infernal gritería, una multitud de gente
desconcertada convergía sobre esa calzada, algunos con el fin de llegar hasta
las murallas, y otros para encaminarse hacia el Monasterio. Y aunque muchos
venían armados con puñales y sables, y ofrecían fugaz resistencia a los monjes
kâulikas, éstos segaban inexorablemente sus miserables vidas.
Cuando los cuatro oficiales SS. marcharon a la carrera
rumbo al Monasterio, la avenida se había convertido en un río de sangre. Pero
el camino estaba eficazmente “despejado”. Sólo dispararon algunas ráfagas al
pasar, sobre la muchedumbre que afluía por las callejuelas laterales. Detrás de
ellos avanzaron también los kâulikas, cumpliendo admirablemente su función de
asegurar la movilidad de los alemanes.
A la una y diez, entretanto los alemanes marchaban por la
avenida, regresaron los dos arqueros lopas del exterior y subieron por una
escalera de piedra hasta las torres que custodiaban el destruido portón de
entrada. Allí se separaron: uno tomaría por el pasillo de la izquierda y el
otro por el de la derecha, pasillos que conectaban todas las torres entre sí y
que consistían en angostas plataformas voladizas, distribuidas periféricamente
en el lado interior del muro. En cada torre existía un primitivo fogón, que
ahora resultaba inútil para calefaccionar los definitivamente helados cuerpos
de los guardias. Los kâulikas, desde las primeras torres, observaban el
conglomerado de casas que se extendía compacto en una franja de trescientos
metros de ancho, paralela a la muralla. Utilizando las distintas torres era
posible dominar cada detalle, manzana, callejuela, casa o Templo, de la aldea duskha.
El día anterior lo habían pasado fabricando las flechas
incendiarias. No fue difícil: bastó con arrollar en las puntas de las flechas
comunes un hilo de lana impregnado en una mezcla de aceite combustible y
azúcar. Tenían cien flechas de aquellas pues, según Von Grossen, no se
requerían más; lo importante, explicó el Standartenführer, no era la cantidad
de flechas sino la calidad de los blancos seleccionados y el grado de acierto
en los tiros. Conforme a dicha táctica, los kâulikas eligieron los cien blancos
uno a uno, procurando apuntar a los materiales inflamables tales como maderas y
telas.
Las puertas, ventanas, toldos, cortinas, sacos de alimentos,
las parvas de forraje y los telares armados bajo anchos corredores, comenzaron
poco a poco a tomar diferentes categorías de combustión. En algunos sitios, las
llamas pronto sobrepasaron la altura de las casas y las chispas invadieron las
inmediaciones; el fuego se propagó inexorablemente y el incendio se hizo
general.
Al llegar ambos kâulikas a las torres finales, a la una y
veinte, la aldea duskha se había transformado en una gigantesca hoguera. Las
turbas incontroladas trataban en su mayoría de escapar del calor sofocante y
llegar al lago o salir fuera de las murallas. Los centinelas de las puertas
laterales, atrapados entre las llamas y la muchedumbre, abrieron y no pudieron
impedir el paso de cientos de pobladores aterrorizados. A esa hora, los dos
monjes kâulikas asumieron muy distintas actitudes. El que se hallaba en la
torre de la extrema derecha, se descolgó con una cuerda fuera de la muralla y
se dirigió resueltamente hacia el lugar donde estaban ocultos los caballos,
derribando sin contemplaciones, con mortales golpes de cimitarra, a los
desconcertados duskhas que encontraba en su camino. El de la torre de la
izquierda, preparó la cuerda para descender al exterior, pero luego bajó por
la escalera de piedra hacia el interior y, convertido en un torbellino de
mortíferas estocadas, limpió de enemigos las inmediaciones de aquel sitio:
aguardaba la llegada de la escuadra de Von Grossen, que ya tendría que
encontrarse allí.
Una y quince. El numeroso corrillo de duskhas, reunidos ante la
entrada del Monasterio, reclamaba con fuertes voces la presencia de los lamas
del Bonete Kurkuma. Ignorando el clamor de sus hermanos, los monjes se habían
atrincherado y estaban, probable-mente, rezando plegarias a Rigden Jyepo y a
los Dioses de la Fraternidad Blanca.
Era improbable que en el interior del Gompa, sede física del
Ashram Jafran, hubiese algún arma de fuego; y era más improbable aún que algún
lama estuviese dispuesto a defender con armas su refugio.
La aparición a la carrera de Von Grossen y los oficiales SS.
fue sorpresiva y causó el pánico de los pobladores. Dos granadas cayeron entre
ellos y completaron aquel cuadro de terror sin nombre. Los estallidos, en medio
de la multitud, mutilaron los cuerpos más cercanos y proyectaron decenas de
esquirlas en todas direcciones, dientes de metal ávidos de morder y herir la
carne, fieras ciegas y aladas que mataban al azar. Von Grossen sólo tuvo que
disparar dos veces con la metralleta, para que la lluvia de balas dispersase al
gentío enloquecido.
Todo el grupo se resguardó preventivamente bajo la galería de
una hermosa Pagoda budista de estilo tibetano, con el fin de preparar la
siguiente acción. Kloster y Hans, en el centro del círculo de cimitarras
kâulikas, bajaron sus mochilas y extrajeron las cuarenta granadas de fusil.
Tomaron luego los Mauser 1914 e insertaron dos de ellas en el adaptador de los
cañones.
Las granadas de fusil tenían carga de fósforo, que estallaba
con el impacto, y constituían una eficasísima bomba incendiaria táctica.
Despedidas con un fusil semejante al Mauser, era posible acertar blancos
precisos a 300 metros. Sus blancos, las ventanas del Monasterio, los invitaban
a lanzar los proyectiles sólo 25 metros adelante.
Asentado sobre una base cuadrada de setenta metros de lado, el
Gompa mostraba tres filas de ventanas en el nivel superior a la puerta de
entrada, fachada principal que veíamos de frente. Albergaba, como dije, unos
500 lamas del Bonete Kurkuma, muchos de los cuales se asomaban y arengaban a
los duskhas, ora suplicando, ora mandando, a resistir al enemigo, a reorganizar
la defensa, a no huír, etc. Quizás la más paradójica de tales dramáticas
intimaciones fuera la que aseguraba, en el Nombre del Bendito Señor, que los
intrusos no eran Demonios sino simples mortales.
Existía también una gran puerta trasera, que daba a la Isla
Blanca, y dos pequeñas puertas en sendos lados del edificio, todas las cuales
permanecían trancadas por dentro. Los techos, cubiertos de tejas marrones, se
inclinaban en suave pendiente hiperbólica, y había un patio central rodeado de
galerías y finas columnas.
En esos momentos, los lamas advirtieron el incendio que
consumía a la aldea y exhortaron al pueblo a combatirlo empleando el agua de
los estanques y canales interiores, los que se podían inundar en cuestión de
minutos abriendo unas exclusas que contenían la presión del lago. Hay que
admitir que algunos duskhas conservaron la calma en esos trágicos instantes y
corrieron a cumplir las órdenes, que los lamas no se atrevían a realizar por sí
mismos; y otros hubo que intentaron vanamente oponerse a la voracidad del
fuego. Pero una cosa es detener un incendio ocasional, surgido por accidente en
tal o cual lugar, y otra muy distinta enfrentarse a cien focos deliberadamente
encendidos.
El incendio se tornó incontenible en ciertos barrios y sus
moradores huyeron des-pavoridos, algunos rumbo al exterior, y otros en
dirección al Lamasterio. Sin reparar en los cadáveres acribillados que
sembraban la plaza, turbas procedentes de varias direcciones convergían a cada
instante para solicitar socorro Divino de sus Dioses, en tanto los lamas los
conminaban a luchar de inmediato, contra el fuego y contra los invisibles pero
letales enemigos.
Sin embargo, aunque era ensordecedor el lamento y los alaridos
de los desespera-dos, sobre el ruido de fondo que producía el crepitar de las
cosas al quemarse, ya no se escuchaba el sonido de las armas de fuego.
Alentados por tal silencio, los lamas gritaban ahora oraciones y mantrams desde
casi todas las ventanas.
Una y dieciséis. La escuadra de Von Grossen surgió de improviso
de las tinieblas de la Pagoda y marchó en orden cerrado de dos en fondo durante
unos metros. Un instante después Kloster y Hans disparaban las dos primeras
granadas incendiarias hacia dos ventanas del segundo piso: una impactó en el
pecho del lama que vociferaba circunstancial-mente su discurso y lo hizo
desaparecer bajo una luz cegadora; otra penetró limpiamente por la abertura
contigua y estalló en el interior del Gompa. Y a través de ambas ventanas,
luego de apagarse el brillo de la explosión, se vio como las llamas lo
abrasaban todo.
Mas los SS. no se detenían a evaluar el efecto de su
ataque. Tras las dos primeras, continuaron enviando granadas contra las
ventanas a razón de diez por frente, hasta completar las cuarenta. Kloster
corrió por la derecha, seguido de Von Grossen y dos kâulikas, deteniéndose a
trechos para cargar la granada y disparar. Hans lo hizo por la izquierda,
protegido por Heinz y tres kâulikas, tirando de manera semejante.
Nadie había contado con la posibilidad que el Monasterio
tuviese su propio cuerpo de guardia, la que pasó desapercibida para el
observador gurka. Empero, aquélla era insignificante en número, aunque sus
miembros poseían buen adiestramiento en el empleo del sable. Allí sufrieron la
primera y única baja, cuando una sorpresiva cuchillada segó la vida de un lopa
del grupo de Von Grossen. Los guardias, dos o tres por puerta, permanecían
afuera y trataron, haciendo gala de cierto valor, de impedir que fuese atacado
el Monasterio. Por supuesto, no tenían ni la destreza ni el conocimiento
necesario para rivalizar con los kâulikas y, cuando no fueron eliminados por
sus cimitarras, cayeron perforados por las implacables balas germanas.
En contados segundos el Lamasterio fue, pues, igualmente pasto
de las llamas. Como huéspedes involuntarios de un horno infernal, como si el
Rayo de Indra hubiese efectiva-mente caído sobre el pacífico Ashram Jafran, la
mayor parte de los hipócritas Santos lamas halló horrible muerte en esos
primeros minutos del ataque. Una muerte que iba acompañada por un estremecedor
concierto de aullidos de dolor.
A los dos minutos, ambos pelotones se reunieron en la puerta
posterior del Monasterio, la que miraba a la Isla Blanca y al Templo de Rigden
Jyepo. Los relojes señalaban la una y dieciocho, y por la playa se aproximaba a
paso lento un tercer grupo: ¡era la cuadrilla compuesta por el gurka, el lopa,
Oskar Feil, y Yo!
De pronto se abrió la puerta y algunos lamas pretendieron salir
al exterior. Tosían y lloraban por el humo, y sus simples rostros asiáticos
representaban la imagen del espanto: Von Grossen los ametralló sin piedad y
bramó:
–¡A las otras puertas!
En efecto, las restantes puertas se abrieron también pero
fueron muy pocos los sobrevivientes que tuvimos que suprimir: el intenso calor,
y el derrumbe de los pisos superiores, acabó con la mayor parte antes que
pudiesen llegar a las salidas. Como los vigías, como la guarnición, la
totalidad de los lamas del Bonete Kurkuma terminaron aniquilados a causa de
nuestra superioridad en el arte de la guerra.
Capítulo XXVII
Una y veintiún minutos. Karl Von Grossen, Heinz,
Kloster, Hans, Oskar y Yo, el conjunto de cinco lopas, y el gurka, salvamos los
trescientos metros que nos se-paraban de la torre izquierda. Tuvimos que
abrirnos paso sangrientamente entre el escaso gentío que aún corría
caóticamente sin saber qué hacer, pero esa vía de escape planeada por Von
Grossen demostró ser, sino la única posible, una de las pocas que quedaban.
Otro curso de evasión, por ejemplo, podría haber considerado el medio acuático
del lago; lo que no sería factible hacer era regresar por donde vinimos, es
decir, por la avenida, ya que la misma se asemejaba ahora a un túnel de alta
temperatura por efecto del incendio general; efecto anticipado por el previsor
Von Grossen.
En el centro de un espeluznante círculo de cadáveres, al pie de
la escalera, dimos con el monje kâulika. Antecedidos por éste, fuimos subiendo
en columna hasta la torre y bajando rápidamente con la cuerda al exterior de la
muralla.
Sin obstáculos dignos de mención, emprendimos la retirada en
dirección al Norte. Quinientos metros más adelante hallamos al monje kâulika
con los caballos y completamos la retirada, alejándonos velozmente de la
destruida aldea duskha. El camino ascendía por la pendiente de una loma y Yo no
pude evitar volverme un instante para contemplar por última vez la consecuencia
de nuestro ataque. La imagen que percibí, como corolario de la operación, fue
dantesca: con el marco tenebroso de la noche cerrada, se distinguía nítidamente
el cuadrado del interior de la muralla, iluminado por los resplandores rojizos
del incendio, que todavía conservaba su vitalidad destructiva; el fuego, como
una bestia famélica, había decidido devorarlo todo, y aún se alimentaba del
siniestro Monasterio; el edificio, que fuera el más alto de la aldea, ardía
libremente y sus llamas proyectaban un abanico multicolor sobre el espejo
inmutable del lago Kyaring; bajo esa luz, hasta me fue posible reconocer al
maldito Templo de Rigden Jyepo, que estaba construido íntegramente con piedras
blancas.
El
éxito del ataque habría sido total de haber podido seguir el curso de una
variante planificada por Von Grossen, que contemplaba la dinamitación de aquel
Templo satánico. Pero no se dispuso de tiempo material para ello; vale decir,
el tiempo se empleó en cubrir las puertas del Gompa a fin de evitar que
escapasen los lamas: al realista Von Grossen le pareció más práctico matar a
todos los lamas, enemigos vivos, que emplear la violencia en un símbolo
“inerte” tal como el Templo. Mas Yo discrepaba con semejante criterio, pues
consideraba que tenía más peso real, como adversario, el Lamasterio que los
lamas: ¡a la Fraternidad Blanca le iba a resultar mucho más fácil reemplazar a
los lamas que reconstruir el milenario Templo! Sin embargo, nada le reprocharía
a Von Grossen ya que, gracias a su indudable profesionalismo, ahora galopaba a
mi lado Oskar Feil.
Unas potentes exclamaciones me substrajeron bruscamente de
tales pensamientos. Tardé en comprender que todos hicieron lo mismo que Yo y se
volvieron un segundo para llevarse la visión final de la aldea duskha. Y ahora,
al descender al otro lado de la loma, lanzaban incontenibles y alborozados
gritos de júbilo. Naturalmente, me refiero a los ale-manes, pues los asiáticos
permanecían tan indiferentes como siempre. Von Grossen tuvo que aludir a la
autoridad de su grado militar para evitar que se entonara a viva voz la canción
de Baldur Von Schirach “Canto a las Banderas de las Juventudes Hitlerianas”. Yo
también la hubiese querido cantar en ese momento. Y, recordando mi niñez en El
Cairo, la repetía mentalmente, como sin dudas hacían mis Camaradas:
...Alemania, un día te elevarás
radiante
¡Aunque Nosotros
tengamos que morir!
Nuestros Estandartes
ondean frente a Nos,
nuestros
Estandartes son de un Tiempo Mejor,
nuestros Estandartes
nos conducen a la Eternidad,
¡sí, nuestros
Estandartes son superiores a la Muerte!
Sí, nuestros estandartes eran superiores a la Muerte misma; y
desencadenaban la Muerte sobre los enemigos, como acababan de comprobar los
lamas del Bonete Kurkuma. Los alemanes desatábamos la Muerte porque la Historia
nos convocaba para ello; el Ene-migo de nuestros estandartes se arrepentiría
para siempre de haber clavado sus viles garras en la patria. Recordé entonces la
“Canción de Rebato para los alemanes” de Dietrich Eckart, aquel miembro
fundador de la Thulegesellschaft de quien Konrad Tarstein me hablara
incansablemente, pues había sido también uno de los Inciadores de Adolf Hitler:
¡Convocación, Llamamiento, Alarma,
Rebato!
¡Suelta está la
Serpiente!
¡El Dragón de los
Infiernos!
¡La Estupidez y la
Mentira rompieron sus cadenas;
la Avidez por el Oro
reposa en horrible asiento!
Rojo, como la
Sangre, está ardiendo el Cielo;
con estrépito
pavoroso
se derrumban las
Murallas.
Golpe tras golpe
¡también a los Sagrados Altares!
Los reduce a
escombros el Dragón.
¡Tocad a Rebato
ahora o nunca!
¡Alemania despierta!
¡Convocación,
Llamamiento, Alarma, Rebato!
¡Sonad las campanas
en todas las torres!
Tocad para que los jóvenes,
los hombres, los
ancianos,
los que duermen,
abandonen sus cuartos.
Tocad para que las
madres dejen las cunas,
para que las niñas
bajen las escaleras.
Que el aire retumbe
y resuene estridente,
¡que brame! ¡que
brame en el Trueno de la Venganza!
Tocad para que los
muertos
salgan de sus fosas.
¡Alemania despierta!
¡Convocación,
Llamamiento, Alarma, Rebato!
¡Sonad las campanas
en todas las torres!
Tocad hasta que las
chispas broten.
Judas viene para
conquistar el Reich.
Tocad hasta que las
sogas se tiñan de rojo.
Todo en torno es
Fuego ardiente
y Dolor y Muerte.
Que la tierra se
levante
bajo el Trueno de la
Venganza Salvadora.
¡Ay del pueblo que
todavía duerme!
¡Alemania despierta!
La Historia convocaba a los más aptos a luchar contra el Mal.
¡Y los más aptos éramos nosotros! En un momento único de la Historia habíamos
alzado los Estandartes Eternos, como pedía Baldur Von Schirach. Y por eso el
Führer tocaba a Rebato, como solicitara Dietrich Eckart. ¡Ay de los pueblos
dormidos, o entregados al Mal al igual que los duskhas! ¡Ay de los que
desoyesen el Toque del Espíritu Eterno! ¡Sufrirían la ira de los Hijos
Despiertos de Alemania!
Lo ocurrido en el Tíbet constituía un ejemplo: cinco oficiales SS.
y ocho Iniciados kâulikas, lamentando una sola baja, exterminaron a más de un
millar de feroces enemigos. ¡Uno por mil!: justa proporción por la vida del
Iniciado caído y la de Oskar Feil, que se proponían tomar.
¡Nuestros enemigos, mejor dicho, el Enemigo de nuestros
Estandartes, debería comprender definitivamente que Nosotros no amenazábamos
en vano!
Capítulo XXVIII
Quiero advertir al lector que Yo no dispuse de suerte
parecida a la suya, pues la narración de tío Kurt, refiriendo la operación de
rescate de su Camarada Oskar Feil, demandó varios días. Sin hacer mención a
esas interrupciones, he trascripto las partes principales en forma correlativa
para no causar impaciencia, una impaciencia parecida a la que, como es de
suponer, me aconteció a mí en esos días.
Sólo agregaré que, como seguramente le ocurrirá al lector,
aquella hazaña en la que participó tío Kurt, me trajo de inmediato a la memoria
la “Hazaña de Nimrod”, relatada por Belicena Villca. Indudablemente, la
aventura del Tíbet tenía un sello de heroísmo mágico, un estilo de
“intrepidez sin límites”, que la asemejaba a la historia del Rey Kassita. Por
lo demás, el Enemigo era el mismo: el Enemigo del Espíritu Eterno, el Enemigo
de la Sabiduría Hiperbórea, el Enemigo de “nuestros Estandartes”, como lo
denominaba tío Kurt, es decir, la Fraternidad Blanca de Chang Shambalá y sus
agentes terrestres.
Del mismo modo, acopiaré en los capítulos sucesivos los relatos
más interesantes de tío Kurt sin intervenir. Naturalmente, emplearé tal
criterio hasta donde sea posible, es decir, hasta el Epílogo ¿Epílogo?, que fue
cuando el relato de tío Kurt, y todo relato, hubo de ser interrumpido. Yo, por
mi parte, ya me hallaba bien de salud a esa altura, y sólo aguardaba la
culminación de la historia para cumplir la solicitud de Belicena Villca: cada
día que pasaba crecía mi determinación, pues, a cada instante, las cosas se
iban aclarando irreversiblemente en torno de la Sabiduría Hiperbórea.
Según recuerdo, así prosiguió tío Kurt una mañana:
Capítulo XXIX
Cabalgamos sin detenernos hasta cruzar el camino
Chang-Lam. Junto al puente sobre el Río Amarillo, en el mismo sitio donde lo
encontramos, dejamos al gurka. Permanecería oculto aguardando al resto de la
expedición, es decir, a los dos monjes kâulikas y a los cinco porteadores
holitas. Nosotros, en cambio, continuaríamos varios kilómetros para acampar en
los montes del N.E.
No convenía hacernos ver por el momento pues el ataque a la
aldea duskha causaría la consiguiente alarma en la región e ignorábamos la
reacción de las autoridades oficiales del Tíbet, quienes tal vez sospechasen de
nuestra intervención.
Comenzaba a amanecer cuando nos detuvimos, siendo evidente que
el buen tiempo que nos acompañara hasta entonces se había acabado. Densas nubes
surcaban velozmente las alturas y una brisa helada, que nos calaba hasta los
huesos, anunciaba sin equívocos posibles la inminente tormenta. Se trataba de
una tormenta de nieve y el lugar más protegido sería, paradójicamente, el campo
raso: de acampar contra las rocas de una barranca podríamos terminar sepultados
por una avalancha. Dimos al fin con una depresión eleva-da, un pequeño valle de
30 metros cuadrados rodeado de suaves laderas, y nos empeñamos con celeridad en
armar las carpas de alta montaña.
Al medio día fue imposible permanecer en la intemperie, pues la
brisa se había convertido en franca ventisca, y hubo que refugiarse en las
carpas: sólo los caballos tibetanos, como hijos de Céfiro que eran, resistían
con naturalidad las inclemencias del viento. Aquel retoño del monzón del N.O.,
sacudía las tiendas con violencia y silbaba un lamento agudo y desolado, un
quejido que tal vez surgía del alma de Rigden Jyepo al llorar la suerte de sus
adoradores.
Adentro de mi tienda, otra tormenta amenazaba desatarse. Pero a
ésta no la causaba el viento sino la tempestuosa actitud de Von Grossen. Para
el Standartenführer
la operación contra los duskhas representaba pura diversión, pérdida de tiempo.
Su misión, dar alcance a la expedición de Schaeffer, no se había cumplido; y el
tiempo seguía transcurriendo inútilmente. De acuerdo a sus lógicas apreciaciones,
ahora estábamos peor que antes: –en primer lugar –razonaba– desconocíamos el
camino secreto que unía el Cancel de Shambalá con la Puerta de Shambalá, cerca
del lago Kuku Noor; en segundo término, parecía evidente que ya no podríamos
seguirlos como hasta entonces, es decir, contando con la colaboración de la red
kâulika, puesto que los espías gurkas quedaron fuera de la expedición; y en
tercer lugar, cabía esperarse que a lo largo de aquel camino poco o nada
frecuentado no hubiese pobladores a quienes indagar; pero, en cuarto orden,
sería muy improbable que si los hubiera, ellos nos facilitasen la información
requerida, después que nosotros descubrimos nuestra filiación contraria a la
Fraternidad Blanca destruyendo a la comunidad de lamas del Bonete Kurkuma.
–¿Cómo, entonces, cómo haríamos para darles alcance, según
rezaban las órdenes de la División III de la R.S.H.A.?
Yo fingía ignorar estas preguntas y me contentaba en explicar a
Oskar Feil las verdaderas causas de su secuestro a manos de las duskhas: en
verdad, había caído en una emboscada; la celada era parte de un complot entre
Ernst Schaeffer y los lamas del Bonete Kurkuma, cuyo propósito tenía por fin
proveer de una víctima humana al Culto de Rigden Jyepo; empero, tal
conspiración tenía sus raíces en Alemania, en los traidores que se titulaban
“las Fuerzas Sanas de Alemania”, quienes planearon aquella expedición y
negociaron con la Fraternidad Blanca el precio de su apoyo. Y tal precio sería
sin dudas muy alto: sólo para atravesar el Cancel se requería un sacrificio, la
ejecución de un símbolo de la Nueva Alemania, la muerte de un SS., el
holocausto de un exponente de la Aristocracia de Sangre del Tercer Reich.
Luego, en Shambalá, Schaeffer conocería el resto de las condiciones: la
Jerarquía Oculta apoyaría a los conspiradores con sus poderes mágicos y con
sus, más efectivas, organizaciones sinárquicas, a cambio de destruír los
cimientos espirituales del Tercer Reich. No sólo el Führer y su plana mayor
tendrían que morir, y el partido Nacionalsocialista ser disuelto, sino que se
debería extirpar el núcleo del tumor; esto es, habría que desintegrar a la SS.
y demoler a la Orden Negra SS., exterminando sin misericordia a sus
Iniciados. Sí, el bisturí de la Fraternidad interesaría esta vez el fondo de la
herida, ras-pando si fuese necesario el hueso de la estructura social alemana:
sólo así, a posteriori de la cirugía mayor, podría edificarse la
Civilización del Amor sobre las cenizas de la Civilización del Odio
Nazi.
–Mas, hasta aquí, se trataría solamente de una parte del
precio: con el cumplimiento de estas pautas, los traidores no lograrían más que
demostrar su buena voluntad para colaborar con el Plan de la Fraternidad Blanca
–aclaré a Oskar–. El apoyo completo vendría más tarde, si los conspiradores
triunfantes demostraban estar dispuestos a llegar hasta el final y encaraban
una transformación profunda de la sociedad alemana que borrase todas las
huellas de la Cultura Nazi y la Sabiduría Hiperbórea: una sociedad alemana que
se integrase pacíficamente en la Sinarquía Universal de la segunda mitad de
Siglo XX exigiría, para que fuese abierta y confiable a la Fraternidad Blanca,
una forma de gobierno democrática y liberal, y una Cultura Oficial en la que
tuviesen libre expresión el sionismo, la judeomasonería y el judeomarxismo, o
las ideologías nacidas de esos troncos sinárquicos. Entonces sí, si los
traidores reinantes realizaban estas condiciones del pacto, Alemania se
situaría en el bando de Dios, del Bien, del Amor, y de la Justicia; y los
alemanes se verían apartados para siempre de sus malignas Deidades ancestrales.
Así es, Oskar –concluí–. Ernst Schaeffer es uno más de un
conjunto numeroso de traidores. Su función en la conspiración es firmar, en
nombre de las “Fuerzas Sanas de Alemania”, un Pacto Cultural sinárquico con los
representantes de la Fraternidad Blanca. No puedo revelarte en qué consiste
nuestra misión, cómo vamos a frustrar sus planes, pero te aseguro que ya en
Alemania tu suerte estaba decidida. ¡Jamás pasarías por el Cancel de Shambalá!
Oskar se sintió ridículo cuando supo que Ernst Schaeffer lo
había condenado desde el principio a morir en el Tíbet, que quizás sólo con ese
fin le permitió participar de la Operación Altwesten, y que el espionaje que
realizara para mí había sido a su vez supervisado por dos espías profesionales
del S.D., participantes también de la expedición. Y para colmo de males hubo de
enterarse de que involuntariamente había causado la muerte de Gangi.
–He sido un tonto –afirmó avergonzado–. Y pensar que Yo me
atreví a acosejarte a ti sobre la forma en que debías
actuar y te sugerí consultar a Rudolph Hess. ¡Todos se han burlado de mí!
–No te tortures, Oskar, que en ese entonces Yo ignoraba estos
hechos. Y hasta último momento Yo desconocía la existencia de otros espías
entre ustedes. Ahora sólo debemos pensar en impedir que el infame traidor de
Schaeffer lleve a cabo su infernal cometido. Sus planes ya están fallando: tú estás vivo y eso es lo que cuenta.
Vendrás con nosotros y conocerás el final de la historia, comprobarás el
fracaso de sus vanos esfuerzos por destruir el Nuevo Orden –aseguré con
convicción.
–Muy claros conceptos y muy admirable su fe, Von Sübermann
–intervino Von Grossen volviendo a la carga–. Pero no me ha dicho aún cómo
vamos a encontrar a Schaeffer en este laberinto de montañas, y con el Invierno
casi encima. ¿Cómo lo buscaremos? ¿Cree acaso que es posible rastrillar al azar
semejante región?
Realmente, Yo no tenía ni la menor idea que respondiese a esas
preguntas. Ante la presión del Standartenführer, sólo atiné a
proponer:
–Debemos inquirir a los kâulikas. Posiblemente ellos sepan el
modo de localizar a quienes se desplazan por territorios que les resultan
sobradamente conocidos.
Karl Von Grossen se tomó la cabeza entre las manos, al
comprender que sus sos-pechas eran fundadas: Yo no poseía la solución al
problema de hallar a Schaeffer. (¡Mein Gott: si fallaban en ese objetivo ni
soñar con regresar a Alemania!) Aquella operación, Himmler y Heydrich se lo
habían dicho bien claro, podía constituir un viaje sin retorno.
El fracaso no estaba permitido. Si fracasaba, debía protagonizar una suerte de
harakiri o seppuku, el honorable suicidio ritual de los samurais japoneses.
Pero Von Grossen, además de duro, era un hombre de proverbial
sangre fría. No obstante su aprensión, dijo:
–Buena idea, Von Sübermann, trataremos de llevarla de inmediato
a la práctica.
Sin esperar respuesta, desenganchó las telas de la tienda y se
precipitó al exterior, efectuando vigorosos saltos de rana. Afuera la ventisca
arreciaba. Lo seguí perplejo y penetré con él en una de las vecinas carpas de
los lopas. Contrariamente a nosotros, que nos manteníamos abrigados
introducidos en las bolsas de dormir, los cinco tibetanos que teníamos adelante
sólo vestían el uniforme de porteador inglés de alta montaña: saco y pantalones
verdes y borceguíes.
Contemplé con la mirada perdida como la nieve de sus ropas se
derretía y el agua chorreaba y corría por la lona del piso hacia la abertura de
eliminar desperdicios, mientras Von Grossen interrogaba a los tibetanos en
bodskad de Jam. Naturalmente, por dentro estaba invocando a los Dioses,
rezando una plegaria para que se cumpliese el milagro y los kâulikas conociesen
las respuestas que obsesionaban al Standartenführer.
De pronto, y puedo asegurar que por primera vez en las semanas
que llevábamos juntos, vi a todos los lopas sonreír al unísono. ¡Sí, no cabían
dudas: nos miraban y sonreían! Y luego de intercambiar entre ellos sugestivos
gestos de complicidad, volvían a observarnos y reían más fuerte aún. Finalmente
llenaron la tienda con un coro de carcajadas incontenibles.
El severo rostro del jefe SS. demostraba estupefacción y
el mío debía manifestar algo parecido. Sin embargo, ambos aguardamos con
paciencia que los lopas dominasen la gracia que les causara la pregunta de Von
Grossen, tratando con esperanza de vislumbrar una respuesta positiva en la
asombrosa reacción.
–¿Qué piensa de esto? –dije en alemán.
–Intuyo que se trata de Ud. –contestó enigmáticamente–.
Supongo que ellos creen que Ud. conoce la forma de seguir a Schaeffer.
Así era. Al concluir la hilaridad general, Von Grossen repitió
la pregunta: ¿existía algún modo de encontrar la expedición occidental, ahora
que ya habían cruzado el Cancel de Shambalá? Volvieron a mirarse entre ellos,
tentados de reír, pero al fin uno de los monjes kâulikas tomó la palabra:
–No os burlamos de vosotros, aunque vuestra pregunta bien
parece lo que acostumbráis llamar broma. Pues no otra cosa que una
broma nos parece el averiguar cómo se puede seguir a algo o a alguien en el
Universo, cuando quien lo pregunta va acompañado por el amo de los perros
daivas. Contestad vos, en serio ¿quién podría ocultarse, y dónde habría un
escondite tal, una vez que los perros daivas obedezcan la orden del Hijo de
Shiva y corran tras sus pasos?
Von Grossen no supo qué responder y me miró a los ojos con
expresión hostil.
–¡Le juro que no lo sabía! –me disculpé, escandalizado
frente a la posibilidad de que sospechase que Yo no quería seguir a Ernst
Schaeffer.
–¡Decidme qué debo hacer y cumpliré! –grité indignado a los monjes–. Vuestro Guru no me ha dado más
información que un Yantra incomprensible y sólo 60 días atrás no tenía ni la
más remota idea de que existían los perros daivas. Explicadme vosotros cómo
debo proceder para conseguir que esas bestias localicen la expedición alemana.
Nuevamente se miraron entre sí los lopas, pero sus rostros
mostraban ahora la habitual indiferencia. El que había hablado, y al que
llamaban Srivirya, tomó la palabra:
–Sin duda vos también bromeáis, Oh Svami. Pues debéis saber
mejor que nadie, vos que os halláis más allá de Kula y Akula, cómo dirigir a
los perros daivas. Y si no lo sabéis, o lo habéis olvidado, no os costará mucho
saberlo o recordarlo empleando el Scrotra Krâm, el Oído trascendente
de los Tulkus, del cual estáis dotado. Nuestro Guru os ha revelado el Kilkor
svadi, mediante el cual es posible formar cualquier palabra o nombre de cosas Creadas;
y vos conocéis el nombre de vuestro enemigo. Oh Sahakaladai, Magia es Poder: y
las palabras y nombres son los utensilios de la Magia. Reproducid el nombre
hacia el que queréis dirigir a los perros daivas con el lenguaje mágico del
Kilkor svadi y ellos os obedecerán.
Sea porque realmente creía que se trataba de una broma o de una
especie de prueba, o porque no deseaba seguir hablando sobre el tema, no hubo
manera de obtener más información del lacónico Srivirya. Sus últimas palabras
fueron:
–Oh, Mahesvara, el que no discute jamás, no alcanzamos a
comprender el motivo que tenéis para confundirnos con preguntas de las que sólo
vos podéis saber las respuestas. El Círculo Kâula conoce la Magia que permite
existir a los perros daivas, pero nadie que no sea un Gran Guru o un Tulku
consigue dominarlos con la mente, única vía por la que reciben órdenes: ellos
escuchan únicamente la Voz Interior de los Gurúes y los Dioses, los que están
más allá de Kula y Akula, los que son como Shiva; o tienen su Signo, como
vos. Yo nací en un Monasterio del Círculo Kâula, y mi padre y mi abuelo
fueron Iniciados kâulikas; y ni Yo, ni mi padre, ni mi abuelo, vimos nunca un
Guru capaz de hablar con los perros daivas, hasta que los Dioses os enviaron
con nosotros. Si es que queréis confirmarlo, el haberos conocido nos
enorgullece. Pero no nos avergoncéis más con preguntas que son propias de los
Dioses. Sabemos de nuestra debilidad y confusión en el Infierno de Maya y
hacemos todo lo posible para remediarlo. ¡Creednos, Oh Kshatriya: algún día
emergeremos de la miseria humana en que se ha hundido el Espíritu y seremos
como vos! ¡Tendremos entonces abierto el Scrotra Krâm, como vos, y podremos
saberlo todo; y los Dioses nos revelarán los secretos del Tantra; y los svadi
daivas nos obedecerán como a vos!
Regresamos a la carpa profundamente impresionados, aunque por
motivos diferentes. A Von Grossen le sorprendía que los temibles kâulikas se
dulcificaran en mi presencia y me trataran casi como un Dios. A mí, justamente,
esa deferencia me causaba inocultable desagrado, quizás porque no acababa de comprender
completamente lo que ocurría a mi alrededor: desde que fuera secuestrado por
los ofitas, durante mi niñez, hasta entonces, había ocurrido el fenómeno de que
ciertos hombres particulares percibían en mí, o por mí, un significado
espiritual que los arrancaba del Mundo material y los elevaba hacia las
cúspides más excelsas del Espíritu Eterno, Infinito e Increado. Y ese
significado procedía de un Signo que se revelaba en mí, o por mí, un Signo que
los ofitas llamaban “de Lúcifer”, Konrad Tarstein, “del Origen”, y los kâulikas
“de Shiva”. Los hombres particulares que lo percibían, según Tarstein, y
coincidiendo según veo ahora con Belicena Villca, compartían conmigo el Origen
común del Espíritu y llevaban en su Sangre Pura, inconsciente-mente, el Símbolo
del Origen. Por eso percibían el Signo del Origen en mí; en verdad, no lo conocían
recién sino que entonces lo reconocían, lo proyectaban en mí y
entonces se tornaba consciente, descubriendo la Presencia del Espíritu en Sí
Mismo, revelando el Misterio del Origen. Pero ese significado que Yo
manifestaba, y que esos hombres particulares comprendían, era in-significante para mí.
En rigor, debería decir no-significante pues el Signo me
importaba mucho a pe-sar de no poder comprenderlo, de no lograr abarcar su
contenido con la mente consciente. Y esa impotencia intelectual era la causa de
la perturbación que aún me causaba el comprobar que ciertos hombres
particulares lo percibían. Podía tolerarlo, como en el caso de la Pagoda
Kâulika, pero siempre salía mal librado de la experiencia.
Esta vez, a la perturbación de sentirme trascendido por el
significado del Signo, se sumó el efecto del increíble conocimiento que tenían
los kâulikas sobre el Oído Interior. Cómo se enteraron que Yo poseía esa
facultad, producto del poder carismático del Führer, es algo que nunca supe.
Mas a Von Grossen el tema lo fascinaba, disipadas sus dudas luego de la
insólita explicación de Srivirya, y el asunto del Oído Interior no se le había
escapado. Apenas nos acomodamos en la carpa, preguntó a boca de jarro:
–¿Qué Demonios es eso del Scrotra Krâm, Von Sübermann?
–Lo siento mi Standartenführer –dije en el acto, y
no sin rudeza– pero no puedo responderle a esa pregunta. Le diré, sí, que haré
todo lo que pueda para realizar la idea de los monjes kâulikas. Si es cierto
que los perros daivas son capaces de rastrear a Ernst Schaeffer tenga la
seguridad de que lo hallaremos. Voy a trabajar desde ahora para encontrar la
solución del problema, y emplearé si fuese necesario el Scrotra Krâm. Es todo
cuanto puedo decir.
Los ojos de Von Grossen echaron chispas pero, como de
costumbre, mantuvo la serenidad y no me molestó más. Indudablemente Yo no podía
hablar con él, del Oído Interior, porque Konrad Tarstein había tomado mi
palabra de que sólo lo haría con “miembros de mi propío Círculo”; y un sexto
sentido me advertía a gritos que Von Grossen no lo era.
Esa noche, cuando todos estuvieron dormidos, me decidí a
“emplear el Scrotra Krâm”, es decir, a comunicarme con la Voz del Capitán Kiev.
Como la primera vez, como siempre, no tardé en verme inundado de Sabiduría.
Comprendí así que los bijas del Yantra no sólo permitían emitir un conjunto de
órdenes fijas, según me revelara el Guru Visaraga, sino que constituían un
Alfabeto de Poder con el que se podía formar “cualquier nombre de cosas
creadas”: los kâulikas, evidentemente, conocían aquella propiedad pero
ignoraban la clave alfabética que ordenaba los 49 bijas y posibilitaba la
codificación de cualquier palabra. Sin embargo, no hubiese sido difícil para
ellos descubrir el Alfabeto de Poder efectuando un análisis criptográfico de
las “palabras de mando” para los perros daivas que figuraban en sus fórmulas
mágicas.
Sea como fuere, lo cierto es que a mí me había sido revelada la
totalidad del secreto. Conocía ahora un símbolo, semejante al plano de un
laberinto, que aplicado sobre el Yantra dotaba a los bijas de un determinado
orden, a cuyo arreglo se debían ajustar las palabras formadas. Lo verifiqué
varias veces con las “palabras de mando” del Guru y, cuando estuve seguro de no
cometer errores, me aboqué a la tarea de traducir la sentencia “sigan
a Ernst Schaeffer” en la lengua del Yantra svadi.
Capítulo XXX
Por la noche amainó el temporal y a la mañana el
cielo se presentaba despejado, sin vestigios de la pasada tormenta. Hasta el
viento había cesado por completo y el vayu tattva se mostraba sereno: un
silencio total reinaba ahora en el diminuto valle. Los tibios rayos de Surya,
el Sol, apenas alcanzaban a derretir parte de la nieve acumulada. Pero más
radiante que el Sol me hallaba Yo pues, aunque no había dormido en toda la
noche, estaba seguro de tener la solución para dirigir a los perros daivas tras
los pasos de Ernst Schaeffer, y ese logro me estimulaba y sobreexcitaba.
Al verme, Von Grossen no necesitó preguntar nada para saber que
el problema es-taba resuelto. Se ocupó, en cambio, de enviar un lopa para
relevar al gurka y notificarle la ubicación de nuestro campamento; luego se
concentró en estudiar los deficientes mapas del Tíbet y el Oeste de China. Pasé
la mañana conversando con Oskar y los otros oficiales d, y al mediodía almorzamos
tsampa, una olla cocinada por los monjes, formando todos juntos una gran rueda
de conmilitones. La reciente aventura nos había aproximado al peligro y a la
muerte, y dejado como saldo positivo una sana camaradería que me recordaba los
días de la hitlerjugend. Sí; hasta podría asegurarte, neffe Arturo, que en
aquellos momentos nos embargaba una despreocupada alegría.
Ya anochecía cuando llegaron el gurka, el lopa mandado por Von
Grossen, los dos lopas que dejamos en Yushu, y los cinco porteadores holitas
con los yaks, los zhos, y los terribles dogos. Creo que jamás en mi vida me
sentí tan contento como en esa ocasión, al recobrar a los perros daivas. El
arribo fue muy festejado por los oficiales SS. pues, además de víveres,
en los yaks venían otros cincuenta cargadores de Schmeisser y balas de Luger,
justo para reponer las municiones gastadas contra los duskhas. Los dos monjes
kâulikas traían noticias frescas sobre el ataque, recogidas en el camino
Chang-Lam.
Toda
la región del Tíbet estaría, al parecer, conmocionada por el suceso. Por el
camino, tropas de un titulado “Príncipe de Kuku Noor” los habían interceptado,
pero luego de las explicaciones recibidas les permitieron partir sin problemas.
Aquel incidente era consecuencia de la guerra civil: en algún momento de su
Historia, el país del Tíbet llegaba hasta el lago Kuku Noor; posteriormente,
los chinos formaron la provincia de ese nombre e hicieron retroceder la
frontera del Tíbet más al Sur del Río Yang Tse Kiang; y últimamente, luego de
la incorporación de otros pequeños estados, principados, o feudos tibetanos,
constituyeron la gran provincia de Tsinghai.
Al comenzar la guerra entre Japón y China, y a causa de la
ausencia del poder central por la ocupación de la capital del Celeste Imperio,
los tibetanos vieron la oportunidad de recuperar sus antiguos señoríos e
independizarse de China y unirse nuevamente al Tíbet. En ese caso particular, el
resurgido Príncipe de Kuku Noor era un fervoroso budista de la tribu tibetana
lubum, cuyos miembros forman parte de la aristocracia lamaísta. Su devoción y
respeto por el Dalai Lama no tenían límites, y la agresión a los duskhas lo
había afectado profundamente: por tal razón envió varias partidas de hombres
armados a la búsqueda de los atacantes.
–“Somos –dijeron los lopas– servidores de un rico comerciante
de Bután, que se encaminan a Sining para canjear su mercancía”.
Viajaban con el consentimiento del Dharma Rajá, para quien
debían cumplir ciertos encargos. Y enseñaron a los soldados tibetanos una carta
del Dharma Rajá en la que constaba la lista de objetos a adquirir.
Eso fue suficiente. Los lopas obsequiaron una botella del
aguardiente de solja butaní y los soldados brindaron abundante información.
“Debían cuidarse durante el viaje porque existía una gavilla de bandoleros
fuertemente armada que operaba en la Región. Recientemente atacaron y
destruyeron una aldea de pacíficos y Santos lamas, por lo que se veía bien
claro que no se trataba de tibetanos, ni siquiera de religiosos, sino de
extranjeros indeseables. A menos que fuesen miembros de la clandestina secta
Kâula, quienes odiaban a los lamas budistas o hinduístas en general; pero ellos
nunca se habrían atrevido a tanto. Los sobrevivientes duskhas afirmaban haber
sido atacados por los Asuras, mas los soldados no eran tan crédulos y
sospechaban que los ‘Demonios’ serían en realidad bandidos occidentales,
secundados por matones chinos. Si estaban en
lo cierto, los malhechores intentarían regresar a China por la
indefinida frontera del Este, a la que se proponían vigilar desde ahora”.
De manera que nos buscaban y, como atinadamente predijera Von
Grossen, no podríamos hacernos ver por bastante tiempo. Los monjes kâulikas
tenían otras novedades.
Sus contactos con miembros del Círculo Kâula les permitieron
enterarse de que un profundo movimiento subterráneo de simpatía hacia nosotros se
estaba articulando en to-do el Tíbet espiritual. A muchos admiraba aquel grupo
de Iniciados que mataban sin pie-dad a los discípulos del Señor de Shambalá.
Sería muy difícil regresar a Bután por el mismo camino, pero nuestros aliados
tibetanos nos garantizaban un seguro escape a través de China hasta las líneas
japonesas. Japón se hallaba entonces en excelentes relaciones con Alemania y en
el consulado alemán de Shanghai funcionaba activamente una delegación del
Servicio Secreto de la d. Si llegábamos hasta allí, podríamos embarcarnos
sin inconvenientes. La comunidad kâulika de Sining nos ayudaría en esa empresa.
Pero aún era prematuro hablar de la salida del Tíbet. Antes
debíamos hallar a Schaeffer y neutralizar sus planes.
–¿Estamos en condiciones de partir al amanecer, Von Sübermann?
–preguntó cortésmente Von Grossen.
–¡Iawohk, mein Standartenführer ! –respondí con seguridad.
Dejamos todo listo y, al amanecer, levantamos las tiendas y nos
dispusimos a partir. Von Grossen esperaba que Yo le indicase claramente el
rumbo, pero lo único que podíamos hacer sería acompañar a los perros daivas. Se
lo hice entender y me situé adelante de la columna, tomando con las dos manos
las riendas de los dogos. Desde el Infinito del Espíritu, más allá de Kula y Akula,
descendió la orden “seguir a Ernst Schaeffer” en la lengua del Yantra svadi y
penetró en el Universo de las Formas Creadas, atravesó el âkâsha tattva y se
implantó en el cuerpo anímico de los perros daivas. Y los increíbles animales,
como si realmente estuviesen husmeando un rastro físico, se pusieron rígidos y
estiraron las cabezas hacia arriba, y luego partieron como flechas en dirección
al Norte.
Viajamos varios días de ese modo, siempre escoltando a los
perros daivas y éstos siguiendo las invisibles huellas de la expedición
alemana. Al principio Von Grossen no puso objeción alguna pero luego comenzó a
inquietarse, a desconfiar, y a insinuar abierta-mente la posibilidad de que los
perros se hubiesen extraviado. En honor de la verdad, debo decir que no carecía
de razones para dudar, pues la errática marcha de los dogos, que ora iban hacia
el Norte, ora hacia el Este, ora regresaban al Sur, ora torcían al Oeste, lo
había desorientado por completo.
Su brújula y sus mapas eran totalmente inútiles, me dijo
dramáticamente un día. –¡Estamos perdidos en el corazón del Tíbet, en un lugar
absolutamente desconocido para la civilización! ¡Quizás en un lugar que no es de
este Mundo!–. No es que el racional Von Grossen se hubiese tornado
repentinamente supersticioso: ocurría que los perros daivas nos condujeron
realmente por una ruta que no parecía de este Mundo. En ese momento nos
encontrábamos en un enorme valle, ornado de regular vegetación y dotado de
primaveral clima; todo era tranquilo y perfecto allí: sólo que ese lugar no podía
existir donde estaba. Observé un pequeño pájaro posarse en un árbol, vi
un arbusto con flores amarillas, eché una mirada perdida a una liebre veloz, y
comprendí que la circunstancia no tenía explicación. Recién entonces me entró
preocupación y le concedí razón a los reclamos de Von Grossen.
“¿Dónde Diablos estamos?” pensé, mientras detenía con una orden
mental a los dogos. Von Grossen me contemplaba fastidiado.
–¡Al fin ha comprendido el problema! Hace tiempo que le
advierto que algo no an-da bien pero Ud. no me escucha. No escucha a nadie.
Sólo presta atención a sus malditos perros. No niego que en todo esto hay
hechos sobrenaturales, hechos que quizás Yo no pueda o no deba comprender: lo
acepto y ni intento cambiar las cosas. Sé que los perros nos guiarán por sendas
extrañas, ilógicas, para alcanzar a quienes también transitan por un camino
mágico. Lo sé y no busco comprender cómo lo hacen. Para eso está Ud. Pero
óigame bien, Von Sübermann ¿no puede suceder que, en éste o en otro Mundo, los
perros se desorienten, se extravíen, pierdan la pista de Schaeffer o sigan un
rastro falso? ¿no puede haber, acaso, otros Magos, enemigos nuestros, que
interfieran su rumbo?
–¡Absolutamente, no! –le dije, pero ahora era él quien no
escuchaba.
–Hace una semana que marchamos, supuestamente hacia el Lago
Kuku Noor, vale decir, hacia el N.E. ¿Sabe en qué región deberíamos estar?
–Sí –acepté de mala gana–. En Tsinghai. Este valle...
–¡No, Von Sübermann: Ud. sabe perfectamente que un valle como
éste no
existe en Tsinghai ! Es un Ostenführer, si mal no recuerdo; lo
leí en su legajo. Vale decir que conoce bastante la geografía del Asia. Deberíamos
estar en Tsinghai, y a veces parecía que estábamos allí, pero definitivamente esto
no es Tsinghai ! ¡No sabemos siquiera si es el Tíbet!
Karl Von Grossen rió histéricamente y continuó. Yo decidí
esperar que se calmara.
–Míre la brújula. Hacia allá está el Este, de donde venimos.
¿Recuerda el gran lago que vimos ayer con los prismáticos, y que convinimos en
que no podía ser otro más que el Kuku Noor? Pues bien, la orilla Este de ese
lago da al valle de Tsinghai, entre los montes Nan Chan al Norte y la
cordillera Kuen Lun al Sur. ¿Conoce la distancia entre el lago y los montes
Kuen Lun? Si quiere puede consultar el mapa.
–Considerando que la cordillera Kuen Lun se extiende
paralelamente de Este a Oeste, creo que hay unos 30 km. entre el lago y su
extremo oriental, la cadena Amne Ma-Chin; –dije de memoria– y entre la orilla
Este y el extremo occidental de la Kuen Lun, la cadena Altyn Tagh por ejemplo,
en cambio hay unos 1.000 km.
–¡Eso es! –confirmó triunfalmente–. Ahora mire hacia el Sur con
los prismáticos ¿Reconoce esos montes, a no más de quince kilómetros?
–¡Son los Altyn Tagh! –exclamé estupefacto– ¡El extremo Oeste
de la cordillera Kuen Lun!
–¿Y a Ud. le parece, Von Sübermann, que desde ayer a hoy
pudimos recorrer 1.000 km.?
–¡Nein!
–Ahora va siendo Ud. razonable –aprobó–. Le diré cuánto anduvimos, ya que he efectuado un cálculo preciso: sólo
veinticinco kilómetros. ¿Comprende? Hemos unido en sólo 25 km. dos
lugares que normalmente están separados por 1.000 km. ¿Qué ocurrió con
la distancia normal? ¿Se acortó? Tome conciencia, Von Sübermann: en el
planeta que nosotros nacimos y estudiamos, el lago Kuku Noor no se encuentra a
25 sino a 1.000 km. de los montes Altyn Tagh. ¡Este lugar es Tíbet y China a la
vez!
Ante aquella realidad tangible, de hallarnos frente a los
montes Altyn Tagh, en el Oeste de la cordillera Kuen Lun, se aclaraba inesperadamente el
significado del nombre clave Altwestenoperation, que entendíamos
como Operación Viejo Oeste: ingeniosa-mente, habían cortado la palabra China Altyn
para formar la voz alemana Alt, viejo. Pero entonces, casi al final
de la aventura, se comprendía el sentido verdadero: la nefasta misión se
llamaba en verdad “Operación Altyn Tagh”. Pensé tontamente en esto, mientras Von Grossen insistía en plantear
la necesidad de revisar la Estrategia de la Operación Clave Primera: él, que
una semana atrás me obligara a emplear la facultad del Scrotra Krâm y a lanzar
los perros daivas tras las huellas de Schaeffer, afirmaba ahora la necesidad de
revisar la Estrategia propia: ¡Wahnsinn!
Comenzamos a hablar apartados del resto de la caravana, pero
los tres oficiales SS. se fueron acercando en silencio y ahora estábamos
rodeados por ellos. Von Grossen sus-piró y me puso paternalmente una mano en el
hombro.
–Fíjese en los tibetanos –indicó–. ¿No le parece insólita su
expresión? –En efecto, aquí Von Grossen no exageraba: la actitud de los monjes
kâulikas era indudablemente fuera de lo común. La natural e imperturbable
tranquilidad había desaparecido y se los notaba nerviosos y alarmados.
¡Aquellos guerreros, que no vacilaron frente a un enemigo cien veces superior,
se revolvían incansablemente para vigilar todas las direcciones, como si
esperasen que el mismo Satanás fuese a irrumpir a sus espaldas! No reparé antes
en ello porque los perros atrajeron toda mi atención, como me reprochara Von
Grossen.
Maldije por dentro y sólo musité:
–Es curioso...
–¿Curioso? Es increíble. Ud. recién lo advierte, pero hace un
día que se han puesto así. Yo intenté averiguar qué les pasaba mas me han respondido
con evasivas, pero a Ud., a quien respetan, no se negarán a responder.
–¡Quiero saber qué pasa, Von Sübermann! –prosiguió–. Antes de
continuar este viaje de locos quiero saber qué pasa: si estamos extraviados, o
en otro Mundo, o qué les ocurre a los tibetanos, quiero saberlo todo. No me
opondré a reanudar la marcha guiados por los perros, mas creo necesario que Ud.
reflexione y esté al tanto de lo que ocurre a su alrededor.
Evidentemente, mi abstracción de los últimos días lo había
afectado. Pero se equivocaba Von Grossen. Si quería hallar a Ernst Schaeffer,
si pretendía que los perros daivas obedeciesen la orden correcta, el peor error
que podía cometer, sería “estar al tanto de lo que ocurría a mi alrededor” y
“reflexionar”. Justamente, el secreto para controlar a los perros consistía en
la capacidad de situarse lejos de todo “alrededor”, fuera del Espacio y del Tiempo, más allá de Kula y Akula; y por sobre
todo, se requería no pensar, no apercibir, no “reflexionar”.
Sin percatarse, el Standartenführer quería obligarme a
caer en Mâyâ, la Ilusión de las formas materiales que llenaban nuestro
“alrededor”, que componían el contexto del Gran Engaño. Pero él era un hombre
cultísimo, que hablaba con soltura del Vril y demostraba comprender los términos
del Espíritu: la Eternidad, el Infinito, la Libertad Absoluta. ¿Cómo
explicarle, entonces, lo que ya sabía? Opté por callar. No quería lastimarlo,
pues sólo podía atribuir su olvido de los principios básicos de la Sabiduría
Hiperbórea a una intensa sensación de terror.
–Interrogaré al gurka –propuse–. Me parece que es quien más
afinidad tiene con nosotros.
Von Grossen estuvo de acuerdo y lo llamamos enseguida. Como él
supusiera, Bangi no se negó a responderme.
–Estamos –dijo– en el “Valle de los Demonios Inmortales”. Muy
cerca de aquí ha de encontrarse la Puerta de Chang Shambalá. Vosotros no habéis
desarrollado la visión psíquica y por eso no véis el Santuario de la Reina
Madre del Oeste. Pero hace un día que nos aproximamos a él y los kâulikas lo
percibimos a cada instante con mayor nitidez.
El gurka señalaba hacia los montes Kuen Lun. Por momentos
hablaba en bodskad, y por momentos en inglés y alemán, lo que demostraba su
perturbación.
–¡Sí: allí está el Santuario de Hsi Wang Mu, la Enemiga de
Kula! –afirmó con un estremecimiento–. Ella es quien otros llaman Dolma, Tara,
Kuan Yin, y también Binah, la Madre de los hombres mortales de barro. Es
tradición que a este Valle de los Inmortales sólo entran los que Ella ama y
desea preservar para que adoren a Brahma, El Creador, y sirvan al Rey del
Mundo, es decir, sólo entran los que odian a Kula, los que rechazan la Boda
Eterna con la Shakti Absoluta, los no-hombres, los no-viriles. ¡Jamás un
kâulika ha puesto los pies en este camino contrario al Tao, el Camino y el Fin al Principio;
nunca un Esposo de Kula ha hollado tan mísero camino, opuesto a la propia
Vruna!
Vos y los perros daivas nos habéis conducido al Infierno, a
protagonizar en cuerpo físico el más grande desafío de esta vida. Ella
tratará de convertirnos en anima-les, pero nosotros lucharemos aquí si es
preciso; por Shiva; y por vos, Hijo de Shiva; y por vuestro Führer, el Señor de
la Voluntad Absoluta. Pero, sobre todo, lucharemos porque sabemos que vos, que
nos habéis guiado a la Guerra contra los Asuras, no nos abandonaréis en el
Infierno. ¡Vos sois un Guerrero del Cielo y del Infierno, un Hombre de Honor, y
sabréis cómo sacarnos de aquí!– Tal convicción, obvio es aclararlo, me
impresionó profundamente.
–¿Estamos en el Infierno? ¡Sí que hemos llegado lejos! –comentó
Von Grossen con ironía–. Es posible entonces que el hijo de puta de Schaeffer
se encuentre próximo, ya que éste es el lugar más apropiado para él.
Por supuesto, nadie imaginó que la chanza de Von Grossen
correspondía a la más estricta realidad: el traidor y la expedición alemana se
hallaban cerca, muy cerca de allí. Sin embargo el viaje no se reanudó hasta la
mañana siguiente, por iniciativa mía. Deseaba que todos descansasen y busqué
excusas triviales para justificar la parada. Expliqué, al ya no tan apresurado Standartenführer,
que necesitaba “reflexionar” sobre lo visto y oí-do, y revisar las órdenes de
los perros daivas. Y creo que por primera vez en el viaje, des-de Bután, todos
agradecieron internamente tener que perder un día en el Umbral del Valle de los
Demonios Inmortales.
La camaradería no es un vínculo cuantificable, una relación
mensurable, una razón entre compañeros. No es un mero nexo afectivo, como la
amistad, sino coincidencia espiritual, identidad de ideales que se realizan
simultáneamente. La camaradería es determinada por instantes absolutos:
el tiempo y el espacio del hecho; pero carece de dimensión temporal extensiva;
vale decir, la camaradería no admite categoría de duración, es inconcebible un
Camarada permanente, como un amigo. La camaredería produce Camaradas del acto,
de la circunstancia coincidente; implica el encuentro de dos o varios, en un
mismo instante, con un ideal común que se concreta. La amistad, por el
contrario, es temporalmente extensa y espacialmente limitadora y abarcante;
consiste en un grueso nexo sentimental, casi mensurable, que une a las personas
con independencia del hecho en el que participan. La amistad es independiente
de toda norma ética porque brota del corazón, como toda relación afectiva. En
la camaradería, por el contrario, siempre está presente el Honor. Se exige no
cuestionar la conducta moral de un amigo; es obligación, en cambio, observar la
actitud ética de un Camarada: Se podría traicionar a la patria, con ayuda de
un amigo. Pero sólo es posible morir por la patria, con ayuda de un Camarada.
De la oposición entre la amistad, afectiva, y la camaradería,
espiritual, surge con claridad por qué el traidor consigue extender su traición
en el tiempo, “para siempre”, análogamente a la amistad, y por qué el héroe
debe demostrar su valor en el acto de un instante, instante que el Honor, y la
ética de la humildad, obligan a olvidar posteriormente: ese instante del héroe,
que lleva implícito todo el valor en el acto de su ocurrencia, es la instancia
absoluta de los Camaradas, la coincidencia perfecta de los que van a luchar a
favor del mismo ideal. Porque, y la aclaración es evidente, el instante del
héroe es un tiempo propio de Kshatriyas, de Guerreros, es decir, de Camaradas.
En una trinchera, están refugiados un jefe y diez soldados. De
pronto cae adentro una mortífera granada. Un soldado se arroja sobre ella y
amortigua la explosión con su cuerpo: ha muerto pero ha salvado a todos los
demás; es un héroe. Hay que advertir, en este ejemplo, que el héroe, en su
instancia absoluta, es el líder carismático del grupo.
Observemos bien: se trata de un ejército profesional, existen jerarquías y
grados militares, superiores y subordinados, jefes y soldados. Sin embargo esa
organización exterior, ese or-den superficial, no cuenta frente a la Muerte
imponderable; las fuerzas internas del orden humano son impotentes para
oponerse a la potencia disolvente de la Muerte. Al caer la granada, en la
trinchera, sólo son reales la Muerte y los hombres que van a morir: en ese
instante de terror no hay superiores y subordinados, jefes y soldados, sino
hombres que van a morir. Pero alguien decide oponerle el cuerpo a la Muerte. Lo
piensa en un instante y lo decide: él detendrá a la Muerte, no la dejará pasar
más allá de sí. No es un suicidio: es un acto de entrega de la propia vida en
favor de un ideal. “Muero para que triunfen ellos”.
Primer acto: Cae la granada en la trinchera y la granada es la
Muerte: frente a Ella, un grupo de hombres va a morir.
Segundo acto: Un hombre se levanta desde su propia humanidad y
decide “morir él solo y salvarlos a ellos”, “para que triunfen ellos”. Y quien
así obra no es ni jefe ni soldado, pues el valor no requiere jerarquías, sino
el héroe. He aquí el milagro: un soldado se apodera de la instancia
absoluta y deja de ser soldado para convertirse en héroe. Y ya no hay jefes ni
soldados, ni siquiera hombres que van a morir, sino el héroe y sus Camaradas.
Sus compañeros, jefe y soldados, son los Camaradas que coinciden
junto a él en el acto de la Muerte. Pero, por sobre todos los actos, está el
objetivo de la guerra, el ideal del guerrero, la patria o tal vez una meta
nacional. La realización del ideal necesita, pues, el hecho de la vida. La
Muerte, en ese caso, es el Enemigo. De allí que, frenar a la Muerte, evitar que
quite la vida de los que luchan por el ideal, sea un acto de servicio al ideal,
fuera de todo reglamento. Si no fuese así, el acto del héroe sería un mero
suicidio y los sobrevivientes salvarían una vida sin sentido. Pero la vida
rescatada de la Muerte tiene un sentido: el triunfo del ideal . El héroe se arroja sobre
la granada pero les dice bien claro a todos: “muero para que vosotros triunféis”,
es decir, “muero así para que triunfemos todos”, “muero así para que triunfe el
ideal”, “¡triunfad!”; no les dice “Os regalo la vida”.
¿Y cómo se los dice?: carismáticamente. Todos lo escuchan
con la Sangre; por eso no sienten que le deben la vida al héroe sino que deben
triunfar, derrotar al Enemigo, cumplir con su mandato. ¿Entonces
hay orden? Sí, pero no el orden artificial de la organización militar sino la
formalidad de la Mística: en el instante de arrojo, el héroe es el líder
carismático de sus Camaradas y su último pensamiento es una orden
que to-dos acatarán. Una orden dada fuera de la jerarquía militar,
desenganchada de la cadena de mandos, pero dotada de mayor fuerza que cualquier
disposición exterior porque ha sido emitida dentro de cada uno, simultáneamente
con la explosión de la Muerte. Bajo la forma Mística del ideal, los Camaradas
han recibido, en un instante único, la orden del líder carismático, que lo es
porque en esa instancia absoluta los supera a todos con el valor heroico de su
acto.
Regresando a la comparación anterior, ahora se puede apreciar
mejor la diferencia entre la amistad y la camaradería: los amigos pueden darnos mucho,
incluso todo lo que tienen; tal vez hasta den la vida por nosotros; pero sólo
los Camaradas nos darán algo mayor que sus vidas, incluso mayor que nuestras propias
vidas, esto es, el ideal. Sólo un héroe, o un Camarada, creerá en nosotros como
héroes o Camaradas y nos ordenará seguir al ideal, nos señalará el ideal, nos
revelará el ideal, nos aproximará al ideal.
Ser amigo es estar ligado a un corazón ajeno. Ser Camarada es
estar comprometido con un ideal; significa asumir, en el momento oportuno, la
instancia absoluta del héroe; si fuese necesario, liderar carismáticamente a
los Camaradas, ordenar la marcha hacia el ideal, morir por el ideal. “Alemania,
un día te elevarás radiante / aunque Nosotros tengamos que morir / ... / ¡Sí,
nuestros Estandartes son superiores
a la Muerte!”
Pero no siempre los héroes tienen que morir. Héroe es también
aquél que lidera a sus Camaradas en el instante absoluto y los conduce
directamente a la victoria. Y todos lo siguen, persuadidos, arrebatados,
ganados, porque saben carismáticamente, con la Sangre, que él ha visto el ideal
y se propone realizarlo. Se cumple así un principio universal de la Sabiduría
Hiperbórea; “uno conduce a los Camaradas y el ideal se realiza”.
En nuestra escuadra, imperaba el orden militar. Existía una
escala de mandos que se iniciaba en Von Grossen, continuaba conmigo, proseguía con
Hans y Kloster, y culminaba en Heinz; los guerreros kâulikas también tenían su
jerarquía, y sus jefes recibían directivas nuestras.
Sin embargo, por arriba de la organización militar, a todos nos
unía el ideal común del Espíritu, del Nacionalsocialismo, del Führer. En un
instante dado, todos éramos Cama-radas, y entonces podía ocurrir la instancia
absoluta del héroe. Durante el viaje, y el ata-que a los duskhas, la escuadra
funcionó como un cuerpo militar y las jerarquías y grados se respetaron. Empero,
cuando el objetivo buscado se tornó incorpóreo, y la Muerte y la locura
comenzaron a rondarnos, y fue al fin evidente que ni Von Grossen ni nadie,
salvo Yo, podría sacarlos de aquel siniestro “Valle de los Demonios
Inmortales”, el orden jerárquico se descompuso y se produjo la coincidencia
carismática: Yo y los Camaradas. To-dos creían en mí, esperaban de mí,
confiaban en mí.
La circunstancia, es claro, requería un héroe y un líder. Era
consciente de ello y no estaba dispuesto a dejar pasar la
oportunidad. Por eso quería que descansaran antes de retomar la
búsqueda de Ernst Schaeffer: luego no habría más tiempo. Porque, en ese
instante absoluto, seguido sin titubear por mis Camaradas, y siguiendo a mi vez
el Camino de Kula y Akula, nos arrojaríamos a la garganta del Enemigo.
Moriríamos o triunfaríamos, pero sea cual fuese el caso, nuestra muerte o
triunfo significaría para los Cama-radas de Alemania la orden de realizar el
ideal, la victoria del Führer. –“Moriremos para que ellos triunfen” –pensaba,
temblando de resolución heroica. ¿El ideal? Como diría Baldur Von Schirach, el
ideal consistía en “nuestros Estandartes”.
Capítulo XXXI
A partir de
allí todo sucedió muy rápido, y del mismo modo te lo narraré, neffe Arturo.
A la mañana temprano estábamos preparados para reiniciar la
persecución. La totalidad de los guerreros aprontó las armas, como si fuésemos,
en cualquier momento, a librar una batalla: los tibetanos revisaron las flechas
y el filo de sus cuchillos, y aguardaban la voz de marchar con una mano apoyada
en el pomo de las cimitarras; los alemanes se proveyeron de cargadores y
granadas de palo, y reemplazaron los fusiles Mauser por las metralletas
Schmeisser. Aunque las órdenes de Konrad Tarstein, idénticas a las que
recibiera Von Grossen del S.D., me exigían sumarme pacíficamente a la
expedición de Ernst Schaeffer, Yo dudaba que ello fuese posible ahora. Y
tampoco lo consideraba posible Von Grossen y los otros oficiales SS.. No
después de haber entrado en aquel Valle de los Inmortales, después de haber
visto esa región paradisíaca en medio de las nieves eternas, ese oasis en las
alturas de Kuen Lun. Tal sitio no podía existir sin vigilancia. Y los
guardianes no estarían dispuestos a dejarnos avanzar ni retroceder. Guardianes
que, presentíamos, serían terriblemente más peligrosos que los duskhas.
Apenas
habíamos ingresado en el Umbral del Valle cuando nos detuvimos y acampamos. Si
eramos vigilados, los guardianes del Umbral no tardarían en actuar; de allí
nuestros aprontes, la certeza de que algo nos amenazaba y habría que
enfrentarlo. Buscábamos a Schaeffer, ése era el objetivo principal, pero
entonces la realidad era que nos hallábamos en un Valle del Infierno.
–Nada nos indica que Schaeffer haya tomado este rumbo, y mucho
menos que haya pasado por aquí, pero creo que ahora da lo mismo avanzar o
retroceder –concedió Von Grossen–. La verdad es que este Valle no existe en
nuestro Mundo: ¡de todos modos, da lo mismo ir hacia una dirección que otra!
Los porteadores holitas se negaban a continuar. Mas tampoco
sabían cómo volver, por lo que fue menester separarnos nuevamente. Se quedaron
con ellos los mismos dos lopas, monjes de edad avanzada pero igualmente
peligrosos, los yaks, zhos, y la totalidad de los caballos. Pese a que no había
nieve por ningún lado, y el clima era primaveral, las cimas de los montes Kuen
Lun se veían demasiado cerca para suponer que los caballos nos fuesen útiles
por mucho tiempo.
De esa manera, partimos los cinco alemanes, los siete lopas, y
el gurka, Camaradas del Espíritu Eterno, trece héroes en su instancia absoluta.
Dí la orden mental a los perros daivas y éstos salieron en la misma dirección
que seguían el día anterior.
–No se puede negar que es Ud. persistente –gruñó Von Grossen al
comprobar el rumbo tomado.
Pero Yo no disponía de tiempo para atenderlo a él ni a nadie
más. Kâla, el Tiempo Devorador, era ahora la Muerte Mrtyu frente a nosotros, un
instante definitivo en el que moriríamos o triunfaríamos, sin términos medios.
Y en ese instante de héroes, se requería de un Héroe entre los héroes, un líder
que transmitiese la orden carismática de luchar por el ideal, “por nuestros
Estandartes”, “aunque nosotros tengamos que morir”. Si el ideal se realizaba
finalmente, morir o vivir significaban un honor o un triunfo, cualquiera fuese
el caso. A ninguno debía preocupar morir o vivir sino la realización del ideal,
la imposición universal de nuestros Estandartes, la victoria de la Estrategia
propia. Esa era la orden carismática a mis Camaradas. A los perros daivas les
mandaba “sigan a Ernst Schaeffer” en el lenguaje del Yantra svadi. Y los perros
Kula y Akula seguían el rastro del traidor en una región que no estaba ni en la
Tierra ni en el Cielo. Y Yo seguía a los perros daivas, más allá de Kula y
Akula. Y mis doce Camaradas iban detrás de mí, sin importarles ya nada de lo
que les rodeaba, sin contemplar la posibilidad de morir o vivir, sólo pensando
en el ideal, en la realización del ideal, en la Victoria Final de nuestros
Estandartes.
Desde que dejamos el vivaque, la excitación de los dogos fue en
aumento, como si su presa se encontrase cada vez más cerca. Con mucha seguridad
nos guiaron por varias sendas descendentes, hasta dar con el cauce de un
torrentoso arroyo cuya corriente pro-venía de los montes Kuen Lun. Durante una
hora, más o menos, marchamos paralela-mente a su orilla derecha, debiendo los
monjes kâulikas, en varias ocasiones, picar con las cimitarras para abrirse
paso entre el tupido espinillo.
Al cabo, llegamos a una magnífica cascada de 50 mts. de caída,
y allí obtuvimos la primer prueba de que no ibamos desencaminados. Frente a
nosotros se erigía la pared de un barranco de piedra de 50 a 60 mts. de altura,
por donde se derramaba el agua del arroyo, y en cuya base existían inequívocas
señales de la presencia del hombre. En un pequeño claro había un minas,
uno de esos túmulos de piedra semejantes a las apachetas sudamericanas,
que se van formando en los “lugares sagrados” del Tíbet por la adición que
todos los lamas peregrinos hacen de una piedra pintada con signos
correspondientes a bijas de la Kâlachakra. En un nicho excavado en la pared de
piedra, estaba el motivo del minas: la escultura del Buda Viviente Maggogpa,
el Maestro Rey de Shambalá, Rigden Jyepo. Lo habían representado sentado en la
posición del loto, meditando, y en sus manos, una diminuta estatuilla de la
Shakti Kâkinî sostenía un Corazón sangrante, en cuyo centro estaba el signo de
la Estrella de David, indicador del Anâhata chakra. El conjunto correspondía al
Símbolo de la Doctrina del Corazón, el Yoga del Amor que deben practicar todos
los adeptos que aspiran a conocer la Kâlachakra. Su presencia allí era
franca-mente amenazadora e intimidatoria: sólo quienes fuesen adeptos Iniciados
en la Doctrina del Corazón podrían seguir viaje hacia la Puerta de Shambalá. La
aceptación de tal condición se demostraba agregando una piedra con el nombre
escrito con sangre, al túmulo del minas.
Nos detuvimos solamente quince minutos en aquel lugar, ya que
los dogos insistían briosamente en continuar la búsqueda y exigían un esfuerzo
sobrehumano para contenerlos. Durante ese tiempo, mis Camaradas exploraron el
sitio y descubrieron que varias sendas llegaban y partían: los perros daivas,
tal vez para acortar camino, nos condujeron por zonas del todo intransitadas.
Pero se veía que aquella “Puerta de Shambalá” había sido visitada con
frecuencia dado el volumen del minas, o al menos desde hacía bastantes años.
–¡Von Grossen, Von Sübermann, miren esto! –gritó Heinz Schmidt,
que estaba entretenido examinando las piedras del minas.
Tenía una piedra en la mano y me la alcanzó. Observé que
aparecía escrita con sangre en dos de sus caras: una resultaba ilegible, pues
sus signos eran desconocidos para mí, pero la segunda inscripción me estremeció
el corazón: decía, en correcto alemán: Ernst Schaeffer.
Sin decir palabra se la pasé a Von Grossen y llamé a Srivirya
y a Bangi. –¿Podéis decirme que lengua es ésta? –indagué.
–Es Zenzar, el idioma sagrado de los Bodhisattvas de Chang
Shambalá. El Arhat Djual Khul, que guía a los alemanes, les ha de haber
revelado ciertas fórmulas de la Kâla-chakra para escribir en las piedras
–explicó Srivirya.
Y eso fue todo cuanto ocurrió allí. Momentos después los perros
daivas subían de dos en dos los peldaños de una escalera tallada en la piedra,
que llevaba a lo alto del barranco.
Finalizado el ascenso, se accedía a una amplia terraza, en
cuyos límites comenzaba la ladera de un monte perteneciente al extremo oriental
del sistema Altyn Tagh. El lugar se presentaba igualmente desolado, pero con
evidentes señales de la actividad humana. Nos sorprendió a todos, en efecto, la
presencia de un imponente Chortens, monumento sagrado tibetano
de base cuadrada y cuerpo estrangulado en forma de campana, habitualmente
rematado con un cono truncado, en cuya cima se asienta la imagen de una Deidad.
Colocada sobre el cono superior del Chortens, se destacaba la horrible estatua de
una Diosa incontablemente multiplicada en sí misma y desdoblada en cientos de
perfiles semejantes: innumerables rostros, piernas y brazos, la convertían en
un torbellino de Presencias, es decir, significaban indudablemente Su
Omnipresencia. La Diosa expresaba un sólo Aspecto repetido incansablemente: tal
aspecto, aislado, la mostraba sonriéndonos compasivamente mientras danzaba
sobre un Corazón sangrante; lucía el cabello suelto y tocado con corona de
Reina, un ojo en medio de la frente, y ojos en las palmas de las manos y en las
plantas de los pies. La habían pintado delicadamente, y los colores
predominantes eran el blanco y el azul: cuerpo blanco, prendas azules.
El Chortens medía por lo menos 15 mts. de altura, y la estatua
de la Diosa tenía el suficiente tamaño para permitirnos apreciar todos sus
detalles. Los alemanes la observábamos en silencio, expresando con gestos
elocuentes el desagrado que nos causaba: ¡teuflisch!
Los tibetanos también la contemplaban en silencio. Sin embargo,
en un acto inusual el gurka se dirigió hacia el grupo de oficiales SS.:
–¿Os impresiona la imagen de Kuan Yin, la Reina Madre del
Oeste? A nosotros nos impresiona igualmente, pero mucho más nos afecta el
contemplar a la propia Diosa interesada por los visitantes de su
milenario Santuario. Si lo deseáis, os puedo traducir con palabras claras lo
que este humilde monje kâulika ve y siente al percibir el Chortens de la Diosa
de la Misericordia en el Valle de los Inmortales.
Todos accedimos, sin imaginar hasta qué detalles de la trama
oculta podía llegar la aguda visión del monje kâulika.
–Ayer le dije a dos de Vosotros que si pudieseis ver el mundo
sutil comprobarían que nos encaminábamos hacia el Santuario de Hsí Wang Mu
–recordó Bangi–. Hoy hemos avanzado un trecho y nos aproximamos más a Ella,
la Madre de la parte animal del hombre. Pero vosotros seguís sin verla,
a
pesar de que su presencia está en todas partes. ¿Os impresiona su
imagen? Pues ¿qué sería de vosotros si lograseis levantar el velo de Mâyâ y
contemplaseis a Kuan Yin en toda su Inteligencia y Majestad, en su total
Omnipresencia Misericordiosa ? Os lo diré: ¡no podríais resistir la Mirada de la
Diosa del Amor Animal, la Compasiva del Corazón!
–Y no podríais hacerlo porque la suya es una mirada de muchos ojos,
de cientos de ojos, de millones de ojos, que observan el corazón del hombre, o
jîva, aguardando que se aproxime e identifique con su âtman, el Arquetipo
Divino creado por Brahma a semejanza de Sí Mismo. Y para eso la Shakti Kâkinî
hace oír su voz en el sonido anâhata shabda, y dice “om mani padme hum”, “Oh
tú, joya que está en el loto”, “Oh Madre que está en el chakra”, “Oh Devi, que
está en el Anâhata chakra”. Y si el jîva escucha este mantram, y lo recita como
anâhata japa, se convierte en jîvâtman; y también recibe la kâlagiya, la señal para
ingresar a Chang Shambalá e integrarse a la Fraternidad Blanca.
En cada punto del Espacio real hay un pequeño globo o átomo
arquetípico, que simboliza con exactitud la unidad de Brahma, El Creador. Y en
el centro de cada uno de tales átomos, hay un ojo con el cual El Uno se
contempla a Sí Mismo desde todas las cosas creadas. Cada ojo del Padre Uno se
llama Yod, pero cada pupila le pertenece a la Madre Kuan Yin. Cuando
la sangre del hombre es estigmatizada por los Señores del Karma, y el dolor
penetra en los ojos de El Uno como una sinfonía placentera, las pupilas de la
Madre Kuan Yin suavizan los acordes sufrientes con la Misericordia de su
Corazón. Por eso Ella es Avalokiteshvara, un Bodhisattva de
Compasión. Si, Kameraden occidentales: esta imagen que os impresiona es apenas
un opaco reflejo de Kuan Yin tras el Velo de Mâyâ. ¡Aquí mismo, en este
momento, la Diosa danza el Baile de la Vida y sus incontables ojos miran en
vuestros Corazones buscando el calor del Amor! ¡Kuan Yin quiere sentir a
Vuestros Corazones palpitar de Amor por las cosas creadas! ¡Quiere sentiros
estremecer de compasión por el dolor que azota la vida del hombre, el dolor
causado por quienes se apartan de la armonía del Universo, de la Ley del Uno!
¿Y qué recogen los ojos de Avalokiteshvara en Vuestros Corazones? Solo Frio y
Odio, en lugar del Calor y del Amor a la Vida. Y entonces se retiran envueltos
en llantos los ojos de la Madre, prometiéndose ayudaros para que tornéis a la
condición animal, al Corazón cálido de los que aman la Vida tibia. Ella es la
Madre de los animales hombres, de los pasúes: ¡Su Misericordia os alcanzará y
os calentará el Corazón con su Amor, desalojando al Frío y al Odio, al duro
hielo! ¡Y lo hará aunque tenga que girar la Kâlachakra y convertiros en simios
primitivos!
Pero aquí, con vosotros, está Ganesha, el Hijo de Shiva, a
quien llamáis Kurt. ¿Qué ha visto la Diosa Madre del Oeste en el Corazón del
Hijo de Shiva? También Frío y Odio, pero formando el nido para la máscara de la
Muerte Fría, el refugio de Kâly, La Negra. Sí, en el Hijo de Shiva está la
abominación mayor, porque ha hospedado a la Muerte en su Corazón, a la Máscara
de la Muerte que oculta la Verdad Desnuda de la Negrura Infinita de Sí Mismo.
En el Corazón de Ganesha, sobre el cuerpo muerto del pasú, hijo de la Madre
Kuan Yin, danza Kâly La Negra el Baile de la Muerte Fría; y en el cadáver del
pasú, que es carroña, está viviendo aún el falo de Shiva, el lingam diamantino
de vajra: frente al símbolo de la virilidad absoluta, Kâly se descubre y deja
manifestar a Pârvatî Frya, la Verdad tras la Muerte Negra; Pârvatî Frya realiza
entonces el yonimudrâ sobre el lingam de Shiva, y Bhairava resucita en el
Corazón del Hijo de Shiva; ¡ha nacido anormalmente un Niño de Vajra en el
Corazón de Ganesha! ¡un niño engendrado por el Espíritu de Shiva con la Verdad
tras la Máscara de la Muerte! ¡un niño gestado en la matriz de la Negrura
Infinita de Sí Mismo! ¡un niño nacido en la vulva rota del Corazón muerto del
pasú! ¡un Niño de Vajra, un Niño de Diamante, un Niño de Piedra, un Niño de
Rayo, un Niño de Fuego Frío, un Niño Dios ! ¡un Niño que es la Vruna
Increada y que está más allá de Kula y Akula, más allá del Tiempo y del
Espacio, más allá de la Vida y de la Muerte, más allá del Bien y del Mal, definitivamente
más allá del pasú asesinado por Kâly en el Corazón del Hijo de Shiva !
Un mal muy grande han visto los millones de ojos de
Avalokiteshvara en el Corazón del Hijo de Shiva. Un mal para el que no bastan
Sus Lágrimas de Misericordia, ni su Compasión, ni su Amor. Un mal para el que
no hay redención posible, ni en ésta ni en otra vida de la Rueda de la Vida
Sripai Khorlo.
Es el mal de aquél que huye a los cuidados del Padre y de la
Madre, que reniega del Padre y de la Madre, que descubre que no tiene Padre ni
Madre, que encuentra la Verdad Desnuda de Sí Mismo y se empeña en Ser lo que Es
y no lo que debe ser de acuerdo a la Ley. ¡Oh qué ingratitud la de quien así
enfría el Corazón para la Madre y abriga odio contra el Padre! La Verdad
Desnuda se ha instalado en el Corazón del hombre, sobre un lecho de hielo, y
éste se ha convertido en un vîrya, en un Dios que compite con el Dios Uno. Pero
Ella ha enfriado el Corazón porque es la Enemiga del Amor y la Madre Kuan Yin no
puede permitirlo. La Enemiga del Amor ha causado mucho daño: con la Máscara de
Kâly ha asesinado al pasú, su hijo primogénito; y con el Poder de la Verdad
Desnuda, ha procreado un ser abominable que nació sobre el cadáver del pasú, un
Niño de Piedra Diamante, un niño que no es ni será jamás humano. Grande es el
daño causado por la Enemiga, Terrible el mal que anida en el Corazón del Hijo
de Shiva.
Es deber de la Madre Kuan Yin, quien todo lo ve y Su
Misericordia alcanza a todos, proteger a sus hijos animales hombres. Porque sus
hijos, de Corazón caliente y mente fría, son como ovejas en la manada: dependen
del Pastor y su cayado. Y porque los Niños de Piedra, de Corazón Helado y mente
caliente, son como lobos hambrientos: acechan la manada para asesinar a los
corderos, y sólo huyen frente al cayado del Pastor.
–¿Qué ha visto la Diosa Madre del Oeste en el Corazón del Hijo
de Shiva? Un lobo, un asesino de corderos, un Niño de Piedra Hijo de Sí Mismo y
Esposo de la Verdad Desnuda, una Existencia abominable Táo-t'ie fuera de la
Creación. Mas, por sobre todos los males, Kuan Yin ha visto a quien puede
manifestar la Verdad Desnuda al Mundo, des-cubrir la Belleza Prohibida y
Embriagante de la Enemiga de los hombres y propagar el mal de la Sabiduría como
una epidemia. A los ojos de la Madre Kuan Yin, el Hijo de Shiva es el Demonio
de la Destrucción del Hombre. La Verdad Desnuda que Ganesha puede exhibir a los
hombres dormidos causará en ellos una nueva y atroz caída en la nada de lo
Increado. Sobre las ruinas de la Humanidad del Amor, Ganesha transformado en
Shiva, danzará la disolución de lo Creado, la descomposición de Mâyâ, la Muerte
Final de la Ilusión. Y en el Pralaya del Amor y la Misericordia de Kuan Yin,
sobre la Muerte de la Humanidad, en el Gottendemerung de la Fraternidad, los
resucitados Héroes, los vîryas semidivinos, los Hombres-Dioses, exaltarán a la
Verdad Desnuda de Sí Mismo, a la Enemiga del Amor, a la Esposa del Origen. ¡Oh,
cómo lloran los millones de ojos de Avalokiteshvara al comprender el mal que
habita en el Corazón del Hijo de Shiva!
Pero Kuan Yin sabe que el mal de Ganesha es demasiado grande
para poder ser perdonado. ¡No; para Kurt Von Sübermann no existe ninguna
posibilidad de trato, pues su Presencia es humillante para la dignidad de los
Bodhisattvas, su Presencia que expone sin pudor la Verdad Desnuda del Origen!
¡Nadie que esté en el bando de El Uno, de Brahma, El Creador, aceptará tal
afrenta! Y será una vez más la Misericordiosa, quien hable en el Corazón del
Hijo de Shiva y le anuncie la decisión de los Dioses. ¡Así habla la Diosa Madre
Kuan Yin al Corazón del Hijo de Shiva Kurt Von Sübermann!:
Como lobo, mis borregos matarás.
Como Niño de Piedra, T'ao-t'ie,
después en lobos como tú los
convertirás.
¡Para ti compasión no habrá!
¡Sereno mi amoroso Corazón,
secos mis múltiples ojos están!
Monstruo de la Verdad Prohibida
que trasmuta la humana Paz:
¡la decisión tomada está!
¡Por donde has venido te irás!
¡Fuera del Sendero del Hombre
saldrás!
¡Lobo feroz, a mis ovejas no
acecharás!
¡Verdad Desnuda del Origen
a los hombres dormidos
tu Signo no revelarás!
¡Porque eres eterno,
aunque no lo sabes, ulfhednar,
no morirás;
mas si el Sendero del Hombre
pretendes transitar,
al Mundo del Hombre
jamás regresarás!
¡A mi Santuario en la Tierra
no entrarás!
¡Yo soy la Madre de la Humanidad!
¡Soy la Pastora atenta
y a mi rebaño cuido
con celo sin igual!
¡Quien aqui llega busca la
Inmortalidad!
¡Es quien ha pasado todas las
pruebas
y es un cordero en mi corral;
es el que ha ofrendado un Corazón
tierno
a Avalokiteshvara;
es el que ama y sufre,
el que sigue su Dharma,
el que es un perfecto hombre
animal;
el que llega a mi Santuario
y al Padre va a adorar!
¡A él Yo le concedo
la Inmortalidad!
¡A él Yo lo guío
hacia la Fraternidad!
Mas tú, que eres lobo
con disfraz de cordero
¿qué vienes a buscar?
Portador de la Muerte Negra y
Fría,
en tu Corazón de Hielo,
la Enemiga Oculta va.
Los Dioses no pueden castigarte,
pero tampoco desean verte más.
¡No hay sitios para lobos
en esta propiedad!
¡Por mi sûtrâtmâ de Misericordia
el lycántropo no transitará!
¡Aquí soy Kuan Yin, Chenrezigs,
la Diosa del Fondo del Mar!
¡Yo guardo el Sendero del Deva
Yâna
para los Inmortales de la
Fraternidad!
Tu pecado de Piedra Frya
ha ofendido, mis ojos de bondad,
y te he cortado el camino
hacia la Fraternidad.
¡Por tu abominable mal
hoy he cerrado
la Puerta de Chang Shambalá!
¡Yo soy Palden Dordji Lhamo!
Todos quedamos asombrados y sorprendidos por las palabras del
monje. ¡El llamaba a eso “traducir sus impresiones sobre el Chortens”, cuando
parecía que la misma Dio-sa Kuan Yin nos había hablado! Sin dudas, Bangi poseía
una facultad superior que le permitía ver y oír a los Bodhisattvas. Pero el más
alterado por aquella visión era Yo, pues descubría en ella aspectos que me
tocaban de cerca, significados que interesaban a la Operación Clave Primera,
conceptos que cobraban sentido en el marco de la Estrategia propia. El gurka,
en efecto, me había transmitido un mensaje, aunque no dejaba vislumbrar si lo
hiciera consciente o inconscientemente.
En síntesis, lo que dijera el gurka, y que nadie podía
comprender entonces salvo Yo, era que mi presencia en el Valle de los Inmortales
obligaba a los Demonios a cerrar la Puerta de Chang Shambalá, tal como
esperaba Konrad Tarstein que sucediera. Vale decir, que si Ernst Schaeffer aún
no había conseguido pasar, su Operación Altwesten quedaría definitivamente
suspendida, pues la Diosa Kuan Yin “decía en mi Corazón”: “la decisión tomada
está”, “hoy he cerrado la Puerta de Chang Shambalá”.
Capítulo XXXII
Era pleno mediodía cuando dejamos el Chortens. Los perros
daivas exigían trepar por la ladera Oeste de uno de los Altyn Tagh, mas pronto
descubrimos un sendero disimulado que permitía ascender unos mil metros. Cuatro
fatigosas horas después arribamos a la cumbre del monte, constatando que por el
Norte, la montaña caía miles de metros en una pared vertical: desde la base, se
extendía en todas direcciones una amplia llanura desértica, salvo hacia el
N.O., donde se divisaban las azules aguas de un lago de enorme superficie.
–¡Teufel! –exclamó el eficaz Von Grossen–. Tenemos la suerte de
contemplar el país desde una privilegiada terraza de 4.000 mts. Lo que vemos,
en toda su extensión, es la provincia china de Sinkiang; esa llanura, no es
otra que el desierto de Takla Makan, que se halla conectado con el desierto
mongol de Gobi en su extremo oriental; y el lago, con toda precisión, se trata
del Lop Noor. ¡Al fin un área geográfica que se ajusta a la realidad de los
mapas germanos!
Pero,
si fuera del Valle de los Inmortales el Mundo seguía igual, en su interior el
Espacio y el Tiempo estaban tan distorsionados como antes, los Dioses Traidores
y los Sacerdotes de la Fraternidad Blanca nos acechaban para cerrarnos el paso
o atacarnos, y aún debíamos localizar a Ernst Schaeffer. Esto último ocurrió
antes de lo previsto. Efectivamente, mientras observábamos maravillados el
Sinkiang, los monjes kâulikas exploraron los cien metros cuadrados de la cumbre
y a los pocos minutos trajeron impactantes noticias: ¡al pie de la ladera Sur
había un campamento! Corrimos hasta allí y lo verificamos con los prismáticos.
¡No cabían dudas: era el campamento alemán!
La
pequeña cañada, que mas bien parecía un desfiladero, medía unos 500 mts. de
largo y 50 mts. de ancho, y en Invierno cumplía la función de transportar la
nieve de un gigantesco glaciar, cual titánico canal de piedra. Estaba orientado
de Este a Oeste, y en cada extremo, sendas gargantas permitían entrar o salir:
desde adentro, podía observarse que la garganta Oeste estaba flanqueada por las
esculturas de dos enormes bodhisattvas armados. Por alguna razón, la expedición
no se atrevió a cruzar ese portal de piedra tan elocuentemente ornamentado, y
decidió acampar en el extremo opuesto de la cañada, junto a la garganta de
entrada. Se veía que llevaban ya unos días en aquel lugar, y que tal vez
pensaban permanecer más tiempo, pues habían desempacado todo el equipo y
distribuido racionalmente, luego de una rigurosa castrametación: hasta
disponían de dos centinelas, uno al Este y otro al Oeste del campo.
Para el momento, largamente acariciado, de toparnos con la
expedición de Schaeffer, Von Grossen elaboró un plan de aproximación al que
sólo faltaban agregar detalles tácticos de acuerdo a las circunstancias. Dado
el caso presente, sólo hubo que confirmar los puestos y funciones de cada uno
para que la escuadra estuviese dispuesta a ejecutar el plan.
Conforme a ello, descendimos en silencio hasta la entrada de la
cañada, sitio en el que desembocaba el camino de la cumbre. Ya allí, Von
Grossen, Oskar Feil, el gurka y Yo, con los perros daivas, permanecimos ocultos
unos minutos, en tanto los tres oficiales SS. y los ocho monjes lopas,
se desplegaban alrededor del campamento. Ellos debían mantenerse a resguardo y
cubrir nuestro próximo avance, en previsión de un malentendido o de que algo
saliese mal.
Sin sospechar nada, el centinela se hallaba fumando, distraído
por sus propios pensamientos, recordando quizás la patria lejana. Los tres
alemanes surgimos de pronto frente a él y creyó estar soñando. Pero ya era
tarde para reaccionar, especialmente al ver las negras bocas de las Schmeisser:
la Luger, el puñal, y el subfusil MP40 pasaron a manos de Von Grossen.
–Somos oficiales del Tercer Reich –explicó Von Grossen– pero no
podemos correr riesgos. ¡Heil Hitler! ¡Acérquese ahora al campamento, muy
lentamente, y avise de nuestra llegada!
–¡Heil Hitler! –respondió el atribulado centinela.
Con exquisita delicadeza, se fue asomando a cada una de las
seis carpas y comunicando lo que ocurría a sus ocupantes. Muchos, posiblemente,
habrán supuesto que el centinela desvariaba.
En segundos se reunieron 20 o más hombres, pero no se podía
distinguir quién era oficial o suboficial porque todos estaban vestidos con
traje de paisano. Uno de ellos soltó una exclamación y se acercó varios pasos:
–¡Yo a Ud. lo conozco! ¡Es
el Standartenführer
Karl Von Grossen! ¿Qué
Diablos hace aquí, en la axila del Tíbet?
–Y Yo sé quien es Ud., Standartenführer Reinhard Von Krupp
–replicó maliciosamente el siempre bien informado Von Grossen, remarcando el grado
y el nombre del oficial. De sus años en la Gestapo, Von Grossen conservaba la
mala costumbre de poner cierto énfasis sugestivo al nombrar a las personas,
dando a entender que poseía sobre ellas información confidencial o
comprometedora.
–Estamos aquí para... –iba a proseguir Von Grossen, cuando fue
interrumpido por la aparición de Ernst Schaeffer.
Es posible, y más aún, muy probable, que Schaeffer haya perdido
irreversiblemente la razón al encontrarse ante aquel espectáculo inesperado.
Para comprenderlo hay que figurarse lo que sería para él haber llegado al Valle
de los Inmortales, a un paso del Santuario de la Reina Madre del Oeste y de la
Puerta de Chang Shambalá, y comprobar que en lugar de los Arhats aparecía un
grupo de alemanes, uno de ellos su enemigo jurado. Y junto a éste,
inexplicablemente, venía la víctima propiciatoria, Oskar Feil, y el gurka
desaparecido.
–¡Ahahahah...! –dio un alarido demencial y clamó– ¡disparen,
mátenlos a todos!
Los SS., oficiales y tropa, alzaron sus fusiles pero
aguardaron que su Standartenführer confirmara la orden: Schaeffer era oficial de
la Abwer y no tenía mando directo sobre la Schutz Staffel. Esa indecisión evitó
un enfrentamiento armado de imprevisibles consecuencias.
–¡Son alemanes, hombres de la SS.! –trató de explicar
Von Krupp, que estaba atónito frente a la alucinante actitud de Ernst
Schaeffer.
Pero éste ya había extraído su Luger y me apuntaba, con la
manifiesta intención de eliminarme del mundo de los vivos.
No alcanzó a disparar. En veloz movimiento, dos de los SS.
de su expedición se abalanzaron sobre él y lo tomaron de rehén: uno le arrebató
la pistola y lo sujetó, mientras el otro apoyaba una daga sobre su garganta.
¡Eran los dos espías del S.D.!
–¡Al primero que se mueva, degollamos a este hombre! –amenazó
uno de ellos–. ¡Acérquese, mi Standartenführer, y desarme a esos
cuatro! –agregó, señalando a los secuaces de Schaeffer.
Von Grossen no se hizo esperar y gritó varias órdenes. Ante la
sorpresa general, Hans y Kloster emergieron de entre las rocas y rápidamente
despojaron de sus armas a los cuatro, que no opusieron resistencia. Seis
figuras, vestidas con túnicas color azafrán y con el rostro y las manos
cubiertas de ceniza, intentaron huir a la carrera en dirección a la salida
Oeste de la cañada, pero cayeron a los pocos pasos acribillados a flechazos:
eran el Skushok del Ashram Jafran y sus lamas. Aquello colmó la medida. Von
Krupp bramó a su vez una orden y todos sus hombres hicieron cuerpo a tierra; y
poco faltó para que se llegase nuevamente al enfrentamiento.
La escuadra de Von Krupp nos duplicaba en número. Sin embargo
primó el sentido común y el Standartenführer interrogó a Von
Grossen airadamente:
–¿Qué es esto, Von Grossen? Se presenta aquí, nos trata como si
fuésemos enemigos, y mata a los guías tibetanos, que contaban con nuestra
protección. ¡Me imagino que tendrá un buen justificativo para este atropello!
–No tenemos nada contra Ud. sino contra ese hato de traidores
–vociferó Von Grossen–. Y si le parece suficiente justificación, acá están
nuestras órdenes, aprobadas por el Führer.
Le alargó un sobre lacrado que rezaba: “Altwestenoperation”.
Reinhart Von Krupp lo rasgó y extrajo el escrito. Era un decreto de breve
texto. Movió la cabeza afirmativamente y le comentó a Schaeffer:
–¡Han venido de Alemania a hacerse cargo de la expedición!
Desde este momento la seguridad y logística están a cargo del Standartenführer
Karl Von Grossen.
El rostro de Schaeffer lucía más blanco que la nieve de los Altyn
Tagh. Von Krupp dijo en tono suficientemente alto como para que todos le
oyesen:
–Por mi parte está bien. Acepto las órdenes y me pongo bajo su
mando. Pero tendrá que explicarme qué significa su acusación de traición. Y
cómo es que Oskar Feil se encuentra con ustedes.
El SS. aflojó la presión del cuchillo. Los hombres de
Von Krupp se pararon y bajaron los fusiles, en tanto Heinz y los ocho monjes
kâulikas se aproximaban, estos últimos con las flechas aún montadas en sus
arcos.
–¡Traición! –gritó el traidor, fuera de sí–. ¡Traición!
¡Malditos asesinos, no saben el daño que han causado a Alemania y a la
Humanidad! ¡Ahahahah...! ¡Von Sübermann, hijo del Demonio, sabía que se
proponía impedir nuestra misión! ¡Ha venido a destruirnos: debimos haberlo matado
en Alemania! ¡Por su culpa seré castigado: los Maestros jamás me perdonarán su
presencia condenada en este Valle Sagrado! Cuando el Arhat Djual Khul se marchó
debí imaginar que algo terrible estaba sucediendo! ¡¡Era Ud.!! ¡Ud. y su Mancha
excecrable que ofende a los Santos Seres!
¡Maldito, mil veces maldito Von Sübermann, engendro del
Infierno, ¿cómo hizo para encontrarme?! –rugió completamente encolerizado. Los
dos espías d lo mantenían sujeto de los brazos para evitar que se arrojase sobre
mí.
–Despreciable Herr Lehrer, lo último que hubiese
querido en mi vida era volverlo a ver –afirmé con sinceridad–. El mérito de
llegar hasta aquí es obra exclusiva de estos nobles canes.
Acto seguido solté un poco de rienda a los perros daivas, que
aún obedecían la or-den “buscar a Ernst Schaeffer”, y los dogos saltaron y
lanzaron dos feroces dentelladas a escasos centímetros de su cuello.
Con los ojos desorbitados de terror, el rostro descompuesto por
la ira, Schaeffer era la imagen de la locura.
–¡Ya lo veis: sólo un ser infernal podría venir acompañado
por los lobos de Wothan ! No acepte ese decreto Von Krupp, y mátelos a
todos. Todavía está a tiempo de evitar un mal terrible a Alemania y al Mundo.
Yo le aseguro que nada le ocurrirá si me hace caso. Mejor dicho le garantizo
que será condecorado como héroe.
–¡Ud. está loco, Schaeffer: en Alemania nadie hay superior al
Führer! Si no cumplo estas órdenes la única condecoración que recibiré será una
cuerda de cáñamo con nudo corredizo –se disculpó Von Krupp.
–No Camarada Von Krupp –aclaré–; no se trata de las palabras de
un loco sino las de un traidor. El sí cree que existen hombres más poderosos
que el Führer: son quienes planean la desaparición del Tercer Reich y le han
encomendado una misión secreta que ayudará a consumar la traición. Y en cuanto
a Ud., Herr Lehrer, de cierto que Kula y Akula no son los lobos de
Wothan, aunque es verdad que vengo de un Infierno y ahora estoy en un Infierno
mayor; pero estos perros, como Cerbero, le impedirán llegar al peor de los
Infiernos, el que se halla detrás de esa Puerta al fin de la cañada, vale
decir, su ama-da Chang Shambalá, la guarida de los Demonios Inmortales.
–¡Blasfemia! ¡Blasfemia! ¡Mátelos, Von Krupp! ¡Mátelos ahora y
salvará su Alma! ¡Mátelos antes que sea tarde y suelten a Lúcifer en el Mundo!
–imploraba, perdido ya completamente el control de sus palabras.
Von Grossen mandó que lo encerraran en una carpa, bajo la
custodia de Hans y Kloster. Ya comenzaba a anochecer y los monjes kâulikas se
apresuraron a levantar las tiendas, ante la mirada asombrada de la escuadra de
Von Krupp. Este se aproximó a nosotros y preguntó sin mayor delicadeza:
–¿Alguien me puede explicar qué es lo que está pasando? Se suponía
que debía conducir y proteger una expedición científica que tenía por objetivo
investigar los ancestros orientales de la Raza Aria. Nada que ver con lo que
estoy oyendo: “Demonios”, “Infiernos”, “traición al Tercer Reich”. ¿Qué
significa toda esta locura? ¿Cómo se puede traicionar al Tercer Reich en este
remoto lugar? Y lo más increíble ¿dónde encontraron a Oskar Feil?¿cómo nos
siguieron? ¿qué es eso de los lobos de Wothan?
Durante media hora, Karl Von Grossen aclaró lo mejor que pudo
todas las dudas de Von Krupp. Al cabo, éste planteó una pregunta para la cual
Von Grossen no tenía res-puesta.
–¿Y ahora qué haremos?
–Mis órdenes –reveló Von Grossen– especifican que al tomar
contacto con la expedición debo obrar de acuerdo a las instrucciones del Sturmbannführer
Kurt Von Sübermann. Y como Ud. debe obedecerme a mí, me ahorraré el
retransmitirle tales instrucciones si ambos las conocemos al mismo tiempo
–concluyó con lógica aplastante–. Y bien, Von Sübermann, ¿qué tiene que
decirnos?
–¡Que tenemos que volver inmediatamente a Alemania! –dije sin
dudar–. Mañana mismo debemos emprender el regreso. A Ernst Schaeffer y sus
cuatro cómplices los conduciremos arrestados, pero si se resisten, los
ejecutaremos bajo mi reponsabilidad.
Karl Von Grossen aprobó sin reservas esa decisión pero el más
aliviado era Von Krupp.
–¿Eso es todo? ¿Regresar a Alemania? Es la mejor noticia que
escucho en más de un año. Temí que solicitara continuar la exploración del
Tíbet. ¡Me adhiero totalmente a esa propuesta! La verdad es que ya estaba harto
de Ernst Schaeffer y sus misterios.
¡Pobre Von Krupp! Ni Von Grossen, ni Yo, imaginamos entonces
que jamás regresaría a Alemania...
Capítulo XXXIII
No te podría asegurar, neffe, si lo primero que
percibimos fue el sonido o la luz, o el olor dulzón y penetrante, inconfundible
del humo de sándalo, o si captamos sendos tattvas a la vez.
Los hombres de Von Krupp ya estaban guarecidos en las carpas,
salvo los dos centinelas. El gurka y los lopas terminaban de armar nuestras
tiendas ayudados por Heinz. Y los dos Standartenführer y Yo aún estábamos
hablando. El Sol hacía tiempo que se había puesto y el crepúsculo muriente
dejaba paso rápidamente a la helada noche de las cumbres tibetanas. Sin
embargo, en un instante, la cañada comenzó a iluminarse desde la salida del
Oeste, como si asistiésemos al amanecer de un nuevo y deslumbrante Sol.
Perplejos,
pasmados, hipnotizados, los tres nos quedamos mirando la bola de luz, que
atravesaba la garganta y avanzaba por el centro de la cañada, a no más de cien
me-tros de altura. Aunque el halo se extendía decenas de metros alrededor del
núcleo brillan-te, era posible distinguir que el centro se componía de cuatro
esferas incandescentes, intersectadas excéntricamente entre sí. Pero tal observación
fue cosa de un segundo, porque el sonido que acompañaba a la resplandeciente
aparición nos impidió enseguida toda otra percepción.
Al menos para mí, que pasé mi infancia en una granja de El
Cairo donde se criaban abejas melíferas, aquella vibración resultó claramente
familiar: era el zumbido clásico de un enjambre en movimiento. Había
empezado como un débil rumor, así como la luz fue al principio un suave fulgor,
pero pronto se tornó insoportable. Creo que los tres nos tapamos los oídos con
las manos, para comprobar desesperados que nada lograba detener la penetración
sonora. Con la cabeza entre las manos, y el cerebro taladrado por la onda
asesina, caí de rodillas completamente aturdido.
Sentí
que iba a perder el sentido y, en un esfuerzo supremo de voluntad, miré a mi
alrededor. Vi a Von Grossen, aún de pie, convulsionarse y gritar, en tanto que
a escasos centímetros mío yacía el cuerpo inerte de Reinhart Von Krupp.
Automáticamente puse la mano en su cuello, buscando el pulso, pero comprendí
que había dejado de existir. Mi mente se nublaba; un intenso mareo me causaba
la sensación de que todo giraba a mi alrededor; la náusea, iniciada en el
estómago, me estremeció en una violenta arcada; y una angustia creciente en el
corazón, que ya era una declarada taquicardia, me produjo la impresión de que
aquel órgano quería saltar y huir de mi pecho. En fin, víctima de un ataque
psicofísico, para el que no conocía defensa alguna, me desmayaba sin remedio. Risa
de los Demonios, Música de los Infiernos, Armonía del Dios Creador del
Universo, frente a esa fuerza desintegradora del Alma ¿qué quedaba del Héroe,
del líder carismático, del Iniciado que horas antes conducía su legión
dispuesto a luchar contra enemigos de la Tierra o el Cielo? Muy poco, neffe,
muy poco. Apenas una chispa de voluntad.
De improviso fui acometido por un recio temblor y tardé en
tomar conciencia de que Bangi me había agarrado por los hombros y me sacudía
con firmeza. Entre brumas, lo reconocí ante mí gritando a voz de cuello; los
ocho lopas estaban también allí: dos arrastraban a Oskar Feil; otros dos
sostenían a Von Grossen; uno corría con los perros daivas, que estaban atados
en un extremo del campamento; y los restantes trazaban febril-mente círculos y
signos en el suelo con sus cimitarras, al tiempo que entonaban mantrams y
adoptaban mudras guerreros. La bola de luz se encontraba ya sobre nosotros y el
zumbido de las abejas alcanzó su máxima intensidad. Sea por el zamarreo de
Bangi, o por el efecto de los yantras de los lopas, lo cierto es que recuperé
en parte la lucidez; lo suficiente para comprender las dramáticas palabras del
gurka.
–¡Shivatulku! ¡Shivatulku! –llamaba impacientemente, sin dejar
de zarandearme, acto que culminó con dos impetuosas bofetadas. Con un
movimiento de cabeza le hice entender que lo escuchaba.
–¡Oh Pawo[43]:
sacadnos de aquí! ¡Pronto o el Vîmâna de Shambalá nos destruirá!
–¿C... cómo? ¿Cómo haré, si no puedo tenerme en pie? –balbuceé
desalentado.
–¡Los perros daivas. Oh Dubtob[44]!
¡Ordenad a los perros daivas que os conduzcan volando a un destino
fuera de aquí! ¿Me comprendéis?
Asentí, a pesar de que no comprendía totalmente la solicitud
del gurka.
–¿Qué debo hacer para que los perros daivas vuelen ? –me interrogué
absurdamente a mí mismo, pero en voz lo suficientemente alta como para que
Srivirya respondiese. El lopa, evidentemente estaba atento a mis reacciones.
–¡Nombradlos como si fuesen idénticos a Kyungta, el ave Gáruda
que transporta a los Dioses; o como Lungta, el caballo Pegaso que cumple igual
función! ¡Decidles Svadi-lung; Kula y Akula Svadi-lung; y ellos volarán !
¿Destino? ¿Qué destino? La cabeza parecía que me iba a
estallar. Quizás fuese el in-consciente, quizás el Scrotra Krâm, pero lo
positivo fue que una Voz Interior me dijo:
–“Sining, debes ir a Sining” –pensé en el Yantra, lo imaginé
como pude, y traduje: “Sining-to, Kula y Akula Svadi-lung”.[45]
Alguno de los lopas había puesto las riendas de los dogos en
mis manos. Estaban enfurecidos por la presencia del diabólico vîmâna y aullaban
como si efectivamente fue-sen los lobos de Wothan. Cuando imaginé el Yantra se
pusieron rígidos y echaron las cabezas hacia adelante, preparados para partir
en cumplimiento de la orden. Y cuando ordené “Sining-To, Kula y Akula
svadi-lung”, sucedió el increíble prodigio de que los perros daivas saltaran a
una especie de abismo que insólitamente se creaba frente a ellos.
Me sentí arrastrado por las riendas, izado en el aire y
transportado en dirección al Este, hundido en una negrura impenetrable que
ahora ocupaba el lugar donde segundos antes estaban las montañas Altyn Tagh. Al
ser levantado en vilo, un peso anormal en las piernas puso mi cuerpo en tensión
durante un instante. Me volví, sorprendido, y advertí que una cadena humana
pendía de mis extremidades: los tibetanos habían realizado una serie de tackles
en el momento del salto, agarrándose entre ellos y levantando también a Karl
Von Grossen y Oskar Feil. La mirada se deslizó hacia abajo y contemplé
estúpida-mente la cañada iluminada por el vehículo de Shambalá y el campamento
convertido en un sepulcro colectivo: Reinhart Von Krupp, muerto; los
centinelas, muertos; y en las entra-das de las carpas, estaban diseminados los
cadáveres de quienes alcanzaron a salir pero no llegaron muy lejos. El zumbido
era ensordecedor, aterrador, paralizante; ¡el zumbido era el llamado de la
Muerte! ¡Heinz, Hans, Kloster! Recordé a mis Camaradas y
creo que grité de impotencia, antes de sumergirme en la negrura y perder el
conocimiento.
Capítulo XXXIV
Segundos después recobré la conciencia: ni señales
del ensordecedor sonido o de la diabólica centella. Todavía subsistía la luz
crepuscular por lo que pude comprobar, sin ninguna duda, que nos hallábamos en un
lugar completamente diferente a la cañada donde acampara Schaeffer. De
inmediato vino a mi memoria todo lo ocurrido, el ataque del zumbido mortal y la
fuga gracias a los perros daivas. ¡Aún vivía por milagro! ¿Pero dónde estaba?
Porque aquello no era evidentemente Sining sino la orilla de un río, una breve
playa al pie de la ladera de un cerro.
Me encontraba sentado en el suelo, sosteniendo aún en las manos
las ahora inertes riendas de los perros daivas. A centímetros de mis pies, el
río rumoroso entonaba la melodía de la Naturaleza. Un resplandor contra la
ladera me mostró a los lopas reuniendo leña y alimentando un improvisado fogón.
Karl Von Grossen y Oskar Feil se habían para-do y contemplaban la escena en
silencio, como atontados. Cuando los ojos del Standartenführer se
encontraron con los míos reaccionó:
–¡Von Sübermann: Gott sei dank! ¿Adónde estamos? ¿Qué fue de
los otros?
Me
incorporé y le respondí con cruda franqueza:
–No lo sé. Ignoro qué lugar es éste. Con seguridad estamos muy
lejos del campamento, pero por lo menos seguimos con vida. Porque si de algo
estoy convencido es de que quienes no vinieron con nosotros deben haber muerto
en la cañada. ¿Quién podría sobrevivir a ese ataque de los Demonios? ¡Si hasta
los monjes kâulikas, que son expertos en tal clase de Magia Negra, temían morir
inevitablemente!
En
ese momento los tres recordamos a los monjes y los buscamos con la mirada:
estaban los ocho junto al fuego que habían encendido al resguardo de unas
enormes rocas, y nos observaban a su vez con tranquilidad. Karl y Oskar se
acercaron a ellos. Yo quise hacer lo mismo, pero las riendas me lo impidieron.
Con horror descubrí que uno de los dogos había muerto; el otro parado a su
lado, emitía periódicos gemidos de dolor.
Si a alguien debía la vida en este mundo, aparte de a mis
padres, era a aquellos perros, así que me sentí comprensiblemente conmovido por
la pérdida de uno de ellos. Dejé al superviviente continuar con sus lastimosos
aullidos, desconsolado réquiem para la pareja ausente, y me aproximé al grupo.
Sin cortesía, interpelé a Srivirya:
–¿Cómo es que ha muerto uno de los perros daivas? ¿No me había
asegurado el Guru Visaraga que ambos constituían una pareja arquetípica, la
síntesis manifestada de un par de principios opuestos, cuya existencia debía
ser necesariamente
simultánea? Si eso era cierto ¿no deberían haber muerto los dos? O, mejor dicho
¿por qué no están vivos los dos?
–Tened paciencia, Hijo de Shiva –aconsejó compasivamente el
monje– y recordad que estos perros son tulpas, creaciones mentales de los Magos
del Círculo Kâula. Por lo tanto no están sujetos a las leyes naturales sino a
la Voluntad de los Gurúes. Os dije hace unos días que, aunque nuestra Orden
conocía el secreto de los perros daivas, jamás se habían proyectado hasta ahora
porque no existía un Iniciado que fuese como vos, capaz de controlarlos más
allá de Kula y Akula. Por lo tanto, carecíamos de información práctica sobre lo
que sucedería al ser realizados por un Shivatulku. Vale decir, que no sabíamos
cómo se iban a comportar en esta etapa del Kaly Yuga: la última vez que los
perros daivas recorrieron la Tierra fue en la Atlántida, hace miles de años.
Evidentemente, esta Epoca de Hierro ha debilitado de algún modo su Poder de
Vuelo y uno de ellos resultó afectado por la Fuerza del Dordje. Pero si no
sabíamos cuánto iban a vivir, en cambio os puedo responder por qué uno de ellos
ha continuado vivo luego del vuelo lung-svadi: se debe a las leyes particulares
que rigen su reproducción.
Vos habéis razonado bien, pero no contemplasteis las leyes de
la reproducción. Al ser una pareja perfecta, arquetípicamente equilibrada, los
dos canes, en efecto, deberían haber muerto al unísono. Pero la ley de la reproducción
establecida por los Gurúes exige que antes de la desintegración, la pareja
engendre y dé a luz otro par de perros daivas. El proceso sería, pues,
el siguiente: la muerte de uno cualquiera de ellos, significará la automática
metamorfosis del otro en un ejemplar andrógino; es como si uno de los
principios arquetípicos, que se hallaba manifestado afuera, se incorporase
adentro del sobreviviente; y el que viva, llevará en su seno el germen de una
nueva pareja de perros daivas, el cual crecerá, madurará, y nacerá al cabo:
entonces, luego del alumbramiento, el ejemplar antiguo se desintegrará
fatalmente. ¿Comprendéis ahora por qué vive uno de ellos?
Asentí, aliviado al saber que en poco tiempo recuperaría la
pareja de perros daivas.
–Pues bien –agregó Srivirya–; entonces no olvidéis que en este
período, mientras el dogo andrógino se encarga de gestar la nueva pareja,
debéis referiros a él con el nombre de “Vruna”, puesto que es la unidad de Kula
y Akula.
Volví a asentir, dado que aquello era indudablemente lógico. En
eso estalló Von Grossen.
–¡Por Dios, Von Sübermann! ¡Siempre los malditos perros! ¿Se
preocupa por la muerte de un perro? ¿Y nuestros Camaradas? Me ha comunicado su
sospecha de que también han muerto: ¡pues debería afligirse por ellos! Y
tampoco sabe dónde estamos. Eso trataba de averiguar a los tibetanos cuando Ud.
me interrumpió para hablar de los condenados mastines.
Decidí no responder a las injustas acusaciones de Von Grossen.
–Nada sabemos nosotros sobre el lugar al que nos ha traído el
Shivatulku –terció Srivirya–. A él toca responder, pues sólo él conoce la orden
que dio a los perros daivas.
A Von Grossen se le descompuso la expresión del rostro al
verificar que el tema de los dogos era ineludible. Yo no tuve que reflexionar
para exponer una cuestión que me intrigaba desde que recobrara el conocimiento
en aquella playa.
–¡A Sining! Yo ordené a los dogos ir a Sining. Fue el primer
lugar que se me ocurrió, seguramente porque los dos monjes que guiaban a los holitas
afirmaron que desde allí nos ayudarían a llegar a Shanghai. No me explico por
qué los perros daivas no nos condujeron a Sining.
–¡Oh, qué extraña es la mente del Shivatulku! –exclamó
Srivirya, quien no podía concebir que mis actos fuesen simplemente estúpidos,
como en verdad lo eran–. Si deseábais ir a Shanghai ¿Por qué no mandar a los
perros a que os condujesen directamente hacia allí, en lugar de solicitarle la
plaza de Sining, situada 2.000 km. antes? ¡Incomprensibles son los Designios de
los Dioses! Pues ahora que los perros daivas están en proceso de reproducción
no podréis emplearlos ya más para un vuelo lung-svipa: sólo los futuros
cachorros, algún día, os llevarán a través del Tiempo y el Espacio. Claro que
ahora sabremos dónde estamos ¿Qué Sining habéis traducido en vuestra orden?
–¿Cómo qué Sining? No entiendo a qué se refiere –declaré,
temiendo oír lo que vendría.
–Pues claro, Hijo de Shiva –explicó candorosamente Srivirya–.
¿La orden solicitaba dirigirse a Sining-Fu o a Sining-Ho, es decir, a la
ciudad de Sining o al río Sining?
Solté un juramento. ¿Por qué había sido tan poco preciso al
definir el destino impuesto al viaje aéreo de los perros daivas? La respuesta
era obvia: porque la orden fue for-mulada en un momento crítico, en medio de un
tremendo desorden físico que me impidió razonar lo suficiente. En aquella
terrible circunstancia olvidé todo, no describí con precisión la meta pues
supuse inconscientemente que los perros entenderían, que interpretarían
exactamente mis deseos. Y la verdad era muy otra: los canes eran tulpas,
yidams, máquinas mágicas proyectadas por la voluntad de acero de los Magos y
que requerían el correcto control de sus funciones.
–De cierto que no especifiqué si se trataba de Sining-Fu o de
Sining-Ho –confesé contrariado. El monje kâulika meditó un segundo y dijo
sonriente:
–Entonces es muy probable que nos hallemos junto al río Sining.
Al recibir la orden, los perros daivas se encontraron con que existían dos
objetivos diferentes con el mismo nombre. Eligieron, por motivos que sería
largo detallar, el objetivo más antiguo que correspondía a ese nombre, al
parecer, el río. Y esa indefinición explicaría también la muerte de uno de los
dogos: la causa sería el dilema al que fueron sometidos los principios opuestos,
que obró como si con una cuña lógica se hubiese intentado partir la unidad
absoluta del Arquetipo perro. Creo que el problema radica en los grados de
realidad de las cosas en juego. Por una parte, los perros daivas no constituían
una pareja perfecta, no podían serlo en esta etapa del Kaly Yuga, y exhibían
cierto grado pequeño de desequilibrio. Por otra parte, el río Sining resulta
ser un poco más real, dentro de la Ilusión de Mâyâ, que la ciudad de Sining.
Consecuencia: los perros daivas se encuentran frente a una disyuntiva y se ven
forzados a elegir; a causa del desequilibrio supuesto, uno de los perros tiende hacia Sining-Fu y el otro tiende hacia Sining-Ho; como
mágicamente el destino real es el que corresponde al nombre más real, sólo uno
de los dogos llega a Sining-Ho, donde estamos, en tanto el otro can se
desintegra para evitar la alteración imposible del Arquetipo. Y como los perros
daivas no pueden existir sino en pareja, el presente andrógino se desintegrará
igualmente luego de la reproducción.
–¡De modo que los perros han concurrido al río Sining, al cual
correspondería la corriente que pasa frente a nosotros! –admitió Von Grossen,
que al fin comenzaba a ubicarse geográficamente–. Siendo así, Kameraden, les
expondré el cuadro de situación: Elementos a favor de nuestra Estrategia:
a) tres alemanes y ocho tibetanos, miembros de la Operación Clave Primera, aún
estamos con vida; b) es posible que la ciudad de Sining se encuentre cerca de
aquí y es probable que ello represente nuestra definitiva salvación, si
conseguimos pasar la noche en estas condiciones. Elementos en contra de nuestra
Estrategia: a) experimentamos cinco bajas, tres alemanes y dos
tibetanos, además de los cinco porteadores holitas y todo el equipo; b) si
realmente este sitio se halla al Este de lago Kuku Noor, ello implica una
distancia más de 1.000 km. alejada del Valle de los Demonios Inmortales, lo que
torna imposible por el momento regresar para inspeccionar o rescatar los
cuerpos y materiales. Conclusión: Es casi seguro que los
efectivos a cargo de la Operación Altwesten han corrido idéntica suerte que los
miembros de la Operación Clave Primera, vale decir, que están muertos o
desaparecidos. Esta conclusión pone término a la Operación Clave Primera, y nos
impone la delicada obligación de explicar convincentemente a nuestros
superiores los hechos ocurridos en el campamento de Ernst Schaeffer.
Von Grossen me miró significativamente, como dando a entender
que el principal responsable de las explicaciones sería Yo. Sus últimas
palabras fueron:
–Considerando el diabólico ataque que hemos sufrido en aquel
Valle del Infierno, a la luz de las órdenes recibidas de Alemania y de la
estructura de la Operación Clave Primera, he extraído ciertas conclusiones que
les comunicaré en carácter estrictamente confidencial y personal. Creo,
Caballeros, que nuestros líderes de Alemania tenían una idea bastante
aproximada sobre lo que pasaría en el Tíbet si Kurt Von Sübermann se integraba
a la Operación Altwesten. Más claramente, creo que ellos, Hitler, Himmler,
Heydrich, Rudolph Hess, y Dios sabe quiénes más, sabían que determinados
enemigos reaccionarían con extrema violencia al descubrir a Von Sübermann:
enemigos que son quizás seres extraterrestres, poseedores de armas terribles,
incomparables a ningún arsenal terrestre. Si sabían lo que podría suceder ¿por
qué permitieron que el enemigo nos encerrara en una trampa mortal? Esta es una
pregunta para la que carezco de respuesta. Intuyo que deseaban comprobar
concretamente la eficacia de Von Sübermann para causar las reacciones de los
“Demonios” de Chang Shambalá y que tal vez subestimaron al enemigo: quizás
pensaron que la Fraternidad Blanca cerraría las malditas puertas de sus
guaridas, y desecharon la posibilidad de que los Demonios tratasen de matarnos
a todos. Sea de ello lo que fuere, Yo estoy persuadido que Von Sübermann jamás
nos revelará el secreto que enardece a los Demonios. En resumen, doy por
concluida en este momento la Operación Clave Primera; la evaluación de sus
resultados la hará en Alemania el correspondiente Estado Mayor. Y, como SS.
Standartenführer
a cargo de la ejecución de la Operación Clave Primera, dispongo que se emprenda
el inmediato regreso a Alemania. ¿Están de a-cuerdo, Kameraden, con el Cuadro
de Situación y las conclusiones?
¿Qué otra cosa podíamos hacer Oskar Feil y Yo, mas que aceptar
incondicionalmente las decisiones de Von Grossen? Los monjes tibetanos, por su
parte, nunca discutían las órdenes y, una vez más, se disponían a apoyar
nuestros planes.
Partiríamos al amanecer. En tanto, formamos un círculo
alrededor del fuego y nos abrazamos para transferirnos calor, postura que
adoptó también el dogo Vruna. A pesar del frío reinante a la madrugada, todos
logramos dormir, debido al gran cansancio psíquico que acumuláramos durante los
últimos días. No teníamos ni una manta o capa, tan sólo lo puesto, y por eso
nos apretábamos los unos con los otros para evitar la congelación, aunque era
evidente que en aquel sitio no hacía tanto frío como en las cumbres de los
montes Kuen Lun. Y en cuanto a las armas, sólo conservábamos las dagas y las
Luger de Karl, Oskar y Yo, y las dos metralletas Schmeisser que llevábamos
cruzadas en la espalda: para esta temible arma, contábamos solamente con dos
cargadores cada uno, igual que para las Luger. Insuficiente para transitar por
un país en guerra civil, pero siempre mejor que nada.
Todos los kâulikas, por el contrario, tenían sus puñales,
cimitarras, y carcajes con las cincuenta flechas. Por lo demás, ni comida, ni
agua, ni pertrechos de ninguna clase, salvo lo que llevábamos encima en el
momento de huír de la nefasta cañada. Eran pocas cosas, muy pocas si hubiésemos
estado mucho más perdidos en el Tíbet; resultaron suficientes para llegar a
Sining-Fu.
Ateridos de frío, desde el amanecer marchamos paralelamente al
río Sining-Ho. Von Grossen nos sorprendió a todos al extraer del interior de su
chaqueta el portacartas de lona y desplegar un mapa de la región Oeste de la
China. Y de sus bolsillos, cual inagotables cajas de Pandora, surgieron la
inseparable brújula, una regla escalimétrica plegable, y un compás; elementos
inútiles, salvo la brújula y el mapa.
Antes de partir, hice un túmulo de piedras y sepulté al
infortunado perro daiva. No tenía por costumbre orar, pero en esa ocasión me
concentré unos minutos y elevé mi Yo a la esfera de los Dioses, empleando el
Scrotra Krâm para conseguir que Ellos me escuchasen: entonces me dirigí a
Wothan, a él personalmente, y le solicité un vaso de Hidromiel por la hazaña de
Heinz, Hans, y Kloster. ¡Sí, le dije a los Dioses: esta vez Ellos debe-rían
brindar por esos tres guerreros de la Alemania Eterna, recibirlos como Héroes
en el Valhala; y, de ser posible, tendrían que hacerle lugar al perro daiva, al
perro de Shiva que transportaba a los guerreros volando como Vâyu, el Viento!
Originado en los sistemas más meridionales de Nan Chan, el
Sining-Ho desciende hacia el Sur y desagua en el Tatung-Ho, luego de pasar bajo
el puente de la Gran Muralla y bañar los muros de la ciudad de Sining: el
Tatung-Ho, por su parte, continúa hacia el S.E. y tributa sus aguas al Hoang Ho
o Río Amarillo en la confluencia de Lan Cheu. Alrededor del medio día, llegamos
a una pequeña aldea fortificada y rodeada de rudimentarios cultivos: ¡era
Hwang-yugn, una de las postas del camino Chang-Lam!
En la aldea había un Templo budista, varias posadas para
peregrinos y comerciantes, y un mercado libre de respetables dimensiones. El
caballerizo pertenecía al Círculo Kâula y a su establecimiento nos dirigimos
con presteza. Allí nos tranquilizamos, a la vez que tomamos la primer comida
caliente en 24 horas. Según su informe, los hombres del Príncipe de Kuku Noor
nos buscaron durante algunos días, y al cabo retornaron al Tíbet. Sería difícil
que volviesen a menos que alguien los convocase, cosa que no sucedería si
obrábamos con prudencia y no nos hacíamos ver. De todos modos, el poder de los
tibetanos sublevados llegaba sólo hasta Hwang-yugn, poblado situado del lado
Norte de la Gran Muralla, en una región tradicionalmente disputada por mongoles
y tibetanos. Pocos kilómetros adelante, tras la Gran Muralla, estaba la
provincia china de Kansu y la ciudad de Sining, donde el poder del Círculo
Kâula era considerable.
Claro que si en Sining-Fu no debíamos temer la persecución de
los tibetanos, en cambio tendríamos que evitar vernos envueltos en las
continuas revueltas de las encona-das facciones chinas. Por esta vez, la
logística y la táctica quedaron en manos de los kâulikas, mejores conocedores
del terreno y poseedores de una poderosa infraestructura de apoyo. Su plan, por
lo demás, era extremadamente simple: pernoctaríamos en la caballeriza, que se
nos antojaba un palacio luego de la noche anterior, y a la mañana el chino y su
hijo nos llevarían hasta Sining-Ho ocultos en dos carretas de cuatro bueyes
cada una.
Los monjes kâulikas nos hicieron saber que planeaban regresar
al Tíbet después que nosotros estuviéramos fuera de peligro rumbo a Shanghai.
No volverían directamente a Bután pues tratarían de hallar a sus dos compañeros,
que habían quedado con los holitas en el Umbral del Valle de los Demonios
Inmortales. Aunque no disponían de perros daivas, conocían mucho sobre la magia
de los Kilkor y sabían positivamente que el Valle perdido se encontraba en el
Oeste, en tierras de la Reina Madre Kuan Yin: sea por el Este, como hicimos
nosotros, sea por el Oeste, ellos hallarían la manera de entrar y rescatar a
sus Camaradas o, quizás, vengarlos. Luego, si regresaban, se retirarían al
Monasterio de Bután, o a algún otro perteneciente al Círculo Kâula, para
meditar sobre todo lo ocurrido en aquella aventura. Combatieron codo a codo
junto al Shivatulku, fueron guiados al Valle de los Inmortales por los perros
daivas, y participaron de su vuelo lung-svipa: eran cierta-mente afortunados,
los Dioses les habían sonreído, y sólo les quedaba retirarse a meditar y
agradecer.
Nada podía objetar frente a esa admirable decisión, pero Karl
Von Grossen pensaba diferente. Llamó aparte a Srivirya y a Bangi y los calificó
de “desertores”. “Su misión, les dijo, sólo concluiría cuando los
que saben evaluasen los resultados de
la operación”. Y tales personas, por supuesto, se encontraban en Alemania: a
ambos, pues, les correspondía acompañarnos hasta nuestra patria y brindar sus
valiosos testimonios. Entonces quedarían libres para regresar, y la SS.
pondría a su disposición todos los medios necesarios.
Como los monjes vacilaban, Von Grossen los presionó moralmente
asegurándoles que de cualquier modo nos tendrían que acompañar hasta Shanghai
para oficiar como intérpretes de chino, y, una vez allí, “no les costaría
mucho” embarcarse hacia Alemania, “que quedaba casi tan lejos como Bután”. Pero
esto no era cierto.
Srivirya y el gurka, en efecto, hablaban chino, pero nadie
conocía ni una palabra de japonés, el idioma de quienes ocupaban la mitad de
China. Por el contrario, Oskar y Yo cursamos chino y japonés en la carrera de Ostenführer
del NAPOLA;
y los dos dominábamos el mandarín y el japonés. Pero, de cualquier modo,
siempre existía el recurso del inglés, lengua desprestigiada en el Asia pero
con la cual podía comunicarse Von Grossen o cualquiera de nosotros. El idioma
universal del Asia, según habían pretendido los hijos de la Pérfida Albión,
sería el inglés, mas la verdad era que sólo lo hablaban los funcionarios
coloniales y los cipayos de siempre; entre los miembros cultos de los pueblos
asiáticos, llámense India, Nepal, Cachemira, Bután, China, Birmania, etc., el
inglés era resistido y permanecía habitualmente desconocido, por no decir
ocultado y odiado.
Aunque desaprobábamos la actitud de Von Grossen, ni Oskar ni Yo
desmentimos sus argumentos. Observábamos risueñamente, en cambio, como los dos
extraordinarios Iniciados iban poco a poco cediendo en sus posiciones. La
verdad era que en el fondo todos queríamos que los dos monjes viajasen con
nosotros a Alemania. Cuando, al día siguiente, partimos hacia Sining, ya
estaban casi convencidos por el persuasivo Standartenführer.
Capítulo XXXV
Qué ciudad, neffe! En aquellos días contaba con no menos
de 130.000 habitantes, y un perímetro de más de 20 km. A sus altísimas murallas
llegaban rutas de todo el Asia: de Mongolia, de Rusia, del Turquestán, de la
Dsungaria, del Afganistán, de la India, etc., además del mencionado Chang-Lam
procedente de Lhasa, por el que arribaron las carretas que nos transportaban.
Nuestro camino, desde que los perros daivas nos depositaron al pie de la
cordillera Chan Nan, seguía un mismo derrotero natural: bordear la cordillera
por un lado, que ahora se prolongaba en los montes Ma-ha-che, y el Río Sining
por otro; sobre su orilla derecha se hallaba Sining-Fu, a 2.500 mts. de
altura.
La
ciudad de Sining era un gigantesco mercado, al que ni la guerra civil, ni la
guerra nacional contra el Japón, habían afectado su ritmo febril. La única
alteración la constituían las diferentes tropas que coexistían recelosamente y
que de tanto en tanto protagonizaban algún incidente. Tales tropas pertenecían
a otros tantos ignotos Señores o triadas y controlaban, cada una, un sector
de la ciudad: hasta existían facciones nacionalistas y comunistas, además de
las aristocráticas o nobles, tradicionalistas, religiosas y mafiosas. Sin
embargo, Sining-Fu era entonces “plaza libre”, es decir, que no había caído
bajo el control de los japoneses. Ante un ataque exterior, paradójicamente,
cada tropa se ocuparía de defender su parte de la muralla y se olvidarían todas
las diferencias para hacer frente al enemigo común.
La comunidad kâulika de Sining-Fu era realmente importante. Lo
comprobamos al ingresar al barrio “de los caras pálidas”, llamado así por el
color de la tez de sus vecinos, y admirar el enorme Santuario de Shiva que
aquellos poseían. Se ofrecieron a proveernos de todo lo necesario para iniciar
una nueva expedición al Tíbet: especialmente los entusiasmaba la idea de que
emprendiésemos la aniquilación de otros Gompas como el de los duskhas. Quedaron
desencantados cuando les explicamos que debíamos regresar a Alemania.
–Si nuestra Raza llega algún día a dominar el Mundo, y se
mantiene fiel a la Sabiduría Hiperbórea de la SS., no habrá lugar sobre la Tierra
para los adoradores y siervos de las Potencias de la Materia: la SS. Eterna los destruirá sin
misericordia y ustedes, heroicos kâulikas, estarán junto a nosotros, luciendo,
quizás, la insignia Totenkopf [46] –les aseguré, sin sospechar
que esto último se haría realidad antes de lo que Yo pensaba.
En vista de nuestra irrevocable decisión, los kâulikas
accedieron a apoyar el viaje al Este. Brevemente, nos expusieron la situación.
Las dos fuerzas militares más poderosas de China eran los “nacionalistas” de
Chiang Kai-Shek y los comunistas de Mao Tse-Tung. Antes de 1937 los dos
ejércitos luchaban encarnizadamente, pero ahora enfrentaban juntos al enemigo
nipón. Como es natural, para cualquiera que comprenda la estructura política de
la Sinarquía, a los comunistas de Mao los abastecía la Unión Soviética y a los
“nacionalistas” de Chiang los socorría Inglaterra y Estados Unidos, vale decir,
el imperialismo anglosajón. Y fraternalmente unida, como lo estaban en la
Sinarquía sus socios extranjeros, la derecha y la izquierda se aliaban contra
el “fascismo” japonés: en escala reducida, estaba ocurriendo en la
guerra China lo que sucedería cuatro años después en la Segunda Guerra Mundial.
Había una sola diferencia, que para el caso no revestía
importancia pues el hombre despierto se guía por hechos y no por nombres: era
el calificativo de “nacionalistas” que adoptaban para definirse a sí mismos los
miembros del partido de Chiang Kai-Shek. Curiosamente, aquellos
“nacionalistas” no estaban apoyados por nosotros, los nacionalsocialistas, sino
por el liberalismo a ultranza de los anglosajones. Y ello se explica fácilmente
porque eso es lo que eran Chiang y sus partidarios: exponentes de la más reaccionaria
derecha liberal de China, vale decir, la más cipaya. En esto de ser cipayo,
partidario de las potencias colonialistas en perjuicio de su propio pueblo, hay
que admitir que Chiang Kai-Shek fue casi tan grande como el Mahatma Gandhi, ese
agente del Servicio Secreto inglés que entregó la India a la explotación de los
amos del commonwealth impidiendo que allí se concretase una verdadera
revolución nacionalista, o sea, nacionalsocialista.
Por eso, llamar “nacionalista” a Chiang sería un chiste, una
broma de mal gusto, si no fuese porque el papel que le hicieron representar sus
jefes de la Sinarquía causó finalmente la caída de la milenaria Cultura china
en la mezquina y estrecha Doctrina marxista-leninista. No; Chiang no era
nacionalista sino lisa y llanamente un cipayo. Y el que dude de ello que
observe lo que él hizo con Formosa, la moderna Taiwan, donde no existen las
corporaciones populares y los códigos éticos que caracterizan al nacionalismo
sino la rapaz acción de las compañías multinacionales y la Banca mundial, y la
ilimitada explotación del pueblo chino, completamente marginado de decidir el
Destino de su “Nación” puesto que éste ya ha sido determinado por la Sinarquía.
Si un pueblo desea ser imperialista, la Historia le ofrece dos
modelos clásicos, que no por menos comprendidos por los observadores son menos
utilizados en todos los tiempos. Uno es el modelo grecorromano, heredado del
antiquísimo concepto de “Imperio Universal” de los indoiranios: este modelo, y
Roma nos dio uno de los últimos ejemplos, sólo exige que los restantes pueblos
sean sometidos militarmente, no culturalmente; así, los pueblos de distinta
idiosincracia podían integrarse al Imperio romano conservando su Cultura,
lengua y costumbres, y, si eran lo suficientemente aguerridos para resistir con
orgullo la pax romana, podían obtener concesiones extraordinarias, como la
ciudadanía de los galos y españoles, y el control del ejército, y del Imperio
todo, lograda por los germanos; ello fue posible porque en ese modelo de
Imperio el valor se asentaba paradójicamente en el valor, real, de los pueblos:
era más valioso el más valiente; este principio tenía carácter indudable y
nadie temía el ascenso imperial de un pueblo valiente pues era obvio que tal
pueblo resultaba valioso para el Imperio.
Es decir, en ese primer modelo no sería necesario practicar el
adoctrinamiento cultural de los vencidos, emplear el lavado de cerebros,
destruirlos moralmente, corromperlos, mantenerlos en la barbarie o regresarlos
al salvajismo: eso no le convenía a nadie, iba contra la esencia jurídica del Imperio
Universal Ario, vale decir, iba contra el Honor. Y aquí está el meollo
de la cuestión: el soporte ético del principio anterior, y de cuantos
constituyen el Imperio Universal, es el Principio de los principios, el
Principio Supremo que es piedra fundamental de la estructura jurídicosocial del
Estado nacional: el Principio del Honor. La justicia con que el Imperio tratará a un
pueblo conquistado o aliado, de la que dependerá su existencia y desarrollo,
sólo requerirá la garantía del Honor. Por ejemplo, Alejandro,
imperialista con Honor, no necesitó desmembrar Egipto, ni imponer la lengua
griega a los egipcios, ni aniquilarlos, ni someterlos a esclavitud, ni destruir
sus pirámides, para aceptarlos sin prejuicios como federados del Imperio
macedónico. Y los romanos, salvando las distancias, cuando al fin someten a los
galos, que se habían resistido sangrientamente durante siglos, procedieron de
igual forma honorable: y a tal extremo les abrieron las puertas del Imperio que
en poco tiempo ya no se habló más de galos sino de galorromanos.
El otro Modelo de Imperio es el cartaginés, típicamente
no ario, heredado por los fenicios de sus antepasados semitas de
Asiria, Babilonia y Sumer. Conviene comprender este concepto porque al modelo
cartaginés han adherido los ingleses y los norteamericanos, pueblos
completamente judaizados por la sistemática e incansable labor de la
Fraternidad Blanca.
De los cartagineses ya habló Belicena Villca en su carta:
pueblo de mercaderes carentes de principios éticos; sólo hábiles para el
comercio y la piratería, famosos por los sacrificios humanos que ofrecían a su
Idolo de Hierro Incandescente. ¡Cartagineses, ingleses, yanquis: como sus
predecesores del imperio asiriobabilónico, pensarían que los restantes pueblos
de la Tierra son un artículo de consumo para sus apetitos insaciables! He aquí
el principio equivalente al del valor de los pueblos en el modelo grecorromano:
para los cartagineses, ingleses y yanquis, los pueblos sometidos no tienen el
valor en sí mismos sino en la medida en que sean útiles al Imperio . Así, el pueblo conquistado
o dominado resulta esclavizado, humillado, deshumanizado, vaciado de su propio
valer, transformado en herramienta, en utensilio: vale mientras sirve . Principio judaico del
valor que no es casual hallar en la cúspide del imperialismo anglosajón. Si un
pueblo “colonial” sirve, entonces debe ser explotado sin límites; si
puede servir, entonces debe ser adoctrinado para que brinde utilidad,
lo que representa una inversión que habrá que proteger y recobrar con
intereses. Si algo se opone a la explotación, debe ser neutralizado: si no
se procediese así, se justificarán hipócritamente, no se estaría “ayudando” a
ese pueblo a recobrar su valor, es decir, su utilidad . El hombre tiene un precio,
como las mercancías: vale por lo que hace, y puede valer más por lo que es capaz de hacer.
El Imperio cartaginés-anglosajón se comprometerá a extraer el máximo valor
utilitario de los pueblos, concediéndoles la posibilidad de valer mucho
produciendo mucho. Lo que se oponga a esta magnánima concesión de los que
detentan el Poder del Mundo, será destruido: en bien de los que están sometidos
pero pueden demostrar su valor; en defensa de la posibilidad de ser útil a los
imperialistas, posibilidad a la que denominan seriamente “libertad
democrática”. ¿Y qué es lo que se opone a que ese pueblo que nada vale, se
valorice siendo útil al Imperio, sirviendo, produciendo, permitiendo que el
Imperio se apodere de sus riquezas, si las tiene, o guardándose de gastarlas en
provecho propio si el Imperio las necesita ahora o mañana?
¿Es su Cultura propia el obstáculo? Pues será reculturalizado
por todos los medios posibles ¿Es la conciencia nacional el enemigo? Pues se
atacará la esencia del Ser nacional: se comenzará por desprestigiar o negar lo
bueno propio y se exaltará lo bueno ajeno; contrariamente, se disminuirá lo
malo ajeno y se exaltará hasta la exageración lo malo propio; así entrará en
colapso la confianza en el Destino nacional, y el pueblo creerá apabullado que
la distancia cultural entre la debilidad nacional propia y la fuerza y
grandezas ajenas es insuperable. El segundo paso consistirá en atacar
específicamente los soportes del Ser nacional: la territorialidad, los símbolos
patrios, las tradiciones, etc. Se desplazarán o amenazarán las fronteras para
crear la sensación de que la Nación “no está terminada”, que es algo a medio
construir, que no existe; se calumniarán los prohombres de la Patria, que mal o
bien contribuyeron a su existencia, para que el pueblo se avergüence de su
pasado; se presentarán a la comparación, en cambio, a los contemporáneos
imperialistas de aquéllos, para que el pueblo repudie a sus próceres y admire a
los gringos, y se lamente ¿qué hacíamos nosotros, mientras ellos construían sus
poderosos Imperios?
¿Es la unidad racial el impedimento? Se bastardizará al pueblo
favoreciendo la inmigración de Razas inferiores. ¿Es la unidad nacional? Se la desintegrará
sobornando o comprando dirigentes, enfrentando a unos con otros, y creando el
caos, la evidencia de que “se trata de un pueblo en el que sus miembros no
pueden ponerse de acuerdo entre sí”.
Como ves, neffe, el modelo cartaginés demuestra todo un modus
operandi en la acción de los imperialistas. Mientras que en el modelo
grecorromano “el más valioso era el más valiente”, y los pueblos valerosos
podían crecer y desarrollarse sin problemas, según sus propias pautas
culturales, en el modelo cartaginés-anglosajón hay que aplicar permanentemente
el principio “vale mientras sirve”, lo que obliga a someter a los pueblos
vencidos, o dominados, mediante las prácticas más viles. Y aquí llegamos
también al meollo de la cuestión: el soporte jurídico del principio anterior, y
de cuantos constituyen el Imperio cartaginés-anglosajón, es el Principio de los
principios sinárquicos, el Principio Supremo que es piedra fundamental de la
estructura juridicosocial del Estado sinárquico: el Principio de la División.
¿División de qué? De todo,
porque el Principio de la División otorga al Emperador o Rey, cartaginés,
inglés o yanqui, el derecho a dividir la estructura de los pueblos. Hay que
comparar de inmediato, para que salten las diferencias: el Principio del Honor
de los imperialistas grecorromanos era esencialmente ético y creaba la obligación
de procurar el bien común, de valorizar el valor del valeroso; por el
contrario, el Principio de la División de los imperialistas
cartagineses-anglosajones era fundamentalmente jurídico y amoral y generaba el
derecho a dividir para asegurar el valor de los que sirven, para
proteger la libertad democrática de valer siendo útil, produciendo, sirviendo.
Aquí están las diferencias fundamentales de ambos modelos: lo
ético contra lo jurídico y amoral; la obligación moral de procurar el bien
común, contra el derecho amoral de dividir el bien común para extraer su valor
utilitario. El imperialismo grecorromano producía “ciudadanos del Imperio”,
honroso título que de ningún modo menoscababa su nacionalidad u orgullo racial.
El imperialismo cartaginés-anglosajón modela “ciudadanos del Mundo”, ambiguo y
deshonroso título que la más de las veces oculta la traición inconfesable.
A los ciudadanos del Imperio ya los conocemos por la Historia.
Es de interés, en cambio, saber ¿cómo son los “ciudadanos del Mundo”, título
análogo al de “esclavo de la Sinarquía”? Pues, se trata de seres que han sido
conformados de acuerdo al modelo cartaginés-anglosajón, vale decir, seres que
han padecido todos los modos del Principio de la División. Son habitualmente internacionalistas
porque su nacionalidad ha sido dividida y disgregada: creen que lo internacional
salva la diferencia entre los pueblos. Son decididos pacifistas porque su estructura
psíquica fue dividida froideanamente y su instinto guerrero calificado de
“tendencias agresivas primitivas que se originan en el cortex, el cerebro
animal, y surgen a través del Inconsciente”: para la Cultura psicoanalítica, el
instinto guerrero es un impulso vergonzoso, casi animal, sumamente peligroso
“porque puede encarnarse en el Mito del Héroe” y tornarse dominante en la
conciencia; quienes están así adoctrinados, identifican guerra con salvajismo,
y creen que la paz debe conseguirse a cualquier costo pues en ese estado social
es posible demostrar la utilidad sirviendo al imperialismo
pacifista, Gobierno Mundial, Sinarquía, o como quiera que se llame el sistema
que los explote. Estos ejemplares son daltónicos a la nacionalidad y se les ha
bloqueado el instinto guerrero; carecen por lo tanto de heroicidad, de
capacidad de reacción patriótica, son seres psicológicamente mutilados que
creen en la unión de varios conceptos imposibles de unir bajo un imperialismo
cartaginés-anglosajón: paz, felicidad, creación, progreso, libertad,
civilización del amor, fraternidad universal, etc. Natural-mente, en nuestra
Epoca, pueden ser buenos comunistas o buenos liberales, indistinta-mente.
Pero además de internacionalistas o pacifistas
pueden ser colaboradores del sistema imperial cartaginés, trabajando desde
adentro de sus Naciones, en las que no creen, para favorecer la contribución de
valor utilitario que los imperialistas le han asignado a su pueblo o país; o
pueden ser agentes internacionales del imperialismo y consagrarse a ejecutar
sus planes. De cualquier modo, su tarea consistirá, desde adentro o desde
afuera, en dividir, es decir, en aplicar el Principio de la División allí
donde exista algo unido que se oponga al imperialismo cartaginés-anglosajón: la
intriga, la corrupción, el maquiavelismo, el soborno, la insidia, la
difamación, la publicidad, la desinformación, etc., todos los medios y crímenes
serán válidos para dividir los todos y fortalecer las partes que sean útiles y sirvan al imperialismo extranjero.
En la formación de lacayos de esta clase, el imperialismo cartaginés-anglosajón
siempre ha descollado: el tipo clásico es el “cipayo”.
Naturalmente, no me refiero al cipayo hindú, al hombre concreto que muchas
veces con increíble valor trató de librarse de los expoliadores ingleses, sino
al tipo del cipayo, a la clase de hombre “valioso a su servicio” que los ingleses querían fabricar dividiendo todos sus principios. En
Cartago existieron miles de mercenarios de esa clase. En el Asia y en el Africa
los ingleses los fabricarían por centenares de miles.
Y llegamos así a Chiang Kai-Shek, que era el clásico tipo de
cipayo al servicio de la potencia colonial cartaginesa anglosajona, y
comprobamos que al definir correctamente los términos un personaje tal nada
puede tener de “nacionalista” y sí mucho de agente imperialista. El, como
Gandhi en la India, Marcos en Filipinas, F. Duvalier en Haití, Reza Pahlevi en
Irán, Tito en Yugoeslavia, Fidel Castro en Cuba, y tantos incontables
tiranuelos de Asia, Africa y América Latina, fueron grandes cipayos que
sistemáticamente dividieron los verdaderos movimientos nacionalistas de sus
países y luego los aplastaron parte por parte; se entiende: el nacionalismo es
el peor enemigo del imperialismo cartaginés-anglo-sajón.
Ahora bien, neffe: te he demostrado que el Principio Supremo
del imperialismo cartaginés-anglosajón es el Principio de la División y lo
opuse al Principio del Honor, que fundamenta el Imperio Universal Ario. Pues
bien: cabe agregar que tal “Principio de la Di-visión” es esencialmente no ario.
Pero no se trata sólo de una presunción, del hecho que tanto
los cartagineses como los fenicios, egipcios, asirios, babilónicos, etc., lo
hayan empleado profundamente, porque en los Reinos arios donde la hipocresía
sacerdotal haya predominado durante algún período el Principio de la División
también ha sido usado, dado que las castas Sacerdotales y la Sinarquía
registran ambas intereses comunes. La prueba de su origen no ario está, como no
podía ser de otro modo, en su procedencia bíblica. Vale decir, el Principio,
que da el Derecho a Dividir, aunque antiguo y no ario,
halla su formulación jurídica en el pueblo que adora un Dios de Justicia, Uno
que pone las Tablas de la Ley; y ese pueblo es Israel, el Pueblo Elegido por
Jehová-Satanás.
Para presentar el Principio de la División los Doctores de la
Ley lo expresan mediante una metáfora en el Libro I de los Reyes. A partir de
esa figura se extraerá el Principio y se lo reglamentará legalmente, se lo
convertirá en derecho Divino de Reyes y Emperadores; y, modernamente, en
derecho no declarado propio de los jerarcas del imperialismo
cartaginés-anglosajón.
Lógicamente, por tratarse de un derecho, su sanción debe
realizarse en el transcurso de un juicio. Y un juicio en el que el juez resulte
inapelable, de manera tal que el derecho ejercido se convierta en Principio
Supremo, en Ley Primera. Un juez así sólo puede ser “el hombre más sabio de la
Tierra y de la Historia”; y también debe ser Rey, porque el Principio de la
División otorgará el derecho sólo a Soberanos del modelo cartaginés.
El hombre que reunía esas condiciones era, por supuesto, el Rey
Salomón:
“Tu
siervo Salomón está en medio del Pueblo Elegido, que es tan numeroso que no se
puede contar su muchedumbre. Concede, pues, a tu siervo un corazón prudente,
para que sepa juzgar y discernir entre lo bueno y lo malo. Porque ¿quién es
capaz de juzgar a este Pueblo tuyo tan considerable?”
“Agradó a Jehová que Salomón
hiciera esta petición por lo que dijo: ...Voy a concederte lo que pides: Te
daré un corazón tan sabio e inteligente, como no ha habido otro antes de ti ni
lo habrá después de ti”. (I Reyes 3,7).
Ya está presentado el personaje: es sabio por disposición de
Dios, su juicio es inapelable; y es Rey. Debe, a continuación, ejercer el Derecho
a Dividir, para que se con-vierta en Principio Supremo, en Ley Primera.
La oportunidad se la brindan dos prostitutas judías que discuten sobre la
maternidad de un niño: una de ellas sustituyó su hijo muerto por el niño de la
otra.
“Dijo
entonces el Rey: ésta dice: Mi hijo es el vivo, y tu hijo es el muerto.
Mientras que aquella replica: No es cierto; tu hijo es el muerto y el mío es el
vivo. Y añadió el Rey: traedme una Espada y ordenó: Partid en dos al niño vivo
y dad una mitad a una y la otra mitad a la otra” (I Reyes 3,23).
Este es el famoso “juicio salomónico”, que legaliza el derecho
del Rey a dividir si ello es útil ; en este caso la utilidad está en conocer la
verdad, que valorizará a la madre con su niño restableciendo el servicio. Hay
que advertir que se ha dejado bien claro el carácter Sacerdotal de la
Investidura: el Rey no porta la Espada: la solicita; es un Sacerdote.
Recordemos que la Biblia es un Libro Sagrado y que en ella hasta el último
ápice tiene significado. Escuchamos diariamente a los predicadores evangelistas
calificar a la Biblia de “Palabra de Dios”. Pero hay quienes creen ciegamente
que ello es cierto: son los Rabinos Cabalistas, los mismos que, justamente,
manejan secretamente la Masonería y decenas de Sociedades Secretas de la
Sinarquía, organizaciones en las que, casualmente, militan los “hombres de
Estado” que dirigen el imperialismo-cartaginés-anglosajón.
Por lo tanto es cosa seria el Principio que se desprende de la
metáfora bíblica. ¿Qué significan, en términos rabínicos, aquellas imágenes?
Que el Sacerdote-Rey tiene el derecho de solicitar la Espada y dividir:
y que ese hecho es justo. No sólo justo, sino la fuente de la Justicia.
La Justicia al principio del juicio no está manifestada, no se sabe quién es en
verdad la madre: la Justicia se hizo presente a posteriori de que el Sacerdote-Rey
ejerció el derecho de dividir. En resumen: el Sacerdote-Rey toma la Espada,
“el Poder del Estado”, y ejerce el derecho de dividir el cuerpo de un niño, “un
pueblo pequeño”, y ello es justo, produce la Justicia, el propio fundamento del
Sacerdote-Rey ; conclusión: el derecho del Rey a dividir sus bases
justifica la ruptura y fortalece el Trono.
Con su acostumbrado realismo, los Doctores Rabinos han
interpretado de este modo el juicio salomónico y lo han sintetizado en el
Talmud, de donde seguramente lo a-prendió Maquiavelo: “el Rey debe dividir para reinar”.
Este principio no ario, judaico y amoral, se ha constituido en
el axioma rector de los imperialistas cartagineses-anglosajones. Ellos todo lo
dividen, como demostré antes, y aún en el momento de retirarse, por ejemplo de
una colonia, la dejan dividida en todos los órdenes posibles, desde el
territorial hasta el político y económico, contando para esa tarea, desde
luego, con sus cohortes de cipayos.
Recuerda, neffe, que la célebre “Divisón Internacional del
Trabajo” es un concepto del liberalismo inglés del siglo XIX. Ahora
puedes ver que se inspira en los Principios talmúdicos: “el Rey, si es Sabio, debe
dividir a sus bases para reinar”; “el Rey es el único todo, al que no pueden
alcanzar ninguna de las partes”; “las partes del Reino, valen mientras
sirven”. Naturalmente, este Reino es Malkhut, el décimo Sephiroth.
Capítulo XXXVI
Los comunistas y los nacionalistas del Kuomintang,
nos explicaron los kâulikas de Sining, si bien luchaban unidos contra los
japoneses, sostenían duros enfrentamientos entre sí en las regiones interiores
de China. Japón controlaba toda la costa oriental, al sur de Cantón, y ocupaba
ciudades tan importantes como Shanghai, Nankin, Hankou, Pekín, etc. Pero nunca
ha sido fácil apoderarse de China: in-numerables ciudades estaban dominadas por
las tropas de Chiang Kai-Shek mientras que los comunistas eran notablemente
fuertes en la campaña, donde contaban con la simpatía incondicional del
campesinado chino; esto era el resultado de 20 años de proselitismo en el
campo, contradiciendo los postulados del marxismo-leninismo que afirmaban la
primacía revolucionaria del proletariado o clase obrera urbana: aquel acierto
táctico político fue obra de Mao Tse Tung; y así un pequeño movimiento de
guerrillas, que comenzó en las australes provincias de Kiangsi[47]
y Fukien, y se extendió a la céntrica Szechwan tras la “larga marcha”, ahora
era una poderosa fuerza militar irregular que tenía bajo su control a tres
provincias más, en torno de Yenan: Shensi, Ningshia, y Kansu, la provincia en
la que nos hallábamos.
Esto
significaba que los comunistas imperaban en el campo y vigilaban los caminos de
aquella región. Por otra parte, las fuerzas de Chiang Kai Shek, fuertes en las
ciudades, también patrullaban los caminos, hostigándose a veces con los
comunistas. Esta situación, suponía riesgos seguros para quien intentase
desplazarse hacia el Este sin estar enrolados en algunos de los bandos en
pugna. El Shivaguru de Sining nos propuso una forma de llegar a Shanghai:
–Puesto que no consideráis a los japoneses vuestros enemigos,
os voy a sugerir la manera de llegar hasta ellos sin que antes os maten los
comunistas o los nacionalistas. Unos meses atrás ello habría sido muy simple
tomando los caminos del Noreste y aprovechando los tramos navegables del río
Amarillo. Pero ahora ha ocurrido una terrible desgracia, que ha tornado
intransitable esa región: el Tung Chih [48] Chiang Kai-Shek, que Kuan
Yin se apiade de su apasionado corazón, acaba de volar los diques del río
Hoang-Ho para detener el avance de los japoneses, pero tal acción ha costado un
terrible sacrificio de vidas chinas inocentes.
En efecto, neffe: en 1938, Chiang inundó el valle del Río
Amarillo y condenó a morir ahogada a la friolera de 880.000 personas. Sí, casi
un millón de muertos por una sola orden: y no he sabido que nadie le promoviera un
juicio por “crímenes contra la humanidad”, en 1945. Si ello no ha
ocurrido habrá que admitir que fue absuelto de antemano, y que tal indulto le
fue concedido en reconocimiento a su refinada calidad de cipayo.
–Tal como están las cosas –continuó el Shivaguru– os aconsejo
viajar hasta Lan-Chen-Fu, ciudad situada 200 km. al Este. Desde allí es posible
dirigirse a Shanghai de diferentes modos: ya os dirán cómo.
Os recuerdo que en tiempos de paz, era factible recorrer los 200 km. que median
a Shanghai empleando el ferrocarril. Ahora eso no se puede hacer pues el tramo
que nos llevaba a Lan-Chen-Fu está interrumpido por la voladura del puente
sobre el Río Amarillo; y desde Lan-Chen-Fu, sólo funciona un ramal que no llega
más allá de Cheng Chou, en la provincia de Honan[49].
En fin, tendréis que salvar a caballo los 200 km., por un camino infestado de
guerrilleros o “nacionalistas” y, posible-mente, deberéis matar a miembros de
los dos bandos; pero no os preocupéis ¡matar es tarea común en estos días!
–Vosotros sois once: Os reforzaré con 25 hombres armados de
fusil, parte de la tropa que protege nuestro barrio. Hablemos ahora de lo que
haréis en Lan-Chen-Fu. ¿Habéis oído nombrar a la Banda Verde ?
–¿Se trata de la cofradía de bandidos? –preguntó Von Grossen,
que evidentemente sabía algo del asunto. El Shivaguru sonrió con un gesto
compasivo.
–No seais duro con nosotros. La Banda Verde es una Sociedad
Secreta. Y las Sociedades Secretas son para China lo que las fragancias son
para las flores. La Banda Verde es una Sociedad de Iniciados que comparten
nuestro mismo Tântra y coinciden en idéntico Tao: muchos de sus miembros han
sido o son monjes kâulikas. Sólo que ellos, por su particular idiosincracia,
han elegido un camino que se interna mucho más en el Mundo de los hombres
dormidos. Pero ellos, claro está, no podrían aceptar ni cumplir las leyes de
ese Mundo sin acabar también aletargados. ¡Y no lo hacen! Ellos obran a su
modo, según su propio código de Honor, y por eso son llamados “bandidos” por
los hombres dormidos. Mas no los subestiméis pues se requiere mucho valor para
ser el Señor de Sí Mismo en medio de los placeres y las tentaciones: sólo quien
ha probado y dominado el deseo de las Cinco Cosas Prohibidas, dispone de voluntad
suficiente para actuar en la Banda Verde.
Ese camino no es para cualquiera, lo repito. Yo, por ejemplo,
prefiero la tranquilidad de nuestros Monasterios, la serenidad de los gimnasios
de Artes Marciales, al permanentemente peligroso sendero de la Banda Verde. Sin
embargo, todos nos necesitamos si hemos de marchar luchando hacia la misma
meta. Es así que la Banda Verde ayuda al Círculo Kâula con lo que representa su
fuerte: el dominio de los valores materiales. Y el Círculo Kâula auxilia a la
banda Verde con lo que mejor sabe hacer: sha[50].
Naturalmente, para nosotros, como para Krishna, el hijo de Indra, matar
no significa nada, si el Espíritu del asesino está más allá de Mâyâ, la Ilusión
de la Vida; si cuando nuestra cimitarra siega la vida miserable, el Espiritu
danza junto a Shiva el Baile de la Destrucción.
–Sé que no debo explicaros estas cosas a Vosotros, que estáis
iluminados por Shiva, y que habéis realizado la maravillosa proeza de diezmar a
los vampiros duskhas. Os pregunté por la Banda Verde, no para conocer Vuestra
opinión, sino para informaros que serán ellos quienes os conducirán hasta
Shanghai. En Lan-Chen-Fu os pondremos en contacto con la Banda Verde y a partir
de entonces quedaréis en sus manos, que son de absoluta confianza. Si quisiérais,
os podrían sacar de China por Hong Kong, mas si insistís en tratar con los
japoneses podéis ir igualmente a Shanghai.
Antes de salir, el Shivaguru de Sining nos hizo una notable
reflexión:
–Vosotros, los alemanes, os equivocáis al confiar en los japoneses:
¡ellos, tarde o temprano, os traicionarán! Nosotros los conocemos desde hace
milenios y por eso podemos hablar con fundamento: en el fondo son miserables
budistas, aunque hagan gala de su tradición samurai. Alguna vez fueron
valientes guerreros, es cierto, pero de eso queda sólo el recuerdo; y de
recuerdos viven los lisiados y los ancianos. Ellos han sido trabajados por los
Sacerdotes budistas de la Fraternidad Blanca, han sido “moralizados”, es decir, ablandados, debilitados, amansados,
pacificados. Hoy, bajo la aparente austeridad palpita el Dragón de la
Envidia por el lujo y la Cultura occidental; bajo el disfraz de la humildad
jadea el burgués deseoso de todos los placeres; bajo la máscara del guerrero
consagrado a las penurias de la lucha, está el rostro pusilánime del que ama
las comodidades de la paz; bajo el declamado honor se oculta la
traición. Recordad mis palabras, Shivatulku, y repetidlas a vuestro Führer si
podéis. ¡Vuestro aliado natural no es el Japón sino China: por aquí pasa el tao!
¡Ay, neffe Arturo, cuanta razón tenía aquel monje kâulika en
1938! Tal como el Führer me explicara aquella noche de la graduación, en la
Cancillería, y tal como era de público conocimiento, él fue el primero que
desnudó la armadura interna de la Sinarquía y expuso su médula judaica. En el
centro estaba el sionismo, sostenido esotéricamente por los Sabios de Sión del
Gran Sanhedrín; para dominar al Mundo, la Sinarquía disponía de dos alas
tácticas, una derecha o judeoliberal, y otra izquierda o judeomarxista; el ala
derecha estaba apoyada esotéricamente por la masonería y cientos de sectas
afines; el marxismo contaba directamente con el control de los miembros del
Pueblo Elegido, así que su fundamento esotérico sería simplemente rabínico.
Según el Führer, el hombre política-mente más esclarecido de la historia, así
funcionaba orgánicamente la Gran Conspiración Judía o Sinarquía Universal.
Pero, una cosa era afirmarlo y otra demostrarlo. ¿Cómo con-seguir que el
enemigo, un enemigo lo suficientemente capaz de desarrollar una Estrategia
durante siglos e involucrar en ella a pueblos, países y naciones, se
desenmascare? ¿Cómo lograr que el Enemigo abandone toda cautela y deje al
descubierto su tenebrosa alianza? ¿Cómo provocarlo para que se delate de ese modo?
El Führer halló la solución. “Si hay algo que jamás permitirán
los Sabios de Sión, ni la Sinarquía, ni la Fraternidad Blanca, ni el mismísimo
Creador, Jehová-Satanás, será que perezca el comunismo”, fue
más o menos el genial razonamiento. En efecto, el comunismo, la más pura
expresión política de la mentalidad judía, no podía perderse: semejante
posibilidad, para la Sinarquía, era naturalmente inconcebible. Y desde tal
punto de vista político “el comunismo”, ergo, era la Unión Soviética.
En síntesis, un golpe táctico contra el comunismo soviético obligaría a todos los
Estados partícipes de la Sinarquía a correr en auxilio de su aliado.
Atacar a la Unión Soviética era, así, un objetivo estratégico de primer orden
contra la Sinarquía Universal. El Führer lo sabía y obró conscientemente,
previendo que la Guerra Total del Tercer Reich contra la Sinarquía sería una
Guerra de Principios Supremos: el Espíritu Eterno contra las Potencias de la
Materia. Durante la guerra anticipó lo que iba a venir, con su precisión
habitual: “si ganamos la guerra, el poder judío mundial habrá desaparecido para
siempre; si perdemos, su triunfo será de corta duración, pues su organización
quedará definitivamente expuesta”.
¿Y qué hicieron los “Camaradas” japoneses para favorecer la
Estrategia del Führer? Recordemos. Alemania invade a la Unión Soviética el 22
de Junio de 1941. Cualquiera pensaría que con un “aliado” como Japón ocupando
China desde 1937, la Unión Soviética se vería entre dos fuegos. Pues quien tal
pensara, se equivocaría por mucho, pues el 13 de Abril de 1941, “casualmente”
dos meses antes de la Operación Barbarroja, Japón firmaba el “Pacto
de neutralidad japonés-ruso soviético” que implicaba la desmilitarización de Manchuria y Mongolia. Es claro,
neffe, que si Japón hubiese compartido real-mente nuestra weltanschauung habría
atacado a la Unión Soviética simultáneamente con los alemanes: con los
ejércitos alemanes por el Oeste y las hordas japonesas por el Este el comunismo
soviético se habría asfixiado en una mortífera pinza nacionalsocialista.
Lógicamente, después de 1945 he reflexionado mucho sobre las
palabras del Shiva-guru de Sining y me resultó difícil no hallarles razón, toda
vez que los hechos las con-firmaron. Desde luego, frente a la actitud
deshonesta del Japón, mas nos hubiera valido tener por aliados a los chinos:
ellos en esos años deseaban destruir al comunismo soviético casi tanto como
sacarse los japoneses de encima. ¿Se había equivocado el Führer al confiar en
el Japón, error que le habría costado la Campaña de Rusia y el resultado de la
Guerra Mundial? Yo creo que no hubo tal error y que la Estrategia del Führer
era tan genial que iba a lograr el increíble efecto de descubrir la “mentalidad
judaica” allí donde estuviera, aún entre los mismos “aliados” de Alemania. En
una guerra de Principios Supremos como la que planteara el Führer no interesaba
“ganar” o “perder” en la Tierra, en el plano material, sino imponer una weltanschauung
espiritual cuyo valor estaba del todo fuera del plano material: si la weltanschauung,
la concepción hiperbórea del Mundo, “nuestros estandartes”, eran comprendidos
por el hombre de Honor, la guerra se ganaría, aunque se sufriese un traspié
material; si la weltanschauung no se compren-diese, o fuese olvidada, la guerra
se perdería, aún cuando nos favoreciese la suerte de las armas. En esa guerra
de Principios Supremos, no interesaría una vida sin Honor: sería el momento
histórico en el que cada pueblo demostraría su verdadero ser y lo que desearía
ser. Un hombre extraordinario, quizás un Dios, uno a quien los kâulikas
denominaban el Señor de la Voluntad Absoluta, había creado las circunstancias
que obligarían a cada pueblo a manifestar su esencia, que pondría a la
Sinarquía al descubierto, que maduraría la pus judaica y la haría brotar allí
donde se estuviera incubando su cultivo corruptor. ¿Sien-do así, se equivocó el
Führer o acertó maravillosamente al conseguir que el Japón se desenmascarara
ante el Mundo y la Historia y mostrara su faz oculta, que hoy causa la
admiración de la Sinarquía?
En la historia no existen las sorpresas. Los hechos históricos
registran causas que a veces se remontan siglos o milenios anteriores. El Japón
es hoy un gigantesco kibutz, la “mentalidad judaica” se ha impuesto en todos
los órdenes, de manera semejante a como ocurre en Inglaterra, y predomina un
generalizado consenso para que el país permanezca alineado en la Sinarquía,
pertenezca a la Comisión Trilateral, a la O.N.U., a la O.T.A.N., etc.; todo el
mundo, allí, habla de yens, de paz, de consumo, de turismo, de hermandad,
libertad, fraternidad, etc. Este “cambio”, aparentemente “sorpresivo” dada la
vocación “guerrera” de los japoneses antes de la Segunda Guerra Mundial ¿es
realmente un cambio, debido al escarmiento de Hiroshima y Nagasaki, o la
exhibición de la verdadera naturaleza de los japoneses, quienes tal vez por una
especie de trauma colectivo han querido durante siglos ser lo que no eran, esto
es, Kshatriyas, Samurais, y habían terminado simulando, re-presentando, el
papel de guerreros? Porque todos los fenómenos históricos, como este su-puesto
“cambio” de los japoneses, tienen causas antiguas que lo justifican: nadie
se torna judío de la noche a la mañana, ni así lo circunciden; para ser un buen
hijo de Israel hacen falta muchas “virtudes”, como por ejemplo la usura y el
amor al lucro, que requieren bastante tiempo desarrollar. Pero en tan
poco tiempo los japoneses han demostrado ser tan buenos judíos como los
israelitas y los ingleses ¿no significa eso que en el Japón la mentalidad judaica
se hallaba larvada y que el calor de Hiroshima y Nagasaki solamente produjo su
metamorfosis, el nacimiento de la crisálida sinárquica que hoy en día es ya una
bella mariposa más en el en-jambre de la Fraternidad Blanca?
Querido neffe: tú eres un joven idealista y conoces bien la
Historia. Escucha este principio, comprobado por un viejo que ya ha vivido
demasiado, y que sintetiza cuanto te he dicho sobre la actitud de los
japoneses: ningún pueblo, jamás, pierde su Ho-nor de golpe; no hay ejemplo alguno
en la Historia que pruebe lo contrario. Los pueblos, como todo lo que vive,
siguen las leyes de la naturaleza y entre ellos, como entre los habitantes de
la selva, hay pueblos leones y pueblos borregos, pueblos cóndores y pueblos
ratas; y, como entre los animales, ningún león se convierte de golpe en
borrego, ningún cóndor se transforma súbitamente en rata: si tal “cambio” fuese
en ver-dad posible, requeriría de una larga, milenaria, evolución.
Claro que, como en las fábulas, los borregos pueden alguna vez disfrazarse de
leones, las ratas vestirse de cóndores. He aquí lo que creo: la
Estrategia del Führer ha marcado una hora histórica, análoga a la hora
convenida en los bailes de disfraz cuan-do todo el mundo debe quitarse la
máscara, en la que nos ha sido dado observar a los borregos y a las ratas, y a
una infinidad de alimañas más, bajo los vistosos y engañosos trajes de león,
cóndor, y otros depredadores.
Creo, neffe, que los japoneses ya eran antes de la Guerra
Mundial lo que hoy son; que no “cambiaron” un ápice; que el Shivaguru tenía
razón en sus temores, pero que no comprendía totalmente la Estrategia del
Führer; que, efectivamente, nos traicionaron, pues sus corazones estaban con la
Fraternidad Blanca, aunque sus labios desmintiesen los actos estratégicos
opuestos a nuestra weltanschauung; y que ello era previsible, especialmente para
los chinos, que desde hacía milenios sabían con la clase de bueyes que araban.
Pero la traición no consistió solamente en el infame pacto, respetado
escrupulosamente, que dejaba a los soviéticos las manos libres para ocuparse
únicamente de Alemania. Recordemos también que el 7 de Diciembre de 1941,
cuando los alemanes afrontaban el terrible Invierno ruso enfrentando sin tregua
a los bolcheviques, los “Camaradas” japoneses atacaban Estados Unidos en Pearl
Harbor, concediendo de ese modo la oportunidad a esa colosal y estúpida
potencia sinárquica para intervenir directamente en la contienda mundial.
De acuerdo al modelo clásico de la Justicia judaica, el
“pecado” de un pueblo hacia Jehová es redimible mediante el Sacrificio Ritual
de una parte de sus miembros y del so-metimiento del resto a la Ley. Si bien
los japoneses no participaron directamente de las bondades de la cultura
judaica, su aficción al budismo, y a toda forma de religión fundada en la
Kâlachakra de Chang Shambalá, demostró que su apartamiento de la Ley no era tan
grande: el pecado mayor consistía, sin dudas, en su reciente alianza con el
nazismo y el fascismo. Pero ese pecadillo sólo requería un purgatorio, de
Fuego, frente a la condena eterna que los Rabinos pretendían aplicar al
nacionalsocialismo alemán.
¿Cómo purgar a todo un pueblo de un pecado que ofende al
Creador? Mediante la lejía, responden los Rabinos; lavando el pecado de toda la
Raza por medio de la lejía humana obtenida en el Sacrificio Uno, y
reincorporando luego del purgatorio a toda la Raza al Paraíso de la Sinarquía
Universal. No sería muy caro el precio a pagar: 250 a 300 mil hombres bastarían
para fabricar la ceniza suficiente. Los Rabinos y los Sacerdotes japoneses de
la Fraternidad Blanca arreglan el pacto, y es así como el 6 de Agosto de 1945 y
el 9 de Agosto de 1945 caen las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki:
ceniza de mi-les de hombres, sal de la Tierra y del Cielo, agua del Cielo y de
la Tierra, lejía humana que lava el pecado del hombre contra Jehová Dios y
contra la Ley de Dios.
Quien ordena el mini Holocausto de Fuego de los japoneses es el
presidente hebreo de los Estados Unidos, Harry Salomón Truman, cuyo
verdadero apellido es Shippe. Masón de grado 33 cuenta con
el asesoramiento oculto del Gran Sahnedrín y judíos y masones de la talla de
Dean Acherson, del General Marshall, Snyder, Rosenman, etc., quienes están desembozadamente
apoyados por la banda judía de Baruch, Eleanor Roosvelt, Herbert Lehman,
Haverell Harriman, Paul Hoffman, Walter Lipman, etc. Porque la verdadera obra
sinárquica de Estados Unidos en la Segunda Guerra no fue desarrollada por
Truman, quien sólo accedió al poder el 12 de Abril de 1945, luego de la
repentina muerte del judío Roosvelt: éste fue el auténtico realizador de los
planes judaicos. Descendiente de Klaes Martensen Rosenwelt, hebreo de pura cepa
que inmigró a Nueva York en 1644, Franklin Delano Roosvelt registraba doble
paternidad judía: tanto su padre, James Roosvelt, como su madre, Sarah Delano,
pertenecían al Pueblo Elegido. También su esposa, Eleanor, hija de los judíos
Elliot y Anna Hall. La mafia judía que desató la crisis de 1929 lo catapultó al
poder: algunos de los colaboradores de esa época fueron judíos de extrema
peligrosidad y maldad sin nombre, como Bernard Baruch, Herbert Lehman, Haverell
Harriman, Sol Bloon, Samuel Rosenman, Henry Margenthan, Oscar Straus, Marios
Davies, Truman, etc., todos de excepcional poder en la Casa Blanca.
Cumplido el Sacrificio, lavado el pecado japonés con lejía
humana en Hiroshima y Nagasaki, vendría la recompensa que está a la vista: el
Plan de reconstrucción del judío Marshall, el fin del “militarismo” japonés, la
integración al sistema sinárquico internacional, el trueque de los samurais por
los yens, la elevación de su stándard de vida, en fin, el descubrimiento del
verdadero rostro del Japón, como adelantara sabiamente el Shiva-guru de Sining.
Por supuesto, estos cargos contra el Japón no pueden ser
relativizados ni atenuados por el hecho cierto de que durante la Guerra muchos
japoneses combatieron con heroísmo sin par, como por ejempo, los kamikazes. Hay
que llamar a las cosas por su nombre y reconocer las excepciones a las reglas:
así como en la Alemania leal existieron incontables traidores, en el Japón
traidor se destacaron honrosamente muchísimos valientes guerreros leales.
Capítulo XXXVII
Si Sining-Fu me había asombrado por sus grandes
dimensiones ¿qué decir de Lan-Cheu-Fu que era cuatro veces mayor? Mas se
trataba de dos clases distintas de ciudad: Sining-Fu representaba la típica
urbe fronteriza, situada sobre un importante camino comercial; su vida dependía
más que nada del tráfico de mercancías y no se interesaba particularmente en la
producción; por eso semejaba, como dije, un descomunal mercado. Lan-Cheu-Fu,
por el contrario, constituía la clásica metrópoli: era la capital de la provincia
de Kansu y, si bien comerciaba tanto o más que Sining, estaba dotada de
industrias clave, tales como las textiles y siderúrgicas, y acopiaba una gran
variedad de productos agrícolas. Asentada sobre la margen derecha del Río
Amarillo, daba la impresión de tratarse de una ciudad medieval europea por sus
murallas almenadas y sus altas torres, pero su densidad demográfica resultaba
incomparable: alrededor de 1.000.000 de habitantes. Pese a que existían
arrabales fortificados de pobre aspecto, tras la muralla se hallaba la parte
principal de la ciudad: unas 80.000 casas de madera bella-mente decoradas, con
todas sus calles pavimentadas de mármol o granito verde. Los “nacionalistas” se
habían apresurado a ocuparla, acantonando un regimiento de 10.000 efectivos; el
motivo: controlar una famosa fábrica de cañones pesados y otras de pólvora y
fusiles.
Cosas de China. O quizás del racionalismo de Confucio. Lo
curioso era que en la muralla de Lan-Cheu-Fu existía una Shen Hei, o “puerta
negra”, la que no recibía su nombre por el color con que estaba
pintada, sino porque pertenecía al mercado negro. Con ejemplar sentido
práctico, el Tsung-Tu[51]
negoció con los jefes del crimen organizado la cesión de aquella puerta. De
acuerdo al arreglo, los mafiosos se encargarían de mantener una guardia
permanente, coordinada con la guardia nacionalista de las restantes puertas;
podrían entonces, canalizar por la Shen Hei todo el contrabando que quisieran,
sin ser molestados por la policía. La ganancia que obtenía el Tsung-Tu con este
original pacto radicaba en la tranquilidad de sus tropas, a las que podía
ocupar en la guerra contra los japoneses o en combatir a los comunistas. Las
Sociedades Secretas criminales eran tan viejas como China y siempre se había
podido convivir con ellas: re-presentaban el mal menor. En cambio con los
comunistas o los japoneses sería imposible coexistir en paz. Al cederles
soberanía sobre la Puerta Negra, legalizaba de algún modo las actividades
ilegales y conseguía cierta supervisión sobre el incontrolable tráfico del
Mercado Negro. De no obrar así, y obligar a las Sociedades a operar en la
clandestinidad, sería necesario vigilar las 24 horas del día las murallas y
habría que sostener periódicos enfrentamientos armados con los contrabandistas.
Los kâulikas de Sining se dirigieron directamente a la Shen Hei
y allí dieron una contraseña a viva voz. De inmediato nos cedieron el paso.
Pero, una vez adentro, no nos condujeron frente a un tosco malhechor, jefe de
una “cofradía de bandidos”, como la definición de Von Grossen permitía
presumir. El jefe de la Banda Verde era un anciano chino de exquisitos modales,
que por el rubí encarnado que lucía en el gorro oficial de-claraba ser un
mandarín de primera categoría y primera clase: tal señal significaba la más alta
jerarquía en la aristocracia china; también distinguimos una imagen de un
unicornio ricamente bordado en su traje, insignia propia de los Kuan militares:
los Kuan civiles llevaban insignias de aves.
Se llamaba Thien-ma, es decir, Caballo del Cielo, y nos
sorprendió con su cono-cimiento sobre todos nuestros pasos: sabía que éramos
alemanes, que procedíamos de Bután, que exploramos el Tíbet al mismo tiempo que
otra expedición alemana proveniente de la India, que destruimos la aldea
duskha, que aparecimos misteriosamente en el valle Kan-cheu y llegamos a
Sining, y que ahora solicitábamos ayuda para viajar a Shanghai. Hablaba en
mandarín culto y dejó formar un halo de intriga en torno a sus informes.
Estábamos en una enorme y lujosa casa que bien podría pasar por
un palacio. Los sirvientes terminaban de poner la mesa y el Kuan nos invitó a
sentarnos.
–Me dará gusto almorzar con Vosotros. Tengo entendido que sois Doctores,
hombres de estudio, además de guerreros. Yo también lo soy: hace años alcancé
el grado de Hamlin, que equivale a lo que llamáis profesor, el título más
elevado que otorga la Universidad de Pekín. Mis especialidades son las
Matemáticas y la Filosofía. He estudiado a fondo el Taoísmo y lo profeso: la
nuestra podría considerarse como una Sociedad taoista. Es por esa filiación que
somos aliados naturales del Circulo Kâula del Tíbet: nosotros consideramos que
ellos conocen la parte oculta del taoísmo; de todos los taos, el Tao; de todos
los caminos, el Camino; la Senda estratégica que lleva al Espíritu a liberarse
de sus ataduras materiales. Muchos de los integrantes de la Banda Verde, al
retirarse, suelen recluirse en los Monasterios kâulikas.
Von Grossen y Yo, al conocer a Thien-ma, convinimos en que se
requería un nuevo estudio sobre las Sociedades criminales chinas. Evidentemente
existía una sugestiva confusión, quizás originada en que la fuente común que
disponíamos los europeos para conocer China eran los copiosos informes
suministrados por los ingleses, los que contendrían información maliciosa y
falsa. ¡Al fin de cuentas, para los ingleses la SS. era también una
Sociedad Secreta criminal! Porque de lo que menos se podía acusar a Thien-ma
era de ser un típico criminal; aunque las acciones de su organización
estuviesen reñidas con la ley. El, y todos los de su “Banda”, eran idealistas,
tenían una meta espiritual que alcanzar; y se encontraban en un mundo
diabólico. En tales circunstancias gnósticas, la solución es siempre la misma:
el fin espiritual justifica cualquier medio empleado para abrirse paso en
territorio enemigo.
Los 25 hombres de Sining-Fu y los seis lopas almorzaban en una
casa contigua. A Thien-ma lo acompañábamos Von Grossen, Oskar Feil, Srivirya,
Bangi y Yo, que éramos los que proseguirían viaje a Shanghai; los primeros regresarían
a Sining esa misma tarde, junto a los lopas cuyo destino era el Tíbet. El jefe
de la Banda Verde hablaba muy bien el inglés, aunque ello no lo enorgullecía en
absoluto y prefería expresarse en mandarín. No fue hasta muy avanzada la comida
que lo supimos pues accedió a comunicarse en ese idioma con Von Grossen.
Pasamos así, conversando con aquel hombre anciano, dotado de la curiosidad de
un niño, toda la tarde: cuando se agotó el tema filosófico y religioso, caímos
naturalmente en la cuestión política, es decir, en la realidad. A partir de
allí, siguieron varias horas durante las que tratamos de hacerle comprender el
nacionalsocialismo y su esencia hiperbórea. El tenía información, por supuesto,
mas nosotros le brindamos todos los detalles que nos requirió.
Al fin, satisfecho de sostener una conferencia totalmente
infrecuente en aquellas regiones, –nos aseguró– se dispuso a revelarnos cómo
nos iba a hacer llegar a Shanghai. Pero antes nos hizo una reflexión sobre la
situación en su patria.
–Oh, Tsing[52]:
lo que me contáis sobre vuestro Führer, y su gobierno apoyado en masas
patrióticas, trae a mi Espíritu sombríos pensamientos sobre el futuro de China.
El Führer ha puesto frente a los alemanes su heroica y gloriosa tradición, y
ellos la han aceptado con orgullo. Aquí, por el contrario, Mao-Tse-Tung
adoctrina a los campesinos con las teorías de los judíos Marx, Engels, y Lenin,
y les enseña a admirar a los rusos, un pueblo que era salvaje cuando ya China
tenía una civilización desarrollada. Y por otra parte, Chiang Kai-Shek ha
resultado ser una “piedra blanda”[53],
pues se ha convertido al cristianismo renegando de nuestras milenarias
tradiciones: quizás si él hubiese puesto, como vuestro Führer, la Cultura china
frente a los chinos, ellos lo hubiesen apoyado masivamente. Pero en cambio les
ofrece las atrayentes y engañosas imágenes de una Cultura extranjera. Una
Cultura que pertenece a quienes hasta ayer nomás nos explotaron como a
esclavos. Mao y Chiang, ambos chinos renegados, se hallan deslumbrados por
Dioses extraños, ambos presentan al pueblo sus ideales extranjeros ¿Y a quién
creen Ustedes que elegirán los chinos? ¿A los que seguramente nos volverán a
oprimir, como ya lo hicieron, o a los que prometen hacer algo por el pueblo? No
quiero responder Yo, prematura-mente, a ese trascendental interrogante, pero
desde ya os informo que el pueblo apoya en mayor medida a Mao que a Chiang,
porque Mao cree en el pueblo y sabe expresar esa creencia, en tanto que Chiang
sólo cree en Jesús, en Inglaterra y en Estados Unidos.
¡Jesús! He allí otro judío, ajeno por completo a la Historia y
Tradición de China. ¿Pero qué maldición es esta, que ha caído sobre el Reino
del Medio[54]? ¿Es que no
existía otra opción para China que el judío Jesús o el judío Marx? Ninguno de nosotros
contestó a estas dramáticas preguntas, pero me prometí a mí mismo hacerle
llegar la edición inglesa de Mein Kampf, el libro del Führer.
–No deseo agobiar a mis huéspedes con lamentos de viejo –se
disculpó Thien-ma– pero se darán cuenta que, a pesar de constituir una
“pandilla criminal”, como nos califican los extranjeros, los Verdes amamos
profundamente a China y nos preocupamos por su futuro. Preveemos que ciertas
fuerzas extranjeras, a las que denominamos Pai-Lung-Yah[55],
tratarán de matar al elefante dormido chino, antes que despierte.
Os diré cómo llegaréis a Shanghai. Debéis saber que existe una
Tao-Hei, o ruta negra, por la que circula en ambos sentidos el contrabando
hacia el Mar Occidental. La misma es casi oficial, ya que en todo su trayecto
hay funcionarios sobornados, y atraviesa las mismas líneas japonesas, puesto
que tampoco los nipones se resisten a ganar unos yens extra. Dentro de dos días
parte de aquí un tren que sólo llega hasta Cheng Chow. Pero Vosotros
descenderéis antes, en la ciudad de Sian, provincia de Shensi[56].
Desde allí marcharéis al Sur, atravesando los montes Tsing-Ling[57]
que separan los Ríos Amarillo y Azul[58],
hasta la aldea de Han-Kiang, en la orilla derecha del Río Han-Kiang. En esa
aldea haréis contacto con nuestros hombres, quienes os embarcarán en un
transporte que habitualmente lleva contrabando.
Navegaréis por las aguas del Han-Kiang y, en la confluencia con
el Yangtse-Kiang, tomaréis por éste hasta Shanghai. Como veis, se trata de un
plan muy simple.
–En efecto, lo parece –replicó el meticuloso Von Grossen–. Pero
permítame que le haga unas preguntas.
Asintió con un gesto chino que consiste en inclinar la cabeza
hacia adelante.
–Ud. me habla de 500 km. en tren. ¿No es posible que alguien
sospeche y nos someta a un interrogatorio? ¿Qué haremos entonces? Porque
carecemos de papeles oficiales alemanes y además estamos clandestinamente en
China.
–Ah, Tsing. ¡Debéis cultivar la virtud de la paciencia!
–condenó Thien-ma, con ingenua severidad–. Os dije que el tren parte dentro de
dos días: para esa fecha los tres alemanes poseerán papeles que afirman que se
trata de tres ingleses acreditados en China por la Sociedad de las Naciones,
con la misión diplomática de observar la situación local y pre-sentar informes
que servirán para una futura mediación. Exhibirán sellos de entrada por Hong
Kong y estarán escritos en inglés y mandarín: pero no temáis ¡nadie que os
pueda inquirir de aquí a Shanghai conoce suficiente inglés para notar que sois
alemanes! Os daremos, también, salvoconductos diplomáticos y un pase para los
dos tibetanos, en el que figurará que los habéis contratado en Sining-Fu.
Os daremos también dinero, bastante dinero chino y japonés.
Todo falso, los papeles y el dinero. Todo de la mejor calidad. Pero no proseguiréis
solos: un Verde os acompañará hasta Shanghai. El os hará ingresar al tren por
una Shen-Hei y os acomodará en un vagón que está bajo nuestro control. La única
ocasión en que podríais ser interrogados sería al descender en Sian, cosa muy
improbable porque sólo descenderéis si hay señales de seguridad, o si el tren
fuese detenido en el camino, algo posible y bastante frecuente, pero
generalmente todo se arregla con una generosa dádiva. Sean nacionalistas, o
comunistas, en la pobre China nadie se resiste al soborno. Los bolcheviques
tampoco en esto han sido originales, pues se integraron a la antigua
institución del cohecho mediante un cambio de nombre que dejó a salvo su
dignidad: le llaman “contribución a la Revolución”. Empero, si de todos modos os
requisan, haréis valer vuestros papeles y vuestro, más valioso talento. ¿Estáis
conformes? En caso contrario os daré más detalles; pero os con-viene confiar en
la Banda Verde, que conoce China como nadie.
Von Grossen se había quedado de una pieza: el apoyo logístico
con que contaríamos sería análogo al que brinda un Servicio Secreto. Sin
embargo no se amilanó y volvió a la carga con otra pregunta:
–Supongo que el resto del trayecto estará igualmente cubierto
¿No? Créame que confiamos en ustedes; mis preguntas obedecen a un fin más
bien... profesional. ¡Eso es: profesional! Soy un oficial de inteligencia y no
puedo evitar interrogar. En verdad en quien confiamos completamente es en el
Círculo Kâula: y ellos nos han puesto en sus ma-nos. Así que debemos tener confianza en la Banda Verde.
–Hacéis bien en darnos crédito. No os defraudaremos. Y os
aseguro que nuestro hombre los llevará sanos y salvos a Shanghai: él conoce el
paso por los montes Tsing-Ling y a la gente de Han-Kiang, así como a los
japoneses de la guardia fronteriza en Nanking. Mas, por las dudas, antes de
partir de aquí os daré una contraseña para el contacto en Han-Kiang y os diré
dónde encontrarlo.
Por el momento, Von Grossen se dio por satisfecho, y los cinco
fuimos conducidos a un amplio cuarto de húespedes, atendidos por solícitas y
discretas damas chinas. En los siguientes días ya habría oportunidad para que
el Standartenführer
le arrancase a Thien-ma todos los datos que le interesaban.
Capítulo XXXVIII
Puedo decir, neffe, que los Verdes nos pusieron sin
inconvenientes en las puertas mismas del consulado alemán en Shanghai. El plan
se realizó como lo había previsto Thien-ma. Seis días después nos hallábamos
navegando en un recio y macizo junco por la cenagosa corriente del
Yangtse-Kiang. Pasamos tranquila-mente frente a Nanking y, a la altura de la
ciudad de Chin-Kiang, dimos con la confluencia del río Vu-Sang. Con gran
habilidad, el capitán viró el timón y se introdujo en la corriente descendente
de este último río, pues 500 km. más adelante, sobre su orilla izquierda, se
levanta la populosa Shanghai.
Es inimaginable la mercancía que transportaba aquel inocente
junco. Claro que no lo sería tanto si se lo inspeccionaba de cerca y se
admiraba la hilera de cañones a babor y estribor, y las dos ametralladoras
pesadas a proa y a popa. Pero las precauciones no estaban de más pues el barco
contrabandeaba armas, explosivos, telas finas, porcelana, me-tales, minerales,
especias, alimentos, opio, y hasta desertores de ambos bandos chinos o vulgares
delatores, además del clásico cargamento de prostitutas chinas del que ninguna
organización semejante podía prescindir. Junto a tan heterogéneos y peligrosos
artículos, nosotros resultábamos una insignificante molestia. Recién lo
comprendimos en Han-Kiang, al abordar el junco y comprobar el fuerte volumen de
mercadería que traficaba la Banda Verde: como aquél, nos informó nuestro guía,
la Sociedad poseía toda una flota sólo en el Yangtse-Kiang, sin contar los que
flotaban en otros Ríos y en el Mar, y que viajaban hasta Hong Kong, Cantón o
Macao.
Sobre el río Vu-Sang, pasamos frente a numerosos y modestos
poblados, dedicados a la labranza y el cultivo, y al lago Tai-Hu que llena con
sus aguas. Tras deslizarnos 200 km. llegamos a Shanghai y atracamos en un
pequeño embarcadero privado, provisto de una gran choza que servía de depósito.
Otros miembros de la Banda, que aguardaban disciplinadamente, se encargaron de
la descarga y la estiba, y de llevarse a las prostitutas y a los fugitivos. Nos
sorprendió la ausencia de control japonés, a los que tampoco vimos en Nanking
ni en ninguna otra parte. –Es que los japoneses ya fueron untados –nos dijo el guía
en su llamativo pidgin, una jerga mezcla de portugués e inglés que se habla en
las costas marítimas de China: obviamente, llamar untar al soborno es una
ironía propia de Portugal y España. –¿No os lo explicó el Señor Thien-ma? Le
contesté en la misma lengua que sí, pero que nos impresionaba el poder que la pasta
de la Banda Verde ejercía sobre las personas untadas. Sonrió y nos
comunicó que iríamos de inmediato a Shanghai.
Al salir de la zona portuaria, tomando por calles que el guía
parecía conocer muy bien, llegamos a una plaza-mercado de enormes dimensiones,
donde existía una natural aglomeración de cientos de yin-kiricsas, esos
vehículos japoneses tirados por un hombre, que tienen forma de calesa
individual y los ingleses denominaban rickshaw. Nos pare-ció el colmo de
la organización y la disciplina el verificar que seis se hallaban apartadas
esperándonos, sin dudas advertidos por los Verdes que habían salido antes del
puerto. Miré de reojo a Von Grossen, pero lo notó.
–Estos malandrines sí que saben hacer las cosas –gruñó–.
Deberíamos venir a a-prender de ellos.
Yo no atendí a esta exageración pues ya rodábamos a bastante
velocidad y me absorbía completamente la vista de la gran ciudad: con 5.000.000
de habitantes en 1938, Shanghai para los ingleses, Changai para los franceses,
y Xangae para Portugueses y Españoles, era una ciudad tremenda para cualquier
par de ojos occidentales. Ahora nos dirigíamos a la “Colonia modelo”, o bund,
la isla que los occidentales supieron levantar en medio de un pantano
insalubre, que fue el único lugar cedido por los chinos en el tratado de
Nanking de 1842, rubricado a cañonazo limpio por los ingleses que en ese año
ocuparon Shanghai pese a los 250 cañones de las baterías sobre el Vu-Sang: los
piratas desembarcaron la infantería, que neutralizó los cañones y marchó sobre
la ciudad, mientras los barcos ingresaban por la puerta del Norte y los chinos
huían por la puerta del Sur.
Sobre esos terrenos pantanosos se levantó una magnífica
ciudadela europea, amurallada, con canalización empedrada del agua, y calles
pavimentadas e iluminadas. Se construyeron edificios gigantescos pertenecientes
a las tres potencias ocupantes: Inglaterra, Estados Unidos y Francia; y pronto
surgieron tres barrios característicos de esas nacionalidades, además del
infaltable chinatow, llamado Nantao por los chinos. Las tres potencias
colonialistas obtuvieron zonas extensas de puerto privado para que sus
Compañías de Comercio Exterior instalasen factorías comerciales. Cuando los
alemanes pretendieron ingresar en este negocio, el puerto ya estaba completamente
repartido y se vieron obligados a pagar franquicias a sus competidores. De
todos modos, no era mucho lo que Alemania comerciaba con Shanghai, aunque
suficiente para exigir la presencia de un Cónsul; la Embajada se encontraba en
Nanking. Naturalmente, la presencia japonesa en Shanghai, y su desconfianza
hacia las potencias imperialistas cartaginesas que habían operado en la región,
abría promisorias expectativas a Alemania de obtener un mayor reparto del
botín.
Los rickshaw atravesaron a la carrera la cerca enrejada,
cruzaron un bien cuidado jardín, y se detuvieron frente al portal de una
mansión de estilo renano. Un sargento de la Kriegmarine se aproximó a nosotros
mientras descendíamos.
–¡Heil Hitler! –saludó Von Grossen–. Soy el SS. Standartenführer
Karl Von Grossen en misión especial, Sargento. Tenemos que ver urgentemente al
Cónsul.
–Sí, Señor –aceptó el marino–. Haga el favor de entregarme sus
papeles y enseguida será atendido.
–¡No tenemos papeles, Sargento! Aquí tiene una lista con los
nombres y el grado militar de estos Caballeros que me acompañan y el mío. Todos
somos oficiales SS.
El previsor Von Grossen había redactado una nota para el
Cónsul, anticipándose a un posible bloqueo burocrático. Decía así:
Señor Cónsul del Tercer Reich,
Shanghai,
Nos
presentamos ante Usted, y solicitamos ser repatriados inmediatamente a
Alemania, los SS. Standartenführer Karl Von Grossen, SS. Sturmbannführer Kurt Von Sübermann, SS.
Hauptsturmführer Oskar Feil, y los hombres
procedentes de Bután, el gurka Bangi y el lopa Srivirya, todos integrantes de
la Operación “Clave Primera”, Ultraconfidencial, código A I R.S.H.A., autorizada: Hitler,
Himmler, Heydrich.
Saludamos
a Ud. atentamente
Firma:
Karl Von Grossen
Comandante de la Operación
Clave Primera.
–Aguarde un momento Señor –solicitó el marino, y penetró con
presteza en el edificio. Afuera quedaba aún otro guardia.
Parece que está todo bien –dijo el Verde–. Yo me retiraré ya mismo,
pero todavía estaré un día en Shanghai. Podéis buscarme en el puerto si surge
algún problema y, por si he partido, os dejaré el nombre de un contacto al que
advertiré que vosotros os encontráis bajo la protección de la Banda Verde.
Recordad que nosotros siempre os podremos sacar de China.
Afortunadamente no fue necesario recurrir nuevamente a la
Sociedad Secreta del hampa chino. Mientras aguardábamos al Sargento, Von
Grossen interrogó al marinero. Este le informó que el Consulado se hallaba al
final del barrio francés, casi junto al arroyo Oang-Kin-Pan, rodeado por las
sucursales de las pocas compañías alemanas que comerciaban con Shanghai.
También le dijo que en el puerto estaban anclados dos barcos ale-manes, con
salida prevista para tres y siete días después.
El sargento regresó acompañado de un Secretario diplomático.
–Pasen por favor, Señores –ordenó.
Los cinco ingresamos a una cómoda sala de espera.
–Tomen asiento, que enseguida serán atendidos –pidió, y salió por
una puerta panel, no sin antes echar una mirada de desconfianza a Bangi,
Srivirya y al perro daiva.
Una hora tuvimos que esperar, hasta que al fin regresó el
Secretario y nos condujo a la oficina del Cónsul. Era éste un diplomático de
carrera oriundo de Colonia, enviado a Shanghai seguramente para aprovechar su
conocimiento natal del francés, y el inglés universitario. Impecablemente
vestido con traje negro, no representaba más de 40 años de edad y aparentaba
estar tranquilo.
–Disculpen la demora, pero he debido llamar a Nanking. No se
imaginan de qué manera ha protestado el Embajador, Barón Heinrich Von Baden,
por lo que considera una intromisión de la R.S.H.A. en el Ministerio del
Exterior: no acepta excusas por no haber sido informado sobre esa misión
secreta “Clave Primera”.
–Pero es que la operación no debía desarrollarse en la China
sino en el Tíbet –interrumpió Von Grossen–. Aquí hemos llegado huyendo.
–No se preocupe, Standartenführer: Von Baden siempre protesta –lo calmó el Cónsul sonriendo–. Déjeme
terminar. Fue consultado el agregado militar, quien confirmó que sus nombres y
grados figuran en el listado cifrado de la SS.. De lo que no conocía una
palabra, por supuesto, era de la Operación Clave Primera. Por lo tanto, se ha
enviado una solicitud de informes a Alemania y se está a la espera de la
respuesta. Apenas llegue el cable la situación de Uds. quedará resuelta.
–¿Y eso cuánto puede demorar? –pregunté irracionalmente.
–¿Cómo saberlo? Si es cierto que son quienes dicen ser, comprenderán
que Berlín puede responder en una hora, en un día, o no contestar y hacer
algo. Tratándose de la R.S.H.A. nadie puede anticipar su
reacción. Y tengan presente que no estoy efectuando una crítica pues Yo también
soy de la SS. –se atajó–. SS.Sturmbannführer honorario : obtuve ese grado en 1936,
gracias a la gestión del actual ministro del Exterior, Joachim Von Ribbentrop.
–¡Muy bien! –aprobó Von Grossen.
–Sí. Soy de la SS. y por eso les aconsejaré lo que harán
desde ahora. Si permanecen aquí me veré en la obligación de ponerlos bajo
custodia, cosa que para Uds. sería muy molesto. En cambio los haré conducir a
un Hotel que se encuentra a cuatrocientos metros, donde estarán cómodos hasta
que lleguen noticias de Alemania o de Nanking. Al Embajador le diré que no pude
detenerlos y que, de todos modos, están seguros allí. No tenían sus papeles verdaderos
¿pero tienen otros papeles? ¿dinero? Se me ocurre que deben estar provistos de
ellos pues sino no hubiesen logrado atravesar China.
–En efecto, Sturmbannführer Kónsul: disponemos de documentación falsa y
dinero. Buen dinero, nos dijeron, pues también es falso, –confirmó Von Grossen
con sarcasmo–. Le agradecemos sus consejos, y los seguiremos al pie de la letra
pues parecen muy sensatos. Luego de pasar meses explorando el Asia no podríamos
resistir ni una hora prisioneros.
–Es cierto que me dijo que venían de Bután. ¡Por Dios, qué
viaje! ¿Y de qué huían a través de China, se puede saber? ¿de los comunistas?
Creo, neffe, que los cinco pensamos en ese momento en el Valle
de los Demonios Inmortales, en el vîmâna de Shambalá, en el zumbido mortal, y
nos echamos a reír a carcajadas.
–Ja, ja, ja ¿De los comunistas? No Herr Kónsul: huíamos de sus
Jefes –respondí con los ojos inundados de lágrimas –Ja,ja, ja. Pero
no podemos revelarle quiénes son: ¡no lo creería!
Karl Von Grossen asintió riendo, gesto que imitó Oskar, Bangi y
Srivirya. El sorprendido Cónsul optó por no preguntar más y nos hizo acompañar
por el Secretario hasta el cercano Hotel.
Todo se solucionó en los siguientes días. Llegaron órdenes
terminantes de Alemania para que se nos embarcara inmediatamente y sin
discusiones. Siete días después salíamos en un buque carguero que haría en
Macao la primera de una interminable serie de escalas comerciales. Sin embargo,
el Capitán nos comunicó que “en algún lugar del Océano Indico”, cuyas
coordenadas le serían transmitidas por radio, trasbordaríamos a un buque de
guerra. Así ocurrió a pocas millas de Sumatra: un desconcertado Almirante nos
recogió en su crucero y puso rumbo directo a Alemania. El barco se dirigía a la
Argentina junto a otros dos, ejecutando una maniobra largamente planeada. A la
altura de Ciudad de El Cabo, recibió la orden de desviarse al Océano Indico
para alzar cinco pasajeros. Su nueva misión estaba calificada de “máxima
seguridad” y, desde el momento en que abordaran los misteriosos personajes,
debía transmitir en una clave supersecreta y evitar todo con-tacto con otros
barcos o estaciones terrestres. Nadie debía poder ubicar al crucero pues, de lo
contrario, existía la posibilidad de que “entrasen en operaciones”. –“¿Quién
nos atacaría a nosotros en tiempos de paz?” –mascullaba el Almirante–. “Debe
tratarse de otro juego de Estado Mayor, una maniobra secreta de prueba para la
Kriegmarine”.
El Almirante no imaginaba que si las fuerzas sinárquicas
hubiesen conocido la ubicación de su barco, y la identidad de sus ocupantes, se
lo habrían hundido allí mismo.
Capítulo XXXIX
Veinte días después de partir de Shanghai, desembarcamos
en Hamburgo. Allí nos estaba esperando un oficial del S.D. exterior al mando de
un pelotón; sus órdenes: conducir a Karl Von Grossen, a Oskar Feil, a Srivirya
y a Bangi, en dos coches hacia Berlín. Yo debía apartarme del grupo y abordar
un tercer coche hasta el aeropuerto local, donde un avión me transportaría
igualmente a Berlín.
Ibamos a separarnos por primera vez en varios meses y la
experiencia resultaba dolorosa. Todos habíamos perdido Camaradas y corrido
juntos peligros mortales; las aventuras vividas nos hermanaban. Antes de
abandonarlos, Von Grossen quiso hablarme a so-las.
–¡Lo sabía! –me dijo con tono preocupado–. Von Sübermann: ¡Ud.
era la clave primera de la Operación Clave Primera! Y la Thulegesellschaft sólo
se ocupará de Ud. Nosotros, desde este momento, quedaremos incomunicados,
aislados del resto de la SS. para evitar que hablemos. ¡Sabemos mucho,
Kurt, quizás más de lo que a los Iniciados de la Orden Negra les conviene que
alguien sepa! Presiento que tal vez no nos volvamos a ver –concluyó
lúgubremente.
–¡Ud. delira, mi Standartenführer ! –exclamé horrorizado– ¡Eso
no puede ser! Regresamos de cumplir una importante misión, creo que
exitosamente, y no hay motivo alguno para que en lugar de recibir la aprobación
superior alguien sea castigado. ¡Ud. está cansado, Von Grossen, se lo digo
respetuosamente! Verá como pronto nos reuniremos en una cervecería de la
Friedrichstrasse para festejar. Es natural que primero debamos brindar los
informes correspondientes a nuestras respectivas unidades, pero luego de esos
lógicos trámites dispondremos de tiempo para volvernos a ver.
Von Grossen sacudía la cabeza como negándose a admitir que mis
argumentos penetraran por sus oídos.
–¡No; no! Von Sübermann, una vez más Ud. no comprende la situación.
Escúcheme bien ahora porque la posibilidad de que nos separemos definitivamente
es real. Se lo digo muy consciente y basándome en toda mi experiencia previa en
operaciones secretas. No estoy tan cansado como para no poder prevenir lo que
puede ocurrir: seremos eliminados. Es decir, si Ud. no nos salva, Kurt.
Créame, viviremos sólo si Ud. asegura a sus Jefes que no hablaremos a nadie
sobre lo que hemos visto. Esa es la garantía que ellos necesitan para dejarnos
en libertad: ¡todo lo contrario de lo que Ud. supone! Ja, ja, ja: ¡un in-forme!
Ud. me hace reír, Von Sübermann: ¿a quién le interesa que Yo haga un informe
sobre lo que he visto en el Tíbet y lo que le he visto hacer a Ud.? ¿piensa que
los Iniciados de la Orden Negra permitirán que exista un informe oficial sobre
el vîmâna de Shambalá, o sobre los perros daivas, o su Scrotra Krâm? No, Von
Sübermann: por Ud. estamos condenados a muerte. Y sólo Ud. nos puede salvar.
Por el contrario de lo que ingenuamente ha sugerido: ¡asegure a sus Jefes que ni
Oskar Feil, ni Yo, haremos ningún informe, y puede ser que así conservemos la
vida!
Lo tranquilicé lo mejor que pude, reafirmándole mi lealtad:
¡jamás permitiría que a ellos les sucediese nada por mi causa! Y partimos,
separadamente, hacia Berlín.
En el aeropuerto de Berlín aguardaba un Mercedes Benz de la
Cancillería con escolta de motos. Al verlo, pensé que se encontraba a la espera
de un Ministro o un General, pero mi sorpresa fue grande al reconocer al SS.
Oberführer
Papp parado al lado de la puerta.
–¡Kurt Von Sübermann! –llamó, sonriendo cariñosamente. No pude
evitar recordar la primera vez que lo viera, en la cabaña de Rudolph Hess, en
el Obersalsberg de Berchtesgaden. El también lo recordó, porque dijo, apenas me
acerqué:
–Seis años, Kurt. ¿Mucho o poco? Seis años y regresas de tu
primera misión. Hemos temido por ti ¿sabes? Fue un alivio para todos los que
estaban al tanto de la operación el recibir noticias tuyas. ¡Pero desde
Shanghai! Ja. Nadie podía creerlo. Ya me contarás cómo hicieron para atravesar
China.
El coche cruzó el Spree por el Puente del Castillo y comenzó a
girar alrededor del Lustgarten. Miré a Edwin sorprendido, pero no tuve tiempo de
decir nada:
–Pensé que te gustaría dar una vuelta previa por la ciudad,
antes de llegar a la Can-cillería; ¡te reanimará, después de tantos meses en el
Asia!
Edwin Papp había interpretado correctamente mis sentimientos.
Era indescriptible la felicidad que sentía entonces por hallarme nuevamente en
la patria, de la que más de una vez en las últimas semanas me despedí,
suponiendo que no regresaría nunca. El Mercedes tomó hacia el Oeste y dobló
frente a la Puerta de Brandenburgo, que estaba cubierta de banderas con
svástika y guirnaldas de las recientes fiestas. Ahora iba rumbo al Este, por la
Unter
der Linden o Avenida de los Tilos: vi
pasar la Plaza de París y la Estatua de Federico el Grande. Al fin de la
avenida, dimos la vuelta a la Plaza de la Opera, ámbito del Palacio del
Emperador, de la Biblioteca Real, de la Opera de Berlín, de la iglesia
católica de Santa Eduvigis, de la Universidad, y de varios edificios militares.
Finalmente, desde los Tilos y la Plaza de la Opera, el coche se dirigió al
barrio Friedrichstadt y empezó a rodar por la Vilhelmstrasse,
que es su límite Este. El paseo había terminado.
–¿Te imaginas quien me envió a buscarte al aeropuerto, no? Tu
patekind sufrió mucho cuando te creímos perdido y tiene enorme impaciencia por
saludarte y abrazarte. No quiso que nadie te desviara y por eso mandó su coche
a recibirte y me comisionó, bajo órdenes rigurosas, –bromeó– para que te
custodiara sano y salvo a su lado.
Minutos después arribamos al 77 de la Vilhelmstrasse. En la Reichskanzlei [59], en efecto, nos esperaba el
Stellvertreter [60] del Führer.
Una hora más tarde, luego de despedirme del Oberführer
Edwin Papp, dejaba la Cancillería en compañía de Rudolph Hess. Se había
emocionado sobremanera al verme, y entonces comprendí cuánto me quería aquel
antiguo Camarada de Papá. Durante los seis años que se ocupó de mi destino en
Alemania no sólo fue como un padre, sino que me profesó idéntico afecto. Ahora
ibamos rumbo a la Gregorstrasse 239, a visitar a Konrad Tarstein.
Era la primera vez que iríamos juntos y, como Rudolph Hess
podía ser fácilmente reconocido por el público y no quería llamar la atención
sobre el domicilio de Tarstein, había insistido en que Yo manejase el Mercedes
mientras él se mantenía discretamente sentado en el asiento trasero. En verdad,
no sólo con Rudolph Hess, sino con nadie más que Tarstein estuve nunca en la
misteriosa mansión. Incluso llegué a sospechar que los Iniciados de la Orden
Negra se reunirían en otro sitio, pues jamás hubo nadie más que nosotros dos
durante los dos años que frecuenté la casa. Pero esa vez sería diferente.
Como si fuera la repetición de un Ritual, golpeé la mohosa
argolla que giraba dentro del puño de bronce y la chillona voz de Konrad
Tarstein respondió desde algún in-definido lugar, detrás de la desvencijada
puerta.
–¿Si?
–Soy Kurt Von Sübermann –me presenté, hablando en dirección a
la diminuta mirilla donde los huidizos ojillos del Gran Iniciado verificaban mi
identidad.
Se abrió la puerta y la figura rechoncha y pequeña de Konrad
Tarstein apareció, con la mano cortésmente extendida para saludarme.
–Kurt, Rudolph, me alegro de verlos –dijo, rompiendo el
Ritual.– Pasen: los estábamos esperando.
Corría el mes de Enero de 1939. El año nuevo lo pasamos en alta
mar, con Von Grossen y otros Camaradas. Pensé en ellos mientras Tarstein me
guiaba hacia una estancia en la que nunca había entrado, situada en la planta
alta. Pensé en ellos y recordé las noticias que traía: a mi juicio, la
expedición de Ernst Schaeffer había fracasado en su propósito de sellar el
pacto entre las “fuerzas sanas de Alemania” y la Fraternidad Blanca de Chang
Shambalá. Si no me equivocaba, la Puerta de Shambalá se había cerrado antes de
llegar a ningún acuerdo, y, por consiguiente, la destrucción del Tercer Reich y
la instauración universal de la Sinarquía no estaban aseguradas para el
Enemigo.
Corría Enero de 1939 y la Segunda Guerra Mundial empezaría en
Septiembre de ese año.
En derredor de una extraña mesa con forma de media luna, se
sentaban 16 Iniciados de la Orden Negra SS.. Aparte de Tarstein y
Rudolph Hess, sólo reconocí a cuatro más como altas personalidades del Tercer
Reich: los diez restantes eran hasta entonces completamente desconocidos para
mí. Todos vestían de civil, pero supuse que varios serían militares, aunque
otros debían ser indudablemente ciudadanos, especialmente el asiático cuya
presencia me llenó de asombro.
Fui presentado por Tarstein, y los Iniciados me saludaron
amablemente, pero no dieron sus nombres en ningún momento. Por el contrario,
se identificaron con seudónimos tales como Aquilae, Leo, Serpens, Draconis,
Corvus,
Pavo,
Cycnus,
etc. El asiático dijo llamarse Ave Fénix.
Me invitaron a sentarme frente a ellos, en un sillón ubicado en
la parte convexa de la media luna.
–Y bien, Lupus ¿que ocurrió con la Operación Altwesten
de Ernst Schaeffer y con los hombres que perdió la Operación Clave Primera?
–preguntó Tarstein, bautizándome de ese modo.
–Todos muertos o desaparecidos –afirmé–. Tanto los integrantes
de la Operación Altwesten como los nuestros. Pero permítanme, Caballeros, que
les relate paso a paso los hechos sucedidos desde que partí de Alemania.
Nadie se inmutó cuando adelanté la suerte corrida por los
ausentes. Ni durante las horas siguientes, empleadas en la narración, en la que
me esmeré por brindar los principales detalles y presentar la información lo
más objetiva posible. Tarstein amenizó la extensa velada con dos rondas de
café, la última acompañada de exquisitas confituras. Y casi no fui
interrumpido, salvo para solicitar alguna aclaración concreta. Como
comprendería luego, aquellos hombres no necesitaban preguntar nada pues eran
todos extraordinarios clarividentes; poseían lo que denominaban en la
Thulegesellschaft: Facultad de Anamnesia, vale decir, un poder propio de los
Iniciados Hiperbóreos que les permitía explorar los Registros Culturales Akashicos.
Desde allí, desde la Gregorstrasse 239, ellos habían
visto cuanto Yo les relatara de nuestras aventuras en el Asia.
–No lo tome a mal, estimado Lupus, –dijo Tarstein al fin– pero
le vamos a rogar que aguarde abajo. Debemos sostener un Consejo.
Una hora más duró la deliberación, hasta que fui convocado
nuevamente. Konrad Tarstein abrió el diálogo:
–Lo felicito, Lupus: unánimemente hemos coincidido en que la
Operación Clave Primera ha sido un éxito. A pesar de las pérdidas, que nada
cuestan frente al beneficio espiritual de haber frustrado los planes de los
Demonios. Los tres caídos, Heinz, Hans y Kloster, serán condecorados, así como
también Von Krupp y sus hombres, pues no participaban de la conspiración de
Schaeffer.
–Permítame interrumpirlo, Kamerad Unicornis. Está muy bien eso
de condecorar a los muertos, pero ¿y qué me cuenta de los vivos? ¿que va a
pasar con Karl Von Grossen, Oskar Feil, y los dos tibetanos? ¿dónde están
ahora?
–Incomunicados, por supuesto –confirmó fatalmente Tarstein–.
Mire, Lupus, solamente podríamos dejarlos libres, y aún promoverlos, si Ud. se
encarga de que no hablen fuera de lugar.
–¿Y cómo haría Yo para dar semejante crédito?
–Es simple, Lupus: sólo habría que formar un cuerpo dirigido
por Ud. Por ejemplo, Oskar Feil sería desde hoy su asistente; y Ud. se
encargaría de controlarle la lengua. Del mismo modo, Karl Von Grossen se
dedicaría a entrenar un equipo de Elite para apoyarlo en sus futuras misiones, y
estaría en permanente contacto con Ud. ¿Qué le parece?
–Estoy de acuerdo –afirmé aliviado–, y muy complacido; porque
esos hombres merecen el mejor trato: son valientes y patriotas sin precio. Pero
ahora, Señores, luego de aclarar ese asunto que me preocupaba ¿podría hacer Yo
algunas preguntas?
–Desde luego –aceptó Tarstein “Unicornius”.
–Bueno. El caso es que Uds. parecen saber qué ocurrió en aquel
valle del Tíbet. Podrían entonces, aclararme algunas dudas. Por ejemplo ¿por
qué fuimos atacados y por quién? Y también tengo un interrogante, quizás no tan
“serio” como los anteriores, pero que no me avergüenza plantear aquí: es sobre
el futuro del perro daiva. No puedo negarles, Señores, que me ha causado gran
contrariedad dejar a Vruna enjaulado en Hamburgo, teniendo en cuenta que se
trata de un ejemplar único en la Tierra y que está próximo a dar a luz.
–¡Tiene Ud. razón, Lupus! –aceptó Tarstein–. Mañana temprano
enviaremos al mejor oficial veterinario de la SS., y su equipo de
asistentes, con la misión de cuidar y transportar sano y salvo a Berlin al
perro daiva. No tenga dudas, que valorizamos a ese animal en su justa medida y
lo consideramos un arma secreta del Tercer Reich.
Y sobre lo que preguntó primero: –prosiguió Tarstein– ¡fueron
Uds. atacados por los Druidas!
–¿Por los Druidas? –repetí incrédulo– ¡Pero si estábamos en el
Tíbet!
–Sí, por los Druidas. ¿Recuerda lo que le advertí el primer día
que vino a esta casa?: “de entre los cazadores de la Sinarquía, los
Druidas están encargados de cobrar las piezas de su especie” ... de su especie,
Von Sübermann . Le sorprende que ellos lo hayan emboscado en el
Tíbet, pero debe tener presente que Ud. se fue a meter en “La Puerta de Bera y
Birsa”, vale decir, la siniestra abertura por la que ingresan a Shambalá los
Sacerdotes de Melquisedec. En esa puerta en particular deseaba llamar Ernst
Schaeffer, porque de allí han provenido hace miles de años los Archi-Sacerdotes
y Archi-Druidas de las Ordenes europeas de la Fraternidad Blanca.
–¿Bera y Birsa? –pregunté desconcertado.
–Efectivamente, Bera y Birsa –replicó el asiático, al que
llamábamos “Ave Fénix”.
–Recuerde Lupus ¿no vio Ud. dos imágenes majestuosas, una a
cada lado de la Puerta?
–Supongo que se refiere a las figuras de los bodhisatvas
alados, que estaban tallados en las paredes de la garganta, o dvara, o shen, es
decir, en la abertura entre montañas al final de la cañada. Las recuerdo
perfectamente: en ambas paredes de la garganta de salida, y como de una altura
de 25 ó 30 mts., existían dos bajo relieves que representaban a unos Seres de
naturaleza Divina, una especie de “ángeles” o “bodhisatvas” armados.
Quedé en silencio unos segundos, evocando aquella inolvidable
visión. Luego agregué:
–Tenían alas: los dos ángeles exhibían desplegadas sendas alas
de paloma. Y vestían túnicas blancas hasta los tobillos: ¡sí, era un traje de
Druida o de efod levita! Incluso os-tentaban el trébol de cuatro hojas en el pecho; y pequeñas
estrellas, soles, medias lunas, en las guardas. Y recuerdo también sus armas:
cada uno tenía su mano derecha cerrada sobre un mango, del que sobresalían a
ambos lados dos globos. La escena era muy sugestiva y por eso la recuerdo con
tanta nitidez: Yo me hallaba parado en la garganta de entrada, cuando ya se
habían aclarado las cosas con Von Krupp; entonces miré hacia el Oeste, al final
de la cañada, y ví el vértice del abra, o paso, flanqueado por aquellas
colosales esculturas. Ambas señalaban con el índice de su mano izquierda la salida,
como
in-vitando a pasar, gesto que asimismo acompañaban con la expresión de sus
diabólicos rostros ; empero, las manos derechas no cesaban de apuntar con
sus globos en dirección de todo posible visitante, es decir, hacia el
centro de la cañada. Creo que Yo miraba justamente la garganta del Oeste, y a
sus terribles guardianes, cuando surgió desde allí la bola de luz que los
tibetanos llamaban “el vîmâna de Shambalá”.
–No caben dudas, pues, que Ud. ha estado frente a la Puerta de
Bera y Birsa –aseguró Ave Fénix–. Los misteriosos “ángeles” que ha descripto no
son tales, ni tampoco “bodhisatvas”, sino Demonios de la peor especie, a los
que se denomina comúnmente “Inmortales”: Bera y Birsa son dos Demonios
Inmortales que durante miles de años han actuado en Europa y Asia, y cuya
imagen Ud. ha tenido la suerte, o la desgracia, según se mire, de contemplar en
esa cañada del Tíbet. Su amo, Melquisedec, los destinó hace milenios para que
trabajasen en favor de la Sinarquía Universal del Pueblo Elegido, ocupándose
especialmente de sostener la conspiración en el seno de los pueblos de linaje
indoeuropeo, indoiranio e indostánico. En el contexto europeo, Ellos han sido
los Archi-Druidas-Supremos que dirigían secretamente a la Orden druídica, y es
por eso que Unicornis y otros Iniciados los califican también de “Druidas” o
“Golen”. Pero Ellos son seres mucho más poderosos que los Druidas, a quienes
mandan.
Por ejemplo, Ellos han sido distinguidos por Rigden Jyepo, el
Rey del Mundo, con el Poder del Dordje, el arma más terrible del Sistema Solar.
Dordjes: ¡esas eran las armas, semejantes a dos globos unidos por un mango, que
Ud. observó en los bajos relieves de los Inmortales! Pero Ud. Lupus, no sólo
percibió los Dordjes tallados en la piedra: Ud. experimentó en carne propia
su mortífero poder.
Lo miré boquiabierto. Y Ave Fénix aclaró aún más lo que mis
oídos se negaban a escuchar.
–Concretamente, Lupus: el zumbido de abejas que sintió, y que
causó la muerte de sus Camaradas, no es otra cosa más que la manifestación
acústica del Poder del Dordje, el cual actúa además en los otros cuatro
tattvas; con el Dordje es posible emitir el
om o el yod final, el monosílabo de la disolución de las Formas Creadas, que es
idéntico al bija del Principio de la Creación. Es muy posible que haya sido el
Demonio Bera quien aplicó el Poder del Dordje sobre su corazón. En síntesis,
tenga por cierto que ha estado frente a la Puerta de Bera y Birsa, en un
desfiladero del Tíbet conocido desde remotos tiempos como “La Brea”. Desde luego, a
La Brea no es fácil llegar, es decir, no es fácil alcanzar su garganta Este,
pero curiosamente en muchos mapas antiguos figura allí donde Uds. la
encontraron, junto a los montes Altyn Tagh.
–No puede ser –negué irracionalmente–. Yo vi un vehículo volador,
un navío extra-terrestre; no sé que era, pero con seguridad el zumbido brotaba
de él.
–Pues así es, apreciado Lupus: el fenómeno que Ud. vio era el
Demonio Bera en todo su Poder. No se trataba de un navío volador, ni de un
vîmâna o avión desconocido, sino de una “unidad absoluta de energía” del
Universo animada por la infernal “Inteligencia” de Bera, que es la Sefirah
Binah. Una “unidad absoluta de energía”, “un átomo arquetípico”, adoptado por
Bera para presentarse y desencadenar la Fuerza di-solvente del Dordje: eso es
lo que Ud. presenció, aunque creyó ver otra cosa.
–No es posible –repetí turbado, resistiéndome a aceptar que
aquella Presencia Mortal fuese en verdad un Demonio, “Inmortal”, y que ese
Monstruo estuviese finalmente tras mis pasos. Comenzaba a comprender lo que
quería significar Tarstein al advertirme sobre “los cazadores de la Sinarquía”
que procurarían cobrar piezas “de mi especie”.
Imperturbable, Ave Fénix continuó explicando:
–El átomo arquetípico es la Forma Primordial por excelencia, el
Huevo de Brahma, la mónada hecha a imagen y semejanza de El Uno: todos los
átomos reales y todas las formas atómicas, todas las unidades, emanan de él y
participan de su existencia ejemplar. ¿Y sabe por qué Bera adoptó esa forma
para manifestarse ante Ustedes y emplear el Poder del Dordje? Porque
el único modo que le resta a un Demonio como El, traidor al Espíritu del
Hombre, para resistir el Signo del Origen que Ud. exhibe, es encerrarse en la
unidad absoluta de la Mónada Creada. Pero ya ha visto el resultado de
esa táctica, Camarada Lupus: no ha podido con Ud., con el Signo del
Origen que Ud. posee, y las Puertas de Shambalá se han cerrado para nuestros
enemigos.
–Oh, Yo no sería tan optimista, Camarada Ave Fénix –sugerí, al
tiempo que me estremecía agitado por antiguos y nuevos terrores–. Le hago
presente que si conservo la vida no es precisamente por efecto del Signo sino gracias a la intervención de esos
guerreros increíbles que son los monjes kâulikas, y la colaboración inestimable
de los perros daivas que nos sacaron de la cañada de Altyn Tagh.
–Ah, Camarada Lupus, me temo que Ud. no comprende la situación.
Ave Fénix me hacía el mismo reproche que Karl Von Grossen.
Evidentemente Yo comprendía nada, o muy poco, de lo que ocurría a mi alrededor.
O todos pretendían comprender mejor que Yo lo que pasaba. O Yo me estaba
tornando extremadamente obstinado o estúpido. Mas, sea lo que fuere, había algo
que sí comprendía, y en lo que no me equivocaba: la causa de todos mis males,
que hasta ayer consideraba un maravilloso privilegio, era el inaprensible Signo
del Origen. ¿Distinción de los Dioses o Estigma? Frente a mí, los hombres más
importantes del Tercer Reich decían contar conmigo, y con mi Signo, para llevar
adelante los planes del Führer. Pero, y eso sí lo iba comprendiendo ahora, las
más terribles Fuerzas del Infierno, Fuerzas que Yo había visto de cerca en el
Tíbet, me consideraban a priori su enemigo mortal y desarrollarían contra mí
un ataque inimaginable.
Alegóricamente hablando, tal situación, la única situación que
tal vez comprendía, era que el Tercer Reich se aprestaba a marchar sobre el
Mundo, como una ciclópea falange, y que Yo desempeñaría entonces la función de abanderado.
Sí, sería el porta-estandarte del Tercer Reich, y la bandera que enarbolaría
sería el Signo del Origen, el Signo de Lúcifer, el Signo de Wothan, el Signo de
Shiva, mi Signo. Y, como en todo ejército en operaciones, el Enemigo trataría de
conquistar las banderas, nuestros estandartes, procurando
abatir sin previo aviso al abanderado, tratando de quitarle la Insignia Sagrada del Espíritu,
tratando de quitarle la vida, tratando de quitarle el estandarte, tratando de
quitarle mi vida, tratando de quitarle mi Signo.
No protesté por el comentario de Ave Fénix, y éste prosiguió:
–Estimado Lupus: Ud. no debe a nadie su “salvación” más que a
Sí Mismo. ¿Se olvida que si hubo Operación Clave Primera, y perros daivas, ello
ocurrió porque previa-mente existía un Iniciado Kurt Von Sübermann, que portaba
el Signo del Origen ? Los perros daivas, y Ud., son la misma cosa,
porque sin Ud. no habría perros daivas ni Signo del Origen, o de Shiva, ni
nadie capaz de colocar su Yo más allá de Kula y Akula. El Demonio
Bera lo atacó con la furia de un vîmâna y Ud. cree que se salvó “gracias” a los
perros daivas: ¡pues sepa que es su propia inseguridad, su falta de fe en Sí
Mismo, su incomprensión de la situación, la causa de que aliente tan
errónea convicción! ¡Porque si fuese Ud. en realidad el Iniciado que debe ser, seguro
de Sí Mismo frente a la Muerte, y más allá de la Muerte, hasta el Origen,
sabría sin dudar que su Signo lo ha tornado invulnerable al ataque de cualquier
Ser Creado, aún el Dios más poderoso! ¡si se encontrase solo, frente a los
Demonios Bera y Birsa, u otros semejantes, y Ellos le aplicaran todo el Poder
del Dordje sobre el corazón, Ud. quedaría fácilmente fuera de su alcance
situándose más allá de Kula y Akula, en el Origen, o creando con un tulpamudra sus
propios perros daivas, o “caballos daivas” lung-pa, o cualquier ilusión por el
estilo !
–¡Está bien! ¡Está bien! ¡Me rindo! –propuse, sonriendo
tristemente; y antes de que los reclamos de los Iniciados de la Orden Negra se
volvieran incontestables–. Me esforzaré en comprender sus puntos de vista
–prometí–. ¿Verdaderamente creen que esos malditos Inmortales no sólo me
atacaron a muerte sino que cerraron la Puerta de su Guarida?
–Así es, Lupus –terció Tarstein–. Le diré lo que ha sucedido,
de acuerdo a la visión coincidente de todos los Iniciados aquí presentes. En
principio, y esto lo sorprenderá, tenemos motivos para pensar que Ernst
Schaeffer no murió en La Brea. Y si hubiese muerto durante el ataque, estamos
seguros de que los Inmortales lo resucitarían. ¿Para qué? Para que regrese a Europa a
buscar su cabeza. Jamás, entiéndalo bien, Lupus, porque en esto le va
la vida, Ellos jamás van a permitir que exista alguien como Ud. en una sociedad
sinárquica. Por el contrario, estando Ud. de por medio no habrá pacto entre la
Fraternidad Blanca y las Sociedades Secretas de la Sinarquía; y por
consiguiente, no habrá constitución de la Sinarquía. Sin lugar a dudas, Ernst
Schaeffer, u otro mentecato semejante, será delegado por los Demonios para
hacer oír sus condiciones en Occidente: y en esas nuevas condiciones se exigirá la
eliminación de Ud. y de todos los que como Ud. son portadores del Signo del
Origen que ellos no pueden soportar.
La Sinarquia Universal del Fin de los Tiempos debe ver a los Dioses
Traidores enseñorearse en el Mundo, como en los días de la Atlántida, codo a
codo con los Grandes Rabinos del Pueblo Elegido: pero eso no lo podrán hacer
mientras en el Mundo haya hombres espirituales que levanten el estandarte del
Origen, que hablen con las Runas de Wothan. De allí que podamos afirmar
sin temor a equivocarnos que la Operación Clave Primera ha sido un éxito: hemos
llevado un Iniciado con el Signo del Origen a La Brea, frente a la Puerta de
Bera y Birsa de Chang Shambalá; y lo hemos rescatado para la Estrategia del
Tercer Reich. En una palabra, hemos infligido al Enemigo el más grande desafío
en su propio terreno: es imposible que ahora quiera otra cosa más que la
venganza. Y sus represalias ya no serán de orden diplomático o político, ya no
propiciará pactos secretos que avalen golpes de Estado o intrigas palaciegas:
el Tercer Reich deberá prepararse para resistir un formidable potencial
militar.
Y en cuanto a Ud., Lupus: demás está decirle lo que representa
para nosotros. Contar con Ud. significa disponer de ventaja estratégica para
la ejecución de los planes de la Orden Negra. En base a esto deberíamos tratar
de preservarlo de todo peligro; sería lo más lógico. Sin embargo haremos todo
lo contrario: no descuidaremos de su seguridad, pero tampoco impediremos que
Ud. cumpla su misión, la misión que le fue encomendada por los
Dioses cuando lo señalaron con el Signo del Origen . ¡Seguirá, pues, corriendo
riesgos! ¡Estudiaremos cuidadosamente sus futuras operaciones y lo enviaremos a
cerrar, con su Signo Divino, las Puertas del Infierno! Ahora sabemos que Ud. puede
hacerlo ¿lo hará?
Los dieciséis pares de ojos me taladraban el cerebro. Miré a
Rudolph Hess, casi un padre para mí ¿qué podía negarle a él? Y a Konrad
Tarstein, mi Instructor Hiperbóreo, el Sabio que me revelara tantos secretos
¿qué no le daría Yo a él, que nada necesitaba ni pedía para sí? Y a los
restantes Iniciados, los Arquitectos Secretos de la Nueva Alemania, los Jefes
de la Orden Negra SS.: negarles algo a ellos era negarse a servir a la
patria. En ese momento, neffe Arturo, mi respuesta sólo podía ser una:
–¡Heil Hitler! –grité, y levanté mi brazo derecho para asentir
inequívocamente. Mi respuesta, neffe, y eso lo comprendieron todos, era un
juramento, un voto de Caballero SS..
Cuando todos se retiraron, media hora después, y sólo
quedábamos el anfitrión, Rudolph Hess y Yo en la Gregorstrasse 239, nos
despedimos de Tarstein y partimos en el Mercedes. Igual que antes, Yo manejaba
y Rudolph Hess permanecía en el asiento trasero. Ansiaba saludar a Ilse y
descarté que iríamos a la casa de Rudolph, pero éste me advirtió enseguida “Al
Hotel Kaiserhof”. Lo miré por el espejo retrovisor, sin comprender.
–¿No adivinas quién nos espera allí? –preguntó, mientras
sonreía burlonamente. Temblé al preguntar:
–¿Papá?
–Si, Kurt. Tu padre en persona. El Barón Von Sübermann ha
viajado especialmente desde Egipto para entrevistar a su escurridizo hijo.
–Oh, qué alegría; qué alegría. No puedo creerlo, todavía. ¿Tú
le avisaste, no es cierto? ¿Dime la verdad, taufpate?
–Pues sí. Yo le notifiqué, cuando supimos que estabas en alta
mar, que podría venir 20 días después a Berlín. Y eso fue lo que hizo sin
perder un instante. ¿Qué mal había en ello? Es bueno que tu padre te vea al menos
una vez al año. O al término de una operación en la que por poco pierdes la
vida. Apruebas mi decisión, ¿verdad?
–Oh, sí, taufpate. Me has brindado el más bello regalo que Yo
podía esperar.
Aquella fue una de las mejores noches de mi vida. Con Papá,
Rudoph, Ilse y el pequeño Wolf Rüdiger[61],
en Berlín, en Enero de 1939, el Mundo parecía estar en nuestras manos. Aún
recuerdo que durante la cena, papá anunció que su hija se había casado con un
Ingeniero germano-argentino y que al poco tiempo partirían para radicarse en la
Argentina, donde los Siegnagel eran propietarios de una bodega. Y que Rudolph
anunció también que Yo sería promovido en los días siguientes, en la jerarquía
de la SS., con el grado de Standartenführer, saltando así el
grado intermedio de Obersturmbannführer. Sería, dijo, uno de los Stantartenführer
o Coroneles más jovenes de la Waffen SS..
Capítulo XL
Querido neffe, así concluyó mi primera misión para la
SS. y el Tercer Reich. Durante la misma, se evidenció el carácter
misterioso de aquel Signo del Origen que causaba la devoción de unos y el
terror de otros. Al llegar a esta altura, muchas de tus dudas iniciales se
habrán disipado. Habrás comprendido, eso espero, que la historia de Belicena y
mi propia historia se vertebran sobre una misma armadura, sobre una
infraestructura que se llama “Sabiduría Hiperbórea”. Y habrás comprendido ¡es
necesario que lo hagas! que ambas historias se continúan en ti, que
la Sabiduría Hiperbórea pasa por ti, que los Dioses te han señalado a ti con el
Signo del Origen.
Tu historia y la mía, neffe Arturo, son en parte paralelas: por
empezar, ambos somos miembros del mismo tronco familiar; ambos sufrimos una
experiencia conmocionante: Yo, por la entrevista con el Führer, y tú por la
muerte de Belicena Villca; y esas impresiones nos llevaron a ambos a buscar la
verdad en nosotros mismos, en el fondo de Sí Mismo: Yo, durante las vacaciones
en Egipto, en 1937, cuando se me despertó el Scrotra Krâm, y tú ahora, en 1980,
en ese instante infinito del rapto espiritual por la Virgen de
Agartha. Sí, neffe: creo que en ese punto ambos nos auto-Iniciamos. Sé que el
Ritual de la Iniciación Hiperbórea tiene por finalidad poner al elegido en
contacto con las Vrunas de Navután pero, como tales Signos ya estaban en
nosotros, hemos podido realizar el milagro de la auto-revelación de la Verdad
Desnuda de Sí Mismo.
Entonces, el paralelismo de los hechos vividos por ambos,
culmina en la correlatividad de la experiencia iniciática: ambos estamos, de
ahora y para siempre, indisoluble-mente ligados a una Fuente Espiritual, Eterna
e Infinita, a la Gracia de la Virgen de Agartha, a la Sabiduría Hiperbórea de
los Dioses. Por eso, como Yo los alcé en su momento, tú debes
levantar desde ahora “nuestros estandartes”, que son las banderas del Espíritu . Te preguntabas en tu
departamento de Salta ¿a quién recurrir por ayuda espiritual? ¿quiénes son en
este mundo los representantes de la Sabiduría Hiperbórea? Pues ahora dispones
de la más clara respuesta. El Führer ha dado la respuesta: la respuesta
es la d, la Orden Negra d. Recuerda que el Führer
volverá, neffe, hasta Belicena Villca lo anuncia en su carta:
“El Gran Jefe Blanco, el
Señor de la Voluntad y del Valor Absolutos, vendrá una vez, dos veces, tres
veces, a vuestro Mundo. La primera vez, quebrará la Historia, pero se irá, y
causará la insensata risa de los Demonios (según me parece neffe, esta
parte de la profecía ya se ha cumplido); la segunda planteará la Batalla Final, pero
se irá, en medio del Rugido de Terror de los Demonios (y supongo,
Arturo, que esto es lo que sucederá muy pronto); la tercera guiará a la Raza del
Espíritu hacia el Origen, pero se irá para siempre, dejando tras de sí el
Holocausto de Fuego en que se convertirán los seguidores del Dios Uno, hombres,
Almas y Demonios. ¡Pero quienes sigan al enviado del Señor de la Guerra serán
eternos!” (Y aquí sólo puedo pedir “fiat, fiat” , neffe Arturo).
Son palabras del Capitán Kiev, que se cumplirán
inexorablemente. Tú buscarás a la Orden Tirodal y llevarás a sus Iniciados la
Carta de Belicena Villca. Será muy oportuno porque ellos buscan, también, al
Noyo y a la Espada Sabia para iniciar la Batalla Final. Pero tú les llevarás
algo más importante que la carta de Belicena Villca: ¡el Signo del Origen, que
cierra las Puertas de Shambalá y abre las Puertas de Agartha, por la que
retornará el Führer y la SS. Eterna para librar la Batalla Final!
¡Ese es el verdadero motivo de la gran
maniobra, neffe! ¡Que tú te acerques a quienes esperan, en el momento justo, en
el kairos de la Batalla Final! Ese es el significado espiritual de toda esta
serie de coincidencias: ¡aproximar el Signo del Origen al kairos de
la Batalla Final!
Y como a la Casa de Tharsis, y como a mí, neffe, debes comprender que
con más razón a ti intentarán quitarte del medio. ¡Los Druidas te perseguirán!
¡Quizás Bera y Birsa en persona!
Por esta causa quiero proponerte que partamos cuanto antes. De
mis relatos, aunque incompletos, ya habrás sacado bastantes conclusiones. Más
adelante, si las circunstancias lo permiten, te daré los detalles de los
siguientes hechos hasta 1947, año en que vine a la Argentina y desde cuando
permanezco oculto.
En resumen, y a grandes rasgos, esto fue lo que sucedió a
partir de 1939.
A Bangi y Srivirya se les concedió la ciudadanía alemana y
fueron condecorados con la Cruz de Hierro de Primera Clase. Además se los
incorporó a la Waffen SS. con el grado efectivo de Untersturmführer.
Permanecieron hasta el verano de 1939 en Berlín, donde les impartieron
entrenamiento en criptografía y tareas afines con el Servicio Secreto, y
finalmente partieron hacia el Tíbet, y reunidos con los lopas que partieron de
nuestra expedición, se entregaron con ahinco a la misión que les habían encomendado:
preparar un cuerpo de Elite que actuaría como Legión Extranjera dentro de la
Waffen SS.. De allí saldría la famosa Legión Tibetana, que
dependía secretamente de la 1a SS. Panzerdivisión Leibstandarte Adolf Hitler
y uno de cuyos batallones defendería hasta la muerte el bunker del Führer en
Abril de 1945.
Karl Von Grossen regresaría también al Asia. Desde India y
China, se ocuparía de abastecer discretamente a la Legión Tibetana, cuyo
asentamiento natural estaría en Assam, en los dominios de un Príncipe kâulika
enemigo acérrimo de los ingleses. En ese pequeño Reino de la frontera con
Bután, instructores SS. especialmente venidos de Alemania complementaron
el arsenal ofensivo de los monjes kâulikas, compuesto de flechas, puñales y
cimitarras, con armas modernas de propósito táctico, tales como granadas,
pistolas y fusiles de asalto. Sin embargo, la máxima efectividad de aquellos
terribles guerreros, estaría siempre acompañada del uso de sus armas
tradicionales, para las que no tenían rival en el Tíbet. De todos modos, valga
la referencia, aquel cuerpo jamás pasó del centenar de efectivos.
Pero mucho antes que la Legión Tibetana estuviese lista, Vruna
daba a luz en Berlín dos hermosos cachorros de perro daiva, muriendo en el
parto. Otra legión, ésta de veterinarios SS., se encargó bajo las más
severas amenazas de que los gemelos vivieran. No obstante nuestras reservas,
crecieron sin problemas y los bauticé Yum y Yab. Respondieron bien al
entrenamiento convencional y mejor aún al empleo del Kilkor svadi, entendiendo
y obedeciendo mis menores deseos.
En Septiembre Alemania invade Polonia y comienza la Segunda
Guerra Mundial. El 14 de Junio del año siguiente, 1940, las tropas del Tercer
Reich entran en París. Ni la Legión Tibetana, ni Yo, intervinimos en aquellas
acciones pues se nos repetía en la Orden Negra que “el verdadero y único frente del
Tercer Reich se encontraba en el Este”.
Contrariamente, pues, al movimiento de nuestros ejércitos,
nosotros nos concentrábamos en planificar operaciones asiáticas, en todo
semejantes a Clave Primera, en la que obtuve mi bautismo de fuego. Al fin, en
Agosto de 1940, recibí la orden de ejecutar la “Operación Clave Dos”, que tenía
por objetivo alcanzar el monte Elbruz, donde según las tradiciones indoarias, los
arios nacían dos veces. Pero no se trataba de ir directa-mente al
Cáucaso, sino de aproximarse estratégicamente con los perros daivas para arribar a una
Puerta situada en otras dimensiones.
Esa vez, viajé desde Alemania con Oskar Feil, un Hauptsturmführer
llamado Caesar Von Lossow, y los dogos Yum y Yab. En la meseta de Pamir, en los
orígenes del río Piandy, nos aguardaba Karl Von Grossen con la Gebirsjäger [62] de la Legión Tibetana, unos
cincuenta hombres en total. Desde allí, iniciamos uno de esos alocados periplos
que seguían los perros daivas para dirigirse a algún lugar. Ignoro qué atajos
habían tomado, pues, en lugar de atravesar Tadzhikistán, Afganistán,
Turkmenistán, Irán, Armenia y Georgia, y recorrer 3.000 km., los dogos hallaron
Georgia a 500 km. de distancia. Aunque cueste creerlo, a 500 km. del Río Piandy
dimos con Grozny, ciudad situada al pie del monte Elbruz; claro que las
vicisitudes y peripecias pasadas hasta entonces, y que no puedo narrar ahora,
nos insumieron varios meses.
Inversamente a lo que había en La Brea, en el monte Elbruz existía un
Camino hacia Agartha, o hacia Venus, que es lo mismo . La misión encomendada por
Tarstein, y los Iniciados de la Orden Negra, consistía en localizar la Puerta caucasiana de
Agartha y unir tal lugar con la localidad de Rastenburg, en la Prusia Oriental.
¿Cómo? Con los perros daivas; ordenando a los dogos en el Cáucaso que
alcanzaran Rastenburg, mediante un salto a través del Tiempo y del Espacio. De
ese modo, de acuerdo a las presunciones de Tarstein, quedaría suprimida
la distancia entre Elbruz y Rastenburg o, lo que también es lo mismo, la Puerta
de Agartha “queda-ría” en Rastenburg.
¿Qué importancia tenía Rastenburg, para demandar semejante
operación? Entonces no lo sabíamos, pues sólo se nos pidió que ejecutásemos el
plan antes de Mayo de 1941, pero a partir del 22 de Junio, cuando el Tercer
Reich inicia la invasión a la Unión Soviética, el Cuartel General del Führer se
instalaría en Rastenburg.
El nombre clave del Führer era Lobo, Wolf,
y por eso su centro de operaciones del Este, el Trono desde donde se opondría
con el Poder del Espíritu a las más tenebrosas Potencias de la Materia, sería
conocido como Führerhauptquartier Wolfsschanze, es decir, Cuartel General
Supremo Fuerte del Lobo. Se hallaba en la provincia prusiana de Köningsberg,
antigua plaza de la Orden Teutónica, en medio de los bosques que crecen a
orillas del Guber, y allí aterrizamos Karl Von Grossen, Oskar Feil, Bangi,
Srivirya, y Yo, un día de Mayo de 1941: el resto de la legión permanecía
acampada en el monte Elbruz, a 2000 km. de distancia. Igual que sus padres en
el Tíbet, Yun y Yab habían respondido a la orden de volar y salvaron en un instante la distancia establecida. Una vez en
Rastenburg, nos dedicamos a señalar el lugar exacto por donde descendieron los
perros daivas, pues hasta allí, estuviese donde estuviese el sitio, sería
tendida una vía férrea para estacionar el vagón del Führer. Teníamos orden
estricta de no movernos hasta no ser localizados por las tropas de la SS.
que había destacado Himmler y que patrullaba constantemente la región. Un
pelotón nos halló y de inmediato todo un batallón ocupó la zona en la que,
semanas más tarde, se estacionaría el Wolfsschanze. Vale la pena recordar que
en aquel mismo sitio, el 20 de Julio de 1944, un grupo de Generales traidores,
los mismos que apoyaban a Ernst Schaeffer, intentaron asesinar al Führer
mediante la instalación de una bomba de alto poder a escasos metros suyo. Desde
luego, quienes desconocen lo que era la puerta caucasiana de Rastenburg, aún no
comprenden cómo el Führer salió ileso del atentado.
Cuando al fin regresé a Berlín, en Agosto de 1941, era ya muy
tarde para despedirme de Rudolph Hess: el 10 de Mayo mi taufpate había volado a
Inglaterra para intentar neutralizar la Estrategia Golen que tenía dominado al
Alto Mando británico. Su vuelo fue concertado entre miembros de la Sociedad
Secreta inglesa Golden Dawn e Iniciados de la Thulegesellschaft, pero no bien
aterrizó fue capturado por los Druidas merced a la traición del alemán Abrecht
Haushofer y del británico Duque de Hamilton, y confinado en una prisión
militar. Para la Sinarquía hubiese resultado una catástrofe la paz entre
Inglaterra y Alemania, y su alianza contra la Unión Soviética, proyecto que
Rudolph Hess estaba autorizado a gestionar. Por lo tanto se lo incomunicó
durante los años de la guerra y se publicitó una supuesta demencia mientras se
intentaba destruir efectivamente su psiquis con drogas semejantes a las que
menciona Belicena Villca. Análogamente, al caso de Belicena Villca, tratándose
de un Gran Iniciado como Rudolph, los Golen no lograron su propósito.
Sí, neffe, en Agosto de 1941 había llegado el momento de
recordar las palabras que Tarstein me dijera cuatro años antes: “todos
debemos desear que nunca llegue su oportunidad, pues cuando Parsifal emprenda
su misión ello querrá decir que el Rey Arturo está herido... y que el Reino es
terra gasta”. Sí, Rudolph, el loco puro, como Parsifal, había partido
hacia Albión, Inglaterra, la Isla Blanca que representaba de alguna forma a
Chang Shambalá, la Morada de los Demonios: Tarstein me lo predijo porque él
sabía que ello era posible, porque él conocía un significado esotérico que
explicaba el simbolismo profundo del viaje. Que el diplomático Abrecht
Haushofer era un traidor, miembro del grupo de las “fuerzas sanas de Alemania”,
ya lo conocíamos hacía años por los informes que Heydrich había elaborado en el
S.D.: Abrecht era hijo del Profesor Karl Haushofer y de una judía de nombre
Martha Mayer-Doss. Y que la Sociedad Secreta Golden Dawn[63],
que en algún momento a principios de siglo estuvo relacionada con la Einherjar
y la Thulegesellschaft, cayera en poder de los Druidas luego del copamiento
efectuado por el Sacerdote Aleister Crowley, también lo sabíamos. Así que mal
podría tomarlo desprevenido a Rudolph el resultado de su misión sino que debía
existir una razón más profunda y secreta que justificase su sacrificio.
Se lo pregunté directamente a Tarstein, pero esa vez evitó la
aclaración directa y volvió a hablarme en lenguaje simbólico, sin dudas para no
afectar al Mito, para que el Mito continuase actuando.
–Vea Kurt: –señaló– el Rey Arturo, el Führer, puede ser
traicionado por Ginebra-Alemania y tal deshonra dejar débil al Reino frente al
ataque de los seres elementales, las hordas de Elementalwessen
procedentes del Este. Para evitar que el Reino sea destruido, el Rey Arturo
necesita contar con la fuerza del Gral. Pero el Gral no está presente en el
Mundo de los hombres dormidos desde hace 700 años. ¿Qué hacer? Como en Wolfram
Von Eschenbach, el Führer dice:
“Man mac mich dá in strîte
sehen:
der muoz mînhalp von iu
geschehen”.[64]
Y Parsifal parte al Castillo de Sigune, de donde surgen las
fuerzas que animan a los seres infrahumanos que amenazan al Reino. Y allí, como
José de Arimatea, el Rey Crudel captura y condena a 48 años de prisión, tanto a
él como a sus Caballeros. Pero entonces, en la prisión, José de Arimatea entra
en contacto con el Gral y éste lo nutre espiritual-mente el tiempo que dura su
confinamiento: y las fuerzas elementales se ven, así, hasta cierto punto
frenadas, porque el Caballero del Gral, aún encerrado, posee fuerzas espirituales
suficientes para transmitírselas al Rey Arturo y sostenerlo en su Función
Regia. Algún día el Caballero José de Arimatea conseguirá salir de su injusto
confinamiento y será libre con la Piedra del Gral, leyendo en ella el Nombre
del Führer y restaurando su soberanía en el Reino. Será en ese momento cuando
Federico II, portador de la Piedra de Gengis Khan, se encuentre con el Señor
del Perro, el Preste Juan, el Señor de Catay o K'Taagar, es decir, el Señor de
Agartha. Entonces las fuerzas elementales serán definitivamente derrotadas en
la Tierra.
Nada más que afirmaciones simbólicas de este tipo logré
arrancarle a Tarstein, que no me ayudaron demasiado a comprender el significado
oculto de su misión, aunque lo intuía bastante. Pero a mi taufpate no volví a
verlo desde 1940. Naturalmente, durante el Juicio de Nuremberg de 1945/46,
Rudolph fue interrogado por los hipócritas jueces aliados y, desde luego, no
dijo una palabra sobre el Gral o el Rey Arturo. En cambio habló bastante sobre
el lavado de cerebro y los tratamientos con drogas a que lo sometieron los
ingleses:
“... Como es lógico, Yo pensaba continuamente en qué
explicación podría tener el monstruoso comportamiento de la gente que me
rodeaba. Excluí la posibilidad de que fuesen criminales, ya que, socialmente,
causaban muy buena impresión. Y, por otra parte, también su pasado contradecía
esa imposición”.
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“Se me ocurrió luego la idea de que aquellas
personas habían sido hipnotizadas, aunque Yo ignoraba entonces que existiese la
posibilidad de producir un estado de hipnotismo tan intenso y duradero.
Manifesté con franqueza esta sospecha al comandante F., que, evidentemente se
la tomó como una broma divertida. Dijo que él y todos los demás que estaban a
mi alrededor eran absolutamente normales y que, por desgracia, Yo era víctima
de autosugestión”.
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“Mi jaqueca continuaba sin cesar. Yo insistía en
fingir que había perdido la memoria. Aprendía de mis errores. Suponía que no
debía reconocer a las personas que hubiera visto hacía más de catorce días,
aunque se tratara de los médicos que llevaban varios años conmigo. Puede
deducirse de ello qué veneno tan terrible me daban, un veneno para el que no
existía antídoto, ...”
“Pronto no cometí ya más errores. Pasé por pruebas
tales como la súbita aparición de personas a las que había conocido antes, y
fingía no reconocerlas, aunque me encontraba en estado de sueño hipnótico.
Tenía que estar alerta día y noche. Final-mente llegué a estar presto para responder
falsamente a las preguntas, incluso en sueños, persistiendo en fingir la
pérdida de la memoria”.
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“El 19 de Abril de 1945 vino de nuevo a verme el
Brigadier General Doctor Rees. De nuevo trató de convencerme de que tanto mis
conclusiones como mi sufrimiento eran mera consecuencia de manías obsesivas.
Le interrumpí afirmando de que nada servían sus palabras porque Yo sabía lo que ocurría.
Entretanto había adquirido nuevas convicciones que justificaban mis sospechas.
Las abominables atrocidades que, durante la guerra de los boers, perpetraron
los ingleses en mujeres y niños en los campos de concentración podían ser
atribuidas también a la substancia química secreta.”
“El Brigadier General Rees reflexionó unos instantes
con expresión sombría. Luego, se puso de pie de un salto y salió
apresuradamente, murmurando: «Es Ud. muy perspicaz; le
deseo buena suerte».”
“Yo llevaba ya cuatro años preso en compañía de
lunáticos y a merced de sus torturas, sin poder informar a nadie de ello, y sin
poder convencer al enviado suizo de la verdad de cuanto ocurría, por no hablar
de mi incapacidad para instruir a los lunáticos sobre su estado. Era peor que
estar en manos de criminales, pues éstos, al menos, tienen algo de razón en
algún oscuro rincón de su cerebro, algún sentimiento en algún oscuro rincón de
su corazón, y un poco de conciencia. Con mis lunáticos, esto quedaba totalmente
descartado. Pero los peores eran los médicos, que empleaban sus conocimientos
científicos para las torturas más refinadas. En realidad, Yo carecí de médico
durante esos cuatro años, pues quienes se daban a sí mismos ese nombre no
tenían otra misión que ocasionarme sufrimientos y, en todo caso, agravarlos.
Igualmente, permanecí todo ese tiempo sin medicinas, porque lo que me daban bajo
ese nombre no hacía sino servir a la misma finalidad y, además, era veneno.”
“Delante de mi jardín paseaban de un lado a otro
locos, o drogados, con fusiles cargados, me rodeaban locos en la casa, cuando
salía a dar una vuelta iba precedido y seguido de locos, todos con uniforme
del Ejército británico, y nos cruzábamos con columnas de internos de un
manicomio cercano que eran llevados a trabajar. Mis acompañantes manifestaban
compasión hacia ellos y no advertían que pertenecían a la misma
columna; que el Doctor que dirigía el Hospital y, al mismo tiempo,
dirigía el manicomio, debería haber sido su propio paciente durante largo
tiempo. No se daban cuenta de que ellos mismos eran dignos de compasión; y no
se daban cuenta porque estaban, todos, drogados e hipnotizados. Yo les
compadecía sinceramente; personas honradas se veían allí convertidas en
criminales.”
“Sin embargo, ¿qué les importaba esto a los judíos?
Les importaba tan poco como el Rey de Inglaterra y el pueblo británico. Porque
los judíos estaban detrás de todo aquello. Si no hubiera bastado para
demostrarlo la simple probabilidad lo habría demostrado lo que voy a relatar.
Se me había entregado un libro escrito por un judío sobre el trato que había
sufrido en Alemania, así como informes de los Consulados británicos sobre el
trato dispensado a los judíos en Alemania según la descripción de los propios
judíos. El Doctor Dix dijo que mis manías obsesivas eran consecuencias de
remordimientos por el trato a los judíos, del que Yo era responsable, a lo que
respondía que no había sido mi competencia decidir el trato a aplicar a los
judíos. Sin embargo, de haber sido así, hubiera hecho todo lo posible para proteger
a mi pueblo de aquellos criminales y no habría sentido remordimiento por ello.
El Teniente A.C., de los Guardias Escoceses, que estaba conmigo para mi
protección en nombre del Rey, me dijo un día: «Está Ud. siendo tratado igual
que como la Gestapo trata a sus enemigos políticos». El Doctor Dix y el
enfermero, sargento Everett, se hallaban presentes y asintieron con una
sonrisa. Como se habían apartado del papel que tenían asignado ya que siempre
se afirmaba que mis sufrimientos eran imaginarios, el médico y el oficial
fueron relevados poco después.”
“En mi nota de protesta del 5 de Septiembre de 1941,
mencionaba la expresión utilizada por A.C., de los Guardias Escoceses, y añadía
que era típico de los judíos afirmar que sus enemigos hacían lo que hacían por
ellos mismos, sin que los judíos les diesen motivos, y cargarles a sus enemigos
los crímenes que en realidad ellos acostumbraban a cometer. El Obispo húngaro
Prohaska lo había descubierto ya tras la dominación bolchevique de Hungría de
1919. Informó que durante aquel período camiones cargados de cuerpos mutilados
eran conducidos en Budapest a los puentes sobre el Danubio y su carga arrojada
al río; que a los sacerdotes se les habían clavado sus bonetes en la cabeza
con clavos de acero, se les habían arrancado las uñas y vaciado los ojos, y el
chiste del momento era que porque tenían que ir al otro mundo con los ojos
abiertos. Todos los responsables, con Bela Kun al frente, habían sido judíos.
La Prensa mundial había sido silenciada o estaba en manos he-breas. Sin embargo,
cuando tras el derrumbamiento del gobierno bolchevique, fue-ron juzgados
algunos de los culpables, la misma Prensa mundial puso el grito en el cielo por
el terror blanco en Hungría. Siempre ha ocurrido lo mismo, concluía Pro-haska,
cuando un pueblo ha tenido que luchar contra los judíos.”
“Yo no podía preveer entonces que los judíos, para
conseguir material de propaganda contra Alemania, llegarían mediante el uso de
la substancia química secreta, a inducir a los guardianes de los campos de
concentración alemanes a tratar a los internados como lo hacía la G.P.V.[65]:
todo acto criminal de esa naturaleza debe achacarse al uso de las drogas
secretas que los judíos emplearon dentro mismo de Alemania. Al preguntarme por
las razones de los crímenes perpetra-dos contra mí, sospecho lo siguiente:
Primero, el Gobierno británico había sido hipnotizado para que tratara de
convertirme en un lunático, a fin de que pudiera presentárseme como tal si era
necesario, si llegaba a reprochárseles el no haber aceptado mi intento de un
entendimiento con el que Inglaterra hubiera podido ahorrarse muchos sacrificios.
Segundo, la inclinación general de los judíos o los no judíos a quienes habían
inducido a maltratarme y vengarse de mí por el hecho de que la Alemania
nacionalsocialista se hubiera defendido de los judíos. Tercero, venganza
contra mí porque había intentado poner fin demasiado pronto a la guerra que
con tantos trabajos habían iniciado los judíos, con lo que se habrían visto
impedidos de alcanzar sus objetivos bélicos. Cuarto, debía impedirse que Yo
hiciera públicas las revelaciones contenidas en este informe.”[66]
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En estas declaraciones de Rudolph Hess puede estar la verdad
secreta sobre el famoso “Holocausto de 6.000.000 de judíos”. Resulta notable,
en efecto, que los miembros del Pueblo Elegido hayan sido víctimas de un
genocidio típicamente judío, un modo de exterminio que, tal como Belicena
Villca demuestra en su Carta, es el que los Rabinos vienen reclamando desde
hace milenios para aplicar a los “Gentiles” o “Goim”. Pero Rudolph Hess expuso
acertadamente “que era típico de los judíos afirmar que sus enemigos hacían lo
que hacían por ellos mismos, sin que los judíos les diesen motivo, y cargarles
a sus enemigos los crímenes que en realidad ellos acostumbraban a cometer”.
Esta actitud de los judíos es frecuente, está confirmada con cientos de pruebas
históricas, y explica la increíble acusación de que la SS. habría
practicado sobre ellos un mini Holocausto de Fuego, proyectando sobre los
campos de concentración la imagen de la Muerte Final con que ellos mismos
sueñan destruir a la Humanidad espiritual, es decir, no judía. En síntesis,
neffe Arturo, sólo una mentalidad típicamente judaica podía haber concebido un
modo de exterminio semejante, que jamás pasó por la imaginación de Heinrich
Himmler ni, desde luego, del Führer. Y en cuanto a los alemanes que
supuestamente “confesaron” haber perpetrado esos crímenes, además de que
existen muchas explicaciones obvias sobre el por qué alguien declararía contra
sí mismo o contra su patria, es claro que la real causa hay que buscarla en las
drogas secretas que conocen los Druidas, cuya principal guarida la constituye
desde hace milenios justamente Inglaterra. El mismo Rudolph Hess lo expuso en
1945, como has visto, al afirmar que no sólo los testigos habrían sido drogados
e hipnotizados para declarar contra sí mismo sino que, en caso de que algún
crimen pudiese verdaderamente haberse cometido en los K.Z. alemanes, ello debía
achacarse a la introducción de drogas antes de la caída del Tercer Reich, con
objeto de perturbar a los guardias para obtener ulteriores réditos
propagandísticos.
En fin, si a Rudolph Hess no lo volví a ver más después de mi
regreso a Elbruz-Rastenburg, en cambio tuve noticias del maldito Ernst
Schaeffer: había retornado silenciosamente, tal como lo previera Tarstein, y se
encontraba en la Francia ocupada. Lo protegía el Servicio Secreto del Almirante
Canaris, la Abwehr, que estaba fuera de la jurisdicción del S.D. exterior.
Según los informes que disponía Walter Schellenberg, parecía muy pro-bable que
también lo acompañasen sus cuatro secuaces, aunque uno de ellos “habría
perdido la vista en el Tíbet”, debido a que sus ojos estuvieron
expuestos “a una intensa y desconocida fuente de Luz”.
Como es natural, Yo propuse de inmediato una operación
encubierta para ejecutarlo, tanto a él como a sus cómplices, pero fui disuadido
por Tarstein, quien sostenía que el traidor era más valioso vivo que muerto:
“estando vivo podrá comunicar a las fuerzas sinárquicas que con el Tercer Reich
tienen un sólo camino: la guerra”, nos explicaba Tarstein. La Fraternidad
Blanca apoyará una alianza contra Alemania pero sólo si luego de su total
destrucción se constituye en poco tiempo la Sinarquía Universal del Pueblo
Elegido. Si este objetivo se concreta, Alemania sin dudas será sacrificada,
pero ese Gobierno Mundial significará el fin de la Historia: Alemania renacerá
una vez más, quizás no como Nación, pero sí su Espíritu, su Führer, su Dios
Wothan, será apoyada por los Dioses Leales al Espíritu del Hombre, y la
Batalla Final se librará sobre la Tierra.
Ernst Schaeffer volvió convertido en un Maestro de la Jerarquía
Blanca, vale decir, espiritualmente muerto. Su Iniciación en el Tíbet le valió
el reconocimiento de numerosas Sociedades Secretas sinárquicas, como por
ejemplo la Masonería inglesa, que le concedió el grado 33 y el cargo de Presidente
del Gran Oriente del Rito Escocés Antiguo y Aceptado. La destrucción de la
Operación Altwesten fue atribuida en los papeles a accidentes comunes en este
tipo de exploración y Schaeffer vivió tranquilo hasta después de la guerra: sus
familiares aún residen en la Argentina.
Esa libertad que disfrutó al amparo de los grupos de
resistencia al Führer, le permitió, tal como habíamos calculado en la Orden
Negra, planear y lanzar multitud de atentados contra mi persona. Nadie sabe a
ciencia cierta cuántos atentados se perpetraron contra el Führer, pero los que
Yo padecí en esos años no le fueron a la zaga: envenenamientos, bombas,
francotiradores, emboscadas, sabotajes en mi equipo y amenazas permanentes: o
abandonaba la SS., desertaba, me iba de Alemania para siempre, me
alejaba definitivamente de los lugares sagrados para los Sacerdotes, o no
habría lugar en la Tierra donde me pudiese ocultar de la inevitable venganza
rabínica.
Desde luego, no cedí a las amenazas y cumplí mis órdenes hasta
el fin, neffe, aún aquellas órdenes que no me agradaban, como la última, que me
obligó a permanecer 35 años en Santa María de Catamarca.
Capítulo XLI
No hablaré de las operaciones intermedias, pues ésta será
mi última referencia a las intensas empresas esotéricas de esos años. Sólo
recordaré que en 1945 nos hallábamos trabajando en el Sur de Italia, en la
región de Apulia, donde se encuentra el Castillo Octogonal del Emperador
Federico II Hohenstaufen, que gobernó de 1215 a 1244 y de quien se ocupa
bastante Belicena Villca en su carta. Nuestra misión no tenía directa relación
con la guerra, pues poco era ya lo que se podía hacer para revertir una
situación día a día más adversa. En esos días, Alemania retrocedía en todos los
frentes; pero en todos los frentes, por primera vez en la Historia, se podía
seña-lar al mismo enemigo judío: Capitalistas, Comunistas, Sionistas, todas las
Naciones aliadas, sin importar su ideología, mostraban los mismos rostros hebreos,
el verdadero perfil de la Sinarquía.
Y en medio de esa colosal debacle, mientras Alemania cedía ante
fuerzas mil veces superiores, fuerzas que se asomaban unidas bajo la máscara de
Jehová Satanás, nosotros no trabajamos ya para Alemania, para cerrar las
Puertas de los Demonios enemigos de Alemania, sino para la SS., para el Futuro de la SS.. ¿En qué consistía nuestra
misión, en el Sur de Italia? En algo insólito: debíamos buscar la
Piedra de Gengis Khan.
Sí;
no se trata de un delirio. Konrad Tarstein disponía de información específica y
antigua que aseguraba que en 1221 Gengis Khan envió a Federico II, a su corte
de Sicilia, una Piedra proveniente de Agartha, en la que se hallaba grabado un
pacto tripartito para instaurar el Imperio Universal; las tres partes serían:
Gengis Khan, Emperador del Asia; Federico II, Emperador de Occidente; y los
Dioses Leales de Agartha, por las Fuerzas Subterráneas de la Tierra. Antes de
morir, en 1244, Federico hizo construir aquel extraño castillo octogonal y
escondió para siempre la Piedra. Ahora, Konrad Tarstein nos explicaba que el
Castillo, en su construcción, ocultaba una clave para localizar la Piedra, que
no se hallaría muy lejos de la plaza. Efectivamente, a 800 mts. de distancia,
bajo una suave ladera cubierta de césped, los perros daivas rastrearon una
kripta de piedra que contenía un cofre de la Reina Constanza y la ansiada
Piedra de Gengis Khan, grabada en caracteres Vigur y en Runas germánicas.
No fue fácil hallarla, hubo que realizar excavaciones profundas
y mediciones trigonemétricas con teodolitos. Las mediciones fueron hechas a
posteriori, para tratar de des-cubrir la clave de la construcción por oposición
estratégica que permitía proteger un objeto valioso,
colocándolo fuera de las murallas.
No hubo tiempo de completar las mediciones pues desde el 5 de
Abril de 1945 había comenzado la invasión aliada a Italia. Fuimos
retrocediendo, pues, hacia el Norte, pero a cada paso comprobábamos la magnitud
del desastre. La guerra estaba perdida para Alemania y no tardaría en terminar.
Decidimos separarnos. Karl Von Grossen y Oskar Feil, bajo protesta, se
quedarían ocultos en un Monasterio franciscano cuyo prior era simpatizante de
Alemania y de la causa árabe: ambos tuvieron que trocar el negro uniforme de la
SS. por la parda sotana seráfica . A su cuidado quedarían
también los perros daivas.
Mientras nuestros Camaradas permanecían en el Monasterio de
Nápoles, la Legión Tibetana emprendió viaje hacia Berlín. Ibamos Bangi, Srivirya,
cincuenta comandos y Yo. Tras múltiples enfrentamientos con los partisanos
comunistas que infestaban los caminos, conseguimos llegar a Verona, desde donde
partían varias sendas que pasaban los Alpes. Tomamos la de Bolzano, que nos
condujo un día después directamente a Berchtesgaden.
El 25 de Abril el comandante SS. de Berchtesgaden
recibió un telegrama de Bormann en el que se le ordenaba detener al Mariscal
Goering. Cuando llegamos nosotros no había nadie que nos pudiese atender o dar
información. Nos dirigimos entonces al Obersalzberg, pero antes de llegar, el
Destino, ese Destino trágico que siempre me perseguía, decidió representar su
mejor función: 318 bombarderos Láncaster llegaron primero y comenzaron a
descargar toneladas de bombas sobre la pacífica aldea alpina. Paralizado de
dolor, atravesado por la nostalgia lacerante, creo que gritando de impotencia,
vi volar en mil pedazos la casa de Rudolph Hess y otras aledañas. ¡Aquella casa
donde 12 años atrás llegáramos con mi padre para visitar al Stellvertreter del
Führer y solicitarle ayuda para encaminar mi carrera! Allí Papá le había
confiado la medalla de los Ofitas ¿qué habría sido de ella? Tal vez las tuviese
Ilse, la suya y la mía...
¡Cuántos recuerdos!...
¡Malditos ingleses, malditos yanquis, malditos rusos, maldita
Sinarquía judía! ¿Qué necesidad había de destruir esa aldea de Obersalzberg?
¿Quizás suprimir un símbolo? Pero a los símbolos sólo es posible romperles la
forma, quebrar su apariencia, porque el contenido es metafísico, trascendente,
y jamás podrá ser alcanzado por una bomba de Láncaster.
En fin, sin poder contener las lágrimas, observé las ruinas
humeantes del Beghof, el Cuartel General del Führer, vacío en ese momento
porque, como bien sabían los aliados, el Führer se hallaba en el bunker de
Berlín, y los restos de las casas de Bormann y de Goering, y de muchos
pobladores que nada tenían que ver con el nazismo y el Tercer Reich. Regresamos
a Berchtesgaden y logramos al día siguiente transporte hacia Munich. Allí
entrevisté al General Koller quien me informó de la desastrosa situación de
Berlín: los rusos habían alcanzado las orillas del Elba y Eisenhower detuvo el
Ejército americano cerca de Torgau, con el confesado propósito de que Berlín
fuese arrasado por las hordas eslavas. “Eso era, se justificó el maldito judío,
lo que se había convenido en Yalta”.
Berlín se hallaba, así, sitiada por los rusos, siendo casi
imposible entrar o salir por tierra. ¡Pues la legión tibetana entrará en
Berlín! –afirmé con determinación.
–No será necesario que corra semejante riesgo, Brigadienführer
Von Sübermann: acaban de llegar órdenes para Ud., que mandan se dirija a
Plauen. El Reichführer Himmler desea verlo personalmente allí. El General
Koller, ante mi sorpresa, me alargó el telegrama de Himmler. ¿Cómo supo el Reichführer
que nos encontraríamos en Munich? Había una sola respuesta: el oficial S.D. de
Berchestsgaden había informado de nuestro paso. Maldije para mis adentros e
indagué a Koller.
–¿Hay línea telefónica con el Reichführer ?
–Sólo en caso de extrema urgencia.
–Pues ésta lo es, mi General. Se trata de una emergencia.
–Bien Brigadienführer. Pase por la radio
que autorizaré la llamada.
Suspiré aliviado: ¡era necesario que confirmase mis sospechas
antes de partir!
–Habla el Brigadienführer Kurt Von Sübermann
mi Reichführer
–saludé, a través de la inaudible línea.
–¡Von Sübermann! ¡Cuánto me alegra saber de Ud. en este
momento! Lo felicito por llegar hasta Munich. ¡Justo a tiempo! No podía
esperarse menos de Ud. Bien, Brigadienführer Von Sübermann;
escúcheme bien: las cosas han cambiado aquí en Alemania, y ahora Yo estoy encargado de
la Operación Federico II. Así, pues, debe venir cuanto antes y traerme la
Reliquia del Rey. Venga en avión. Hasta pronto. Páseme con el General
Koller para que le dé las instrucciones necesarias.
–¡Hasta pronto, mi Reichführer ! –me despedí, sumido en la
más negra de las aprensiones.
Me reuní con Bangi y Srivirya. Por suerte no había aviones
disponibles en ese momento. ¿Qué haría? Era evidente que Himmler planeaba
apoderarse de la Piedra de Gengis Khan para utilizarla con algún fin personal.
Mas la Piedra de Agartha no le pertenecía a él sino a la Orden Negra SS.,
a la Thulegesellschaft, a Alemania. A mí el Reichführer me merecía el
mejor de los conceptos, un Iniciado Hiperbóreo fiel al Führer y leal a nuestros
estandartes: si la caída de Alemania lo había trastornado, ello sería
comprensible. Pero en la Orden Negra jamás me perdonarían si Yo extraviaba un
objeto que Federico II Hohenstaufen protegió durante 700 años.
–Camaradas, estoy en un problema –les confié a los jefes de la
Legión Tibetana–. Con seguridad me veré en la necesidad de desobedecer una
orden del Reichführer y no quiero que Uds. se vean involucrados. He
pensado en transferirlos al Comandante local de la SS., y proseguir solo
el viaje a Berlín. Es mi deber entregar el cofre que encontramos en Apulia a
los Iniciados de la Orden Negra, que también son miembros de la
Thulegesellschaft, y para eso debo ir a Berlín; por el contrario, el Reichführer
pretende que le dé sólo a él la Reliquia, en la ciudad de Plauen.
–¿Y cómo iréis a Berlín, Shivatulku?
–Pues, por tierra, ya que por aire es imposible llegar. Fingiré
ir a Plauen, pero luego me desviaré hacia el Norte, y trataré de algún modo de
atravesar el cerco ruso.
–Entonces nosotros os seguiremos a Berlín. Pensadlo bien: Os
seremos útiles para realizar la proeza que planeais. Y por otra parte ¿qué nos
importan a nosotros los cargos por desobediencia, aún si significasen la
muerte? ¡Ya hemos vivido demasiado y la Muerte no nos atemoriza en absoluto!
Las palabras del gurka me trajeron a la realidad. Sin dudas
aquellos días señalaban el fin del Tercer Reich. Y muy probablemente
representarían nuestro propio fin. Sí; todo se terminaba, y quizás también
terminásemos nosotros. Ahora o más tarde habría que jugarse la vida contra una
pléyade de enemigos ¿rusos, ingleses, yanquis, franceses, quién, por Wothan,
quién nos quitaría la vida? Dejar a la Legión Tibetana en Munich sólo
significaba prolongarles la vida un día o dos más: esa era la realidad.
Me decidí en el acto. Debíamos actuar antes que el General
Koller consiguiese el avión.
Los reuní a todos en un patio alejado y les hablé:
–¡Legión Tibetana! En pocos minutos vamos a entrar en
operaciones. Nuestro objetivo es alcanzar Berlín, y necesitamos pertrecharnos
en el acto. Pero no podemos solicitar oficialmente esos pertrechos. Por lo
tanto, nos incautaremos de ellos.
Ante todo, hay que apoderarse de dos camiones artillados, con
gomas de repuesto y suficiente munición. Bangi y quince hombres se ocuparán de
ello, tratando de no causar bajas en ninguno de los bandos, que son el mismo
bando de Alemania. Capturen y amordacen a quienes tengan que robar, y
manténgalos ocultos en los camiones, pues los liberaremos antes de irnos.
Tienen diez minutos para ejecutar la misión y estacionarse frente al depósito
de Intendencia.
Srivirya y 20 hombres asaltarán el depósito, tomando sólo lo
imprescindible para un viaje de 600 km. y 50 efectivos: granadas, fusiles,
municiones y mínimos víveres. Inmovilizan a todo el mundo y, cuando lleguen los
camiones, cargan todo y se reúnen con nosotros en el edificio de dormitorios,
junto al casino. ¡En quince minutos tienen que estar allí! –ordené.
Los quince tibetanos y Yo nos dedicamos a recoger nuestros
equipos y ropas, y api-lar todo en la puerta de la barraca. Quince minutos
después salíamos del cuartel de Munich. El primer grupo había hecho cuatro
prisioneros. El de mayor grado era un Schartführer: a él le di la carta dirigida al General Koller. En ella le pedía
disculpas por el atropello, y le informaba que “Yo no podía obedecer la orden
del Reichführer Himmler pues ésta se contradecía con otra orden anterior que me
obligaba a ir a Berlín. El autor de la primer orden era un Jefe del Servicio
Secreto del que sólo estaba autorizado a mencionar su nombre clave: Unicornis”.
Rogaba se comunicara este mensaje textual al Reichführer y me despedía
amablemente del General Koller. No esperaba que Koller me perdonase el haber
ridiculizado a sus hombres, pero tenía fe que Himmler dejaría todo como estaba,
antes que enfrentarse con los cerebros ocultos del Tercer Reich.
Soltamos, pues a los desconcertados soldados en la entrada Norte de Munich,
reiterándoles que transmitiesen cuanto antes esa carta al General Koller.
Mis cálculos fueron correctos porque Himmler nada hizo luego de
recibir el lacónico mensaje. Incluso nos cruzamos con tropas SS. provenientes
del frente ruso a las que ninguna advertencia se les había hecho con respecto a
nosotros.
Ahora bien: era el 28 de Abril y creo que ese fue el último día
en el que existió una mínima posibilidad de llegar a Berlín por carretera.
Nuestra ruta era como marchar por el filo de los dientes del Dragón sinárquico:
todas eran vanguardias enemigas a lo largo del camino; primero vanguardias
francesas y yanquis que avanzaban desde el Oeste, y luego vanguardias rusas
procedentes del Este, que chocaban con las columnas yanquis en las orillas del
Elba. Munich caería en poder de los franco-yanquis el 30 de Abril, es decir,
dos días después que salimos.
De todos modos, y sosteniendo periódicos combates contra
yanquis y rusos, llegamos a Postdam al anochecer. Imposible atravesar las
líneas rusas en dos camiones alemanes y con una legión SS.. Dos horas
más llevó localizar un campamento ruso apropiado para obtener el camouflage
imprescindible: unos 60 soldados de la infantería rusa dormían en una hilera de
carpas, resguardados por cuatro centinelas. Todos murieron por arma blanca, la
mayoría degollados, pues nadie quería estropear su disfraz. Sin embargo, ningún
legionario quiso quitarse el uniforme de la SS. y hubo que ponerse la
ropa rusa arriba de ella, muchas veces ayudándola a entrar mediante generosos
golpes de cuchillo.
Así vestidos, marchamos más o menos abiertamente en dirección
al Spree. Siguiendo su orilla dimos con el puente Veindendammer, que estaba
cubierto por los niños de la Juventud Hitleriana de Arthur Axmann. Diez minutos
me costó convencer a un Obersturmführer de 12 años que
formábamos una legión de la SS. y que debía dejarnos pasar. Finalmente
cruzamos y todos se quitaron allí mismo la ropa rusa, menos Yo que aún tenía
que seguir bastante.
Porque habíamos decidido separarnos, ahora sí, definitivamente.
La Legión Tibetana pertenecía al Leibstandarte Adolf Hitler, el Cuerpo SS.
que tenía a su cargo la guardia personal del Führer, y lo más lógico sería que
ese cuerpo se dirigiese al bunker para con-tribuir a su defensa. Berlín ofrecía
un aspecto catastrófico: manzanas enteras demolidas por los bombardeos aéreos y
el cañoneo de los rusos, las calles cubiertas de escombros, resplandores de
distintos incendios se sumaban al crepúsculo del amanecer de ese fatídico 29 de
Abril de 1945. Marchamos en silencio por varias cuadras hasta llegar a la
Fredrichstrasse, o lo que quedaba de ella. La idea era seguir aquella vía hasta
la altura de la estación del tren subterráneo y luego descender y transitar bajo
tierra; en la estación de la Vilhelmplatz ascenderíamos a pocos metros de la
Cancillería. No fue posible realizar este sencillo plan porque en la calle de
Federico se estaba librando una terrible batalla de tanques. Tratamos,
entonces, de alcanzar a la carrera la Vilhelmstrasse cuando la Fortuna, tan
esquiva hasta entonces, vino en nuestra ayuda.
En efecto, por la calle transversal que tomamos, comenzó a
doblar hacia nosotros una columna de tanques. Al mando iba un SS. Oberführer de nombre Otto Meyer, a quien
conocíamos porque Von Grossen consiguió tres años antes, que nos dictara una
conferencia sobre tácticas de caballería blindada: era un joven oficial de
legendario valor y gran profesionalidad para la conducción de tropas
motorizadas. Había luchado en Francia y Rusia, y sobrevivido, además de causar
grandes pérdidas al enemigo. Cuando Rudolph, luego de mi primera misión, hizo
alusión a que Yo sería uno de los Oberführer más jóvenes del Ejército
alemán, incluía sin dudas a Otto Meyer en su concepto plural. Ahora lo habían
convocado para la Batalla de Berlín, la última, y seguramente moriría.
Detuvo su panzer y salió por la torre: –¡Kurt Von Sübermann y
la Legión Tibetana! Ja,ja,ja. ¡Jamás hubiese esperado encontrarte aquí, agente
secreto ! ¿A dónde Demonios creen que van?
–¡Otto Meyer! –grité conmovido–. Yo tampoco imaginé volverte a
ver. Oh, Otto: esta es la guardia del Führer. ¡Debe llegar a la Cancillería!
–¡Pero si son pocas cuadras! No te preocupes que llegarán.
Diles que marchen protegidos por los panzer y los dejaré en la misma puerta. Y
tú sube a la cabina, que quiero charlar con alguien que aún no se haya vuelto
loco, como lo están todos en esta ciudad.
Quince minutos después los cinco panzer se detuvieron frente a
la Cancillería, que ya prácticamente no existía, salvo los bunkers
subterráneos; y la Legión Tibetana se formó en el jardín. El asombro del Brigadienführer
Mohnke, comandante SS. de la Cancillería, no tenía límites, al
contemplar esa tropa de rostros asiáticos.
–¡La Legión Tibetana, formación especial de la 1a SS. Panzerdivisión
Leibstandarte Adolf Hitler, se presenta para tomar la guardia en el
bunkerführer! ¡Heil Hitler, mi Brigadienführer ! –presenté y saludé a voz
en grito.
A Mohnke le resultó sospechoso aquel refuerzo, del que no tenía
ninguna noticia, y pensó en una posible deserción del frente, pero se
tranquilizó cuando le probé que nuestro destino era Italia, de donde
lógicamente tuvimos que retirarnos, y le comuniqué que Himmler estaba informado
de nuestra marcha hacia Berlín.
–Ahora, si puedo, debo completar la misión que me encomendó el
Servicio Secreto, –solicité.
–Por mí, cumpla Ud. con su deber, Brigadienführer. Aquí ya
no hay nada más que hacer –afirmó con tono lúgubre.
Eran las 10 de la mañana. Oí cuando le decían a Otto Meyer que
el Führer se encontraba descansando, que no podría recibirlo. El heroico Meyer
había intentado ver a Hitler antes de emprender una recorrida de la que quizás
no volvería nunca. Le hice señas para que me aguardase un momento y me despedí
para siempre de Bangi, Srivirya, y los cincuenta guerreros lopas de la Legión
Tibetana. ¿Para qué describir lo que fue aquella despedida? Basta con agregar
que aún después de 35 años, los veo nítidamente en el jardín de la Cancillería
en ruinas, levantando el brazo para saludarme militarmente, y escucho la voz
del gurka que dice “¡Adiós Shivatulku! ¡No sufráis por nosotros, que pronto nos
encontraremos en otra guerra, luchando junto a los Dioses!”
–¿La Gregorstrasse? –repitió Meyer, en tono de interrogante–.
Pero eso queda en el Gipfelstadt[67]:
hay que atravesar la Puerta de Brandenburgo y cruzar el Thiergarten[68].
Mira Kurt, desde hace unos días los rusos están tratando de ocupar el
Thiergarten pero no han logrado romper nuestras baterías antitanque. Por lo
tanto, ellos también han montado sus propias baterías. Conclusión: nadie puede
pasar porque se ha formado un infierno de fuego cruzado. Pero no te ilusiones:
tampoco podrías llegar a pie porque hemos minado to-dos los campos y caminos
del Zoológico.
Lo miré desolado y esto le arrancó otra de sus habituales
carcajadas.
–Calma, Kurt, calma, que no está todo perdido. Si bien los
panzer no pueden pasar, eso no significa que nada pueda pasar. ¿Has
oído hablar de los Kamikaze? –preguntó, siempre bromeando.
–Sí: son los pilotos suicidas japoneses.
–¡Pues bien, mi querido Camarada! ¡Si tú te atreves a ser un motociclista
kamikaze, es posible que te hagamos cruzar al Gipfelstadt!
Comenzaba a comprender.
–El plan es elemental; sólo se necesita el kamikaze para
llevarlo a cabo –dijo son-riendo.
Yo asentí, dándole a entender que haría el papel de piloto
suicida.
–Pues entonces no hay nada más que hablar. Tomas una moto
escolta, que ahora son completamente inútiles, y te lanzas por la gran avenida,
cruzas la Puerta de Branden-burgo, y te internas en el Thiergarten; con suerte,
en diez minutos estarás en la Gregorstrasse. Eso sí, debes tomar el Thiergarten
a gran velocidad, más de cien km. por hora, para que los rusos no puedan afinar
la puntería. Mientras tanto, nosotros los entretendremos con fuego a
discreción ¿Estás de acuerdo?
–Absolutamente de acuerdo. El plan es en verdad suicida, pero
el único que me da alguna posibilidad, –acepté.
–Has hecho bien en conservar ese traje ruso: es de oficial.
Puede serte útil más adelante, puesto que hacia donde vas no hay alemanes sino
rusos. Y tú hablas la lengua de los infrahumanos ¿no?
Asentí con un gesto. Ya no tenía ganas de hablar, ni de
bromear; sólo ansiaba partir a la aventura suicida. Comprendía que me jugaba el
todo por el todo y sólo deseaba partir.
Otto Meyer lo entendió así pero no cesó de hacer chistes hasta
el fin.
–Adiós Camarada –se despidió sonriendo–, la próxima vez que nos
veamos me llevarás a pasear en sidecar. Ja, ja, ja.
–Y tú en un panzer de carrusel. Ja, ja, ja.
Al final reímos ambos, y nos despedimos también para siempre.
Capítulo XLII
Crucé la avenida principal del Thiergarten acostado sobre
un bólido que corría a más de cien kilómetros por hora, esquivando con reflejos
instantáneos miles de baches de lo que parecía un paisaje lunar. Las baterías
alemanas, alertadas por Otto Meyer, abrieron el fuego simulando tratar de
acertarme, cosa que desconcertó a los rusos y los llevó a concentrar el fuego
contra ellas, permitiéndome alejarme.
Diez minutos después entraba en el Gipfelstadt y circulaba a
regular velocidad por la Gregorstrasse. Me detuve frente al 239, me levanté las
antiparras, y observé a ambos lados de la calle: ni un alma. Pero lo más
curioso era que, contrariamente a las demás manzanas, que habían padecido el
demoledor ataque de los bombardeos, la que contenía la casa de Konrad Tarstein
se hallaba intacta, como si la guerra no hubiese pasado por allí.
Nuevamente, como un Rito mil veces repetido, golpeé, la mohosa
argolla que giraba en el puño de bronce.
–¿Sí? –la chillona voz de Tarstein se dejó oír a través de
alguna rendija de la antigua puerta.
–Soy Kurt Von Sübermann; es decir, Lupus, soy Lupus, Camarada
Unicornis.
Se
abrió la puerta y Tarstein, en el colmo de la serenidad, repitió una vez más.
–Pase, lo estaba esperando. Son las 16 hs. Llega justo para una
taza de té ¿si es que no le afecta adelantar una hora el horario inglés?
–indagó con ironía.
–No, no. Un té estará bien. Ud. no sabe lo que he tenido que
pasar para llegar aquí: literalmente, atravesé un desfiladero de munición
pesada. En esos instantes no sabía si iba a llegar aquí; y no sabía tampoco qué
iba a encontrar aquí. Se imaginará mi sorpresa al comprobar que no se ha
apartado Ud. de sus costumbres habituales.
–Mi
estimado Lupus, no es bueno para la salud que un viejo como Yo esté cambian-do
a esta altura su modo de vida –explicó con renovada ironía–. Venga, vamos a la
cocina y tomemos ese té, y olvídese por un largo rato de lo que ocurre afuera.
Deje todo sobre ese sofá, menos la alforja que contiene la Piedra de Gengis
Khan. Porque para eso ha venido ¿no? Ha arriesgado una y mil veces la vida para
cumplir con la Orden Negra: es Ud. admirable Kurt Von Sübermann, un Caballero
digno del Führer, un Iniciado digno de los Dioses.
Como tantas veces antes, entré en la moderna cocina y me senté
ante una mesita cubierta con fino mantel de hilo blanco. Tarstein preparó la
infusión en una tetera de porcelana de Shanghai y llenó las tazas con té de la
misma procedencia. Mientras lo saboreaba, ya más tranquilo, observé a Tarstein
examinar la Piedra de Gengis Khan. Parecía conmovido, cosa insólita en él. Al
fin preguntó:
–¿Sabe qué es esto? La prueba de que la Humanidad cuenta con
una oportunidad, el testimonio concreto de que los Dioses del Espíritu se
avinieron a tratar con los Grandes Iniciados que intentaban hacer realidad el
Imperio Universal. Si ellos hubiesen triunfado en el siglo XIII, la Historia de
la Humanidad sería muy distinta y el Enemigo no habría tenido posibilidad de
constituir la Sinarquía Universal en el siglo XIV: por ejemplo, no habría sido
necesario que Felipe el Hermoso disolviese a los Templarios entre 1307 y 1314
pues Federico II los tendría que haber liquidado, de buen gusto, en 1227. ¿Y
sabe por qué ello no se realizó? Pues, porque esta Piedra que Ud. ha traído se
extravió durante siete años claves, de 1221 a 1228. En verdad no se extravió sino
que la extraviaron, a propósito del fracaso de los planes imperiales. !Ay,
Lupus: si esta Piedra hubiese llegado a tiempo a manos del Emperador Federico
II, quizás mi propia familia, la Casa de Tharsis, no habría sido exterminada en
1268!
Yo, naturalmente neffe, entendía muy poco de todo esto. Recién
ahora, luego de leer la Carta de Belicena Villca, las palabras de Tarstein
adquieren su verdadero y dramático significado. En aquel momento, Konrad
Tarstein debió notar el desconcierto en mi rostro pues procuró aclarar con
otras palabras el sentido de aquella increíble Reliquia.
–¿Recuerda la historia del Emperador Federico II Hohenstaufen?
–preguntó enérgicamente.
–Sí. Es decir: recuerdo algunos hechos salientes –respondí
vacilante.
–Pues bien. Este hecho es muy saliente. ¿Recuerda lo que
sucedió con su voto de Cruzado?
–¡Oh, sí! –afirmé, complacido de no ser totalmente ignorante–.
Creo que Federico II fue coronado en Aquisgran, en 1214, y allí hizo el voto
fatal a Inocencio III de emprender una Cruzada a Tierra Santa; por diversos
motivos, no cumplió esta promesa hasta 1228, lo que le costó innumerables
complicaciones con los Papas, que derivaron en excomuniones y guerras.
–Las fechas son correctas, Lupus. Lo que Ud. no conoce con
exactitud, porque ha permanecido en secreto hasta ahora y sólo era del dominio
de ciertas Sociedades Secretas, es el verdadero motivo por el cual
Federico II retrasaba su viaje a Palestina. Y ese motivo es éste: la Piedra
de Gengis Khan. Federico II esperaba desde 1221 la llegada de un
Iniciado mongol que sería portador de un pacto escrito entre el Emperador de
Oriente y el Emperador de Occidente: tal Iniciado no llegó nunca a Sicilia y la
razón fue que lo asesinaron en la Siria franca por orden de los Druidas
católicos. Cuando Federico II se decidió al fin a viajar a Medio Oriente, lo
hizo con el propósito de rescatar la Piedra de Gengis Khan, que estaba en poder
del Señor de Beirut. Pero ya era tarde para con-sumar el pacto metafísico, para
someter el Orden del Mundo al Imperio Universal: Gengis Khan había muerto en
1227 y sus sucesores, que no eran Iniciados, cayeron rápidamente en manos de
los Sacerdotes de la Fraternidad Blanca.
Vale la pena conocer la historia con todos sus detalles, porque
ahora, 700 años después, ha vuelto a presentarse la posibilidad de erigir el
Imperio Universal. Y como entonces, la verdadera lucha se da en el plano de los
Grandes Iniciados y de las Altas Doctrinas: el Imperio Universal contra la
Sinarquía Universal; la Sabiduría Hiperbórea contra la Cultura judaica; el
pacto del Führer con los Dioses Leales de Agartha contra el pacto de un puñado
de hombrecillos, Churchill, Roosvelt, Stalin, De Gaulle, etc., con los Dioses
Traidores de Chang Shambalá. Las enormes matanzas de las masas combatientes
impresionan pero carecen de importancia, siempre carecen de importancia, frente
a la confrontación de los Iniciados y los Dioses. Esta Piedra, que Ud. ha
hallado en el Castillo de Federico II, era el pacto de los Emperadores con los
Dioses de Agartha que iba a posibilitar la realización del Imperio Universal en
el siglo XIII. Federico II la hizo ocultar por Iniciados Hiperbóreos, expertos
en la Construcción Lítica, con la consigna de que sólo fuese encontrada por el
futuro Emperador Universal. Esta Piedra, como Ud. comprenderá, pertenece al
Führer.
–Entonces debí entregársela a él personalmente, cuando pasé por
el bunker hace unas horas –reflexioné tontamente.
–¡No, Lupus! Esta Piedra será entregada al Führer en el Oasis
Antártico donde ahora se encuentra. El Führer del bunker es posible que a estas
horas haya muerto.
–No comprendo –confesé, aún sabiendo que mis palabras
irritarían a Konrad Tarstein.
–¡Pues debería comprender! –reclamó con previsible enojo– ¡Al
fin y al cabo Ud. también es un Tulku ! Los Tulkus, mi estimado
Lupus, poseen varios cuerpos. Y nadie sabe ni cuántos ni dónde. Como le dijeron
con acierto en el Tíbet, en el Tercer Reich se ha dado el extraño fenómeno de
que existen muchos “Dioses reencarnados”; muchos Tulkus, Kurt Von Sübermann.
El Führer es un Tulku y no tiene nada de extraño que él muera en Berlín y,
simultáneamente, viva en la Antártida. A ese Führer, poderoso y fuerte como él
era a los veinticinco o treinta años, le haremos llegar la Piedra del Pacto de
Sangre con Agartha.
Fue más fuerte que Yo y tuve que inquirir:
–Pero ¿el Führer era consciente de que disponía de esa
extraordinaria facultad?
–Ud. “Shivatulku” ¿sabe dónde están ocurriendo sus otras,
necesarias, existencias?
–De cierto que no.
–Pues allí está la respuesta que busca. Si Ud., tan luego Ud.,
es incapaz de responder ¿cómo quiere que conozca Yo el proceso de un Tulku?
Sin embargo le daré una idea –concedió–. Es así como Yo imagino
el proceso de los Tulkus: un caso especial de metamorfosis. Establezcamos
una relación de analogía entre los Tulkus y los insectos lepidópteros, y
supongamos que toda la vida de un ejemplar Tulku, tal como el Führer, Ud., o Rudolph
Hess, es análoga a una mariposa lepidóptera . Supongamos también que
existe un conjunto de larvas gemelas que, por una ley particular de los Tulkus,
permanecen en estado de vida latente mientras la mariposa desarrolla su vida
activa. Y, por último, supongamos que las especia-les leyes de los Tulkus
determinan que al morir la mariposa, automáticamente una de las larvas retoma
el proceso de metamorfosis y se transforma en crisálida, generando una nueva
vida activa y una nueva realidad. Claro, porque la vida larval es vida
latente, y la vida activa, de las mariposas y los Tulkus, es vida
real: la realidad de la vida le corresponde pues, a las mariposas-Tulkus; las
larvas-Tulkus viven en un plano de existencia no real, pero sí posible: tal
existencia no es del mismo grado que la que demuestran las mariposas-Tulkus.
Sólo si muere una mariposa-Tulku, o si actúa una ley de los Tulkus que exija la
existencia de dos o más mariposas-Tulkus, una larva-Tulku se transformará en
real. Pero, mi estimado Lupus, ¿quién conoce las leyes de los Tulkus?
¿quién sabe cuantos hombres-Tulkus pueden existir en estado larval? Un hombre
común puede tomar una sola decisión para realizar en un tiempo y espacio
determinado: si las alternativas son dos debe decir sin dudas “voy a hacer
esto” o “voy a hacer lo otro”. El Tulku, por el contrario, puede optar por realizar ambas posibilidades,
aunque para ello necesite, lógicamente, disponer de dos realidades simultáneas.
El Tulku puede, por ejemplo, decir “voy a quedarme en Berlin, y voy a morir
allí si el Tercer Reich pierde la guerra” y decir también “voy
a retirarme a los Oasis Antárticos, junto con la Elite de la SS., para preparar la Batalla Final
contra la Sinarquía Universal”, y cumplir ambos enunciados. Para una persona común sería imposible realizar
las dos sentencias, pero para un Führertulku ello es perfectamente
posible.
Naturalmente, Lupus, que las dos o tres realidades del Tulku sólo
habrán de coincidir en el Tulku mismo, en el contexto que le confiere
significado y que él significa. Fuera del Tulku, las realidades de los
Tulkus vivientes pueden no coincidir, el Tiempo contraerse o expandirse, las
cosas dislocarse, la Historia contradecirse. Lo que esté en la realidad de un
Tulku viviente, es decir, de un Tulku real, ejemplar, de una mariposa-Tulku,
más allá de lo Tulku, puede
no estar en la realidad de otro Tulku real pero distinto del primero; o,
inversamente, puede estar sobradamente en su contexto. Le aclaro esto
para advertirle que, desde ahora, los partidarios de la Sabiduría Hiperbórea
deberán definir a cual realidad se refieren: si a la realidad del Führer muerto
en la Cancillería-bunker de Berlín o a la realidad del Führer vivo, siempre
joven en su Refugio Mágico, donde aguarda los tiempos históricos de la Batalla
Final .
Y le anticipo desde ya que los que elijan vivir en la primera realidad, serán
considerados traidores, por más que se proclamen “nacionalsocialistas” o
“nazis”.
Con los ojos brillantes, Konrad Tarstein se detuvo un segundo
para servirse más té.
–¿Rudolph Hess... ?
–Sí, Rudolph Hess también es un Tulku y por eso ahora se
encuentra junto al Führer, en el Refugio Secreto: está tal cual Ud. lo conoce;
no ha cambiado nada. Y porque es un Tulku, puede estar con el Führer y, además,
estar prisionero de los ingleses .
Pero dejemos a los Tulkus por el momento y regresemos a la
Piedra de Gengis Khan. Le decía antes que vale la pena conocer la historia con
detalles. Ud. la ha encontrado y merece mejor que nadie conocer esa historia,
aunque ésta no sea la mejor ocasión para relatarla. De cualquier manera se la
resumiré; preste atención:
En Mongolia, en el desierto de Gobi, existe un lugar que la
Sabiduría Hiperbórea denomina “La Puerta Tar”, que comunica
directamente con el Reino de Agartha. En la Epoca de Gengis Khan y Federico II,
los Siddhas Leales habían aprobado un plan de los Iniciados Hiperbóreos,
conocido como Estrategia Tyr, destinado a fundar el Imperio Universal en la
Tierra: el Elegido en Oriente para ello era el Principe Temujin, quien
recibiera de joven la Iniciación Hiperbórea por parte de unos Siddhas
procedentes de la Puerta Tar. Recuerde que el Padre de Temujin, Yesügei, había
muerto envenenado por los tártaros cuando el joven Príncipe sólo contaba 9 años
y que, desde entonces hasta su adultez, vivió miserablemente junto a su madre y
hermanos en las desiertas tierras del Alto Onon. Como todos los Grandes
Elegidos de la Historia, es durante ese período que los Siddhas lo instruyen e
Inician.
Según la tradición local los Grandes Antepasados de los
Mongoles fueron el Lobo gris y la Corza leonada, lo que significa que sus
Antepasados no fueron humanos, o lo que es lo mismo, que fueron Dioses. En la
caverna sagrada de Erkene Qon, el Lobo gris desposó a la Corza, que procedía de
las inmediaciones del lago Baikal. Posteriormente, la pareja original se mudó a
la montaña sagrada Burgan Qaldun, la actual Kentei, antigua morada de KSi
sus grandes ök Kev, Dios del Infinito.
Antepasados fueron Dioses, sus parientes cercanos no habían
sido menos poderosos: su abuelo fue Kabul Khan[69],
el primer organizador de las tribus mongólicas y conquistador militar; y su
padre, Yesügei, había tomado el apodo de Ba´atur, es decir, “el Valiente”. Su
madre Hö'elün lo trajo al mundo en “el año del cerdo” de 1167, vale decir que
llevaba 27 años a Federico II, nacido en 1194.
Su Pureza de Sangre era tan elevada que se hizo acreedor a una representación
del Signo del Origen, la más alta distinción Hiperbórea del siglo XIII después
del Gral, que fue confiado a los Cátaros occitanos. Por eso cuando una Dieta de
Jefes y Reyes mongoles se reunió en 1206 en Karakorum, y lo eligió “Khan”,
Temujin exhibió con orgullo el signo que le había dado el triunfo sobre sus
enemigos y le permitió concretar la unidad de su Raza: ese signo, que ostentaba
en su anillo y estandarte, no era otro que la swástika levógira, el
mismo que setecientos años más tarde sería lucido en las gestas más gloriosas
por otro pueblo hiperbóreo, pero esta vez de Raza Blanca.
A Gengis Khan le fue encomendada una misión histórica que él
supo cumplir en todos sus aspectos, de modo que no es posible reprocharle nada
por el fracaso de la Estrategia Tyr. Por el contrario, este fracaso se debe
casi exclusivamente a la excelente contra-ofensiva desatada en Occidente por
las fuerzas enemigas, que operaban infiltradas en la Iglesia Católica. Esa
misión histórica consistía en fundar un Gran Reino Mongol en el Este, que
abarcase completamente el Norte y Centro de Asia, simultáneamente con el
surgimiento de un Gran Reino blanco en el Oeste.
Cuando la fundación de estos Reinos estuviese consumada,
entonces llegaría el momento de sellar con un pacto la creación de un Imperio
Universal en el cual los Mongoles estarían subordinados a un auténtico Rey del
Mundo Blanco y donde las masas amarillas se reservarían el derecho de avanzar
hacia el Oeste y las Elites blancas, menos numerosas pero más capacitadas
culturalmente, marcharían hacia el Este. Allí, en Mongolia, la Corona de la
Tierra, florecería una civilización hiperbórea nunca vista desde los días de la
Atlántida. Estos eran, en pocas palabras, los objetivos propuestos por la
Estrategia Tyr.
Le mostraré ahora, Lupus, cómo Gengis Khan cumple su parte en
la Estrategia Tyr. En 1206 une a todas la tribus de mongoles e inicia la
conquista de China y, en 1215, con la toma de Pekín, alcanza el límite oriental
del Asia. A partir de entonces, sólo falta tomar contacto con el “Rey del
Oeste”. Pero ¿quién es este Rey? ¿cómo reconocerlo si, hacia el Oeste, lejos de
existir la unidad se advierte una confusa organización feudal? Le recuerdo,
Lupus, que según la Sabiduría Hiperbórea los efectos del Kâly Yuga no son de la misma
intensidad en todos los puntos geográficos; por el contrario, existe
una Ruta
del Kâly Yuga que recorre en espiral la
superficie esférica de la Tierra y sobre la cual el Kâly Yuga es “más intenso”
o más actual. Dicha zona es orientable y, en la región que estamos
considerando, orientable “de Este a Oeste”, es decir, que los efectos del Kâly
Yuga son más intensos hacia el Oeste que hacia el Este: yendo hacia el Este aumenta la
“espiritualidad” y yendo hacia el Oeste aumenta el “materialismo” propio del
Kâly Yuga . Atendiendo a estos principios es que a la Puerta
Tar, en el desierto de Gobi, se la denomina además “Centro de menor intensidad
del Kâly Yuga”.
Para situarse en el dilema de Gengis Khan hay que considerar
que el “Rey del Oeste” debería ser “Grande” por el poder del Espíritu, como
también lo era Temujin, y reflexionar sobre las dificultades que supone mirar
desde el Este del Asia hacia el Oeste de Occidente. Gengis Khan, “hacia
el Oeste”, sólo “veía” tinieblas espirituales... y
Reinos. Muchos Reinos, pero ningún “Gran Reino”. El Reino de los persas, que
pronto caería, el Reino de los griegos bizantinos, que a duras penas resistía
el asedio árabe y turco: un Reino muy pequeño y débil, con Reyes sin Iniciativa
que gustaban hacerse llamar “Emperadores”. Los Reinos eslavos de los rusos y
polacos, no podían ni soñar con ponerse a la cabeza de los pueblos del Oeste y,
por el contrario, serían presa fácil de la Horda de Oro. Por idéntico motivo
cabía descartar a Armenia, Georgia, Bulgaria, Hungría, etc.
Quedaban los Reinos germánicos de Europa, sin dudas los más
fuertes, pero en ellos, de acuerdo a la visión de Gengis Khan, las tinieblas
eran absolutas. Si allí estaba el Gran Rey sería preciso distinguirlo por sus
cualidades exteriores y para eso debería contar con la información adecuada.
Con ese propósito hizo conducir a su presencia a muchos viajeros, comerciantes
o religiosos, a quienes interrogó duramente, con escasos resultados. Pero de
sus relatos pudo saber que existían verdaderamente dos grandes Reinos
cristianos, uno franco y otro romano-germano. El Reino franco era justamente el
que, desde hacía un siglo, llevaba adelante esa absurda guerra contra los
árabes, durante la cual habían ocupado Siria y Palestina.
Gengis Khan pensó entonces que debería dirigirse al Rey franco
y al Rey alemán pero quedaba aún una duda por despejar: ambos Reyes se decían
“cristianos” y siervos de un Gran Sacerdote llamado “Papa” ¿no sería este Papa
el verdadero Rey del Mundo? Para formarse una opinión sobre el cristianismo y
el Papa mandó a buscar Sacerdotes nestorianos de Armenia y algunos ortodoxos
griegos que estaban como esclavos en Pekín; por ellos conoció la historia de
Jesús Cristo y supo que el Papa no era un guerrero sino un pastor, que no
mataba sino que mandaba a matar, y que no cabalgaba junto a su pueblo durante
las guerras sino que permanecía toda su vida en seguros y lejanos conventos. Y
con una mueca de disgusto Gengis Khan descartó al Papa como una digna autoridad
espiritual con la cual él pudiese tratar.
Antes de 1220 Gengis Khan ya sabía que de los dos Reyes, el
franco y el alemán, convenía a sus planes dirigirse a el último de ellos. Tal
convicción la obtuvo al evaluar la información religiosa que le brindara uno de
sus múltiples confidentes esotéricos. Pero vale hacer aquí una aclaración:
mientras duró la vida de Gengis Khan tres fueron las religiones que le rodearon
y a las que prestó especial atención: el cristianismo nestoriano, el
maniqueísmo persa, y fundamentalmente, el taoísmo[70].
A la religión de Confucio la rechazó por reaccionaria y en el Budismo reconoció
enseguida a un sistema basado en la Kâlachakra de Chang Shambalá, contra el
cual le advirtieran tempranamente sus instructores hiperbóreos.
Fue un sacerdote maniqueo quien le informó un Día que “más allá
del Reino de los francos, en feudos del Rey de Aragón, que es a su vez vasallo
del Rey alemán, hay una poderosa comunidad maniquea a quienes los Angeles han
entregado en custodia un Vaso de Piedra que no es de este Mundo”. Esta noticia
impresionó a Gengis Khan, así como el saber que las tropas del Rey de los
francos, con la bendición del Papa, se estaban dedicando a exterminar a aquellos
maniqueos del Oeste llamados “Cátaros”, es decir, “puros”. Toda una “ruta
maniquea” permitía que tales novedades llegasen hasta el Asia: desde Languedoc
a Italia, a las comunidades cátaras y bogomilas de Milán; de allí a Bulgaria,
centro del maniqueísmo bogomil; y, de los Balcanes, misioneros bogomilos y
paulicianos llevaban las noticias hasta Armenia e Irán.
Los Cátaros sostenían que el mundo material había sido creado
por Jehová Satanás con la ayuda de una corte de Demonios; creían en un
verdadero Dios que era Incognoscible desde el estado de impureza espiritual que
suponía la encarnación; asimismo creían en Cristo Luz, a quien llamaban
Lucibel, y en el Paráklito o Espíritu Santo, un agente absolutamente
trascendente a la esfera material. Consecuentemente con estas creencias
rechazaban el Antiguo Testamento de la Biblia por considerar que en él se
narraba la historia de la creación del mundo por Jehová-Satanás, un Demiurgo
maligno, y en el que no se mencionaba para nada el verdadero Dios; del Nuevo testamento
sólo aceptaban el Evangelio de Juan y el Apocalipsis. Sobre la Iglesia de Roma
opinaban que era “la Sinagoga de Satanás”, un refugio para los Demonios y sus
siervos en la que no brillaba ni un rayo de luz espiritual.
Naturalmente, si los creyentes en una doctrina tan clara eran
condenados a muerte por el Papa, y reprimidos hasta el aniquilamiento por las
tropas del Rey franco, no cabían dudas que estos últimos eran, a su vez,
partidarios del Demiurgo Jehová Satanás. Pero las cosas no se “veían” tan
claras desde Mongolia; en efecto: resultaba sospechoso que el Rey franco Felipe
Augusto no participase personalmente de la matanza cátara y, lo que era aún más
llamativo, que toda Francia hubiese sido puesta en entredicho entre 1200 y
1213, por Inocencio III debido al concubinato que el Rey mantenía con una
amante. ¿Cuál de los Reyes, el alemán o el franco, era, al fin, el aliado que
mencionaban los Siddhas?
Viendo el Oeste oscurecido por las tinieblas del Kâly Yuga Gengis
Khan decidió enviar tres mensajeros embajadores, a Inocencio III, a Felipe
Augusto, y a Federico II, con la misión de iniciar relaciones diplomáticas y a
quienes instruyó para que realizasen discretos sondeos destinados a concretar
una alianza entre el Este y el Oeste. Hizo ésto para ganar tiempo, en tanto
otros enviados suyos viajaban hasta el “centro de menor intensidad” a buscar
las ansiadas respuestas.
Hacia 1220, Gengis Khan ya sabía que el trato debía celebrarse
con el Rey alemán. Pero un pacto semejante, que no sería político sino
espiritual y que se celebraría en varios mundos a la vez, requería de mayores
certezas que la mera convicción humana: en 1221 el sabio taoísta Chiu Chuchi
regresó, luego de dos años, de la expedición al “centro de menor intensidad”.
En el campamento mongol, a orillas del río Oro, el sabio relató a Gengis Khan
su increíble aventura: había sido autorizado por los Siddhas a visitar el Reino
de Agartha; guiado por unos misteriosos Iniciados mongoles se internaron cientos
de kilómetros en el desierto de Gobi hasta llegar a un sitio completamente
desolado y yermo adonde no parecía posible que existiese ningún vestigio de
vida vegetal o animal; en tal sitio,
aparentemente en medio del desierto, los monjes decidieron acampar y, aunque
parecía un suicidio, el sabio chino no osó contradecirlos; permanecieron allí
varios días, perdió la cuenta del total, hasta que una noche en que se hallaba
profundamente dormido, tratando de reponer las fuerzas que durante el día el
ardiente sol le arrebataba sin piedad, fue despertado bruscamente; sin salir de
su asombro fue invitado por los monjes, a quienes acompañaban unos terribles
guerreros surgidos no imaginaba de dónde, a internarse con ellos en el desierto
en una dirección determinada; pero no anduvieron mucho pues muy cerca del
campamento, en un lugar que en esos días había observado muchas veces y en el
que no
podía haber nada más que arena, se distinguía claramente un brillo
blancuzco que brotaba del suelo; era una noche despejada, con una luna que
derramaba torrentes de luz plateada sobre la sinuosa superficie del desierto;
sin embargo, y esto lo repitió muchas veces el sabio de Shantung, al llegar a
pocos pasos de distancia la luz que brotaba del suelo era cien veces
más intensa que la luna, a tal punto que su cegador resplandor impedía
distinguir qué o quién la producía; tambaleando se detuvo junto a la fuente de
luz y sólo unos segundos después, cuando sus ojos se hubieron acostumbrado,
pudo comprobar que un perfecto contorno rectangular se recortaba contra el
piso, donde una pesada loza de piedra había sido corrida; la luz provenía de
aquella abertura que conducía directamente a una escalera descendente cuyos
escalones se perdían rápidamente de vista en las profundidades de la Tierra.
A pesar de lo fantástico de la historia Gengis Khan la aceptó
sin dudar porque el sabio Chiu Chuchi merecía su total confianza y,
principalmente, porque su misión había tenido éxito : traía consigo un
mensaje de los Siddhas y le acompañaba, para interpretar
tal mensaje ante el Khan de los mongoles, un habitante de Agartha. Según Chiu
Chuchi, luego de descender a profundidades increíbles por aquella trampa del
desierto, arribaron a un túnel horizontal perfectamente iluminado, y allí
subieron a “un carro que viajaba velozmente sin ruedas ni caballos”, el cual
los condujo en pocos minutos a la “Ciudad de Wo-Tang, El Señor de la Guerra”,
en donde “a pesar de estar bajo tierra es posible ver el cielo y las
estrellas”. En Agartha “el Señor de la Guerra en persona” recibió a Chiu Chuchi
a quien, dijo, “estaba esperando para entregarle la fórmula mágica que da poder
sobre los pueblos”. Dicha fórmula, explicó Wo-Tang, ya
era conocida por Gengis Khan desde los días de su Iniciación Hiperbórea . La novedad consistía ahora
en que la fórmula “había sido dotada de una luz nueva, más intensa, con el fin de que
pudiese ser leída aún en medio de las ti-nieblas más impenetrables”.
En sintesis: Wo-Tang entregó a Chiu Chuchi una Piedra color
verde, semejante al jade, en la que estaban talladas dos columnas paralelas de
trece signos pues, explicó Wo-Tang, tanto la lengua Vigur, que hablaba Gengis
Khan, como el idioma del Gran Rey del Oeste a quien estaba destinada la Piedra,
provenían de una antigua lengua sagrada llama-da “H”, es decir, eta . La piedra, consistía en el
único “pactio verborum”[71]
ya que mediante la sola lectura por cada uno de los Reyes, el Mongol y el del
Oeste, de la fórmula escrita, quedaría sellado un pacto metafísico que
involucraba no el cuerpo ni los bienes materiales sino el Espíritu de los
Pueblos y que comprometía en la contienda al Señor de la Guerra y a su ejército
de Angeles. Un pacto tal era con seguridad mil veces más poderoso y duradero
que las débiles y dudosas alianzas de los hombres. Para custodiar la Piedra y
asegurarse que la fórmula sería pronunciada con el Ritual adecuado, uno de
aquellos extraños habitantes de Agartha, de rasgos mongólicos pero de piel
rojiza, acompañaría a Chiu Chuchi hasta el campamento de Gengis Khan.
En 1221, cuando Gengis Khan pronunció las trece palabras en el
orden y momento debidos, su parte en la Estrategia Tyr quedó definitivamente
completada; a partir de allí todo dependería de las Razas blancas del Oeste: si
eran lo suficientemente puras no dudarían en seguir a un Emperador Universal de
su linaje una vez que éste hubiese pronunciado las trece palabras, que
también eran trece Runas. Desde un año atrás, en la época en que Chiu Chuchi
regresara del desierto de Gobi, unos mensajeros del Khan habían partido hacia la
lejana Sicilia para adelantar al Emperador alemán la futura llegada de un
Iniciado, quien portaría un mensaje “de otro Mundo”. Y durante los siguientes
años, entre 1222 y 1228, aquel enviado sería vanamente esperado en Occidente,
cuestión que retrasó en más de una oportunidad la Cruzada que el Emperador
alemán debía emprender a Tierra Santa y que motivó finalmente, su excomunión.
¿Qué había ocurrido con el mensajero y la Piedra? Durante
cuatro años Federico II esperó infructuosamente su llegada pero al “tártaro” se
lo había tragado la tierra. Los excelentes clarividentes bereberes que el
Emperador mantenía en su corte de Palermo le anunciaron muchas veces que el
enviado del Khan “había sido detenido en Tierra Santa”, pero Federico II se
negaba a dar crédito a semejantes augurios, atribuyéndolos mas bien a la
antipatía que los francos despertaban en los sarracenos. Sin embargo, aprovechó
su reciente viudez y en 1225 desposó a Isabel de Brienne, la hija de Juan de
Brienne, Rey franco de Jerusalén. Isabel aportaba como dote el Reino de
Jerusalén, pero a Federico II no le interesaba tanto esa corona como saber
adónde estaba la Piedra de Gengis Khan. A través de su esposa pudo averiguarlo:
sus tíos, Juan y Felipe de Ibelin, alentados por el le-gado papal, se habían
apoderado del Mensajero y su Mensaje. Mas ya era tarde para la Estrategia Tyr:
Federico II conoció la verdad recién en 1227, el año de la muerte de Gengis
Khan, y luego de amenazar a Isabel con repudiarla.
Dispuesto a hallar la Piedra partió hacia Tierra Santa no sin
antes ser excomulgado por el Papa Gregorio IX. En ese mismo año murió de parto
la infortunada Reina Isabel, dando a luz al futuro Rey Conrado IV, padre luego
del desgraciado Conradino. Enterado que Juan de Ibelín se hallaba en Chipre, tomó
esta isla por asalto con 800 Caballeros Teutónicos y se apoderó de sus hijos,
Bailán y Balduino de Ibelín. Llegado hasta el campamento del Emperador para
parlamentar, Federico II le solicitó la devolución de la Piedra y del Mensajero
de Gengis Khan, a lo que respondió Juan de Ibelín que el mongol había muerto
hacía años y que la Piedra la tenía en su castillo de Beirut, en la Palestina
Franca. Ante esto, hizo Federico colocar a los jóvenes Príncipes en el potro de
tormentos y amenazó con el suplicio si no le era restituida la Piedra en un
plazo mínimo, a lo que accedió sin condiciones el Señor de Beirut.
Una vez obtenida la Piedra, pudo conocer la raíz del complot.
Este había tenido su origen en la Orden del Temple: el Gran Maestre le había
asegurado al Papa, y a muchos piadosos Caballeros francos, que Federico II
planeaba una alianza con los mongoles para someter el Mundo a su voluntad; el
siguiente paso sería la destrucción de la Iglesia Católica. Esta información,
aunque no totalmente falsa, sí era maliciosa y malintencionada, y consiguió el
efecto buscado de impedir que dicho pacto se concretase. Pero el complot se
había desarrollado seis años antes y ya no tenía arreglo, luego de la muerte de
Gengis Khan.
Así pues, vencido en lo que constituía el objetivo espiritual
de su vida, desembarcó Federico II en Tierra Santa dispuesto a tomar venganza
en cuanto le fuera posible. Paradójicamente, aquel Emperador de los Reyes
cristianos afrontaba una sublevación general de los Señores francos, fomentada
por las Ordenes Templaria y del Hospital, y en cambio gozaba de la alta estima
de los árabes. Durante años, en efecto, Federico II mantuvo correspondencia con
el Sultán de Egipto, Malik-al-Kamil, quien lo consideraba “el más grande
Príncipe de la Cristiandad” y “un Santo”. En esa ocasión no vaciló en cederle
las tres ciudades santas, Jerusalén, Belén y Nazareth, que estaban en su poder;
en 1229 se firmó el tratado de Jaffa que confirmaba tal cesión, siempre
y cuando la custodia estuviese a cargo de los Caballeros Teutónicos.
Pero Federico II no se contentó con humillar de este modo a los
francos: deseaba que toda la Siria pasase a poder de los Caballeros Teutónicos
y empleó cuanto recurso tuvo a mano para lograrlo, entre ellos la promesa hecha
a los Sultanes de compartir con los mahometanos los lugares santos; de hecho,
permitió que en Jerusalén continuaran abiertas las mezquitas, lo mismo que en
las demás ciudades que recuperó. En Jerusalén protagonizó el hecho más
irritante al tomar la Corona de Rey, que se hallaba sobre el Santo Sepulcro, y
coronarse por Sí-Mismo, colocándosela en la cabeza ante la presencia del Gran
Maestre de la Orden Teutónica Hermann Von Salza y cientos de Caballeros
alemanes y sicilianos.
No conforme con esto, se dirigió a San Juan de Acre, Bastión de
los Templarios, y la ocupó con sus tropas. En el palacio del Rey, del que se
apoderó por ser soberano de Jerusalén, dio una gran fiesta a la que invitó a
numerosos jefes del Ejército sarraceno, durante la cual exhibió decenas de
prostitutas cristianas rescatadas de lupanares pertenecientes a los Templarios.
Esta iniciativa puso al descubierto la hipocresía de los Caballeros francos,
que por un lado proclamaban la castidad, y hasta practicaban la sodomía, y por
otro exponían a esas mujeres bautizadas a toda suerte de tentaciones y pecados.
Tan cruda realidad impresionó aún a los no demasiado virtuosos sarracenos, y el
prestigio de los Templarios cayó más abajo que nunca.
Desde luego, que el Emperador buscaba con tales denuncias que
los Templarios perdiesen la paciencia y le ofreciesen una excusa para librarles
batalla. Y su táctica dio resultados porque éstos intentaron asesinarle y aquél
respondió atacando la Casa del Temple y el Castillo “Chatel-Pélerin”. Y si no
acabaron todos exterminados por las iras de Federico II, que previsiblemente no
tardaría en llamar en su ayuda a los árabes, fue porque recibió la puñalada por
la espalda de saber que su suegro Juan de Brienne estaba invadiendo Sicilia por
mandato del Papa Gregorio IX y que su hijo Enrique II, Rey de Alemania, lo
traicionaba apoyando a los güelfos. Aquellas malas noticias lo obligaron a
regresar a Sicilia donde, con tropas muy superiores, venció al Papa y lo obligó
a que le levantara la excomunión, marchando luego a Alemania donde depuso a
Enrique y lo reemplazó por el niño Conrado IV.
En los años siguientes hizo construir el Castillo del Rey del
Mundo por los Iniciados Hiperbóreos y soterró la Piedra que Ud. ha localizado
ahora Lupus.
Pero tenga presente que Federico II fue también un Tulku, cosa
que todos aceptaban en su tiempo puesto que el pueblo jamás se resignó a su
muerte y aguardó “su regreso” durante siglos. ¿Y dónde suponían los gibelinos
que había viajado el Emperador? Pues nada menos que al Reino del Preste Juan,
vale decir, al Reino de Gengis Khan, el Gran Emperador de Catay, K'Taagar o
Agartha: el mítico Reino de Catigara, al que se situaba “en China”.
En la Epoca de Federico II, el Gran Khan era también el Gran
“Can”, es decir, el Señor del Perro, el Guardián de la Piedra del Cielo, el Rey
del Imperio Universal “del Este”, tal como le mencionara Yo hace varios años,
con motivo del vuelo de Rudolph Hess a Inglaterra. Cuando Federico II “partió”,
después de 1250, y especialmente durante el Interregno, cientos de trovadores y
juglares cantaban coplas en las que se narraba el viaje del Emperador al Reino
del Preste Juan, y se vertían lágrimas y lamentos porque ambos Reyes no se
hubiesen al fin “encontrado”, hecho que traería aparejado el Nuevo Orden del
Imperio Universal: “no obstante, se aseguraba en las trovas, algún día Federico
II, portando su Piedra de Venus, lapist exilis, se reuniría con
Gengis Khan para fundar el Imperio Universal”.
Para terminar, quiero recordarle que la mentada alianza entre
el Imperio romano-germánico y el Imperio Mongol era un secreto a voces en el
siglo XIII, aunque más tarde el oscurantismo sinárquico ocultó la verdad de los
hechos. Pero basta remitirse a las pruebas para conocer esa verdad: no bien en
Occidente se conoció la defunción de Gengis Khan, y la posición de su sucesor,
Oegodeï, no se pensó en otra cosa que
en gestar otra alianza, favorable esta vez a los planes sinárquicos. Detrás de
esto estaba, por supuesto, la Fraternidad Blanca. En 1245 el Papa Inocencio IV,
que se había refugiado en Lyon, la Ciudad de los Druidas, huyendo de Federico
II, proclamó un Concilio General con objeto de excomulgarlo y despojarlo de la
investidura imperial: fue el famoso Concilio de Lyon, especie de “Congreso de
Basilea” de la época, es decir, semejante al que sostuvieron los Rabinos en
1897 y que mencionan los “Protocolos de los Sabios de Sión”, en el cual se
discutió la manera más rápida de acabar con la Casa de Suabia e implantar la
Sinarquía Universal. Pues bien, nadie asocia el hecho de que en aquel Concilio,
convocado exclusivamente para tratar el tema Federico II, el Papa Inocencio IV
propuso enviar una embajada al Emperador mongol: del Concilio de Lyon emanarían
las directivas seguidas por el monje franciscano Juan de Plan-Carpín y los
frailes Benito de Polonia y Esteban de Hungría, quienes en 1246 llegarían a
Mongolia luego de atravesar Rusia. Y sí la contra-alianza sinárquica no se
concretó entonces fue porque Oegodeï había muerto y a Guyuk, su sucesor, no
convencieron para nada las cartas del Papa, de quien lo advirtiera su abuelo
Gengis Khan.
Más adelante la Santa Sede enviaría a Fray Ascelín con idéntica
misión de convencer a los mongoles de las bondades de la Sinarquía y el mismo
San Luis mandaría Caballeros a Mongolia, pero sólo a solicitar ayuda contra los
árabes: fueron representantes de San Luis, entre otros, Andrés de Longjumeau y
el fraile Guillermo de Rubrouck. Estos partieron en 1253 y llegaron hasta
Karakorum por la Ruta del Mar Negro, pero también fracasaron porque entonces reinaba
Mongka Khan a quien Sartac, bisnieto de Gengis Khan y cristiano nestoriano,
había aconsejado en contra del Papa de Roma.
El Papa Nicolás IV, presionado por la Orden de Predicadores,
envía a Bagdad al domínico Ricold de Monte-Croix, el que establece un trato
fructífero con los mongoles y consigue fundar un Monasterio en Marghah. Como
producto de esta embajada surge el viaje del Obispo turco Raban Coma a París en
representación del Rey mongol de Persia, Argún. Reinaba entonces en Francia el
nieto de San Luis, Felipe el Hermoso, acérrimo gibelino y partidario del
Imperio Universal, y por eso la alianza tiene esta vez posibilidades de
prosperar. Sin embargo, pese a mantener una conexión diplomática permanente con
Mongolia, Felipe el Hermoso no llega a concretar el proyecto debido a la caída
de San Juan de Acre en 1291, a manos de los mamelucos del Sultán Al-Achraf, que
traería a Europa a los Templarios. Felipe el Hermoso deseaba ser Emperador
Universal como Federico II de Suabia, pero eso sólo sería posible si antes
terminaba con el poder de los Templarios y los Papas; los terribles
enfrentamientos que sostuvo con Bonifacio VIII y la complejísima tarea de
desmontar la infraestructura de la Orden del Temple lo mantendrían ocupado
hasta su muerte. Quizás la oportunidad histórica de Federico II aún estaba
presente en tiempos de Felipe el Hermoso, pero éste careció de tiempo material
para consolidarse en Europa y unirse a las fuerzas espirituales de Asia.
En síntesis, Lupus, todo esto prueba que existía un gran
movimiento esotérico entre Europa y Mongolia-China mucho antes de la
publicitada y folletinesca peripecia de los comerciantes venecianos Polo en el
siglo XIV: la de ellos sólo fue una lucrativa aventura materialista, carente de
todo contenido trascendente, y sin dudas debido a eso se la pone en primer
lugar. Se ha tratado por los habituales métodos oscurantistas de ignorar lo que
no se desea aceptar como real, de negar o no responder a la inquietante
cuestión del poderío militar de los mongoles: su superioridad táctica, al
arrasar invariablemente a las formaciones medievales, es innegable pero ha
causado un trauma colectivo a los europeos. ¿De dónde puede proceder la
superioridad de una Estrategia sino del Espíritu, de una Inteligencia lúcida y
un Valor sin límites? Si los mongoles fuesen los bárbaros que se pretende jamás
habrían pasado de los Urales. Pero de nosotros también dirán que fuimos
bárbaros y que comíamos carne humana; o quien sabe que barbaridades más. No
olvide que hemos actuado de manera semejante a los mongoles de Gengis Khan, y
contra el mismo Enemigo, y luciendo el mismo estandarte: si hasta nuestra mejor
táctica, la blitzkrieg, está inspirada en el movimiento veloz y certero de
la horda mongólica.
Aguarde un momento, Lupus, que iré a buscar algo que tenía
preparado para Ud.
La clase magistral que acababa de dictar Tarstein me había
hecho olvidar la guerra, la inminente derrota militar del Tercer Reich, y hasta
la negra realidad de que no sabía qué iba a hacer de allí en adelante, si debía
ir a morir al bunker, como decidió heroica-mente la Legión Tibetana, o si
habría de huir hacia un incierto destino en un Mundo sin el Tercer Reich, es
decir, en un Mundo sinárquico. No quería ni considerar esta última posibilidad.
En cambio abrigaba la secreta esperanza de que los Iniciados de la Orden Negra
hubiesen decidido llevarme con ellos al Refugio Antártico del Führer: ¿no hice
méritos suficientes para merecer tal distinción? Además allí estaba también
Rudolph Hess, mi protector ¿acaso él desaprobaría mi presencia? Yo no
comprendía completamente el misterioso asunto de los Tulkus y su facultad de
poseer varios cuerpos. Ya te dije, neffe, que Yo me sentía único individuo,
percepción que no varió hasta hoy, y entonces no veía qué problema pudiese haber
en que otro Tulku se sumase a los Tulkus que se preparaban para la Batalla
Final.
Antes de continuar con el relato de lo acontecido aquel día, el
último que estuve allí, en la Gregorstrasse 239, quiero que repares en que la
información aportada por Tarstein sobre Federico II aclara bastante las
palabras de Belicena Villca escritas en el Día Decimonoveno de su Carta: allí
decía “las causas (de la hostilidad de Federico II hacia la Iglesia Golen)
fueron dos: la reacción positiva de la Herencia de su Sangre Pura gracias
a la proximidad histórica del Gral, concepto que ya explicaré; y la
influencia de ciertos Iniciados Hiperbóreos que el mismo Federico II hizo venir
hasta su corte de Palermo desde lejanos países del Asia y cuya historia no me
podré detener a relatar en esta carta”.
–Ud. ha traído hoy algo muy valioso para el Führer y la SS.
–comenzó diciendo Tarstein al regresar, mientras me alargaba un estuche de
cuero con herrajes de plata y cerradura con llave– y Yo lo recompensaré con
algo incomparablemente menor, pero no me-nos valioso para mí. Tome, Lupus,
Kurt, mi libro inédito “Historia Secreta de la Thulegesellschaft”: en él está
narrada la historia de los últimos 630 años de la rama alemana de la Casa de Tharsis,
y contiene las pruebas de su destacada intervención en la fundación de la Orden
medieval Einherjar, que duraría varios siglos y daría lugar en el siglo XX a la
Thulegesellchaft, y luego a la Orden Negra SS.. Se la entrego a Ud.
porque he consultado con los Siddhas y ellos me han dicho que está predestinado
a conocer todos los secretos de mi Estirpe: quizás a Ud. le sea dado saber lo
que ni Yo he conseguido, esto es, seguir la historia milenaria de la Casa de
Tharsis y descubrir la misión que le confiaron sus Grandes Antepasados.
Apreciaba que para Tarstein aquel desprendimiento era muy
importante, pero en-tendía también que sutilmente me estaba despidiendo, y eso
era lo que temía. Lo sentía por la sensibilidad de Tarstein pero Yo tenía que
aclarar las cosas. Tomé el libro e ignoré su discurso.
–Habla Ud. como si no fuésemos a vernos jamás, pero a la vez
como si Yo fuese a sobrevivir lo suficiente para leer este libro –dije con
dureza.
Tarstein no se amilanó y decidió responder con ironía a mis
desplantes, pero con similar dureza.
–¡Muy sagaz, Lupus! Pero es que efectivamente no volveremos a
vernos en esta vida, a pesar que muy pronto nos reuniremos en la Batalla Final:
¡así de ambiguo es el Destino de los Tulkus! Me resultaba muy difícil
comunicarle esto, créame, pero me alegra que Ud. haya ido al grano. Ahora le
diré francamente cual es la situación: Ud. aún es un oficial SS y debe cumplir las
órdenes como todos. Y sus órdenes son: huír de Alemania de inmediato y
ocultarse en la República Argentina, donde vi-ve su Hermana.
–¡No! –grité, interrumpiendo las directivas–.
Ustedes no pueden hacerme esto. Yo he cumplido con todo cuanto
se me ha ordenado hasta ahora, con toda la lealtad y el valor que he podido,
pero estas órdenes son excesivas. Prefiero mil veces morir antes que sobrevivir
en un Mundo dominado por los judíos. No es falta de valor, no es deslealtad, es
asco, Camarada Tarstein, simple repugnancia y horror a vivir en un Mundo sin
Honor, donde no flameen en ninguna parte nuestros estandartes: desde la
infancia en Egipto, cuando me incorporé a la Juventud Hitleriana, he respirado
sin cesar la Mística del Nacionalsocialismo; ¡nadie nos preparó para esto! No,
Camarada, no fuimos hechos para ser derrotados por las fuerzas infernales y
sobrevivir bajo su imperio. Hace un momento, abrigaba la esperanza que se me
permitiese ser evacuado al Refugio del Führer-Tulku, como Ud. le llama; pero
ahora Ud. me deja helado con sus órdenes de ocultarme en la Argentina. He sido
oficial SS., he sido Iniciado, he desarrollado facultades asombrosas,
pero ahora veo que sólo he sido un instrumento del Destino, un juguete de los
Dioses. ¿Y sabe por qué me siento así? Porque, a pesar de todo lo que he sido y
he hecho, la verdad es que Yo no comprendo nada, del mismo modo que no puedo
ver el Signo que soy Yo Mismo y que Uds. tanto admiran. Y menos comprendo esta
condena a sobrevivir a la destrucción del Tercer Reich. ¡Se lo suplico,
Cama-rada Tarstein, si no es posible que parta con Uds. junto al Führer, pídame
la muerte, con-cédame la autorización para morir con Honor, o hágame matar!
–Vea Kurt, se pone Ud. difícil y deberé interrumpir la
exposición de sus órdenes para aclararle algunos puntos. Primero, y principal,
ya le advertí que, desde ahora, los partidarios de la Sabiduría Hiperbórea
deberán definir a cuál realidad se refieren: si a la realidad del Führer muerto
o a la realidad del Führer vivo. Y le anticipé que los que elijan vivir
en la primera realidad serían considerados traidores por la Orden
Negra. Ud., mi estimado Kurt, al plantearme el caso de la supervivencia
en un Mundo donde el Tercer Reich ha sido derrotado, está participando de la
primera realidad. Por supuesto, no voy a hacer de esto un silogismo y a concluir
que Ud. es un traidor porque sé que no lo es. Solo que, en efecto, “no
comprende la situación”, acusación que, según me ha dicho, ya le han hecho
otras personas. Pues Yo le aclararé la situación de tal modo que no le queden
dudas: Ud. no se va a quedar en el Mundo que imagina como un condenado, sino
que va a actuar como agente secreto de la Orden Negra SS. en un Mundo efectivamente
judaico; y va a actuar como representante del Führer vivo, como su
quintacolumna, como un Iniciado SS.
infiltrado en territorio enemigo, nada diferente a las misiones que ha cumplido
hasta ahora. Hágame caso, Kurt, Lupus, ¡no crea en la caída del bunker y el
suicidio del Führer! Es la única manera en que podrá cumplir sus órdenes.
Segundo, y debe creerme, nosotros lo llevaríamos de buen grado
al Refugio del Führer pero los Siddhas afirman que Ud. debe cumplir esta última misión.
Como le dije hace años, Ud. no sólo es importante: es un soporte de primer
grado para la Estrategia del Führer. Y la Estrategia no puede permitirse el
prescindir de Ud. en el lugar en que tiene que estar sólo porque padezca de
náusea y judeofobia. Lo que le pedimos no es imposible para Ud. y sé que
cumplirá: Ellos lo necesitan aquí. Y los Dioses Leales son quienes deciden
quién va y quién no va al Refugio del Führer: tal selección escapa totalmente a
la voluntad de los Iniciados de la Orden Negra.
Tercero, Ud. ha presumido erróneamente que Yo también partiré
al Refugio del Führer pero debo repetirle lo que le dije al comienzo: “no
volveremos a vernos en esta vida”. Eso no significa que Yo esté autorizado para
irme de aquí: como Ud., mis órdenes aseguran que debo quedarme en este Mundo,
en esta casa de Berlín oriental que jamás será hallada por los rusos, ni así
rastrillen todas las casas de la manzana. Sin embargo Ud. no debe venir a
verme, ni debe ver a nadie más de la Waffen SS. salvo a su entrañable
Camarada Oskar Feil. Sobre Karl Von Grossen ya le diré cuáles son las órdenes.
Eso es todo ¿Me ha comprendido Kurt? en caso afirmativo proseguiré exponiéndole
sus órdenes.
–Supongamos que pasen los años, y nada ocurra, y Yo desobedezca
y decida venir a verle –interrumpí.
–¡No comprende Kurt! ¡No hallará jamás esta casa! Haga la prueba cuando salga, aléjese unas
cuadras en cualquier dirección, dé vuelta a la manzana, haga lo que quiera y
regrese luego a la Gregorstrasse y trate de hallar el 239: comprobará que no
existe, encontrará otra casa diferente, tal vez bombardeada. Si ha podido
llegar hasta aquí es porque Yo le esperaba, pero cuando su Presencia no sea
necesaria para la Estrategia jamás coincidirá conmigo y esta casa: tal
es el poder de la locación absoluta que poseen los seres consagrados a la
Estrategia Hiperbórea; sólo coinciden en el espacio y el tiempo los seres cuya
coincidencia es estratégicamente significativa; y esa es la realidad de los
seres que existen; y los demás seres creados, aunque estén relacionados entre
sí en el espacio y el tiempo, si no son estratégicamente significativos no
existen para el Espíritu, son Maya, Ilusión . Ud. como Iniciado debería
saberlo. ¿Acaso se ha olvidado de que ésta es la Guerra entre el Espíritu y las
Potencias de la Materia?
Pero Yo no atendía razones. Desde luego que comprendía que un
Pontífice Hiperbóreo como Tarstein tenía el poder de situarse en otras
dimensiones de la ilusoria realidad de Maya, incluyendo la casa de la
Thulegesellschaft, y que Yo jamás lo encontraría si él no quería que ello
sucediera. Pero insistí una vez más.
–¿Y si empleo los perros daivas? ¿Si lo rastreo a través de las
dimensiones y me aproximo a Ud., aunque no sea en la Gregorstrasse 239?
Tarstein se echó a reir.
–Realmente es obstinado, Kurt. Si emplea los perros daivas sin
dudas me encontrará. Igualmente, si los hace volar hacia el Refugio
del Führer, con seguridad lo llevarán hasta allí. Pero no quiero exagerar cómo
tomará cualquiera de nosotros una actitud semejante de su parte. ¡Acéptelo de
una vez por todas! ¡Es Ud. un militar y seguirá siéndolo en adelante, nadie lo
licenciará de la SS.! ¡Y como militar debe obedecer órdenes, órdenes que
Yo le transmitiré ahora y Ud. cumplirá escrupulosamente! ¡Ordenes que si no
cumple serán causales de sumario o Tribunal del Honor! Si Ud. se aparece por mi
lado, o se dirige al Refugio del Führer, se haría pasible de la pena de ejecución
sumarísima, pero, lo que es peor que la muerte para un Iniciado, sería
expulsado de la Orden Negra SS.
Sé que es duro lo que le digo, pero debe aceptarlo y
comportarse como un militar, como un Guerrero Sabio. Antes se quejaba de que el
Tercer Reich no lo instruyó para vivir bajo la Sinarquía Universal. Es cierto.
Pero si en algo lo hemos esclarecido es en la diferencia entre el Corazón y la
Mente egoica, vale decir, entre la razón del Corazón y la razón del Yo; entre
las emociones o sentimientos del Corazón y las ideas puras del Yo espiritual. Y
en la Etica noológica de la Sabiduría Hiperbórea le hemos demostrado la
superioridad espiritual del Yo por arriba del Corazón, le hemos enseñado a
dominar con el Yo al Corazón, lo despojamos de sentimientos y le forjamos un
nuevo Corazón de acero.
¡Le pusimos una Piedra en el Corazón, Kurt! Y a cambio de la
razón del Corazón, que es débil y encantadora, lo hicimos acceder al Honor
Absoluto del Espíritu, fundamento de la Camaradería. Le recuerdo estos principios
eticonoológicos porque, y discúlpeme la franqueza, su actitud me resulta
pusilánime, producto de una miserable conexión afectiva, de un miedo a
prescindir de las ilusorias relaciones entre Iniciados Hiperbóreos, de una
falta de fe en Sí Mismo. La verdad, la dura verdad Kurt, es que nosotros
no somos amigos ni nunca lo seremos; somos, eso sí, Camaradas, partidarios de
los ideales místicos de la Estrategia del Führer. Y si no somos amigos, y las
órdenes estratégicas exigen que no nos veamos más en esta vida ¿me puede decir
por qué motivo espiritual querría Ud. reunirse conmigo fuera del kairos?
Me quedé mudo. Ya no respondería a esta pregunta sin respuesta
porque me acordaba de mi actitud en la Operación Clave Primera, cuando guiado
por los perros daivas me convertí en Líder Carismático, en Héroe, y conduje a
los Camaradas al Infierno del Valle de los Demonios Inmortales. Qué diferente
moral la de aquel momento y la presente. Claro que entonces no había comenzado
la guerra y el Tercer Reich parecía militar-mente invencible. Me daba plena
cuenta que lo difícil de digerir, aún cuando uno comprendiera los motivos
estratégicos del Führer y los compartiera, era la destrucción del Tercer Reich
y la probable constitución de la Sinarquía Universal. No ocurría que mi Corazón
se hubiese ablandado, sino que la guerra, el resultado aparente de la guerra,
me habían confundido. Y de esa confusión se formaba la actitud nihilista que
presentaba ante las órdenes de Tarstein. Entonces lo entendía, la Sabiduría de
Tarstein me lo había hecho entender. Por eso su pregunta quedaría sin
respuesta. Pero no por eso cejaría en mi actitud negativa. Como te dije, neffe,
la realidad de 1945 era muy difícil de digerir, pese a que Tarstein me
aconsejara no creer en ella.
Visto que no le replicaba, Konrad Tarstein prosiguió sin más
con la exposición de las órdenes.
–Bien, Kurt: continuaré con sus órdenes. Lo primero que hará,
al irse de aquí, será volver a Italia, al Monasterio de nuestros Camaradas
franciscanos donde se han ocultado Von Grossen y Feil. Ustedes tres figuran en
una lista secreta que maneja una organización de la SS. conocida con el
nombre clave de “La Araña”. Tal organización se ha formado para apoyar a los miembros de la Waffen SS. que
sean objeto de la persecución judaica luego de la guerra. Ha de tener prudencia
cuando deba tratar con ellos porque consiste en un grupo exotérico, que poco o
nada saben sobre la Orden Negra, como no sean noticias de segunda mano. Para su
desventura le confirmaré que los 775 Iniciados SS. de la Orden Negra, y
sus Instructores, han sido o serán evacuados de la Civilización Occidental
pues, aunque no todos sean aceptados en el Refugio del Führer, existen otros
Refugios apropiados para aguardar la Batalla Final: los 15.000 niños de Sangre Pura,
producto de los experimentos raciales de Darré y Rosenberg, han sido
trasladados a esos sitios. A Ud. por el contrario, se le solicita permanecer en
este Mundo y no conozco otro Iniciado al que se le haya dado semejante orden,
aunque no descarto que en el futuro se envíen Iniciados para cumplir misiones
especiales: los Dioses sabrán por qué lo han determinado así y a Ellos habrá de
reclamarles. Pero mientras tanto deberá tener cuidado, mucho cuidado, porque
quienes queden en representación de la SS. serán Camaradas sin
instrucción esotérica de la Sabiduría Hiperbórea, muchos de los cuales no han
comprendido ni comprenderán la verdadera Estrategia del Führer. Fíjese que,
aunque el Führer sugirió resistir hasta la última gota de sangre, y destruir
Alemania hasta los cimientos antes que permitir que caiga en manos enemigas, se
han dejado a disposición de los aliados nuestro más valioso capital humano, es
decir, los grandes científicos. La SS. podría haberlos ejecutado a todos
y no obstante los ha protegido y se los ha servido en bandeja a los aliados.
¿Se preguntará por qué? Pues porque todos han recibido la orden del Führer de
revelar al Enemigo, y estimular su construcción, el secreto de las armas más
terribles que la mente humana pueda concebir. Desde los distintos países donde
sean llevados, ellos fomentarán la competencia de los armamentos sofisticados y
desarrollarán armas nunca soñadas, que pondrán a unos contra otros por la
natural ignorancia de los militares, y harán peligrar la alianza universal sinárquica.
Con los planos que ya se llevan del Tercer Reich tienen de sobra para iniciar
dicha táctica. Táctica que obedece al propósito estratégico de generar un
cierto estado de tensión mundial cuando se declare la Sinarquía Universal.
Entonces intervendrán los Dioses; las corrientes espirituales subterráneas de
la Humanidad, puestas en tensión extrema por el peligro permanente del fin de
la Civilización, reaccionarán ante el Terror Judaico en que se afirmará la
Sinarquía; y sobrevendrá la Batalla Final, durante la cual regresarán el Führer
y la SS. Eterna.
Ud. comprende esta sencilla pero ultrasecreta táctica, que
constituye una celada inevitable en la que caerán los aliados, pero ¿cuántos
más la entenderán? Ya verá cómo muchos supuestos nazis, y aún ex miembros de la
SS., sostendrán que nuestros científicos son traidores. Pero es que
ellos son incapaces de comprender la Estrategia del Führer, y por eso no
entienden las acciones de quienes actúan motivados por fines estratégicos. Menos
lo entenderán a Ud., si descubren lo que es, estimado Lupus.
Deberá ser prudente y tolerante con esos Camaradas que
han optado por la realidad del Führer muerto. Una vez que lo hayan
ubicado se desconectará de ellos y nunca retomará el contacto. Será una
elemental forma de prevenir riesgos innecesarios pues, para enemigos, Ud. ya
tiene bastantes y terribles, con la Fraternidad Blanca, los Inmortales Bera y
Birsa, y los Druidas y judíos que lo buscarán para eliminarlo. Como le decía,
aguardarán en Italia hasta que les entreguen los pasaportes argentinos y los
pasajes. La Araña les depositará en Bancos de Buenos Aires una suma de dinero
que les permitirá a cada uno instalarse sin problemas; deben retirar de
inmediato esos fondos para evitar posibles rastreos e investigaciones. Con respecto
a Ud., los Siddhas dicen que debe buscar una localidad consagrada a la Virgen
de Agartha, no lejos de su familia. Podrá encontrar-se con su hermana, pero
empleando todas las formas de cobertura del Manual del Ser-vicio Secreto: es
por el bien de ambos; piense que si el Enemigo descubre a su hermana, pueden
intentar sonsacarle su paradero por medios violentos y aún presionar sobre Ud.,
y que si Ud. está bien cubierto, pero delata a su hermana, pueden vengarse en
ella ante la imposibilidad de capturarlo a Ud.
Iguales precauciones adoptará para encontrarse con Oskar Feil,
quien debe habitar en un sitio alejado de su morada. Tienen prohibido realizar
cualquier tipo de sociedad comercial, ni aún por medio de terceros, e
intervenir en actividades comunes que los puedan relacionar fortuitamente. Sólo
se reunirán como Camaradas, para compartir sus idea-les espirituales. Con
respecto a Von Grossen, Ud. deberá despedirse para siempre de él en la
Argentina. Oskar Feil podrá mantener el contacto pero es conveniente que
también se aparte, pues el viejo zorro no se quedará quieto y tratará de librar
su guerra privada contra la Sinarquía. Posiblemente se convierta en asesor en
cuestiones de Inteligencia y Contraespionaje, y se ponga al servicio de
regímenes pseudofascistas, de los que abundan en Sudamérica. Nada que les
convenga a Uds.
Por último: conserve a los perros daivas pero no los utilice
salvo en caso de extrema necesidad. Lo mismo vale para sus facultades
Iniciáticas: manténgase alerta, bien entre-nado, pero no actúe salvo en caso
extremo. Estas son, en síntesis, sus órdenes: esperar. ¡Sobrevivir,
protegerse y esperar !
–¡Por todos los Dioses! –grité fuera de mí–. ¿Esperar qué?
–No puedo darle más información –respondió Tarstein impasible–.
¡Cumpla sus órdenes y ya lo sabrá!
Me dio un apretón de manos y, como si tal saludo no bastara,
me abrazó.
–Hasta siempre, Kurt Von Sübermann. Vaya tranquilo, que su
aporte ha sido invalorable para la causa de la Orden Negra SS.. El
Tercer Reich lo ha condecorado con la Cruz de Hierro, pero la Orden le
concederá algún día una distinción aún más valiosa, que Ud. ha ganado
merecidamente. Le repito: pronto nos veremos nuevamente, durante la Batalla
Final, aunque no nos encontremos más en esta vida.
Estábamos en la puerta. Yo había salido y sostenía la inútil
motocicleta, mientras escuchaba decir a Konrad Tarstein casi las mismas
palabras del gurka Bangi. Hubiese querido llorar de impotencia ante aquel
absurdo: todos morían o se iban. Solo Yo, mudo testigo de una realidad terrible
y secreta, debía permanecer en el Infierno. Y sin saber por qué.
–¡Heil Hitler! –grité por todo saludo, en tanto la puerta de la
Gregorstrasse 239 se cerraba tras de mí para siempre.
Arranqué la motocicleta y, esquivando los escombros, di vuelta
a la manzana. Antes de completar la tercer cuadra alguien me disparó desde una
terraza. La bala seccionó limpiamente la horquilla y la rueda delantera se
cruzó de golpe; apreté los frenos y volé varios metros adelante. Sin dejar de
rodar me oculté tras el chasis incinerado de un automóvil, perseguido por una
lluvia de balas. “Había olvidado que llevaba uniforme ruso y me estaba paseando
por una solitaria calle de Berlín sin protección alguna”. Solté varios juramentos
y corrí hasta la esquina, pegándome a las paredes. Me encontraba nuevamente en
la Gregorstrasse. Ya estaría lejos de allí si no me hubiese propuesto echar un
último vistazo a la casa de Tarstein. Avancé los metros que me separaban de
ella mirando hacia ambas esquinas, alternativamente. Era noche cerrada pero no
silenciosa; ese 30 de Abril amanecería acompañado de los más recios combates y
el ruido de las balas, obuses y bombas era ensordecedor.
Pronto comprobé desolado que la advertencia de Tarstein no era
vana. De hecho, el 239 no existía ahora en la Gregorstrasse. Pero sí
el sitio por donde Yo saliera; lo evidenciaban las huellas recientes de los
neumáticos de la motocicleta en la vereda y en la calle. Mas la puerta 239,
frente a esas huellas, ya no se encontraba. En su lugar estaba la puerta
cerrada de un negocio en bastante buen estado. Quité con la mano la capa de
polvo que cubría la placa y leí: “Buchhandlung Hyperbórea” [72]. Sentí pasos que se
acercaban; quizás los francotiradores que me habían disparado minutos antes.
Allí no quedaba nada por hacer, así que eché a correr en dirección contraria.
Te repito que el tiempo apremia, neffe, así que dejaré para
otra oportunidad el relato de las aventuras corridas hasta llegar a Italia.
Mencionaré solamente que en Junio de 1945 me reuní con Karl Von Grossen y Oskar
Feil en el Monasterio Franciscano del Sur de Italia y que permanecí allí hasta
Febrero de 1947. En esa fecha nuestro contacto con La Araña nos presentó a un
oficial del Ejército Argentino de nombre Zapalla, quien nos proporcionó
pasaportes y pasajes, y, desde luego, nuevas identidades: Yo pasé a llamarme
Cerino Sanguedolce, como tú ya sabes; Oskar se convirtió en Domingo
Pietratesta; y Karl Von Grossen, Carlo de Grandi. Los tres aparentaríamos ser
inmigrantes italianos, de allí la filiación linguística de los nombres.
Ya en este país, todo sucedió como lo había previsto Tarstein:
nos entregaron el dinero en Buenos Aires, y cada uno se fue a vivir a una
Provincia distinta. Von Grossen quedó en Buenos Aires y, como dijera Tarstein,
no tardaría en dedicarse a organizar un Servicio Secreto en compañía de otro
antiguo Camarada suyo de la Gestapo, el SS. Standartenführer Justiniano Von Grosmann. Oskar Feil eligió Córdoba, y parece que los Dioses
lo habían guiado pues años más tarde encontró allí la Orden de Caballeros
Tirodal, que orientó sus últimos días; y Yo, sabiendo que los Siegnagel
residían en Salta, decidí que “Santa María de la Candelaria” era un buen título
para la Virgen de Agartha, y adquirí esta finca donde habito desde entonces.
Habiendo quedado atrás la Guerra Mundial, y debiendo ceñirme a
“mis órdenes”, retomé la tradicional profesión familiar de la fabricación de
dulces y permanecí oculto hasta ahora, meditando todos estos años sobre lo que
había ocurrido en la primera mitad de mi vida. Mis únicas esparciones fueron
las esporádicas visitas de tus padres, o de Oskar, a los sitios neutrales
acordados anticipadamente para sostener cortos, cortísimos, encuentros. Y los
únicos acompañantes permanentes que he tenido, fieles por demás, han sido los
perros daivas: Ying y Yang son la tercera generación argentina, bisnietos de
Yun y Yab.
Y nunca, nunca desde que me radiqué en la Argentina, salvo el
fallido intento de tomar contacto con Nimrod de Rosario en Córdoba accediendo a
la solicitud de Oskar, nadie me convocó para cumplir la misión final de la
Sabiduría Hiperbórea hasta que tú apareciste por aquí con la Carta de Belicena
Villca. No me avergüenza confesarlo: ya había perdido toda esperanza de que se
cumplieran los anuncios de Konrad Tarstein. Sin embargo me mantenía en alerta,
como él me ordenara, y como tú lamentablemente comprobaste. ¡Meine Ehre heist True! [73].
[1] Neffe : sobrino, en alemán.
[2] Stellvertreter: lugarteniente.
[3] Jungvolk : literalmente “Niños del pueblo”.
[4] Schutzstaffel: “escalón de guardia”.
[5] Reichjugenführer: jefe nacional de la juventud.
[7] Heil und Sieg: Saludo y Victoria.
[8] Las Kadete Manstelten.
[9] En Reichcoldsgrun, Baviera, estaba la casa “alemana” de la familia Hess, construida por el padre de Rudolph. Sin embargo las vacaciones del Stellvertreter transcurrían habitualmente en Berchtesgaden, cerca de la residencia del Führer.
[10] Deutschland erwacht.
[11] Volkschwingen: vibración del pueblo.
[12] Weltanschauung : “concepción del mundo”, “ideología”.
[13] Führer: jefe, conductor.
[14] "Blut und Ehre":
Sangre y Honor.
[15] SS. Obersturmführer: capitán SS.
[16] ¿Dieser mein patekind? ¿Este es mi ahijado?
[17] Taufpate: Padrino.
[18] Sanguine Signum: marca de sangre.
[19] N.S.D.A.P.: iniciales del Nationalsozialistsche Deutsche Arbeiterpartei , que significa: Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores.
[20] Ostenführer: literalmente “Jefe del Este”.
[21] Reichführer : Jefe Nacional - Grado máximo de la SS..
[22] Elementalwesen : seres elementales demoníacos que atacan a los héroes en la saga de los Edda.
[23] Mein Kampf: Mi Lucha.
[24] Valhala o Valholl: Morada de Wothan u Odin en los Edda. Sitio al que van los guerreros muertos en batalla. Paraíso celeste de los héroes. Para la Sabiduría Hiperbórea el Valhala es un centro habitado por los Dioses Liberadores o, como decía el Führer, por los “Siddhas Hiperbóreos”.
[25] Werwelsburg: era un Ordensburg o Castillo de entrenamiento de la SS., según se verá más adelante.
[26] Thulegesellschaft : Orden de Thule. Sociedad Secreta esotérica, cuya filiación se trata en otra parte de la obra.
[27] d Oberführer: grado de la SS. equivalente al de Coronel.
[28] d Oberschrarführer: Sargento de la SS.
[29] Bhagavad-Ghita: “Canto del Señor” en sánscrito. Libro sagrado de la India.
[30] d Obersturmführer: grado de Teniente en la SS..
[31] d Untersturmführer: grado de Alferez en la SS..
[32] Sicherheitsdienst: Servicio de Seguridad de la SS..
[33] d Hauptsturmführer: grado de Capitán en la SS.
[34] Divitiacus es el mismo Druida “Viviciano” que mencionara el profesor Ramirez en el Libro Tercero, Capítulo III.
[35] Ein Reich, Ein Volk, Ein Führer : Lema Nacionalsocialista. Literalmente “Una Nación, un Pueblo, un Jefe”.
[36] R.S.H.A.: Dirección General de Seguridad del Reich (S.S.).
[37] Vamacharis : Mago kâulika o Iniciado de la Mano Izquierda.
[38] Yantra o Mandala (en tibetano: Kilkor). Figura geométrica para uso ritual o mágico. Significa “cerco”. El término “kor” da la idea de “encerrar” o “aprisionar”. Con más amplitud, un kilkor puede ser una muralla o fortificación, sentido que también alcanza al “mandala” sánscrito.
[39] Perros daivas : perros “divinos”, perros de los Dioses.
[40] Dar la dîkshâ : Iniciación en el Kilkor svadi, o “Kilkor del perro”.
[41] Japa: recitación de bijas, sonidos, o palabras mágicas.
[42] Dusk significa Dolor. Los Duskhas constituían “la familia de Dusk”, es decir, los Hijos del Dolor.
[43] Pawo: Héroe en tibetano.
[44] Dubtob: Mago.
[45] “Vamos volando a Sining, Kula y Akula”.
[46] Totenkopf: insignia de la calavera.
[47] Ejemplo de nombre chino: Kiang : río; Si : oeste; Kiangsi : Río del Oeste.
[48] Tung Chih: Camarada.
[49] Ho : río; Nan : sur; Honan: Río del Sur.
[50] Sha: matar.
[51] Tsung-Tu: Gobernador de Provincia.
[52] Tsing : Doctor.
[53] Kai-Shek significa “piedra dura”. La afirmación de Thienma tenía sentido irónico.
[54] Ch’in : Reino del Medio.
[55] Pai-Lung-Yah : el Dragón Blanco Jehová.
[56] Shen: paso, puerta; Si: oeste; Shensi: Paso del Oeste.
[57] Tsing o Chin : medio; Ling: montes; Tsing-Ling: Montes del Medio.
[58] Los Ríos Hoang-Ho y Yiangtse-Kiang.
[59] Cancillería del Reich.
[60] Lugarteniente.
[61] El hijo de Rudolph Hess, de dos años.
[62] Destacamento de Alta Montaña.
[63] Alba Dorada.
[64] Parecerá que Soy Yo quién combate,
pero en verdad seréis Vos quien lo haga en mi.
[65] Policía Secreta soviética, cuyos jefes son invariablemente judíos de crueldad sin par.
[66] Fragmentos del Informe de Rudolph Hess, leído por éste durante el juicio de Nuremberg, en 1946.
[67] Barrio de La Cumbre.
[68] Jardín Zoológico de Berlín.
[69] Khan, de la’an: emperador.
[70] El maniqueísmo, que había logrado expandirse hasta China en el siglo XIII, fue respetado por Gengis Khan pero no así por sus sucesores quienes lo combatieron ferozmente hasta hacerlo desaparecer; del mismo modo se persiguió luego al taoísmo.
[71] Pactio verborum: fórmula convenida; términos del acuerdo.
[72] Librería Hiperbórea.
[73] Juramento de la Orden Negra SS.d, labrado también en la Daga del Cabalero: Mi Honor se llama Lealtad.